Es por esto que creo que voy a ser un artista. Las cosas que realmente importaban, se hundieron y dejaron su huella. A veces sólo una palabra - a veces una sonrisa peculiar - a veces la muerte - a veces el olor de los dientes de león en la primavera - Amor una vez. La mayoría de la gente tiene poco más que la mente de los brutos: viven día a día. Voy a ir a todas partes y ver todo. Voy a conocer a toda la gente que pueda. Voy a pensar en todos los pensamientos, sentir toda la emoción que yo soy capaz, y voy a escribir, escribir, escribir.
Del tiempo y del río.
Una leyenda sobre la ansiedad del hombre en su juventud
1919. Con 19 años Eugene Grant, abandonó su ciudad natal sureña, Altamont, para ir a la universidad de Harvard, al Norte, " rumbo a la vida, lejos de las colinas perdidas en el tiempo, lejos para siempre del corazón oscuro y del misterio lastimero del Sur". En la universidad le aguardan los años de " anhelos, de deseos, de todo lo que constituye el delirio de la vida de un joven. Y ¿ para qué?¿ Para qué? años de alumno, años de profesor, y un viaje a Europa, por último. El narrador va detallando la vida de su protagonista, cuyas ambiciones de saber y comprender, siempre insaciables, lo reconcomen por dentro.
Del tiempo y del río salió a la luz gracias al editor de Wolfe que, consciente de hallarse ante un grandísimo, escritor organizó su producción desmesurada, podo un poco su escritura caótica y torrencial, y le fue pidiendo páginas que unieran los episodios inconexos.. A lo largo de la obra de Wolfe desfilan, descritos con los menores detalles, los sucesos de su vida y los vaivenes de su mundo interior..Entre ellos también su incapacidad de contener y ordenar su escritura: durante una estancia en Tours, Eugene se ve asaltado por unos deseos irrefrenables de escribir, y el narrador cuenta que " sentado a la mesa del pequeño cuarto que daba al patio empedrado, escribía incesantemente desde el alba hasta el anochecer, y algunas veces desde un ocaso hasta el otro, y se arrojaba después sobre el lecho, en un estado de comatosa vigilia, a soñar escenas locas y terribles, a alentar visiones extrañas, a contemplar un desfile de imágenes que le abrasaban el cerebro.
Las palabras salían de él como una exudación sanguínea; vertidas por la punta de sus dedos, lanzadas desde su garganta como culebras retorcidas. Las escribía con el corazón, con su cerebro, su cuerpo, su sudor: las escribía con su sangre, con su espíritu, arrancadas de la raíz secreta y de la sustancia de su vida".La escritura de Wolfe es poderosa y hasta magnética. Hace comentarios agudos, presenta descripciones vivisimas, e incluso cuando cae en excesos retóricos y resulta patente su falta de control narrativo conserva la capacidad de arrastrar al lector. Es posible que nadie como él haya tratado con tanto vigor los choques dramáticos que un joven experimenta entre los inmensos anhelos del saber y de vivir que le consumen, y las realidades pobres que consigue; entre la " intolerable adivinación de triunfo y de descubrimiento" y la soledad y el desamparo que tantas veces le inundan como una marea; entre la nostalgia inefable de su tierra y de los suyos, y el rechazo áspero y hasta violento hacia gentes que juzga como mediocres.
Voces que nos hablan en la noche. Dominandolo to está una búsqueda de sentido, Wolfe-Gant vuelve una y otra vez a " la vieja pregunta, en su desnuda desolación: "¿ Por qué estoy aquí? ¿ A dónde iré ahora? ¿ Qué haré?" Como un ahogado que se aferra a una tabla, buscaba afanosamente una meta o algún propósito en su vida, alguna justificación a sus vagabundeos, algún punto de mira para su feroz deseo". De ninguna manera quiere pertenecer "a la gran colonia de los norteamericanos sin rumbo" y es consumido por su ansia de " saberlo todo, tenerlo todo, ser todo; ser uno y muchos, asir el enigma de esta tierra vacía y palpitante y que el enigma fuera tan tangible en su mano como una moneda de oro".En medio de su prosa, siempre brillante y tantas veces conmovedora, Wolfe da con las claves que le podían ayudar a remediar su confusión: el " agnosticismo, ese obstaculo latente en su cerebro, no tanto como una convicción sino como algo que le servía para justificarse a si mismo"; esas voces que "nos hablan en la noche y nos dicen que moriremos, sí, pero que más allá existe un conocimiento mayor, un amor mayor, una vida mayor, un cielo más amable que nuestros hogares, un lugar donde están enterrados los pilares de la tierra, hacia el cual tienden los espíritus, se tensan las conciencias, se levantan los vientos y fluyen los ríos"
Pero es como si su mente y su corazón fueran sepultados por una incontrolable avalancha: " ¿ Dónde hallarán la paz los viajeros fatigados? ¿ En que puerto encontrará por fin refugio el viajero vagabundo? ¿ Cuando cesaran la marcha a tientas, las ambiciones estériles que se vuelven despreciables tan pronto como son alcanzadas, la vana lucha contra los fantasmas, la locura y la agonía del cerebro y del espíritu en el apresuramiento y la presión de la vida cotidiana, en el tumulto y en el polvo, la labor sobrehumana, los gritos, la repetición estúpida de las calles, la abundancia estéril, la glotonería enfermiza y la sed no saciada?"
El poder y el dolor de la juventud.
Al comienzo del capítulo cincuenta y uno, el narrador habla sobra la juventud en unos párrafos magistrales: " Plena de anhelos y misterio, la juventud es algo maravilloso. Desafortunadamente, sólo llegamos a conocer tal como es cuando ya nos ha abandonado para siempre. El hombre no se resigna a perder; su desaparición se mira con infinito dolor. Esa pérdida, no obstante, se recibe con triste y secreta alegría un sentimiento que ningún hombre volvería a vivir voluntariamente si algún milagro pudiese recuperarlo.
¿ Por qué es así? Porque el milagro extraño y amargo de la vida no es nunca tan evidente como en la juventud? ¿ Y cual es la esencia de ese milagro que sentimos de manera tan aguda e inexpresable? Es esta: que siendo ricos, somos en realidad muy pobres; que siendo poderosos no logramos nada; que viendo, respirando, gustando la riqueza y la gloria inalcanzables de la tierra que flota a nuestro alrededor; sintiendo con lacerante certidumbre que toda la magia de la existencia- la existencia más afortunada, poderosa, buena y feliz que el hombre pueda conocer- es nuestra, no bien nos decidimos a dar un paso, a extender la mano, a decir una palabra, sabemos que lo que realmente podemos mantener, conservar, asir y poseer para siempre es, ...nada. Todo pasa; nada perdura.
Apenas tocamos algo, se deshace como humo, se desvanece para siempre, mientras la serpiente nos devora el corazón; entonces vemos lo que somos y en qué acabará nuestra vida. Todo hombre joven es extraordinariamente fuerte, loco, seguro y vagabundo. Esgrime eternamente el baluarte poderoso de su fuerza contra impedimentos imaginarios; es como la ola cuyo poder estalla en los mares perdidos, bajo los cielos sin tiempo; es como el que que esfuerza por atrapar las emanaciones de un fluido imaginario, todo lo desea, de todo siente angustia y el poder; y, por último, no consigue nada, lo destruye su propia fuerza, lo devora su propio anhelo, lo empobrece su propia riqueza.
Despreocupado frente al dinero o ante la acumulación de bienes materiales, no por eso se siente al fin menos vencido por su propia codicia, codicia que hace que la avaricia del rey Midas parezca en comparación generosidad. Pero cuando la juventud se va, el hombre mira hacia atrás con pena infinita. Es el dolor amargo y el remordimiento del hombre que sabe que alguna vez fue poseedor de un gran talento y lo desperdició, del hombre que sabe que tenía la fuerza suficiente para todo y nunca la utilizó.
Toda la juventud está expuesta al desperdicio, existe algo en su propia naturaleza que la empuja a ello; luego, los hombres lo lamentan. Y ese remordimiento se hace más agudo cuando nos llega la certidumbre de que el enorme desgaste de la juventud fue completamente innecesario, cuando descubrimos, con amarga ironía, que la juventud es algo que solamente los jóvenes poseen y que solamente los viejos saben usar, y por esta razón, cuando los años pasan, los miramos con tristeza, viendo la riqueza que hubiéramos obtenido de haberlos usado bien.
Thomas Wolfe
Ricardo Gullón
Fue un gigante: dos metros de estatura, y el resto, en proporción. Escribía torrencial, furiosamente, cono una fuerza natural a la que nadie podía contener. No es una simple metáfora. Para él escribir era un acto desenfrenado. Las palabras, las ideas, los personajes, fluían y desbordaban todo género de cauces. Pensaba -quizá- escribir era un acto desenfrenado. Acababa escribiendo un millar. Es decir, no acababa. En algún momento, incapaz de señorear lo escrito, hacía punto final. Y entonces el editor intervenía para reducirlo a proporciones admisibles, para podar lo superfluo, las excrecencias nacidas en aquel derroche creador casi sin precedentes.
Grafomanía, se dirá. Pero no. Aquel desordenado impulso, aquella fuerza exuberante y honda, iban cargados de arrastres ricos, de preciosas revelaciones sobre esa América que, como los libros de Wolfe, es un hervidero de diversidades prontas a cuajar en algo grande y hermoso. Las intenciones de Wolfe eran también desmesuradas: conseguir la novela de ese mundo en formación, con sus vastos espacios y sus gentes diversas, poblándolo con unos dos mil personajes que se sucederían a lo largo de siglo y medio, incluyendo todas las razas, las clases sociales, los estamentos, costumbres y avatares de aquella sociedad.
http://wolfememorial.com/history/the-wolfe-family/
La obra de Thomas Wolfe, tan esencialmente americana, está alcanzando difusión universal. Está siendo traducida al francés y al español (en la Argentina); está siendo estudiada en su patria con aquella plausible capacidad de atención de que son capaces los grandes críticos de allá. Y ocurre preguntar: ¿Pudo influir, y, caso afirmativo, en qué medida, en la obra de Wolfe, la enfermedad que derribó brutalmente al titán, antes de que cumpliera los cuarenta años? Murió de un tumor cerebral, el 15 de septiembre de 1938. (Había nacido en 1900). Y de sus novelas emerge, sobre las ondas de un mar de embravecida hermosura, sobre la confusión y el estruendo, un recio e inconfundible aroma: el aroma de la poesía.
Los que dicen que no leen más que lo mejor no son, como algunos los llaman, snobs. Son tontos. La batalla del espíritu no consiste en leer y conocer lo mejor, sino en descubrirlo. Lo que nos ha causado tantos afanes y trabajo ha surgido de una desconfianza profundamente arraigada frente a toda autoridad cultural. Anhelo los tesoros que se me antoja yacen enterrados en un millón de libros olvidados; y sin embargo mi sentido común me dice que el tesoro oculto ahí es tan pequeño que no merece la pena desenterrarlo.
Y, no obstante, lo que ha impresionado más profundamente mi vida en el mundo de los libros ha provenido de la autoridad. No siempre he estado de acuerdo en que todos los libros llamados grandes sean grandes, pero casi todos los libros que a mí me lo han parecido provenían de aquel grupo.No he descubierto por mis medios a ningún autor oscuro que sea un novelista tan grande como Dostoievsky, ni a ningún oscuro poeta que tenga el genio de Samuel Taylor Coleridge.
...
de vagar eternamente y otra vez la
tierra... la de la
siembra, la de la floración, la de la
cosecha madura
y reposada. Y también la de las
grandes flores, la de
las flores suntuosas, la de las flores
extrañas y
desconocidas.
Así arranca una de las mejores novelas jamás escritas, una de esas obras que sí admiten sin discusión la etiqueta de maestras, porque encaran con éxito el monumental desafío de crear un universo íntimo a partir de un big bang creativo sin precedentes. Y que no admite copias ni herencias: Del tiempo y el río, de Thomas Wolfe. La editorial Piel de Zapa, de sugerente nombre balzaciano, acomete el admirable empeño de recuperar esta genialidad de las letras norteamericanas, entre cuyos defensores se encontraba William Faulkner. El mejor, para el gran Billy. Ni más. Ni menos. Una traducción impecable se aferra al implacable texto de Wolfe, cuyo titánico esfuerzo narrativo, truncado en plena juventud por un destino fatal, o quizás inevitable, necesita de un empeño también hercúleo para trasladar el aluvión de palabras a una lengua distinta sin ahogarse.
No siendo de lectura fácil, aunque tampoco hostil para el lector, Del tiempo y el río garantiza a quienes se adentran en sus dominios una experiencia inolvidable, de las que dejan huella. Hay libros que pueden cambiar vidas, y éste es uno de ellos. Quien lo empieza no es el mismo cuando lo acaba. La propuesta queda clara desde el comienzo: «Una leyenda sobre la ansiedad del hombre en su juventud». Leyenda. Ansiedad. Hombre. Juventud. Eso es: poesía en vena para forjar la crónica de un protagonista que hace las veces de emisario del propio Wolfe para contar su experiencia. Eugene Gant se lanza a vivir a tumba abierta, empujado por la imperiosa voluntad de ser escritor a toda costa. Desde la ingenuidad y desde el arrojo de quien se cree llamado a una misión artística irrenunciable, Gant es una esponja que lo absorbe todo, que observa cada detalle del mundo que le rodea para alimentar las calderas de su imaginación real, o de su realidad imaginada. Vivir, vivir, vivir. Sentir, compartir, sufrir. Una pasión desenfrenada que mantiene en estado de alerta los cinco sentidos para robar información que luego le sirva a la hora de llenar el papel de sensaciones, emociones y reflexiones. Sin dejarse avasallar por la prudencia o la mesura, Wolfe se deja llevar por la necesidad voluptuosa de abrir las compuertas y dejar que las palabras le abandonen con un estilo inimitable, una insólita mezcla de lirismo y precisión en la que no caben medias tintas. Ahí está todo: la soledad del artista, el atropello del tiempo, la melancolía inspiradora de quienes luchan contra el veneno de la creación sabiendo que nadie les comprenderá, el miedo al vacío que ni las palabras pueden llenar
Del tiempo y el río (fragmento)
" Se volvió, y la
vio entonces, y al encontrarla, se perdió, y al así perderse a sí mismo, se
encontró, y al verla, vio por un desvaneciente momento sólo la placentera
imagen de la mujer que quizás era, y que la vida veía. Nunca supo: sólo supo
que a partir de ese momento su espíritu estaba atravesado con el cuchillo del
amor. "
El ángel que nos mira (fragmento)
" Detrás del pequeño y desperdiciado caracol que yacía allí recordó de repente el cálido rostro moreno, los ojos blandos, que una vez se habían fijado en él.
(…)
Ante el desolado horror de Dixieland, ante el oscuro camino del dolor y la muerte por el cual las grandes extremidades de Gant ya habían comenzado a descender, ante toda la soledad y aprisionamiento de su propia vida la cual lo había roído como el hambre, estos años en la escuela de Leonard florecieron como manzanas doradas.
(…)
Sin embargo, mientras se paraba por última vez al lado de los ángeles del porche de su padre, parecía como si la Plaza estuviera lejos y perdida; o, debería decir, era como un hombre que se para sobre una colina encima del pueblo que ha dejado, sin embargo no dice "El pueblo está cerca," sino que vuelve sus ojos hacia la distante y elevada cordillera. "
No se vuelve a casa (fragmento)
" Así pasaron las
semanas, los meses, el verano, y a su alrededor George veía las evidencias de
esta disolución, este naufragio de un gran espíritu. Las venenosas emanaciones
de la supresión, la persecución, y el miedo permeaban el aire como vapores
miasmáticos y pestilentes, manchando, enfermando y plagando las vidas de todos
aquellos que conocía.
(…)
Algo me ha hablado en la noche, quemando los cirios del año menguante; algo ha
hablado en la noche, y me ha dicho que moriré, no sé dónde. Diciendo:
"Perder la tierra que conoces, por un mayor conocimiento; perder la vida
que tienes por una mejor vida; dejar los amigos que amaste, por un amor más
grande; encontrar una tierra más amable que el hogar, más grande que la tierra.
Donde se encuentran los cimientos de los pilares de esta tierra, hacia los
cuales tiende la conciencia del mundo se está levantando un viento, y los ríos
fluyen.
(…)
Una puerta que nunca encontré (fragmento)
" Los hombres barren las hojas en el patio mientras los niños andan por ahí con sus tirantes y el humo pone su aroma alrededor. Las hojas de los robles, grandes y marrones, se acumulan sin cesar en los jardines y cunetas: amortiguan bien las rodillas de los niños que juegan en la calle. El fuego chasqueará y azuzará como un fuste, el humo agrio y penetrante irritará los ojos; en los campos cosechados, como un ejército de langostas, las pequeñas víboras de fuego lo devorarán todo, dejando a su paso un tosco y negro borde de rastrojo chamuscado.
El fuego entierra una espina de recuerdos en el corazón.
La hierba escarchada, afilada como un bosque de pequeños cuchillos de hielo, se derrite al mediodía: el verano ha terminado pero el sol calienta de nuevo y hay días de oro y carmín sobre la tierra. El verano ha muerto, la tierra espera, el suspense y el éxtasis roen los corazones de los hombres. El sol arde con tonos sangrientos a medida que se pone, hay destellos colorados en los cubos maltrechos, el gran establo adquiere la antigua luz mientras el chico vuelve a casa con la leche tibia y espumeante. Enormes sombras se alargan en el campo, la vieja luz roja muere rápidamente y los ladridos crepusculares de los sabuesos suena remoto y lleno de escarcha: suenan los astutos silbidos dirigidos a los perros de la escarcha y el silencio. Eso es todo. El viento se enrosca y traquetea entre las viejas hojas marrones, y las del gran roble no dejan de caer a lo largo de la noche.
Los trenes cruzan el continente en medio de un torbellino de polvo y ruido, las hojas cubren los rieles al paso de la locomotora: los grandes trenes se abren camino a lo largo de barrancos y desfiladeros; pasan atronadores sobre los puentes, por encima del oscuro y poderoso rumor de los portentosos ríos; trepan por las colinas, bordean la hojarasca marrón de los campos esquilmados; pasan como una exhalación por las estaciones vacías de los pequeños poblados, y su ritmo frenético palpita regularmente por toda la nación.
Campos y colinas, pendientes y barrancos y abismos, montañas y planicies y ríos, territorio salvaje de árboles talados; un matorral de maleza tupida, retorcida y oscura; una meseta, un desierto y una plantación; un fabuloso paisaje sin amabilidades acotado por cercas; una inmensidad de pliegues y circunvoluciones que no puede memorizarse, que nunca se puede olvidar, que nunca ha sido descrita. Exhausta después de la cosecha, potente gracias a cada fruto, a cada mineral, la inconmensurable riqueza del mundo se torna parda con el otoño. Flagrante y desbocada, y al mismo tiempo extática y perenne: así es la tierra americana en octubre.
Y los poderosos vientos barren y aúllan por toda la tierra: rugen a lo lejos entre grandes árboles. Y los chicos se agitan extasiados en sus camas, pensando en demonios y en descomunales remolinos de ese viento. Y toda la noche se escucha la nítida e inclemente lluvia de bellotas y castañas, que no dejan de caer en medio del silencio viviente y los remotos y escarchados ladridos de los perros, en medio de la torpe y menuda agitación de plumas en los corrales encalados, mientras resplandece la voluminosa y baja luna de otoño, ora enredada entre las ramas desnudas de los pinos, ora en el linde absorto que forman las copas en la cima, a veces dejándose caer con su luz fantasmal y lechosa sobre las ondulaciones del terreno, sobre la pelusa llena de rocío de las calabazas, a veces más blanca, más pequeña y más brillante, pero elevándose siempre sobre la colina de la iglesia, elevándose también sobre un millón de calles, sobre la tierra inmersa en rocío y silencio.
En medio de esas noches, el repique de las campanas heladas brotaba de su cáscara en el aire absorto y la gente lo escuchaba desde sus camas. La gente no hablaba ni hacía aspavientos, el silencio roía la oscuridad como una rata, la gente susurraba en su corazón: «El verano vino y se fue, vino y se fue, ¿y ahora...?».
No dirán nada más, no tendrán nada más que decir: sólo recordarán a los que llevan tanto tiempo muertos; recordarán los rostros olvidados, los rostros perdidos; y pensarán (con el ruido de fondo de los grandes barcos en el río, de sus silbatos) en aquello que no se puede expresar con palabras.
La oscuridad era lo único que se movía a mi alrededor mientras yacía en la cama, pensando y sintiendo la oscuridad, sintiendo y pensando en la oscuridad. Sólo una puerta chirriaba suavemente en algún lugar de la casa.
Pensaba: «Octubre es la estación del regreso, el tiempo de anhelar todo lo perdido, incluso los amores perdidos. Las bocas de los jóvenes están secas y amargas a causa del deseo: sus corazones, nuestros corazones, fueron heridos con las espinas de la primavera; con las espinas de abril, cruel y florido».
Pensaba: «La primavera no tiene lenguaje, sólo un grito. Aun así, más cruel que abril es la serpiente del tiempo».
Octubre es la temporada del regreso: hasta el pueblo parece renacer. La corriente de la vida está en todo su esplendor nuevamente, regresan los atuendos a la moda y los negocios fáciles, y los cuerpos de los pobres quedan a salvo del calor y de la extenuación. La miseria y el terrible bochorno del verano caen en el olvido, como caen en el olvido el recuerdo de los tejados calientes y las paredes húmedas, el infierno del sudor y del esfuerzo, la preocupación sin esperanza, el limbo de caras grasientas y pálidas. Ahora, la felicidad y la esperanza renacen de nuevo en los corazones de millones de hombres; la gente respira de nuevo el aire con apetito, los movimientos están llenos de vida y energía. "
The Online Books PageOnline Books by
Thomas Wolfe
(Wolfe, Thomas, 1900-1938)
http://onlinebooks.library.upenn.edu/webbin/book/lookupname?key=Wolfe%2C%20Thomas%2C%201900-1938
Thomas Wolfe - Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
www.cervantesvirtual.com/.../thomas-wolfe.../157ad990-12b0-11e2-b1fb-00163ebf5...
Más información
- Thomas Wolfe: Un volumen Documental ., Ted Mitchell, ed., 2001
- Thomas Wolfe: La vida de un escritor , Ted Mitchell, 1999.
- Del tiempo y el artista: Thomas Wolfe, sus novelas, y los críticos, Carol Ingalls Johnston, 1996.
- Mira Hacia el Hogar: Una vida de Thomas Wolfe , David Herbert Donald, 1987
- El Thomas Wolfe Memorial
- Literatura Americana - Un hito histórico nacional http://www.nchistoricsites.org/wolfe/wolfe.htm
patrimonio digital
http://digitalheritage.org/wp-content/uploads/2010/08/W_2.jpg
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Genius (El editor de libros)
La película se basa en la relación existente entre el editor Max Perkins (Colin Firth) y el escritor Thomas Wolfe (Jude Law). Perkins estuvo trabajando como editor literario en Scribner durante un tiempo, periodo en el que no solo trabajó con Wolfe, sino también con otros autores como Hemingway o Fitzgerald. Por su parte, Wolfe fue uno de los novelistas más exitosos de la América del siglo XX, y consiguió su éxito tras publicar “Look Homeward” a la edad de 29 años.Sin embargo, fue durante el proceso de publicación de la segunda novela de Wolfe, “Time and the River” cuando surgió la complicada relación con Perkins, ya que Wolfe aseguraba que su obra había sido significativamente recortada y editada antes de su publicación.
La decisión de Sophie, película dirigida por Alan J. Pakula
Quien haya leído la novela o haya visto la cinta, recordará que Stingo
lleva consigo un grueso volumen. Se trata de Del tiempo y el río (Of
Time and the River), de Thomas Wolfe (1900-1938), en la imagen. Es su libro de cabecera. No es
extraño que Styron lo incluya en su novela: ¿no es acaso Stingo una réplica de
Benjamin Gant, el protagonista de El tiempo…? ¿Y negó alguna vez
Styron pertenecer a esa estirpe de la que Wolfe fue uno de sus fundadores: la
estirpe de los escritores del sur de los Estados Unidos? De los Warren Penn,
Carson McCullers, etc.
Démosle hoy una segunda oportunidad
a esa gran novela de Thomas Wolfe: Del tiempo y el río. Volvamos a sus
páginas llenas de amor, primavera y desolación: los ingredientes del héroe
mítico moderno en busca de su lugar exacto en el mundo. La novela tiene casi
mil páginas. Nada extraño en alguien que quiso consignar en ese libro los
sonidos de la vida. Thomas Wolfe tuvo siempre que defenderse en vida. Y después
de muerto, también. Defenderse del olvido y de la acusación de escritor
exuberante. Poco dado a la contención formal, poco austero con el aparato
retórico que sostiene su novela, para mí, capital. No sirvió de mucho que
William Faulkner dijera de él que era el mejor escritor de su generación.
Wolfe publicó Del tiempo y el río en
1935, tres años antes de su muerte. Impregnada de información autobiográfica,
esta novela es la quintaesencia de la novela épica burguesa, que diría Georg
Lukacs. Articulada en torno a la figura de Eugene Gant, el relato se propone
como una de las mayores metáforas de la sed de absoluto existencial y estético
de la narrativa americana contemporánea. Habría que remontarse a Las
ilusiones perdidasde Balzac para hacernos una idea de la empresa titánica
de nuestro autor. Gant viaja de su pueblo natal a la gran metrópoli de la
modernidad, la misma en la que Styron deposita con un propósito parecido a su
héroe Stingo. Hablamos de Nueva York. Gant viaja luego a París a cumplir
con el sueño de la expatriación. Como Hemingway, Scott Fitzgerald y Henry
Miller (a quien tanto ha influido, por cierto, Wolfe), Eugene regresa a Estados
Unidos, a ese país inmortal, inmenso y cruel como Dios, según se dice en la
novela.
Hablemos un poco de su famosa exuberancia
estilística. Sobre todo la que rige en Del tiempo y el río. Se
habla de hipérboles, de acumulación de lugares descriptos hasta el más obsesivo
detalle, adjetivación desbordante. Nada de la maquinaria narrativa escapa de
las manos de Wolfe. Nada que le sea útil para la reconstrucción mítica de esa
América perdida, “nunca hallada, omnipresente”. Por qué ese mal incurable que
lo aleja de la precisión de Flaubert para acercarlo tan gustosamente a la
profusión de escenas y caracteres más afines a Dickens, más a Walt Whitman, uno
de sus mentores, que a Fitzgerald para lamento de su editor (y amigo) Maxwell
Perkins.
El
26 de julio de 1937, Thomas Wolfe escribe una carta desilusionada a su amigo
Scott Fitzgerald. Se siente contrariado que el autor de Suave es la
noche apele tanto al magisterio de Flaubert para reprocharle su poco
aprecio por la escritura monacal, incluso su poca inclinación a dotar de
relieve emocional a las cosas. Resulta extraño que un romántico como Fitzgerald
no haya reconocido en Wolfe a su hermano, a su semejante. Que no haya
encontrado su mismo espíritu nostálgico de una América que probablemente nunca
existió. Es cierto que “Del tiempo y el río” es una novela que acierta menos en
la estructura equilibrada que en la convicción de un tono y espíritu de
búsqueda mítica. Pero es precisamente esto lo que prima y nos interesa hoy: su
legado poético, su sentido de la profecía, su dibujo del desarraigo, su
atmósfera de incurable exilio interior. (En la imagen, la casa de
Thomas Wolfe).