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miércoles, 6 de julio de 2022

Antropoceno(1)

 

Bestiario del antropoceno


NICOLAS NOVA & DISNOVATION.OR









El Antropoceno (de griego ἄνθρωπος anthropos, 'ser humano', y καινός kainos, 'nuevo') es una época geológica propuesta por una parte de la comunidad científica para suceder o reemplazar al denominado Holoceno, la época actual del período Cuaternario en la historia terrestre, debido al significativo impacto global que las actividades humanas han tenido sobre los ecosistemas terrestres (especialmente ilustradas por la denominada 'extinción masiva del Holoceno'). No hay un acuerdo común respecto a la fecha precisa de su comienzo; algunos lo consideran junto con el inicio de la Revolución Industrial (a finales del siglo XVIII),1​ mientras que otros investigadores remontan su inicio al comienzo de la agricultura, solapando enteramente al Holoceno. El Holoceno, término usado desde 1867, época a la que pretende reemplazar o suceder, sí tiene su inicio definido formalmente por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas desde 2008, y está fijado con una sección y punto de estratotipo de límite global datada en 11 700 ± 99 años antes del año 2000.23
  1.  Crutzen, P. J. y Stoermer, E. F. (2000). «The 'Anthropocene'». Global Change Newsletter 41: 17-18.
  2.  Walker, M.; Johnsen, S.; Rasmussen, S. O.; Popp, T.; Steffensen, J.-P.; Gibbard, P.; Hoek, W.; Lowe, J.; Andrews, J.; Björck, S.; Cwynar, L. C.; Hughen, K.; Kershaw, P.; Kromer, B.; Litt, T.; Lowe, D. J.; Nakagawa, T.; Newnham, R. y Schwander, J. (2009). «Formal definition and dating of the GSSP (Global Stratotype Section and Point) for the base of the Holocene using the Greenland NGRIP ice core, and selected auxiliary records». J. Quaternary Sci.24: 3–17
  3.  Comisión Internacional de Estratigrafía. «Lista de secciones y puntos de estratotipos de límite globales» (en inglés). Consultado el 4 de abril de 2014.



El Antropoceno

Los humanos hemos cambiado la configuración y el funcionamiento de la Tierra de manera tan profunda que muchos creen que la época geológica del Holoceno —en la que hemos vivido hasta ahora— ya ha terminado para dar paso a una época geológica diferente, el ‘Antropoceno’. Este concepto ha ganado popularidad por su connotación ambiental. Según su definición original, el principio del ‘Antropoceno’ coincidiría con el inicio de la Revolución industrial, caracterizada por el espectacular aumento de los gases de efecto invernadero y otros productos de las actividades humanas. Aunque cada vez se habla más de esta nueva época, rara vez se hace con el rigor necesario: tanto en los medios tradicionales como en Internet se publican cada día nociones inexactas de lo que es, lo que significa y lo que implica. Además, aunque muchos ya lo usan como un término oficial, todavía es un vocablo informal que ni siquiera ha sido propuesto a los estamentos científicos correspondientes para su homologación.


 Valentí Rull es doctor en Biología e investigador del CSIC en el Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera (Barcelona). Su campo de investigación es la paleoecología, que utiliza como herramienta para estudiar procesos ecológicos a largo plazo relacionados con las respuestas bióticas a los cambios ambientales, el impacto de las alteraciones climáticas y las actividades humanas sobre los ecosistemas, los factores ambientales de diversificación biológica y la aplicación de todos estos conocimientos a la ecología de la conservación en escenarios futuros de cambio global. 


El Antropoceno, ¿un concepto geológico o cultural, o ambos?

Cuando Paul Crutzen y Eugene Stoermer (2000) presentaron por primera vez la idea del Antropoceno en el boletín del Programa Internacional Geósfera-Biósfera (IGBP, por sus siglas en inglés), no podían haber previsto la meteórica trayectoria del Antropoceno. Si lo hubieran sabido, seguramente no habrían publicado su propuesta en un boletín interno, sino en una revista científica prominente para alcanzar a la comunidad científica mundial. Dos años después, Crutzen (2002) rectificó esta omisión cuando presentó su hipótesis en un preciso y sucinto artículo de una página titulado “Geología de la humanidad”, en la revista Nature. Los seres humanos, sugirió, se han convertido en una fuerza geológica poderosa, tan es así, que es necesario designar una nueva época geológica para describir con precisión este desarrollo. Esta nueva “época de los seres humanos”, el Antropoceno, comenzó con la Revolución industrial a finales del siglo XVIII. La humanidad seguirá siendo una fuerza ambiental predominante durante miles de años (Crutzen, 2002: 23).

El limnólogo Eugene F. Stoermer (1934-2012) ya había comenzado a usar el término Antropoceno de manera informal en la década de 1980, pero fue el químico atmosférico Paul J. Crutzen (1933-), con todo el peso de su reputación como Premio Nobel y descubridor del agujero de ozono, quien de pronto tuvo éxito en la popularización del término. En una conferencia en Cuernavaca, México, en 2000, Crutzen -el “señor Antropoceno”-, se impacientó al escuchar que se mencionaba al Holoceno como la época geológica actual y de manera espontánea exclamó que estamos viviendo en el Antropoceno. Crutzen ha repetido esta historia de un repentino destello de intuición, un momento “eureka” de nuestros días, en múltiples ocasiones (Schwägerl, 2015), y Will Steffen, presente en esa conferencia, lo ha confirmado, y así se ha codificado un atractivo mito fundacional de los orígenes del término (Steffen, Crutzen y Stoermer, 2013: 486).





Crutzen cuenta una historia adicional como parte de este mito fundacional: después de que algunos colegas sugirieran que él debía reclamar la paternidad del término, descubrió que Stoermer lo había elaborado de manera independiente. La autoría conjunta del artículo en el boletín del IGBP, que comenzó todo el debate actual, es un reflejo de esta cocreación.

Hoy, menos de dos décadas después de la publicación del artículo de Crutzen y Stoermer, la discusión acerca de la “época de los seres humanos” se ha expandido más allá del ámbito de las ciencias biológicas y geológicas. Se ha convertido -algunos estudiosos se han quejado de esto- en parte de la “cultura popular” (Autin y Holbrook, 2012: 60-61). Investigadores de diversas disciplinas -antropología y teología, geografía y paleografía, arte y literatura- se han involucrado en análisis intensos del Antropoceno. Además, el Antropoceno ya no se limita al ámbito académico y es ampliamente debatido por los medios de comunicación y el público en general. Para dar un ejemplo de hasta qué punto el concepto se ha extendido en el ámbito público, el Deutsches Museum -principal museo de ciencia y tecnología de Alemania- y el Rachel Carson Center for Environment and Society (RCC) crearon la primera gran exposición del mundo sobre el tema: “Bienvenidos al Antropoceno: la tierra en nuestras manos”. Se asociaron con la Haus der Kulturen der Welt -Casa de las Culturas del Mundo, centro destacado para las artes y la cultura-, que en 2013 y 2014 dedicó todas sus actividades al Proyecto Antropoceno (Möllers, Schwägerl y Trischler, 2015Renn y Scherer, 2015Robin et al., 2014).


¿Qué es tan importante en las discusiones sobre el Antropoceno? 

Para entender los debates actuales es crucial distinguir entre el Antropoceno en un sentido científico, como un concepto geológico, y el Antropoceno como concepto cultural, en un sentido más amplio. Este artículo arroja luz sobre el controvertido debate acerca del Antropoceno y analiza su trayectoria dual inextricablemente vinculada como un término geológico y como un término cultural. Se argumenta que el debate acerca de la “época de los seres humanos” es una buena oportunidad tanto para superar la división temporal, ontológica, epistemológica e institucional entre naturaleza y cultura que ha dado forma a la visión del mundo occidental desde el siglo XIX, como para explorar nuevas formas de colaboración interdisciplinaria y transdisciplinaria.



El Antropoceno como un concepto geológico

El debate sobre el Antropoceno como un término geológico es mucho más antiguo. Se remonta a finales del siglo XVIII, precisamente el periodo propuesto por Crutzen y Stoermer como la fecha de comienzo de la nueva época. Seguramente no es casualidad que la idea sea tan antigua como el fenómeno que describe. A medida que la industrialización dejó una marca visible en el mundo, los científicos empezaron a prestar atención. En 1775, el naturalista francés Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, distinguió entre la naturaleza original y la naturaleza civilizada por el ser humano y observó que “toda la faz de la tierra lleva la huella del poder humano” (1778: 237).1 En 1864, George P. Marsh describió el poder transformador de los seres humanos, en particular nuestra influencia en la morfología de la superficie de la Tierra. El sacerdote y geólogo italiano Antonio Stoppani sugirió algo muy cercano a la palabra actual cuando escribió acerca de un “antropozoico” en 1873, para subrayar que la era moderna fue dominada por la humanidad. A principios del siglo XX, conforme el impacto de la humanidad se aceleró, estos comentarios se hicieron más frecuentes. En 1913, Vladimir I. Vernadsky (2006) subrayó el papel de los seres humanos como una “fuerza geológica significativa” y su profesor A. P. Pavlov habló de una “era antropogénica”.2 Sólo dos años después, un joven científico alemán, Ernst Fischer (1915), publicó el artículo “Der Mensch als geologischer Faktor”, y en 1922, Robert L. Sherwood publicó un libro en Londres con un título casi idéntico: El hombre como un agente geológico. A finales del siglo XX, numerosos investigadores anticiparon la idea del Antropoceno. El más destacado fue el biólogo Hubert Markl (1986), quien en la década de 1980 se refirió al Anthropozoikum para describir la era actual.

© Deutsches Museum 2014.

Solar Energy, una historia de Sophie Artz (sophieartz.tumblr.com). Parte de la antología de cómics Anthropocene Milestones: Illustrating the Path to the Age of Humans. 

Cuando Hubert Markl propuso utilizar el término Anthropozoikum no estaba preocupado por la datación del nuevo tiempo geológico: para él lo importante era que este tiempo, marcado en particular por una pérdida masiva de biodiversidad, ya había comenzado. Sin embargo, subestimó los desafíos de su definición. Aunque los defensores del Antropoceno están completamente de acuerdo en que la humanidad, con una tecnología altamente desarrollada, es ahora el actor geológico dominante y continuará siéndolo durante mucho tiempo por venir, hay poco acuerdo sobre la fecha que marca el comienzo de la nueva época. Para Crutzen y Stoermer, en el cambio de siglo, no parecía haber duda de que la datación del Antropoceno debía corresponder con el principio de la industrialización -en específico, con el desarrollo de la máquina de vapor de Watt-, a finales del siglo XVIII. Desde entonces, se han propuesto nueve fechas posibles, la mayoría de las cuales se agrupa en la era moderna, entre 1610 y 1964 (Lewis y Maslin, 2015: 171-180). Tres de estas propuestas han sido prominentes en el debate.



La primera sugerencia se centra en la transición de las sociedades nómadas de cazadores, recolectores y pescadores hacia el establecimiento de sociedades permanentes dedicadas a la agricultura, que se produjo, según los conocimientos actuales, hace alrededor de 11 700 años, en el Creciente Fértil en el Cercano Oriente, conocida como la revolución neolítica (Trischler, 2015: 26-27). Este proceso, que duró unos 5 000 años, de ninguna manera fue una revolución en el sentido de un cambio súbito en el orden social, pero fue una verdadera transformación: los seres humanos alteraron grandes porciones del paisaje e intervinieron en el acervo genético natural mediante el cultivo de plantas para cosechas y la domesticación de animales en una escala sin precedentes. La “invención” de las sociedades sedentarias, la agricultura y la cría de animales y plantas estaba estrechamente vinculada a las nuevas tecnologías: la cerámica horneada hizo posible almacenar productos agrícolas para su uso posterior. La mejora de las herramientas de piedra y las innovaciones en los métodos de construcción proporcionaron una base para los asentamientos permanentes. La invención del arado hizo posible surcar la tierra para el cultivo y aumentar la productividad.

La revolución neolítica dejó huellas detectables en el registro geológico. Innumerables elementos de evidencia de palinología, arqueología, geología, historia y antropología cultural apoyan la tesis de que las alteraciones humanas en el paisaje de Eurasia comenzaron durante la Edad de Piedra tardía y ganaron un nuevo atributo durante las edades de Bronce y Hierro. Según algunos autores, sólo la intervención humana puede explicar por qué la concentración de dióxido de carbono y metano en la atmósfera presenta un aumento anómalo durante el Holoceno Medio -del siglo VI al siglo III, a. C. -, sustancialmente mayor que las fluctuaciones durante los miles de años previos (Petit et al., 1999).

En segundo lugar, ¿cuál es la evidencia que apoya la datación propuesta por Crutzen que sitúa el comienzo del Antropoceno a finales del siglo XVIII? Hay bibliotecas enteras con literatura sobre si el proceso de industrialización que se originó en Gran Bretaña y transformó por completo a la sociedad, por medio de la tecnología, a lo largo de casi un siglo, puede llamarse propiamente “revolución”. Sin embargo, resultó en la transformación de las sociedades afectadas por la industrialización. Una transformación que de hecho fue bastante revolucionaria en sus efectos. La fuerza impulsora detrás de ella fue una vez más la innovación tecnológica. Tres procesos principales trabajaron juntos: la mecanización de la mano de obra; la producción a gran escala y la transformación de la energía creada por la máquina de vapor, y la explotación intensiva y extensiva, la producción y el uso de carbón y hierro.



Los efectos de la industrialización en el medio ambiente y la sociedad fueron aún más esenciales, de largo alcance y duraderos que los de la revolución neolítica. No es casualidad que las discusiones sobre el medio ambiente hayan aumentado de forma constante desde la década de 1830. Los contemporáneos comenzaron a notar que la nueva tecnología alteraba el paisaje y el medio ambiente a profundidad, y con frecuencia incluso su sustento. En el discurso ambiental de los siglos XIX y XX, la percepción de un cambio en la relación entre la naturaleza y sociedad fue la preocupación principal, además de problemas concretos, por ejemplo, los conflictos sobre la distribución de los recursos naturales, como agua, madera, aire y tierra. En particular extremos fueron los efectos del enorme incremento en el uso de fuentes de energía fósiles que resultaron del uso a gran escala de máquinas alimentadas con carbón. A partir del siglo XIX, ciudades industriales británicas, como Manchester, Glasgow e incluso Londres, adquirieron el dudosamente honorífico título de big smoke -gran humo- (Uekötter, 2009: 20-65). Las locomotoras a carbón y vapor fueron una de las muchas tecnologías basadas en el uso de combustibles fósiles. La rápida propagación del ferrocarril le dio a las industrias del hierro y el acero un gran impulso y aceleró el ritmo de la industrialización. Si revisamos las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera como un indicador de cambio simple pero significativo, veremos que se incrementó en relación con los niveles preindustriales de 270-275 partes por millón (ppm) a 310 ppm en la segunda mitad del siglo XX (Petit et al., 1999Bonneuil y Fressoz, 2016: 15-16).




La tercera datación propuesta, la “gran aceleración” a mediados del siglo XX, evita usar el término “revolución”, pero en vista de la compresión temporal de los acontecimientos, podría describirse mejor así. Como ha demostrado un equipo internacional de investigadores climáticos y del sistema Tierra -Earth system scientists- encabezado por Will Steffen, durante el transcurso de la década de 1950 las curvas de numerosos parámetros cambiaron de una forma lineal a un crecimiento exponencial (Steffen, 2005Steffen et al., 2015). Esta curva característica, que recuerda a un palo de hockey, se presenta a escala global en fenómenos como el uso de recursos -petróleo crudo, agua y fertilizantes artificiales-, así como la construcción de presas, vehículos, teléfonos y restaurantes McDonald’s, e indicadores económicos, por ejemplo, el aumento del turismo internacional, las inversiones extranjeras y el producto nacional bruto. Incluso antes de que comenzara el discurso del Antropoceno, Christian Pfister, historiador económico y ambiental, señaló la mitad del siglo pasado como un importante punto de inflexión, llamado el “síndrome de la década de 1950” (Pfister, 1995). El rápido incremento en el consumo de energía, junto con la motorización masiva de grandes partes del mundo, fue de la mano con el desarrollo de la sociedad de consumo, que se basa en una corriente interminable de innovaciones tecnológicas.

Además de estos contendientes primarios para la periodización del Antropoceno, hay una serie de propuestas adicionales formuladas por equipos individuales de investigadores que a menudo ganan una visibilidad significativa debido a su cobertura en los medios de comunicación masiva. En mayo de 2014, por ejemplo, los hallazgos de un grupo internacional de científicos del Instituto de Investigación del Desierto, en Reno, Nevada, Estados Unidos, fueron noticia en la revista Nature y rápidamente encontraron su camino en los medios de noticias diarias (McConnell et al., 2014). Estos científicos han demostrado que cuando Robert C. Scott y Roald Amundsen llevaron sus expediciones a la Antártida en 1911, en una competencia por ser el primero en llegar al Polo Sur, la nieve y el hielo que se esforzaron en cruzar difícilmente era puro e intacto por la actividad humana. Por el contrario, incluso entonces, en los albores de la Primera Guerra Mundial, la industrialización había dejado sus huellas en la Antártida, el único lugar en la Tierra que parecía haber sido menos impactado por la civilización. A partir de muestras tomadas en 16 ubicaciones distintas en el hielo de la Antártida, este equipo de científicos midió la cantidad anual de contaminación por plomo depositada en la atmósfera entre los años 1600 y 2010. Demostraron que para 1889 la contaminación industrial por plomo, emitida originalmente por la minería y las actividades de fundición, chimeneas de fábricas y motores de combustión, ya se encontraba presente en grandes cantidades, en algunas muestras, dos décadas antes de que los primeros exploradores llegaran al Polo Sur. A finales del siglo XIX, los niveles de plomo depositado en la Antártida fueron más altos que en cualquier momento en el siglo XX. Los datos mostraron que los niveles de contaminación por plomo alcanzaron un máximo alrededor de 1900, que continuó en la década de 1920 antes de volver a caer de nuevo.

Termoeléctrica de Tula, Hidalgo, 2010.

PAVEL LARA LOZADA. 

En la primavera de 2015, otra propuesta de datación recibió mucha atención en los medios de comunicación masiva. En un artículo, de nuevo publicado en Nature, científicos británicos propusieron que la fecha de comienzo del Antropoceno debería retroceder hasta principios del siglo XVII (Lewis y Maslin, 2015). Argumentaron que las consecuencias de la actividad humana, en particular la colonización de América, estaban ya tan extendidas que un efecto global podría ser identificado, incluso antes de la Revolución industrial. Sus análisis de muestras de núcleo de hielo mostraron una caída prominente en los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera de la Tierra en 1610. Su causa era un efecto retardado de la llegada de los europeos a América. La colonización del Nuevo Mundo causó la muerte de unos 50 millones de indígenas americanos como resultado de la guerra y las enfermedades introducidas por los europeos, como la viruela. La caída dramática en la población significó que grandes extensiones de tierra que anteriormente se cultivaban quedaran sin explotar y nuevamente se convirtieran en selva. Este aumento de vegetación capturó enormes cantidades de dióxido de carbono de la atmósfera. En 1610, este efecto alcanzó su punto máximo y dejó un rastro marcado en el registro geológico en forma de un descenso en la concentración de dióxido de carbono atmosférico. Que un impacto de ese tipo, relativamente pequeño, sirva hasta la fecha como un marcador del comienzo del Antropoceno es algo severamente cuestionado por muchos geólogos (Zalasiewicz et al., 2015b).




Hace varios años, al Grupo de Trabajo del Antropoceno (AWG, por sus siglas en inglés) se le encomendó la tarea de examinar las evidencias científicas sobre el Antropoceno y presentar a la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario una propuesta formal basada en sus propias investigaciones estratigráficas. Esta organización reporta a la Comisión Internacional de Estratigrafía, que depende de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas. Sólo después de que la propuesta haya pasado con éxito por estos cuatro organismos científicos, la existencia de una nueva división geológica será considerada oficial. Con el fin de ser aceptada en este riguroso proceso examinador, una propuesta debe cumplir tres criterios principales:

  • 1. Una base sincrónica, que es el mismo tiempo de comienzo del Antropoceno en todas partes del mundo, lo que representa un evento decidido de antemano para la definición.

  • 2. Una posición especificada en el registro sedimentario que define esta base sincrónica, es decir, una sección estratotipo y punto de límite global -Global Boundary Stratotype Section and Point, GSSP, por sus siglas en inglés-, conocido como “clavo de oro”.

  • 3. Un rango especificado en la jerarquía estratigráfica -etapa, época, periodo, era-.

El AWG presentó un adelanto de su propuesta en agosto de 2016, en el 35 Congreso Internacional de Geología, celebrado en Sudáfrica, en torno a la pregunta: ¿en qué medida las acciones humanas están registradas como señales medibles en los estratos geológicos, y el mundo del Antropoceno es marcadamente distinto a la época estable del Holoceno de los últimos 11 700 años que permitieron que la civilización humana se desarrollara? (University of Leicester, Press Office, 2016a). Para responder, están examinando lo que se conoce como firmas estratigráficas, que incluyen una amplia variedad de posibles formas de evidencia, en particular:

  • • Nuevos materiales, como aluminio elemental, concreto, plástico y partículas esferoidales carbonáceas;

  • • alteraciones en los procesos de creación de sedimentos, por ejemplo, la eutrofización por los fertilizantes, la captura de sedimentos en las presas, la erosión por la minería o la deforestación;

  • • señales geoquímicas alteradas en los sedimentos y capas de hielo, por ejemplo, aumentos en los hidrocarburos aromáticos policíclicos, metales pesados, residuos de plaguicidas, aumento del nitrógeno y fósforo;

  • • presencia en los sedimentos y hielo de radionucleidos naturales y artificiales liberados por las pruebas de bombas nucleares;

  • • cambios en el ciclo del carbono sobre la base de datos de muestras de núcleos de hielo;

  • • aumento de la temperatura global y elevación del nivel del mar;

  • • alteraciones en la biodiversidad, por ejemplo, la desaparición acelerada de especies, la homogeneización debido a la agricultura y la cría de animales, y la suplantación de la biota establecida por las especies invasoras introducidas por humanos.




Un artículo publicado recientemente en la importante revista Science, presenta la respuesta preliminar de los investigadores del Antropoceno a esta cuestión: “el Antropoceno es funcional y estratigráficamente distinto del Holoceno”, declara el título del artículo. El grupo encontró marcas estratigráficas que eran o bien completamente nuevas o caían sustancialmente fuera del nivel de variación del Holoceno. Todos estos cambios ocurrían, además, de forma acelerada. Los datos reunidos sugieren que el límite inferior del Antropoceno debe situarse en la mitad del siglo XX (Waters et al., 2016). Su preferencia sería posicionarlo en la jerarquía estratigráfica como una época, al igual que el Holoceno. Como alternativa, otros investigadores indicaron que la clasificación del Antropoceno como una nueva edad dentro del Holoceno -después del Greenlandian, de 11 700 a 8 200 años antes de 2000 d. C.; el Northgrippian, de 8 200 a 4 200, y el Meghalayan, de 4 200 al presente (Head y Gibbard, 2015)- también sería una opción.

A finales de agosto de 2016, el AWG presentó su resumen de la evidencia y recomendaciones provisionales. Sus 35 miembros, con una sola abstención, estuvieron de acuerdo en que el concepto de Antropoceno “es geológicamente real” y el fenómeno de escala suficiente para considerarlo parte de la Escala de Tiempo Geológico oficial. La mayoría de miembros del AWG también está de acuerdo en la asignación de una época que signifique que el Holoceno ha terminado (University of Leicester, Press Office, 2016b).

No es seguro que la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario apruebe sin críticas y propuestas de modificación la sugerencia y la turne al siguiente organismo científico superior, la Comisión Internacional de Estratigrafía. Su presidente, Martin J. Head, ha expresado escepticismo y ha sugerido que las muchas desventajas de la definición de una nueva época geológica superan a las pocas ventajas: la época del Holoceno sería recortada, algo que nunca había sucedido en los 200 años de historia de la geología. Toda la escala de tiempo geológica sería mutilada y convertiría una enorme cantidad de literatura sobre el Holoceno en obsoleta. Pedir a los conservadores expertos estratigráficos que acepten una propuesta de este tipo es una gran solicitud. Las objeciones de los estratígrafos oscilan desde argumentos puramente científicos, como cuestionar la duración a largo plazo de los posibles indicadores de este límite, como la presencia en los sedimentos de los isótopos radioactivos resultantes del uso y las pruebas de armas nucleares, que sólo persistirán durante 100 000 años, hasta las reservas morales, como que nombrar un intervalo en la historia de la Tierra por primera vez no sólo haciendo referencia a una sola especie, sino en “honor” de una especie que resultamos ser nosotros mismos, fortalecería la arrogancia que debemos superar si queremos crear un Antropoceno ecológicamente más robusto (Gibbard y Walker, 2013Finney y Edwards, 2016).

La propuesta puede ser aprobada por la Subcomisión de Estratigrafía del Cuaternario sólo si una mayoría calificada -al menos 60% de sus miembros- vota a favor. Si no se alcanza esta mayoría, el debate estratigráfico sobre el Antropoceno como una fase distinta en la historia geológica de la Tierra no se terminará. Es importante recordar que el debate sobre el Antropoceno ya no es un tema de interés sólo para los geólogos. Desde hace tiempo ha sido adoptado por otras disciplinas de las ciencias naturales y más allá. Los climatólogos y químicos atmosféricos, ecólogos y oceanógrafos, y muchos otros expertos en ciencias de sistemas relacionados con la Tierra tienen una visión más amplia sobre los cambios en el planeta inducidos por el ser humano, que lo que está implícito en la búsqueda de evidencias geológicas en los estratos rocosos. De hecho, el AWG apoya una comprensión del concepto más amplia, que no sólo se relaciona con detectar la influencia humana en la estratigrafía, sino que “refleja un cambio sustancial en el sistema de la Tierra” (Zalasiewicz et al., 2015a: 197; Steffen et al., 2016). En esta mayor comprensión sistémica, el Antropoceno se conecta con el esfuerzo por identificar los “límites planetarios” y el llamado “espacio operativo seguro para la humanidad” (Rockström et al., 2009Steffen et al., 2015). Si los estratígrafos terminan votando en contra de la propuesta de una nueva época en la historia de la Tierra, el término continuará siendo utilizado por científicos en un sentido sistémico más amplio (Hamilton et al., 2015: 3).



El Antropoceno como un concepto cultural

La ola de atención puesta en marcha por el reciente artículo del AWG en Science se extendió en los medios de comunicación populares y resaltó cómo el debate sobre el Antropoceno hace tiempo que escapó de los confines de la academia y entró en el discurso público. Incluso antes de la publicación de la versión impresa del artículo, aparecieron textos en línea en medios de noticias como The Guardian, Daily Mail, The Washington Post, Frankfurter Allgemeine Zeitung, Züricher Tagesanzeiger, New Scientist y Scientific American. El mismo día en que se publicó la edición impresa, los principales medios de comunicación de todo el mundo informaron que la comunidad científica había propuesto la designación de una nueva época geológica. El Antropoceno ha captado el interés de los medios de comunicación y se está convirtiendo en una cuestión con implicaciones culturales, que disuelve las fronteras entre ciencia y sociedad.

Ésta es precisamente la mayor importancia del Antropoceno como concepto cultural, que difumina los límites establecidos en muchos ámbitos. Lo más importante, sin embargo, es que abre la posibilidad de liberarnos de dicotomías tradicionales, como naturaleza-cultura, y de redefinir la relación entre el medio ambiente y la sociedad como inextricablemente entrelazados. Bruno Latour va un paso más allá y desafía no sólo la dicotomía moderna de la naturaleza y la cultura, sino su existencia como categorías separadas en primer lugar:

El punto de vivir en la época del Antropoceno es que todos los agentes comparten el mismo destino que cambia de forma. Un destino que no se puede seguir, documentar, decir y representar mediante el uso de cualquiera de los atributos más viejos asociados con la subjetividad o la objetividad. Lejos de tratar de “conciliar” o “combinar” la naturaleza y la sociedad, la tarea política fundamental es, por el contrario, distribuir la agencia tan lejos y de una forma tan diferenciada como sea posible, hasta que hayamos perdido por completo cualquier relación entre estos dos conceptos de objeto y sujeto, que no son más de interés, excepto patrimonial (2014: 17).



 

Latour concluye con un interesante paralelismo entre el actual debate sobre el papel de los seres humanos como una fuerza geológica y la controversia sobre el estado de los seres humanos en el universo, que Galileo Galilei puso en marcha hace más de 400 años, cuando presentó la tesis de que la Tierra se movía alrededor el sol y cuestionó la concepción establecida del mundo, lo que atrajo la atención de la Inquisición. La tesis del Antropoceno no es que “la Tierra se está moviendo”, sino más bien que “la Tierra se mueve” por los seres humanos (Latour, 2014: 3-4). Esta tesis también altera de manera radical nuestra concepción del mundo y convoca a la inquisición de nuestra época, que Latour identifica sobre todo como esos círculos en la política y la industria que niegan que los seres humanos son la causa del cambio climático.3

La capacidad del Antropoceno para desafiar categorías y límites establecidos es evidente incluso dentro del AGW. Curiosamente, sus debates científicos incluyen no sólo las aportaciones de los geólogos y biólogos -esto es, expertos en estratigrafía y biodiversidad-, sino también de expertos en una amplia variedad de disciplinas. Los 37 miembros de ese grupo de trabajo abarcan investigadores de derecho, antropología e historia, esta última representada por el historiador mundial y ambiental John McNeill y la historiadora de la ciencia Naomi Oreskes. Por primera vez en la historia de la geología, las decisiones sobre la periodización geológica se están discutiendo no sólo entre un grupo selecto de expertos en estratigrafía, sino en un entorno interdisciplinario, en el que las ciencias naturales, las ciencias sociales y las humanidades contribuyen con sus conceptos de tiempo, espacio, producción de evidencia e interpretación. Esto es en sí mismo un escenario muy interesante, que invita, es más, requiere historiadores de la ciencia y la tecnología para reflexionar sobre las consecuencias epistemológicas más amplias de estos marcos interdisciplinarios de producción de conocimiento.

Las voces críticas que expresan dudas sobre el valor analítico del Antropoceno no se limitan a las ciencias geológicas. Como concepto cultural también ha sido desafiado en una amplia variedad de puntos. Algunos críticos dudan acerca de si, como una manera de definir la relación entre naturaleza y cultura, y medio ambiente y sociedad, ofrece algo que las categorías analíticas ya establecidas no pueden. Otros tienen preocupaciones más profundas: temen que el nombramiento de una nueva época geológica que hace referencia a los seres humanos proporcione un estímulo masivo para el ya rampante antropocentrismo y cause que el respeto humano por el valor moral intrínseco de la naturaleza disminuya aún más (LeCain, 2015).4 Por otra parte, algunos antropólogos, expertos en “antropos” como una entidad cultural, se sienten incómodos con el término. Para ellos significa toda la humanidad, cuando sólo pequeños grupos de personas en los países industriales son los verdaderos responsables de los problemas ambientales de la modernidad. En lugar de estimular el cambio social y político urgentemente necesario, el término oscurece la responsabilidad concreta al hacer hincapié en las cualidades intrínsecas humanas en lugar de en las opciones que resultan de los intereses capitalistas establecidos (Malm y Hornborg, 2014).




Que no haya malentendidos: el Antropoceno como un concepto cultural no se beneficiaría de nada tanto como de un debate constructivo y crítico acerca de su potencial y eficacia para la redefinición de la relación entre los seres humanos y la naturaleza. Pero el extenso reproche que fortalece fundamentalmente el antropocentrismo no entiende el punto analítico de la convergencia del concepto. El Antropoceno no trata enfáticamente acerca de la afirmación de la dicotomía entre naturaleza y cultura que se ha desarrollado a lo largo de la era moderna, sino sobre poner en duda crítica al antropocentrismo que ha resultado de esto. No es casualidad que el Antropoceno como concepto cultural haya encontrado resonancia particular entre los defensores de los enfoques poshumanistas. La difuminación de las fronteras entre naturaleza y cultura en el Antropoceno otorga agencia sobre actuantes no humanos (Latour, 2014) e identifica una amplia variedad de androides e híbridos en el espacio abierto de formas de existencia poshumanistas.

Fábrica de bebidas yucatecas tradicionales de coco y sus derivados. Mérida, Yucatán, junio de 2015.

OCTAVIO HOYOS 

Concebido de esa manera, el Antropoceno, en última instancia, hace posible un cambio de perspectiva sobre la humanidad y nuestra singularidad entre las otras especies en el planeta. La humanidad se convierte, en palabras de la investigadora literaria y teórica Ursula Heise, pionera poshumanista, en sólo una parte de “las redes de agencias distribuidas que incluyen animales, plantas, sustancias y objetos” del mundo (2015: 40). Heise ofrece un ejemplo. Desde una perspectiva poshumanista, el concepto de Antropoceno significa ser consciente de que…

incluso una simple afirmación de mi propia agencia como “iré a Berlín mañana” depende de una multitud de objetos, sustancias, procesos e instituciones, que yo controlo sólo parcialmente o [no controlo] en absoluto (cafeína, trigo, aspirina, gasolina, caucho, asfalto, carreteras, fabricantes de automóviles, control del tráfico aéreo, horarios, equipaje y redes de teléfonos celulares, por nombrar sólo algunos) (2015: 40).

Donna Haraway, la “gran dama” de los estudios feministas, está de acuerdo y concluye que, lógicamente, hablar del Antropoceno significa hablar del Capitaloceno (2015). En esto se une a las filas de los numerosos politólogos, antropólogos, sociólogos, economistas y filósofos que sugieren que el Antropoceno, como se ha desarrollado desde la industrialización, está estrechamente vinculado con el capitalismo (Head, 2014Moore, 2016).

Como era de esperarse, el Antropoceno está siendo intensamente debatido en particular entre los historiadores.5 Como expertos en periodos temporales de la historia humana, los historiadores de todo tipo tienen una conexión directa con los temas que se discuten en el debate del Antropoceno: todas las propuestas para definir el límite temporal del Antropoceno se ocupan de cuestiones centrales estudiadas por la historia de la ciencia, la historia de la tecnología y la historia ambiental. Por lo tanto, es relevante -en especial, para ellos- participar en el debate sobre el Antropoceno. Sobre la cuestión de la definición geológica del Antropoceno, John McNeill y Naomi Oreskes tienen, por así decirlo, un mandato oficial para representar a sus comunidades y la experiencia específica de cada una. Pero para los historiadores que entran en la discusión sobre el Antropoceno como un concepto cultural, la participación en el debate significa nada menos que enfrentar el reto de examinar de manera crítica las historias y discursos establecidos y escudriñar los fundamentos teóricos, metodológicos y conceptuales de la investigación histórica.

Varios historiadores han aceptado este desafío. Por ejemplo, John McNeill recurre a su experiencia como miembro del AWG para narrar la historia del mundo desde 1945 como la del despliegue del Antropoceno, que resultó de la gran aceleración en general y de la expansión masiva del uso de combustibles fósiles en específico, y “más que cualquier otro cambio”, inauguró la nueva época (McNeill y Engelke, 2014: 367; 2016). Como historiador ambiental interesado en la circulación de los recursos, McNeill se refiere en particular al uso de energía de combustibles fósiles a gran escala, las emisiones de dióxido de carbono y dióxido de azufre, el uso de agua dulce y el riego, el uso de fertilizantes y la liberación de sustancias químicas tóxicas, por nombrar sólo unos pocos indicadores de cambio ambiental durante la gran aceleración. Para los geólogos en necesidad de un caso claro de clavo de oro, él propone examinar los huesos y dientes de los mamíferos nacidos en las décadas de 1940 y 1950, que por primera vez en la historia incluyen una marca química que resultó de las pruebas de armas nucleares. El tratado de prohibición de pruebas de 1963 comenzó a debilitar la marca de los radionucleidos. Algunos de estos huesos y dientes terminarán en una capa de sedimento que distingue la mitad del siglo XX de todo lo anterior y todo lo que vino después.

La ciencia política, la antropología, la sociología y la filosofía, junto con la historia, son las comunidades de las humanidades y las ciencias sociales en las que el Antropoceno como concepto cultural está siendo debatido con más intensidad. Un breve resumen como éste no puede discutir de manera adecuada todos los aspectos de un discurso tan amplio y multifacético. Como un indicio de su importancia, hay varias revistas nuevas dedicadas al tema: Elementa: Science of the Anthropocene y Anthropocene, ambas en representación exclusiva de las ciencias naturales, y The Anthropocene Review, que se centra además en las perspectivas de las humanidades y las ciencias sociales. Para no distorsionar el panorama, es necesario añadir que otras comunidades académicas también están involucradas en las discusiones sobre el Antropoceno, por ejemplo, el derecho (Kersten, 2013Eagle, 2016) y la religión (Szerszynski, 2006Deane-Drummond et al., en prensa). Tampoco se limita a las discusiones teóricas en las artes, la estética y la teoría cultural. Artistas y arquitectos están empezando a responder al imperativo geológico en su práctica y discuten la importancia del término para su obra (Davis y Turpin, 2015Turpin, 2013).

El Antropoceno también se ha establecido en otro ámbito basado en la práctica, como la educación y la enseñanza, en el que ha sido acogido como un poderoso instrumento para poner a prueba nuevos métodos de educación ambiental (Leinfelder, 2013Lloro-Bidart, 2015). Las instituciones dedicadas a la difusión del conocimiento, museos y centros de exposiciones, a menudo inspirados en la innovadora exposición en el Deutsches Museum, han descubierto que el tema ofrece una forma de ampliar su repertorio conceptual y temático (Robin et al., 2014). En la actualidad, varias docenas de exposiciones sobre el Antropoceno se están preparando en todo el mundo. A partir de una de estas iniciativas, el Proyecto Antropoceno de la Haus der Kulturen der Welt, en Berlín, ha surgido un ambicioso esfuerzo sin precedentes para crear un plan de estudios interdisciplinario para el Antropoceno (The Anthropocene Curriculum, 2015).6 Algunos estudiosos de las humanidades, representados prominentemente por Jürgen Renn, coorganizador del plan de estudios del Antropoceno y director del Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia, ven el debate sobre el Antropoceno como una oportunidad para reestructurar nuestro sistema de conocimiento de manera que sea fundamentalmente interdisciplinario y reflexivo, así como radicalmente orientado al diálogo con el público (Renn et al., 2015). Sus interdisciplinariedad y transdisciplinariedad inherentes son otra forma en la que el Antropoceno revela su poder para difuminar fronteras y trascender barreras.

El concepto “Antropoceno” implica algo más que un intercambio de ideas científicas, es más bien un sitio en el que se renegocian posiciones éticas fundamentales. La gran controversia acerca del “buen Antropoceno”, comenzada por Erle C. Ellis (2012), encapsula esto como ningún otro tema en el debate. Ellis, un geógrafo y ecólogo del paisaje estadounidense, ve que “los únicos límites para la creación de un planeta del que las generaciones futuras estén orgullosas son nuestra imaginación y nuestros sistemas sociales”. Continúa: “al avanzar hacia un mejor Antropoceno, el medio ambiente será lo que hagamos de él” (2015: 54).

La idea del “buen Antropoceno” ha provocado críticas generalizadas de aquellos que temen que allana el camino para conceptos cuestionables de geoingeniería (Latour, 2012; 2015; Hamilton, 2015; Hourdequin, en prensa). Los críticos señalan que hace varios años, nada menos que el “padre” del Antropoceno, Paul J. Crutzen, desesperado por los efectos del cambio climático antropogénico, publicó la sugerencia de detener el calentamiento global mediante la inyección de 1.5 millones de toneladas de partículas de dióxido de azufre a la atmósfera con el fin de reflejar la luz del sol (Crutzen, 2006). Crutzen ha sido muy criticado por esto. Como consecuencia de esa conversación sobre intervenciones tecnológicas cuando las consecuencias a largo plazo para el clima y la Tierra son completamente desconocidas, la idea del Antropoceno ha dejado a muchos un mal sabor de boca (Hamilton, 2013).

Ellis pertenece también a un grupo de 18 autores que publicó un “Manifiesto ecomodernista” en abril de 2015. Se basa en la convicción de que “el conocimiento y la tecnología, aplicados con sabiduría, podrían permitir un buen, o incluso grandioso, Antropoceno” (Asafu-Adjaye et al., 2015). Un buen Antropoceno “exige que los seres humanos utilicen sus crecientes poderes sociales, económicos y tecnológicos para mejorar la vida de las personas, estabilizar el clima y proteger el mundo natural” (Asafu-Adjaye et al., 2015). Entre los autores del manifiesto están Michael Shellenberger y Ted Nordhaus, fundadores del Breakthrough Institute -un centro de estudios estadounidense con estrechos vínculos con la industria-, quienes han publicado libros sumamente polémicos que predicen el fin del movimiento ambiental, se oponen a las negociaciones climáticas y defienden el uso constante de la energía nuclear con la finalidad de proteger el clima (Shellenberger y Nordhaus, 2005Nordhaus y Shellenberger, 2007). De manera característica, el Breakthrough Institute también pide nuevas narrativas, que proporciona en sus propias historias revisionistas. Es particularmente controvertido el intento de recalcular los costos acumulados de la energía nuclear a lo largo del tiempo mientras que confía en tesis extremadamente dudosas, como “no hay una tendencia inherente en el aumento de los costos de la energía nuclear” y los costos de reactores nucleares “incrementan antes de caer”, que el Instituto ofrece como consejos para legisladores para justificar la construcción de nuevos reactores en lugar de alejarse de la energía nuclear (Lovering, Yip y Nordhaus, 2016).

Parque eólico Valle de los Vientos, Calama, Chile, abril de 2015.

GWENNHAEL HUESCA REYES  

El debate cultural sobre el Antropoceno se interesa nada menos que en las cuestiones más centrales de nuestra sociedad: ¿cómo será el futuro? ¿Cómo debemos hacer negocios, trabajar y vivir? ¿Qué papel tendrá la tecnología en esto? ¿Qué formas de producción y comunicación del conocimiento son adecuadas para el Antropoceno? Por último, ¿qué narrativas necesitamos para comprender mejor el papel planetario de los seres humanos como actores que afectan a todo el sistema de la Tierra? Esto es lo que hace que la discusión sea tan fascinante y tan relevante para hoy y mañana.

Perspectiva

Después de pocos años de haber aparecido en escena, el término Antropoceno se ha extendido ampliamente en la academia y ha ganado una fuerte adherencia social. El concepto es tan refutado como generativo. Ha estimulado una variedad de “narrativas y visiones del mundo sobrepuestas y conflictivas”, muchas de ellas cargadas con afirmaciones de largo alcance (Moore, 2015: 1). Por ejemplo, según Latour, el Antropoceno es nada menos que “el concepto filosófico, religioso, antropológico y, como veremos, político más decisivo producido hasta el momento como una alternativa a las nociones mismas de ‘moderno’ y ‘modernidad’” (Latour, 2013: 77). Para sus compatriotas Christophe Bonneuil y Jean-Baptiste Fressoz, el “choque del Antropoceno” pide un “reencuentro [conceptual] del tiempo humano (histórico) y del tiempo de la Tierra (geológico)” para superar la división temporal, ontológica, epistemológica e institucional entre la naturaleza y la cultura, el medio ambiente y la sociedad, que ha dado forma a la visión del mundo occidental desde el siglo XIX. En otras palabras, las “narrativas grandiosas e impotentes sobre la modernidad” (Bonneuil y Fressoz, 2016: 33, 290). De hecho, la reintegración de lo no humano en narrativas históricas y ontologías antropológicas es tal vez el común denominador con el que la mayoría de los investigadores que trabajan sobre el Antropoceno estarían de acuerdo.

Como se muestra, el concepto ya ha catalizado un paisaje floreciente de la investigación innovadora en muchos campos académicos. Sin embargo, esto es sólo el comienzo de una trayectoria intelectual que sondeará el potencial heurístico y analítico del concepto. Tomará muchos años, si no es que décadas, para que el concepto de Antropoceno despliegue su poder transformador tanto para las ciencias naturales como para las humanidades. Ya en la actualidad, el concepto se ha convertido en una “zona comercial” para la colaboración en todo el espectro académico (Moore, 2015: 2), que a menudo estimula una “gran interdisciplinariedad” entre los científicos de la naturaleza y los humanistas. Hay mucho más que ganar al aventurarse fuera de límites disciplinarios establecidos y la exploración de nuevas formas de colaboración tanto interdisciplinaria como transdisciplinaria.




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1Para referencias detalladas, véase Schwägerl (2015)Mauelshagen (en prensa) ofrece un análisis conceptual profundo, mientras la idea de una prehistoria intelectual del término es furiosamente criticada por Hamilton y Grinevald (2015).

2Vernadsky, como antecesor conceptual del Antropoceno, es discutido por Guillaume (2014). Al existir sólo referencia rusa del trabajo de Pavlov, no fue incluida al final del presente ensayo.

3Véase también la conferencia de Bruno Latour, “The Anthropocene and the Destruction of the Image of the Globe”. Disponible en línea: <https://www.youtube.com/watch?v=4-l6FQN4P1c>. Consultado el 23 de marzo de 2016.

4Una refutación reflexiva sobre las objeciones comunes al concepto del Antropoceno se encuentra en Schwägerl (2013).

5Para una discusión detallada sobre el desafío del Antropoceno para la historia de la ciencia, la tecnología y el medio ambiente, véase Trischler (2016).

6Véase también Renn y Scherer (2015).


Traducción: Amanda Sucar Warrener

HELMUTH TRISCHLER es historiador. Jefe de investigación en el Deutsches Museum, profesor de historia moderna e historia de la tecnología de la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich y director del Rachel Carson Center for Environment and Society, en la misma ciudad. Sus principales intereses de investigación se centran en culturas de innovación; ciencia, tecnología y la integración europea, e historia ambiental. Creó el concepto de la primera gran exposición en el mundo sobre el Antropoceno, exhibida en el Deutsches Museum de 2014 a 2016. Sus publicaciones recientes incluyen Welcome to the Anthropocene: The Earth in Our Hands (con Nina Möllers y Christian Schwägerl, Deutsches Museum Verlag, Múnich, 2015), y Cycling and Recycling: Histories of Sustainable Practices (con Ruth Oldenziel, Berghahn, Nueva York, 2016).

AMANDA SUCAR WARRENER estudió ciencias de la comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se inició en la divulgación y programación de cine cuando trabajaba en la Cineteca Nacional y en el festival de cine documental itinerante Ambulante. De manera paralela, trabajó como traductora para varias compañías de subtitulaje, lo que la condujo a una serie de oportunidades laborales en medios y organizaciones, como el Festival Cervantino, la Cátedra Ingmar Bergman de la UNAM y Fremantle Media. En la actualidad, colabora para la revista Time Out México y promueve la literatura infantil en inglés por medio de su librería en línea Queenie Loves Books.

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El Antropoceno como diagnóstico y paradigma. Lecturas globales desde el Sur

Anthropocene as Diagnosis and Paradigm. Global Readings from the South

 Maristella SVAMPA 
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas Argentina
Universidad Nacional de La PlataArgentina


Utopía y Praxis Latinoamericana, vol. 24, núm. 84, pp. 33-54, 2019

Universidad del Zulia

Recepción: 13 Julio 2018

Aprobación: 09 Octubre 2018

Resumen:Este artículo propone una presentación general del concepto de Antropoceno en dos niveles. En un nivel general, describe los factores generales del pasaje del Holoceno al Antropoceno, aborda las diferentes narrativas del Antropoceno, en términos de campo de disputa, al tiempo que presenta el debate en clave latinoamericana. En un nivel más específico, propone pensar las consecuencias de dicho diagnóstico en clave geopolítica. Para ello, el texto conecta la idea de Antropoceno con la expansión de la frontera de los commodities en la periferia (neoextractivismo). Asimismo, indaga en los enfoques relacionales en el vínculo Sociedad/Naturaleza, ligados a las luchas sociales y las alternativas civilizatorias. En esa línea, se ilustran las perspectivas indianistas, así como los feminismos populares en América Latina.

INTRODUCCIÓN

El Antropoceno designa un nuevo tiempo en el cual el ser humano se ha convertido en una fuerza de transformación con alcance global y geológico. Para no pocos especialistas y científicos, entre ellos Paul Crutzen, creador del concepto, habríamos ingresado al Antropoceno hacia 1780, esto es, en la era industrial, con la invención de la máquina de vapor y el comienzo de la era de los combustibles fósiles1 . Para otros, como el historiador Jason Moore2 , habría que indagar los orígenes del capitalismo y la expansión de las fronteras de la mercancía, en la larga edad media, para dar cuenta de la fase actual, que él denomina “Capitaloceno”.

El Antropoceno es indudablemente un concepto-diagnostico, que instala la idea de “umbral” crítico frente a problemáticas como el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad; un concepto que pone de manifiesto los límites de la naturaleza, y cuestiona las estrategias de desarrollo dominante, así como el paradigma cultural de la modernidad. Por un lado, la inminencia de que estamos asistiendo a grandes cambios de origen antropogénico, a escala planetaria, que ponen en peligro la vida en el planeta, se halla directamente ligada a la expansión de las fronteras del capital y los modelos de desarrollo dominantes, cuyo carácter insustentable y depredador ya no puede ser ocultado. Por otro lado, la crisis abre a una revisión del paradigma antropocéntrico, en la relación sociedad/naturaleza, humano/no humano, que está en la base de la modernidad Occidental, lo cual tiene hondas repercusiones filosóficas y antropológicas.

Ahora bien, las miradas sobre los alcances críticos del Antropoceno y, sobre todo, las propuestas acerca de cómo salir de la crisis socioecológica, están lejos de ser uniformes o de generar consensos. Mi propuesta en este artículo apunta a explorar diferentes vías. En un nivel general, se describen los factores generales del pasaje del Holoceno al Antropoceno así como se exploran las diferentes narrativas y sus consecuencias. En un nivel más específico, se propone pensar las consecuencias de dicho diagnóstico en clave geopolítica. Para ello, el texto conecta la idea de Antropoceno con la expansión de la frontera de los commodities en la periferia (neoextractivismo). Asimismo, se indaga sobre los enfoques relacionales en el vínculo Sociedad/Naturaleza, ligados a las luchas sociales y las alternativas civilizatorias. En esa línea, se ilustran las perspectivas indianistas, así como la perspectiva ecofeminista (en términos generales) y los feminismos populares (en términos específicos) en América Latina.

Factores del giro antropocénico.

Los factores que justifican hablar del pasaje a una nueva edad, son numerosos. Un primer elemento alude al cambio climático, asociado al calentamiento global, producto del aumento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. En la actualidad, en relación a 1750, la atmosfera contiene más de un 150 % de gas metano y más del 45 % de dióxido de carbono, producto de emisiones humanas. Consecuencia de ello es que desde mediados del siglo XX la temperatura aumentó 0,8° C, y los escenarios previstos por el PanelIntergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) prevén un aumento de la temperatura que iría entre un 1,2 y 6° C de acá a finales del siglo XXI. Los científicos consideran que la barrera de más de 2° C es considerada un umbral de peligro, y el aumento de temperatura bien podría ser mayor si todo continúa como hasta ahora (business as usual). Los enfoques sistémicos y los avances científicos más recientes muestran que aún una débil variación en la temperatura media del globo terráqueo podría desencadenar cambios imprevisibles y desordenados. El informe The Carbon Majors3 , una organización sin fines de lucro, consigna que si los combustibles fósiles siguen siendo extraídos al ritmo actual durante los próximos 28 años, las temperaturas medias subirían cerca de 4 grados centígrados para el final del siglo.

El segundo factor de alarma se refiere a la pérdida de biodiversidad, la destrucción del tejido de la vida y de los ecosistemas. Se trata de un proceso de carácter recursivo, ya que la pérdida de biodiversidad también es acelerada por el cambio climático. Basta subrayar que en los últimos decenios la tasa de extinción de las especies ha sido mil veces superior que la normal geológica. Por eso mismo se habla ya de la Sexta extinción4 , aunque a diferencia de las cinco anteriores, que se explicaban por factores exógenos (el enfriamiento global o para el caso de la extinción de los dinosaurios, la caída de un asteroide) la hipótesis de una “sexta extinción”, es de origen antrópico, lo cual coloca en el centro la responsabilidad de la acción humana y sus impactos sobre la vida del planeta.

Hace ya varios años, en 2004 un grupo de científicos utilizó la relación especie-área para hacer un primer cálculo del riesgo de extinción en un contexto de cambio climático, utilizando dos escenarios extremos. Uno de mínima, si el calentamiento global se mantenía en umbrales bajos, estimaba que para el 2050 quedarían condenadas a la extinción entre el 22 y 31% de las especies; si el calentamiento global se disparaba a un máximo probable, el porcentaje subiría instalándose entre el 38 y el 52%5 . Otros estudios indican porcentajes diferentes (mayores o menores), pero aun así los resultados son siempre alarmantes. Las especies amenazadas son muchas, desde el solitario oso polar, que podría desaparecer en unas décadas, si continúan reduciéndose las placas de hielo del océano Ártico; hasta las abejas, cuyas colonias estarían sufriendo un colapso, debido tanto al uso de pesticidas, como a la aparición de diversos virus y, por supuesto, al cambio climático.

No solo los ecosistemas terrestres están amenazados. Así, la acidificación de los océanos es la otra cara del calentamiento global, producto de la concentración de dióxido de carbono, que cambia la química de las aguas y pone en riesgo la vida de los ecosistemas marinos. Desde el comienzo de la revolución industrial, el promedio de acidez aumentó un 30%, debido a la absorción de dióxido de carbono proveniente de la quema de combustibles fósiles. Se calcula que el mar ha venido absorbiendo unas 500 mil millones de toneladas de CO2, “lo que equivale en peso a 500 mil millones de Volkswagen Escarabajos arrojados al mar”6.

En un texto lleno de ironías y filosos comentarios, la filósofa y feminista norteamericana Donna Haraway, citando a la bióloga Anna Tsing, sostiene que el Holoceno fue un largo período en el cual todavía eran abundantes las áreas de refugio en las cuales los distintos organismos podían vivir en condiciones desfavorables, para luego volver, y desarrollar lentamente una estrategia de repoblamiento. Es cierto que las sucesivas extinciones terminaron con una parte importante de las especies, debido a factores exógenos (cambio climático y/o grandes catástrofes) pero la vida en la tierra siempre mostró una gran capacidad de resiliencia. Lo novedoso y también lo drástico que trae el Antropoceno es que conlleva la destrucción de espacios y tiempos de refugio para cualquier organismo, sean animales, plantas o seres humanos; no sólo por la magnitud sino también por la velocidad del proceso. Todo indica que la aceleración de los cambios dificultaría también la posibilidad misma de adaptación. En consecuencia, el Antropoceno es menos una nueva edad que una “bisagra”, que nos obliga a reconocer que “lo que viene no será como lo que vino antes”7.

Otro de los factores críticos se refiere a los cambios en los ciclos biogeoquímicos, fundamentales para mantener el equilibrio de los ecosistemas. Tal como sucedió con el ciclo del carbono, los ciclos del agua, del nitrógeno, del oxígeno, del fósforo, esenciales para la reproducción de la vida, pasaron a manos del hombre en los últimos dos siglos. El aumento desmedido de la actividad industrial, la deforestación, la contaminación de los suelos por acción de fertilizantes y del agua, están produciendo la alteración de estos ciclos vitales. Por ejemplo, la creciente demanda de energía conllevó una modificación del ciclo del agua, a través de la construcción de represas. "Hemos represado la mitad de los ríos del mundo, a la tasa sin precedentes de uno por hora, y en dimensiones también sin precedentes de más de 45 mil represas"8, en más de 140 países del mundo, de una altura de más de cuatro pisos. Esto trae como consecuencia el desplazamiento de millones de personas. Además de la afectación a los ecosistemas, la perdida de bienes naturales y el patrimonio cultural que queda sumergido bajo agua para siempre, las represas han generado entre 40 y 80 millones de personas desplazadas en el mundo, aunque algunos destacan que esa cifra es conservadora y podría extenderse a 100 millones, de los cuales la mayoría es población indígena y campesina. Los dos países más poblados del mundo, China e India, tienen la mayor cantidad de personas desplazadas; en nuestra región, Brasil está a la cabeza del ranking, con más de 1millon de personas desplazadas.

A esto hay que agregar el crecimiento de la población mundial. Pasamos de 900 millones de habitantes en el año 1800, a casi siete mil quinientos millones de habitantes en 2018. La huella ecológica global de la humanidad hoy excede la capacidad de regeneración de los ecosistemas; se ha incrementado en un 50% entre 1970 y 1997. En la actualidad, consumimos una vez y media lo que el planeta puede proveer de manera sustentable. Esto significa que la tierra se tomará más de un año y medio en regenerar lo que hemos utilizado y los desechos producidos en un año, realidad que nos coloca ante un índice insostenible, que no hará más que empeorar, pues se espera que para el año 2050 la población mundial habrá crecido hasta los 10.000 millones de habitantes, la mayor parte en los países emergentes o en vías de desarrollo. De persistir el actual sistema de consumo, se calcula que para el 2030 necesitaríamos el equivalente a dos planetas tierra, para mantener a la humanidad.

Otro de los factores de alarma alude a los cambios en el modelo de consumo, fundado en el esquema de obsolescencia precoz y programada, que limita la vida útil de los productos, obligando a las personas a renovar el mismo una y otra vez, en función de la maximización de los beneficios del capital. Una práctica insostenible en términos socioambientales, iniciada tempranamente por empresas fabricantes de automóviles, exacerbada desde los años 60 por el sector industrial, que incluye desde los electrodomésticos, las computadoras, los teléfonos celulares hasta la industria textil. A su vez, este proceso se inscribe en un movimiento mucho más extenso vinculado con las mutaciones del modelo alimentario, acontecido en las últimas décadas. Hemos asistido a un notorio giro hacia un modelo alimentario de gran escala, con enormes impactos sobre nuestra salud, sobre la vida de animales, plantas y campos, promovidos por políticas de Estado, lógicas de marketing y poderosos lobbies empresariales que se concretan a espaldas de la sociedad. Se trata de un modelo construido por las grandes firmas agroalimentarias del planeta, que se acompaña de una degradación de todos los ecosistemas: expansión de monocultivos –como la soja y la palma africanaque conllevan la aniquilación de la biodiversidad, tendencia a la sobrepesca, contaminación por fertilizantes y pesticidas, el desmonte y deforestación; acaparamiento de tierras. Todas estas formas de producción y de degradación de los ecosistemas son responsables del incremento de la emisión de gases de efecto invernadero, no solo durante el proceso de producción sino también en el transporte de los bienes.

1. EL ANTROPOCENO COMO CAMPO DE DISPUTA

El concepto Antropoceno estaría llamado a tener una gran fortuna. Pronto fue expandiéndose no sólo en el campo de las llamadas ciencias de la tierra sino también en las ciencias sociales y humanas, incluso en el campo artístico, razón por la cual devino un punto de convergencia de geólogos, ecólogos, climatólogos, historiadores, filósofos, artistas y críticos de arte, entre otros. Para un sector importante de científicos, entre ellos Paul Crutzen, el ingreso a una nueva era se habría operado a partir de la Revolución industrial, es decir, con la invención de la máquina a vapor y el comienzo de la explotación de los combustibles fósiles, primero el carbón, luego el petróleo. A esta primera fase, le seguiría una segunda fase llamada “La Gran aceleración” (2007), iniciada luego de 1945, e ilustrada por una gran cantidad de indicadores de la actividad humana que van desde la mayor petrolización de las sociedades, la concentración atmosférica del carbono y del metano, hasta el aumento de represas, pasando por los cambios en el ciclo del nitrógeno, del fosforo y la drástica pérdida de biodiversidad. Todos estos indicadores dan cuenta de un impulso exponencial de impactos de origen antrópico sobre el planeta desde 1950 en adelante.

Para otros, como el Anthropocene Working Group, compuesto por un grupo de científicos de la Universidad de Leicester, del Servicio Geológico Británico, bajo la dirección de Jan Zalaslewicz, el planeta ha ingresado a una nueva era geológica, el Antropoceno, más tardíamente. Tras siete años de trabajos, a fines de 2016, el grupo de geólogos realizó pruebas estratigráficas que mostraron la presencia de aluminio, hormigón, plástico, restos de pruebas nucleares, el aumento del dióxido de carbono, la lluvia radioactiva, entre otras huellas en los sedimentos. En consecuencia, dicho grupo votó la tesis de que el Antropoceno habría comenzado en 1950, con los residuos radiactivos de las bombas atómicas, pues la marca que determina ese cambio son los residuos radiactivos del plutonio, tras los numerosos ensayos con bombas atómicas realizados a mediados del siglo XX9.

Más allá de la periodización y los factores que explican el ingreso a una nueva edad, surgen varios interrogantes, entre ellos, ¿cómo caracterizar la naturaleza de los cambios introducidos por la humanidad? ¿Estos son de orden antrópico/ antropogénico, o bien estas huellas que marcan el ingreso a nueva era, deben ser consideradas de carácter “sociogénico”? ¿Cuál es la relación existente entre Capitalismo y Antropoceno? ¿Es el Antropoceno un discurso tanático, esto es, un discurso sobre la muerte y el fin del mundo? Indagar sobre alguno de estos tópicos exige que nos sumerjamos, aunque sea brevemente, en las diferentes narrativas del Antropoceno.

Una primera narrativa sobre el Antropoceno enfatiza la acción de la especie humana como agente universal. Esta visión subraya que la crítica del capitalismo no es suficiente para entender la crisis actual, marcada por el cambio climático, entre otras cosas, y bien podría perdurar una vez que el capitalismo desaparezca o en su defecto sufra mutaciones importantes. En esta línea, el historiador hindú Dipesh Chakrabarty plantea una dislocación de temporalidades, a partir de la desconexión entre la escala humana y la no humana, visibles en las diferencias entre la narrativa de los paleoclimatólogos respecto de aquella otra con la cual nos representamos la historia de nuestras sociedades. Sin embargo, la aceleración de los cambios hace que nuestra historia socio-cultural se convierta en historia biogeofísica. Por ende, el Antropoceno presenta dilemas insolubles que no pueden ser comprendidos si no retomamos la historia del planeta y de la vida en éste; “un terreno en que especialistas de las ciencias duras y aquellos de las ciencias humanas deberían reencontrarse”, sostiene Chakrabarty10.

Chakrabarty considera que las categorías críticas disponibles, entre ellas las que ofrece el marxismo, son insuficientes para comprender el Antropoceno. Esto no quiere decir que no haya una relación entre capitalismo y cambio climático, pero ambos conocen temporalidades diferentes. En esa línea, propone menos una narrativa única para comprender el Antropoceno que un pensamiento complejo que piensa las “fallas” en tres escalas. La primera refiere a nuestro conocimiento de la incertidumbre radical que introduce el cambio climático y nos coloca frente a consecuencias de orden catastrófico, a fenómenos marcados por la no linealidad, de carácter irreversible en sus consecuencias, que dificultan cualquier proyección a escala humana. Así, mientras la historia del clima se instala en una lógica de la larga duración, nuestras estrategias de gestión de riesgos proceden de cálculos a corto término de los costos y sus probabilidades. La crisis climática nos obliga a pasar y pensar las dos escalas en su conjunto. La segunda falla remite a aquellas cuestiones asociadas a los diferentes planos de la justicia: social, intergeneracional, entre países pobres y países ricos. Contra aquellos que asocian exclusivamente Antropoceno y Capitalismo, Chakrabarty propone el ejercicio de pensar en términos contrafácticos: si suponemos un escenario en el cual todos los países se hallaran en situación de prosperidad socialista, el mundo sería sin duda más igualitario y justo, pero nuestra huella ecológica sería aún mayor. Esto quiere decir que la crisis climática no es el resultado de las desigualdades económicas; la reducción del cambio climático a la crisis del capitalismo enmascara aquello que los climatólogos subrayan, esto es, el hecho de que nuestra capacidad de actuar como especie o fuerza geofísica es más larga que el propio capitalismo. La tercera falla que identifica Chakrabarty está referida a la preeminencia de las narrativas emancipatorias antropocéntricas, centradas en el bienestar material –lo que, desde América Latina, identificaríamos como la narrativa modernizadora-desarrollista. En esa línea, lejos de plantear un paradigma relacional que supere la visión dualista, el autor hindú solo postula la necesidad de pasar de un “antropocentrismo a secas” a un “antropocentrismo ilustrado”, con mayor conciencia de nuestra delicada relación con la naturaleza y sus efectos irreversibles11.

Una segunda narrativa retoma el concepto genérico de “Humanidad”, sostiene que el Antropoceno implica el pasaje de agente a fuerza geológica global, pero lo despoja de su contenido crítico. Ciertamente, el giro antropocénico nos enfrenta a una crisis socioecológica sin precedentes; gran parte de los científicos acuerdan en ello, pero al mismo tiempo dichas transformaciones son la prueba del poder de la especie humana. Más simple, pese a la crisis –o gracias a ella-, estaríamos asistiendo al momento de la consagración, de epifanía, pues la determinación del clima ya no dependería de la naturaleza sino de nosotros, los seres humanos. El Antropoceno deviene así una gigantesca, mayúscula y nueva aventura humana, incluso posthumana. Ya no hay una Naturaleza pura, prístina, incontaminada, no modificada por la acción humana. Todo lo hemos transformado, todo lo hemos humanizado, hasta lo no-humano. Incluso nosotros, los seres humanos somos algo más que eso, seres híbridos, suerte de “cyborgs” –como dice el título de un conocido libro de Dona Haraway12 - formados también por elementos/dispositivos no humanos. Todo queda subsumido en lo humano o más bien en su superación, lo post-humano. El extremo de esta perspectiva celebratoria, la transfiguración gloriosa de la especie humana, a través de una condición post-humana, anunciada “un nuevo reino del hombre”. Desde esta perspectiva, paradójicamente el Antropoceno abre a un mayor empoderamiento del ser humano y de su superación “por arriba”. Por ejemplo, el “singularismo post-humano” remite a la idea de que la robótica y la inteligencia artificial superarán al ser humano, que será reemplazado así por máquinas autónomas, por cyborgs perfeccionados, vaya a saber, por una inteligencia global que encuentra en las redes creadas por google una suerte de prefiguración. Como escribe el sueco Nick Bostrom, experto en inteligencia artificial, profesor en Oxford, en un tono triunfante, de resonancias comteanas: “Llegará el día en que la posibilidad nos será ofertada de aumentar nuestras capacidades intelectuales, físicas, emocionales y espirituales más allá de lo que aparece como posible en nuestros días. Saldremos entonces de la infancia de la humanidad para entrar hacia una era posthumana”13.

Aunque esta segunda narrativa del Antropoceno comparte con la primera ya reseñada la idea de que la crisis actual se debe a que la especie humana se convirtió en una fuerza de alcance geológico global, resulta contrastante en cuanto a sus consecuencias, en la medida en que se aleja de un planteo crítico, pues si el ser humano pudo cambiar el clima, es en definitiva porque cuenta con el poder para controlar y dominar su entorno. Desde esta perspectiva, hay que sacar provecho de esta fuerza telúrica, para corregir, reparar, incluso “reformatear” el planeta. Los daños producidos por la tecnología podrán corregirse mediante el desarrollo de más tecnología, aún si la crisis exige una intervención de alto riesgo y urgencia; aún si ésta intervención vendría a realizarse no tanto en nombre del progreso sino de la supervivencia del planeta y por ende, de la especie humana. La geoingeniería aparece asociada a esta mirada14. En su versión celebratoria y hasta delirante, con un optimismo cientificista a toda prueba, este nuevo relato sobre el poder telúrico del ser humano plantea la superación de la separación entre lo humano y lo no humano, a través de la recombinación entre uno y otro, en realidad de la absorción de lo no humano por lo humano; a saber lo posthumano.

Paradójicamente, esta visión celebratoria tiene puntos en común con una versión de izquierda, asociado a los “aceleracionistas”, quienes proponen empujar el capitalismo hasta sus límites, para liberar las fuerzas y orientarlas hacia lo común, de la mano de la biotécnica y la inteligencia artificial, entre otros. No se trataría, por ende, de cuestionar la expansión de las fuerzas productivas sino de acelerarlas y hacer otro uso de ellas, en una transición al postcapitalismo15.

Hay una tercera narrativa, que nos sitúa en el campo del ecomarxismo. A diferencia de las dos primeras, ésta lectura cuestiona el término mismo de Antropoceno, pues lo considera demasiado abstracto y genérico, al englobar a la humanidad sin distinción y desdibujar el rol de los conflictos vinculados a la dinámica del capital. En esta línea, el historiador marxista Jason Moore, propone reemplazar el término de Antropoceno por el de “Capitaloceno”, al tiempo que plantea otra periodización, que va más atrás de la Revolución Industrial, entroncándola con una mirada de larga duración sobre los procesos capitalistas. Así, nos dice que “en sentido amplio va más allá de la máquina de vapor y entiende que el primer paso en esta industrialización radical del mundo empezó con la transformación del medio ambiente global en una fuerza de producción para crear algo a lo que llamamos la economía moderna y que es mucho más grande de lo que puede contener el término economía16. Históricamente el marxismo ha tenido grandes dificultades para incorporar la problemática ambiental. Así, la cuestión del metabolismo social del capital atraviesa solo de modo marginal algunos escritos de Marx17. En los 70, autores marxistas como Henry Lefrèvre, subrayaban la necesidad de ampliar las lecturas: para ello invocaba una dialéctica del capital, del trabajo y del suelo, no solamente referida a los poderes de la Naturaleza, sino de los agentes asociados a ella, incluidos el Estado, que ejerce soberanía sobre un territorio nacional. Sin embargo, el marxismo, hijo de la modernidad en su concepción de la Naturaleza, también lo es en su visión del Desarrollo, tan asociado a la expansión infinita de las fuerzas productivas.

Recordemos que históricamente, la perspectiva ecológica aparece explícitamente desarrollada en trabajos de representantes del marxismo crítico, entre los años 80 y 90, con James O`Connor18 y John Bellamy Foster19, entre los más importantes, quienes señalan los costos de los elementos naturales que interviene en el capital constante y variable; la renta de la tierra y las externalidades negativas de todas clase. Es lo que O`Connor denomina como “la segunda contradicción del capitalismo” (Capital versus Naturaleza), especificando que ésta no presenta un término único, como la tasa de explotación lo tiene en la llamada “primera contradicción” (Capital versus Trabajo), sino múltiple. En esa línea, se destacan la apropiación y uso autodestructivo por parte del capital de la fuerza de trabajo, la infraestructura, el espacio urbano, la naturaleza o el ambiente.

Una lectura complementaria que tuvo una gran difusión en América Latina es la que coloca en el centro el proceso de acumulación primitiva del capital, analizada por Marx en El Capital, esto es, la dinámica de expropiación y despojo al campesinado, a través del cercamiento de tierras en el siglo XVIII, que arroja a éstos como proletarios al mercado de trabajo. Este análisis reconoce antecedentes en la obra de Rosa Luxemburgo, quien señala el carácter continuo de la acumulación originaria primitiva, y fue retomada por el geógrafo marxista David Harvey20, para señalar la centralidad de la dinámica de desposesión en la época neoliberal actual, que avanza sobre bienes, personas y territorios.

Sin embargo, fue Jason Moore21quien se involucró de modo militante en la discusión sobre el Antropoceno, proponiendo enmarcar el proceso en la larga duración, asociando con el régimen ecológico al capitalismo temprano y la lógica que éste introduce. Moore destaca como clave la expansión de la frontera de mercancías la cual “se refiere a espacios de mínima mercantilización/máxima apropiación y las contradicciones que se derivan de las presiones recurrentes emitidas”22. En esta línea, considera que el desarrollo del capitalismo entre 1450 y 1750 marcó el patrón para todo lo que vino después, en la medida en que el desplazamiento de las mercancías impulsó el desplazamiento de las poblaciones y no la inversa. Los ciclos del capital, marcados por la expansión de la frontera de mercancías, fueron generando un modelo histórico-geográfico basado en la apropiación rápida y la expansión y diversificación geográfica, una vez agotado el recurso. “¿Se agota la tierra? Nos movemos a la frontera. Este fue el lema mostrado en el escudo de armas del capitalismo temprano”23. De modo que la crisis actual debe ser leída como un proceso de larga duración en el cual van tomando forma nuevas maneras de ordenar la relación entre los humanos y el resto de la naturaleza. Moore conecta dialécticamente modo de producción y modo de extracción (capitalización y apropiación), mediante la cual el capitalismo se adueña –y después agota rápidamente- fuentes regionales, de tal forma que termina forzando una expansión geográfica renovada.

La cuarta lectura coloca en el centro de manera explícita al derrumbe de la distinción moderna entre el orden cosmológico y el orden antropológico. Este abordaje aparece asociado a los antropólogos brasileños, Eduardo Viveiros de Castro y Deborath Danowsky24, entre otros. Lejos de cualquier tono celebratorio, propone otra vía de entrada para leer el Antropoceno, a través de las diferentes narrativas apocalípticas, mostrando su conexión con matrices míticas, acerca del fin del mundo. Para ello indaga no solo el imaginario occidental, a través del cine, la ciencia ficción, el pensamiento especulativo, sino también el de los pueblos indígenas, que conciben el fin del mundo desde una visión menos dualista y más relacional.

Así, para los autores, es necesario pensar el Antropoceno como una narrativa del fin del mundo. Si la posibilidad del fin cobra un sentido empírico como nunca antes, si el Antropoceno instala la idea de que puede haber otra era geológica, incluso después de la desaparición de la humanidad en la tierra, esto produce también una suerte de terror metafísico mayor. El discurso del fin del mundo instala una ruptura; los datos científicos son más que elocuentes y revelan que el mundo está cambiando de manera acelerada, no precisamente para bien del ser humano; y sucede que no tenemos la menor idea de cómo reaccionar; más aún, el discurso del fin resulta paralizante. Las narrativas del fin del mundo son amplias, se extienden desde el campo de la filosofía al arte, del cine a la literatura. De modo sugerente, los autores citados nos llevan a recorrer así desde filmes apocalípticos como Melancolía, de Lars Von Trier; pos-apocalípticos como The Road (La carretera) basada en la novela de Cormac McCarthy, hasta la posición filotecnológica de los Singularistas y los Aceleracionistas, entre muchos otros. El recorrido permite vislumbrar diferentes versiones mito-cosmológicas: el mundo antes de nosotros, el mundo después de nosotros, el mundo sin nosotros, el mundo post-humano...

2. EL ANTROPOCENO EN CLAVE LATINOAMERICANA. TRES COMENTARIOS SOBRE UNA DISCUSIÓN ABIERTA

Si releemos lo sintetizado hasta aquí sobre las diferentes narrativas del Antropoceno, y a excepción de la perspectiva celebratoria, podría afirmarse que cada una de ellas es capaz de generar cierta empatía teórica y epistémica, en la medida en que ilumina aspectos importantes de la crisis actual, postulan la necesidad de conectar el orden cosmológico con el orden humano; de vincular la historia de las ciencias de la tierra con la historia económica y sociocultural. No sucede lo mismo con la lectura celebratoria, pues exacerba la apuesta, apuntan a una falsa solución, sin cuestionar la base del problema; antes bien propone una salida capitalista de la crisis socio-ecológica, sin cuestionar las graves consecuencias aparejadas por la Modernidad a través del dominio y control de la Naturaleza, el desarrollo de la tecnología, al compás de la expansión del capital y la profundización de las desigualdades sociales y ambientales.

Por otro lado, cabe bien preguntarse a qué nos referimos cuando hablamos de “anthropos”. ¿Podemos hablar de la especie humana en términos genéricos y monolíticos, arrojando por la borda las responsabilidades históricas que aluden al rol de las clases sociales y las naciones imperialistas? Si efectivamente creemos que el Antropoceno exige pensar un nuevo paradigma civilizatorio ¿es posible desconectar el pensamiento crítico que éste genera como diagnóstico, de una historia social de la humanidad? ¿Debemos entonces deshacernos del término Antropoceno, por considerarlo demasiado genérico, o quizá no suficientemente radical, para hablar sin más de Capitaloceno?

En América Latina el debate ha buscado ahondar las diferencias entre Antropoceno y Capitaloceno. Una de las primeras en abordar en profundidad la temática fue la antropóloga colombiana Astrid Ulloa25, quien advierte la distancia entre las narrativas más globales, ligadas al cambio climático, en clave de Antropoceno; y las narrativas críticas latinoamericanas, vinculadas a la conflictividad ambiental, sobre las dinámicas del neoextractivismo. En ese mismo texto, Ulloa señala críticamente cuatro fallas que hacen del Antropoceno una narrativa global, a expensas de aquellos procesos locales que se viven en el sur o en las periferias: entre ellos, la geopolítica del conocimiento, la diferenciación territorial, el desplazamiento de los extractivismos y la falta de reconocimientos de otras ontologías y epistemologías. Sin duda, uno de los méritos de este artículo es el de subrayar la pluridimensionalidad de fenómenos/escenarios y situaciones que son minimizados -o no abordados- a partir de los ·” efectos del giro antropocénico” como narrativa global.

Por otro lado, la pertinencia del término Antropoceno para designar la actual crisis ambiental ha sido cuestionada por varios colegas latinoamericanos, quienes optan por retomar la noción de “Capitaloceno”. En un texto caracterizado por una interesante reflexión teórica e histórica, Horacio Machado Araoz26, hace suya la lectura de Jason Moore, para plantear una lectura (eco)marxista (que retoma la noción de Marx acerca de la naturaleza), y sus consecuencias ecológicas, biológicas y políticas, aunque no discute la noción de Antropoceno. Para ello, propone seguir el hilo que se teje entre la producción capitalista de la Naturaleza y la historia de América, para explicar de este modo los orígenes del Capitaloceno. En un texto breve, Alberto Acosta27 también opta por la noción de Capitaloceno, en clave geopolítica y antipatriarcal, descartando la noción de Antropoceno, por considerarla “una verdad muy incompleta pues oculta el nombre de la raíz de esta situación: el capitalismo, la civilización de la desigualdad, que se nutre de sofocar la vida”. Por último, Germán Palacio, Alberto Vargas y Elizabeth Hennesy, sin proponerse hablar de Capitaloceno, reflexionan sobre la narrativa del Antropoceno, las escalas y los tiempos, pero consideran que el concepto “captura a los humanos como una especie global, (pero) no captura la forma específica y diferenciada sobre cómo esos humanos viven, se organizan, distribuyen alrededor del mundo en el pasado y en el presente y la forma, en escalas diferentes, locales, regionales, nacionales y mundiales, como han cambiado la Tierra/Mundo”28.

Dicho esto –lo cual no deja de ser una reseña incompleta-, mis comentarios en este apartado van en tres direcciones. Un primer comentario subraya el riesgo de desembocar en una falsa antinomia o en un falso debate, Antropoceno versus Capitaloceno. Más allá de lo tentador que puede ser apropiarse de la noción de Capitaloceno, para dar cuenta de los procesos locales/globales ligados a la dinámica del capital, dicha opción implica desconocer que el concepto mismo de Antropoceno se inserta en un campo de disputa, atravesado por diferentes narrativas, no todas convergentes, no sólo respecto del comienzo de la nueva edad sino también en relación a las salidas posibles de la crisis sistémica. En tanto concepto en disputa, por un lado, hay quienes realizan una lectura pluridimensional (que abarca el orden geológico y social, los planos global y local, entre otros), desde una óptica crítica y antistémica. De un modo paradigmático, éste es el caso de gran parte de densa bibliografía francesa sobre el tema, muy particularmente a través de la colección publicada por la editorial Seuil, bajo la dirección de Christophe Bonneuil, que ha abierto un espacio para la discusión pública y la reflexión académica, que cuestiona la lógica del capitalismo y sus dinámicas de desarrollo, postulando otro horizonte civilizatorio. Por otro lado, hay quienes tienden a realizar una lectura unilateral (la clave geológica) o genérica (la clave global), o incluso aquellos que apuestan decididamente a la hipótesis tecnocrática, y apoyan la idea de que la humanidad sorteará la crisis ambiental a través de las nanotecnologías y la aplicación de la geoingeniería, sin poner en riesgo el capitalismo.

El reconocimiento de que existen diferentes posicionamientos o contrastes interpretativos no implica empero el abandono de la noción-síntesis de Antropoceno; más bien, lleva a considerar a ésta como un campo abigarrado, del cual emergen narrativas diversas, a veces contrapuestas, y muy especialmente, propuestas de salidas diferentes a la crisis. Por otra parte, uno de los problemas de la noción de Capitaloceno es que, lejos de tender puentes, genera rechazos, muchas veces acríticos o dogmáticos (por ejemplo, de parte de aquellos que recusan cualquier conexión de la crisis, en términos de largo plazo, con la lectura marxista), así como también conlleva reacciones opuestas (por ejemplo, la tendencia al encapsulamiento en una determinada tradición, como el marxismo). Asimismo, pese a la densidad del campo en disputa y de sus tensiones evidentes, el Antropoceno como diagnóstico abre puertas, tiende vínculos, nos desafía a entablar una conversación, a pensar la problemática socioecológica desde un lugar más amplio en términos de contextos disciplinarios, incluso de tradiciones teóricas, entre las ciencias de la tierra y las ciencias humanas y sociales.

Mi segundo comentario apunta a profundizar lo primero, esto es a subrayar la riqueza y pluridimensionalidad del concepto de Antropoceno. Recordemos que una de las objeciones más importantes es la de su carácter genérico, que lo instala en el plano más global de “la especie humana”, “las causas antrópicas”, desdibujando así deliberadamente el rol de la dialéctica de las desigualdades propiciada por el devenir-mundo capitalista. Sin embargo, afirmar que la crisis ambiental es de origen antrópico no significa denegar su origen social ni tampoco minimizar una lectura en términos de desigualdades; de modelos de desarrollo y lógicas neocoloniales. No se trata de priorizar la historia de la vida del planeta y el calentamiento global, relativizando en contrapartida el rol que juegan las otras escalas, ligadas a la lógica del capital. Si es cierto que el giro antropocénico ilumina de modo dramático el acoplamiento entre el orden natural y el orden social, como afirman los antropólogos Eduardos Viveiros de Castro y Philippe Descola, sin duda el gran desafío es pensar esa interconexión. Por ejemplo, para Chakrabarty, el Antropoceno nos involucra no sólo como sujetos, en el marco del capitalismo y su estructura de desigualdades sociales y ambientales, sino también como especie biológica, caracterizada por la búsqueda del mejoramiento de la vida. Dicho de otro modo, pensar a la humanidad en tanto tal, en términos históricos, a lo largo de varias generaciones, supone poner el acento en una especie, como otras, que hace uso de su inteligencia29, en la búsqueda de logros que apunten al mejoramiento de las condiciones de vida y su multiplicación, lo cual conlleva un aumento de la esperanza de vida, incluso para los más pobres, además de un fuerte impacto en términos de aumento de la población.

Ahora bien, una vez reconocido esto, hay que agregar que pensar al Antropoceno desde la noción de especie humana, como fuerza telúrica, es condición necesaria, aunque no suficiente. Para complementar esta visión, es necesario estimular el alcance crítico y desacralizador del concepto; pensar el giro antropocénico también en clave de expansión de la mercantilización y frontera, lo cual nos obliga a volver sobre la crítica al capitalismo y la cuestión de sus escalas. En esa línea, hay que reconocer el peso que tiene en la crisis actual la geopolítica del Antropoceno, y sus inequívocas raíces históricas. Así, aunque todos somos responsables del desastre ecológico, hay algunos que son más responsables que otros. Volviendo al informe de The Carbon Majors ya citado, éste encontró que más de la mitad de las emisiones industriales mundiales desde 1988 corresponden a 25 empresas y entidades estatales. Grandes empresas petroleras como ExxonMobil, Shell, BP y Chevron están entre las más emisoras. Asimismo, mientras finalizábamos este artículo, a fines de noviembre de 2018, se desarrollaba en la ciudad de Buenos Aires la cumbre del G20. En esos días también se difundía un informe que advierte que el 76 % de las emisiones globales de dióxido de carbono es generado por los países del G-20. Encabezan el ranking de contaminación China (29,36%), Estados Unidos (14,27%), la Unión Europea (9,57%), India (6,77%), Rusia (4,85%) y Japón (3,45%). América Latina, con Brasil a la cabeza (1,54%), parece estar muy lejos de las escalofriantes cifras de las grandes potencias en la emisión de gases de efecto invernadero30.

Los elevados costos ambientales que desde inicios de la Modernidad pagaron y continúan pagando los pueblos del sur ponen de manifiesto patrones de injusticia ambiental, reflejan profundas desigualdades, no solo entre el norte y del sur, sino también al interior de las sociedades, tanto desde el punto de vista social, etario, como étnico y de género. La deuda ecológica resulta imposible de cuantificar. Más aún, toda idea de compensación económica resulta insuficiente ante el escenario de devastación ambiental que señala a las periferias globalizadas como fronteras de los commodities baratos y zonas de sacrificio. Por otro lado, al calor de la globalización neoliberal y la crisis ecológica, la división internacional del trabajo se ha exacerbado, a través de la expansión de modelos de desarrollo que amplían la situación de injusticia ambiental, multiplican las zonas de sacrificio y contribuyen a agravar la crisis socioecológica a nivel local, regional y mundial. No es casual, por ello, que la literatura crítica de América Latina considere que en clave local y territorial estos procesos globales consolidan un neoextractivismo desarrollista, de carácter depredador y dependiente.

Un tercer comentario apunta al discurso cada vez más marquetinero que en nuestras latitudes adquiere la problemática del cambio climático, asociada al Antropoceno. Es sabido que las causas de la emergencia socio-ambiental son de carácter complejo y pluridimensional, pero están lejos de aparecer como una “tragedia inevitable”. Así, el riesgo es que aquel pueda ser reducido a una una excusa y una abstracción. De hecho, resulta muy común que la narrativa acerca del cambio climático aparezca en los discursos gubernamentales en los diferentes países latinoamericanos (sequias, eventos extremos, temperaturas extremas), sin que éstos sean vinculados con procesos locales/territoriales o asociados a las dinámicas extractivistas. En realidad, como ya hemos dicho en otro lugar31, el cambio climático es lo menos “natural” que existe, pues es de origen antrópico y nos recuerda que en la era del Antropoceno, el ser humano se ha convertido en una fuerza geológica de alcance global. Pero el reconocimiento del carácter global del cambio climático no diluye ni tampoco atenúa la responsabilidad de los funcionarios y políticos, sino todo lo contrario, la acentúa y la pone en valor, a la hora de tomar decisiones acerca de las políticas públicas territoriales o de gestar programas de control y prevención ante los impactos que éstas políticas han generado. Dicho de otro modo: los incendios, inundaciones, sequías y demás eventos extremos a los que asistimos no son parte de una “profecía apocalíptica”, sino de un fenómeno extendido en el planeta, que las políticas de gobierno potencian a través de medidas en favor de los extractivismos reinantes, esto es, del agronegocio, la megaminería, la fractura hidráulica (fracking) y los megaemprendimientos inmobiliarios, entre otros. Más allá de sus diferencias internas, dichos modelos presentan una lógica común; gran escala, ocupación intensiva del territorio, amplificación de impactos ambientales y socio-sanitarios, preeminencia de grandes actores corporativos y democracia de baja intensidad32. En suma, existen dos factores mayores, íntimamente ligados, que explican la magnitud de estos eventos: uno es de carácter global, el Cambio climático, que profundiza y multiplica los fenómenos climáticos extremos; otra es de carácter regional/nacional, vinculada a la expansión de la dinámica neoextractivista, bajo la forma de diferentes modelos de desarrollo, incompatible con los ciclos de la Naturaleza.

El Antropoceno como paradigma hipercrítico exige repensar la crisis desde un punto de vista sistémico. La problemática ambiental no puede ser reducida a una columna más en los gastos de contabilidad de una empresa33, en nombre de la responsabilidad social corporativa, ni tampoco a una política de modernización ecológica o la economía verde, lo cual grosso modo apunta a la continuidad del capitalismo a través de la confluencia entre lógica de mercado y defensa de nuevas tecnologías proclamadas como «limpias». Tampoco la actual crisis socioecológica puede ser vista como «un aspecto» o «una dimensión más» de la agenda pública o inclusive como una expresión más de las luchas sociales. Esta debe ser pensada desde una perspectiva transdisciplinaria, desde un discurso holístico e integral que comprenda la crisis socioecológica en términos de crisis civilizatoria y de apertura a un horizonte postcapitalista.

En suma, la crítica al Neoextractivismo y al Desarrollo que se ha pergeñado en la periferia globalizada, en especial, en América Latina, resulta fundamental para entender las dimensiones locales y territoriales del Antropoceno: en la medida en que los actores económicos y políticos dominantes –globales, regionales y nacionales- continúan promoviendo modelos de desarrollo insustentables. En consecuencia, en tanto diagnóstico crítico el Antropoceno conlleva necesariamente el cuestionamiento de las dinámicas actuales del Desarrollo, que van configurando, como bien señala Ulloa “escenarios ambientales de la apropiación y el despojo –escenarios asociados a cambio climático, biodiversidad, agua, petróleo, agronegocios, minería, entre otros”34, en los cuales se superponen y escalonan secuencialmente lo global y lo local.

3. NEOEXTRACTIVISMOS, RESISTENCIAS Y NUEVOS LENGUAJES DE VALORACIÓN

No se trata entonces solamente de una crisis de la humanidad, del “anthropos”, entendida en términos genéricos, aunque la incluye. Se trata también de la tendencia a la mercantilización de todas las formas de vida y la consiguiente expansión de las fronteras (tecnológicas, territoriales). Y es ahí, en la periferia globalizada, particularmente a través del neoextractivismo, donde se expresa a cabalidad la mercantilización de todos los factores de “producción”, ligadas a la actual fase del capitalismo neoliberal, lo cual tiene como consecuencia la expansión de las fronteras de explotación del capital, a través de la imposición de modelos de desarrollo insustentables, a gran escala, donde se conjugan rentabilidad extraordinaria, destrucción de territorios y desposesión de poblaciones.

Vista desde el Sur, la exacerbación del neoextractivismo, constituye una ventana privilegiada para leer los efectos de la crisis socioecológica en múltiples dimensiones y escalas. Si bien es cierto que la explotación y exportación de materias primas no son nuevas en América Latina, resulta claro que, en los últimos años del siglo XX, en un contexto de profundización del modelo de acumulación, se ha intensificado notoriamente la expansión de megaproyectos tendientes al control, extracción y exportación de bienes naturales, sin mayor valor agregado. Por otro lado, a comienzos del siglo XXI, el extractivismo se cargó de nuevas dimensiones, que pueden ser resumidas de la manera siguiente: aceleración y diversificación de los proyectos, gigantismo o gran escala, incremento del metabolismo social del capital, crisis socioecológica y mayores resistencias sociales. El neoextractivismo presenta una determinada dinámica territorial cuya tendencia es la ocupación intensiva del territorio, a través de formas ligadas al monocultivo o monoproducción. Esta dinámica del capital abre a fenómenos de desposesión, visibles en el proceso de acaparamiento de tierras, el agua, la biodiversidad, la destrucción de territorios y el desplazamiento de poblaciones35.

Dadas las características reseñadas, la escalada neoextractivista trae como dato inherente y relevante el aumento de la conflictividad social. Al compás de la expansión de conflictos territoriales y socio-ambientales y sus dinámicas recursivas, el conjunto de los países latinoamericanos (no solo aquellos con gobiernos conservadores, sino también con gobiernos progresistas) terminaron por asumir un discurso beligerantemente desarrollista, en defensa del neoextractivismo, acompañado de una práctica criminalizadora y tendencialmente represiva de las luchas socioambientales, así como por una voluntad explícita de controlar las formas de participación de lo popular. Sin licencia social, sin consulta a las poblaciones, sin controles ambientales y con escasa presencia del Estado -o aún con ella-, la tendencia general ha sido el incremento de la conflictividad, así como el aumento de la violencia estatal y paraestatal. Según Global Witness entre 2002 y 2013 se registraron 908 asesinatos documentados en todo el mundo de activistas ambientales, de los cuales el 83,7 % (760 casos) han tenido lugar en América Latina. Los datos también muestran que el incremento se produjo a partir de 2007 y aún más, de 2009, esto es, en coincidencia con la etapa de multiplicación de los proyectos extractivos, tal como aparece reflejada en los diferentes programas de desarrollo, presentadas por los diferentes gobiernos latinoamericanos36.

Asumir la crisis socioecológica y civilizatoria del giro antropocénico conlleva el desafío de pensar alternativas al neoextractivismo dominante, de elaborar estrategias de transición que marquen el camino hacia una sociedad posextractivista, que habiliten otras miradas en la relación con la naturaleza y otras relaciones sociales. Desde el punto de vista teórico y epistémico, dos conceptos se destacan en América Latina para pensar la transición y salida de la crisis sistémica: Postdesarrollo y Postextractivismo. Ambos cuestionan el concepto de desarrollo, al cual consideran como un “discurso de poder”37, y postulan la necesidad de abandonar dicha idea, para plantear otra vía, la de las “alternativas al desarrollo”38.Ambos aportan un diagnóstico crítico sobre el capitalismo actual, desde un enfoque más global, entendido éste como una crisis socioecológica de alcance civilizatorio. Ambas constituyen el punto de partida para pensar la transición, esto es, horizontes de cambio y alternativas civilizatorias, basadas en otra racionalidad ambiental, diferente de la visión puramente economicista, que impulsa el proceso de mercantilización de la vida, en sus diferentes aspectos. Ambos plantean como base otra episteme, pues cuestiona aquellas visiones antropocéntricas que conciben al ser humano como autónomo y alguien exterior a la Naturaleza o por encima de ella39.

Desde el punto de vista de las prácticas, la transición tiende a pensarse desde nuevas formas de habitar el territorio, algunas de las cuales se hallan en ciernes, otras vigentes, al calor de las luchas y las resistencias sociales que asumen un carácter anticapitalista. Ciertamente, para revertir la lógica del crecimiento infinito que acelera la devastación del planeta, es necesario explorar y avanzar hacia otras formas de organización social, basadas en la reciprocidad y la redistribución, que coloquen importantes limitaciones a la lógica de mercado. Desde América Latina y en el Sur, existen numerosos aportes y ensayos desde la economía social y solidaria, cuyos sujetos sociales de referencia son los sectores más excluidos (mujeres, indígenas, jóvenes, obreros, campesinos), cuyo sentido del trabajo humano es producir valores de uso o medios de vida. Existen una pluralidad de experiencias de autoorganización y autogestión de los sectores populares ligadas a la economía social y el autocontrol del proceso de producción, de formas de trabajo no alienado, otras ligadas a la reproducción de la vida social y la creación de nuevas formas de comunidad. Por ejemplo, en un país tan sojizado como la Argentina se crearon redes de municipios y comunidades que fomentan la agroecología, proponiendo alimentos sanos, sin agrotóxicos, con menores costos y menor rentabilidad, que emplean más trabajadores. Se expande así un archipiélago de experiencias que apunta a un nuevo entramado agroecológico, al margen del gran continente sojero que hoy aparece como el modelo dominante, basado en el cultivo transgénico para la exportación. Aunque se trata de experiencias modestas, de carácter local y limitado, siempre acechadas por la vulnerabilidad, la posibilidad de cooptación, la auto-organización y la cooperación van dejando su huella a través de la creación de un nuevo tejido social, un abanico de posibilidades y experiencias que es necesario explorar y potenciar.

Por otro lado, estas formas de habitar van acompañadas de una nueva narrativa político-ambiental, asociada a conceptos horizonte, como Buen Vivir, Derechos de la Naturaleza, Bienes Comunes, Bienes Comunes, Ética del Cuidado, entre otros. Todos estos conceptos se apoyan en la defensa de lo Común, una de las claves en la construcción de un nuevo paradigma emancipatorio para los movimientos sociales, que recorre experiencias de los países centrales, donde la lucha en defensa de lo común se define hoy en contra de las políticas de ajuste y privatización (el neoliberalismo) y en contra de la expansión de las energías extremas (fracking), como los países periféricos, donde ésta se define sobre todo contra las diferentes y múltiples formas del neoextractivismo desarrollista40.

4-ENFOQUES RELACIONALES Y VÍAS DE LA INTERDEPENDENCIA

En sus versiones más críticas, el Antropoceno plantea un cuestionamiento del paradigma cultural de la modernidad, basado en una visión instrumental de la Naturaleza, funcional a la lógica de expansión del capital. Por ende, el giro antropocénico tiene hondas repercusiones filosóficas, éticas y políticas; obliga a repensarnos como “anthropos”, pero también, de modo central, nos lleva a replantear el vínculo entre Sociedad y Naturaleza, entre Humano y no Humano. Hace tiempo que hemos abandonado la visión organicista de la naturaleza, Gaia, Gea o Pachamama, aquella que profesaban nuestros ancestros. Como hijos de la Modernidad o vástagos colonizados por ella, nos hemos vinculado a la Naturaleza a partir de una episteme antropocéntrica y androcéntrica, cuya persistencia y repetición, lejos de conducirnos a una solución de la crisis, se ha convertido finalmente en una parte importante del problema.

En esta línea, la antropología y la filosofía crítica de las últimas décadas nos recuerdan la existencia de otras modalidades de construcción del vínculo con la Naturaleza, entre lo humano y lo no-humano, desde una perspectiva no dualista. Estas otras ontologías nos dicen de modo insistente que no todas las culturas ni todos los tiempos históricos -incluso en Occidente-, desarrollaron un enfoque dualista de la naturaleza. No todos los pueblos buscaron aislar la naturaleza o consideran a ésta un ámbito apartado, exterior, al servicio del ser humano. Existen otras matrices de tipo relacional o generativo, basadas en una visión más dinámica, tal como sucede en algunas culturas orientales, donde el concepto de movimiento, de devenir es el principio que rige el mundo y se plasma en la Naturaleza, o aquellas visiones inmanentistas de los pueblos indígenas americanos, que conciben al ser humano en la naturaleza, inmerso y no separado o frente a ella.

Estos enfoques relacionales, que subrayan la interdependencia de lo vivo, dan cuenta de otras formas de relacionamiento entre los seres vivos, entre humanos y no humanos, toma diversos nombres: animismo, para el antropólogo Philippe Descola41perspectivismo amazónico o amerindio, para Eduardo Viveiros de Castro42. Así, para Descola, mientras el “naturalismo” (dualismo Sociedad/Naturaleza) asociado a la cultura occidental se basa en la idea de que el ser humano comparte la misma realidad física que el animal (la corporeidad), distinguiéndose por su “interioridad”, para el “animismo” todos los seres tienen una interioridad similar, pero éstos se diferencian por sus cuerpos. Por su parte, Viveiros de Castro argumenta en un sentido similar, en su conocido ensayo La mirada del jaguar, donde conceptualiza el modelo local amazónico de relación con la naturaleza. El perspectivismo amerindio afirma que el mundo está poblado por muchas especies de seres dotados de conciencia y de cultura y que cada uno de esos seres se ve a sí mismo como humano, viendo a los otros como no-humanos, esto es como animales o especies de espíritus. En contraste con la visión moderna, el fondo común entre humanos y no humanos no es la animalidad, sino la humanidad. La humanidad no deviene la excepción, sino la regla; cada especie se ve a sí misma como humana, por ende, como sujeto, bajo la especie de la cultura. “La humanidad es el fondo universal del cosmos. Todo es humano”43.

Como sostiene Arturo Escobar: “Antropólogos, geógrafos y ecologistas políticos han demostrado con creciente elocuencia que muchas comunidades rurales del Tercer Mundo "construyen" la naturaleza de formas impresionantemente diferentes a las formas modernas dominantes: ellos designan, y por ende utilizan, los ambientes naturales de maneras muy particulares. Estudios etnográficos de los escenarios del Tercer Mundo descubren una cantidad de prácticas -significativamente diferentes- de pensar, relacionarse, construir y experimentar lo biológico y lo natural”44 . Estas “ontologías relacionales”, como las denomina Escobar45 siguiendo a los antropólogos Mario Blaser y Marisol de la Cadena, tienen al territorio y sus lógicas comunales como condición de posibilidad. La interrelación genera espacios de sinergia entre el mundo de hombres y mujeres con el resto de los otros mundos que circundan el mundo de los humanos. Esos espacios se materializan en prácticas, se manifiestan como montañas o lagos, aunque se entiende tienen vida o son espacios animados, que por supuesto resulte difícil demostrarlo desde la visión del positivismo europeo46.

A la hora de repensar el vínculo sociedad/naturaleza desde una perspectiva relacional, también la ética del cuidado y el ecofeminismo abren otras vías posibles. Sus aportes pueden ayudarnos a reelaborar los vínculos entre lo humano y lo no-humano, a cuestionar la visión reduccionista basada en la idea de autonomía e individualismo. Ciertamente, la ética del cuidado ofrece otra puerta de entrada al colocar en el centro la noción de interdependencia, lo que en clave de crisis civilizatoria debe ser leída como ecodependencia. La universalización de la ética del cuidado, como afirma Carol Gilligan47 abre a un proceso de liberación mayor, no solamente de liberación feminista, sino de toda la humanidad. Lo dicho aparece reflejado en el involucramiento cada vez mayor de las mujeres en las luchas contra el neoextractivismo y sus diferentes modalidades. Se trata de feminismos populares, nacidos en los márgenes de la sociedad, vinculados a las clases subalternas, que en su devenir mismo van tejiendo una relación diferente entre sociedad y naturaleza, en la cual el ser humano es comprendido como una parte de ella. Desde el discurso y la acción, los feminismos populares proyectan una comprensión de la realidad humana a través del reconocimiento con los otros y con la Naturaleza. Por otro lado, en su carácter procesual, que va de lo público a lo privado, estas luchas conllevan también un cuestionamiento del patriarcado, en tanto modelo de dominación de un género sobre otro, basado en una matriz binaria y jerárquica. En esa dinámica nunca lineal, las mujeres van descubriendo una “voz propia”, que conlleva tanto una fuerte identificación con la tierra y sus ciclos vitales de reproducción, como también la desacralización del mito del Desarrollo y la construcción de una relación diferente con la naturaleza. Asimismo, no pocas veces, esa “voz propia” cuestiona el patriarcado y sus orígenes (indígenas u occidentales) y proponer recolocar el cuidado en un lugar central y liberador, asociado a la condición humana.

En suma, en el Sur, muy especialmente en la región latinoamericana, al calor de las luchas en favor de la vida y de los territorios, se han venido afirmando otros lenguajes de valoración, otros modos de construcción del vínculo con la naturaleza, otras narrativas de la madre tierra, que recrean un paradigma relacional basado en la reciprocidad, la complementaridad y el cuidado, que apuntan a otros modos de apropiación y diálogo de saberes; a otras formas de organización de la vida social. Estos lenguajes se nutren de diferentes matrices político-ideológicas, de perspectivas anticapitalistas, ecologistas e indianistas, feministas y antipatriarcales, que provienen del heterogéneo mundo de las clases subalternas, y se articulan con una rica reflexión proveniente del campo de las ciencias humanas y sociales, el de las ciencias de la tierra, incluso el campo del arte, asociadas a las vanguardias estéticas. Estos lenguajes construidos desde abajo constituyen los puntos de partida ineludibles en el proceso de construcción de otra convivialidad, de otros modos de habitar la tierra.

A MANERA DE CIERRE

Hasta hace pocos años se consideraba que América Latina se hallaba a contramano del proceso global marcado por el aumento de las desigualdades sociales. Sin embargo, hacia el final del llamado superciclo de los commodities (2013), los indicadores sociales y económicos muestran un panorama preocupante, luego de más de diez años de crecimiento y de ampliación del consumo. Ciertamente, los gobiernos latinoamericanos –sobre todo aquellos progresistas- aumentaron el gasto público social, lograron disminuir la pobreza a través de políticas sociales y mejoraron la situación de los sectores de menores ingresos, a partir de una política de aumento salarial y del consumo. Sin embargo, los progresismos latinoamericanos no redujeron la desigualdad. Al no tocar los intereses de los sectores más poderosos, al no realizar reformas tributarias progresivas, las desigualdades persistieron y en algunos casos se amplificaron. Así, desde una mirada de más largo plazo, la expansión del neoextractivismo se tradujo por una serie de desventajas, que echaron por tierra la tesis de las ventajas comparativas que durante el tiempo de las vacas gordas del Consenso de los Commodities48 algunos supieron defender. Por un lado, el neoextractivismo no condujo a un salto de la matriz productiva, sino a una mayor reprimarización de las economías, lo cual se vio agravado por el ingreso de China, potencia que de modo acelerado se fue imponiendo como socio desigual en el conjunto de la región latinoamericana. Al mismo tiempo, a partir de 2013, la creciente baja del precio de las materias primas generó un déficit de la balanza comercial que impulsó a los gobiernos a contraer mayor endeudamiento y a multiplicar los proyectos extractivos, entrando de este modo en una espiral perversa, que conlleva la consolidación de un patrón primario-exportador dependiente y acentúa el proceso de violación de derechos humanos.

Por otro lado, el vínculo entre neoextractivismo, acaparamiento de tierras y desigualdad se ha tornado dramático. América Latina resulta ser no solo la región más desigual del planeta; es también la región con la peor distribución de tierras a nivel global, a raíz del avance de los monocultivos y la desposesión, en beneficio de grandes empresas, y latifundistas privados. En esta línea, el neoextractivismo produjo profundos impactos en el ámbito rural, a través de los monocultivos, lo cual terminó por redefinir la disputa por la tierra, en contra de las poblaciones pobres y vulnerables. Así, la expansión de la frontera agrícola se hizo en favor de los grandes actores económicos, interesados en implementar cultivos transgénicos ligados a la soja, la palma de aceite, la caña de azúcar, entre otros. Los datos de los censos agropecuarios de 15 países muestran que, “en conjunto en la región, el 1% de las fincas de mayor tamaño concentra más de la mitad de la superficie agrícola. Dicho de otro modo, el 1% de las fincas acapara más tierra que el 99% restante”49.

Por último, hay que recordar que América Latina ostenta otro triste ranking, pues es la región del mundo donde se asesinan mayor cantidad de defensores de derechos humanos y activistas ambientales, siniestros indicadores que se han recrudecido en los últimos diez años, al compás de la expansión de la frontera extractiva y la criminalización de las protestas socioambientales. La apertura de un nuevo ciclo de violación de los derechos humanos, pone de relieve la limitación de los modelos de gobernanza democrática existentes; más aún, en un contexto de avance de gobiernos conservadores y de derecha, ponen de manifiesto la retracción de las fronteras de derechos. Esto incluye tanto la violación de derechos políticos básicos -derecho a la información, derecho a la manifestación, derecho a participar en las decisiones colectivas (consultas, referéndums)-, así como de la violación los derechos territoriales y ambientales, presentes en las constituciones, así como en la legislación nacional e internacional. La ecuación perversa entre “más extractivismo, menos democracia”50, ilustra el peligroso desliz hacia el cierre político, vista la creciente criminalización de las protestas socioambientales y el incremento del asesinato de activistas ambientales en todo el mundo, particularmente notorio en América Latina51.

Esta realidad incontestable que necrosa la democracia y reconfigura negativamente el tejido social, como producto del neoextractivismo hegemónico, fue erigiendo nuevas barreras entre las diferentes narrativas contestatarias que recorren el continente, muy especialmente entre, por un lado, los progresismos populistas y desarrollistas, con su vocación estatalista y su tendencia a la concentración y personalización del poder; por otro lado, la gramática política radical, elaborada desde el campo indígena y los movimientos sociales, al compás de la emergencia de una nueva agenda socioambiental. En suma, el pasaje del Consenso de Washington al Consenso de los Commodities instaló problemáticas y paradojas que reconfiguraron incluso el carácter antagonista de los movimientos sociales y el horizonte del pensamiento crítico latinoamericano, enfrentándonos a desgarramientos teóricos y políticos, que fueron cristalizándose en un haz de posiciones ideológicas, difíciles de procesar y resolver. A esto hay que agregar que la actual fase de exacerbación de la dinámica extractiva, con sus figuras extremas, potencia la crisis, en sus diferentes dimensiones. En contraste con épocas anteriores donde lo ambiental era una dimensión más de las luchas, poco asumida explícitamente, nuestros tiempos del Antropoceno dan cuenta de la necesidad de pensar la crisis y sus diferentes escalas desde una óptica integral y posdualista. ***

Desde América Latina, pensar las vías del Antropoceno nos ha llevado a indagar en aquellas narrativas y experiencias colectivas que se nutren de valores éticos y relacionales, como la reciprocidad, la complementaridad, la justicia social y ambiental, el cuidado y la armonía en las relaciones de interdependencia entre lo humano y lo no-humano. Nos ha llevado al campo de otras epistemes y otros lenguajes de valoración, desde las perspectivas amerindias hasta los lenguajes (eco)feministas.

Cierto es que existen diferentes narrativas sobre el Antropoceno, y que no todas cuestionan de raíz las causas de la crisis actual. Conscientes tanto de la importancia de reflexionar en términos de especie –incluso para avanzar en consideraciones no-especistas, en la relación humano/no humano-; igualmente conscientes de las asimetrías y el carácter geopolítico de la problemática, lo más importante frente a la gravedad de la crisis civilizatoria es la respuesta que estamos dispuestos a dar a nuestros problemas socioambientales. Dicho de otro modo, viendo la escala planetaria de la crisis ambiental, lo esencial consiste en promover cruces inter y transdisciplinarios, generar nuevos lenguajes de valoración, tender diálogos Norte-Sur; aportar soluciones que abran a horizontes civilizatorios alternativos en la relación sociedad/naturaleza, humano/no humano, que instituyan una “cosmopolitica”, como sostiene Isabelle Stengers52, y hagan creíble la posibilidad de un Antropoceno no sólo vivible sino también deseable para todos.

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Notas

1 Crutzen, P. J. (2006). The “anthropocene”, en: Ehlers, E., y Krafft, T. (eds.). Earth system science in the anthropocene, pp. 13-18. Springer, Berlin, Heidelberg.
2 Moore, J. W. (ed.) (2016). Anthropocene or Capitalocene? Nature, History and the Crisis of Capitalism. Kairos, Oakland.
3 The Carbons Majors (2017), informe Carbon Majors 2017, Disponible en español en https://georka.es/georka-sistemasde-gestion/carbon-majors-informe-2017/
4 Kolbert, E. (2014). La sexta extinción. Una historia nada natural. Crítica, Barcelona.
5 La mejor introducción y síntesis de debates sobre el Antropoceno puede encontrarse en los ya citados: Bonneuil, C. y Fressoz, J. B. (2013). L'Evénement Anthropocène. La Terre, l´histoire et nous. Seuil, París.
6 Fressoz J. B. y Bonneuil, C. (2013). L'Evénement Anthropocène. La Terre, l´histoire et nous. Seuil, París.
7 Haraway D. (2016). Manifiesto para ciborgs: ciencia, tecnología y feminismo socialista a finales del siglo XX. Disponible
8 Castro Soto, G. (2009). “Efectos mundiales de las represas”, Ecositio. Disponible en: http://www.ecositio.com.ar/node/266.
10 Chakrabarty, D. (2014). “Quelques failles dans la pensé du changement climatique”, en: Hache, E. (comp). De l´univers clos au monde infini, pp. 107-147. Editions Dehors, Paris, p. 146.
11 Ídem ant. pp. 133-141.
12 Haraway, D. (1990). Antropoceno, Capitaloceno, Plantacionoceno, Chthuluceno: generando relaciones de parentesco, Revista Latinoamericana de estudios críticos animales. 3(1): pp. 15-26. Disponible en: http://revistaleca.org/journal/index.php/RLECA/article/view/53¿
13 Citado en Ferry, L. (2016). La révolution transhumaniste. Comment la technomedicine et l´uberisation du monde vont bouleverser nos vies. Plon, Paris. Véase también Neyrat, F. (2016). La part inconstructible de la Terre. Critique du géoconstructivisme. Seuil, París.
14 En un escenario en el cual ninguna potencia quiere dar el primer paso, de cara a la cada vez más escasa credibilidad que despiertan los acuerdos globales para controlar las emisiones de CO2, el capitalismo prepara su Plan B, para reciclar el proyecto de la modernidad capitalista, sin tener que salir del capitalismo. Ese Plan B se llama geoingeniería y está basado en el principio de que es posible superar los riesgos del calentamiento global, a partir de intervención deliberada sobre el clima a escala global. Para el tema, puede verse Hamilton, C. (2013). Les apprentis de sorciersRaison et deraisons de la geo-ingenierie. Sueil, París. Véase también Svampa, M. (2018a). Chacra 51Regreso a la Patagonia en los tiempos del fracking. Sudamericana, Buenos Aires.
15 Sobre el aceleracionismo véase la compilación Avanessian, A. y Mauro, R. (comps). 2017. Aceleracionismo. Estrategias para una transición hacia el postcapitalimso. Caja Negra, Buenos aires.
16 Moore, J. W. (2017). Del Capitaloceno a una nueva política ontológica, entrevista en Ecología política. Disponible en. https://www.ecologiapolitica.info/?p=9795, pp. 109.
17 Existen numerosos trabajos que indagan la concepción de la Naturaleza en Marx. El texto clásico es Schmidt, A. (1977). El concepto de la naturaleza en Marx. Siglo XXI, Madrid. Disponible en: https://marxismocritico.files.wordpress.com/2011/11/schmidt-alfred-el-concepto-de-naturaleza-en-marx-1962.pdf. Para una lectura en clave latinoamericana véase Machado Aráoz H. (2016). “Sobre la naturaleza realmente existente, la entidad América y los orígenes del capitaloceno. Dilemas y desafíos de especie”, Actuel Marx. 20: pp. 205-230. Para el tema de la fractura metabólica en J. Bellamy Foster, véase Sacher, W (2015). La "fractura metabólica" de John Bellamy Foster: ¿Qué aportes para una teoría ecomarxista?, Actuel marx/ Intervenciones. 19: pp. 33-60.
18 O' Connor, J. (2001). Causas naturales: ensayos de marxismo ecológico. Siglo XXI, México.
19 Bellamy Foster, J. (2014). Marx y la fractura en el metabolismo universal de la naturaleza, Monthly review. 15: p.1-18.
20 Harvey, D. (2004). El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión, en: Panitch, L. y Colin, L. (eds.), El nuevo desafío imperial, pp. 99-129. CLACSO y Socialist Register.
21 Moore, J. W. (2013). El auge de la ecología-mundo capitalista (I), Laberinto.38: pp. 9-26;
22 Ídem ant., Vol (I), p. 18.
23 Moore, J. W. (2013). El auge de la ecología-mundo capitalista (II): las fronteras mercantiles en el auge y decadencia de la apropiación máxima. Filosofía, política y economía en el Laberinto. 39: pp. 21-30, p. 27.
24 Viveiros de Castro, E. y Danowsky, D. (2014). L´arret du monde, en: AA.VV. L´univers clos au monde infini, pp. 221-340. Editions Dehors, París.
25 Ulloa, A. (2017). Dinámicas ambientales y extractivas en el siglo XXI: ¿Es la época del Antropoceno o del Capitaloceno en Latinoamerica?, Desacatos, mayo-agosto, pp. 58-73.
26 Machado Aráoz H. (2016). “Sobre la naturaleza realmente existente, la entidad América y los orígenes del capitaloceno. Dilemas y desafíos de especie”, Actuel Marx. 20: pp. 205-230.
27 Acosta, A (2018). “Antropoceno, capitaloceno, faloceno y más”, Rebelión. Disponible en: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=237383
28 Palacio G., Vargas, A. y Hennessy, E. (2018). Antropoceno o Capitaloceno en fricción. Des-encuentros entre Geociencias e Historia, en: Alimonda, H., Toro Pérez, C. y Martín, F. (coords.). Ecología política latinoamericana. Pensamiento crítico y horizontes emancipatorios en clave sur, volumen II, pp. 265-288, CLACSO, Buenos Aires, p.284.
29 Chakrabarty, D. (2017). “Réecrire l’histoire depuis l´anthropocene”, en: Actuel Marx, Marxismes écologiques. 67: pp. 95- 106.
31 Svampa, M. y Viale, E. (2017). “Inundaciones, sequías, incendios”, Clarin, 17/01/2017, https://www.clarin.com/opinion/inundaciones-sequias-incendios_0_rJ5mtCL8x.html
32 Como nos preguntábamos con Viale, a propósito de la Argentina y la expansión del modelo extractivo. “Ahora bien, ¿qué país puede estar preparado para el Cambio Climático, o generar verdaderas estrategias de adaptación, si cuenta con políticas públicas que promueven ciegamente la deforestación, la destrucción de humedales, el incremento de la producción de combustibles fósiles, entre otros?” (Svampa y Viale, 2016).
33 Bonneuil, C. y Fressoz, J. B. (2013). L'Evénement AnthropocèneLa Terre, l´histoire et nous. Seuil, París.
34 Ulloa, A. (2017). Dinámicas ambientales y extractivas en el siglo XXI: ¿Es la época del Antropoceno o del Capitaloceno en Latinoamerica?, Desacatos, mayo-agosto, pp. 58-73, p.68.
35 Svampa, M. (2018b). Las fronteras del neoextractivismo en América Latina. Conflictos socioambientales, giro ecoterritorial y nuevas dependencias. México, Calas, Universidad de Guadalajara. El neoextractivismo contemporáneo refiere así a un modo de apropiación de la naturaleza y un modelo de desarrollo basado en la sobre-explotación de bienes naturales, cada vez más escasos, en gran parte no renovables, así como a la expansión de las fronteras de explotación hacia territorios antes considerados como improductivos desde el punto de vista del capital. Véase los aportes de Gudynas, E. (2009). “Diez tesis urgentes sobre el nuevo extractivismo”, en: AAVV. Extractivismo, Política y Sociedad, pp. 187-225. CAAP, CLAES, Quito; Acosta, A. (2012). Extractivismo y neoextractivismo: dos caras de la misma maldición, en Ecoportal. Disponible en: https://www.ecoportal.net/temasespeciales/mineria/extractivismo_y_neoextractivismo_dos_caras_de_la_misma_maldicion/; Machado Aráoz, H. (2012). Naturaleza mineralUna ecología política del colonialismo moderno, Tesis para optar por el título de Doctor de Ciencias Humanas, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Catamarca, Argentina; Svampa, M. (2013). Consenso de los Commodities y lenguajes de valoración en América Latina, Nueva sociedad. 244: pp. 30-46. Disponible en: http://nuso.org/articulo/consenso-de-los-commodities-y-lenguajes-de-valoracion-en-america-latina/; Terán Mantovani, E. (2016). Las nuevas fronteras de las commodities en Venezuela: extractivismo, crisis histórica y disputas territoriales, Ciencia Política. 11(21): pp. 251-285.
37 Escobar, A. (2000). El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar: ¿globalización o postdesarrollo?, en: Lander. E. (comp.). La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas, pp. 68-87. Buenos Aires, CLACSO. Disponible en: http://biblioteca.clacso.edu.ar/gsdl/collect/clacso/index/assoc/D1341.dir/7_escobar.pdf
38 Gudynas, E. (2012). "Desarrollo, extractivismo y buen vivir. Debates sobre el desarrollo y sus alternativas en América Latina: Una breve guía heterodoxa", en Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo, Más allá del desarrollo, Editorial Fundación Rosa Luxemburgo/Abya Yala, Quito-Ecuador; Acosta A. y Brandt, U. (2017). Salidas del laberinto capitalista. Decrecimiento y Postextractivismo. Icaria, Madrid. Destacamos especialmente el Grupo Permanente de alternativas al Desarrollo, impulsado por la Fundación Rosa Luxemburgo, e integrado principalmente por intelectuales y activistas de América Latina, entre ellos Alberto Acosta, Edgardo Lander, Miriam Lang Horacio, Machado Araoz, Elizabeth Peredo, Emiliano Terán Mantovani, esperanza Martínez, Luis Tapia, Ulrich Brand, y la autora de este trabajo, entre otros. En una línea similar, se inserta el trabajo de la iniciativa Alternativas Sistémicas, coordinada por Focus on the Global South de Asia, Attac de Francia y Fundación Solón de Bolivia: AAVV (2017). Alternativas Sistémicas. Solon, Attac France y Focus on the Global South, La Paz, Bolivia.
39 Asimismo, pensar la transición y salida del patrón actual de desarrollo implica elaborar alternativas integrales y sistémicas, lo que excede el neoextractivismo dominante –en términos de modo de apropiación de la naturaleza y modelo de acumulación- para abarcar los patrones de circulación y de consumo dominantes.
40 Asimismo, en Europa, en el marco de una crisis no solo política y económica, sino también cultural, reapareció la idea de Decrecimiento, que había sido lanzada hacia los años 70, y la cual parece estar llamada a tener una suerte de segunda vida. Lejos de la literalidad con la que algunos asocian el concepto de Decrecimiento (leído simplemente como la negación del crecimiento económico), el léxico experiencial desarrollado en Europa en las últimas décadas profundiza el diagnóstico de la crisis sistémica (los límites sociales, económicos y ambientales del crecimiento, ligados al modelo capitalista actual) y abre el imaginario de la descolonización a una nueva gramática social y política, Véase Acosta A. y Brandt, U. (2017). Salidas del laberinto capitalista. Decrecimiento y Postextractivismo. Icaria, Madrid, en la que se destacan diferentes propuestas y alternativas: auditoria de la deuda, desobediencia, ecocomunidades, horticultura urbana, indignados, reparto del trabajo, monedas sociales. Por ejemplo, en el marco de la transición energética, se vienen impulsando las “transition towns”, un movimiento pragmático en favor de la agroecología, la permacultura, el consumo de bienes de producción local y/o colectiva, el decrecimiento y la recuperación de las habilidades para la vida y la armonía con la Naturaleza. Nacido en Irlanda en 2006, este movimiento apunta a crear sociedades más austeras, utilizando energías limpias y renovables, con un fuerte aumento de la eficiencia energética. Las comunidades en transición buscan generar resiliencia social contra el progresivo colapso social provocado por el cambio climático, el agotamiento de los combustibles fósiles y de la degradación de los regímenes políticos.
41 Descola, P. (2005). Más allá de naturaleza y cultura. Amorrortu, Buenos Aires.
42 Viveiros De Castro, E. (2008). El cascabel del Chaman es un acelerador de partículas, en: Viveiros De Castro, E. La mirada del jaguar. Introducción al perspectivismo amerindio. Tinta Limón, Buenos Aires.
43 Ídem ant., p. 39.
44 Escobar, A. (2014). Sentipensar con la tierra. Nueve lecturas sobre desarrollo, territorio y diferencia. Unaula, Bogotá.
45 Idem ant.
46 Ídem ant., pp. 94-98.
47 Gilligan C. (2015). La ética del cuidado. Cuadernos de la Fundació Víctor Grífols i Lucas, Barcelona.
48 Svampa (2013), Op. Cit.
49 OXFAM (2016). El 1% de las fincas concentra más del 50% de la tierra productiva en América Latina. Disponible en: https://www.oxfam.org/es/sala-de-prensa/notas-de-prensa/2016-11-29/el-1-de-las-fincas-concentra-mas-del-50-de-latierra-0.
50 Svampa, M. (2016). Debates Latinoamericanos. Indianismo, Desarrollo, Dependencia y Populismo. Edhasa, Buenos Aires.
51 Después de Brasil (50 muertes), y de Filipinas (33), el tercero en el ranking es Colombia, con 26 asesinatos a defensores ambientales en 2015. El listado regional incluye países como Honduras, Nicaragua, Panamá, México, Guatemala y Perú. Así, a comienzos de 2012, en Panamá se registraron fuertes episodios de represión que costaron la vida de dos miembros de la comunidad indígena Ngäbe Buglé. En Perú, durante el gobierno de Ollanta Humala (2011-2016)-, se produjeron 25 muertos en situación de represión, principalmente en la región de Cajamarca, donde los pobladores se movilizaron contra el Proyecto Conga. En marzo de 2016 fue asesinada Berta Cáceres, del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (COPINH), por las fuerzas represivas de ese país, por oponerse a una represa hidroeléctrica. En enero de 2017 fue asesinada la feminista y activista contra la megaminerìa, Laura Vasquez Pineda, miembro de la Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario, de Guatemala. Según Global Witness, en 2016 y 2017, hubo 200 asesinatos a activistas ambientales, de los cuales el 60% se registró en América Latina.
52 Stengers, I. (2013). Cosmopolitiques. Civiliser les pratiques moderns, en: Stengers, I. y Drumm, T. Une autre science est posible!. La Découvert, París.













Acabar con el Antropoceno


La aparición de los humanos ha cambiado la faz de la Tierra. El proceso de transformación de la superficie planetaria ha tenido episodios de rápido incremento en la Revolución neolítica y, siglos más tarde, en las revoluciones industriales. En las últimas décadas la población humana y el consumo de recursos se han disparado de tal modo que, en términos ecológicos, Homo sapiens se ha convertido en una plaga biosférica. Es «La Gran Aceleración», llamada así por Will Steffen y colaboradores (2015) del Programa Internacional Geosfera-Biosfera, IGBP, y el Centro de Resiliencia de Estocolmo.

los humanos estamos provocando una crisis de biodiversidad

En un continuo que probablemente comenzó hace milenios con la extinción de las megafaunas de mamíferos y otros vertebrados, los humanos estamos provocando una crisis de biodiversidad ―es decir, una pérdida de diversidad genética, de especies y de ecosistemas― que más de un autor compara con las correspondientes a las cinco grandes extinciones masivas del Fanerozoico (los últimos 541 millones de años de la historia de la Tierra). El proceso se ha acelerado de tal modo que algunos científicos hablan ya de la «Sexta extinción» en la historia de la vida. Puede consultarse a este respecto el libro titulado “La sexta extinción. Una historia nada natural”, de la periodista y escritora norteamericana Elisabeth Kolbert (2015).

Es posible que el ritmo de pérdida actual de especies sea ya cercano al de finales del periodo Cretácico, cuando, hace unos 66 millones de años, se extinguieron los dinosaurios no aviares y otros muchos organismos en la tierra firme y en los mares. En su magnífico libro titulado “Medio Planeta. La lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinción”, el eminente biólogo norteamericano Edward O. Wilson (2017) afirma con rotundidad que “a menos que la humanidad aprenda mucho más acerca de la biodiversidad ―todavía solo conocemos una pequeña parte de la misma― y actúe con rapidez para protegerla, en poco tiempo perderemos la mayoría de las especies que conforman la vida en la Tierra” (Fig. 1).

Figura 1.- Portada del nuevo libro de Edward O. Wilson. En el mismo el reputado científico aborda el grave problema actual de la destrucción de la Biosfera. Alerta de los peligros de la llamada “nueva conservación”, que se alimenta en cierto modo del concepto del Antropoceno, y propone un plan realista y urgente para tratar de solucionarlo.

No parece haber ya demasiadas dudas de que la Tierra está sufriendo un rápido calentamiento climático, provocado o acelerado por la actividad humana. La actividad industrial está modificando los ciclos geobioquímicos del planeta. Los humanos nos hemos convertido en una fuerza geológica y nuestra huella sobre la Tierra está ya incorporada al registro geológico reciente. Por esta razón, en el año 2000 el premio Nobel de química Paul Crutzen y el ecólogo Eugene F. Stoermer propusieron una nueva época geológica para la historia de la Tierra, que denominaron Antropoceno, término anteriormente acuñado por científicos rusos (Crutzen y Stoermer, 2000).

Los humanos nos hemos convertido en una fuerza geológica y nuestra huella sobre la Tierra está ya incorporada al registro geológico reciente

Un grupo de trabajo internacional (Working Group on the «Anthropocene») de cerca de 40 especialistas investiga desde hace años los fundamentos de esta propuesta. El pasado mes de agosto de 2017, dentro del Congreso Internacional de Geología celebrado en Sudáfrica, y con amplia repercusión mediática, el grupo de expertos aprobó finalmente proponer el Antropoceno como nueva época geológica. Por acuerdo dentro de este plantel de científicos el comienzo del Antropoceno se situaría en alguno de los primeros años de la Era nuclear, hacia 1950, y vendría marcado por el registro en los sedimentos de todo el globo de los residuos radiactivos del plutonio, consecuencia de las primeras explosiones atómicas. Se ha barajado incluso como posible estratotipo del Antropoceno (el corte geológico de referencia mundial para esta nueva época geológica) un afloramiento de sedimentos de origen industrial de la ensenada de Tunelboka, en el municipio vizcaíno de Getxo (Salas, El País, 9-9-2016) (Fig. 2).

Figura 2.- Vista general (arriba) y en detalle (abajo) de los sedimentos de origen industrial de la ensenada de Tunelboka (Getxo, Bizkaia), en discordancia angular con los estratos del Eoceno del acantilado. Los objetos que contienen (ladrillos refractarios y escorias de fundición, plásticos y otros elementos artificiales) pueden considerarse icnofósiles humanos. Zalasiewicz y colaboradores (2014) han propuesto para los productos resultantes de la actividad humana incluidos en los sedimentos el término “tecnofósil” que, como el de Antropoceno, se ha difundido rápidamente en todo tipo de textos. (Modificado de Astibia, 2012).

La decisión definitiva sobre si se incorpora o no oficialmente el Antropoceno a la Tabla cronoestratigráfica internacional será tomada en los próximos meses o años por la Comisión Internacional de Estratigrafía, de la Unión Internacional de Ciencias Geológicas (International Union of Geological Sciences, IUGS), subcomité científico cuyo objetivo principal es definir las unidades globales de la Tabla cronoestratigráfica internacional que, a su vez, son la base de las unidades o divisiones (eras, periodos, épocas) de la Escala internacional de tiempo geológico (http://www.stratigraphy.org/).

Sinceramente, desearía que la decisión final de los miembros de la Comisión Internacional de Estratigrafía fuera la de no incluir el Antropoceno entre las épocas de la Tierra. No creo que tenga demasiado sentido o utilidad geológica (cronoestratigráfica y geocronológica, en nuestra jerga especializada) una serie o época de solo algo más de 60 años de duración, mucho menos que un instante en la larga historia de la Tierra. Dividir el tiempo futuro no sirve de gran cosa. Es indudable que los cambios geobiológicos producidos por los humanos en nuestra corta historia están quedando registrados en los depósitos sedimentarios, pero de momento solo pueden constituir, geológicamente hablando, un «evento» o rápido episodio en el registro geológico más reciente del planeta.

Es indudable que la palabra Antropoceno ha tenido una rápida difusión. Existen ya al menos dos revistas internacionales con la misma: The Anthropocene Review (SAGE) y Anthropocene (Elsevier). Se dice que el concepto de Antropoceno propicia la discusión entre los gremios del conocimiento, tanto desde la ciencia como desde las humanidades. Publicaciones de todo tipo tratan sobre el tema (Fig. 3). Para el geólogo y académico Antonio Cendrero (2017) la aceptación formal del término “es de especial interés para la comunidad geológica”. Se trata de un tema científico “que concita un amplio interés público y que podría ayudar a que la sociedad en general, y los poderes públicos en particular, dediquen mayor atención y medios materiales a los esfuerzos científicos encaminados a profundizar en él”. Algunas personas piensan que el debate sobre el Antropoceno, al margen de su dudosa utilidad geológica, es bueno porque puede crear conciencia sobre nuestra agresiva presencia en el planeta y la necesidad de un cambio hacia una nueva cultura más respetuosa con la naturaleza y, en definitiva, más beneficiosa a largo plazo para la supervivencia de nuestra propia especie.

Figura 3.- La palabra e ideas relacionadas con el Antropoceno se han divulgado rápidamente desde que Crutzen y Stoermer (2000) las plantearon a la comunidad científica. Desde entonces el Antropoceno es portada de numerosas publicaciones de amplio espectro temático, científico y social.

Sin embargo, el tema y la eventual aceptación por la comunidad científica del Antropoceno puede tener otra vertiente, justamente contraria a la arriba mencionada, un lado negativo que llega, además, en unos momentos en los que el mensaje del medioambiente, más allá de ciertas frases hechas, está bajo mínimos, casi borrado de los discursos políticos locales y globales. Porque aceptar el Antropoceno como división del tiempo geológico parece, de alguna manera, admitir, aceptar, que el desastre climático que estamos provocando, la contaminación y destrucción de los ecosistemas, el esquilme de recursos y los problemas humanitarios que estos procesos provocan, son algo inevitable; que han venido para quedarse y propagarse, que van a continuar produciéndose. Puede conducir, en mi opinión, a una peligrosa actitud subyacente de aceptación, de inevitabilidad de estos cambios.

A los agentes que están liderando esta catástrofe —desde luego, con nuestra activa y consumista participación occidental—, a algunas multinacionales, empresas del petróleo, compañías mineras, grandes corporaciones de la alimentación, constructoras, empresas de armamento, líderes políticos sin escrúpulos y medios de información a su servicio, les interesa que esto siga así; les viene bien el deshielo ártico para poder saquear en lugares donde antes no podían hacerlo, el ascenso del nivel del mar para poder construir masivamente en las nuevas costas, el desplazamiento de poblaciones, la guerra por el agua y los alimentos, la inestabilidad y la violencia, para vender armas y enviar tropas pacificadoras. A quienes están enfermos de riqueza les viene bien la consagración del Antropoceno y seguramente desearán que el grupo de expertos consiga su objetivo, que la Comisión Estratigráfica Internacional acepte esta nueva e innecesaria época geológica.

A los agentes que están liderando esta catástrofe les interesa que esto siga así; les viene bien el deshielo ártico para poder saquear en lugares donde antes no podían hacerlo

Al margen del debate estrictamente geológico del Antropoceno (su aceptación oficial o no como una nueva época geológica), como indica Wilson en el libro anteriormente mencionado, la óptica antropocénica del mundo, esa creencia de que la humanidad “ya ha cambiado el mundo vivo de manera irreversible y que debemos adaptarnos a la vida en un planeta dañado”, donde la naturaleza salvaje ha dejado de existir, está generando lo que el gran naturalista califica como “la visión más peligrosa del mundo”, una ignorante política ecológica que algunos denominan “nueva conservación” y que en la práctica no hace sino acelerar el proceso de destrucción de la naturaleza, conduciéndola hacia un ya cercano punto de no retorno.

creo que por lo que deberíamos investigar, educar y luchar es por acabar con el Antropoceno

Todavía estamos a tiempo. Wilson insiste en que en el mundo aún quedan grandes zonas de naturaleza salvaje y plantea que la salvaguarda de solo medio planeta para la misma sería suficiente para mantener la esperanza de salvar la mayor parte de la biodiversidad de la Tierra. Si pudiéramos minimizar el desastre que estamos produciendo —en realidad que nos estamos produciendo; al planeta «le da igual», pues seguirá evolucionando hasta que dentro de miles de millones de años desaparezca, engullido por el Sol convertido en una gigante roja—, y encaminarnos hacia una nueva cultura de la Tierra, que ponga en marcha la imprescindible transición energética y la superación de la globalización capitalista, la historia del Antropoceno quedaría tan solo en un episodio más del cortoplacista egoísmo antropocéntrico. Realmente, creo que por lo que deberíamos investigar, educar y luchar es, en todo caso, por acabar con el Antropoceno.

Referencias bibliográficas

Astibia, H. (2012). Tunelboka y Gorrondatxe (Getxo, Bizkaia), fósiles humanos para el Antropoceno. Euskonews, 640 (2012/09–28/10–05).

Cendrero, A. (2017). El debate sobre el Antropoceno. Reflejo social, datos científicos y aspectos formales. Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, discurso inaugural año académico 2017-2018, Fundación BBVA.

Crutzen, P. J. y Stoermer, E. F. (2000). The ‘Anthropocene’. Global Change Newsletter, 41: 17–18.

Kolbert, E. (2015). La sexta extinción. Una historia nada natural. Editorial Planeta, Crítica, Barcelona. (Edición original en lengua inglesa, 2014).

Steffen, W., Broadgate, W., Deutsch, L., Gaffney O., Ludwig, C. (2015). The trajectory of the Anthropocene: The Great Acceleration. The Anthropocene Review, 2: 81–98.

Wilson, E. O. (2017). Medio planeta. La lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinción. Errata naturae editores, Madrid. (Edición original en lengua inglesa 2016).

Zalasiewicz, J., Williams, M., Waters, C.N., Barnosky, A.D. y Haff, P. (2014). The technofossil record of humans. The Anthropocene Review 1: 34–43.

Tierra y Tecnología nº 50


 | http://dx.doi.org/10.21028/haa.2017.12.27 


| Autor: Humberto Astibia Aierra. 


Catedrático de Paleontología. Departamento de Estratigrafía y Paleontología, Facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad del Universidad del País Vasco/EHU

Agradecimientos

Al Dr. Xabier Pereda Suberbiola (Departamento de Estratigrafía y   Paleontología, UPV/EHU) y a la Dra. Ester Boixereu i Vila (IGME) y   demás personas responsables de Tierra y Tecnología (Ilustre Colegio Oficial de Geólogos), por la lectura crítica y la publicación de este  texto.






















Global Change: the Anthropocene

Cambio global: el Antropoceno

Miguel Equihua Zamora 1
Instituto de EcologíaMexico
Arturo Hernández Huerta
Instituto de EcologíaMexico
Octavio Pérez Maqueo
Instituto de EcologíaMexico
Griselda Benítez Badillo
Instituto de EcologíaMexico
Sergio Ibañez Bernal
Instituto de EcologíaMexico

Ciencia Ergo Sum, vol. 23, núm. 1, pp. 67-75, 2015

Universidad Autónoma del Estado de México


Resumen:Se expone que la transformación de los procesos naturales del planeta han alcanzado tal magnitud que algunos científicos han formulado la idea de que vivimos en una nueva época geológica: el Antropoceno. Se identifica a los seres humanos como la fuerza de transformación de escala mundial. Existe una amplia discusión del tema inclusive sobre su propia existencia. Se identifica el uso de los combustibles fósiles como la causa del incremento considerable de óxido nitroso, dióxido de carbono, metano y de nuevos gases como los cloro-fluoro-carbonos en la atmósfera. Esta situación nos desafía a encontrar nuevas formas de relación con la biósfera que no atenten contra la propia existencia de la humanidad.


Introducción

El Antropoceno es todavía un concepto científico en construcción, y los argumentos y las reflexiones que se están haciendo en torno a él resultan altamente relevantes. Por esta razón nos proponemos en las siguientes páginas recorrer algunos de los datos y las ideas más importantes que se están analizando al debatir su pertinencia científica, pero también como una oportunidad para valorar sus implicaciones en nuestra vida cotidiana. En la actualidad se reconoce la existenica de grandes procesos de transformación de la biósfera al grado que se habla de un cambio global. Se trata de un conjunto de alteraciones en la constitución y funcionamiento de los ecosistemas. Aunque no es el único aspecto, desde luego está estrechamente relacionado con cambios en el clima que han ocurrido con una magnitud sin precedente desde la última glaciación, que se refleja en el incremento de la temperatura promedio del planeta. Este cambio en la temperatura es resultado de la acumulación de gases con efecto invernadero (GEI) en la atmósfera (fenómeno por el cual se queda atrapado calor en las capas bajas de la atmósfera como si se tratara de una de esas cajas de cristal usadas para cultivar plantas tropicales en climas fríos). Este cambio en la composición de la atmósfera deriva en mayor medida de la quema de combustibles fósiles para generar energía y de la conversión de hábitats naturales a terrenos agropecuarios, lo que por cierto induce otro gran cambio global: la pérdida de biodiversidad. En consecuencia, cabe pensar que los efectos de las actividades de los seres humanos han escalado niveles planetarios (Crutzen, 2002) y que se han convertido en una fuerza geofísica global (Steffen et al., 2007) con un 95% de certeza de que la actividad humana es la causa dominate del calentamiento (IPCC, 2013).

Respecto a las preguntas que todos nos hacemos (¿realmente el clima está cambiando tan rápido como se señala? y ¿cuál es el motivo?), algunos investigadores han provisto explicaciones contundentes. Si bien han ocurrido grandes cambios en el clima a lo largo de la historia del planeta, la transformación que está ocurriendo actualmente es más vertiginosa y profunda. Es probable que sea resultado de las actividades humanas que entre otras cosas ha modificado en forma significativa la composición química de la atmósfera. Esta amenaza se suma a otros desajustes de la biósfera, tal vez inducidos también por las actividades humanas. En particular es notable la marcada pérdida de biodiversidad en el planeta que se ha venido registrando con mayor precisión desde el siglo pasado (Rockström, 2009). En la actualidad ya se reconoce que las varias vertientes del cambio ambiental de escala global interactúan entre sí generando efectos sinérgicos que agravan la magnitud de la amenaza a la estabilidad de la biósfera desde el punto de vista de los intereses humanos. Es el caso de la biodiversidad y el cambio climático: gran parte de los mecanismos que intervienen en la regulación del ciclo del carbono transitan por componentes de la biodiversidad, de tal manera que la mitigación del cambio climático puede llevarse a cabo a partir de acciones que involucren almacenes de carbono, absorción por fotosíntesis o fijación en carbonatos.

Por ésta y otras razones sobre la influencia humana como aceleradora de cambios en la biósfera y en el clima, algunos investigadores han encontrado justificación para sugerir el reconocimiento de una nueva etapa geológica en la historia de la Tierra: el Antropoceno. Los que proponen esta idea señalan que la especie humana se ha convertido en una fuerza impulsora de cambios de orden planetario, entre otras cosas, por el elevado número de individuos y por la magnitud de las acciones que intervienen en los procesos biogeoquímicos. No obstante, también existen grupos que continúan cuestionando la influencia humana como factor de cambio en estos procesos y sobre todo por sus implicaciones sobre las decisiones para el desarrollo económico, donde más bien los mercados y el intercambio comercial transcurren obviando los límites de los recursos del planeta (Martín, 2012). Es interesante la posición de Hettinger (2014) al argumentar sobre si se ha exagerado el papel de la influencia humana al extraer de ella conclusiones mefafísica y moralmente inapropiadas. De acuerdo con este autor, a pesar del dramático impacto humano en el planeta, al ponderar la naturalidad que permanece a nuestro rededor y el constante incremento de la influencia humana sobre la naturaleza, hay también una inclinación a valorar los ecosistemas/naturaleza como algo cada vez más importante en el pensamiento ambiental y político.

1. Cambio ambiental

La dimensión de los procesos de transformación y su impacto sobre los procesos naturales en el planeta han alcanzado tal punto que la idea del Antropoceno surge como una noción científica interesante. Para empezar, se le concibe para referirnos a los tiempos recientes en los que el ser humano se ha convertido en una fuerza dominante en la transformación de la Tierra (tabla 1). El término comenzó a emplearse en el 2000 y hay que decir que aún no ha sido aceptado por completo por la comunidad científica; sin embargo, aún informalmente es un concepto útil para señalar los efectos de las actividades humanas que alteran el clima de la Tierra y la estructura y función de los ecosistemas a gran escala. Estas razones son las que llevan a considerarlo como una posible nueva época geológica (Brown, 2014) y cabe preguntarnos, como cuestiona Cafaro (2013: 261), si esta nueva época es el momento en "donde los seres humanos no solamente dominan la biósfera, sino que lo hacen lícitamente".

Tabla 1
El Antropoceno nueva época.
El Antropoceno nueva época.
Fuente: adaptado de Fernández-Durán, 2010

Si aceptamos al Antropoceno como una nueva época geológica, sería la más reciente y en la cual vivimos. Sin embargo, ¿en qué momento el Holoceno dio paso al Antropoceno? ¡Marcar su inicio es ahora la cuestión! (Cohen, 2014). Pero habría que considerar que a pesar de que la Tierra es un sistema que cambia continuamente. Antes de la presencia humana, los cambios eran causados por procesos geológicos y ajustes ecosistémicos derivados que se desarrollaron a lo largo de millones de años; de hecho, fue así como hace unos doscientos mil años el ser humano surgió de la propia dinámica ecosistémica y de la evolución orgánica en una posición que guardaba gran equivalencia con otras especies de vertebrados del momento. Mucho tiempo después, con el advenimiento de la agricultura y el pastoreo se favoreció el incremento de su población y comenzaron a modificarse los ambientes en los que habitó para adecuarlos a sus intereses (cosa que en distintos grados también hacen otras especies vivientes). Milenios más tarde, con la Revolución industrial, los cambios se vuelven más profundos y acelerados, los cuales han sido objeto de estudio en nuestros días en la búsqueda de las raíces de la crisis ambiental que enfrentamos evidentemente.

2. La agricultura

Cada vez se entiende con mayor claridad que un punto de quiebre fundamental en la interacción humana con su entorno ocurre con el origen y diseminación de la agricultora y el pastoreo (McClure, 2013). Se estima que la agricultura inició en el Neolótico más o menos de manera simultánea en diversas partes del mundo (McClure, 2013). Hace unos ocho mil o tal vez diez mil años aparecen el trigo y la cebada en el Medio Oriente, como los primeros cultivos conocidos en la actualidad. La agricultura produjo un cambio radical en la historia de la humanidad al favorecer el aumento de la población y el establecimiento en territorios donde no habría sido posible sobrevivir, lo que condujo a la concentración de los seres humanos en poblados más o menos fijos. El aumento poblacional requirió cada vez de más alimento; por está razón surgió la necesidad de ampliar los campos para aumentar la incipiente producción agrícola, lo que impulsó la tala de los bosques y la transformación de la cubierta vegetal. Con estas prácticas pudo incrementarse la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. Hace unos seis mil años inició la implementación de las técnicas de riego para llevar agua a los campos de cultivo, en particular el arroz, lo que a su vez originó una tendencia al incremento de metano (CH4) en el aire. El metano, componente principal del gas natural que se usa como combustible o del gas grisú que causa explosiones en minas de carbón, ocasiona también cambios en los balances energéticos de la atmósfera. De hecho es, kilo a kilo, más de veinticinco veces más potente que el CO2 en su efecto invernadero (Rudiman, 2003; Rudiman, 2005a).

3. Revolución industrial

A finales del siglo XVIII y casi a finales del xix, en Inglaterra inició la Revolución industrial (mapa 1) que poco después se extiende al resto de Europa y más tarde a Estados Unidos de Norteamérica. Con ella ocurren las mayores transformaciones sociales, económicas, tecnológicas y culturales de la historia de la humanidad desde el Neolítico (Escudero, 1997). Además, estos eventos implicaron la mecanización agrícola que a su vez facilitó las migraciones rurales y el crecimiento de la población urbana. Esto se sumó a la exploración del mundo que en su momento incorporó nuevas especies a la producción agropecuaria y expandió su cobertura. Hoy en día la aplicación de tecnología para la producción a gran escala es una tendencia en todos los países desarrollados, y en proceso, que es sin duda un fenómeno global. Se atribuye el gran desarrollo tecnológico de la Revolución industrial a la aplicación de la máquina de vapor para el bombeo y como fuerza propulsora de barcos (1807) y locomotoras (1804, 1814).

La Revolución industrial inglesa. Las industrias que se establecieron a lo largo del país
Mapa 1
La Revolución industrial inglesa. Las industrias que se establecieron a lo largo del país
Fuente: adaptado de Portillo, 2010

Con la máquina de vapor la navegación dejó de ser tan vulnerable a los eventos climatológicos. Su empleo en barcos y en ferrocarriles dieron impulso al desarrollo económico al acelerar el transporte de materias primas y mercancías, reducir costos y tiempos de traslado y enlazar regiones geográficas muy distantes. En Europa a partir de 1860 los avances tecnológicos permitieron sustituir el uso del hierro por el acero en los procesos industriales y reemplazar la fuerza de la máquina de vapor por energía eléctrica (1873). En 1859 en Estados Unidos se logró extraer industrialmente el petróleo; muy pronto éste y el queroseno, elaborado a partir de carbón mineral o hulla, fueron empleados como combustibles para el alumbrado público en sustitución del aceite de ballena, que cada vez se volvía más difícil de conseguir, por el decremento que habían sufrido sus poblaciones al ser utilizadas con este fin desde mediados del siglo xix; desde entonces las concentraciones de CO2 atmosférico empezaron a aumentar en consideración (Brice, 2002). Este momento de la historia humana es el que marca el inicio del uso descomunal de energía satisfecho con combustibles fósiles, momento que ha ocasionado un extenso cambio en la composición química de la atmósfera que ha resultado en la modificación de su balance en términos de efecto invernadero y así impulsa la tendencia progresiva hacia el calentamiento global o más convenientemente al cambio climático global. Fenómeno que con toda probabilidad es uno de los rasgos más conocido en la actualidad de entre las varias dimensiones que caracterizan al Antropoceno. Se calcula que el sistema energético del planeta depende en un 81% de las fuentes no renovables como los combustibles fósiles. Cabe destacar que el enorme consumo de combustibles fósiles puede estar amenazado por el agotamiento de las existencias de petróleo en los mantos geológicos. Es el argumento que se esgrime alrededor del llamado pico petrolero, derivado del análisis que muestra que la tasa de localización y explotación de petróleo está entrando en una tendencia de reducción. Esto implica que si no se desarrollan fuentes alternas de energía, la sociedad humana no podrá mantenerse con la misma magnitud ni con el mismo patrón de producción y consumo que tenemos en la actualidad por mucho más tiempo (Tverberg, 2012). El problema de la energía fósil y el cambio climático antropogénico están estrechamente ligados, puesto que son dos retos entretejidos que para atenderderlos se requiere una solución holística (Höök y Tang, 2012). Por lo pronto, usar más de modo más racional las reservas de petróleo del planeta junto con un consumismo razonable permitirá redirigir la economía (Ferrari, 2013).

4. Antropoceno

A pesar de lo que hemos descrito, los motivos y el momento de inicio del Antropoceno son aún materia de amplio debate. Hay quienes señalan a la agricultura extensiva y tecnificada como la causa original (Ruddiman, 2005b), mientras que otros marcan a la Revolución industrial como su inicio a mediados del siglo XVIII en Inglaterra. En este sentido algunos dudan que los gases de invernadero emitidos por las actividades humanas en los últimos doscientos años hayan sido suficientes para alterar el clima. El mayor consenso gira en torno a la idea de que el Antropoceno comienza alrededor de la segunda mitad del siglo XVIII cuando se producen aumentos notables y constantes de CO2 y CH4 en la atmósfera. Lo anterior debido sin duda a las actividades humanas asociadas a la proliferación de maquinaria industrial y su demanda energética satisfecha con combustibles fósiles. Entre las evidencias están los datos de los núcleos de hielo de los glaciares (figura 1) en cuyas burbujas de aire aprisionado se registra como en un reloj químico el inicio de un crecimiento notable en las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero (Crutzen y Stoermer, 2000Crutzen, 2002). Además de que en el periodo entre los años 1800 y 2000 la población mundial pasó de mil millones de personas a seis mil millones de habitantes. Hoy en día sobrepasa los siete millardos.2 La presencia humana en la superficie terrestre destinada a su sustento aumentó de 10% a cerca de 25 o 30% en el mismo periodo, inclusive hay quienes la calculan hasta en 50% (Lambin y Geist, 2006).

Proceso de formación del efecto invernadero por los gases en la atmósfera
Figura 1
Proceso de formación del efecto invernadero por los gases en la atmósfera
Fuente: adaptado de UNEP-GRID-Arandal (Kiehl y Trenberth, 1996)

En este sentido, apenas estamos comenzando a vivir el Antropoceno que abarca poco más de doscientos años de los aproximadamente cuatro mil quinientos setenta millones de años de edad que se calcula tiene la Tierra y los doscientos mil años del origen de nuestra especie. Tomando como base evidencias geológicas y paleontológicas, los geólogos y los geofísicos han dividido la historia de la Tierra en grandes eras o etapas. Durante la primera etapa que duró cuatro mil veinticinco millones de años, y que equivale a siete octavas partes de la edad de la Tierra, se formaron la litósfera, la hidrósfera y la atmósfera. Tuvieron que pasar dos mil cuarenta millones de años para que hubiera oxígeno libre en la atmósfera producto de la actividad de las numerosas especies de algas fotosintéticas que poco a poco, pero con gran éxito, se extendieron en los mares del planeta. Transcurrieron alrededor de otros novecientos millones de años más para la formación de la capa de ozono estratosférico, la que bloquea la radiación UV proveniente del sol y brinda una protección natural contra su efecto dañino sobre los organismos. A lo largo de su historia, la Tierra ha registrado innumerables cambios ambientales que han ocasionado transformaciones drásticas en la biodiversidad y estructura del planeta. Es el caso de las ocurridas en el límite Pérmico-Triásico cuando cerca de 95% de las especies marinas y 70% de las especies terrestres se extinguieron; la del Devónico, cuando desaparecieron 70% de las especies; la del Cretácico-Terciario, en la que desapareció 75% de todas las especies, incluso los dinosaurios. Esos cambios que han modificado la faz del planeta se han atribuido a modificaciones del ambiente asociadas a causas de origen geológico, climático y astronómico como las transgresiones y regresiones marinas, glaciaciones, clima árido, cambios en la órbita de la Tierra y sobre todo al impacto meteorítico y a los periodos de gran actividad volcánica asociados a las llamadas grandes provincias ígneas; la asociación entre éstas y las grandes extinciones encajan bien, pero cabe anotar que la naturaleza de las causas no se ha resuelto cabalmente (Wignall, 2005). En este contexto no hay antecedentes geológicos a la capacidad de una sola especie para alterar a gran escala los procesos planetarios como lo está haciendo hoy el ser humano.

Se han propuesto tres fases para una posible caracterización del Antropoceno: a ) la Era industrial (ca. 1800-1945), b ) la Gran aceleración (ca. 1945-2015), que sucede después de la Segunda Guerra Mundial en la que la población, el consumo y la tecnología se han convertido en los factores dominantes que incrementan el impacto ambiental humano (Steffen et al., 2011) y c ) una posible conducción del sistema terrestre (ca. 2015-). Otros proponen una fecha aún más remota vinculada con las migraciones a gran escala de los seres humanos y la extinción de la fauna que tuvó lugar hace ocho mil años en el Neolítico y en plena expansión agrícola (Ruddiman, 2005b) cuando la especie humana comenzó a dispersarse por los continentes. Estas extinciones quizá sean el primer gran impacto a escala planetaria. La población humana que se incrementaba aceleradamente eliminó a numerosas especies, por la caza directa o por la apropiación del uso del suelo para fines agropecuarios que resultó en la remoción de la cubierta vegetal natural.

No es sino hasta el siglo xx que Paul J. Crutzen con sus investigaciones sobre la incidencia del ozono en la atmósfera y Eugene F. Stoermer acuñaran el término Antropoceno (Crutzen y Stoermer, 2000) para designar la época geológica actual y que marca también la conclusión del Holoceno. En realidad el término fue propuesto primero por Stoermer a principios de los ochenta para referirse al impacto que estaban teniendo las actividades humanas en la tierra, pero su difusión ocurrió más tarde. Crutzen y Stoermer argumentan que es innegable la capacidad de transformación que el ser humano tiene sobre la tierra (gráfica 1). Ellos apuntan como marca distintiva el uso de los combustibles fósiles que en menos de doscientos treinta años han incrementado en consideración las concentraciones en la atmósfera de óxido nitroso, dióxido de carbono y metano (NO, CO2 y CH4 respectivamente). Las ciento sesenta millones de toneladas de dióxido de azufre (SO2, precursores de los aerosoles de sulfatos) que Estados Unidos libera por año a la atmósfera con la quema de carbón y petróleo es por lo menos dos veces más grande que la suma de todas las emisiones naturales. El nitrógeno era introducido al mundo vivo en exclusivo a través de la actividad de las bacterias nitrificantes; ahora a esto se suma nuestra capacidad de hacerlo de manera sintética para ser aplicado como fertilizante en la agricultura y lo hacemos en una cantidad que supera al que es fijado naturalmente por todos los ecosistemas terrestres. La humanidad utiliza más de la mitad de toda el agua dulce disponible del planeta. Las transformaciones de los hábitats naturales para adecuarlos a intereses humanos o para usar los espacios que ocupan han incrementado a niveles alarmantes las tasas de pérdida y extinción de especies, cerca de un cuarto de las especies de aves del planeta corren el peligro de extinguirse (Vitousek et al., 1997).

Concentración de CO2 en la atmosféra vs.  crecimiento humano
Gráfica 1
Concentración de CO2 en la atmosféra vs. crecimiento humano
Fuente: adaptado de Kaplan et al., 2011

5. Implicaciones histórico sociales del Antropoceno

Desde el siglo xviii había ya empezado a germinar una visión que cambiaría gradualmente la idea del predominio del hombre sobre la naturaleza. En este tenor, varios estudios sobre historia natural cuestionaban el antropocentrismo dominante (Leis, 2001), ya que el quehacer de la historia natural no sólo implicaba generar nuevos conocimientos, también promovía el surgimiento de nuevas ideas y sensibilidades que poco a poco emergieron como valores y actitudes defensivas y protectoras del mundo natural. En el siglo XIX surge la preocupación por conocer y mejorar el vínculo natural entre el ser humano y otras especies haciéndola converger con la preocupación democrático-revolucionaria por los derechos humanos.

En el siglo XX, al terminar la Segunda Guerra Mundial, el movimiento ambientalista surgió desde diversos frentes con una participación muy relevante del sector científico. El informe de Vannevar Bush, Science: The Endless Frontier (1945), sentaría las bases del desarrollo de las políticas en materia científica y tecnológica asumiendo que más desarrollo tecnológico implica más progreso nacional y bienestar social. Durante los cincuenta la preocupación derivada del riesgo de los usos militares de la energía nuclear tienen un impacto notable. Barry Commoner estudió la presencia de estroncio-90 radioactivo en los dientes de leche de los niños estadounidenses, lo cual está relacionado con las pruebas nucleares en la atmósfera. Esto se empieza a apreciar como un ejemplo de graves riesgos del avance tecnológico humano (Commoner, 1972). El ambientalismo orientado por el sector científico mantendría su predominio hasta finales de la década de los sesenta e impulsó que se concientizara sobre el vínculo entre las problemáticas social y ambiental. La preocupación se amplió para incluir asuntos como la contaminación del aire urbano y del agua así como la exposición a residuos tóxicos y peligrosos. En 1962 Rachel Carson publicó su trabajo Silent Spring, que es de gran influencia para el movimiento ambientalista, y ayudó a percibir la interconexión y la complejidad de los sistemas ambientales. Los problemas ambientales locales empezaron a ser interpretados en el marco de problemas ambientales más globales.

Durante los setenta la atención de la opinión pública, así como la de los científicos y tomadores de decisiones se centró preponderantemente en los efectos ocasionados por la contaminación industrial y agrícola, la conservación de especies emblemáticas y la protección de espacios silvestres. En 1972 se publicó el Informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento (Meadows et al., 1972) que puso en entredicho las nociones de crecimiento y desarrollo utilizadas en economía. En 1974 se identifica la capacidad catalítica de los átomos de cloro en la estratósfera -liberados por la fotodisociación de los CFCs- (clorofluorocarbonos) y en aquel entonces su hipotético impacto sobre la capa de ozono, lo que daría pie al otorgamiento del premio Nobel de Química en 1995 al mexicano Mario Molina, al estadounidense Sherwood Rowland y al holandés Paul Crutzen. Por primera vez se tenían pruebas palpables de los efectos adversos de una actividad industrial a escala global (Albaiges, 2001).

Durante los ochenta la dimensión ambiental incorpora al aspecto natural el componente cultural y el ecosistémico. Esta década sufre el desastre industrial de la Union Carbide en Bhopal, India (diciembre de 1984) y finalmente queda marcada por el desastre nuclear de Chernobyl (abril de 1986), que pone de manifiesto que los desastres ecológicos no respetan fronteras y que la tecnología no es infalible. El Informe Brundtland o Nuestro Futuro Común (abril de 1987) reconoce de manera oficial que los aspectos ambientales, económicos y sociales deben ser compatibles con los procesos de desarrollo e inicia el debate sobre la sustentabilidad del desarrollo humano.

La década de los noventa se caracteriza por la adopción amplia del desarrollo sustentable en casi todos los ámbitos del quehacer humano pero también el lanzamiento del debate sobre cómo traducirlo en términos operativos. El concepto político de desarrollo sustentable, que se había hecho público en el informe Nuestro Futuro Común, fue incorporado en la Declaración de Río (1992), derivada de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo en Río de Janeiro (junio de 1992). La dimensión ambiental es también cada vez más una parte integrante de la lógica oficial de desarrollo nacional. Sin embargo, son monumentales los desafíos que tiene la humanidad en el siglo XXI como resultado del cambio ambiental global que hemos inducido al incrementarse el número de seres humanos y por la adopción de patrones tanto de producción como de consumo de bienes y servicios que presionan el funcionamiento de los ecosistemas a una escala sin precedente. Sin duda, los últimos veinte mil años han sido propicios para el desarrollo de las sociedades humanas, pero el ambiente globalmente modificado ¿nos seguirá beneficiando? (gráfica 2). El cambio climático que empezamos a vislumbrar y sentir tendrá sin duda efectos beneficiosos y adversos en los sistemas ambientales y socioeconómicos, pero cuanto mayor sea la importancia de los cambios en el clima y la velocidad con la que se producen más probable será que predominen los efectos adversos. Crutzen (2002) propone que es tarea de científicos e ingenieros guiar a la sociedad hacia el manejo sostenible de la biósfera durante el Antropoceno.

Variaciones de la temperatura promedio en la superficie de la Tierra en los últimos veinte mil años
Gráfica 2
Variaciones de la temperatura promedio en la superficie de la Tierra en los últimos veinte mil años
Fuente: adaptado de McMichael, 2003

En una reunión del US-National Research Council (NRC) (2010) se reflexionó sobre cómo será la evolución de la superficie de la Tierra en el Antropoceno. Se llegó al consenso de que son necesarias nuevas teorías y enfoques metodológicos para afrontar las interacciones cada vez más complejas entre los seres humanos y su entorno en la nueva época. Harden et al. (2013) sugieren una nueva ciencia, aún en construcción, para estudiar estos sistema de paisajes humanos que reconoce la interdependencia hidro-geomorfológica y ecológica con los procesos humanos. Es claro que el estudio de estas interacciones complejas requiere de nuevos enfoques de orientación interdiciplinaria. Posiciones opuestas señalan que "el concepto es profundamente incidioso" (Hettinger, 2014), que se sobreevalúa el papel de los seres humanos y no se aprecia el papel que la naturaleza no-humana continua representando sobre la tierra. Es una ratificación de la trascendencia de este debate la existencia del Journal The Anthropocene3 (2013) que aborda "las interaciones que la gente tiene con la Tierra"; muestra que el tema es cada vez más pertinente, así como la creciente presencia de los asuntos ambientales en las mesas de discusión y en la formulación de políticas públicas.

Conclusiones

El inicio del Antropoceno aún sin definirse, ya sea con el surgimiento de la agricultura en el Neolítico, o la Revolución industrial o con la Gran aceleración después de la Segunda Guerra Mundial o hasta 1945 con la detonación de la primera bomba atómica (el lunes 6 de agosto de 1945) y con ello el comienzo de la era nuclear. Los recientes hallazgos de una columna de sedimentos de 39 centímetros de las marismas de Urdaibai, España, que contiene hidrocarburos aromáticos policíclicos que registra la contaminación generada en los últimos setecientos años, se suma a las pruebas tangibles que apoyan la idea de que el ser humano ha entrado en, y más aún creado, una nueva época geológica: el Antropoceno (Leorri et al., 2014). En esta nueva época los seres humanos hemos alcanzado el nivel de un agente transformador de escala geológica global, de manera equivalente a otros grandes procesos que han modelado el desarrollo del planeta.

La comprensión científica de los tiempos que estamos viviendo puede beneficiarse al destacar y caracterizar con precisión esta nueva etapa en la historia del planeta. Sea como sea, formal o coloquialmente, el Antropoceno es más o menos sinónimo con el presente y el ahora en las ciencias de la tierra; es probable que su inicio resulte siempre más o menos arbitrario, pero eso no cambia mucho su relevancia (Cohen, 2014). En todo caso, cualquiera que sea la posición que se tenga respecto de la existencia o no de algo que podamos llamar Antropoceno, es innegable que la influencia humana ha alcanzado tal magnitud que junto con la globalización de los mercados está ocurriendo una globalización del cambio ambiental.

Challenger (1998) señaló que "el clima responde en forma relativamente lenta a los cambios en los mecanismos de retroalimentación que lo moldean", de modo que si empezamos a actuar ahora para frenar la tendencia hacia el calentamiento, los resultados de nuestras acciones no serán evidentes sino hasta dentro de varias décadas. Sin duda, en los años venideros la evolución biólogica continuará su marcha cotidiana. Nuevas y variadas especies surgirán y es posible que de entre ellas surja alguna que pueda ocupar nuestro nicho sin apenas notarlo y menos evitarlo. El desafío del Antropoceno no lo es para la vida en el planeta, es para el Homo sapiens y sus hábitos. La humanidad ha desarrollado conocimiento amplísimo y depende inevitablemente de la tecnología para generar su sustento. El cambio ambiental inducido por la humanidad ha originado el deterioro de la capa estratosférica de ozono y el cambio climático global. La actividad humana además está afectando la existencia de las comunidades bióticas al generar importantes pérdidas de especies y graves niveles de contaminación ambiental que se traducen en cambios drásticos en el funcionamiento y constitución de la biósfera. Lo agravamos por el gran número de habitantes y por los patrones de producción y consumo de bienes y servicios. Estamos en la actualidad en la encrucijada del Antropoceno que nos desafía a encontrar nuevas formas de relación con la biósfera que no atenten contra nuestra propia existencia. Paradójicamente esto requiere no sólo modular, fuera de nosotros, el cambio ambiental que acompaña nuestras actividades, sino la reinvención de la propia naturaleza humana dentro de cada uno de nosotros mismos.

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Notas

1 Correo electrónico: equihuam@gmail.com, arturo.hernandez@inecol.mx, octavio.maqueo@inecol.mx, griseldabb17@gmail.com, sergio.ibanez@inecol.mx. Se agradecen los comentarios de los árbitros de la revista.
2 Para el 7 de diciembre de 2015 a las 18:33:51, el cálculo para la población fue de 7 344 119 662 habitantes. Datos disponibles en http://countrymeters.info/es/World
3 Revista que se encuentra disponible en http://www.journals.elsevier.com/anthropocene?gclid=CLTDqqGVlL8CFQdgfgodmZUAlA

Gaia, Antropoceno y naturaleza: tres conceptos para entender la transición en curso



 

antropoceno

El primer punto que tenemos que imaginar es que Gaia no es naturaleza; Gaia es un sistema integrado de geosfera, biosfera, antroposfera y tecnosfera

Gaia, Antropoceno y naturaleza: tres conceptos para entender la transición en curso. Entrevista especial con Rodrigo Petronio

“La crítica de Latour a la modernidad no se refiere a un intento de retomar una “ciencia integral”, sino simplemente a comprender cómo el proceso moderno lleva a una depuración del saber, que es la separación”, dice el investigador.

UHI

Bruno Latour, antropólogo, sociólogo y filósofo de la ciencia francés, se encuentra entre los llamados “colapsólogos”, un grupo de biólogos, antropólogos, ingenieros o climatólogos que investigan el cambio de época en curso a partir de la interrelación de tres conceptos centrales: Gaia, Antropoceno y naturaleza.

En Antes de Gaia: ocho conferencias sobre la naturaleza en el Antropoceno , traducida y publicada en Brasil el año pasado, el autor reúne conferencias pronunciadas en Edimburgo . Gaia , explica Rodrigo Petronio, es el “concepto que impulsa todas las conferencias” y está directamente influenciado por el pensador James Lovelock. La idea básica de Lovelock en la teoría de Gaia es que Gaia sería un sistema, pero un sistema que tiene un tipo de autoorganización extremadamente sofisticado, matizado e inestable. El primer punto que tenemos que imaginar es que Gaia no es naturaleza; Gaia es un sistema integrado de geosfera , biosfera ,antroposfera y tecnosfera ”. La naturaleza , por su parte, señala, “no es algo dado, sino construido por las diversas naturalezas que determinan lo que la naturaleza puede llegar a ser o lo que es Siempre que hablamos de naturaleza, estamos hablando de una noción construida socialmente y no de algo dado. Los agentes no humanos también producen la necesidad de que los humanos describan sus 'comportamientos', 'actividades', 'propiedades', porque el humano está siendo convocado por los no humanos para definir lo que luego naturalizará como 'naturaleza'” .

El concepto de Antropoceno, más reciente en la literatura y bastante incipiente en el debate científico, toma en cuenta las evidencias sobre el impacto del ser humano en el planeta. “Estas evidencias, siempre es importante delimitar, no son hipótesis; ya están probados a nivel empírico. Hay algo que Latour llama mutación climática , que resulta de cambios atmosféricos, climáticos en los diferentes estratos de la Tierra, entendida como sistema. Estos cambios ya están dados. Reuniones periódicas de la sociedad estratigráfica internacional, integrada por químicos, biólogos y geólogos que cruzan datos, tratan de evaluar el impacto de estos cambios en la Tierra ”, explica.

A continuación, publicamos, en formato de entrevista, la conferencia virtual de Rodrigo Petronio en el Instituto Humanitas Unisinos – IHU , durante el Ciclo de Estudios La (in)existencia de un mundo común. Pensamiento vivo y cambios posibles a la luz de Bruno Latour .

Rodrigo Petronio es escritor y filósofo y actualmente es profesor de la Facultad de Comunicación de la Fundação Armando Álvares Penteado – FAAP. Desarrolla un posdoctorado en el Centro de Tecnologías de Inteligencia y Diseño Digital – TIDD/PUC-SP sobre la obra de Alfred North Whitehead y ontologías y cosmologías contemporáneas. También tiene un doctorado en Literatura Comparada de la Universidad del Estado de Río de Janeiro – UERJ. Posee dos maestrías: en Ciencias de la Religión, por la PUC-SP, sobre el filósofo contemporáneo Peter Sloterdijk , y en Literatura Comparada, por la UERJ, sobre literatura y filosofía en el Renacimiento. Entre sus publicaciones de poemas, destacamos História Natural (São Paulo: Gargântua, 2000), Assinatura do Sol(Lisboa: Gêmeos R, 2005), Pedra de Luz (Lisboa: A Girafa, 2005), entre otros. Actualmente comparte con Rodrigo Maltez Novaes la coordinación editorial de las Obras Completas del filósofo Vilém Flusser de la Editora É.

Mira la entrevista.

IHU – ¿Con qué autores dialoga Latour en Antes de Gaia: Ocho conferencias sobre la naturaleza en el Antropoceno y cuáles son los macroconceptos fundamentales para comprenderla?

Rodrigo Petronio – Estas son las conferencias que Latour dio en Edimburgo en 2013. Estas conferencias fueron reunidas en una edición francesa de 2015 y, posteriormente, publicadas en Brasil bajo el cuidado de Editora Ubu el año pasado (2020), con traducción de Maryalua Meyer y revisión técnica del sociólogo André Magnelli . Presento esta información para mostrar que este es un debate bastante reciente. Y tenemos la oportunidad de traducir esta edición con algunos años de retraso del original francés.

Cuando nos acercamos a la obra de Latour , la primera sensación que tenemos, sobre todo en conferencias, no en otros libros, es que es un autor relativamente fácil, por su oralidad. Pero pronto el lector se da cuenta de que esta facilidad se vuelve más compleja a medida que avanza la lectura.

conceptos

Voy a hacer una introducción a los macroconceptos que están en el título del libro para entender cómo está dialogando Latour con algunos autores y entender el núcleo del libro.

Gaia , Antropoceno y naturaleza son tres conceptos inmensos, comenzando por el concepto de naturaleza , que es uno de los más vastos en la historia de la filosofía. Pero Latour , como antropólogo y filósofo de la ciencia, se limita a darle un enfoque más específico, dentro del campo de los estudios de la ciencia , área en la que es mundialmente conocido.

gaia

Me gustaría comenzar hablando de Gaia porque este concepto impulsa todas las conferencias. De hecho, es un concepto creado y estabilizado por el pensador James Lovelock . Aparece en varios momentos de la obra y, aunque no se menciona específicamente a Lovelock , siempre se le coloca en un segundo plano de las conferencias porque todas plantean interrogantes sobre lo humano desde este concepto.

antropoceno

El antropoceno es un concepto que comienza a estabilizarse y tiene un debate muy incipiente, dada su centralidad. Este concepto fue acuñado por el químico Paul Crutzen hace poco más de una década, en vista de las diversas evidencias científicas sobre el impacto del ser humano en el planeta . Estas evidencias, siempre es importante delimitar, no son hipótesis; ya están probados a nivel empírico. Hay algo que Latour llama mutación climática, que resulta de los cambios atmosféricos y climáticos en los diferentes estratos de la Tierra, entendida como sistema. Estos cambios ya están dados. Reuniones periódicas de la sociedad estratigráfica internacional, compuesta por químicos, biólogos y geólogos que cruzan datos, tratan de medir el impacto de estos cambios en la Tierra. Por eso, siempre es importante dejar claro que no se trata de hipótesis, sino de evidencias.

 

¿Por qué el Antropoceno aún no se ha oficializado dentro del debate científico como, de hecho, una nueva época de la Tierra ? Porque todavía no tenemos suficiente información para proponer exactamente cuál es la parte humana en esta transformación y mutación. Pero que la mutación existe, existe. Sin embargo, tal vez la estabilización del término Antropoceno sea solo cuestión de tiempo, como creo.

Cuando hablamos de épocas humanas, estamos hablando de recortes de tiempo de miles de años. Estaríamos saliendo del Holoceno , época de estabilización de la vida en la Tierra, que dura de 10 a 12 mil años, y entrando en esta nueva época humana, que está por llegar y ya se anuncia. Para algunos ya existe y ya estamos en esta nueva era. La bibliografía especializada sobre el Antropoceno siempre enfatiza el aspecto de que, si bien este puede deslizarse sobre lo humano y tiene una participación humana, el Antropoceno es una mutación de transformaciones profundas y abismales en todo el sistema Tierra., en todas las estructuras y, principalmente, en los cuatro grandes niveles: geosfera, biosfera, antroposfera y tecnosfera. Es una mutación no solo del clima y la atmósfera, sino de la vida en su conjunto, del ser humano, una alteración de la biota, que es la capa de vida que envuelve a la Tierra, y también una alteración geológica y fisicoquímica . Latour está tratando de descubrir cómo podemos sortear este concepto. Solo así podremos traer la mayor cantidad de subsidios para entender este nivel de complejidad .

Cuando se trata de complejidad , también hay un amplio debate para entender el Antropoceno . En el cruce de este debate, se da la convergencia de dos grandes matrices teóricas. Una es la teoría de sistemas de mediados de la década de 1940 de Ludwig von Bertalanffy, Niklas Luhmann y otros teóricos de sistemas, cuya prerrogativa sería la idea de que los sistemas podrían unificarse a partir del concepto de un metasistema y que todo lo vivo y no vivo puede ser entendida desde un punto de vista sistémico. La ambición de la teoría de sistemas está prácticamente correlacionada con la ambición de la cibernética, que también se desarrolló en paralelo, pero terminó tomando otras direcciones.

La otra es la teoría de la complejidad. Este es un tema que siempre surge cuando debatimos el Antropoceno . Pero la teoría de la complejidad casi siempre se refiere al pensamiento y obra de Edgar Morin, quien es brillante, pero es importante recalcar que la complejidad no se reduce a las líneas establecidas por él. Hay varios autores que trabajan la noción de complejidad en varias líneas , es decir, hay un pluralismo de lo que podemos llamar complejidad, así como un pluralismo sistémico.

Separación entre ciencias de la vida y ciencias físicas

¿ Cómo se posiciona Latour frente a esto? Para responder a esta pregunta, tenemos que circunscribir a Gaia . Dar un paso atrás y comprender cuál es el horizonte conceptual con el que dialoga Latour. El horizonte conceptual es el de Gaia de James Lovelock . La propuesta de Lovelock es crear una teoría que sea una dinámica planetaria y celular capaz de entender la Tierra como un todo. El problema abordado es sumamente delicado y proviene de la teoría del conocimiento , epistemología , filosofía de la cienciadesde el siglo XVIII, pero es en el siglo XIX cuando adquiere un contorno más difícil de delinear. El problema básico es la separación entre las ciencias de la vida y las ciencias físicas. Este problema se sitúa como uno de los cimientos de la llamada ciencia contemporánea o ciencia de la complejidad, y existen algunas investigaciones históricas brillantes, entre las que destacan la de Isabelle Stengers y la del químico ruso Ilya Prigogine , premio Nobel, que intentan entender cómo sería posible combinar estos dos grandes campos del conocimiento.

Todos los criterios que han definido la vida desde el siglo XIX, como la teleonomía, la autorreplicabilidad, toda la biología, que culminará en la biología sintética, marcan una gran demarcación entre lo orgánico y lo inorgánico, entre el sistema vivo y el entorno inorgánico y no vivo. . Esta demarcación, a partir del siglo XIX, comienza a sufrir algunos sobresaltos, principalmente con la segunda ley de la termodinámica y todas las perspectivas que ponen en entredicho la noción de que el universo se rige por leyes absolutas, eternas e inmutables, como lo es en la premisa newtoniano y en la premisa einsteiniana moderna. Habría que pensar, pues, a partir de vectores y, sobre todo, a partir del vector tiempo. Según esta perspectiva, no son sólo los sistemas disipativos, como la vida, los que se vectorizan. El universo mismo, a través de la entropía ., está vectorizado y se necesita un vector de tiempo para entenderlo satisfactoriamente, como proponen Prigogine y Stengers . Esto es una aporía, un dilema que atravesará el siglo XX, porque con la biología sintética se sigue planteando e incluso profundizando este problema de heterogeneidad entre orgánico e inorgánico. Esta pregunta sigue vigente porque es necesario unificar los campos: ¿por qué la vida sería algo totalmente heterogéneo y distinto de los demás procesos de la naturaleza? ¿Y por qué todavía no es posible crear una teoría unificada?

 

La teoría darwiniana tiene muchas interpretaciones, pero sobre todo se entiende como la supervivencia de la especie o la lucha de las especies por la adaptabilidad, siempre como una resistencia al medio ambiente. Este entorno se entiende como algo dado o existente previamente, mientras que la vida se va diversificando en busca de la supervivencia. Genera así una mayor diversidad y un virtual aumento de la complejidad potencial , siempre en confrontación o contraste con el entorno. La teoría Gaia deTeoríaes un intento de resolver esta dicotomía, este dualismo. Desde mi punto de vista, los dualismos son siempre la fuente de todos los males. Así que cualquier teoría que intente superar los dualismos es una teoría bienvenida, pero al mismo tiempo es difícil de instituir. Las razones de esta dificultad en la institucionalización son diversas y no caben en esta exposición.

IHU – ¿Cómo entiende Lovelock a Gaia?

Rodrigo Petronio – La idea básica de Lovelock en la teoría de Gaia es que Gaia sería un sistema -volvamos a la teoría de sistemas-, pero un sistema que tiene una autoorganización extremadamente sofisticada, matizada e inestable. El primer punto que tenemos que imaginar es que Gaia no es naturaleza; Gaia es un sistema integrado de geosfera , biosfera , antroposfera y tecnosfera . Esta es la hipótesis básica de Lovelock . Por cierto, como curiosidad, Lovelock tiene más de cien años y acaba de publicar un libro [ Novaceno: el advenimiento de la era de la hiperinteligencia] sobre la vida artificial, que ha definido como “ Novaceno ”, que sería una alternativa al término Antropoceno para pensar una nueva etapa de la vida y la Tierra a partir de la artificialización de la vida.

Hay que tener mucho cuidado: Gaia no es naturaleza y no es naturaleza entendida desde el extremadamente nocivo binarismo de género, según el cual la naturaleza se imagina como femenina, como una naturaleza que está todo el tiempo arriesgándose, una naturaleza frágil. Esta asociación binaria es extremadamente perniciosa. Lovelock no defiende la naturaleza como frágil; es potente y es mucho más fácil para nosotros extinguirnos que otros seres vivos en la Tierra. Cuando hablamos del Antropoceno , estamos hablando de una paradoja: es una época en la Tierra cuyo protagonismo es el humano, pero que podría llevarnos a la extinción. Extinción de los humanos y no de otras formas de vida, porque existen desde hace miles de millones. de años. Cuando hablamos de Gaia, tratamos de pensar en estos equilibrios inestables.

 

IHU – ¿Cuál es la interpretación de Latour de esta teoría?

Rodrigo Petrônio – Latour lee esta teoría de Gaia y la teoría de la inestabilidad constante , que ya están en la primera conferencia, “ Notas sobre la inestabilidad del concepto de naturaleza ”, en la que está delimitando la cuestión de la inestabilidad. Como dije, esto proviene de un problema epistemológico que ha permeado varias ciencias desde el siglo XIX, que es el problema de los llamados leyes lineales., causalidades lineales, que comienzan a no dar cuenta ya de la explicación de los fenómenos termodinámicos, de los fenómenos ligados a procesos de calor, transformación, mutación, antropía. Esta inestabilidad comienza a verse en varios puntos de observación de distintas ciencias. De ahí surge el intento de construir los llamados sistemas no lineales que estarían basados ​​en una lógica causal no clásica y, por tanto, contemporánea, es decir, compleja , y también la noción de estar fuera de balance – sistemas fuera de balance. de equilibrio Gaia es un sistema desequilibrado o un intento de equilibrar la homeostasis de los diversos actores: pensar desde Latour– que intervienen en este sistema que podemos definir como la Tierra en todas sus dimensiones y no sólo en el sentido biológico, físico o humano.

Una última prerrogativa muy importante de Lovelock es que la biología transforma la física o las propiedades geológicas. El sistema Tierra existe incluso en sus implicaciones químicas, atmosféricas y geológicas porque la vida transforma y también contribuyó a la transformación geológica del planeta. Esta es una tesis importante porque aborda la pregunta de Latour sobre la centralidad misma del concepto de acción y hacer, o lo que Latour define como “hacer hacer”, es decir, ¿qué nos hace hacer algo? Estamos dentro de una filosofía y un pensamiento latouriano sumamente pragmático, que tiene que ver con agentes, con agencias, con actores humanos y no humanos y esta “naturaleza”, este sistema, o esta red –para usar el término de Latour– es llevar a varios actores a hacer algo, o hacer que varios actores hagan algo. Esto parece una tautología porque la noción misma de hecho, de hacer, de ejecutar, en Latour , es una noción central muy específica. Por la etimología y los juegos que establece sobre el hacer, el término tiene esta noción socioconstructivista que no solo implica una resignificación global del concepto de naturaleza , sino que implica una resignificación total del concepto de cultura , de agencia, de humanos y no humanos.

 

IHU – ¿Cómo entiende Latour la modernidad?

Rodrigo Petronio – Nunca fuimos modernos –que es casi un manifiesto– es una obra importante para que entendamos la premisa de Latour y su definición de modernidad. Su premisa es la de depuración, depuración: el conocimiento se purifica constantemente y esto es perjudicial porque perdemos la noción de no un todo -porque en la teoría de Gaia no hay necesariamente una totalidad, y en Latourtampoco hay totalidad, como no la hay en la obra de Peter Sloterdijk, uno de los autores seminales del libro de las ocho conferencias, pero esto genera una especie de desgarro o proceso de desarticulación de la red por la que tendríamos que pasar. comprender todo el conocimiento. Esta red no es sólo un esfuerzo transdisciplinario de las ciencias entre sí, sino que es una vasta teoría que involucraría agentes y actores económicos, sociales, políticos, científicos, ideológicos, productivos, meramente no humanos, tanto en el sentido tecnológico como tecnocientífico. involucrados en las miles de interfaces de humanos con animales, plantas y procesos biológicos en general.

La teoría del actor-red ( ANT ) de Latour se desarrolla en este horizonte de un intento de lidiar con este impacto promovido por los procesos de depuración. Es una crítica a la modernidad entendida como gran agente de purificaciones. Las purificaciones serían el gran problema nuclear del siglo XXI para que la ciencia pueda pensarse más allá de la ciencia . Hay un debate en filosofía de la ciencia sobre externalistas e internalistas, aquellos que ven la ciencia desde motivaciones externas, presiones ideológicas, económicas, o aquellos que ven la ciencia simplemente como una inmanencia de procesos de laboratorio autónomos. Ante esta dualidad hay que recurrir a Latourporque está tratando de disolver las dualidades.

 

La crítica de Latour a la modernidad no se refiere a un intento de retomar una “ ciencia integral ”, sino simplemente a comprender cómo el proceso moderno lleva a una depuración del saber, que es separado. En estas conferencias, el principal problema a superar sería la dualidad matricial que Latour identifica como naturaleza/cultura . Para que definamos la naturaleza como un todo, debe haber una separación de lo humano en relación con este todo natural, porque hay un proceso de homogeneización de lo que llamamos naturaleza .

Una de las principales contribuciones del biólogo estonio Jakob von Uexküll , quien es importante para Latour , a la biología existencial .es imaginar los diferentes ambientes que rodean a los diferentes seres vivos. Su crítica a la taxonomía de la biología clásica es que habría homogeneizado la naturaleza como naturaleza, es decir, como si hubiera un trasfondo común, comunal, es decir, un mundo común. Para él, no habría un mundo exactamente común a los distintos seres vivos, sino una mundanalidad o un proceso de proliferación de mundos. Precisamente porque el humano se cree portador o habitante de una plataforma especial, logra producir la plataforma general, lo que crea varios problemas epistemológicos porque nos impide percibir la pluralidad de mundos dentro del mundo homogéneo que llamamos naturaleza. Uexküll es un autor que recorre estas conferencias de una manera un poco más sutil.

 

IHU – ¿Cómo trata Latour el concepto de naturaleza desde esta perspectiva?

Rodrigo Petronio – Latour es un autor que parece simple, pero tiene varios niveles de complejidad y la misma noción de red está implícita en la escritura latouriana, como una escritura en red, en el sentido de que está movilizando a estos autores para resolver estos problemas . Todas las alternativas infernales, como dice Stengers , todas las oposiciones son disueltas por Bruno Latour: naturaleza y cultura, materia y mente, naturaleza humana y no humana que serían homogéneas. Estas conferencias están gravitando en torno a esto, por lo que la insistencia de Latourcriticar el concepto de naturaleza. Esta es una crítica que recorre todas las conferencias, y que hay que mirar con lupa, con muchos matices. La crítica que hace al discurso ecológico no significa que no veamos como una gran necesidad la preservación de ciertos biomas o ciertos seres vivos. La crítica que realiza se refiere al fantasma de la naturaleza, a ese concepto hegemónico que se desliza sobre ciertos discursos que entienden la ecología como meramente natural. Estos discursos tienen una doble inscripción y además promueven un problema político, ideológico y antropocéntrico porque nos impiden pensar desde la red. El propio discurso ecológico está dentro de la modernidad purificadora, que produce la separación de diferentes saberes y desgarra la red de diferentes actores y agencias y produce este problema.

En la primera conferencia, Latour menciona la inestabilidad de la noción de naturaleza . Está constantemente pensando, como desarrolla en Políticas de la naturaleza , que la naturaleza no es algo dado, sino construido por las diferentes naturalezas que determinan lo que la naturaleza puede llegar a ser o lo que es. Siempre que hablamos de naturaleza, estamos hablando de una noción construida socialmente y no de algo dado. Los agentes no humanos también producen la necesidad de que los humanos describan sus “comportamientos”, “actividades”, “propiedades”, porque el humano está siendo convocado por los no humanos para definir lo que luego naturalizará como “naturaleza”.

 

Su pregunta es proponer una mutación de nuestra relación con el mundo. Esta mutación pasaría por la contemplación o por la hipótesis de esta pluralidad de mundos posibles. Este pluralismo ontológico está en Uexküll , en Gabriel Tarde , en el concepto de asociación , que es importante para Latour porque las asociaciones pueden ser humanas o no humanas, y con eso escapamos de la metáfora antropocéntrica de la sociedad y de cómo proyectamos metáforas antropocéntricas. de sociedades a la sociedad de las abejas, a la sociedad de las hormigas, o bien proyectamos antropocéntricamente el concepto de culturaLas asociaciones son formas en que estos mundos convergen y coexisten, y necesitamos una mutación en relación con nuestro concepto y nuestra relación con el mundo. Esto está implícito en una división que establece Latour entre humanos y terrestres. Los terrestres son los que tienen cierta sensibilidad por el tema del antropoceno, es decir, por el cambio climático –Latour siempre insiste en usar el término “mutación” porque el término “crisis”, para él, no funciona. La crisis nos da la impresión de algo pasajero: estamos en una crisis y, después de resolverla, todo volverá a ser como antes. Es como pensar en la pandemia como una crisis ., que luego todo volverá a la normalidad, pero no será así. Estamos pasando por transformaciones y la mutación es un gran cambio, un gran cambio narrativo de al menos diez, 12.000 años. Para eso estamos viviendo.

Latour deconstruye el concepto de naturaleza . ¿Cómo puede la ecología volverse loca? Puede volverse loca cuando trata de llegar a un acuerdo con un concepto de naturaleza antinatural. Es decir, con un concepto de redes de actores y no necesariamente con algo dado. Otro punto importante es el uso del mundo natural, que termina siendo un arma de doble filo porque genera reclamos que pueden tener una pragmática específica e incluso una acción que es legítima y que todos podemos respaldar, pero que sigue manteniendo la proceso de depuración de la modernidad. , que está en el centro de todo el problema porque nos impide ver la red y la complejidad de todos estos agentes, agencias y procesos.

Pseudocontroversia contra el clima

Latour habla de la pseudocontroversia contra el clima . ¿Qué es una pseudo-controversia? Es obvio que no hay controversia. Latour nos advierte que los ecoescépticos acaban teniendo una visión muy realista de algunos procesos y esto puede dar lugar a una mayor reflexividad por parte de quienes están pensando seriamente en el Antropoceno .Los ecoescépticos no son oscurantistas, sino una parte de los científicos e intelectuales que participan en el debate público y creen que no hay referencias ni evidencias suficientes para situar al ser humano en el punto de mira de esta mutación. Así que saca a relucir este tema de la “pseudocontroversia” climática. Y esta es una pregunta que también me hago: si tenemos pruebas de que la mutación existe, el hecho de que [el protagonista] sea humano o no humano no impide que tengamos que enfrentarnos al problema. Así que la idea de que se trate de una “pseudocontroversia” es evidente. Si esto minimizará el proceso de desarrollo , entonces algunos críticos del Antropocenose puede decir que esto podría generar un proceso de derroche y flujo de desarrollo económico por varias razones, pero el punto es que la Tierra, los bienes “naturales”, o sea, el sistema Tierra ya es un bien económico. El Antropoceno, dado el debate climático entre todas las naciones y potencias del mundo, ya es un activo económico y esto es parte de la “pseudocontroversia”, porque es imposible imaginar que algo que ya cotiza en bolsa no pueda ser debatido Esto también resalta esos contornos que tan bien nos expone Latour .

noción de mundo

Me llama la atención una frase suya, en uno de los subcapítulos: “ Donde se busca pasar de la 'naturaleza' al mundo ”. La noción de mundo es más policéntrica, el mundo no es necesariamente natural, el mundo, pensando a la manera heideggeriana, está en constante construcción dentro de ambientes circundantes y también dentro de esferas. Por lo tanto, “naturaleza” siempre está entre comillas para que podamos suspender con éxito este concepto; esta es la gran lucha de Latour en este libro. Uno de los rasgos estilísticos de las conferencias es la ambigüedad con la que trabaja en los conceptos. La noción de “ naturaleza”, cómo desalentar y no desalentar a la “naturaleza”, la figura profana de (la naturaleza), cómo invocar a los diferentes pueblos (de la naturaleza). Este recurso casi fenomenológico y suspensivo de conceptos es bastante rico porque nos pone en el dilema todo el tiempo, aunque no presente la solución. Esta es una de las formas de pensar más productivas hoy en día para fortalecer la pregunta, de hecho, la filosofía no es la que da respuestas, sino la que formula las mejores preguntas. Así que a menudo es mejor ceñirse a las preguntas, los problemas y multiplicarlos que producir soluciones falsas, en vista del solucionismo , que es el modelo de negocio de Silicon Valley., que es un mundo de producir miles de soluciones todos los días, pero, como sabemos, este solucionismo no toca el corazón del problema que estamos viviendo.

La cuestión de la religión , para Latour , es bastante importante. Intenta comprender una nueva religión de la Tierra , o una reconexión o discursos religiosos que invocan a la “naturaleza” y cómo esta tiene un carácter paradójico y contradictorio. Básicamente, apelará a la inviabilidad de esta religión de la naturaleza . Tendría un impacto negativo y por eso plantea la pregunta: ¿nos dirigimos hacia una “naturaleza” que ya no sería una religión? Ya plantea el problema de definir la religión, que es complejo en epistemología. ¿Sería necesario profanar la “naturaleza”? Esto es paradójico, es decir, es necesario profanar el concepto de “ naturaleza ”.” para guardar procesos, incluida la “naturaleza”, para guardar todos los agentes de la red.

geo-historia

Un punto que me parece importante y que va al meollo de lo que había comentado al principio, y que atañe a la lección tres, en la que Latour desmenuza un poco más la teoría de Lovelock , es la analogía que hace entre Galileo y Lovelock . Galileo , a través de la observación astronómica, logró comprender cierta unidad de los planetas en el universo. Es como si quitara la centralidad de la Tierra, del sistema ptolemaico, y como si produjera una especie de simetrización –para utilizar un término de Latour– de la Tierra en relación con las demás unidades astronómicas del universo. candado de amorhabría hecho el movimiento contrario y, en cierto modo, complementario. Al observar la Tierra desde un satélite, desde Marte , puede definir la inmensa y sorprendente singularidad de la Tierra en relación con el universo . Latour simetriza estos dos logros de la ciencia -e incluso diría complementarios-, porque el horizonte se expande cada vez más en un universo de trillones de galaxias y, al mismo tiempo, cada vez comprendemos más la singularidad de la vida y la especificidad de la vida, porque la Tierra es una. Esto nos ayuda a pensar, como Latourdice, no desde la poshistoria, sino desde una geohistoria, es decir, ser convocados a pensar la historia involucrada en los procesos geos, bios, antropos y técnico. Entonces, tenemos la posibilidad de coimplicación y de pensar la singularidad, es decir, pensar los procesos como continuos.

Hay una frase de William James que me parece increíble y que dice algo así: para pensar en la conciencia, es necesario pensar en un continuo de conciencia en la formación del universo. Los pensadores procesuales, desde la filosofía procesual, están pensando desde los movimientos procesuales, que tienen una cierta continuidad. En el pragmatismo de William James , al que Latour también ha recurrido cada vez más en sus escritos, la conciencia no emerge de lo humano; es un surgimiento continuo e inconcluso de los diversos procesos cósmicos y se materializa de diferentes maneras en diferentes seres. Esta es una forma de pensar la conciencia distribuida, es una forma de pensar basada en estos procesos continuos que serían internos al modelo de red, al modelo latouriano y al modelo deEl pensamiento de Lovelock , de teoría inestable y sistémica , lleno de explosiones y fricciones y controversias precisamente porque la Tierra , Gaia , es esto.

¿Cuál es uno de los ejes principales a través de los cuales Latour permea estos dos conceptos, Antropoceno y Gaia ? En Gaia, presenta una bibliografía crítica de Lovelock y hace un trabajo minucioso para comprender los límites y las controversias. El mismo Lovelock , así como Morin , toman la crítica y el trabajo dentro de la esfera crítica de sus propias teorías; esto es algo que siempre debe hacerse en el entorno intelectual científico. En la cuarta conferencia, el gran diálogo de Latour es con Sloterdijk, para pensar en lo que Latour llama la imagen del globo .

IHU – ¿En qué consiste esta imagen y cómo la utiliza Latour en su teoría?

Rodrigo Petronio – El globo es un concepto de Sloterdijk . La cuarta conferencia se llama “ El Antropoceno y la destrucción (de la imagen) del globo ” – de nuevo con ese carácter suspensivo de cuestionamiento, de indecidibilidad. Esta es la pregunta que planteará Latour . Para entender un poco este tema del globo, haré un discurso muy rápido basado en la teoría de las esferas de Sloterdijk .

En esferología , este es un proyecto en tres volúmenes, que incluye Burbujas, Globos y Espumas . Estas tres morfologías están dentro de un concepto matriz que es la “esfera”. A lo largo de estos tres volúmenes, Sloterdijk da varias definiciones de lo que son las esferas, pero son relaciones sistema-entorno, u ontologías diádicas, es decir, ontologías de dos, y estas dos son inextricables, no separables, o las esferas también son inextricables. , entre otras definiciones. En general, en mi lectura, Sloterdijk crea una especie de exponencialización del principio del mundo fenomenológico heideggeriano y una exponencialización del entorno circundante (Umwelt ) del Uexküll , dentro de una premisa metabiológica. En otras palabras, Sloterdijk está pensando en los sistemas desde el punto de vista de los sistemas metabiológicos, con el agregado de pensar en la clave relacional.

Estas tres morfologías son morfologías específicas, que se derivan de las relaciones que Sloterdijk define como interior-exterior y sistema-entorno. Estas relaciones son ontológicas, pero presuponen una especie de relacionalidad con la teoría de la relacionalidad infinita: todos los seres de todas las gradaciones y reinos y marcos ontológicos que puedan existir están en relación. Y el nivel en el que se produce esta relación es lo que caracteriza a estas morfologías. Estrictamente en la cuarta conferencia, Latour se ocupa de la destrucción de la imagen del globo , y Latour está pari passu con Sloterdijk .

 

Las burbujas son lo que Sloterdijk llama sistemas inmunológicos microesféricos o la fuerte relación íntima de estos seres que habitan el sistema y el medio ambiente. Estas relaciones surgen de muchas cosas que no podré explicar aquí, pero la primera de ellas es lo que él llama filosofía de los mamíferos , que es un modo metabiológico de transferencia a través del cual los seres vivos, incluidos principalmente los mamíferos, domestican su entorno externo. , transforman este ambiente externo y son transformados por el ambiente externo. La base de la teoría de la autopoiesis, que está en Humberto Maturana, en Niklas Luhmann , en Sloterdijk , también cuelga como teoría base de la teoría Gaiaen el sentido de que la vida no sólo se adapta y no sólo transforma, sino que también es transformada por lo que transforma – este es el “hacer haciendo” de Latour . Entonces, la transformación del medio puede generar diferentes morfologías, pero cuando es a nivel microesferológico, es lo que Sloterdijk llama burbujas. Estas burbujas pueden ser exponenciales y pueden generar lo que Sloterdijk llama ontologías imperiales: grandes regímenes de significado, que exponencialmente se expanden y expanden en todas direcciones, y dan lugar a estructuras políticas e imperiales duraderas.

Los globos tienen una relación muy fuerte con el proceso imperial, que es la formación de imperios desde la antigüedad: el babilónico, el mesopotámico, el asirio, el chino, el medieval cristiano, el griego, el romano, el mongol. Todos estos imperialismos están “ globalizando ” la Tierra. Estoy usando "globalizando" entre comillas porque el sentido del mundo de Sloterdijk es totalmente contrario a la intuición. Es prácticamente lo contrario de lo que llamamos globalización. La globalización en el sentido actual es lo que han producido las sociedades y las tecnologías, lo que ha producido el capitalismo, cierta uniformidad comunicativa, que ha unido todos los puntos de la Tierra y producido la hegemonía y expansión del capitalismo.La globalización es la forma de ser del capital, el flujo de dinero y de información en el mundo desde las décadas de 1980 y 1990.

Para Sloterdijk , el globo conforma un principio inmunológico, es decir, es la forma en que pequeñas burbujas, grupos, creencias, tribus, familias, etnias y religiones, logran exponencializar sus sistemas de creencias y dominar, casi siempre con violencia, a otras burbujas. y construir una imagen del mundo. Tendríamos mucho que decir al respecto, porque solo el volumen de Sloterdijk sobre el mundo tiene más de 800 páginas. Hace una gran cartografía de la formación del planeta Tierra a partir de los mapas del mundo, que son muy curiosos para ser analizados desde el punto de vista morfológico. el globoes la construcción de una totalidad hipotética, hecha por una no-totalidad dominante de una burbuja o más burbujas que van domesticando un determinado territorio, creencias, en el sentido de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Estas burbujas que llegan al poder comienzan a desterritorializar las distintas creencias, etnias, religiones, poblaciones, ciudades, para homogeneizar, en cierto modo, en esa imagen relativamente unívoca, que es la imagen del globo.

 

globalización

Entonces, el proceso de globalización , para Sloterdijk -y esto Latour sigue pari passu- comenzó en la antigüedad y la globalización terrestre, como él la define, termina en el siglo XVII y posteriormente en el siglo XVIII, porque ese es el momento en el que la cartografía de la Tierra está, en cierto modo, mapeada en su escrutinio. Se produce el surgimiento de una nueva morfología a partir del siglo XVI -que es prácticamente sinónimo de modernidad para Sloterdijk- que es la morfología de “ espuma ”, que tiene que ver con lo que él define como catástrofe de los globos , colapso esferológico del globos. . Sloterdijkes trabajar con los sistemas inmunológicos, pensando desde la inmunización. ¿Qué es la catástrofe mundial? Es la inviabilidad de una imagen macro capaz de producir la inmunización de los seres humanos.

Lee a Nietzsche, por ejemplo, y la “muerte de Dios” no es sólo una crítica a la religión cristiana, porque eso sería banal. La “ muerte de Dios ” es la muerte de los sistemas inmunológicos basados ​​en un centro emisor de significado y poder, que es lo que define al globo como globo. La catástrofe de los globos.genera esta nueva morfología, que no tendré tiempo de explicar aquí. Pero es como si la reconstrucción de esta morfología fuera inviable, porque la espuma, espuma, es decir, multiplicará rizomáticamente todos los centros de poder, enunciación e información, y se capilarizará más. Es una morfología en la que hay una multiplicación casi indeterminada y una virtualización de la vida desde los sistemas orgánicos e inorgánicos, luego informacional, tecnológico, nanotecnología y todo lo que estamos viviendo. En el fondo, es un vértigo de la profundización de la espuma, si podemos decir que la espuma tiene profundidad, o si es pura superficie, como dice Vilém Flusser en El elogio de la superficialidad .: El universo de las imágenes técnicas, que es el mundo de las superficies en el que vivimos, es el mundo de la inviabilidad de reconstruir el globo. Esto es muy importante en esta conferencia y a lo largo del libro, porque Latour está usando Sloterdijk para decir que cuando hablamos de “naturaleza”, o cuando homogeneizamos “naturaleza” o la Tierra, estamos tratando de reconstruir un globo como si fuera una unidad, pero esta unidad ya no es posible debido al fin del globo, la catástrofe del mundo. En otras palabras, los conceptos de globo y globalización están desfasados ​​desde hace mucho tiempo y no nos ayudan a rectificar o articular los puntos necesarios para evitar las mutaciones o catástrofes del Antropoceno.

En el libro ¿Dónde aterrizar? Cómo orientarse políticamente en el Antropoceno , que Latour publicó casi al mismo tiempo que estas conferencias, incluso menciona esas teorías de lo local y lo global , pero este libro es brillante porque habla de todos los matices y mutaciones de toda la brújula y todo la orientacion .ideologica: izquierda-derecha, progresista, reaccionaria, conservadora. El desafío al que nos enfrentamos hoy –no quiere decir que no existan estas categorías o que no haya divisiones– es que estas categorías comiencen a barajarse precisamente porque estamos pensando desde el globo, es decir, desde un intento de unificación, pero esta unificación será siempre abstracta, o un intento de unificación desde la “ naturaleza”. Pero recurrir a la “naturaleza” como una especie de bote salvavidas ayuda a ahogar más que a salvar.

 

Hay una imagen en las conferencias que me gusta mucho, que es del pintor romántico alemán Caspar Friedrich . Latour insiste en transcribir esta imagen. Caspar Friedrich era muy conocido por representar paisajes, pero aporta algo muy interesante a la teoría de sistemas, que es una recurrencia de personajes de espaldas al espectador y que observan el paisaje natural, la “naturaleza”: grandes paisajes, paisajes, aéreos. planos de montañas, paisajes bucólicos. Mi querido maestro Hans Ulrich Gumbrecht , en su libro Atmosphere, Stimmung , analiza el concepto de atmósfera desde la literatura medieval hasta Thomas Mann .y, en uno de los capítulos, analiza a Caspar Friedrich como precursor de la teoría sistémica , porque tenemos ahí, materializada en pintura, la noción de observador de segundo orden.

No estamos viendo el paisaje junto con el que ve el paisaje, estamos viendo a alguien más viendo el paisaje. Esta estructura metasistémica, es decir, la noción de la proliferación de observadores metasistémicos de segundo orden, es fundamental para comprender la teoría del actor-red de Latour y para comprender a este pintor en general. Este cuadro que describe Latour es un paisaje en el que en el suelo parecen charcos de agua o pequeños filamentos de agua de un río, pero en realidad vemos la imagen de un globo terrestre .

La hipótesis latouriana es: el globo está enterrado en la tierra. La metáfora del globo ha estallado y no hay unidad global posible. La crítica a la globalización , independientemente del espectro ideológico, es eficaz porque también está mostrando las contradicciones del modelo global de pensar el mundo. Estas costuras entre lo glo-cal (global y local) son totalmente insuficientes, según Latour . Entonces, para cerrar, termino con esta imagen de Caspar Friedrich : ¿cómo es posible pensar la Tierra más allá de la imagen de la unificación de la “naturaleza” y más allá de la imagen de la unificación del globo? Quizás pensar así esté dando una salida a los callejones sin salida y al gran problema que llama a la puerta: el problema de laantropoceno . Una forma es pensar esféricamente, otra forma es pensar desde Gaia y las teorías de Gaia y las teorías de la complejidad.

 

EcoDebate , 08/05/2021) publicado por IHU On-line , socio editorial de la revista electrónica EcoDebate en la socialización de la información.

[IHU On-line es una publicación del Instituto Humanitas Unisinos – IHU, de la Universidad de Vale do Rio dos Sinos Unisinos, en São Leopoldo, RS.]


Engels y la dialéctica de la naturaleza en el Antropocen



John Bellamy Foste


En el marco del aniversario de los 200 años del nacimiento de Friedrich Engels, publicamos un extracto de un artículo de John Bellamy Foster dedicado a analizar sus aportes y actualidad en relación a los debates sobre ecología y ciencia. Figura clave hoy en la elaboración marxista en el área, Foster (Seattle, 1953) es profesor de sociología en la Universidad de Oregón y editor de la revista y editorial socialista independiente Monthly Review. Algunos de sus libros más importantes son La ecología de Marx (2000), The Robbery of Nature: Capitalism and the Ecological Rift [El robo de la naturaleza: el capitalismo y la fractura metabólica] (2020), Marx and the Earth: An Anti-Critique [Marx y la tierra: una anti-crítica] (2016, junto a Paul Burkett), y recientemente The return of nature: socialism and ecology [El retorno de la naturaleza: socialismo y ecología] (2020). Este artículo se apoya en varios pasajes de este última obra y fue publicado originalmente en la edición de noviembre de 2020 de la Revista Monthly Review.

En “El papel del trabajo en la transformación del mono al hombre”, de su libro Dialéctica de la Naturaleza, Friederich Engels escribió: “Todo afecta y todo se ve afectado por todo” [1]. Hoy, doscientos años después de su nacimiento, Engels debe ser visto como uno de los pensadores ecológicos fundacionales de los tiempos modernos. Si la teoría de Karl Marx de la ruptura metabólica está en el corazón de la ecología histórico-materialista actual, es también cierto que las contribuciones de Engels a la comprensión del problema ecológico siguen siendo indispensables por su investigaciones sobre el metabolismo universal de la naturaleza.

Como ha señalado Paul Blackledge en un reciente estudio acerca de Engels, “la concepción de Engels de la dialéctica de la naturaleza y de las crisis ecológicas nos permiten comprender que ambos fenómenos están relacionados con la naturaleza alienada de las relaciones sociales capitalistas” [2]. Pues bien, debido a la amplitud del enfoque de la dialéctica de la naturaleza y de la sociedad el trabajo de Engels puede ayudarnos a aclarar los desafíos que enfrenta la humanidad en la época del Antropoceno y en la actual era de crisis ecológica planetaria.

Corriendo hacia la ruina

Se puede entender el significado contemporáneo de la crítica ecológica de Engels comenzando con una célebre cita de Walter Benjamin: “Marx dice que las revoluciones son la locomotora de la historia. Pero, quizás sea todo lo contrario. Quizás las revoluciones son un intento de los pasajeros de este tren –es decir, la raza humana– de activar el freno de emergencia”. Según Michael Michael Löwy, Walter Benjamin “sugiere implícitamente que si la humanidad permitiera que el tren siguiera su curso …y si nada detuviera su precipitada carrera, nos dirigiremos al desastre o directamente al abismo” [3].

La dramática metáfora de Benjamin de una locomotora fuera de control y, por lo tanto, la necesidad de concebir la revolución como un tirón al freno de emergencia, recuerda un pasaje similar del Anti-Dühring de Engels, escrito a finales de la década de 1870 (una obra con la que Benjamin –como todos los socialistas de su época– estaba familiarizado). En ese texto, Engels denunció que la clase capitalista era “una clase cuyo liderazgo lleva a la sociedad a la ruina tal como una locomotora con la válvula de seguridad atascada y con un conductor incapaz de hacerla funcionar”. Es precisamente la incapacidad del capitalismo para controlar “las fuerzas productivas, que crecen más allá de toda razón –incluyendo los destructivos efectos impuestos a los entornos naturales y sociales –lo que conduce a la sociedad burguesa hacia la ruina o la revolución”. Por tanto, “para que no perezca toda la sociedad moderna”, Engels argumentó: “debe producirse una revolución en el modo de producción y distribución” [4].

La metáfora de Engels difería ligeramente de la de Benjamin, Engels hacía referencia a “abrir la válvula de seguridad” para evitar que una caldera explotara –una causa bastante común en los accidentes ferroviarios a mediados y finales del siglo XIX [5]. Si el sistema capitalista para Engels “es una locomotora corriendo hacia la ruina”, él pensaba que la revolución no se trata de detener el avance de la humanidad, sino de ejercer control sobre unas fuerzas de producción descontroladas. El argumento ecológico y económico de Engels tenía que ver con la destrucción desenfrenada provocada por el capitalismo en los entornos locales, regionales y de forma cada vez más intensa a nivel global y no con la noción de que había demasiada producción en relación con la capacidad de carga global de la Tierra. Esta última perspectiva apenas estaba presente en el momento en que él escribía. Los efectos visibles de este desastre anunciado eran evidentes; contaminación industrial; deforestación; degradación del suelo y, deterioro general de las condiciones ambientales, incluidas las epidemias periódicas de la clase trabajadora [6]. Al igual que Marx, Engels estaba profundamente preocupado por los “holocaustos victorianos” del colonialismo británico, que generaban hambrunas en la India, destruyendo su ecología e infraestructura hidrológica a la vez que exterminaba la ecología y arruinaba al pueblo de Irlanda [7].

Es cierto que en las mismas páginas en las que se plantea la cuestión de “ruina o revolución”, se encuentra el pasaje más productivista de toda la obra de Marx y Engels y, en este sentido, resulta aparentemente prometeico [8]. De hecho, Engels escribió en el Anti-Dühring que el advenimiento del socialismo haría posible el “desarrollo constantemente acelerado de las fuerzas productivas y un aumento prácticamente ilimitado de la producción” [9]. Sin embargo, en el contexto en el que escribía Engels, esto no era ninguna contradicción con su visión ecológica. La perspectiva de una nueva sociedad– liberada de la irracionalidad de la producción capitalista –permitía según los estándares del siglo XIX– una visión de un desarrollo casi ilimitado de la producción. Esta idea era por supuesto prácticamente universal entre los pensadores radicales de la época. Esta concepción era un reflejo natural del bajo nivel de desarrollo material en la mayor parte del mundo en la época de la Revolución Industrial. Para entenderlo más claramente desde que nació Engels hasta que nació el moderno movimiento ecológico –150 años después– la producción manufacturera mundial ha aumentado “unas 1.730 veces” [10]. En realidad, en su análisis (como en el de Marx), la producción nunca fue vista como un fin en sí mismo, sino solo como un medio para la creación de una sociedad más libre e igualitaria, una sociedad consagrada a un proceso de desarrollo humano sostenible [11].

Dos siglos después de su nacimiento, la profundidad del pensamiento Engels (que denunció la sistemática destrucción del medio ambiente natural y social por parte del capitalismo) junto con su perspectiva naturalista dialéctica, lo convierte, en un punto de partida para una crítica eco-socialista revolucionaria. Acertadamente la antropóloga marxista Eleanor Leacock, definió la Dialéctica de la naturaleza de Engels como la base conceptual para comprender, “la completa interdependencia de las relaciones sociales y las relaciones humanas con la naturaleza” [12].

La venganza de la naturaleza

Los problemas ecológicos son el producto de la interrelación de sistema y de escala. En su obra La situación de la clase trabajadora en Inglaterra (escrita cuando todavía tenía poco más de veinte años) Engels describió con exactitud las destructivas condiciones ambientales y epidemiológicas en las grandes ciudades manufactureras británicas (especialmente de Manchester). En este libro denunció las horrendas condiciones ecológicas impuestas a los trabajadores con la polución, contaminación tóxica, deterioro físico, epidemias periódicas, mala nutrición, alta mortalidad y una explotación económica extrema. Hoy, La situación de la clase obrera en Inglaterra sigue siendo una poderosa acusación del “crimen social” infligido por el capitalismo a la población durante la Revolución Industrial [13]. Para Marx, este libro de Engels fue el punto de partida de sus propios estudios epidemiológicos en El Capital. Sobre este trabajo escribió sobre las “epidemias periódicas y la destrucción del suelo”, como una evidencia irrefutable de la ruptura metabólica del capitalismo. En Alemania, el enfoque de Engels ejerció una influencia que se extendió mucho más allá de los círculos socialistas. Rudolf Virchow –médico alemán famoso por ser el autor de La patología celular– se refirió con elogios al libro de Engels en su trabajo El Origen de la epidemiología social [14].

La lucidez para entender las condiciones ambientales de la sociedad capitalista –además de económicas– fue constante en toda la obra de Engels, quien buscó fusionar la perspectiva materialista, la dialéctica de la naturaleza y la sociedad. Producto de sus estudios, Engels llegó a la tesis que la "naturaleza" (de la que los seres humanos son una factor emergente) era la "prueba de la dialéctica", una afirmación que hoy es mejor entendida si decimos que la ecología es la prueba de la dialéctica [15].

En su perspectiva evolucionista-ecológica distinguía a los animales humanos de los animales no humanos por el papel del trabajo en la transformación y dominio del medio. El trabajo hizo posible, según Engels, que el “hombre” se convirtiera en el “señor de la naturaleza”, pero este título nos exigía como especie que “en una sociedad futura nos convertiremos en dueños de nuestra propia organización social” [16].

Para Engels, junto con el mayor dominio de la naturaleza, ya exhibida bajo el capitalismo, se ocultaba una tendencia sistemática hacia crisis ecológicas expansivas, ya que todo intento de conquista de la naturaleza está “desafiando los límites de las leyes naturales” y solo puede conducir, al final, a las catástrofes ecológicas. A mediados del siglo XIX, Friedrich Engels ya denunció la devastación ecológica desatada por el colonialismo:

¿Qué les importa a los plantadores españoles en Cuba, quemar bosques y obtener cenizas fertilizantes si logran una generación de cafetos muy rentables para sus negocios? ¿Qué les importa que la fuerte lluvia tropical lave el estrato superior desprotegiendo del suelo, dejando solo roca desnuda? En relación con la naturaleza, como con la sociedad, el modo de producción capitalista se ocupa predominantemente solo del resultado inmediato y más tangible; y luego manifiesta con engañosa sorpresa que los efectos son de carácter destructivo [17].

Para Engels, el punto de partida de una aproximación racional al medio ambiente se encontraba en la famosa máxima de Francis Bacon: “la naturaleza solo se vence obedeciéndola”. Es decir, descubriendo sus leyes [18]. En opinión de Marx y Engels, el principio baconiano, en la sociedad burguesa, fue utilizado como un "pretexto" para conquistar la naturaleza a fin de someterla a las leyes de acumulación y competencia del capital [19]. La ciencia se convirtió en un mero apéndice de la obtención de beneficios, percibiendo los límites de la naturaleza solo como “barreras que superar.” En cambio, para ambos pensadores, la aplicación racional de la ciencia en la sociedad solo será posible en un sistema en el que los productores asociados regulen la relación metabólica humana con la naturaleza sobre una base no alienada, de acuerdo con las necesidades y potenciales humanos y las limitaciones de largo plazo de la reproducción. Esta idea apuntaba a la contradicción entre, por un lado, la propia dialéctica de la ciencia (que reconocía nuestra “unidad con la naturaleza”) y por otro lado, el impulso miope del capitalismo hacia la acumulación ad infinitum, con una falta de control congénita de las “consecuencias ambientales de sus acciones depredadoras” [20].

Fue esta perspectiva crítico-materialista la que llevó a Engels a subrayar la insensatez de la noción imperante de conquistar la naturaleza, como si la naturaleza fuera un territorio ajeno que debiera someterse a voluntad. Y… como si la humanidad no existiera como una parte más del metabolismo de la tierra. Tal intento de conquistar el planeta sólo podría conducir a lo que Engels denominó, metafóricamente, la “venganza” de la naturaleza, ya que con el capitalismo se superan los umbrales críticos de nuestra relación con el medio ambiente:

No nos dejemos llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros, pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas, totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Las personas que, en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otros lugares, destruyeron los bosques para obtener tierras cultivables, nunca soñaron que al eliminar los bosques y las humedades estaban sentando las bases para el actual estado de desolación de esos países. Cuando los italianos de los Alpes consumieron los pinares, no tenían la menor idea de que al hacerlo estaban cortando las raíces de la industria láctea en su región y, estaban privando de agua a sus manantiales durante la mayor parte del año…” Así, a cada paso que damos, recuerda Engels, “no estamos gobernando la naturaleza como un conquistador, por qué nosotros –con carne, sangre y cerebro– pertenecemos a la naturaleza y existimos en medio de ella y, todo nuestro dominio consiste en el hecho que tenemos ventaja sobre las demás criaturas para poder aprender las leyes naturales y aplicarlas correctamente [21].

Friedrich Engels sostenía que a través de la acción consciente de una ciencia racional, los seres humanos deben ser capaces de “elevarse por encima de los efectos imprevistos y de las fuerzas incontroladas percibiendo las consecuencias más remotas de nuestra interferencia con el curso tradicional de la naturaleza”. También, comprobó que “incluso en los pueblos más desarrollados se puede constatar que existe una desproporción colosal entre los objetivos propuestos y los resultados alcanzados”. Las economías de materias primas basadas en la explotación de clases han logrado “solo el fin deseado en casos excepcionales, produciendo a menudo exactamente lo contrario” [22].

La dialéctica de la naturaleza y la historia

Las intuiciones ecológicas de Engels son inseparables de sus investigaciones sobre la dialéctica de la naturaleza. Sin embargo, según la tradición filosófica del llamado “marxismo occidental” es un error afirmar que la dialéctica se aplique a la naturaleza externa, es decir, que no existe lo que Engels llamó “la dialéctica objetiva”, una dialéctica más allá del ámbito del sujeto humano [23]. Las relaciones dialécticas, e incluso los objetos del razonamiento dialéctico, quedaron así confinados, para los marxistas occidentales, a la esfera histórico-humana, lugar donde se aplica el sujeto-objeto, ya que toda realidad no reflexiva (transfactual) fuera de la conciencia humana y la acción humana es excluida de sus análisis [24]. Con el rechazo a la dialéctica de la naturaleza, la tradición marxista occidental perdió el extraordinario poder de las exploraciones de Engels en esta área y la enorme influencia que ejercieron sobre el pensamiento evolutivo y ecológico dentro de las ciencias naturales. Excepto para un pequeño número de científicos de izquierda y materialistas dialécticos, la tradición filosófica marxista occidental tendió a relegar tanto la ciencia natural como la naturaleza al reino del mecanicismo y del positivismo. Irónicamente el resultado fue crear un profundo abismo entre el llamado marxismo occidental y las ciencias naturales y la concepción materialista de la naturaleza [25].

Restaurar el materialismo histórico clásico en esta área requiere, por tanto, recuperar la concepción de Engels de la dialéctica de la naturaleza [26]. Esto a su vez, demanda rechazar los sumarios superficiales y a menudo mal informados de la visión de Engels. Habitualmente los “marxistas occidentales” han polemizado contra las tres “leyes” dialécticas que Engels utilizó para darle un nuevo significado materialista: a) la transformación de la cantidad en calidad y viceversa, b) la identidad o unidad de los opuestos y, c) la negación de la negación [27]. Por ejemplo, al escribir sobre la “Filosofía de la ciencia de Engels”, Peter T. Manicas, se ha quejado de la perspectiva “casi vacía” de estas leyes [28]. Sin embargo, para Engels, no se trataba de leyes estrechas e inmutables, en el sentido positivista, sino, en la terminología actual, de “principios ontológicos” amplios y dialécticamente concebidos, equivalentes a proposiciones básicas como el principio de uniformidad de naturaleza, el principio de perpetuidad de la sustancia y el principio de causalidad. De hecho, la perspectiva de Engels de la dialéctica estaba adelantada a la ciencia de su época [29].

Como historiador de la ciencia, Engels, según [el físico] J.D. Bernal, fue notable en su comprensión de las tres grandes revoluciones científicas del siglo XIX: (1) termodinámica: las leyes de la conservación y el intercambio de formas de energía, y de la entropía; (2) el análisis de la célula orgánica y el desarrollo de la fisiología; y (3) la teoría de la evolución de Darwin basada en la selección natural por variación innata [30]. Tal como observó más tarde Ilya Prigogine (Premio Nobel de Química de 1977) la gran intuición de Engels fue reconocer que estas tres revoluciones en la ciencia física “rechazaron la cosmovisión mecanicista dominante” y se acercaron “a la idea de un desarrollo histórico de la naturaleza” [31].

Según Bernal, entre las preocupaciones de Engels estaba la búsqueda de “la síntesis de todos los procesos que afectan la vida, la ecología animal y la distribución biológica” [32]. Lo que hizo posible esta síntesis fue su concepción del movimiento y cambio dialéctico, enfatizado por la complejidad de las interacciones materiales y la introducción de nuevos poderes emergentes, en un proceso de origen, desarrollo y declive. “La idea central en el materialismo dialéctico”, planteó Bernal, “es la de la transformación… La tarea esencial de la dialéctica materialista es la explicación de lo cualitativamente nuevo”, descubriendo las condiciones que gobiernan el surgimiento de una nueva “jerarquía organizativa” [33].

En este sentido, el logro pionero de Engels fue utilizar su concepción dialéctica de la naturaleza para arrojar luz sobre los cuatro problemas materialistas de “origen” que quedaron después de los descubrimientos de Darwin: (1) el origen del universo (Engels insistió en que era un origen propio como en la hipótesis nebular de Immanuel Kant y Pierre-Simon Laplace); (2) el origen de la vida (Engels refutó la noción de la eternidad de la vida de Justus von Liebig y Hermann Helmholtz señalando, en cambio, un origen químico y enfocándose en el complejo de sustancias químicas subyacentes en el protoplasma, en particular las proteínas); (3) el origen de la sociedad humana (Engels fue más allá que ningún otro pensador de su tiempo al explicar la evolución de la mano y las herramientas a través del trabajo, y con ellas el cerebro y el lenguaje, anticipándose a descubrimientos posteriores de la paleoantropología); y (4) el origen de la familia (Engels explicó la base matrilineal original de la familia y el surgimiento de la familia patriarcal con la propiedad privada) [34].

De esta manera, Engels, insiste Bernal, anticipó o prefiguró muchos de los desarrollos de la ciencia materialista. “Engels, entendió el principio de la conversión de una forma de energía en otra forma de energía, y habría saludado de manera positiva la transformación de la materia en energía. El movimiento como la forma de existencia de la materia [el gran postulado de Engels] podría adquirir de esta forma su sentido final” [35]. Como señaló Bernal, Engels vio con mayor claridad que la mayoría de los físicos distinguidos de su tiempo la importancia de la energía y como ésta es inseparable de la materia. Ningún cambio en la materia, escribió Engels, puede ocurrir sin un cambio en la energía, y viceversa… El reemplazo de fuerza por movimiento con el cual Engels batalló fue el punto de partida de la propia crítica de Einstein a la mecánica [36].

Sin embargo, es la perspectiva sobre la ecología que emana de la dialéctica de Engels la que constituye el aporte más crítico de la Dialéctica de la Naturaleza y por lo cual un regreso a la forma de razonar de Engels continúa siendo tan importante. Como señala Bernal, una contribución decisiva fue su crítica de la idea de la conquista humana absoluta sobre la naturaleza. Engels adelantó que se produciría un desastre para la sociedad, y en particular con el modo de producción capitalista, al prever las consecuencias ecológicas de las acciones de los seres humanos señalando “los efectos de las consecuencias físicas no deseadas de la interferencia humana con la naturaleza como la tala de bosques y la expansión de desiertos” [37].

Otros importantes científicos socialistas británicos de las décadas de 1930 y 1940 quedaron igualmente impresionados por las advertencias ecológicas de Engels. Para el gran bioquímico e historiador de la ciencia Joseph Needham, Engels debía describirse como alguien “fuera de serie, que nada se le escapó” [38]. En palabras de Needham, Engels señaló que “vendrá el día que que la lucha de la humanidad contra las adversas condiciones de vida en nuestro planeta se habrán vuelto tan severas que cualquier evolución social posterior se volverá imposible”, refiriéndose a la extinción eventual de la especie humana. Para Needham, este punto de vista crítico que rechaza la hipótesis de un progreso lineal, servía para iluminar el extraordinario desperdicio y destrucción ecológica de la sociedad capitalista –donde se cultivaba café para alimentar las cámaras de combustión de las locomotoras. Con esto planteaba la cuestión de interpretación termodinámica de la justicia ambiental” ya que la alienación de la naturaleza (incluida la alienación de la energía),estaba “desperdiciando” [39].

El biólogo J.B.S. Haldane –una de las dos principales figuras británicas (junto con R.A. Fisher) de los neo-darwinianos (que reconcilian la biología darwiniana con la revolución de la genética) vio en Engels "la fuente principal" de la dialéctica materialista. Al comparar a Engels con Charles Dickens, Haldane subraya que Engels fue capaz de ver más profundamente los efectos de la revolución industrial. “ A pesar de que Dickens conocía de primera mano estas condiciones de pobreza y contaminación… y las describió con ardiente indignación y con gran detalle su actitud fue de lástima y no de esperanza. En cambio Engels vio la miseria y la degradación de los trabajadores, pero percibió algo distinto: el proletariado debe ser capaz de salvarse con su propia fuerza. Engels entendió que esto no solo era deseable sino inevitable” [40].

El reconocimiento de la importancia de la dialéctica de la naturaleza de Engels se ha extendido hasta nuestros días. Los biólogos de Harvard Richard Levins y Richard Lewontin le han dedicado su ahora clásica obra “El biólogo dialéctico”, basándose fuertemente en sus análisis, si bien de una forma crítica [41]. El paleontólogo y teórico de la evolución Stephen Jay Gould, ha escrito que Engels proporcionó en el siglo XIX la mejor explicación para entender la coevolución entre genes y cultura. Es decir, la mejor explicación de la evolución humana hecha en la propia época de Darwin, dado que la coevolución entre genes y cultura es la forma que debería tener cualquiera de las teorías modernas sobre la evolución humana [42].

Fue el desarrollo de Engels de una “dialéctica de la emergencia” lo que resultó ser lo más revolucionario. Needham capturó la importancia de esta perspectiva, ontológica, epistemológica y metodológica, en su estudio pionero acerca de los "niveles integradores" (o de emergencia) en The Refreshing River [El río refrescante] (un título que se refiere al gran materialista de la Grecia Antiguo, Heráclito):

Marx y Engels fueron lo suficientemente audaces para afirmar que el proceso dialéctico ocurre realmente en la naturaleza con la evolución, y que el hecho indudable de que ocurre en nuestro pensamiento es a causa de que tanto nosotros como nuestro pensamiento somos parte de la naturaleza. No podemos considerar la naturaleza de otra manera que como una serie de niveles de organización, una serie de síntesis dialécticas. De la última partícula al átomo, del átomo a la molécula, de la molécula al agregado coloidal, del agregado a la célula viva, de la célula al órgano, del órgano al cuerpo, del cuerpo animal a la asociación social, de las primeras asociaciones a una serie de niveles organizativos históricos. Nada más que energía (como ahora llamamos materia y movimiento) y niveles de organización en diferentes niveles (o síntesis dialécticas estabilizadas) han sido necesarios para la construcción de nuestro mundo [43].

Engels en el Antropoceno

Es ampliamente reconocido por la ciencia contemporánea (aunque no oficialmente) que la época del Holoceno, un tiempo geológico que se remonta a casi doce mil años, ha llegado a su fin. A partir de aproximadamente la década de 1950, ha comenzado una nueva era: la era del Antropoceno. El inicio del Antropoceno fue provocado por una Gran Aceleración de los impactos antropogénicos en el medio ambiente, de tal manera que la escala de la economía humana ha llegado a rivalizar con los principales ciclos biogeoquímicos del planeta, lo que ha provocado fisuras en los límites planetarios del Sistema Tierra, aquellos que definen la Tierra como un hogar seguro para la humanidad [44].

El Antropoceno representa, por tanto, lo que Lancáster llamó tempranamente como el “Reino del Hombre", en un sentido crítico. Es decir, los humanos somos cada vez más "perturbadores” del ambiente natural a una escala planetaria. Por tanto, la sociedad no tiene más remedio que buscar la aplicación racional de la ciencia y, dar un vuelco a un orden social en el que la ciencia ha sido relegada a un medio por el cual “los capitalistas procuran el lujo y la fortuna” [45]. En términos más contundentes para Engels (y Marx) la transformación del modo de producción y distribución es la condición para una regulación racional del metabolismo entre la humanidad y la naturaleza, y por tanto para una aplicación racional de la ciencia. Cualquier otro curso de la historia nos llevaría a la acumulación de catástrofes [46].

Es en el Antropoceno donde la dialéctica ecológica de Engels nuevamente cobra vida. Su énfasis en la interdependencia de todo lo que existe, la unidad de los opuestos, las relaciones internas, el cambio discontinuo, la evolución emergente, la realidad de la destrucción del ecosistema y del clima y la crítica a las nociones lineales de progreso deben considerarse como esenciales para futuro de la humanidad y del planeta.

Engels era muy consciente que en “las concepciones científicas modernas toda la naturaleza está fusionada con la historia, y la historia solo se diferencia de la historia natural por el proceso evolutivo de organismos autoconscientes” [47]. Si la humanidad sigue alienada en el proceso de trabajo y de la producción y, por lo tanto, en su metabolismo con la naturaleza, esto solo puede significar la destrucción de la naturaleza y de la sociedad. El crecimiento cuantitativo del capital ha llevado a la sociedad a una transformación cualitativa de su relación con el planeta. Sólo una sociedad de productores asociados puede abordar racionalmente su relación con la naturaleza. Todo el desastre ecológico está relacionado con un modo de producción cualitativo particular (el capitalismo) que ha crecido asociado con una matriz específica de demandas cuantitativas, mientras que un modo de producción cualitativamente transformador (como en el socialismo/comunismo) deben conducir a una matriz cuantitativa muy diferente.

Engels argumentó que el capitalismo estaba “dilapidando” los recursos naturales del mundo, incluidos los combustibles fósiles [48]. Indicó que la contaminación urbana, la desertificación, la deforestación, el agotamiento del suelo y el cambio climático (regional) eran el resultado de formas de producción destructivas, no planificadas y descontroladas, propias de la economía mercantil capitalista. De acuerdo con Marx y Liebig, demostró que el enorme problema de las aguas residuales de Londres era una manifestación más de la brecha metabólica, una brecha que eliminaba los nutrientes del suelo y los enviaba a ciudades superpobladas donde se convertían en una fuente de contaminación [49]. Destacó la base de clase de la propagación de las epidemias periódicas de viruela, cólera, tifus, tifoidea, tuberculosis, escarlatina, tos ferina y otras enfermedades contagiosas que estaban afectando las condiciones ambientales de la clase trabajadora, junto con la mala alimentación, el exceso de trabajo, la exposición a tóxicos en el trabajo y lesiones laborales de todo tipo. Señaló correctamente , basándose en la nueva ciencia de la termodinámica, que el cambio ecológico era irreversible y que la propia supervivencia de la humanidad estaba en última instancia en cuestión [50]. En cuanto a las relaciones de producción y medio ambiente, escribió sobre una sociedad que enfrentaba la ruina o la revolución. Vio en el asesinato social de trabajadores en entornos urbanos y en, las hambrunas en las colonias de Irlanda y la India, los indicadores de una explotación extrema, de la degradación ecológica e incluso del exterminio total de poblaciones justo debajo de la superficie de la sociedad capitalista [51].

Tanto Engels como Marx, argumentaron que el metabolismo humano con la naturaleza debería ser regulado por productores asociados de conformidad (o en coevolución) con las leyes de la naturaleza tal como las entiende la ciencia, al tiempo que se satisfacen las necesidades individuales y colectivas. Sin embargo, tal aplicación racional de la ciencia es imposible bajo el capitalismo. Tampoco puede controlarse el desarrollo bajo el capitalismo, ya que este sistema se basa en la ganancia individual inmediata. Implementar un enfoque científico integral y racional acorde con las necesidades humanas y a condiciones ambientales sostenibles requiere una sociedad en la que se pudiera poner en funcionamiento un sistema de planificación a largo plazo en interés de la cadena generaciones humanas [52].

Está implícito en el análisis de Engels una noción de lo que hoy podemos llamar “el proletariado ambiental”. Así, mientras el capitalismo se preocupa por la “economía política del capital”, la clase trabajadora en su fase más oprimida, pero también más radicalizada, se ve obligada a preocuparse por la totalidad de la existencia, siempre partiendo de sus necesidades más elementales. Puede no ser incorrecto llamar, como hizo Marx, a los objetivos de los trabajadores como una “economía política de la clase trabajadora”. Pero lo más correcto en la terminología actual sería afirmar que los trabajadores, en sus luchas más revolucionarias, se esfuerzan por crear una nueva ecología política de la clase trabajadora, una ecología política preocupada por todo su entorno y las condiciones básicas de vida, que solo pueden lograrse de forma comunitaria [53].

Esto es lo que está tan bien reflejado La condición de la clase trabajadora en Inglaterra, donde Engels expuso sistemáticamente cuestiones como la contaminación del aire y del agua, la contaminación por líquidos cloacales, la comida degradada, la desnutrición, la exposición a tóxicos en el trabajo, los frecuentes accidentes y la alta mortalidad y morbilidad de la clase trabajadora. También, donde vio en la lucha por el socialismo como el único camino genuino a seguir. Para Marx, el trabajo juvenil de Engels ejerció una importante influencia, de hecho dedicó muchas páginas de El Capital a actualizar el análisis epidemiológico de Engels [54]. Hoy, en el contexto de la pandemia de la COVID-19, estas percepciones adquieren una importancia renovada. Son un tiempo y un espacio desde donde comenzar un largo camino para realizar revolución por un mundo eco-socialista [55]. Sin embargo, para llevar adelante tal objetivo, es necesario explorar una ciencia dialéctica –y un arte– arraigado en una en la compleja “unicidad” de la humanidad y la naturaleza.

Todas las cosas se venden

Engels admiraba la poesía de Percy B. Shelley, a quien consideraba un “genio”. En su juventud escribió: “hay una ternura y originalidad en la representación de la naturaleza que solo Shelley puede lograr” [56]. Y curiosamente en las estrofas iniciales del poema “Mont Blanc” de Shelley , encontramos una dialéctica materialista de la naturaleza y una percepción intelectual no muy diferente a la de Engels:

El universo eterno de las cosas
fluye a través de la mente y rueda sus rápidas olas,
ahora oscuro, ahora centelleante, ahora reflejando penumbra,
ahora prestando esplendor, de donde de manantiales secretos
la fuente del pensamiento humano trae su tributo
de aguas, con un sonido pero a medias propio [57].

Como Shelley (“todas las cosas se venden: la luz misma del cielo/los incansables dones de amor de la tierra” [58]) Engels también vio la profunda necesidad de una reconciliación a la humanidad con la naturaleza, que solo una revolución puede traer consigo.

Traducción y selección: Rosario Escobar, Santiago Benitez-Vieyra y Juan Duarte


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NOTAS AL PIE

[1Karl Marx y Frederick Engels, Obras completas, vol. 25, Nueva York, International Publishers, 1975, 459.

[2Paul Blackledge, Friedrich Engels y la teoría política y social moderna, Albany, State University of New York Press, 2019, p.16.

[3Walter Benjamin, Selected Writings , vol. 4, 1938-1940 (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2003), 402; Michael Löwy, Alarma de incendio: lectura de “Sobre el concepto de historia” de Walter Benjamin, Londres, Verso, 2001, pp. 66–67.

[4Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, pp.145–46, 153, 270; Karl Marx y Frederick Engels, Irlanda y la cuestión irlandesa, Moscú, Progress Publishers, 1971, p.142.

[5Las explosiones de calderas de locomotoras debido a válvulas de seguridad defectuosas y desajustadas eran comunes a mediados del siglo XIX. Los maquinistas de locomotoras sometidos a presiones de tiempo a menudo encajaban o sujetaban las válvulas de seguridad, bloqueando así las válvulas de seguridad del tren, que no se abrían o que no podían abrir físicamente a tiempo. Véase Christian H. Hewison, Locomotive Boiler Explosions, Newton Abbot, David & Charles, 1983, pp. 11, 18-19, 36, 49, 54-56, 82, 85, 110.

[6Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, 459; John Bellamy Foster, “El capitalismo y la acumulación de catástrofes”, Monthly Review 63, no. 7 (diciembre de 2011), pp. 5–7; Karl Marx y Friedrich Engels, Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA) IV / 31, Amsterdam, Akadamie Verlag, 1999, pp. 512–15.

[7Marx y Engels, Obras completas , vol. 25, 167; Karl Marx y Friedrich Engels, Marx-Engels Gesamtausgabe (MEGA) IV / 18, Berlín, Walter de Gruyter, 2019, pp. 670–74, 731 (extractos de Marx); Mike Davis, Los holocaustos de la era victoriana tardía, Valencia, Universitat de Valencia, 2006, p. 445., Marx y Engels, Irlanda y la cuestión irlandesa.

[8Sobre la noción de productivismo extremo y, en este sentido, el prometeísmo, así como su ausencia casi total en el pensamiento de Marx y Engels, ver John Bellamy Foster, The Ecological Revolution, Nueva York, Monthly Review Press, 2009, pp. 226-29.

[9Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, p. 269. Para Marx y Engels, cabe señalar, las fuerzas productivas se refieren a algo más que tecnología. Así, Marx insistió en que el instrumento o fuerza de producción más importante eran los propios seres humanos. Por tanto, la expansión de las fuerzas de producción significó la expansión de las habilidades y poderes productivos humanos. Véase Marx y Engels, Obras completas, vol. 6, 211; Paul A. Baran, The Longer View, Nueva York, Monthly Review Press, 1969, p. 59.

[10Walt Rostow, The World Economy, Austin, University of Texas Press, 1978, pp. 47-48, 659-62.

[11Sobre el desarrollo humano sostenible como marco que gobierna el pensamiento de Marx y Engels, véase Paul Burkett, “La visión de Marx del desarrollo humano sostenible”, Monthly Review 57, no. 5 (Octubre de 2005), pp. 34–62.

[12Eleanor Leacock, introducción a El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Frederick Engels, Nueva York, International Publishers, 1972, p. 245

[13Marx y Engels, Obras completas , vol. 25, 23; Ian Angus, “Cesspools, Sewage, and Social Murder,” Monthly Review 70, no. 3 (July–August 2018), p. 38; Foster, J.B., The return of nature, Nueva York, Monthly Review Press, pp. 182-95.

[14Howard Waitzkin, The Second Sickness, Nueva York, Free Press, 1983, pp. 71–72.

[15Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, 270; Foster, J.B., The return of nature, Nueva York, Monthly Review Press, p. 254.

[16Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, p. 270.

[17Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, pp. 463-464.

[18Francis Bacon, Novum Organum, Chicago, Open Court, 1994, p. 29, p. 43.

[19Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, 461; Karl Marx, Grundrisse, Londres, Penguin, 1973, pp. 409–10.

[20Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, p. 461.

[21Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, pp. 460-1.

[22Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, pp. 330–31, 461.

[23Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, p. 492. La crítica a la dialéctica de la naturaleza de Engels tiene su origen en la nota 6 al pie de página de Historia y conciencia de clase de Georg Lukács, aunque Lukács, como explicó más tarde, nunca abandonó por completo la noción de una “dialéctica meramente objetiva” y promovería una dialéctica naturalista, basada en Marx más que en Engels, en su pensamiento posterior. Sin embargo, el rechazo de la dialéctica de la naturaleza se convirtió en axiomático para el marxismo occidental a partir de la década de 1920, y se afianzó con más fuerza en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial. Georg Lukács, History and Class Consciousness [Historia y conciencia de clase], Cambridge, MA, MIT Press, 1971, pp. 24, 207. Véase también Russell Jacoby, “Western Marxism”, en Tom Bottomore (ed.), [A Dictionary of Marxist Thought.], Oxford, Blackwell, 1983, pp. 523-26; Foster, J.B., The return of nature [El regreso de la naturaleza], pp. 11-22. Sobre el conflicto general con Engels dentro del marxismo contemporáneo, véase Blackledge, Frederick Engels y Modern Social and Political Theory, pp. 1–20.

[24Como ha argumentado Roy Bhaskar, la necesidad de considerar lo intransitivo o el reino de la transfactualidad establece la distinción entre lo epistemológico y lo ontológico, en contra de la tendencia de gran parte de la filosofía contemporánea, incluida la tradición filosófica marxista occidental, a promover la falacia epistemológica, característica del idealismo, en el que la ontología se subsume dentro de la epistemología. La adhesión a la falacia epistemológica haría imposible cualquier materialismo consistente o ciencia natural. Roy Bhaskar, Dialectics: the pulse of freedom [Dialéctica: El pulso de la libertad], Londres, Verso, 1993, pp. 397, 399-400, 405.

[25Esto se puede ver en El concepto de naturaleza en Marx de Alfred Schmidt , publicado en 1962, el mismo año que La primavera silenciosa de Rachel Carson. El trabajo de Schmidt, un producto de la Escuela de Frankfurt (influenciado particularmente por sus mentores Max Horkheimer y Theodor Adorno) en su mayor parte negaba la dialéctica de la naturaleza y cualquier reconciliación de la humanidad con la naturaleza en la cúspide misma del surgimiento del movimiento ambiental moderno. Alfred Schmidt, El concepto de naturaleza en Marx, Madrid, Siglo XXI, 2012.

[26Este y los siguientes seis parágrafos están adaptados desde Foster, The Return of Nature, pp. 379–81.

[27Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, p. 356.

[28Peter T. Manicas, “La filosofía de la ciencia de Engels”, en Manfred B. Steger y Terrell Carver (eds.), Engels After Marx, University Park, Pennsylvania University Press, 1999, p.77.

[29Craig Dilworth, “Principios, leyes, teorías y metafísica de la ciencia”, Synthese 101, no. 2 (1994), pp. 223–47. El principio de uniformidad (o uniformismo), más estrechamente asociado con Charles Lyell, fue desafiado por el concepto de evolución de Darwin, aunque el gradualismo de Darwin restó importancia al conflicto. Stephen Jay Gould y el paleontólogo Niles Eldredge debían desafiar el uniformismo de manera mucho más radical en su teoría del equilibrio puntuado en la década de 1980. Véase Richard York y Brett Clark, The Science and Humanism of Stephen Jay Gould [La ciencia y el humanismo de Stephen Jay Gould], Nueva York, Monthly Review Press, 2011, pp. 28, 40–42. La noción tradicional de perpetuación de la sustancia fue desafiada en la época de Engels por el desarrollo del concepto de energía en la física. En relación con estos dos principios ontológicos y el principio de causalidad, donde abordó el complejo intercambio de causa y efecto, las “leyes” dialécticas o principios ontológicos de Engels no solo capturaron los cambios revolucionarios que estaban ocurriendo en la ciencia de su época, sino en varias formas prefiguraron descubrimientos posteriores. Sobre la concepción de la causalidad de Engels, véase Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, p. 510.

[30Bernal, J.D., Engels and Science [Engels y la ciencia], 8–10; Friedrich Engels, Ludwig Feuerbach and the Outcome of Classical German Philosophy [Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana], Nueva York, International Publishers, pp. 194, 65–69.

[31Ilya Prigogine e Isabelle Stengers, Order Out of Chaos, Nueva York, Bantam, 1984, pp. 252–53.

[32Bernal, J.D., Engels and Science, p. 4.

[33Ibídem, pp. 13–14.




[34Bernal, Engels and Science, pp. 10–12. Respecto a Engeles y los orígenes de la vida, Richard Levins y Richard Lewontin escribieron que “el materialismo dialéctico se ha focalizado centralmente en algunos aspectos selectivos de la realidad, al tiempo que ha ignorado otros aspectos. A veces ha hecho hincapié en la materialidad de la vida contra el vitalismo, como cuando Engels dijo que la vida era el modo de movimiento de los “cuerpos albuminoides” (es decir, las proteínas, lo que ahora llamaríamos macromoléculas). Esto parecería entrar en contradicción con nuestro rechazo del reduccionismo molecular, pero no hace más que reflejar diferentes momentos de un debate en curso, donde los principales adversarios fueron, primero, el énfasis del vitalismo en la discontinuidad existente entre el ámbito de lo inorgánico y lo vivo, y luego el impulso reduccionista a eliminar los saltos reales que existen entre los distintos niveles.” Richard Lewontin y Richard Levins, La biología en cuestión. Ensayos dialécticos sobre ecología, agricultura y salud, Buenos Aires, Ediciones IPS, en prensa.

[35Bernal, J.D., Engels and science, pp. 13-14.

[36Bernal, J.D., The Freedom of Necessity, Londres, Routledge y Kegan Paul, 1949, p. 362.

[37Bernal, J.D., Ibídem, pp. 364-5.

[38Needham, J., Time. The refreshing river, pp. 14-15. Engels, Ludwig Feuerbach, p. 12.

[39Needham, J. ob.cit.

[40Haldane, BS, [La filosofía y las ciencias marxistas], Nueva York, Random House, 1939, pp. 199–200; Foster, J.B., El regreso de la naturaleza, p. 391.

[41Richard Levins y Richard Lewontin, El biólogo dialéctico, Buenos Aires, RyR, 2015.

[42Stephen Jay Gould, An Urchin in the Storm, Nueva York, W. W. Norton, 1987, pp. 111–12.

[43Needham, J., ob, cit.

[44Véase John Bellamy Foster, Brett Clark y Richard York, The Ecological Rift, Nueva York, Monthly Review Press, 2010, 13–18; Ian Angus, Facing the Anthropocene Nueva York, Monthly Review Press, 2016; Clive Hamilton, Defiant Earth[Tierra desafiante], Cambridge, Polity, 2017.

[45Lester, ob.cit, p. 164.

[46John Bellamy Foster, “Capitalism and the Accumulation of Catastrophe”; Foster, The Return of Nature, pp. 64, 286–87.

[47Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, p. 516.

[48Marx y Engels, Obras completas, vol. 46, p. 411.

[49Frederick Engels, The Housing Question, Moscú, Progress Publishers, 1975, p. 92.

[50Sobre el enfoque de Engels a la termodinámica, véase John Bellamy Foster y Paul Burkett, Marx and the Earth [Marx y la tierra], Chicago, Haymarket, 2016, pp. 137-203.

[51Sobre Marx y Engels sobre la degradación ecológica y el exterminio en la Irlanda colonial, véase John Bellamy Foster y Brett Clark, The Robbery of Nature, Nueva York, Monthly Review Press, 2020, pp. 64–77

[52Engels dejó en claro que la regulación racional de la relación humana con la naturaleza, y por tanto una aplicación racional de la ciencia, solo era posible con “una revolución completa en nuestro modo de producción hasta ahora existente”. Marx y Engels, Obras completas, vol. 25, p. 462. Sobre la alienación de la ciencia bajo el capitalismo, véase István Mészáros, Marx’s Theory of Alienation, Londres, Merlin, 1975, pp. 101–2. El papel de la ciencia bajo el capitalismo se aclara aún más en la noción de Richard Levins de la “naturaleza dual de la ciencia”. Richard Levins, “Diez postulados sobre ciencia y anticiencia”, Richard Lewontin y Richard Levins, La biología en cuestión. Ensayos dialécticos sobre ecología, agricultura y salud, Buenos Aires, Ediciones IPS, en prensa. La incontrolabilidad del capital se teoriza en István Mészáros, Beyond Capital, Nueva York, Monthly Review Press, 1995, p. 713.

[53Karl Marx, On the First International, ed. Saul Padover, New York, McGraw-Hill, 1973, p. 10.

[54Véase Foster, The Return of Nature, pp. 197–204.

[55John Bellamy Foster e Istvan Suwandi, “COVID-19 y el capitalismo catastrófico ”, Monthly Review 72, no. 2 (junio de 2020), pp. 3–4.

[56Marx y Engels, Obras completas, vol. 2, pp. 95-101, 497; vol. 4, 528. La admiración de Engels por Shelley lo llevó a intentar traducir Queen Mab, junto con The Sensitive Plant, al alemán. Véase John Green, Engels: A Revolutionary Life, Londres, Artery, 2008, pp. 28–29, 59. Para un tratamiento fascinante de la poesía y la política revolucionarias de Shelley, véase Annette Rubinstein, The Great Tradition in English Literature, Nueva York, Monthly Review Press, 1953, pp. 516–64.

[57Percy Bysshe Shelley, The Complete Poetical Works, Oxford, Oxford University Press, 1914, p. 528.

[58Shelley, Complete Poetical Works, p. 773. Marx describió a Shelley como “esencialmente un revolucionario”, una opinión que compartía Engels. Edward Aveling y Eleanor Marx Aveling, Shelley’s Socialism, Londres, The Journeyman, 1975, p. 4

¿Antropoceno o Capitaloceno?
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Author Photo Francisco Serratos




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