domingo, 13 de septiembre de 2015

K, el agrimensor desolado.


Acero, carbón  y constancia sin miedo.

Encontrar, perder, des -encontrar, desaprender.

Estas eran mis constantes vitales, allá por los 21 años, en aquel valle del norte, donde solo la soledad, y la des-ubicación enredaban mi cerebro. 
Ya había leído, y seguía leyendo, para consolidar la verdad, o la razón del porque estaba allí.
Sentí que  observando se aprende,miraba el agua y el vino, las cerezas, las secuencias de los árboles, luego el mar, los caminos, y mucho más tarde, a las personas, a las familias, pero antes miré a los animales.
La oscuridad era infiel, todo se convertía en peligro, la pulsión icónica, vencía a la realidad y la acústica industrial, se imponía a Pink Floyd.



Tuve grandes esperanzas, bese las piedras con iridiscencias, añadí al protocolo vital, el amor, y sentí la composición que las letras hacían en los versos, y los cuentos.
Abrí las grandes avenidas literarias, y encontré un personaje, 

 Gregor Samsa,

el comerciante de telas, que  sufre una transformación (en una araña para mí), y miraba el mundo desde una esquina, en el techo de su casa.
Y resolví, con él, la definición de sabio, o más bien una parte de cual sería mi posición ante el mundo. Tenía que sufrir una metamorfosis, para sobrevivir y seguir leyendo, escribiendo y hablando.
Seguir sonriendo, tuve siempre un cuento en la punta de la lengua, escuche los filandones de invierno, tras el fuego, atenazaba entre las manos el papel, para llenarlo de ideales, desenmascarando a las malas madres, y a los raticidas. 
Con todo este baúl explosivo, convaleciente y triste, planee sobre el parnaso, y acudo, en silencio a las postas literarias. Más sabiduría, pero la ínsula, estaba rodeada por todas partes de instancias, solicitudes, papeles del estado, certificados. Cruce el charco y me hice vagabundo, y rapsoda.


Tras la pausa........




Simplemente era necesario entender los mecanismos de funcionamiento automático, de la gestión social, desde el lado oficial, detrás de la ventanilla, para ello asumí la burocracia, y me hice funcionario.

Gestión, leyes y laberintos. Sellos, tinta, papel, rubricas. Rostros con nombres, caras sin gestos, un número, hoy un código de barras.
Me hice un señor K, para lo bueno y para lo malo. Estudie para agrimensor de horizontes, de gestos corporales, de olas y tormentas, de cine soviético. 


Fui curandero, médico, enfermo grave, cojo, víctima y verdugo, seguí midiendo, y lo hice con el Edipo, y el Electra. Con todos esos saberes, huí de nuevo.

Dibuje laberintos, construí castillos, fui vasallo, mayordomo y , alcance el paraíso, archive la historia, cambie de isla y seguí los pasos burocráticos del citado señor K, cree formularios, resolví enigmas, luche y gane, y también perdí.


Adopte la forma humana de nuevo, y baje al continente, para acercarme a la fábrica de funcionarios en serie, me encontré con el pasado, divise la entrada del laberinto y ahora ilustro sus paredes, para que el ciudadano, antes de llegar a la ventanilla correspondiente, conozca la historia de la burocracia, la inutilidad de la justicia, y el imposible ascenso a los cielos.

Ilustración para El castillo, de Luis Scafati

De creer en los hechos, la veracidad se hizo fantasía, y encontré mi hacienda poseída, fraternales y odiosos, los clavos del juramento fueron oxidando, los muelles del descanso, que aún perduran.
Tanto asumir argumentos, creció alrededor de mi mayúscula, un nombre, Josef K, y un proceso por argumentación legítima y testamentaria, que se inicio al primer golpe de tecla, con rubrica envenenada y desamor, viajando por sinuosas carreteras, entre fincas de peñascos, y cementerios inclinados.


 Un protocolo invisible rasgo los números, abrocho la billetera, abofeteo al funcionario, y le dejo en el desierto romano, y sin derecho.




Al mirar adelante, ahora que no queda quien, para decirme, en ninguna sacristía, que soy mi mejor amigo, estoy paseando mi vanidad, pues ya en la puerta del castillo, superado el test de la instancia para ser libre, me siento a almorzar con la empatía, previamente fumigue la pérgola,
 y de menú, un consomé clarito, un trozo de pan de coliflor, y una manzana asada. 

Ah, una copa de vino Fondillon...!

Hasta después,... 





Aquí me quedo con 


los fragmentos sintético

girando alrededor de 

Kafka:



K, que se había incorporado algo, se alisó el pelo, miró desde abajo a la gente que le rodeaba y dijo: —¿En qué pueblo me he perdido? ¿Acaso hay aquí un castillo? —Así es —dijo lentamente el joven, mientras aquí y allá se sacudía alguna cabeza sobre K—, el castillo del Conde Westwest. 

«Alguien debió de haber calumniado a Josef K., puesto que, sin haber hecho nada malo, fueron a arrestarlo una mañana.»


«En medio de aquel fondo iluminado, la figura parecía avanzar; apenas sí recordaba ya a la diosa de la Justicia, pero tampoco a la de la Victoria; más bien guardaba una semejanza absoluta con la diosa de la Caza.»

    
K escuchó. Así que el castillo le había nombrado agrimensor. Eso era por una parte desfavorable, pues mostraba que el castillo sabía todo lo necesario acerca de él, que había equilibrado las fuerzas y que emprendía la lucha sonriendo. Por otra parte también era favorable, pues eso demostraba, según su opinión, que se le menospreciaba y que gozaría de más libertad de la que había pensado desde un principio. Y si creían que se le podría mantener en un estado de continuo terror mediante ese reconocimiento de su condición de agrimensor, que, ciertamente, les otorgaba cierta superioridad moral, se equivocaban, sólo le causaba un ligero escalofrío, nada más.





«¡Lo importante era no llamar la atención! ¡Obrar con calma, aunque esto fuese contra los propios deseos! Intentar darse cuenta de que aquel inmenso organismo judicial se encuentra, en cierto modo, en una posición eternamente vacilante, y de que, si uno cambia algo por su cuenta y desde su puesto, la tierra desaparece bajo sus pies y él mismo puede despeñarse, mientras que al gran organismo le resulta fácil encontrar otro lugar en sí mismo –puesto que todo guarda relación– para reparar la pequeña alteración, efectuando las sustituciones necesarias y permaneciendo inalterable, si no resulta que todo se vuelve, cosa aún más probable, mucho más cerrado, más vigilante, más rígido, más maligno.»


«Evidentemente, los funcionarios se comportan en muchos aspectos como niños. Las cosas más inofensivas, y por desgracia no podía considerarse así la conducta de K., podían ofenderles de tal modo que incluso dejaban de dirigir la mirada a sus amigos, cambiaban de dirección al encontrarlos y les hacían todo el daño posible. Pero luego, por sorpresa y sin ninguna razón especial, les hacía reír una pequeña broma que uno se atreviese hacer porque todo parecía perdido, y se producía la reconciliación. De ahí que resulte a la vez tan fácil y tan difícil tratarlos, apenas si existen normas al respecto. A veces resulta asombroso que una sola vida humana de mediana duración sea bastante para captar la gran cantidad de cosas que cabe hacer en este terreno con alguna perspectiva de éxito.»


«"No", dijo el sacerdote, "no hay que creer que todo sea verdad;
 hay que creer que todo es necesario". "Una opinión desoladora",
 dijo K.


 "La mentira se convierte en el orden universal."» 




Con la mirada fija en el castillo, K siguió su camino, sin que le inquietase nada más. Pero al aproximarse, el castillo le decepcionó: en realidad sí que se trataba de un miserable villorrio, compuesto de casas de pueblo, y sólo se distinguía porque tal vez todo estaba construido de piedra, pero la pintura hacía tiempo que se había caído y la piedra parecía desmenuzarse. K se acordó fugazmente de su pueblo natal: apenas tenía nada que envidiarle a ese supuesto castillo



Kafka-Roberto Calasso 

(K.)



Todo es público por simpleza, por ocultamiento, y en realidad falsamente público.




Miradas a Kafka





La Matrix de Franz Kafka y el velo del paraíso


Kafka: El Agrimensor K





El castillo. La conquista fallida del derecho subjetivo




Kafka en el Cine (3): El castillo


 

Contradicción en la nieve: ‘El castillo’ de Franz Kafka


Franz Kafka (1883-1924): el silencio de Dios



La culpa la tiene Kafka

Kafka: ejercicio en busca de una clave



Los últimos siete días en la vida de K.



KAFKA SALE DE VIAJE






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