Es interesante que en una fecha tan temprana como 1974 Semprún entrevistase en Las dos memorias a excombatientes de los dos bandos de la Guerra Civil. Ese afán de rescatar las huellas del pasado, como eje de su perspectiva creativa, resulta crucial para entender la identidad de quien, durante el franquismo, se hizo pasar por un tal Federico Sánchez.
«Jorge Semprún ‒dice Mendieta‒ es un intérprete privilegiado de todo lo ocurrido en el siglo XX, y esto se debe a que fue protagonista en varios de los momentos más destacados del mismo: preso de los campos de concentración nazis, estalinista convencido, clandestino comunista en la España franquista y hasta ministro de Cultura en democracia. Hizo de su vida el material idóneo para sus narraciones, y no dudó en usar su memoria, además, para hacer literatura. También padeció la penuria de la Guerra Civil al tener que exiliarse de su país natal, junto a su familia, cuando solo tenía 12 años. No haber podido combatir contra los sublevados, por su edad, es una espina que siempre tiene clavada, y de la que empieza a resarcirse cuando sí puede combatir, como resistente, contra el Tercer Reich. Por ello, su obra creativa, ya sea en el ámbito literario, cinematográfico o teatral, ayuda a comprender parte del espesor que tuvo un siglo del que fue un personaje destacado».
Pregunto a Mendieta por la problemática memoria de los derrotados, algo evidente en guiones como el de La guerra ha terminado (1966), donde Yves Montand, un trasunto del propio Semprún, habla sobre ello en un memorable monólogo: «España ‒dice el personaje de Montand en la película‒ está convirtiéndose en la conciencia líríca de toda la izquierda: un mito para antiguos combatientes. Y mientras, catorce millones de turistas van de vacaciones a España cada año. España solo es un sueño para turistas o un mito de la Guerra Civil, y mezclado con el teatro de Lorca. (…) España ya no es el sueño del 36 sino la realidad del 65, aunque sea desconcertante».
¿En qué grado se advierte en este y en otros textos de Semprún esa tirantez entre historia, el recuerdo idealizado y la literatura? «La ficción ‒responde Mendieta‒ es un mecanismo imprescindible para Semprún a la hora de recordar y plasmarlo por escrito, pues sabe perfectamente que, como diría Paul Ricoeur, la memoria es sumamente frágil, por lo que la imaginación se cuela irremediablemente por los intersticios de los recuerdos. No se puede contar la verdad sin algo de artificio, sin reclamar la invención, como él defiende en La escritura o la vida«.
La guerra como material literario y cinematográfico
A grandes rasgos, la obra de Semprún suele asociarse con su paso por Buchenwald ‒un campo nazi hasta 1945, luego utilizado por los soviéticos‒. Sin embargo, el libro de Mendieta se fija, sobre todo, en la contienda española.
«La Guerra Civil ‒nos dice el autor‒ no es el evento central de su obra si se atiende en su conjunto, ya que los campos de concentración ocupan mayor espacio. De hecho, parte de su literatura nos lleva a sus vivencias en la Segunda Guerra Mundial y en Buchenwald. Me refiero a su cuarteto de textos concentracionarios: El largo viaje (1963), Aquel domingo (1980), La escritura o la vida (1994) y Viviré con su nombre, morirá con el mío (2001). Ahora bien, la Guerra Civil está presente en casi toda su obra, de una manera u otra, y a ello se ha prestado injustamente menos atención. De hecho, su primera obra de teatro, apenas conocida y de carácter absolutamente propagandístico comunista, Soledad, de 1947, es una pieza en la que Semprún, que apenas tenía 24 años, da a creer que la huelga y protestas en Bilbao anticipan una temprana caída del Régimen, y hay numerosas referencias a lo ocurrido en la Guerra Civil en sus páginas. Además, tiene un texto dedicado en su totalidad a la Guerra Civil, y que da la casualidad que fue su único trabajo como director: Las dos memorias».
«A este filme ‒añade‒ he dedicado el tercer bloque del libro, ya que es muy poco conocido, pero contiene muchísima información de interés sobre el conflicto español y sus consecuencias posteriores. También incide mucho en el conflicto que hubo entre comunistas y anarquistas durante la guerra, con el apogeo que supusieron los sucesos de mayo de 1937. Es una obra interesantísima. Además, la Guerra y el distanciamiento de la visión oficialista del PCE es clave en su guion de la película La guerra ha terminado, que tiene mucho de anticipo de lo que serán sus memorias más notorias, Autobiografía de Federico Sánchez (1977), galardonadas con el Premio Planeta y que tienen mucho de ajuste de cuentas con el PCE y con esa versión oficialista. Tampoco convienen olvidar otras novelas donde la Guerra Civil –y, más aún, cómo ese pasado del conflicto es una dimensión del presente, por decirlo a la manera faulkneriana– es fundamental en el relato, como Veinte años y un día (2003), escrita el año en que el polifacético creador inicia su octava década de vida».
Está claro que, en su dimensión popular, escasean en nuestro relato colectivo personajes así. A veces, por desmemoria, otras veces por pereza intelectual, y otras, simplemente, por intereses ideológicos. La duda es qué pesa más a la hora de entender el paulatino olvido de Semprún. «Bueno ‒concluye Mendieta‒, supongo que hay un poco de todo lo que has citado entre las causas, y es una pena. Semprún es una figura imprescindible para adentrarse en el siglo XX europeo y, por supuesto, en el español, y de hacerlo de muy distintas vías. Con ir a su biografía ya bastaría, pero es que, además, hizo de sus aventuras el tema de sus trabajos. Estoy seguro de que su obra podría atraer a nuevos lectores, ya que su escritura es dinámica y original, y juega con motivos que aún nos interpelan».
Jorge Semprún. En el corazón del siglo, 1923-2023
Congreso internacional
Residencia de Estudiantes | 23 de octubre de 2023 - 16.15 h.
http://www.edaddeplata.org/edaddeplata/Actividades/actos/visualizador.jsp?tipo=2&orden=0&acto=7627
Jorge Semprún en perspectivas
Con motivo del coloquio internacional Jorge Semprún. H(h)istoria y M(m)emoria del siglo XX
http://www.edaddeplata.org/edaddeplata/Actividades/actos/visualizador.jsp?tipo=2&orden=0&acto=7007Ç
JORGE SEMPRÚN, CINEASTA RICARDO JIMENO ARANDA
PROFESOR DE HISTORIA DEL CINE EN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID
La faceta como cineasta de Jorge Semprún sigue siendo a día de hoy la más desconocida del escritor, político, militante y, en definitiva, superviviente, ensombrecida precisamente por la propia amplitud de su trayectoria biográfica e histórica. En la filmografía de Semprún se cuentan los guiones de diversos títulos relevantes, que más allá de estar dirigidos por referentes del cine europeo, como Alain Resnais, Costa-Gavras o Joseph Losey, contienen de modo visible el universo personal e ideológico del autor español. Sus trabajos cinematográficos y literarios se complementan formando una suerte de rompecabezas sobre su identidad. Las piezas se despliegan por los vericuetos de la memoria —la íntima y la histórica— que conecta todo el pensamiento sempruniano. Como director, Semprún tiene un único título, olvidado e invisible durante mucho tiempo, hasta su recuperación por la Filmoteca Española y la Cinémathèque Française hace una década: el documental Les deux mémoires (1974). En este fresco histórico, se traza un recorrido sobre la guerra civil y el exilio, a partir de los testimonios de diversas figuras clave del periodo. Semprún muestra las contradicciones del pensamiento de las izquierdas españolas entre la guerra y los años setenta. De las izquierdas, porque aunque su voluntad parece la de construir una memoria más poliédrica, la columna vertebral del filme devuelve fundamentalmente la mirada diversa de los derrotados. Dos de sus guiones, los de La guerra ha terminado (La guerre est finie, 1966) y Las rutas del sur (Las routes du sud, Joseph Losey, 1978), son indisimuladamente autobiográficos. En ellos, Yves Montand, amigo inseparable de Semprún, se convierte en su alter ego. Diego Mora en el primer caso, militante clandestino del PCE, hastiado de su actividad; y Juan Larrea (un alias recurrente de Semprún) en el segundo: un guionista maduro, exiliado, que mantiene una relación conflictiva con su hijo, y que asiste como espectador al final de la dictadura española. Todos los elementos biográficos se conjugan felizmente con un estilo de narración fragmentado, que en el caso de La guerra ha terminado, se adecúan de modo perfecto a la experimentación narrativa ensayada por Resnais en sus filmes previos. En este título, Semprún introduce un estilo subjetivo de impronta literaria, al hablar en segunda persona con su protagonista a través de la voz del narrador (que es la del propio escritor), que actúa como una especie de conciencia autónoma del personaje. Tanto por estilo como por contenido — su desencanto con el Partido que le ha expulsado y su rechazo de las mitologías románticas en torno la guerra—, el filme se convierte en un avance de su obra literaria posterior, en especial de Autobiografía de Federico Sánchez (1977).
La película recoge su experiencia vital previa, e incluso anticipa sorprendentemente la futura, cuando casi al final, el comisario interpretado por Michel Piccoli se aventura a predecir el porvenir como ministro del protagonista. Las rutas del sur, por su parte, es realmente una secuela espiritual de La guerra ha terminado. El desencanto vital y político se esconde en cada arruga de un Yves Montand que por momentos se transfigura, incluso físicamente, en el propio Semprún. Losey, el director, aplica un intelectualismo distante y la cronología aparece menos fragmentada. La melancolía que inunda el filme se desprende del diálogo y de la luz invernal de tonos ocres y verdes de Gerry Fisher; de los ecos lorquianos y de cierto simbolismo que emana de la imaginación del protagonista, que pretende escribir un guion sobre la guerra. El conflicto entre padre e hijo que vertebra la película, convertido también en metáfora de las diferentes miradas expresa los métodos entre totalitarismos de signo opuesto. Esta obsesión sempruniana por conectar su experiencia íntima con la Historia también late en el relato de la actividad de los jóvenes resistentes franceses al principio de Sección especial. Las vivencias del joven Semprún en el París de la ocupación, relatadas en su magnífico libro Adiós, luz de veranos (1998), se confunden con la crónica de los hechos, incluso en la forma de aproximarse al conflicto entre la cotidianidad y la necesidad inmediata de apretar un gatillo, planteando una idea constante en el cine de Gavras y en el imaginario de Semprún, en torno a los límites de la violencia política. Por su parte, en su segundo y último guion para Resnais, Stavisky (1974), Semprún se embarca en otra historia de intrahistorias, alternando el breve exilio francés de Trotsky con las andanzas del falsificador y aventurero Stavisky, el bello Sacha, interpretado por Jean-Paul Belmondo. Se entiende la fascinación de Semprún por este personaje real, de innegable habilidad intrigante, escapista y seductor, porque en el fondo aparece como una versión canalla de su propia andadura vital y creativa.
La obra de Semprún —literaria y cinemato- gráfica— es un complemento especular de su biografía. Su propia vida, que le lleva a ser protagonista de alguno de los acontecimientos más traumáticos del siglo, contiene un continuo juego de identidades variadas que se traslada a su escritura. Semprún salta así de la experiencia vivida a la creación, y partir de la ficción recrea el viaje inverso, retornando a través de la memoria y de la imaginación a la experiencia real. Este viaje circular lo convierte en un referente fascinante, en la frontera entre la realidad y la representación, de las derivas trágicas de Europa a lo largo del siglo XX generacionales sobre la realidad política, supone una de las escasas transposiciones de este tema biográfico íntimo por parte de Semprún. Sus otros guiones destacados se centran fundamentalmente en acontecimientos histórico-políticos reales. En sus tres colaboraciones con Costa-Gavras, Z (id., 1969), La confesión (L’aveu, 1970) y Sección especial (Section spéciale, 1975), se aborda respectivamente el asesinato del diputado Lambrakis en Grecia y el tránsito hacia el golpe de los coroneles; el proceso estalinista sufrido por el dirigente checo Artur London; y el juicio-farsa llevado a cabo por las autoridades francesas de Vichy contra un grupo de comunistas y de judíos inocentes. La mirada de Gavras y Semprún opera sobre el desmontaje de un mecanismo perverso. A partir de los procesos criminales desarrollados en diversos marcos políticos, los autores alertan de los desvíos de poder. En Z, la historia de Lambrakis responde más intensamente a la visión apasionada del griego Gavras como reacción contra el golpe militar acontecido en su país de origen, pero la construcción subjetiva del personaje —encarnado una vez más por Montand— representa de nuevo la combinación entre la memoria íntima y el conflicto político, tan grata a Semprún. No obstante, es en La confesión donde Semprún plantea todo su discurso ideológico. El escritor se identifica con London, antiguo combatiente de la Guerra Civil Española, y exorciza su propia relación con el partido comunista. La denuncia situada en primer plano —el juego de torturas y confesiones que sufre el personaje; otra vez Montand— refleja en realidad la evolución ideológica del propio Semprún, desde la asunción convencida, casi infantil de que el partido no se equivoca, hasta su posicionamiento crítico sobre el terror estalinista, equiparando de forma Losey, 1978), son indisimuladamente autobiográficos. En ellos, Yves Montand, amigo inseparable de Semprún, se convierte en su alter ego. Diego Mora en el primer caso, militante clandestino del PCE, hastiado de su actividad; y Juan Larrea (un alias recurrente de Semprún) en el segundo: un guionista maduro, exiliado, que mantiene una relación conflictiva con su hijo, y que asiste como espectador al final de la dictadura española. Todos los elementos biográficos se conjugan felizmente con un estilo de narración fragmentado, que en el caso de La guerra ha terminado, se adecúan de modo perfecto a la experimentación narrativa ensayada por Resnais en sus filmes previos. En este título, Semprún introduce un estilo subjetivo de impronta literaria, al hablar en segunda persona con su protagonista a través de la voz del narrador (que es la del propio escritor), que actúa como una especie de conciencia autónoma del personaje. Tanto por estilo como por contenido — su desencanto con el Partido que le ha expulsado y su rechazo de las mitologías románticas en torno la guerra—, el filme se convierte en un avance de su obra literaria posterior, en especial de Autobiografía de Federico Sánchez (1977). La película recoge su experiencia vital previa, e incluso anticipa sorprendentemente la futura, cuando casi al final, el comisario interpretado por Michel Piccoli se aventura a predecir el porvenir como ministro del protagonista. Las rutas del sur, por su parte, es realmente una secuela espiritual de La guerra ha terminado. El desencanto vital y político se esconde en cada arruga de un Yves Montand que por momentos se transfigura, incluso físicamente, en el propio Semprún. Losey, el director, aplica un intelectualismo distante y la cronología aparece menos fragmentada. La melancolía que inunda el filme se desprende del diálogo y de la luz invernal de tonos ocres y verdes de Gerry Fisher; de los ecos lorquianos y de cierto simbolismo que emana de la imaginación del protagonista, que pretende escribir un guion sobre la guerra. El conflicto entre padre e hijo que vertebra la película, convertido también en metáfora de las diferentes miradas expresa los métodos entre totalitarismos de signo opuesto.
Esta obsesión sempruniana por conectar su experiencia íntima con la Historia también late en el relato de la actividad de los jóvenes resistentes franceses al principio de Sección especial. Las vivencias del joven Semprún en el París de la ocupación, relatadas en su magnífico libro Adiós, luz de veranos (1998), se confunden con la crónica de los hechos, incluso en la forma de aproximarse al conflicto entre la cotidianidad y la necesidad inmediata de apretar un gatillo, planteando una idea constante en el cine de Gavras y en el imaginario de Semprún, en torno a los límites de la violencia política. Por su parte, en su segundo y último guion para Resnais, Stavisky (1974), Semprún se embarca en otra historia de intrahistorias, alternando el breve exilio francés de Trotsky con las andanzas del falsificador y aventurero Stavisky, el bello Sacha, interpretado por Jean-Paul Belmondo. Se entiende la fascinación de Semprún por este personaje real, de innegable habilidad intrigante, escapista y seductor, porque en el fondo aparece como una versión canalla de su propia andadura vital y creativa. La obra de Semprún —literaria y cinemato- gráfica— es un complemento especular de su biografía. Su propia vida, que le lleva a ser protagonista de alguno de los acontecimientos más traumáticos del siglo, contiene un continuo juego de identidades variadas que se traslada a su escritura. Semprún salta así de la experiencia vivida a la creación, y partir de la ficción recrea el viaje inverso, retornando a través de la memoria y de la imaginación a la experiencia real. Este viaje circular lo convierte en un referente fascinante, en la frontera entre la realidad y la representación, de las derivas trágicas de Europa a lo largo del siglo XX generacionales sobre la realidad política, supone una de las escasas transposiciones de este tema biográfico íntimo por parte de Semprún. Sus otros guiones destacados se centran fundamentalmente en acontecimientos histórico-políticos reales. En sus tres colaboraciones con Costa-Gavras, Z (id., 1969), La confesión (L’aveu, 1970) y Sección especial (Section spéciale, 1975), se aborda respectivamente el asesinato del diputado Lambrakis en Grecia y el tránsito hacia el golpe de los coroneles; el proceso estalinista sufrido por el dirigente checo Artur London; y el juicio-farsa llevado a cabo por las autoridades francesas de Vichy contra un grupo de comunistas y de judíos inocentes. La mirada de Gavras y Semprún opera sobre el desmontaje de un mecanismo perverso. A partir de los procesos criminales desarrollados en diversos marcos políticos, los autores alertan de los desvíos de poder. En Z, la historia de Lambrakis responde más intensamente a la visión apasionada del griego Gavras como reacción contra el golpe militar acontecido en su país de origen, pero la construcción subjetiva del personaje —encarnado una vez más por Montand— representa de nuevo la combinación entre la memoria íntima y el conflicto político, tan grata a Semprún. No obstante, es en La confesión donde Semprún plantea todo su discurso ideológico. El escritor se identifica con London, antiguo combatiente de la Guerra Civil Española, y exorciza su propia relación con el partido comunista. La denuncia situada en primer plano —el juego de torturas y confesiones que sufre el personaje; otra vez Montand— refleja en realidad la evolución ideológica del propio Semprún, desde la asunción convencida, casi infantil de que el partido no se equivoca, hasta su posicionamiento crítico sobre el terror estalinista, equiparando de forma expresa los métodos entre totalitarismos de signo opuesto. Esta obsesión sempruniana por conectar su experiencia íntima con la Historia también late en el relato de la actividad de los jóvenes resistentes franceses al principio de Sección especial. Las vivencias del joven Semprún en el París de la ocupación, relatadas en su magnífico libro Adiós, luz de veranos (1998), se confunden con la crónica de los hechos, incluso en la forma de aproximarse al conflicto entre la cotidianidad y la necesidad inmediata de apretar un gatillo, planteando una idea constante en el cine de Gavras y en el imaginario de Semprún, en torno a los límites de la violencia política.
Por su parte, en su segundo y último guion para Resnais, Stavisky (1974), Semprún se embarca en otra historia de intrahistorias, alternando el breve exilio francés de Trotsky con las andanzas del falsificador y aventurero Stavisky, el bello Sacha, interpretado por Jean-Paul Belmondo. Se entiende la fascinación de Semprún por este personaje real, de innegable habilidad intrigante, escapista y seductor, porque en el fondo aparece como una versión canalla de su propia andadura vital y creativa. La obra de Semprún —literaria y cinemato- gráfica— es un complemento especular de su biografía. Su propia vida, que le lleva a ser protagonista de alguno de los acontecimientos más traumáticos del siglo, contiene un continuo juego de identidades variadas que se traslada a su escritura. Semprún salta así de la experiencia vivida a la creación, y partir de la ficción recrea el viaje inverso, retornando a través de la memoria y de la imaginación a la experiencia real. Este viaje circular lo convierte en un referente fascinante, en la frontera entre la realidad y la representación, de las derivas trágicas de Europa a lo largo del siglo XX.
EL ATENTADO (YVES BOISET, 1972) L’ATTENTAT
Basada en el caso del político marroquí Mehdi Ben Barka, que luchó por la independencia, para más adelante convertirse en un destacado disidente del régimen de Hasan II, este thriller político escrito por Jorge Semprún, sigue a Sadiel, un líder norteafricano exiliado en Suiza tras un golpe de estado en su país, donde intenta crear una resistencia, mientras desconoce que el coronel Kassar busca asesinarle, en colaboración con los servicios franceses. “Lo policíaco entra en El atentado por obra y gracia del espionaje. El suspense esta vez cobra proporciones de tragedia y hay un 'fatum' irreprimible que va estrechando cada vez más la soga sobre Sadiel. Hay fugas y persecuciones, torturas y sobornos, pistas que no llevan a nada y los inevitables enredos de lo policíaco. Pero Yves Boisset no ha puesto de su parte todo lo necesario para que El atentado t de un comisario, La policía agradece, El caso Mattel- en lo que enga la calidad de otras películas policíacas italianas. –Confesión esa acción fílmica se refiere. Gran parte del film está montado sobre una carga verbal predominante”. (Pedro Miguel Lamet).
LA CONFESIÓN (COSTA-GAVRAS, 1970) L’AVEU
Situada en Praga en 1951, la adaptación de la novela homónima de Arthur London nos narra el vía crucis de un político checoslovaco, acusado de ser un espía de los Estados Unidos y que, tras casi dos años de torturas físicas y psicológicas, está preparado para confesar. “En retrospectiva, es evidente que La confesión es una película de referencia. Desde entonces ha habido otras obras que han hablado también de la inmoralidad subyacente a extraer confesiones bajo presión, una práctica que ha durado en el tiempo más de lo que habíamos imaginado. Pero La confesión es de alguna manera más efectiva en condensar los conceptos del bien y el mal a una suerte de simplicidad existencial que va más allá de sistemas de gobierno o circunstancias políticas particulares. Y además conecta con la obra global de Costa-Gavras en dicho periodo. 'El sentimiento general en la época parecía ser que el Este era malo y el Oeste bueno', comentaba Gavras. 'Nuestra idea, con las películas que componían esta trilogía, era demostrar y mostrar que no había diferencias sustanciales entre ambos sistemas'”. (Dina Iordanova).
LAS DOS MEMORIAS (JORGE SEMPRÚN, 1974) LES DEUX MEMOIRES
Documento imprescindible y censurado en España (solo fue proyectada dos veces en Filmoteca Española (en el año 78 y en el 81 respectivamente) hasta su restauración en 2012. Un relato polifónico que nos habla de la experiencia de los republicanos que perdieron la guerra, que abre más preguntas que respuestas. “En el momento de su preparación, Las dos memorias era el proyecto más ambicioso, mediáticamente hablando, de su autor. Con el paso del tiempo, la conciencia de las imperfecciones del documental pesó cada vez más en Semprún, aunque esta no sea la única razón que explique su olvido. Desde el inicio de su carrera literaria, Semprún siempre fue muy cuidadoso con el estilo de lo que producía. Como todo documental basado en entrevistas, podría pensarse que se trata de un trabajo algo improvisado, resultado de las circunstancias de un contexto político que cambiaba a grandes pasos y de las opiniones particulares de las personalidades que aceptaron ser entrevistadas en 1972”. (Jaime Céspedes Gallego.
LA GUERRA HA TERMINADO (ALAIN FINIE“La guerra ha terminado” es la irónica frase con la que Francisco Franco dio por concluida la Guerra Civil Española. Y es el punto de partida de la valiente colaboración entre el guionista Jorge Semprún y el cineasta Alain Resnais para contarnos la historia de Diego, un militante del partido comunista español que cruza repetidamente la frontera entre Francia y España para viajar a Madrid y servir de enlace entre exiliados y militantes subyugados por la dictadura franquista. “La frustración por una vida no vivida -y en Resnais, vida es amor y muerte- se convierte así en el sustrato de una carrera que vincula en sus primeros títulos el deseo amoroso al padecimiento existencial. En la naturaleza del estigma, Hiroshima es el primer hito del deseo condenado de amar, pero la cuestión se debate en términos análogos en Muriel, La guerra ha terminado, Mi tío de América, La vida es una novela y Mélo. ¿Qué impulsa a sus protagonistas a esquivar o rechazar el amor, pese a su anhelo íntimo por sentirse vivos a través de la experiencia amatoria? ¿Quég a convertirlo en materia de recuerdos dolorosos? ¿Cuál es el motivo de que uno o los dos amantes prefiera la amargura a la felicidad?”. (Raúl Álvarez).
STAVISKY (ALAIN RESNAIS, 1974)
Segunda colaboración entre Semprún y Resnais, basada ligeramente en la historia real de Stavisky, un financiero estafador que fue detenido en 1934 por vender acciones falsas. “Stavisky, en su superficie, parece una producción más convencional, pero lo cierto es que Resnais vuelve a hablar de la nostalgia por el pasado, precisamente, mediante el diseño de producción. La reconstrucción del pasado mediante el art decó propone un cine en el que ese simulacro visual evidencie la artificialidad de la reproducción de un tiempo pretérito que regresa en forma de imágenes. La representación de ese pasado es nostálgica per se: no puede ser de otra manera debido a su propia grandilocuencia. Pero no es una mirada nostálgica por un tiempo mejor al que se quiere regresar, aunque sea mediante su falsificación y su reproducción en imágenes; es una mirada que ahonda en la nostalgia como forma memorística, manipuladora, casi neurótica, que compone una realidad teatralizada en su interior”. (Israel Paredes).
SECCIÓN ESPECIAL (COSTA-GAVRAS, 1975) SECTION SPÉCIALE
La adaptación del libro de Hervé Villeré es un drama judicial situado en 1941, sobre cómo el gobierno de Vichy decide crear una Sección Especial cuyo objetivo es condenar a cabezas de turco para aplacar las iras de los nazis tras el asesinato de uno de ellos. Sección especial es la clase de película que Costa-Gavras lleva a la excelencia (la hizo después de Z, Estado de sitio y La confesión). Expresa una protesta moral mientras que negocia con los detalles banales del asesinato. Si la película no es tan abosrbente como Z o La confesión, si no tiene el acostumbrado toque de Costa-Gavras para el escándalo melodramático, quizá es porque las secciones especiales eran en sí mismas tan secas y cortantes. Muchos hombres murieron y la ley francesa fue ultrajada, y todo se hizo como si fuera la más apropiada de las ceremonias. (Roger Ebert).
LAS RUTAS DEL SUR (JOSEPH LOSEY, 1978) LES ROUTES DU SUD
Secuela de La guerra ha terminado, de Alain Resnais, también con guion de Jorge Semprún. La historia, ambientada en los últimos años del franquismo, describe el enfrentamiento generacional entre padres e hijos a propósito del inminente cambio político. “La gran aportación histórica de Las rutas del Sur consiste en la inclusión de la muerte de Franco, mostrada a través del discurso televisivo de Carlos Arias Navarro. Con ella se abren nuevas perspectivas en la España democrática que distancian a su protagonista del de La guerra ha terminado, tal como lo certificó el propio Resnais para aplacar las dudas de Losey sobre la inconveniencia de volver a filmar la misma película. Ambas hablan, sin embargo, de lo mismo, pero los más de diez años que las separan juegan a favor de Semprún; que si ya entonces pronosticaba, en boca de un policía, que los militantes clandestinos pueden llegar a ser ministros, ahora apunta que los franquistas se convertirán en demócratas mientras los demócratas serán elegidos diputados”. (Esteve Riambau).
Z (COSTA-GAVRAS, 1969)
Thriller político co-escrito por Jorge Semprún y CostaGavras y ficcionalización del asesinato en 1963 del político de izquierdas griego Grigoris Lambrakis. “Z es insoportablemente emocionante -un thriller político que va construyendo progresivamente su nivel de tensión de tal manera que seguramente te sentirás exhausto al finalizar la proyección. El joven cineasta Costa-Gavras hace uso de todas sus habilidades y conocimientos para llevar su punto de partida de la manera más efectiva posible, consiguiendo a su vez algo pocas veces visto en el cine europeo -una película política con un propósito claro y, a su vez, una cinta totalmente comercial. Indudablemente, Z es una película que surge como compromiso político, pero en ningún momento pierde la conexión emocional con su público. Y sus influencias no provienen de la tradición del cine francés, sino de las películas de gangsters americanas y los melodramas antifascistas de los años 40 ”. (Pauline Kael).
Las mil vidas de Jorge Semprún
Con motivo del centenario de su nacimiento, este documental recuerda la vida y el legado de Jorge Semprún (Madrid, 1923 - París, 2011). Superviviente de Buchenwald, líder comunista clandestino y ministro de Cultura español con Felipe González, la trayectoria vital de este intelectual y político encarna el siglo XX.
https://www.arte.tv/es/videos/110202-000-A/las-mil-vidas-de-jorge-semprun/
Jorge Semprún: un militante de la memoria
https://www.rtve.es/television/20231209/jorge-semprun-militante-memoria/2464940.shtml
Jorge Semprún
Ramón Miravitllas entrevista al escritor y político Jorge
Semprún.
https://play.rtve.es/v/7030080/
‘Imprescindibles’ estrena ‘Las mil vidas de Jorge Semprún’, coproducido por RTVE y con guión y dirección de Albert Solé. En el año del centenario de su nacimiento, este documental recupera la figura de uno de los intelectuales que mejor encarnan al siglo XX: resistente antinazi, prisionero español del campo de Buchenwald, militante comunista perseguido por el franquismo y escritor reconocido en Francia.
En este trabajo se sigue el rastro de un hombre que estuvo en primera línea de la historia y que vivió para escribirlo. Con la ayuda del testimonio de expertos, así como familiares y amigos, se traza la semblanza de una figura fundamental para entender el pasado y el presente.
‘Las mil vidas de Jorge Semprún’
En la figura de Jorge Semprún caben mil vidas, y todas ellas dignas de película. El protagonista de esta historia emprende un largo viaje que va desde el Madrid republicano al París ocupado, del campo de concentración de Buchenwald a las células del Partido Comunista, entre el activismo clandestino, el glamour y el reconocimiento literario. El documental recorre todos estos escenarios, reuniendo a familiares, amigos y expertos en su obra. Con ellos, recupera la memoria de un personaje novelesco que lo arriesgó todo luchando contra los totalitarismos europeos del siglo XX y que logró conjurarlos como escritor y como pensador.
Con abundante material de archivo, así como con animaciones de algunos de los episodios claves de su historia, el documental se acerca a sus aventuras de juventud y sus desencantos, a las frenéticas peripecias de su alter ego, el escurridizo Federico Sánchez; recuerda su expulsión del partido comunista y celebra sus éxitos literarios y cinematográficos de madurez, hasta llegar al ministerio de cultura español. En ‘Las mil vidas de Jorge Semprún’ se dibuja el perfil público de un hombre que tuvo que escoger entre la escritura o la vida, y que al final se quedó con ambas.
El documental cuenta con el testimonio de Soledad Maura y Franziska Augstein, escritoras y biógrafas de Semprún; Thomas Landman, su nieto; Bernard Pivot, presentador de programas de Literatura; y el filósofo Josep Ramoneda. Es una producción de Minimal Films, en coproducción con RTVE y ARTE, con el apoyo de ACE e ICEC y producción asociada de Caixa Forum.