domingo, 14 de marzo de 2021

Antonio Colinas, el tipógrafo del horizonte humano

 




Escritor y poeta español que destaca por una poesía culturalista y clasicista. 

https://www.antoniocolinas.com/biograf%C3%ADa.html

Nació en La Bañeza (León). Ha vivido en muchas ciudades de España y Europa: entre 1970 y 1974 trabajó como lector de español en la Universidad de Milán y en la de Bérgamo, después residió en Ibiza durante muchos años y actualmente vive en Salamanca. 

Tal vez por eso, su obra tiene un tono cosmopolita y personal que no aparece en otros poetas de su generación, lo que, por otro lado, no hace sino confirmar que la poesía española posterior a 1975 se caracteriza por no seguir escuelas, movimientos ni estilos. 


Esto ya se encuentra en su primer libro, Poemas de la tierra y de la sangre (1967). Su preocupación por el lenguaje, la sonoridad de las palabras y lo decadente queda manifiesto en Preludios a una noche total (1969), Truenos y flautas en un templo (1972), Sepulcro en Tarquinia (1975) y Astrolabio (1979); todos estos libros los reunió en Poesía 1967-1980 (1982). 

A partir de entonces su obra se hace más intimista y desencantada, pero sin abandonar el clasicismo y el gusto por la estética, en obras como Noche más allá de la noche (1982), La viña salvaje (1985), Diapasón infinito (1986), Jardín de Orfeo (1988), Los silencios de fuego (1992), El río de sombra (1994), Libro de la mansedumbre (1997), Amor que enciende más amor (1999), Junto al lago (2001) y Tiempo y abismo (2002). 



Es autor de varios ensayos, entre ellos Vicente Aleixandre y su obra (1977), Poetas italianos contemporáneos (1978), Hacia el infinito naufragio (1988), Leopardi (1985), Tratado de armonía (1990), Escritores y pintores de Ibiza (1995), Sobre la vida nueva (1996) o Del pensamiento inspirado (2001). 

Ha publicado dos novelas, Un año en el sur (1985) y Larga carta a Francesca (1986), un libro de relatos, Días en Petavonium (1994), y el libro de memorias de la infancia El crujido de la luz (1999). 

Como traductor ha volcado al castellano obras de Emilio Salgari, Giuseppe Tomasi di Lampedusa o Giacomo Leopardi, entre otros. Colinas es, además, un asiduo colaborador en la prensa, en diarios como El País, ABC o El Mundo, y en revistas como La Revista de Occidente o Cuadernos Hispanoamericanos. Fue uno de los novísimos de la antología de Josep María Castellet.  © M.E.

INSPIRACIÓN POÉTICA Y REPIRACIÓN EN LA OBRA DE ANTONIO COLINAS

https://www.redalyc.org/jatsRepo/3602/360252958001/html/index.html

Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
He respirado al lado del mar fuego de luz.
Lento respira el mundo en mi respiración.
En la noche respiro la noche de la noche.
Respira en labio el labio el aire enamorado.
Boca puesta en la boca cerrada de secretos,
respiro con la savia de los troncos talados,
y como roca voy respirando el silencio,
y, como las raíces negras, respiro azul
arriba en los ramajes de verdor rumoroso.
Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce
sombrío de mis venas toda la luz del mundo.
Y, al fin, yo era un gran sol de luz que respiraba.
Pulmón el firmamento, contenido en mi pecho,
que inspirando la luz va espirando la sombra,
que renueva los días y desprende la noche,
que inspirando la vida va espirando la muerte.
Inspirar, espirar, respirar: la fusión
de contrarios, el círculo de perfecta consciencia.
Ebriedad de sentirse invadido por algo
sin color ni sustancia, y verse derrotado
en un mundo visible por esencia invisible.
Me he sentado en el centro del bosque a respirar.
Me he sentado en el centro del mundo a respirar.
Dormía sin soñar, mas soñaba profundo
y, al despertar, mis labios musitaban despacio
en la luz del aroma: "aquel que lo conoce
se ha callado y, quien habla, ya no lo ha conocido"
(Colinas, El río 343)

Antonio Colinas, un clásico del siglo XXI  

Antonio Colinas hace de la armonía el eje o núcleo semántico de su obra literaria. En esto reside y se vertebra la unidad y significación -profunda y esclarecedora- de sus múltiples poemarios, así como también el distanciamiento preciso del autor con respecto a sus compañeros de promoción. En efecto: si hubiera existido una "Generación de los Novísimos", Colinas no habría pertenecido a ella. Lejos de lo caracterizado por algunos críticos como "lo más peculiarmente generacional", las inquietudes del poeta leonés se revelan distintas y distantes: la sintonía del hombre con la Naturaleza, la intelección desazonante del tiempo y la centralidad y profundidad semántica del concepto designado en la expresión "armonía dialéctica", le desmarcan y singularizan del contexto literario,

https://issuu.com/luismialonsogutierrez/docs/antonio_colinas__un_cl_sico_del_siglo_xxi


Días en Petavonium (fragmento)

"Iban en las alforjas de mi asno el copón, el cáliz, la patena, los ropajes y ornamentos sagrados envueltos en unos paños cárdenos y deslucidos. Salimos, como he dicho, al amanecer y debíamos llegar a mediodía a Armuz. Allí dormiríamos y, al día siguiente, tras celebrar la fiesta con sus actos religiosos y profanos —los primeros, constaban de misa solemne y procesión; los segundos, de una comida y un baile públicos—, regresaríamos al atardecer para llegar a Fuentes ya con estrellas. Los momentos de la ida a Armuz son los que han permanecido más vivos en mi memoria. De los instantes pasados en la aldea me siento como conmocionado por algo que pasó allí, y de lo que apenas tengo recuerdos. Es más, éstos no van más allá de una serie de breves visiones —casi simbólicas— que son las que a mí me persiguen desde entonces en mis sueños: el patio de la casa parroquial con sus flores y un pozo entre altos muros de piedra, el ábside del templo junto al huerto de enormes frutales, las humildes calles de la aldea, asaltadas aquí y allá por enormes peñascales negros, la presencia de otros niños, un riachuelo que cruzaba rumoroso monte abajo...
Acabo de hablar de mis sueños. Recordaré aquí el más obsesivo de ellos. Estoy contemplando el huerto de la iglesia de Armuz, situado detrás del tosco ábside. Es una hora muy sombría y veo a alguien que cava muy nerviosamente con una azada en la tierra negra, en ese concreto límite que hay entre la piedra del muro y la tierra. Cava un hombre y, a pesar de la oscuridad, veo brillar en el suelo un tesoro del que apenas puedo distinguir las formas porque siempre me despierto en ese preciso instante. El sueño se ha repetido a lo largo de los años con ligerísimas variantes, pero siempre hay una serie de elementos-clave que no varían: la iglesita de Armuz, de piedras negras y oxidadas, la hora sombría, la persona que cava junto al muro y que parece hallar un tesoro. Quiero decir con esto que Armuz, además de ser para mí uno de esos lugares vivísimos de la memoria infantil, vuelve a veces por medio de ese sueño enigmático. "


Obras de Colinas, Antonio, 1946

ANTONIO COLINAS O EL POETA TRANQUILO

"La poesía es como una grieta a través de la cual se ve la realidad"

 

Yolanda Delgado Batista


 



  Es muy fácil resumir la trayectoria de un poeta en cuatro pinceladas biográficas y nombrar unos cuantos premios relevantes, pero con nuestro autor debemos ser justos. Antonio Colinas es traductor, novelista, ensayista y un gran poeta que vio por primera vez la luz, oyó sus primeros sonidos y descubrió los primeros aromas y colores en tierras de León (La Bañeza en 1946). En 1975 recibió el Premio de la Crítica por Sepulcro en Tarquinia, y su Poesía (1967-1981), fue galardonada con el Premio Nacional de Literatura en 1982. Pero como decía, seamos justos a la hora de presentar a un artista y a una persona como Antonio Colinas, donde la poesía y el poeta son con honestidad la misma razón de ser y de vivir. Con la sencillez del que está acostumbrado a dar, me abrió las puertas de su casa y de su amistad en Salamanca, en un día en que la primavera se anunciaba explosiva. En esa casa encontré a un sabio que hablaba con palabras que salían de un alma sosegada.

2 poemas de Tiempo y abismo recitados por el autor

Después de tres años y medio de silencio poético se publica por fin TIEMPO Y ABISMO.

C- Por un lado es una obra que cierra una trilogía que se abrió con Los silencios de fuego Libro de la mansedumbre, y luego es un libro que creo que se distingue por un tono más fuerte, más grave. Hay en el libro una historia que se va contando, una historia muy sutil, muy subterránea a veces. Una historia que camina hacia la plenitud, hacia esa plenitud de la tercera parte del libro en la cual aunque se hable de vacío, aunque se hable de silencio, son un silencio y un vacío pleno. Esto es un poco en síntesis, la visión que yo tengo de este libro. Un libro en el que se funde lo transcendente con lo más real, sobre todo en la segunda parte, Del ser y del no ser, hay temas más variados, temas más cotidianos, más reales.

¿Cómo surgió esta obra?

C- El desencadenante de este libro fue la muerte de mis padres. Fue una etapa muy difícil en la que primero falleció mi madre, luego mi padre. Es un libro también significativo para ver como nace la escritura. Yo he explicado que al día siguiente del funeral de mi padre nace el primer poema. Esto pone de relieve ese componente misterioso de la escritura. Podemos poner nuestra voluntad, nuestro esfuerzo, pero si nos falta ese primer poema, difícilmente podremos empezar. Es en ese tiempo misterioso, delicado, cuando surge ese primer poema.

En el libro la muerte ocupa un tema central. El otro día me dijo un amigo de Ibiza que la palabra muerte aparecía sesenta veces. Yo no me había dado cuenta pero, lo cierto es que en el libro hay una superación constante y hay una búsqueda de la plenitud. Este es un libro de la aceptación de la realidad tal como es y eso se materializa sobre todo en el poema La letanía del ciego que ve que es un poema en el que todo vale y todo se acepta.

(...) Que cuando me parezca que he caído,
porque me han derribado,
sólo esté arrodillándome en mi centro.
Que si alguien me golpea muy fuerte
sólo sienta la brisa del pinar, el murmullo
de la fuente serena.
Que si la vida es un acabar,
cual veleta, chirriando en lo más alto,
allá arriba me calme para siempre,
se disuelva mi hierro en el azul. (...)

Este libro está concebido en tres partes: Penumbras del Noroeste, Del ser y del no ser; Clamor del más allá.

C- En Penumbras del Noroeste veo más bien encuentro. Uno a veces cierra los ojos y va con la memoria hacia atrás. Es cuando aparecen esos primeros símbolos, esos primeros símbolos salvadores y sanadores también. Esos primeros símbolos son los de la infancia, los primeros espacios donde nacimos, donde aprendimos a contemplar. Aparece ese noroeste que es un noroeste muy amplio que va desde León hasta estas sierras de Salamanca, las estribaciones de Gredos. Hay también un reencuentro con ese mito, ese símbolo de la montaña de la infancia. La montaña que se asciende a través de un viaje, que no es sólo un viaje físico hacia la cima, sino que es también ese viaje interior que nos ayuda a conocernos. Creo que lo he dicho a raíz de mis últimos libros pero sobre todo es cierto en éste, que hay también en la escritura un componente de autorrealización que además de escribir para expresarnos, para hacer literatura, pues escribimos para realizarnos. En este sentido la escritura constituye una iluminación, un faro y que, en la noche oscura, en la noche del ser, nos ilumina. La palabra así es palabra luminosa.

El remonte del libro se da en la segunda parte sobre todo con dos o tres poemas. El reencuentro con Ibiza, con el mar, en el poema que se titula En el estrecho, y en ese momento de reencuentro es cuando el ánimo se expande, el ánimo rompe con los esquemas, se libera de los temas obsesivos y ahí viene la liberación. Es cuando el libro cambia de tono. Hay también ese poema de homenaje a Ciorán, ese poema que transcurre en un acantilado y ese diálogo con el abismo, y la superación del abismo físico. A partir de esos poemas finales, todo el libro remonta y entra en esa etapa transcendente.

(...) Asomado, al fin, al borde del abismo
rebosante de sombra,
comprendí que el verdadero abismo
no estaba fuera sino en mí,
y que por eso el otro ya no me atraía. (...)
         (Del poema Reviviendo a Ciorán)




Explíqueme el por qué del título...

C- El abismo es algo más que un concepto romántico, contiene todo los misterioso, todo lo oscuro, todo lo que desconocemos. El abismo contiene cosas buenas y cosas malas, es un poco el abismo del ser, el abismo del día a día. Y el tiempo, al que se refiere el título, es ese tiempo al que se refería Machado al hablar de la palabra en el tiempo, es decir, un tiempo duradero, un tiempo que no pasa.

¿Para qué poetas en tiempos de miseria, como se preguntaba Hölderlin?

C- El poeta sigue siendo necesario. No estoy muy de acuerdo... creo que él tampoco estaba muy de acuerdo con esta afirmación suya. Hay una frase todavía más terrible de Adorno: “para qué poetas después de Auswichtz”. Precisamente creo que por todo eso es necesaria la poesía, y debe seguir porque la poesía es sinónimo de humanismo. Cuando el ser humano se ve desprovisto de su humanismo, es otra cosa que hombre. La poesía es consustancial a la vida. Yo no concibo la menos el mundo sin poesía.

 

EL POETA DA RAZÓN DE SU PALABRA

(...) Vivo estoy aún y vivo estaré
en las palabras claras
que he hallado como piedras de un camino,
como leña en los montes.
Yo sólo he tenido que encontrarlas
entre zarzas y espinos.
Con ellas pude dar sentido a mi vida.
Eso es, eso ha sido lo importante.
No tuve por misión utilizar palabras
como piezas de museo, como medallas que rinden,
como navajas que hieren. (...)
     (Del poema El poeta da razón de su palabra)

¿Qué tiene la Poesía que no tengan otros géneros?

C- Siempre se vuelve al mismo tema de que la poesía es minoritaria, que la poesía vende poco, que la poesía se dirige a pocas personas, y esto es así porque el mensaje de la poesía no suele ser el mensaje de la mayoría, es un mensaje a contracorriente. Normalmente el mensaje del poeta no es un mensaje de su tiempo, es un mensaje intemporal y por intemporal, de todas las épocas. Esto nos lleva a pensar que el poeta habla con palabras que no son de nuestro tiempo, no son palabras puestas al día, no dialoga con la realidad. Lo que sucede es que él está en otro estrato, en otro plano y su palabra es nueva y diferente.

La poesía tiene una concisión y una claridad que la distingue de otros géneros. A veces nos basta con abrir un libro de poemas por cualquier página para que nos llegue el mensaje de ese libro. Eso no sucede con el ensayo o con la novela que es un mensaje más dilatado, más abstracto. Por el contrario, la poesía tiene esa capacidad fulgurante de, a través de unas pocas palabras, comunicamos un mensaje. La poesía es como una grieta a través de la cual se ve la realidad, es sólo una rendija que nos comunica una realidad que no es la cotidiana.

 

SIEMPRE FUI POETA

¿Cuándo despertó el poeta en usted?

C- Siempre fui poeta pero no lo manifesté hasta los dieciséis años en que hubo una eclosión de muchas cosas. Pero siempre, ya de niño había esa comunicación con las cosas, con lo que uno miraba, con las vivencias. Yo tengo un libro, El crujido de la luz, que es un libro de memorias de la infancia hasta los diez años, en el que ya se pone de relieve muchas sensaciones, muchas vivencias que están en la órbita de lo poético. De hecho, el libro se cierra en el momento en el que el niño intenta escribir un texto, su primer poema, y nota que esas palabras no son las palabras habituales.

Luego hay otro momento que es el de la adolescencia que es un momento plenamente poético por las lecturas, por las vivencias y luego, hay un tercer momento más “profesional”, vamos a decirlo entre comillas, que es cuando la vocación se decanta totalmente y es un momento de dificultad, en él hay muchas decepciones, muchas oposiciones, muchas reticencias, muchas pruebas, muchas pruebas...

—¿Y qué le animó a continuar?

Lo que me animó a seguir fue escuchar la propia voz. Uno escucha una voz interior que es la que importa verdaderamente porque luego llega eses momento en el que hay muchas influencias, donde se nos dice que lo que escribimos no es correcto, y sin embargo, uno sigue escuchando esa voz interior y hay esa fidelidad a esa voz que es la que verdaderamente nos anima.

Luego, qué duda cabe que hay otros componentes, una crítica positiva, un premio, todo esto ayuda y nos anima a seguir. El ver que el propio trabajo da resultado. Muchos años de libros, de esfuerzos que han madurado, nos anima y nos prueba que estamos en el camino correcto.



 

VICENTE ALEIXANDRE, SU MAESTRO

—El premio Nobel Vicente Aleixandre también tuvo algo que ver...

C- Él me ayudó mucho en ese momento concreto, unas veces con correcciones de los poemas míos que leía, otras veces me hablaba de las pruebas que suponía la literatura. Me decía que estaba claro que en mí había un poeta y eso me animaba mucho. Su amistad fue una ayuda muy grande en un momento complicado.

 

GENERACIÓN DE LOS NOVÍSIMOS

—¿Qué le une y qué le distancia de los Novísimos?

C- Las generaciones literarias a veces tienen razón de ser, son útiles por razones didácticas, pero para nada más. Cada poeta tiene su voz, su personalidad, y a la larga, yo creo que sólo existen poetas independientes. Qué duda cabe que yo estoy en la órbita de eso que se ha venido a llamar poesía novísima. Una poesía con la que yo estoy de acuerdo con lo que supuso de renovación respecto al lenguaje, de ruptura con las ataduras que existía con la poesía demasiado tradicional. Todo esto es interesante, pero por lo demás, no me identifico con este grupo que ejerció la cultura por la cultura, en el que había poco sustrato vital en ella. Luego había cosas muy puntuales, como que yo era bastante fiel a Machado cuando los novísimos lo criticaron mucho. Temas como la presencia de la naturaleza que en mi obra es un factor dinamizador, vital, está como telón de fondo, como un elemento cultural más. En este grupo la poesía tiende a lo urbano. Para mí la diferencia está en el concepto de la cultura. Ha sido reconocida como generación novísima o culturalista, y para mí si en la cultura no hay vida, no es tal cultura. Las referencias culturales en mi obra siempre remiten a experiencias vitales, no se da esa presencia de la cultura por la cultura.

 

SIMBOLOGÍA POÉTICA

—La noche, la piedra, la isla, el jardín... son algunos símbolos permanantes en su obra poética. ¿Puede explicarme el sentido de alguno de ellos?

C- La noche es uno de los símbolos más constantes. La noche como fuente de lo misterioso, la noche que lo contiene todo y es a la vez el vacío, ese vacío existencial; la noche como reverso de la luz, que es otro de los símbolos, sobre todo más presente en los últimos libros.

En medio de la noche me despierto,
abro los ojos, miro en lo oscuro
y voy sintiendo un dolor que es
antiguo y, a la vez muy nuevo y vivo.

Al fin ya he tocado el fondo de la noche,
el fondo de mi noche.
Desnuda va quedando la palabra
y palpo en el pecho ese dolor
(las heridas del mundo)
      (Del poema Aunque es de noche, del Libro de la Mansedumbre)

La piedra no como lo negador. Decía Jung que la piedra es energía indestructible, algo que contiene el secreto de las cosas. Lo mismo sucede con la ruina que no es lo caduco, ni lo perecedero, ni lo muerto, sino que es expresión de renacimiento, en el sentido que son algo fructífero, un espacio sin contaminaciones en el que podemos reflexionar, sentir, ver la caducidad del paso del tiempo.

viene la noche hasta las piedras,
viene la brisa oscura a acariciar el lomo de las piedras,
blanda la piedra por el beso
con sabor a siglos
piedra junto a la piedra van negando
el Caos, lo impenetrable,
sube un rumor de piedras desde el río
y de la nieve escasa va llegando
a la mies
la voz o la dureza de la piedra,
porque la noche como piedra rueda
aquí, donde gravita el corazón,
y el Cosmos calla a veces
para que la palabra se propague
como piedra infecunda (...)
     (Del poema Misterium fascinans, del libro Sepulcro en Tarquinia)

Has nombrado la isla que también es importante porque yo viví en una isla veintiún años. Es símbolo de vida y no es sólo un lugar cerrado.

PRODUCE un dolor agudo y muy sublime
tener que abandonar lo que se ha amado mucho
y aquello que los nuestros más amaron,
pues en ti con tu luz, oh isla mía,
conformamos los cuerpos, la sangre que nos une.
     (Del poema Isla del libro Tiempo y abismo)

 


LEÓN, CÓRDOBA, ITALIA, IBIZA...

—¿Y su geografía...?

C- Mi geografía parte del paisaje de León, del páramo, de las riberas y de la montaña. Yo nací precisamente en ese paisaje de riberas, una zona muy rica en ríos. El río también es un elemento consustancial a mi vida. El río y sus sotos es el paisaje de mi infancia, un paisaje de transición entre la ribera y el pinar y el monte bajo.

Viví tres años en Córdoba, y ahí, está ese encuentro con el sur, con ese sur de Andalucía, que es también muy especial. Yo todas esas sensaciones, toda esa estética, la fijé en una novela Un año en el sur, donde se cuenta la vida de un año de iniciación de un joven, donde está muy presente ese sur, que es un poco el reverso de León. El sur es luminoso, más sensual, más intenso... ese sur también es sinónimo de la cultura árabe, de su mundo. Hay presencias como la de Góngora, que era un cordobés ilustre.

Luego está Italia. Me influyó mucho, viví cuatro años. Yo creo que una persona no es igual si no ha pasado por esa experiencia de Italia. Italia es un paradigma en muchos sentidos, sobre todo hay muchas Italias. Está la Italia de Venecia, está la Italia de Dante; está la Italia del Renacimiento, que es sobre todo la que me ha interesado más, pero también está esa Italia del sur, de Pompeya, de Sicilia.

Allí es donde escribí Sepulcro en Tarquinia. Decía Jorge Guillén que es el libro con más Italia que él conocía. Pero incluso en esos momentos sigue el diálogo con la tierra de origen, por eso, en las dos últimas partes está el castro Petavonium. Siempre hay ese regreso a los orígenes, y en el libro se comunican a través de los romano Castro Petavonium es un castro romano de la zona de León, y luego hay esa presencia de lo italiano. Uno está hablando de las mismas cosas pero a la vez por medio de tierras distintas.

 

SEPULCRO EN TARQUINIA

—¿Siente la misma predilección que sintió la crítica por Sepulcro en Tarquinia o prefiere alguna otra obra?

C- Es un libro muy especial muy significativo, muy importante en determinados momentos. Es un libro que ha supuesto mucho para determinados lectores, ha influido mucho, pero hay otros libros míos que no tienen por qué ponerse detrás como Noche más allá de la Noche, o Jardín de Orfeo, o éste último, Tiempo y abismo, o el Libro de la mansedumbre...Yo creo que son libros que están a la misma altura, lo que sucede es que ese libro tiene un fulgor especial. Resulta especialmente atractivo el momento en el que nació. Un libro que tuvo mucho eco. Le dieron el Premio de la crítica, y luego porque es de más fácil lectura que los temas que se plantean en estos últimos libros, que van más unidos a la experiencia del ser; son cosas que hay que vivirlas para conocerlas y por eso el lector fácil lo comparte menos, pero no son libros inferiores.

 

MENOS PALABRAS

—En su obra, el lenguaje ha sufrido una evolución...

C- El lenguaje se ha ido desnudando porque ha habido más meditación. En concreto en Noche más allá de la noche es un libro más complicado de lectura, más hermético. Hay más reflexión que sensaciones, aunque mi poesía siempre es muy emotiva, una poesía de la emoción. Sin embargo, en esta última etapa hay un discurso, unos temas que son quizás más difícil de compartir.

Las sensaciones tienen mucha importancia, entran por los sentidos. Hay una fuerte presencia de los aromas, de los colores. A veces el poema es un cuadro impresionista, para entendernos enseguida. Influyen mucho los sonidos, la música que tiende al silencio en este último libro.

 

PRESENCIA DE LA MÚSICA

—No podemos olvidarnos de la Música y el ritmo ritmo de la respiración en su poesía.

C-Es uno de los grandes temas de mi poesía. Primero, porque es un tema evidente, los instrumentos musicales, las notas aparecen por los libros, pero también está esa otra música del verso, esa música no audible si no se pronuncia, que es la música del verso, el ritmo del verso. Un ritmo que, como has dicho, va unido a la respiración. El verso es la palabra respirada. Y luego, hay otra música en sentido órfico, esa música que está en todo. Esa música que inflama la realidad que nos rodea pero no oímos. Esto se ve en Cinco canciones con los ojos cerrados, que cierran Tiempo y abismo, donde hay esa búsqueda de un silencio sonoro. Un silencio que no es un silencio negador, negativo, sino un silencio comunicativo.

(...) Respiraba silencios,
pero no respiraba.
Mas hoy es el silencio
el que a mí me respira.
Y si tanto silencio
no acallase a la muerte,
aquí llega el aroma,
el murmullo del agua,
la nieve de tu nieve
(“pequeña de mis sueños,
por tu piel las palomas...”). (...)
    (Del poema Cinco canciones con los ojos cerrados).


 

ARMONÍA ES LA PALABRA CLAVE

—¿Qué es para usted la Armonía, idea que le ha ocupado dos libros?

C- El día a día es una lucha por deshacer los contrarios. Hay una expresión de San Juan de la Cruz, sobre la que yo escribí una conferencia, en su poema la Llama, donde él habla de una serie de pasos para que en el mundo dejen de luchar contrarios contra contrarios. Todo en la vida es una lucha de contrarios, de extremos. La dualidad nos asalta cada día en cada circunstancia. De lo que se trata es deshacer esos contrarios que se funden en la idea de unidad, en la idea de armonía.

Lo que para mí es la armonía lo he dicho sobre todo en Tratado de armonía que es un libro donde se expresa teóricamente esta idea a través de vivencias. La armonía es ese momento en el que no hay contrarios, es un momento de plenitud. Es una idea oriental, y en concreto taoísta, que va unida a una visión del mundo. El mundo, como decía un sufí, es un libro que hay que leer. Eso es sobre todo lo que hicieron los taoístas. No tenemos que complicarnos la vida, todo está escrito en la naturaleza, en los símbolos, en los comportamientos e identificarnos con esa lectura. En esa lectura aparecen de nuevo los extremos, la dualidad, la vida aparece como un ciclo de vitalidad y caducidad. Un ciclo de vida y muerte, y en ese ciclo, se encuentran también los instantes de plenitud.

 

HOMBRE Y NATURALEZA

—Parece que en esa lucha de contrarios están el Hombre y la Naturaleza...

C- La ruptura del vínculo con la naturaleza y también su desprecio, el ignorar nuestro propio cuerpo... también el pensamiento oriental tiene una visión unitaria en donde todo tiene sentido. Es esa visión de los sufíes en la que el cuerpo es el microcosmos del macrocosmos. Y no hay otra cosa sino que buscar esa identificación entre la parte y el todo. El mundo ha perdido la armonía y la perdido acaso porque se ha ido saqueando la naturaleza, no se ha valorado el sentido unitario de la realidad, no se leen los símbolos.

 

LAO TSE, M. ELIADE Y JUNG

—Tres personajes que le han influido: Lao Tse, Mircea Eliade y C.G. Jung, ¿qué ha encontrado en ellos?

C- Lao Tse es un misterioso y mítico pensador, si podemos llamarlo así, como lo fue la figura de Orfeo. Todos los pensadores de los orígenes son un poco míticos. Tiene una visión de la realidad que responde a una visión de la totalidad, una aceptación de la realidad tal y como es. El taoísmo es la raíz de la mística universal. Es un libro y un movimiento que se inició ya en el siglo VI a.C. y que luego dio lugar a una especie de cadena iniciática en la que sobre todo están los místicos.

Eliade y Jung son eruditos, vamos a decirlo así, pero que han logrado apresar, hacer la historia de esa tradición. Uno por la vía de la historia, y el otro, Jung, a través de una interpretación más íntima, más propia del psicólogo, psiquiatra que en él había. Se ha dicho que la psicología de Jung es la psicología del siglo veintiuno, todavía no ha alcanzado el relieve que debiera. Pesa aún mucho la influencia de Freud, con el que precisamente él rompio. Hay una visión un poco legendaria de él. Que si era un místico, que trabajaba no con las cosas reales..., cuando lo cierto es que una buena parte del lenguaje que usamos, introversión, extroversión, proyección, consciente colectivo... todo el lenguaje de la psicología es un hallazgo de él. Jung además tiene una visión positiva del arte, como fenómeno de terapia. Lo mismo que veía en la religión. Al contrario de Freud, quien la veía como alienación, Jung la veía como un estado de plenitud. Él sabe que lo religioso y lo existencial van unidos. Sus preocupaciones llegan hasta los platillos volantes, a los que dio también una interpretación. Decía que éstos eran proyecciones en momentos críticos, proyecciones de la psique, era el viejo esquema del mandala, el mandala es el que unifica todo, el gran símbolo de referencia, el círculo, y que a veces necesitamos para reencontrarnos con nosotros mismos, y si no lo vemos, lo proyectamos, decía él, en los platillos volantes.

 


LA SENSIBILIDAD

—La sensibilidad ¿es un don o una condena?

C- Es un don porque esa sensibilidad extremada nos hace ir más allá del conocimiento. Nos permite ver lo que los demás no ven pero a la vez es una condena porque esa visión sensible choca con el mundo, como normalmente es el mundo, que es una realidad más dura, más elemental. Todo el arte nace de la sensibilidad, suele nacer de la sensibilidad y ésta se presta más al entendimiento entre las personas, a la comunicación, por eso es un don y una condena.

—¿Van siempre unidad la genialidad y la locura?

C- Si se estudia a Jung se ve con mucha claridad porque él habló del concepto de sombra. La sombra es algo que va dentro de nosotros y que puede ser destructivo o puede ser positivo. Puede ser destructivo si no se domina o si le damos un protagonismo que no podemos luego controlar y es ahí donde surge el genio extremado, el genio esclavo de su sombra, o esos aspectos oscuros se sacan a la luz y se encauzan en obra de arte o en comportamientos. Algunos genios han sido destructivos porque crecen en una sola dirección hasta tal extremo que ignoran la realidad, acaban chocando con la realidad. Es crecer en una dirección pero autodestructiva. Es el mito de Ícaro, ese acercarse tanto al sol de la verdad que conduce a la propia destrucción. Tampoco llegar al extremo de apegarse demasiado a la realidad. Volvemos a los griego que decían nada en exceso, en el punto medio está la verdad, el equilibrio y la armonía, cuando no estamos ni más allá ni más acá.

 

EL LECTOR

—¿Los lectores...?

C- Para mí una de las satisfacciones mayores es conectar con ese lector anónimo que aparece de repente —no como ese lector al que le das el libro a ver qué dice o como la respuesta del crítico—, con ese lector anónimo y objetivo que sintoniza con tu mensaje.

El creador arroja su palabra nueva al océano de la noche y, en la orilla apartada, el anónimo lector recoge el mensaje, sintoniza con la palabra revelada.
     (Tratado de armonía)

 

TRADUCTOR DE GIACOMO LEOPARDI

—Hábleme de su trabajo como traductor de G. Leopardi?

C- Yo lo que he hecho es darlo a conocer más de lo que se conocía sobre todo a través de esa biografía que publiqué en Tusquets, Hacia el infinito naufragio. He trabajado en Leopardi en dos direcciones, una en el campo biográfico, y otra, en las traducciones. La más significativa la que publiqué en Clásicos Alfaguara, que luego revisé para el Círculo de Lectores. Fue un autor del que me apasioné como lector y luego quedé atrapado, le he dedicado mucho tiempo. Me gusta el Leopardi más depurado porque Leopardi es un romántico, uno de los grandes maestros del Romanticismo europeo. Pero me interesa más ese Leopardi de la reflexión, de la parte central de los Cantos, donde nos ofrece un mensaje depurado, más que el Leopardi desesperado, el Leopardi del pensamiento. Se dice que fue el poeta del pesimismo y volvemos a lo que hablábamos antes del genio, volvemos a la persona que si crece sólo en una dirección se autodestruye.


La riqueza de sus palabras hace entrever que Antonio Colinas es una persona que lleva mucho tiempo preguntándose por el ser, el amor, la vida, la trascendencia, la pasión... ¿No son acaso las cuestiones irresolubles que los verdaderos poetas se han planteado a lo largo del tiempo? En estos tiempos de desorden necesitamos de personas, que como él, intenten sembrar armonía en nuestro interior, tan necesitado de paz. Que la poesía nos oiga.


La simiente enterrada: un viaje a China(fragmento)


"No sé si la brisa había regresado para acompañar a la melodía del músico ciego o si ésta preludió la llegada de la brisa. Lo cierto es que una se ha fundido con la otra transmitiéndome un dichoso, increíble mensaje de lágrimas. Creía que era mi respiración la que unificaba el mundo, pero no; esos sonidos, esa respiración del más allá -¿de quién?- eran en realidad los que armonizaban el mundo, y al armonizarlo lo unificaban.
Queremos volver a la realidad, pero es la melodía la que neutraliza las acometidas de la realidad y nos devuelve al pozo de dulzura de sus notas. Ahora la música no la ponen ni la inaudible respiración, ni la brisa o silbido que llega desde el fondo de la noche y del tiempo. Vuelvo a la conciencia. La música del mundo es ahora la de las dos cuerdas del èr hú. Ella es la que respira y escucha la luz por mí y en mí. ¿O son mis lágrimas?
Si alguna vez me olvido de esa llama, si alguna vez me olvido del sonido de esa brisa, si alguna vez me olvido de la sonrisa interior, volveré a escuchar la melodía La luna en la fuente. Gracias a las dos cuerdas del èr hú me sumergiré de nuevo en el vacío lleno, en la nada-plena que, luego, resuena con la orquesta.
Diálogo de lo Uno y de la Dualidad con el Todo de la orquesta. A través de esa música regresaré otra vez a la belleza de las dos cuerdas que dialogan y, al dialogar, unifican al mundo y al ser que yo soy. Con ello, habré rescatado del olvido el origen y el sentido de mi viaje: la conciencia de vivir y de ser en armonía. "


Antonio Colinas. El jardín y la creación poética

Cecilio Fernández Bustos

 

                                               Más duro que la muerte es el olvido.

                                                                                              Emilio Lledó

 

ESPESO OTOÑO
 
Cuela la tarde su oro entre las ramas.
No tardará en venir un nuevo invierno.
Arden las hojas húmedas del parque
y por poniente se desgaja el cielo
en racimos de nubes encendidas.
Hay un temblor de luz en los aleros
Las palomas fecundan la silueta
oscurecida de cada paseo.
Las ubres del otoño están cargadas.
Serafines de luz están muriendo
sobre nuestras cabezas asombradas
para que una vez más se teja el sueño,
la melodía dulce de otra noche,
la alucinada noche de los cuentos.   

 

Otoño / Aranjuez (C/F)

 
ESPESO OTOÑO
 
Una cascada de hojas en el aire
pone ronco rumor a los paseos.
Plenitud rezumante de los pinos,
espesa luz ardiendo en los castaños,
cristalina penumbra de las grutas.
Un viento como un dios nos acaricia,
penetra en nuestras venas como un vino,
llena de brasas todo el corazón.
Hay en el aire un trino que no acaba
cuando en el césped ruedo enajenado,
me embriago de perfumes, reconozco
y acepto la locura de este otoño.
¿Dónde el misterio, dónde la secreta
mano que va tejiendo esta estación?
Llueven racimos, pétalos, palomas.
(Una brizna de yerba hay en mi lengua.)
En lo hondo del estanque duerme un cisne.
(Este rocío de las madreselvas)
En el templo de Venus una virgen
ha desgarrado sus vestidos pálidos,
corre entre las columnas desolada.
(Todo mi cuerpo dulcemente herido.)
Centauro azul, sal ya del soto verde.
(Qué victoria morir en este otoño.) 
 
 
 
MURO CON FUEGO
 
Cerrad el alto muro del jardín
y fúndase mi fuego con su fuego.
Cerrad el alto muro y que mi alma
quede en el tiempo y quede en el aroma
aromada, embebida eternamente.
Cerrad el alto muro del jardín
que yo cerraré todos mis sentidos
al mundo y, cerrándolos de golpe,
sabré todo del mundo y de mí mismo.
No sabré del amor, que está dormido
detrás del muro del jardín con fuego.
 
El sol entra en mis huesos con placer
y murmura en su mármol cada fuente.
El agua enciende el corazón cansado
despierta el agua olvidos en sus ondas:
“Mi infancia son recuerdos de la nieve
en un huerto sin hojas. (Las estrellas
eran los frutos del árbol desnudo
en las noches purísimas de invierno.)”.
Le dice el agua al corazón cansado
que aún brilla el hondo sueño en la espesura.
Mosaicos oxidados, luz de oro
en la tierra abrasada del sendero,
polvo de oro temblando en el verdor.
“Y volvían rebaños al ocaso
bajo una polvorienta nube de oro…
 


[1] Antonio Colinas.- Jardín de Orfeo.- Contraportada / Visor, Madrid, 1988


Los dâias en la isla (fragmento)


"Me doy cuenta de que el mar no ha sido protagonista de ninguna de estas páginas. El mar que nos rodea (y del que recibimos tan grande sensación de libertad) se aleja de la memoria en estos días de invierno. El alejamiento es doble para los que vivimos en el interior de la isla y no tenemos la dicha de contemplarlo a diario, de verlo en cada jornada cambiante y agitado. Durante mis primeros días en la isla tenía siempre presente, frente a mi balcón, esa presencia del mar. El placer y la sorpresa de contemplarlo nacían de cuanto acabo de decir. El mar -aunque a algunos les parezca lo contrario- produce en mí una gran sensación de libertad y sorprende con los continuos cambios de luces y oleajes.
De la misma manera que el microcosmo de la casa payesa explica muchos de los dones y virtudes del ser de los ibicencos -su desmesurado afán de independencia y de respeto, su admirable pasividad, su indomable autonomía- el mar es el que proporciona a la isla sus características esenciales. Siempre he dicho que las virtudes de vivir en una isla responden a los defectos que la misma tiene. Es decir, del aislamiento nacen los placeres y los problemas que la isla nos concede. El hecho de la insularidad crea una brusca ruptura en todas las vivencias -especialmente para los que no son isleños-, pero, a la vez, la insularidad proporciona -¿hasta cuándo?- un ritmo y una calidad de vida que ya no se dan en tierra firme: el ritmo de que el tiempo es como más largo y descomprometido. "




EL RITMO COMO CLAVE DEL VERSO EN ANTONIO COLINAS 

Elementos rítmicos no métricos



Memorias del estanque (fragmento)



"A las citas sabias y a este metódico y sorprendente programa, que deseaba poner orden en mí, había que añadir, claro, lo que en realidad hacía: mis paseos interminables a pie por la ciudad, muchas veces bajo la lluvia, y las demoras en los museos, donde la presencia de la cultura, como digo, fue otro asidero precioso en aquellos días. De aquel gigantesco almacén de todas las civilizaciones que es el Museo Británico, traje en mis ojos el recuerdo de los Libros de Horas y el de las estampas japonesas. La llamada de Extremo Oriente seguía abriéndose paso en mí —por encima de mármoles, joyas, cuadros y sarcófagos— en lecturas y en prácticas de sanación, pero también en el mensaje que me transmitían aquellas láminas. Pero esto no implica negar otros hallazgos en el museo. Por ejemplo, los de los cuadros de Turner, Reynolds, Blake y, de nuevo, Poussin.
No faltan tampoco en la libreta algunas direcciones: la de mi albergue en Chelsea, la de una amiga en Newton-Abbot a la que no llegué a visitar, la de la librería Folie’s y la de algunos cafés o pubs que sí recuerdo haber visitado por las noches con alguno de mis compañeros de residencia: Café des Artistes y, sobre todo, el muy animado siempre Lord Nelson. Uno de estos compañeros me llevó un fin de semana a visitar la casa de su familia en Welwyns Gardens, donde el súbito y tierno verdor de los campos ingleses me sacó de golpe del arrebato londinense («los chorreantes/ prados de Welwyns Gardens, un cielo de cerveza», evocados en los versos de un posterior poema mío). Supongo también que, como una dirección que no necesité usar, pues debía de ser solo para auxilios extremos, aparecía la de la Young Men Christian Association. Pero ya digo que la visita a los tres museos de la ciudad, y ver reunido en el primero de ellos, abrumadoramente, un resumen de la cultura universal, fue lo más provechoso de aquellos días.
"



Huellas neoplatónicas en la poesía contemporánea: Antonio Colinas

Rocío Badía Fumaz

https://elgeniomaligno.eu/huellas-neoplatonicas-en-la-poesia-contemporanea-antonio-colinas/


El habitante místico de Antonio Colinas

Celso Medina

Universidad Pedagógica Experimental Libertador
Instituto Pedagógico de Maturín (Venezuela)
medinacelso@cantv.net


  

El hombre cultivado no lee las estrellas, sino artículos sobre astronomía.
George Steiner

 

Antonio Colinas (1946) es uno de los poetas españoles contemporáneos " que recurre con mayor frecuencia a la tradición clásica, no para mimetizarse en sus formas, sino para adentrarse en sus temas y personajes, apropiándose de sus atmósferas. Se podría decir, contradiciendo la afirma­ción de Steiner, que Antonio Colinas se cultiva directamente con las estrellas y que su poesía, a pesar del cultismo que la caracteriza, no tiene más libro de lectura que la realidad con toda su fuerza fenoménica.

El río de sombra, la colección que recoge la mayoría de los textos poé­ticos (1967-1997) de Colinas, editada por Visor en 1999, nos pone en con­tacto con una obra de factura singular en la poesía contemporánea españo­la. Muy alejado de los estridentismos vanguardistas, Colinas ha ido forjando su obra a orillas de la tradición, frente a la cual el poeta adopta una actitud heterodoxa. No es él un arqueólogo, rebuscador de ruinas antiguas; es, más bien, un revitalizador de los ecos pretéritos, una especie de puente que con su potencia imaginística permite que accedamos a un pasado pleno de vigor y de vigencia. .

A caballo con la tradición, Antonio Colinas se nos presenta en sus poe­mas como un gran lector del pasado. Pero sus lecturas se traducen en un uni­verso percibido desde los sentidos.

En la poesía de este autor hay una galería de personajes míticos e his­tóricos, construyéndose más en el espacio que en el tiempo. Esos personajes se sitúan fuera de sus anecdotarios particulares, para crear un crisol de pliegues sensuales. La historia no es pues, un hilo de hechos, sino un cosmos de ecos. El hombre trasciende más allá del calendario; las cosas que contacta, el árbol que admira, la piedra que toca van elaborando la bitácora de su existencia. En ese zócalo existencial sobresale un tema: el que encarna el motivo del habitante. Por tal entendemos a la fuerza que impele al hombre a tener amplia conciencia de que vive en el espacio y que a la vez es tas bien espacio.

El habitante vive en la dialéctica del sedentarismo y del nomadismo. P ello es raíz y pájaro. El sedentarismo fuerza al poeta a quedarse en su paisaje natal; un paisaje de «piedras históricas», árboles y de una geografía impregnada de experiencias sinestésicas. Su universo se abre sea sin recelo alguno a variopinta sensualidad. Y en ese espado el sueño ocupa un destacado lugar. La actividad de soñar es oficio de un hombre despierto frente a las cosas. De allí que nos encontremos con una poesía abrumadoramente fenoménica, cuyo recurso esencial es la imagen desnuda, que hace de lo visual su principal fuente reflexiva.

La memoria es el elemento generador de la poesía de Colinas. A través de ella se despliega su singular fenomenología, la cual se nutre de lo óntico: el ser es su preocupación fundamental. Por ello podríamos denominar su poesía como una documentación de la existencia. Y todo su memorialismo puede sintetizarse en el motivo del habitante.



Ya desde su primer libro, Poemas de la tierra y la sangre (1967), Anto­nio Colinas va a mostrar su condición de hombre raigal, cuya creación se alimenta del acontecer intrahistórico de su infancia. El poeta empieza a elabo­rar las bases de su arcadia, de elementos bien concretos: la naturaleza y los paisajes de la cultura de Castilla. La tierra natural y «culturizada» son cimien­tos de su poética.

En «Nocturno en León», el habitante se patentiza en un hombre que no está en el paisaje, sino que es paisaje. Su cuerpo es el escenario donde habi­ta. Y desde allí crece una visión que se va concretando en el despliegue de todos los sentidos. En la lectura de este poema, el primero de su libro inicial (o iniciático), el invierno es frío a tacto pleno. Una metáfora (“la linterna roji­za de las cumbres”) va envolviendo el imaginario de un habitante que inven­taría su existencia montado en el caballo de su piel. La dudad de León es tópico celebrativo. De allí que culmine su apostrofación a la referida ciudad con una solicitud reveladora de una mística particular: «hazme un hueco de amor entre tus muros negros/entreabre las pestañas heladas de tus ríos/que se agigante el sueño para este amor que ofrezco». Aquí asistimos a la nece­sidad del hablante lírico de diseminarse en el paisaje, como vía de penetrar en el esplendor que hay en él. No es posible amar sin fundirse sin regateo alguno en lo amado.

¿Qué es poetizar para este habitante? Escuchar los ecos que se develan del paisaje. Hay un oxímoron, tomado en préstamo del barroco español, que nos parece clave para interpretar la poesía de Antonio Colinas. Está en el segundo verso de su poema “En San Isidoro beso la piedra de los siglos”, del mismo poemario que venimos comentando. «Aquí sólo se escucha el silencio sonoro», afirma. Esa sonoridad del silencio parece señalar el camino más acuciante del poeta contemporáneo: ¿cómo arrancar la poesía de la historia?, ¿cómo hacer que las piedras, los muros de su Castilla poetizada «sonoricen» vida? La memoria habla en pleno contacto con los objetos que el hombre ha manoseado. Y rescata la idea de que la poesía es una realidad de espacio, no de tiempo. El tiempo resiste pocas veces la tentación de la cronología. Con ella se racionaliza, entrando en la lógica de lo causal. El espacio, por su parte, vive de la simultaneidad; a cada rato está practicando las correspon­dencias; las mismas de las que habla Baudelaire en su famoso soneto.

La obra poética de Antonio Colinas se construye desde el espacio, cuyo escenario se plena de atmósferas sinestésicas, haciendo de su poesía una ins­tigadora piedra que tienta al tacto. Todo eso gracias a que el poeta no es más que un sensibilísimo habitante, un ser que practica la comunión con las cosas a plenitud.


En el poemario Preludios a una noche total (1967) ese habitante practica un amor donde el cuerpo es piel sensitiva. El paisaje contemplado s fuente de perfumes, olores y música. El cuerpo existe como alma, vaga por la naturaleza en búsqueda de un éxtasis que trasciende toda meta carnal, amada será voz, reluctante rostro vago, imagen construida de miradas. Colinas hace de pintor impresionista y de cazador de instantes epifánicos, cuyos ecos sueña el amor. Y por ello dice:

Sobre toda la faz gloriosa del planeta
resbaló mi mirada probando la hermosura.
Pero sólo posé mis ojos en tus ojos.
Me perdí confiado donde sonaba el agua
de tu voz, donde él sol iluminó la tierra
prometida qué estuve soñando desde niño.

Estamos ante un ser que degusta la naturaleza en una búsqueda óntica. Es el ser el que interesa. Y por ello amar es indagar en los ecos, en ese escenario mudo, donde late el espacio de lo absoluto. Este juego de espejos revela una manera de amor alejado del egotismo. El habitante, entonces, vive porque convive, ama porque se deja amar.

Llevado de la mano de la tradición de Roben Browning, de Pound y de Eliot, Colinas no se limita a ver el mundo; también está en él. Y lo hace gracias al método del enmascaramiento, lo que le permite ser varios personajes que circulan libremente por toda la historia del universo. En el poema «Escalinata de palacio» (de Truenos y flautas en un templo (1968-1970), leemos: “Pero siempre termino dormido entre las flores/beodo entre las flores, ahogado por la música/que desgrana el violín que tengo entre mis brazos». Ésa es la voz de un pordiosero que habita una escalinata histórica (una huella que hace que su piedra trascienda). Estamos frente a un trashumante, frente a un hombre que venciendo el tiempo, vive para testificar una especial fuerza que anhela la plenitud. Por ello dice: «Mi amigo es el rocío. Me gusta o al lago/diamantes, topados, las cosas de los hombres». Ese personaje pone de relieve la fuerza centrífuga que la naturaleza ejerce sobre el habitante.

Gracias a esa galería de personajes, la poesía de Colinas hace de la historia un espacio de mediación poética. Gracias a ella desfilan los mitos, los poetas pintores (y sus modelos), los músicos, los héroes situados en la escena del espado del Mediterráneo.

Podemos hablar del libro místico de Antonio Colinas, cuyas hoja se surcen con el blanco infinito de la naturaleza. Por sus páginas circula un aleph, aquél del que nos habló Borges: el punto de encuentro de la simultaneidad de lo absoluto. La fuerza más vital de ese libro la sentimos en sus poemas-cantos, para usar una definición genérica de Octavio Paz, como ejemplo, en «Sepulcro en Tarquinia». Éste es una larga celebración a la condición de habitabilidad que tiene el mundo. Bajo unas ruinas históricas bulle un calidoscopio, por donde circularmente fluye un río de imágenes. La mirada poética logra convertir las huellas en presente vívido. La muerte es semilla que se abre a la fecundación. La voz poética se dirige indistintamente a la naturaleza y a la imagen de una amante. De manera que se crea una ambigüedad creadora, permitiendo el crecimiento de un amor que oscila entre lo erótico y lo histórico: «tú me entregabas lo desconocido... / ¿recuerdas aún la historia del sepulcro?». La memoria convoca a un mundo cuya certeza no está en lo real, sino también en el sueño proyectivo. La imagen del cuerpo que se desentierra logra desatar los demonios sensuales de la naturaleza. Y ésta es fuente mística: «se levanta la noche lentamente/ del lago Trasimeno, olivos/saben a Dios, sollozan hondos, mansos...».


La naturaleza es en Colinas fuerza que impele, ánima de un revival fructificante, que erotiza la historia. Toda la anécdota en torno a Tarquinia es el señuelo para hacer coincidir en un mismo espacio al cuerpo y al universo, que para el poeta español no se puede habitar el universo sin ser habitado por él. El hombre es un ser que vive en su cuerpo, pero éste vive porque respira el aire del cosmos. Por ello estos versos: «mereces la visita de la luna/tienes una azotea en cada ojo/abres los muslos, abres las dos manos/tus dos pechos apuntan hacia la nieve, /tu vientre es una zarza a medio arder, / ¿son tamos o racimos esos labios?».

Ésa búsqueda de lo óntico en la naturaleza es labor obligada, pero de resultados infructuosos. Traza un rasgo importante en la poética de Colinas. No es casual que este poema lo precedan unos versos de Dante, aquel poeta que nos hace recorrer el infierno, y el purgatorio para llegar a un paraíso donde no será posible con-tactar a la amada Beatriz. La llegada es como la de Manoa de nuestro poeta venezolano Eugenio Montejo: «... es otra luz del horizonte/quien sueña puede divisarla...». El lugar existe como esperanza, mas quien arribe a él ya deja de estar en la cumbre del éxtasis anhelado. Algo de de taoísmo vibra en esa poética: «en vano escucharás junto a las rocas/ (...) jamás llegará nadie a este lugar, /jamás llegará nadie a este lugar/y las gaviotas me darán tristeza».

«El río de sombra» es el poema que da título a la colección de poemas a la que, hemos estado aludiendo. El signo río se entrevera con el tema del viajero y del camino, que pudiera corroborar nuestra afirmación de la exaltación del habitante en la poesía de Antonio Colinas. Allí pareciera confluir toda la convicción de que el país del hombre es el cosmos. Y que son los s los miembros esenciales de la humanidad. Pies con alma de pájaro que vuelan en el vasto mundo. El río coliniano no está hecho de agua, sino de huellas, de pasos que hacen mover la historia. Por ello nos dice el poeta: «La sombra crea un río dulcísimo de sombra/un hondo curso entre los troncos negros/que trazó una mano de inspiración divina».


Quisiéramos concluir este paseo por la poesía de Antonio Colinas comentando el poema «La tumba negra», el último poema de la colección de los textos ya aludida. Es curioso que el poeta invierta el sentido de las palabras tumba y sepulcro. Ellas parecen aludir a la idea de semilla vivificadora. A decir de Rilke, de cuyos versos se sirve el epígrafe del poema, las tumbas no callan. Son más bien elocuentes. Y si ella es la de Juan Sebastián Bach, muchísimo más.

Este poema está estructurado bajo un hilo narrativo que se matiza con atmósferas espaciales. Leipzig habla desde los ecos que rememoran al músi­co alemán. Pero ese espacio es un círculo abierto al vasto mundo. Y nos encontramos de nuevo con la idea del libro místico como aposento de toda la plenitud vital: «Otra vez a empezar, pues vivir/es un libro que se abre y se lee y se padece».

El libro en cuestión no lo escribe el poeta; más bien lo lee en esas hue­llas, cuyos signos revelan la descomposición de un mundo más hollado que vivido. La tumba del mencionado músico es el pivote para la reflexión sobre la Europa contemporánea; la misma que intenta levantarse desde sus propias cenizas. El «Huracán de pasados y presentes» se cierne sobre las huellas más cruciales del hombre; es decir, sobre el arte. Por ello la pregunta angustiosa: « ¿Hasta cuándo tendrá que rodar la cabeza del Orfeo/sobre los pedregales de la Historia?» La respuesta no se deja oír, ante el ruido de «grúas y bulldozer que taponan la armonía guardada en la tumba del músico.

Algo de moraleja podemos inferir de este poema. La misma habla de la ética de un poeta que reflexiona sobre el abismo Sacrificial que la sociedad contemporánea ha creado, en aras de una materialidad grotesca, negadora del sentido auroral de la mística de las cosas. La modernidad ha enmudecido los objeto». Los ha vuelto brutal mercancía. Y la ciudad, excrescencia irracional de los mercaderes, comete el crimen de apagar la armonía que duerme en ese cementerio de Leipzig donde reposa Bach. Y de nuevo estamos ante una reinversión de los signos en Colinas: lo negro no es la negación de la luz. Es, más bien, el refugio de ella; el espacio donde están las páginas de libro místico. Por ello el poeta, ojo avizor, ve esa luz y dice; «quedar aquí o allá detrás de 1a frontera/pero donde se siempre la armonía quedar aquí o allí/mientras nos consumimos en el centro/de esta esfera sin límite y en llamas:/la del amor que es tuyo y mío,' de todos».


Antonio Colinas es un poeta que celebra la condición del ser habitante, cuya territorialidad es infinita, siempre factible de buscar, aunque no se encuentre definitivamente. En él podemos hallarnos con una dialéctica: la de la raíz y la del pájaro, cuya síntesis se expresa en 1a necesidad de escribir a partir de apuntes que se copian del gran libro místico; un único libro, cuyas páginas están hechas de una onticidad labrada, cincelada a imagen de la armonía entre el cuerpo y la naturaleza. El poeta vive su poesía porque la poesía lo vive a él.

 

© Celso Medina 2005

Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

El URL de este documento es http://www.ucm.es/info/especulo/numero/.html







ANTONIO COLINAS: CONOCER, ESCRIBIR, SER, COMPARTIR

La poesía es para mí una vía de conocimiento. Es decir, un medio para sentir, interpretar y valorar la realidad y nuestra propia experiencia humana. Pero no sólo esa realidad aparente que los ojos ven, sino la que yo he llamado en otros momentos una realidad transcendida o trascendente. Creo que a la poesía no le está destinada la misión informativa que, de manera más concreta o “fotográfica”, nos ofrecen otros géneros literarios, como el ensayo o el periodismo. En el poema, la palabra se caracteriza porque es y debe ser, ante todo y sobre todo, palabra nueva.





No basta con copiar o repetir la realidad, o los temas de la tradición. Hay que hacerlo con palabra que se distinga, con palabra nueva. Es la novedad que ofrece la palabra poética –su necesidad de fulgor, de intensidad, de emoción, de pureza formal-, lo que distinguen al poema, lo que hace que el poema sea tal poema y no prosa cortada engañosamente en trozos. Estas son algunas de las características que yo le exijo al poema para que sean verdadero poema.

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La poesía es también algo estrechamente unido a la vida, a la experiencia de ser, al viaje exterior e interior de cada creador. No concibo un mundo sin poesía y no concibo, por ello, que ésta no vaya estrechamente unida a la experiencia cotidiana. Bajo este punto de vista, la creación poética tiene mucho que ver con lo que Jung reconocía como proceso de individuación, es decir, el que nos lleva a cada uno de nosotros al pleroma: a ser lo que cada uno de nosotros queremos y debemos ser, a la plenitud. Por eso, la poesía se manifiesta a través de un lenguaje que nos sitúa en un alto grado de consciencia y que nos pone en ese camino que conduce a la plenitud de ser.

ANTONIO COLINAS


Sepulcro en Tarquinia (fragmento)

"Debes saberlo ahora que recuerdas:
jamás llegará nadie a este lugar,
aquí nos trae el mar los peces muertos
y no hay más vida que la de las olas
estallando en la noche de las grutas,
soñarás una barca cada noche,
soñarás unos labios cada noche,
en vano escucharás junto a las rocas,
jamás llegará nadie a este lugar,
recorrerás las salas del convento,
escrutarás la faz de la Diana,
los gatos mirarán la fría aurora,
habrá un fresco con grumos de salitre
en la cripta, sin techo, del castillo,
el huracán arrancará geranios,
jamás llegará nadie a este lugar,
jamás llegará nadie a este lugar
y las gaviotas me darán tristeza. "



Video recitando en el Festival de Medellín:








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CANTO XXXV


Me he sentado en el centro del bosque a respirar.



He respirado al lado del mar fuego de luz.



Lento respira el mundo en mi respiración.



En la noche respiro la noche de la noche.



Respira el labio en labio el aire enamorado.



Boca puesta en la boca cerrada de secretos,



respiro con la sabia de los troncos talados,



y, como roca voy respirando el silencio



y, como las raíces negras, respiro azul



arriba en los ramajes de verdor rumoroso.



Me he sentado a sentir cómo pasa en el cauce



sombrío de mis venas toda la luz del mundo.



Y yo era un gran sol de luz que respiraba.



Pulmón el firmamento contenido en mi pecho



que inspira la luz y espira la sombra,



que recibe el día y desprende la noche,



que inspira la vida y espira la muerte.



Inspirar, espirar, respirar: la fusión



de contrarios, el círculo de perfecta consciencia.



Ebriedad de sentirse invadido por algo



sin color ni sustancia, y verse derrotado,



en un mundo visible, por esencia invisible.



Me he sentado en el centro del bosque a respirar.



Me he sentado en el centro del mundo a respirar.



Dormía sin soñar, mas soñaba profundo



y, al despertar, mis labios musitaban despacio



en la luz del aroma: "Aquel que lo conoce



se ha callado y quien habla ya no lo ha conocido".

– Una poética –

La poesía es para mí una vía de conocimiento. Es decir, un medio para sentir, interpretar y valorar la realidad y nuestra propia experiencia humana. Pero no sólo esa realidad aparente que los ojos ven, sino la que yo he llamado en otros momentos una realidad transcendida o trascendente. Creo que a la poesía no le está destinada la misión informativa que, de manera más concreta o “fotográfica”, nos ofrecen otros géneros literarios, como el ensayo o el periodismo. En el poema, la palabra se caracteriza porque es y debe ser, ante todo y sobre todo, palabra nueva.

 

No basta con copiar o repetir la realidad, o los temas de la tradición. Hay que hacerlo con palabra que se distinga, con palabra nueva. Es la novedad que ofrece la palabra poética –su necesidad de fulgor, de intensidad, de emoción, de pureza formal-, lo que distinguen al poema, lo que hace que el poema sea tal poema y no prosa cortada engañosamente en trozos. Estas son algunas de las características que yo le exijo al poema para que sean verdadero poema.

 

La poesía es también algo estrechamente unido a la vida, a la experiencia de ser, al viaje exterior e interior de cada creador. No concibo un mundo sin poesía y no concibo, por ello, que ésta no vaya estrechamente unida a la experiencia cotidiana. Bajo este punto de vista, la creación poética tiene mucho que ver con lo que Jung reconocía como proceso de individuación, es decir, el que nos lleva a cada uno de nosotros al pleroma: a ser lo que cada uno de nosotros queremos y debemos ser, a la plenitud. Por eso, la poesía se manifiesta a través de un lenguaje que nos sitúa en un alto grado de consciencia y que nos pone en ese camino que conduce a la plenitud de ser.

 

Últimamente pienso que la poesía es una manera vocacional de ser y de estar en el mundo, teniendo siempre presente, como María Zambrano pensaba, que la realidad poética es a la vez una realidad absoluta, "no sólo la realidad que hay y la que es, sino la aún no habida o no habída ya, y la que ya no es".






 

Malhadado, ¿de dónde vine y hacia dónde irá

ahora mi vida

tras las puertas cerradas,

tras los caminos muertos?

Los caminos no van ya a ningún sitio:

son ellos los que vienen hacia mí.

Hoy yo soy el camino.

Hoy ya soy el camino sin camino.

¿Y por qué viene ahora a mis ojos cerrados

un sueño de humedades muy verdes?

 

Cervantes: una aldea, sólo un sueño

allá en el noroeste

con los lobos vagando

por la nieve, entre robles y castaños;

un pueblo no muy lejos de un lago

donde acaso nacieron, o vivieron, o murieron

mis ancestros, ¡quién lo sabe!

¿Por qué asoma hoy ese paisaje

a los dos lagos ciegos de mis ojos?

Cervantes: el origen

que mi vida errabunda ignoró.

Cuando acaba la vida

ya todo es un sueño para el hombre.

 

¿Y si yo hubiese muerto en Italia?

¿Y si yo hubiese muerto en Lepanto?

¿Y si yo hubiese muerto en Argel?

¿Y si hubiese muerto en las Indias,

como yo supliqué, en pago a mis servicios?

¡Quizás hubiera sido otra gloria la mía!

Olvidar no he podido una frase

que aún sangra en mis ojos

cerrados: “Busque por acá

en que se le haga merced”.

 

¿Logra la libertad quien la persigue

con desesperación

o está la libertad dormida en nuestros pechos,

esperando a que hagamos germinarla?

Y aquella otra frase, en dolor destilada,

la que fue perla o gota

de oro, esencia de mi vida?

¿Cómo era aquella frase que un día escribí?

“Porque la libertad, amigos,

porque la libertad,

porque…”

¿Y para qué tanto camino inútil

por tus huesos, malhadado?

¿Por qué el griterío de ventas y de cárceles,

tanta cansada barda de mi patria amada

bajo una lluvia de cenizas, bajo

soles de cal?

 

¡Y pensar que yo vi los palacios

de Roma, de Florencia!

Nunca olvidé los versos

que en Italia leí:

eran música

que todavía arde

en mis labios morados.

Ludovico Ariosto: aquel ritmo

de tus versos

lo murmullo aún

para espantar a esa muerte cierta

que ya veo a los pies de mi cama

con su antifaz de niebla:

Le donne, i cavalier, l`arme, gli amori…

¿Era así el ritmo de aquel verso primero,

el que yo traspasara hace sólo tres días

a mis palabras últimas,

aquellas que dictara para el prólogo

de mi Persiles:

El tiempo es breve, las ansias

crecen, las esperanzas menguan…

 

¡Cuán breve fue el tiempo

y cuán largo este adiós!

Siento frío.

Hermanas: ¿por qué fuisteis

como un  desasosiego continuo para mí?

Esposa: ¿por qué no estuve más

a tu lado?

Hija: ¿por qué no me bastaba y te bastó

mi amor y tu amor?

Madre: ¿en dónde estás ahora?

¿Voy hacia ti o voy hacia un abismo?

 

Busquen los que aquí quedan

la gema que se esconde

debajo de gigantes y molinos,

de farsas, burlas y de trampantojos

de la vida diaria, engañosa.

La vida de un hombre es algo serio

cuando la rigen conciencia y consciencia.

 

“Porque la libertad, amigos,

porque la libertad,

porque…”

Sí, ahora ya recuerdo

las palabras exactas que escribí:

La libertad es uno

de los más preciosos dones

que a los hombres dieron los cielos […]

por la libertad, así como por la honra,

se puede y debe aventurar la vida.

 

Siempre hubo una vela encendida en mis noches,

en la noche del ser y del no ser.

Y el nombre de su luz, de aquella llama

era sabiduría.

Sabiduría: ¿te encontré y te perdí,

o te logré salvar con mis palabras?

Yo también te llamaba humanismo,

o a veces piedad.

Te encontré en mis desvelos nocturnos,

cuando a mi alrededor aullaban

los perros, las tormentas.

¿Y de qué me sirvió sabiduría

si ahora, extraviado, no sé a dónde voy?

 

Quítate el antifaz, Señora Muerte,

y dime a dónde vamos.

¿Florecerán un día mis cenizas?

¿Será posible el eternizarse

cuando llegue el silencio absoluto?

Malhadado: en mis pestañas tiemblan

aún esas amadas brasas de la sabiduría,

las que aventé en palabras,

en sílabas de luz.

Hoy mismo ofrendaré con humildad

mis libros

–el libro que es mi vida–

al Gran Lector de Vidas.

Malhadado, ¿a dónde voy?,

¿hacia qué luz o hacia qué abismo?

Sabed, los que quedáis aquí

que hoy mismo espero estar

en el paraíso de los pobres.




Libros de Antonio Colinas







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Traducciones:

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SALGARI, Emilio, Los tigres de Mompracem, Madrid, Alianza Editorial, 1981.
Emilio Salgari – La montaña de luz, Madrid, Alianza Editorial, 1982.
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