lunes, 10 de febrero de 2020

Albert Cohen o el extenso prólogo de la belleza



Fondation Mémoire Albert Cohen

https://www.fondationmac.org/


ALBERT COHEN 

en "Los monográficos de APOSTROPHES" 



Albert Cohen Memory Foundation, Albert Cohen
El autor de "Bella del señor" era muy reacio a conceder entrevistas.
En éste programa grabado en Ginebra, reflexiona sobre su obra y sus obsesiones:
la identidad judía y el antisemitismo,
el amor y el sexo,
el humor y las mujeres.



Resultado de imagen de Albert CohenAbraham Albert Cohen (Corfú, 16 de agosto de 1895 - Ginebra, 7 de octubre de 1981) fue un escritor romandés de origen griego, descendiente de una familia sefardita (Coen) y de expresión francesa. Su obra más conocida es la novela Bella del Señor (1968), gran premio de novela de la Academia Francesa, aunque hay quien considera Comeclavos (1938) su obra más lograda. Perteneció a la comunidad judía de Corfú. Su familia, dedicada a la fabricación de jabón, decidió emigrar a Marsella cuando la fábrica empezó a decaer y el antisemitismo fue creciendo en la isla. En Francia, fundaron un comercio de huevos y de aceite de oliva. El escritor evocaría ese periodo en Le livre de ma mère. Inició su educación en un centro privado católico en 1904, en el liceo Thiers. En 1913 terminó el bachillerato con la mención assez bien. 


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Trabajó en la Sociedad de Naciones en Ginebra, siendo ésta su principal ocupación. La carrera literaria se desarrolló con largos periodos de silencio. Sin embargo su narrativa es de gran coherencia al estar centrada siempre en los mismos personajes: Solal y su pintoresca familia. Por su sentido del humor ha sido comparado con  Rabelais.




Espacio y tiempo 

en la obra de Albert Cohen

http://www.cervantesvirtual.com/obra/espacio-y-tiempo-en-la-obra-de-albert-cohen--0/



Bella del Señor (fragmento)




"En aquel hotel de Agay, pensaban sólo en sí mismos y en conocerse por completo, en abrir sus vidas entre dos vínculos, atractivamente habituales. Noches similares, rostros fatigados, pausas seductoras, y dejaba ella correr sus dedos por el hombro desnudo del amante para expresarle su recompensa o deslumbrarle y él cerraba los ojos, sonreía de placer. Reposaban abrazados de sus significativas penalidades, se dormían después de tiernos susurros y glosas, emergían del sueño para acercar sus labios o para unirse mejor el uno al otro, o confusamente yacer, medio dormidos, o furiosamente encontrados, repentinamente dispuestos. Y proseguía luego el sueño conjunto, tan grato. ¿Cómo no dormir juntos? Al amanecer, él la abandonaba dulcemente, velando por no despertarla y se iba a su cuarto. A veces ella abría los ojos. No me dejes, gemía. Pero él se desprendía de sus brazos que lo retenían ligeramente, la tranquilizaba, le aseguraba que no tardaría en volver. Sus alejamientos matutinos eran porque no quería que ella lo viese imperfecto, sin afeitar ni bañar."







La magistral provocación de Albert Cohen











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Bella del señor es 

una de las 

mejores novelas 

de amor del siglo 

XX, pero es también una 

sagaz crítica de la 

diplomacia y los 

nacionalismos.



Resultado de imagen de Albert CohenTodo es desmedido en esta novela de Cohen, conocedor de la sociedad ginebrina de la época: sus bellas mujeres, su política, sus mascaradas y su clasismo. Además, en Bella del Señor, la ironía alcanza niveles solo esbozados en sus anteriores obras. Cohen elige como protagonista de esta novela a Solal, un alto funcionario de la Sociedad de Naciones, judío en la Ginebra de 1936, en una época en la que el antisemitismo alcanza su paroxismo en Alemania. Solal, que en muchos sentidos se puede ver como un alter ego del autor, seduce a la aristócrata Ariane, mujer de un subordinado suyo, Adrien Deume (el lamentable Didi).
La de Ariane y Solal es una historia que rompe todos los esquemas románticos, desde el tratamiento amoroso de la seducción, los celos y la crueldad, hasta la obsesión por la belleza y una búsqueda permanente del amor puro llevado a la exageración, al ridículo. Una introspección de los personajes en la que se manifiesta la amplitud de registro del escritor y en la que el amor a veces se eleva a la altura de la religión: “Llámeme loco, pero créame. Un parpadeo de ella, y me miró sin verme, y fue la primavera y la gloria y el mar tibio y su transparencia junto a la orilla y mi juventud recobrada, y nació el mundo”…
Pero esa relación les arrastra lentamente a circunstancias un tanto miserables, que asumen desesperados. Se crean en medio de la inevitable monotonía del amor situaciones de largas esperas, sufrimientos, y especialmente escenas de celos, desconfianza, románticas reconciliaciones. Como confiesa Solal: “Lo terrible, querido Nathan, es que ese amor religioso, comprado a tan asqueroso precio, es la maravilla del mundo”. Cohen logra que estas escenas de los amantes aparezcan corroídas por la burla y la ironía, convirtiendo una novela de amor en una parodia del romanticismo.

Al mismo tiempo, Bella del Señor es una obra inquietante que describe con una ironía feroz el mundo de los egos y las apariencias, de los juegos de poder y las instituciones masculinas y jerárquicas de la época. Toda la novela es una crítica a la cursilería que puede alcanzar la mundanería voluptuosa del ambiente diplomático. Cohen describe un ambiente de “sonrisas estereotipadas, cordialidades y crueles pliegues en las comisuras, ambiciones arropadas en nobleza, cálculos y tejemanejes, halagos y recelos, complicidades e intrigas”.
Desacredita a aquellos ministros y diplomáticos que deambulan por el salón de los pasos perdidos, discutiendo circunspectos, penetrados de su propia importancia, intercambiando con profundidad inútiles impresiones, que deslumbran a los siempre reverenciosos y “trastornados con la mente deliciosamente embotada” funcionarios internacionales. Cohen describe la crueldad de las relaciones entre los “vencedores insensibles” en busca del maná de los halagos y el de los que esperaban, como Deume, una ocasión de captura, un golpe de suerte, “respetando de lejos y aún dolorosamente amando” a los peces gordos, ministros y embajadores desconocidos. Deume solo conseguirá ascender a las altas esferas a través de Solal, quien a cambio le enviará a prolongadas misiones en el extranjero mientras seduce a Ariane en Ginebra.
A través de la historia de Solal también podemos ver la evolución de la sociedad europea desde la belle époque hasta el ascenso del nazismo. El protagonista vive atormentado y presa de preocupaciones políticas, y critica la discapacidad inherente de la Sociedad de Naciones para hacer frente el antisemitismo en Alemania, Suiza o Francia. Conforme avanzaron los años 30 se hizo más evidente la impotencia de la institución para garantizar un orden internacional (en realidad marcadamente occidental e injusto). Ese internacionalismo cosmopolita y moderno, civilizado, que estaba naciendo, se vería sobrepasado por el nacionalismo en sus distintas variantes en Europa y otras partes del mundo.




Con un humor particular Cohen logra una crítica introspectiva y psicológica que desarma el artificioso mundo del poder, y desenmascara una sociedad supuestamente modélica y perfecta que aspiraría a proyectar mediante sus instituciones y organismos internacionales una especie de prolongación global de sí misma. La historia del fracaso del internacionalismo de la primera mitad del siglo XX es la de un sistema que desestimó la importancia del sentimiento nacionalista y su calado. Al igual que Stefan Zweig, Thomas Mann o Sándor Márai, Cohen retrata el fin de una época con tintes de nostalgia ante las vicisitudes de una Europa convulsa.


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El nacionalismo en sus distintas variantes fue incrustándose en la política internacional con mayores o menores éxitos y en distintas formas, sobrepasando muchas veces al “globalismo” o internacionalismo a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. En la actualidad sus ideas siguen calando hondo y abriendo brechas en proyectos tan logrados como la Unión Europea.



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Ahora la pregunta es qué nueva forma tomarán en el siglo XXI estos movimientos, que no solamente insisten en las diferencias entre los países y nacionalidades, sino que también fomentan el odio y las diferencias entre ellos basándose en un esencialismo etnicista e historicista. El complejo e inquietante pulso entre internacionalismo y nacionalismos se repite nuevamente, y por ello Cohen, además de ser un novelista brillante, es un autor de plena actualidad, que nos recuerda la necesidad de autocrítica y de un nuevo sistema internacional, adaptado a los valores y mentalidades de nuestra época, en un momento en el que las instituciones permanecen imperturbables.
















Resultado de imagen de albert cohen suizaEl libro de mi madre (fragmento)


























"En mi sueño, que es la música de las tumbas, acabo de verla otra vez, guapa como cuando era joven, mortalmente guapa y cansada, tan tranquila y muda. Se disponía a abandonar mi habitación y la he llamado con voz histérica que me ha avergonzado en el sueño. Me ha dicho que tenía cosas urgentes que hacer, coser una estrella judía en el oso de peluche que comprara para su hijito al poco de nuestra llegada a Marsella. Pero ha consentido en quedarse un rato más, pese a la orden de la Gestapo. «Pobre huérfano», me ha dicho. Me ha explicado que no era culpa suya haberse muerto y que intentaría venir a verme alguna vez. Luego me ha asegurado que no volvería a llamar a la condesa. «No lo haré más, pido perdón», me ha dicho observando sus manitas, en las que le habían salido unas manchas azules. Me he despertado y me he pasado la noche leyendo libros para que no vuelva. Vete, no estás viva, vete, estás demasiado viva.
En otro sueño, me la encuentro en una calle de mentira, una calle de película, en la Francia ocupada. Pero no me ve y la contemplo con el corazón encogido de compasión, viejecilla encorvada y casi mendiga, recogiendo tronchos de col cuando cierra el mercado y metiéndolos en una maleta con una estrella amarilla. Tiene cierto aire de bruja y va vestida como un pope, con un extraño sombrero negro cilíndrico, pero no tengo ganas de reírme. La beso en la calle resbaladiza, por donde pasa un simón con una persona dentro que es Pétain. Entonces, abre la maleta atada con cuerdas y saca un oso de peluche y mazapán que ha guardado para mí, y con toda el hambre que se pasa en Francia ni lo ha tocado. Qué orgullo llevarle la maleta. Tiene miedo de que me canse y me enfado con ella porque quiere seguir llevándola. Pero noto que le gusta que me haya enfadado, porque eso quiere decir que gozo de buena salud. Me dice de pronto que hubiera preferido que fuera médico, con una hermosa sala de espera y una leona de bronce, y que así habría sido más feliz. «Ahora que estoy muerta, puedo decírtelo.» Luego me pregunta si recuerdo nuestro paseo, el día de los zapatos de ante. «Éramos felices», me dice. ¿Por qué me he sacado del bolsillo una enorme nariz de cartón? ¿Por qué me he disfrazado con ella de rey y por qué mamá y yo caminamos ahora como reyes por la calle, que musita recelosa? El extraño gorro de mamá es ahora una corona, pero también de cartón, y nos sigue un caballo enfermo, que tose y arranca grandes chispas al caer en la noche húmeda. Una antigua carroza, desdorada y con pequeños espejos incrustados, se bambolea y da tumbos tras el manso caballo tuberculoso, que se cae y se incorpora y tira de la carroza moviendo juicioso la cabeza, y sus sedosos ojos son tristes pero inteligentes. Sé que es la carroza de la Ley moral, eterna y hermosa. "




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Los esforzados (fragmento)

"Un mendigo ciego, rodeado de una nube de moscas verdes y doradas, ebrias de sol, pedía limosna a los misericordiosos, la mano extendida e inmóvil. Dos banqueros se peleaban desgranando cuentas de ámbar. Unos amigos de grandes ojos aterciopelados se interpelaban, se saludaban, intercambiaban noticias sobre sus respectivos comercios y familias. Unos vehementes gesticulaban y discutían. Unos curiosos regateaban por puro placer y se marchaban sin comprar nada. Un vendedor ambulante, acuclillado, asaba ubres de vaca. Un barbero tañía monótonamente una mandolina en el fondo de su oscuro local, vibrante de moscas y almizcle. Un griego borracho entonaba una melancólica canción campesina, insultaba a los judíos y a su Dios y reanudaba su canto con voz transida de amor.
Sentada contra la pared de la escuela de Talmud, donde unas voces infantiles farfullaban hebreo, una vieja con fama de bruja reavivaba las brasas de su infiernillo. Un pescadero espantaba las moscas de sus salmonetes asados, espolvoreados con ajo e hinojo. Un cabrero arrodillado ordeñaba su cabra, arrancándole largos y humeantes chorros. Dos adolescentes cogidos del dedo meñique comían pipas de calabaza. Un grupillo de políticos conversaban en la pequeña farmacia que olía a alcanfor. Sentados bajo un emparrado, unos ricos barrigudos saboreaban delicadamente con dos dedos pastelillos de aceite y de miel que les hinchaban y lustraban los carrillos, endulzándoselos distinguidamente; luego bebían grandes vasos de agua, se limpiaban los dedos con sus pañuelos, se dirigían amplias sonrisas y fustigaban las moscas con sus látigos acabados en cola de caballo. Unos talmudistas encorvados comentaban un versículo, el mayor de ellos con voz aguda, mientras el más joven asentía por cortesía y, arremangándose, aguardaba el instante de su victoria dialéctica. En medio de la luz cegadora, un pañero empujaba su carretilla, en eterno movimiento. Unos gatos sarnosos se escabullían.
Antes de azuzar al caballo, el cochero del gran rabino cogía las riendas, cerraba los ojos de goce, se echaba hacia atrás, exhalaba la orden. Adelante, hijo de la yegua, decía. La vieja del infiernillo sonreía a sus desdichas o a los trozos de cordero que se asaban en las brasas. Una joven criada sepultaba su sonrisa en una granada. Unos chiquillos, cuyas camisas asomaban por los traseros de los pantalones rajados, seguían a un vendedor de escarabajos que volaban en círculo, atados a un hilo. Unas moscas apagaban su sed en los ojos del mendigo ciego, y en su mejilla unos mosquitos tanteaban, precavidos, se equivocaban, vacilaban en un concierto de finos trompeteos. Una adolescente majaba en un mortero en el umbral de su puerta. Ante la mirada fascinada y severa del cliente, un menudo limpiabotas se afanaba con los botines de color azafrán, añadía betún, tornaba a dar brillo y pulía aún más la faena; luego se rascaba la barriga y admiraba su deslumbrante obra. "


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El imaginario judío y “el otro” en la obra de Albert Cohen. 





Solal (fragmento)
"Y nada más bajar del compartimento, el tío Saltiel se creyó obligado a saludar a la Ciudad Luz con un amplio ademán con el gorro. Acto seguido, fue a encabezar la fila cargada de bultos, cajas y chales. Una multitud que crecía por momentos seguía a la caravana impávida y consciente de su gloria. Comeclavos se detenía a ratos, interpelaba a los mirones que se mofaban y les preguntaba, con incomprendida ironía, si tenían amigos en la diplomacia o si quizá esperaban ganar en breve veinticinco mil francos.
Tras doce horas de marchas y contramarchas, Saltiel condujo a su cuadrilla a un hotel ubicado junto a la estación de donde venían.
Acomodó a su padre en su cuarto y Mattathias encerró a su hija con doble vuelta de llave. Comeclavos dispuso en el vestíbulo a los tres humildes comparsas aterrorizados, sus tres primos, con orden expresa de no moverse de allí «ni aun en caso de incendio, peste, fieras salvajes, naufragio, baratería, inundación, piratería berberisca, granizo, plaga de langosta, cuarentena, acreedores y toda suerte de calamidades o casos de fuerza mayor generalmente cualquier no previsto por el presente decreto». A continuación, los Esforzados salieron por París sin más objeto que saludar las estatuas de los benefactores de la humanidad.
A las siete de la tarde, aquellos cándidos se detenían ante el ministerio de Asuntos exteriores, se descubrían ante la bandera tricolor y se pavoneaban pensando en que al día siguiente serían de la casa. Salió una señora del ministerio. Saltiel se creyó en la obligación de inclinarse donosamente. "


Revisión de narradores extranjeros: Albert Cohén

http://cuentayrazon.org/revista/pdf/039/Num039_013.pdf

Oh jóvenes de greñas desmelenadas y dientes perfectos, gozad en la orilla en donde siempre se ama por siempre jamás, en donde jamás se ama siempre, orilla donde los amantes ríen o son inmortales, elegidos en una entusiasta cuádriga, embriagaos mientras sea tiempo y sed dichosos como lo fueron Ariane y Solal, mas compadeceos de los viejos, de los viejos que pronto séreis, nariz goteante y manos temblorosas, manos surcadas de gruesas venas endurecidas, manos con manchas marrones, triste marrón de las hojas secas.“ 
—  Albert Cohen, Bella del Señor

Alegría de escribir, y de vivir
Pedro Sorela
Pedro Sorela es escritor. Su último libro publicado se titula Ladron de árboles.
nº 34 · octubre 1999
ALBERT COHEN
Los esforzados
Trad. Javier Albiñano
Anagrama, Barcelona, 267 págs. -

ALBERT COHEN
Comeclavos
Trad. Javier Albiñano
Anagrama, Barcelona, 335 págs. -
Lo desconcertante de un escritor como Albert Cohen (1895-1981) es que, a la vez que en cada ocasión sabemos qué vamos a leer –más aún, conocemos incluso el escenario y los personajes–, siempre nos sorprende: privilegios de una escritura a caballo de la libertad y la alegría. Quizá sea lo mismo.

Ese es el caso de Los esforzados (libre pero admisible traducción de Les valeureux [1972], algo así como Los valiontes, a medias entre valiosos y valientes), en el que vuelven a aparecer Pinhas Solal, alias Comeclavos, y Sultán de los tosedores, y Bey de los Mentirosos y Capitán de los Vientos (entre otros muchos nombres), junto con sus cofrades y primos Mattathias Solal, alias Capitán de los Avaros, el pequeño Salomón Solal, el anciano y piadoso Saltiel y el apuesto quincuagenario Michaël, que arrasa entre las muchachas de su barrio en Cefalonia con un cráneo rasurado y grandes mostachos teñidos de negro y en forma de croissant. 

Todos ellos, judíos sefardíes emigrados a Grecia algunas generaciones antes pero muy orgullosos de venir de Francia, de la que se consideran aún hijos y cuyo idioma todavía hablan en una versión un poco apolillada, forman el grupo de los esforzados ––protagonistas directos de otros dos libros, Solal (1930) y Comeclavos (1938), e indirectos de la conocida Bella del señor (1968)–, una de las pandillas más peculiares y divertidas pero no sólo divertidas de la literatura... de la literatura... ahí está el primer problema: ¿de qué literatura, de qué etiqueta, de qué manual forma parte la obra de Albert Cohen?

Porque es que Albert Cohen fue un judío sefardí nacido en una familia de comerciantes de Corfú en 1895, que estudió Derecho en Ginebra y se nacionalizó suizo, y que a partir de 1925 fue delegado sionista en la Sociedad de Naciones. Durante la guerra estuvo junto a De Gaulle, a partir de 1947 trabajó en la diplomacia internacional de protección de los refugiados y después dirigió una oficina de las Naciones Unidas, antes de consagrarse, a partir de 1951, por completo a la literatura. 

Murió en 1981. 

Y aunque escribió en francés, con un placer y gusto evidentes –no casualmente los esforzados leen a Villon, Ronsard, Rabelais y Montaigne con no menor constancia que si fuera un ritual patriótico–, su obra está entretejida, por este orden, de pasión por la sensualidad mediterránea, amor a lo judío –militancia sionista y nostalgia por el lado más humano de la vida en los viejos barrios judíos sefardíes–, e internacionalismo abierto hasta el extremo de que Solal no sólo profesa tal admiración por lo inglés que solicita un título de sir, sino que también aspira, por qué no, al de cardenal católico (un cardenal judío, se entiende, en una generosa pero lógica interpretación del espíritu ecuménico).

 ¿Acaso no lee también el Nuevo Testamento? 

Y ello, en el convencimiento de que aunque Moisés es «nuestro maestro sublime», Jesús es un hombre perfecto y un gran profeta.

En realidad esta apertura de espíritu de Solal y el narrador no viene a ser más que un síntoma: el de la libertad y alegría –acaso lo mismo, como se ha dicho– con que estos libros están escritos.

 Una libertad que reordena el mundo: pues Comeclavos no reinventa el mundo, sino que lo reordena, que es más difícil (véase su desternillante pero lúcida versión de Ana Karenina), y una especie de expresionismo que parece, se intuye, se respira –pues no hay forma de demostrarlo–, es consecuencia directa del entusiasmo de crear, escribir. 

Una creación que iría a caballo de su propio impulso. 

Algo en la línea de la farsa, que se alimenta de las risas que provoca, también en el creador, algo emparentado con la risa sabia de Ubú y Pantagruel (Comeclavos traga menos que los héroes de Rabelais, aunque tal vez disfruta más), pero también con la sonriente humanidad de los vagabundos de Steinbeck en aquella cuatrilogía del Palacio de los Golpes: Tortilla Flat, Calle de la Sardina, De ratones y de hombres y Tierno Jueves.

De los varios portentos que reúne la obra de Cohen no es el menor el de repetir unos personajes, los esforzados, sin que se resienta la capacidad de sorpresa y novedad. 

En cierto modo el lector cómplice asiste a nuevos episodios que van no revelando sino enriqueciendo un mundo, aunque cada libro se puede leer de forma independiente. 

Pero el mayor portento es muy probablemente el de convencernos de esos personajes no tanto fantásticos como desmesurados.

 Porque si la corriente mayoritaria de la novela moderna intenta hacernos creer en personajes que son idénticos a nuestros vecinos, que a su vez son idénticos a los personajes de las teleseries, y no siempre acierta, que alguien lo consiga con personajes que convertirían en loco a cualquier otro que se atreviera a proponerlos raya sin duda en el portento. 

Quizá el truco estribe en que los personajes pueden ser desmesurados pero sin perder nunca de vista la escala verdaderamente humana del sentimiento, la risa, la razón.


Esta última entrega de Los esforzados (toda la serie está publicada en Anagrama, que acaba de sacar Comeclavos en bolsillo) sí incluye una novedad, y es el ocasional punteo en la novela de unas alusiones a un mundo en extinción, el de los judíos de los viejos barrios europeos; y a una amada mucho más joven que recoge la narración y que de toda evidencia se va a quedar sola, pues el narrador se sabe condenado. 

El último portento es, pues, el de un condenado escribiendo con semejante amor y alegría de vivir. Con semejante juventud.

Albert Cohen 

o el orgullo del nombre Judío, 

por Abraham Bengio 








Albert Cohen o el orgullo del nombre Judío, por Abraham Bengio (CEMI, Madrid, 24/11/2015)

Abraham Bengio es Catedrático del Letras Clásicas, ex alto funcionario del ministerio Frances de cultura, 

escritor e historiador, y ha sido director del Instituto Francés de Madrid. Él nos habla de la figura 

de Abraham Albert Cohen (Corfú 1895 – Ginebra 1981), escritor suizo romandés de origen griego, 

descendiente de una familia sefardita (Coen) y de expresión francesa. Su obra más conocida es la 

novela Bella del Señor (1968), gran premio de novela de la Academia Francesa, aunque hay quien 

considera Comeclavos (1938) su obra más lograda. Su narrativa es de gran coherencia al estar centrada 

siempre en los mismos personajes: Solal y su pintoresca familia. Por su sentido del humor ha sido 

comparado con Rabelais.


Obra


  • Palabras judías (poesía) 1921
  • Ezquiel (Teatro) 1933
  • Solal (Novela) 1930
  • Comeclavos (Novela) 1938
  • Bella del Señor (Novela) 1968
  • Los esforzados (Novela) 1969
  • El libro de mi madre (Memorias) 1954
  • Vosotros, hermanos humanos (Memorias) 1972
  • Carnet 1978 (Memorias)1979


Albert Cohen trabajó en la OIT de 1924 a 1931 y más tarde en los años cincuenta. Su obra maestra, Bella 

del Señor, fue premiada por la Academia Francesa en 1968 y desde entonces es uno de los mayores 

éxitos de ventas de la prestigiosa editorial francesa Gallimard. En esta novela de Cohen, Adrien Deume es 

un funcionario internacional indolente. “Por fin, se incorporó, releyó el párrafo que había que rehacer y 

suspiró. Bueno, de acuerdo, enseguida se ponía manos a la obra. 



‘Enseguida’, dijo bostezando. Se levantó, salió, se dirigió hacia el refugio de los servicios, pequeño y 

legítimo pasatiempo … fue a mirarse al espejo grande. Se gustó con el puño en la cadera. Aquel traje a 

cuadritos marrón claro le quedaba realmente fenomenal y la chaqueta le realzaba a la perfección la 


cintura. 

‘Adrien Deume, hombre elegante’ – le confió una vez más el espejo al tiempo que se peinaba con ternura 

el pelo amorosamente friccionado cada mañana con agua de quina … ‘Enhorabuena, muchacho. ¡Y ahora, 

a currar, jovencito!’ Pero antes, una ojeada a La Tribune, sólo para estar al día.” 


Cohen empezó a trabajar en la OIT el mismo año en que se inauguró el Centro William Rappard, y se 

integró después en las Naciones Unidas, cuando acabó la Segunda Guerra Mundial. Como en el caso de 

Alice Rivaz, la experiencia laboral de Cohen fue su fuente de inspiración para crear su universo de ficción, 

con personajes como Adrien Deume, Solal des Solal, Ariane y otros. Empezó a escribir Bella del Señor en 

los años treinta, pero no la terminó. Treinta años más tarde, en 1968, la publicó Gallimard después de que 

la obra hubiera sido revisada y ampliada. 

“En paz con su conciencia, su puso a deambular por el pasillo, cerciorándose de cuando en cuando de la 

decencia de su pantalón. De repente, se detuvo. Si le pillaban paseándose con las manos vacías, ¿qué 

podría alegar? Corrió a su despacho, volvió echando los bofes con un gran expediente bajo el brazo, lo 

que le confería un aspecto serio, ocupado. Sí, pero pasearse lentamente producía impresión de ociosidad. 

Así que se puso a caminar a paso rápido de uno a otro extremo del pasillo.” 


fondation mémoire albert cohen, albert cohen


Adrien Deume quiere aprovechar toda posibilidad de promoción social. Está casado con una mujer de la 

aristocracia ginebrina, Ariane Corisande d’Auble, que este joven funcionario ambicioso e indolente 

considera como un trofeo. “Si vieras los despachos de los ministerios en Bélgica, te darías cuenta de lo 

elegantes que son aquí … Aquí el ambiente no tiene nada que ver con el de la Oficina Internacional del 

Trabajo, en donde los tipos están obligados a currar, bueno digo “obligados” cuando les encanta, es otro 

ambiente, comprendes, gente sindicada, de izquierdas … 

Y decirle que los funcionarios de la Sociedad de las Naciones cobraban mucho más que los de la OIT que 

llegaban todos a la hora en punto y que curraban como condenados. 

No hay comparación alguna. Lo nuestro es vida diplomática, ¿comprendes cariño?” 19 El Secretario 

General Adjunto Solal concede a Adrien Deume la promoción que tanto deseaba y le envía al extranjero 

para una larga misión. Solal aprovecha la situación para seducir a la bella Ariane y los amantes se 

instalan en una relación que primero es vibrante y acaba resultando aburrida y autodestructora. 

Solal pierde su puesto en la Sociedad de las Naciones y es rechazado por sus amigos y antiguos colegas 

de París y Ginebra. El 9 de septiembre de 1937 la pareja se suicida en el hotel Ritz de Ginebra. Albert 

Cohen (1895-1981) nació en el seno de una destacada familia judía de Corfú, que actualmente pertenece a Grecia. 


La familia se trasladó a Marsella cuando Albert tenía cinco años. Estudió en Francia y Suiza, se graduó en 

derecho en la Universidad de Ginebra (1917) y obtuvo la nacionalidad suiza. Dirigió la publicación La 

Revue juive y en marzo de 1924 entró en la OIT con una misión no retribuida en la oficina de Albert 

Thomas. Entre octubre de 1926 y diciembre de 1931 ejerció diferentes cargos en la OIT, en particular en 

la División Diplomática y la División de Trabajo Indígena, donde su labor consistía en analizar artículos de 

prensa sobre las condiciones laborales en las colonias de África y Asia. 

Al terminar la Segunda Guerra Mundial trabajaba en Londres como asesor jurídico del Comité 

Intergubernamental para los Refugiados. Tuvo una participación importante en la redacción del “Acuerdo 

de Londres” firmado el 15 de octubre de 1946 relativo a los documentos de viaje para los refugiados, 

desplazados y apátridas. 

Este acuerdo fue la base para la creación del Documento de Viaje establecido en la Convención de 1954, 

el pasaporte laissez passer de la Organización de las Naciones Unidas, que todavía tiene vigencia. 

Cohen 


volvería a trabajar en la OIT, en la Sección de Migraciones. En 1957 rechazó el puesto de Embajador de 

Israel en Suiza para continuar desarrollando su carrera literaria. Murió el 17 de octubre de 1981 en 

Ginebra y fue enterrado en el cementerio judío de Veyrier (Suiza).

CORFÚ RECUERDA A ALBERT COHEN

Recuerdo las lejanas tardes de verano en que los niños del barrio judío llenaban las estrechas calles con su griterío y sus juegos. Guerreaban y se insultaban en griego, pero muchos de ellos, entre batalla y batalla, solían entonar canciones que habían aprendido de sus madres desde la cuna; eran canciones en la hermosa lengua que a través de los siglos habían logrado conservar los sefardíes: el ladino. Uno de aquellos niños era Albert Coén, hijo de Marco Coén, un judío sefardí de la ciudad de Yánena, y de Louise Judith Ferro, una hebrea corfiota de ascendencia italiana. Albert nació en 1895 y tan sólo pasó en Corfú los cinco primeros años de su vida. En 1900, un pogromo forzó a su familia, propietaria de una fábrica de jabones, a abandonar la isla e instalarse en la ciudad francesa de Marsella. Desde bien niño experimentó Albert Cohen (añadió una h a su apellido para judaizarlo más todavía) el zarpazo de la intolerancia, del racismo y del antisemitsmo. No es de extrañar, pues, que el joven corfiota se adhiriese de manera entusiasta a la causa sionista.

En 1914, Cohen deja Marsella y se instala en la ciudad suiza de Ginebra, donde se licencia en Derecho en 1917. Dos años después obtiene la nacionalidad suiza y se casa con Elisabeth Brocher, con quien tiene una hija: Myriam. Su esposa fallece de cáncer en 1924 , y en 1925 asume en París la dirección de la Revue Juive (Revista Judía), en cuyo comité de redacción figuraban judíos de la relevancia de Sigmund Freud y Albert Einstein.

En 1930, publicó su primera novela, Solal, que trata sobre los amores de un joven judío de origen griego. Su segunda novela, titulada Comeclavos, es un intento de rememorar los personajes y las tradiciones de su más tierna infancia en Corfú. Su obra más conocida es, sin duda alguna, la novela Bella del Señor, publicada en 1968. El argumento nos sitúa en el año 1936, en plena efervescencia del anitsemitismo, y nos narra la relación amorosa del judío Solal (el alter ego de Albert Cohen) y Ariane Deume, una aristócrata aria casada con un subordinado de Solal, siempre con el trasfondo de los orígenes griegos del protagonista. Bella del Señor obtuvo el gran premio de novela de la Academia Francesa. Albert Cohen falleció en Ginebra el 7 de octubre de 1981.


Y hoy es el día en que griegos, franceses, suizos e israelíes se dan cita aquí, en Corfú, para rendir homenaje a la figura de Albert Cohen. Hoy, el Ayuntamiento de Corfú inaugura el Congreso Albert Cohen. Retorno a las raíces. El Congreso se inicia esta tarde con una exposición sobre el barrio judío de Corfú, y seguirá hasta el próximo día 16 con una serie de conferencias, proyecciones cinematográficas, lecturas, representaciones teatrales y conciertos que girarán en torno al tema central de los refugiados y la inmigración.

El programa del Congreso puede descargarse en griego, inglés y francés.

Conocer un país, una región, una ciudad o ,en este caso, una isla, no es sólo pisar sus lugares más emblemáticos, visitar sus museos, disfrutar de sus playas o degustar su gastronomía, sino también, y sobre todo, conocer a sus gentes. Y acercarse a la figura de Albert Cohen es también conocer un poco más de la historia de Corfú, de mi historia. La historia de una madre que vio cómo la intolerancia obligó a partir a muchos de sus hijos hacia tierras lejanas, para siempre.


Kérkyra/Corfú


Albert Cohen : voces disonantes

Una figura importante en las letras del siglo XX, Albert Cohen (1895–1981) dejó un legado paradójico. Un público devoto en Francia lee ampliamente sus novelas y ensayos líricos fuertemente autobiográficos, sorprendentemente literarios y polifónicos, pero la academia los ha ignorado en gran medida. Un escritor y activista conscientemente judío, Cohen seguía siendo ambivalente sobre el judaísmo. Su autoafirmación como judío en yuxtaposición con su uso satírico de los estereotipos antisemitas todavía provoca inquietud tanto en la Francia republicana como en el judaísmo institucional.
En Albert Cohen: Dissonant Voices , el primer estudio en inglés de este escritor profundo y profundamente incomprendido, Jack I. Abecassis traza los temas recurrentes de las obras de Cohen. Revela las fracturas disonantes que caracterizan a Cohen como modernista, y analiza la resistencia a su trabajo como un síntoma de la voluntad de no entender el tema principal de Cohen: "la catástrofe de ser judío". Para Abecassis, la diversa obra de Cohen forma una sola " romana ". fleuve "explorando este tema perturbador a través de la fragmentación y la grotesca, fantasías y pesadillas, el velo y la revelación de lo indescriptible.
Portada
Abecassis argumenta que Cohen no debe leerse exclusivamente a través del prisma de la literatura europea (Stendhal, Tolstoi, Proust), sino más bien como el recuento —invertir y finalmente agotador, en forma de tramas sumergidas— de los romances bíblicos de José y Ester. El romance del carismático judío de la corte y su correlativa actuación, el carnaval de Purim, genera la lógica de la aguda ambivalencia psicológica, la conciencia histórica y la sensualidad carnal de Cohen, temas que vinculan a este autor modernista con el Génesis y con las prácticas literarias de la cripto sefardí. -Jews. Abecassis argumenta que la obra más conocida de Cohen, Belle du Seigneur(1968), además de ser una historia obvia de amor obsesivo y disolución, es ante todo una historia de intriga política que involucra a Solal, el judío meteórico en la Liga de las Naciones durante el período de Apaciguamiento (1936), y su autodestrucción final . Al proporcionar lecturas cercanas y análisis imaginativos de toda la producción literaria de uno de los escritores judíos más importantes de Francia en el siglo XX, Abecassis presenta aquí un importante trabajo de erudición literaria, así como un estudio más amplio de la recepción e influencia del pensamiento judío en la literatura francesa. y filosofía.
Radioscopie de penseurs illustres 26/34 Albert Cohen s'entretient avec Jacques Chancel (1980), première radioscopie d'une série de 5 (du 31 mars au 4 avril 1980) Albert Cohen (1895 - 1981) Écrivain dramaturge et poète suisse

Albert Cohen, Alain Schaffner, lo grandioso y lo irrisorioAlbert Cohen, el rey misterioso


Zilliox, Alexia. "Albert Cohen en pantalla / Albert Cohen en la gran pantalla / Albert Cohen en pantalla". Thelema. Revista Complutense de Estudios Franceses , vol. 34, no. 1, 2019, p. 277+.





https://revistas.ucm.es/index.php/THEL/article/view/58771/4564456551482

Albert Cohen: de vuelta a las raíces

 
Conferencia internacional sobre Albert Cohen

del 10 al 16 de mayo de 2010



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