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miércoles, 18 de octubre de 2023

Los cafés literarios o las otras cavernas de Platón.

Los cafés literarios 

por Carlos Lombas

,Los cafés históricos” 

de Antonio Bonet Correa



“La Edad Contemporánea no se entiende sin la existencia de los cafés”.


Los cafés históricos bucea a lo largo de la historia para trazar el origen y el desarrollo de los cafés y el importante lugar que han ocupado como espacio público y ciudadano. Su recorrido histórico comienza con los antecedentes de los cafés, las alojerías, aunque el autor destaca más el papel de los mentideros por su aceptación y cometido social. Surgen los cafés en España en la segunda mitad del siglo XVIII por influencia sobre todo francesa y de los ideales de la Ilustración. “Tomar café significaba ser un ilustrado, tener la mente despierta, ser lúcido y clarividente”. En los cafés se leían los periódicos nacionales y extranjeros, se discutía abiertamente de todo y se cuestionaba por sistema la política oficial.

Decía Pla, escritor que frecuentó mucho los cafés, que “el hombre, además de hijo de sus obras, es un poco hijo del café de su tiempo”. Y Ramón Gómez de la Serna, que capitaneó una famosa tertulia en el madrileño café Pombo, dedicó una de sus greguerías a explicar el sentido poético y existencial de los cafés: “Todos los cafés del mundo son salas de estación en las que se espera la muerte”. Una “coda” del propio autor resume lo que para él han sido y siguen siendo los cafés, aunque hoy día hayan perdido su sitio: “Los cafés, espacios de convivencia, tertulias, diversión y espectáculos, han sido siempre un lugar de observación del género humano, una atalaya para ver discurrir las horas y las estaciones del año, sentir el tránsito de la existencia humana”.
El libro contiene otras tres partes más que completan este estudio de los cafés que al autor publicó en 1987. En la segunda parte, titulada “Apostillas al discurso académico”, se aumenta considerablemente la información que se proporcionaba en el discurso de ingreso. Nuevos datos, nuevos cafés, nuevas referencias. Ya de manera más metódica se habla de los cafés franceses, italianos, de los cafés de Viena y Centroeuropa, de Portugal, de la Europa septentrional y hasta de los cafés de América del Norte y de Latinoamérica. Esta parte también contiene un estudio exhaustivo de los cafés españoles. La tercer parte, “Otros aspectos de los cafés”, describe el papel que han desempeñado los camareros y proporciona numerosas máximas, procedentes de una inagotable bibliografía, que resumen las opiniones de muchos autores sobre los cafés. La cuarta y última parte se titula “Antología poética y bibliografías sobre los cafés”.







E
l Café es un ámbito de reunión que, avanzando en el tiempo, desde el siglo XVIII hasta el amanecer del XX, más que densificar los vínculos entre las personas, favoreció la toma de conciencia de la solitud, y a su vez, posibilitó las formas literarias que mejor la expresaron. En este sentido, el texto contiene un ensayo de periodización, no demasiado explicitado a lo largo del relato, pero que puede inferirse de sus argumentaciones: fue en los siglos XVII y XVIII cuando el Café resultó un ámbito de sociabilidad importante para la formación de actores colectivos (léase, la burguesía). A lo largo del siglo XIX y hasta el amanecer del XX, en cambio, el Café, más que lugar de encuentro de una "clase", lo fue de un tipo social singular, que también cobra una entidad definida por entonces, el hombre de letras (cuyos ropajes a su vez fueron cambiando: el bohemio, el dandy, el dilentante, el vanguardista). A partir de entonces, el Café se recortó como el lugar en el que se enfrentó el individuo con la multitud (tal cual lo expresa el cuento de Poe ya citado), encuentro del cual surgió, entonces, la soledad como revelación de la condi ción moderna. El escritor ensimismado, no un actor colectivo, es el protagonista del Café decimonónico. Dicho tránsito se sobreimprime con otro, ya señalado: la atenuación de la implicación política del Café y su afirmación como espacio de connotaciones fundamentalmente culturales y literarias. 
Los philosophes, los románticos, los bohemios, los dandis, los diletantes, los vanguardistas, tienen su lugar en estas páginas y es a través de sus voces como Martí Monterde ilustra sus argumentos. Desfilan así Denis Diderot, Voltaire, Honoré de Balzac, Charles Baudelaire, Edgar Allan Poe, Ramón Gómez de la Serna, Miguel de Unamuno, Karl Kraus, Henry Murger, Robert Musil, André Breton, Alfred Polgar, Mariano José de Larra, Julio Camba, Sándor Márai, Stefan Zweig, José Ortega y Gasset, entre muchos otros. También son múltiples los autores con los que Martí Monterde hace dialogar sus reflexiones, demostrando un sólido manejo de la bibliografía más cercana al tipo de texto que el autor encara: Claudio Magris, Walter Benjamin, Roland Barthes, Pierre Bourdieu, Michel Foucault. Por lo demás, vale acotar que si bien el texto se concentra en la realidad europea, incluye algunas referencias latinoamericanas, aunque sólo a título ilustrativo o anecdótico (como ciertas alusiones a Jorge Luis Borges y sus elogios al café con leche –pp. 15-16–, o al tango Cafetín de Buenos Aires).



Los cafés históricos / discursos leídos ante la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en la recepción pública de Antonio Bonet Correa el día 13 de diciembre; [y contestación de José María de Azcárate]

http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/los-cafes-historicos--0/html/




El consumo de café es una característica familiar de la vida moderna, poco comentada como parte de nuestras ocupadas rutinas matutinas. La cafetería, sin embargo, remonta su historia a más de 300 años y ofrece una visión fascinante de la cultura de la política y los negocios británicos en los siglos XVII y XVIII.

El auge de la cafetería

A finales del siglo XV, los comerciantes europeos de Turquía y Oriente Medio ya estaban muy familiarizados con el consumo de café. Uno de los primeros comerciantes de la región, William Bidulph, describió la popularidad de "un tipo de bebida hecha de una especie de Pulse como Pease" en sus viajes allí, mientras que a principios del siglo XVII, otro viajero, George Sandys, describió la popularidad del consumo de café. en la capital turca, Constantinopla. Aquí fue testigo de los clientes de los muchos cafés, que se sentaban 'conversando la mayor parte del día', bebiendo una bebida que era 'negra como el hollín y con un sabor no muy diferente'. [1]

Inicialmente, el entusiasmo europeo por el consumo de café surgió de los beneficios percibidos para la salud. El café era célebre por las propiedades estimulantes que exhibía en el cerebro y podía beberse en abundancia sin sufrir los efectos nocivos del consumo excesivo de cerveza o vino. Los primeros defensores de la bebida también ofrecieron beneficios para la salud más amplios, incluida su utilidad como cura para los dolores de cabeza, la gota y las afecciones de la piel. [2]

Los primeros cafés ingleses construidos especialmente se establecieron en la década de 1650 en Oxford, donde los beneficios estimulantes de la mente de la bebida complementaron el espíritu de discusión académica sobria y el debate evidente en la universidad allí. Estos primeros cafés (bautizados como 'Universidades Penny' por los forasteros) eran en gran medida el lugar de recreo exclusivo de personas educadas y adineradas, lugares donde hombres eruditos y sus estudiantes venían a demostrar su ingenio y talento intelectual: esta característica de la cultura de los cafés también fue evidente en Londres, ya que la bebida ganó popularidad lentamente allí. [3]



La primera cafetería de Londres fue establecida en 1652 por un sirviente griego de la Levant Company, Pasqua Rosée. Este establecimiento pronto se unió a un puñado de otras cafeterías con sede en la ciudad y en los márgenes del West End en rápido desarrollo. Aunque, sin duda, una alternativa novedosa para aquellos que buscan evitar la borrachera a menudo obscena de las muchas tabernas y cervecerías de Londres, las cafeterías de mediados del siglo XVII lucharon inicialmente para lograr mucha popularidad. Durante muchos años siguieron siendo el refugio de una élite comercial y bien educada.

Apogeo y popularidad

Sin embargo, desde la década de 1660 en adelante, Londres experimentó un auge en el número de sus cafés, llegando quizás a 550 establecimientos separados en la primera mitad del siglo XVIII. [4] Con su ambiente relajado y su relativo bajo costo (a solo un centavo, el costo de una taza de café generalmente se incluía en el precio de entrada del establecimiento), muchos londinenses ocupados preferían el entorno informal de la cafetería al sofocante ambiente. de la corte real, cámaras judiciales, oficinas y otros lugares de negocios profesionales. Samuel Pepis, por ejemplo, anotó extensamente en su diario la utilidad de sus visitas a la cafetería, donde podía recoger chismes, escuchar debates o simplemente hacer útiles conexiones comerciales. En 1664, Pepys visitaba sus cafeterías favoritas cerca del Royal Exchange de Londres más de tres veces por semana (y a menudo dos veces al día), generalmente para encontrarse con sus amigos o colegas por acuerdo previo, o a veces simplemente para escuchar historias de comercio y política. dicho por extraños. [5]

Al igual que Pepys, los hombres de negocios profesionales mantendrían horarios regulares en una cafetería en particular, sabiendo muy bien que sus colegas y clientes podrían buscarlos fácilmente allí. Las cartas también se pueden enviar directamente a un establecimiento de café, con cualquier remitente seguro sabiendo que el destinatario se puede encontrar regularmente allí.


Los cafés eran, por lo tanto, centros muy importantes para la difusión y recepción de la inteligencia comercial y política que circulaba por Londres. De hecho, a fines del siglo XVII, muchas cafeterías de Londres atendían específicamente intereses comerciales altamente especializados. Tom's Coffee-House en la City de Londres, por ejemplo, era el lugar predilecto de los aseguradores y banqueros de la capital. Del mismo modo, los editores de libros de Londres se reunían con entusiasmo todos los días en el Latin Coffee-House, cerca de la Catedral de San Pablo, para hacer circular información sobre su propio oficio en particular. [6]

Famosamente, una cafetería abierta por Edward Lloyd en la esquina de Abchurch Lane en la década de 1680 creció en popularidad entre los comerciantes y armadores, que se reunían allí todos los días para recopilar información sobre envíos, subastar cargamentos e informar sobre desastres marítimos. Con el tiempo, Lloyd's evolucionó hasta convertirse en una gran agencia dedicada al corretaje de seguros marítimos, que todavía prospera en la City de Londres hasta el día de hoy.


Los cafés también eran centros concurridos de noticias impresas e inteligencia. 
En 1688, el rey Jaime II prohibió la distribución de cualquier periódico en los cafés (aparte del periódico oficial del estado, 
London Gazette ) como una medida diseñada principalmente para evitar la circulación de publicaciones que se creía que criticaban al estado. Cuando la legislación que controlaba la publicación de periódicos en general caducó en 1695, se lanzaron varios periódicos en Londres (generalmente publicados dos o tres veces por semana), atendiendo a la insaciable demanda de información fresca.

Hacia 1702, Londres poseía su primer diario verdadero, el London Courant ; entre cada publicación se empleaban corredores que visitaban los cafés para difundir importantes 'flashes' de noticias que no podían esperar a la prensa. Otro lugar predilecto de los libreros de Londres, el Chapter Coffee-House, albergaba el 'Wet Paper Club', cuyos miembros se enorgullecían de su capacidad para recibir noticias tan recientes que el material impreso todavía estaba húmedo en la página. [7]

Títulos más especializados, como The Spectator y The Tatler , publicados desde principios del siglo XVIII en adelante, ganaron gran popularidad entre el público lector al ofrecer comentarios sobre la 'cultura de cafetería'. Ambos títulos contenían una potente mezcla de noticias, chismes y consejos morales, y como tales fueron un fenómeno editorial muy original e innovador. Los propietarios de cafeterías proporcionaban muchos de estos periódicos (y también libros impresos) de forma gratuita a sus clientes, y cada nueva edición pasaba de mano en mano, o simplemente se leía en voz alta para estimular el debate y la discusión.



La naturaleza masculina e intelectual altamente cargada de la cafetería también se desbordó en el mundo literario. Al igual que con la política y el comercio, cafeterías específicas desarrollaron sus propias atracciones para los autores, poetas, periodistas e ingeniosos de Londres. En Will's Coffee-House, al final de Bow Street, por ejemplo, el poeta John Dryden acaparaba a las clases literarias de la capital, intercambiando sátiras y versos satíricos con sus compañeros escritores. Cuando era joven, Alexander Pope persuadió a sus amigos para que lo acompañaran a Will's para escuchar las sabias palabras de Dryden, a pesar de los humildes antecedentes de Pope que, de lo contrario, le impedía cualquier contacto con la élite literaria. (Como católico practicante, Pope también se vio obligado por ley a vivir fuera de Londres). Jonathan Swift, por otro lado, encontró que Will's era menos que impresionante. Aquí encontró 'la peor conversación que escuchó en su vida', conducida por un puñado de ingeniosos con aire de importancia personal. [8]

Así, las reputaciones literarias podían hacerse o romperse en el vibrante e igualitario mundo de la cafetería. Después de la muerte de Dryden en 1700, Button's Coffee-House en Covent Garden superó a Will's como el gran lugar de veraneo de los autores londinenses. Establecido en 1712 bajo el patrocinio de Joseph Addison, Button se hizo popular entre Richard Steele, Pope y Swift, entre muchos otros escritores menos conocidos. Aquí se invitó a los autores a enviar pasquines y artículos satíricos de forma anónima a Joseph Addison's Guardian .periódico, que podía enviarse a través de un buzón con forma de cabeza de león. Las lealtades cambiantes y las críticas directas que a veces surgían en Button's podían resultar muy dañinas. Fue en Button's donde Pope "fue objeto de muchas molestias e insultos" por parte de los lectores críticos de su obra, una experiencia que lo llevó a su propia exclusión autoimpuesta del establecimiento. [9]


Sociabilidad, cortesía y discurso

Los cafés de finales del siglo XVII se destacaron por su carácter igualitario y democrático; personas de todos los rangos se sentaron juntas, participando activamente en debates con amigos y extraños por igual. La disposición de muchos cafés fomentó esta rica mezcla social. Muchos cafés poseían largas mesas comunales donde se esperaba que los clientes se sentaran y conversaran. Gente de todos los ámbitos de la vida venía a tomar un sorbo de un tazón de café y charlar con sus vecinos, libre de las convenciones sociales de clase y deferencia que generalmente se extendían a los superiores sociales en otros entornos.

Escribiendo a principios del siglo XVIII, el visitante suizo Cesare de Saussure señaló que la cafetería inglesa generalmente "no estaba demasiado limpia ni bien amueblada, debido a la cantidad de personas que acudían a estos lugares". Entre la clientela no sólo había dandis, eruditos, ingeniosos y políticos, sino también obreros y los menos favorecidos, que "habitualmente comienzan el día yendo a los cafés para leer las últimas noticias". [10]

En una época caracterizada por la división social y el estatus, esta "cultura de cafetería" se ha interpretado como un foco de cambio en las relaciones sociales y políticas británicas. Los efectos de 'nivelación' social de las conversaciones en los cafés fueron responsables del crecimiento de una nueva 'esfera pública', en la que todos los asistentes podían expresar libremente las críticas a la corte y al gobierno, sin temor a ser arrestados o procesados: un punto focal por el vociferante debate político que valoramos como una característica clave de la democracia actual.

Del mismo modo, también se considera que la cafetería fue un centro de los cambios que se produjeron en las costumbres sociales durante los siglos XVII y XVIII. Allí podían desarrollarse discusiones políticas, filosóficas y científicas libres del resentimiento que se vive en los círculos parlamentarios y judiciales, en un espacio reservado a las discusiones serias entre hombres afines de todas las clases. (La evidencia de mujeres que asisten a cafés es escasa: eran frecuentados abrumadoramente por una clientela masculina).

Los bebedores de café contemporáneos reconocieron esta atmósfera 'civilizadora' en ese momento. Joseph Addison, por ejemplo (el editor de la revista The Spectator ), creía que a principios de 1700 la cafetería existía como un refugio del "salvajismo" y el anonimato de la bulliciosa sociedad urbana , donde podían crecer y florecer nuevos estándares de comportamiento refinado. . [11] De manera similar, Richard Steele describió la cafetería como un lugar de encuentro para "todos los que viven cerca de ella, que se vuelven así para disfrutar de la vida tranquila y ordinaria", donde los hombres de todos los rangos pueden evadir la vida agitada de Londres. [12]

Sin embargo, esta visión de la cortesía innata ha sido cuestionada por algunos historiadores de la cultura de las cafeterías, quienes revelan que, por el contrario, muchas cafeterías pueden ser lugares ruidosos y cascarrabias, a veces caracterizados por la rudeza y la violencia casual. [13] Un lugar famoso cerca de Covent Garden , por ejemplo, Moll King's Coffee-House, era el famoso lugar predilecto de los bajos fondos londinenses, famoso por su ambiente obsceno y sus juergas nocturnas. Y no todas las cafeterías restringían su tarifa a las bebidas calientes. A veces se realizaban allí ventas clandestinas de cervezas y vinos.

Otros historiadores argumentan que, lejos de representar un espacio verdaderamente democrático para la interacción social, los cafés en realidad cimentaron el sistema de clases inglés. Muchos establecimientos siguieron siendo el lugar de recreo de una nueva clase media comercial adinerada, a la que los ciudadanos solo acudían, al igual que Samuel Pepys en la década de 1660, para pulir sus modales y forjar nuevos contactos.

Declive y caída

A fines del siglo XVIII, la popularidad de las cafeterías había disminuido drásticamente. Ya en la década de 1750, el consumo de té, que muchas personas consideraban una bebida preferida más dulce y sabrosa, comenzaba a eclipsar al del café. [14] A diferencia del café, el té también era sorprendentemente barato y fácil de preparar en la comodidad del hogar, sin necesidad de tostarlo ni molerlo. Por lo tanto, beber té como un acto público y sociable no logró despegar como lo hizo el café (al menos hasta el surgimiento de los salones de té a fines del siglo XIX), y no logró animar la vida social y política de la Gran Bretaña georgiana en la misma forma. camino.

A finales de 1700, el carácter socialmente mixto y acogedor de la cafetería había cambiado drásticamente. Muchas cafeterías se habían vuelto más exclusivas y solo abrían sus puertas a una clientela adinerada capaz de pagar costosas tarifas de suscripción. Después de mediados de siglo, muchas cafeterías populares se transformaron en clubes de miembros privados de élite, en el negocio en beneficio de los caballeros ricos y aristocráticos únicamente. [15] La acogedora hospitalidad de finales del siglo XVII había sido reemplazada por una forma más privada e individualista de entretenimiento social.

En parte biblioteca y en parte sala de debates, una cafetería siempre fue más que un simple lugar de refrigerio. En 1750, las nuevas formas de obtener noticias, cotilleos e información comercial (principalmente, de la prensa de noticias impresa popular y barata) habían socavado gravemente el lugar de la cafetería dentro de la cultura y la política británicas. Los diarios baratos que se podían leer tranquilamente en la comodidad del hogar habían dañado la función central de los cafés como centros de inteligencia. Y con el surgimiento de lugares de ocio más comercializados (teatros, jardines de recreo y conciertos, por ejemplo), la muerte de la cultura del café estaba asegurada.

notas al pie

[1] Markman Ellis, The Coffee House: A Cultural History (Londres, 2004), págs. 5–8.

[2] Edward Robinson, The Early English Coffee House (Londres, 2ª ed., 1972), pág. 66

[3] Brian Cowan, The Social Life of Coffee: The Emergence of the British Coffeehouse (Yale, 2011), pág. 94.

[4] Stephen Inwood, A History of London (Londres, 1998), p. 310.

[5] Ellis, La cafetería , pág. 58.

[6] Aytoun Ellis, The Penny Universities: A History of the Coffee Houses (Londres, 1956), pág. 106.

[7] Ellis, Las Universidades Penny , p. 106.

[8] John Timbs, Clubs and Club Life in London , vol. II (Londres, 1866), pág. 320.

[9] Timbs, Clubs y Club Life , p. 326.

[10] César de Saussure, A Foreign view of England in the Reigns of George I and George II , trad. y ed. por Madame Van Muyden (1729, reeditado en Londres, 1902), p. 162.

[11] Markman Ellis, Eighteenth-Century Coffee House Culture (Londres, 2017), vol. 2, pág. ix.

[12] Citado en Erin Mackie (ed.), The Commerce of Everyday Life: Selections from The Tatler and The Spectator (Londres, 1998), pág. 93.

[13] B Cowan, 'The Rise of the Coffeehouse Reconsidered', Historical Journal , 41(1) (2004), p. 32.

[14] Mackie, El Comercio de la Vida Cotidiana , p. 9.

[15] Ellis, La cafetería , pág. 214.


Imagen del encabezado: © Museo Británico

Escrito por Matthew White 

El Dr. Matthew White es investigador en historia en la Universidad de Hertfordshire, donde se especializa en la historia social de Londres durante los siglos XVIII y XIX. Los principales intereses de investigación de Matthew incluyen la historia del crimen, el castigo y la vigilancia, y el impacto social de la urbanización. Su trabajo publicado más recientemente ha analizado los modos cambiantes de la justicia pública en los siglos XVIII y XIX con especial referencia al papel que desempeñaron las multitudes en las ejecuciones y otros castigos judiciales.


POÉTICA DEL CAFÉ

DE ANTONI MARTÍ MONTERDE

Ronda poética y política del café

Un recorrido visual por 35 bares y cafés literarios de todo el mundo

https://lithub-com.translate.goog/a-visual-tour-of-35-literary-bars-and-cafes-from-around-the-world/?_x_tr_sl=auto&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es

Bebe donde alguna vez bebieron tus escritores favoritos

En nuestras fantasías habituales, los escritores no hacen nada más que sentarse en pequeñas mesas de café, a veces reuniéndose con sus amigos, otras veces mirando con nostalgia una pinta o haciendo girar un espresso antes de escribir su último pensamiento brillante. Puede que le haya funcionado a Hemingway, pero estoy aquí para decirles: no suele ser así como se ve la escritura. Pero bueno, es viernes. Entonces, ¿qué mejor momento para disfrutar de nuestros sueños y salivar en algunos de los bares y cafés que frecuentaban los escritores famosos en los días de antaño? Quiero decir, dejando de lado las fantasías literarias, no me importaría leer un rato en cualquiera de estos. Por supuesto, esta no es una lista completa de todos los lugares en los que bebió un escritor famoso, sobre todo porque con el fin de evitar la trampa de Nueva York/París/Dublín, he limitado las opciones a una por ciudad, así que siéntete libre. para agregar a la lista. Ahora, sin más preámbulos: 35 abrevaderos literarios en 35 ciudades. ¿Cuál visitarías?

Café TortoníCafé Tortoní
Café Tortoní
Ramón Corvera

Café Tortoni , Buenos Aires, Argentina

Dirección: av. de Mayo 825, 1084 CABA, Argentina

Pedigrí literario: Jorge Luís Borges y la poeta modernista  Alfonsina Storni fueron visitantes frecuentes en los años 70, y todavía están allí, en forma de figura de cera, en la mesa habitual de Borges, pasando el rato con Carlos Gardel.

cafe la habana
francisco mackee

Café la Habana, Ciudad de México, México

Dirección:  Calle Morelos 62, Cuauhtémoc, Juárez, Ciudad de México, México

Pedigrí literario:  Roberto Bolaño (quien cambió el nombre a Café Quito cuando se refirió a él en su obra), Octavio Paz , Gabriel García Márquez y Mario Santiago Papasquiaro (sin mencionar a Fidel Castro y Che Guevara, reunidos para planear la revolución) fueron asiduos aquí.

la posada de george
Fideicomiso Nacional/Greene King
la posada de george
Fideicomiso Nacional/Michael Caldwell

The George Inn , Londres, Inglaterra

Dirección: Borough High Street, Londres, SE1, Reino Unido

Pedigrí literario: Charles Dickens bebió aquí (y se refiere a ello en Little Dorrit ); también William Shakespeare (aunque el edificio real que frecuentaba fue incendiado).

vesubio
justin goldman
vesubioKonrad Glogowskivesubio
San Francisco Semanal

Vesuvio Café , San Francisco, California, EE. UU.

Dirección:  255 Columbus @ Jack Kerouac Alley, North Beach, San Francisco, California

Pedigrí literario: justo al otro lado del callejón de la librería City Lights de Lawrence Ferlinghetti (dicho callejón pasó a llamarse "Jack Kerouac Alley" en 1988), Vesuvio era un punto de acceso Beat, el lugar favorito de Jack Kerouac (obviamente), Neal Cassady y Allen . Ginsberg .

El Floridita
amy goodman
El Floridita
Tzooka | Tiempo de sueños

El Floridita , La Habana, Cuba

Dirección:  Obispo 557 esq a Monserrate Habana Vieja , La Habana 10100, Cuba

Pedigrí literario:  el primero de muchos lugares en esta lista que Ernest Hemingway frecuentaba: estaba justo al final de la calle del hotel donde mantuvo una habitación durante años, pero incluso después, llevaría a Martha Gellhorn allí. Una estatua de bronce de tamaño natural de Papa todavía se sienta en el bar, escuchando un buen diálogo. Ezra Pound , John dos Passos y Graham Greene también fueron patrocinadores.

Café Romanische

Café Romanische
Bildarchiv Foto Marburgo

Romanisches Café, Berlín, Alemania

Dirección: Budapester Str. 47, 10787 Berlín, Alemania

Literary Pedigree: After opening in 1916, this café-bar quickly became a regular meeting place for Berlin’s intelligentsia, including Bertolt BrechtJoseph Roth, and Erich Maria Remarque. The whole building was destroyed in a 1943 air raid.

Café Haití
David Block

Café Haiti, Lima, Peru

Address: Diagonal 160, Miraflores Lima 18, Peru

Literary PedigreeJulio Ramón Ribeyro was a regular here.

El corte de cebada

The Barley Mow, Dorset, England

Address: Long Ln, Wimborne BH21 7AH, UK

Pedigrí literario : Evelyn Waugh tomó habitaciones aquí mientras trabajaba en su primera novela,  Decadencia y caída , y pasó no poco tiempo en el pub de la planta baja.

Café Pedrocchi
SailkoCafé Pedrocchi
Telégrafo

Caffé Pedrocchi, Padua, Italia

Dirección:  Via VIII Febbraio, 15, 35122 Padova PD, Italia

Pedigrí literario : la proximidad del café a la Universidad de Padua lo convirtió en un lugar frecuentado por estudiantes e intelectuales, incluidos Lord Byron , Stendhal y Dario Fo .

Donzoko

Donzoko , Tokio, Japón

Dirección:  3-45-3 Yushima, Bunkyo-ku, Tokio

Literary Pedigree: Takes its name from the Japanese title for Maxim Gorky’s play The Lower Depths, and was also a favored watering hole of Yukio Mishima (though it sounds like Mishima drank in quite a number of bars).

dos magos
Parisianistdos magos
Parisianist

Les Deux Magots, Paris, France

Address: 6 Place Saint-Germain des Prés, 75006 Paris, France

Literary Pedigree: Paris is filled with literary cafés (La Rotonde, Dingo Bar, Le Procope, Café de Flore, etc. etc. etc.) but since I can only choose one, it will have to be Les Deux Magots, arguably the most famous, and as far as I know the only café with its own literary prize. Famous for being frequented by Verlaine and RimbaudSimone de Beauvoir and Jean-Paul Sartre, as well as Ernest HemingwayJames JoyceAlbert CamusBertolt BrechtJames BaldwinChester HimesRichard Wright, and even Julia Child.

taberna arroyo arbolado
Rob K/Gone Adventuring
taberna arroyo arboladoRob K/Gone Adventuringtaberna arroyo arbolado
Rob K/Gone Adventuring

The Woody Creek Tavern, Aspen, Colorado, USA

Address: 2858 Upper River Rd, Woody Creek, CO, 81656

Literary Pedigree: The favorite bar of Hunter S. Thompson, who lived nearby. The bar’s regulars report frequent appearances by “Hunter hunters” on a pilgrimage—and that they like to give them the wrong directions.

Sloppy Joes
Duval Street
Sloppy Joes
Duval Street

Sloppy Joe’s, Key West, Florida, USA

Address: 201 Duval Street, Key West, FL 33040

Literary Pedigree: This is the site of the annual Ernest Hemingway look-alike contest—though the Sloppy Joe’s the author actually visited is down the street, and renamed Captain Tony’s Saloon. Still, tourist dollars are tourist dollars.

Literaturnoe Café

Literaturnoe Café

Literaturnoe Café
Ninarás

Literaturnoe Kafe (Wolff et Beranget Confitería) , San Petersburgo, Rusia

Dirección:  18, Nevsky Prospekt, San Petersburgo

Pedigrí literario : Otro restaurante con una efigie de cera de una leyenda literaria: esta vez es Aleksander Pushkin , sentado en una mesa junto a la ventana. Es apropiado: este lugar, luego una tienda de dulces y un café chino (lo que sea que eso signifique), fue donde Pushkin conoció a su segundo y tuvo su última comida camino al duelo que lo mataría. Mikhail Lermontov y Taras Shevchenko eran asiduos. También es donde  Fyodor Dostoyevsky conoció a Mikhail Petrashevsky por primera vez, y finalmente se unió a su círculo socialista utópico.

club liguanea
Asesor de viaje
club liguanea
Asesor de viaje

Liguanea Club, Kingston, Jamaica

Address: Knutsford Boulevard, New Kingston, Kingston 5, Jamaica, W.I

Literary Pedigree: Ian Fleming spent a lot of time here after establishing his estate in Jamaica, and it just so happens to be the inspiration behind the Queen’s Club in Dr. No.

Cervecería Alemana
Alice Silver
Cervecería Alemana
Alice Silver

Cervecería Alemana, Madrid, Spain

Address: Plaza Santa Ana, 6 28012, Madrid, Spain

Literary Pedigree: You have to drink somewhere after the running of the bulls. In a piece in a 1960 issue of LIFE magazine, Ernest Hemingway called it “a good café and beer place on the Piaza Santa Ana in Madrid which I had frequented for many years.”

Café Giubbe Rosse
Sailko

Café Giubbe Rosse

Caffé Giubbe Rosse, Florence, Italy

Dirección:  Piazza della Repubblica, 13/14r, 50123 Florencia FI, Italia

Pedigrí literario:  donde todos los poetas futuristas solían pasar el rato. Ver también.

Café Braunerhof
andreas praefcke

Café Bräunerhof, Viena Austria

Dirección:  01, Stallburggasse 2, Viena, Austria

Pedigrí literario:  El abrevadero favorito de  Thomas Bernhard .

la sala de juegos
aventuras urbanas
la sala de juegos
Espectros

The Frolic Room, Los Ángeles, California, EE. UU.

Dirección:  6245 Hollywood Blvd, Los Ángeles, CA 90028

Pedigrí literario: según se informa, uno de los muchos lugares en Los Ángeles donde a Charles Bukowski le gustaba emborracharse.

Centro, Budapest

Centro, Budapest
Hartyanyi Norbert / We Love Budapest

Central, Budapest, Hungría

Address: Karolyi utca 9.Budapest 1053, Hungary

Literary Pedigree: The favored café for the staff of Nyugat, Budapest’s most influential literary magazine, as well as a watering hole for Hungarian authors Géza Gárdonyi and Ferenc Molnár.

Antico Café Greco
Travel + Leisure
Antico Café Greco
George Terezakis

Antico Caffé Greco, Rome, Italy

Address: Via dei Condotti, 86, 00187 Roma RM, Italy

Literary Pedigree: Famous for serving coffee to a slew of artists, philosophers, and other luminaries, the literary of which included: Johann Wolfgang von GoetheLord ByronPercy and Mary ShelleyJohn KeatsNikolai Gogol, Nathaniel HawthorneMark TwainHans Christian Andersen, and Stendhal.

Café A Brasileira
Tiffany Devoy
Café A Brasileira
DIMSFIKAS
Café A Brasileira
Nol Aders

Café A Brasileira, Lisbon, Portugal

Address: R. Garrett 122, 1200-273 Lisboa, Portugal

Pedigrí literario:  otro punto de acceso para intelectuales de todas las tendencias, incluido el novelista Aquilino Ribeiro y el poeta Alfredo Pimenta , pero el habitante más famoso debe ser Fernando Pessoa , quien todavía se sienta afuera, para siempre en bronce. (Aparentemente, el secreto es que su café favorito en realidad estaba en otro lugar). 

Zonars, Atenas
Archivo Zonares
Zonars, Atenas
Yiorgos Kordakis
Zonars, Atenas
Archivo Zonares

Zonars, Atenas, Grecia

Dirección:  Voukourestiou 9, Athina 106 71, Grecia

Pedigrí literario:  en la década de 1930, muchos escritores y otros intelectuales se detuvieron aquí mientras viajaban por Grecia, incluidos Jorge Luis Borges , Henry Miller , Lawrence Durrell y Evelyn Waugh .

Pasticceria Café Pirona
betta27
Pasticceria Café Pirona
señoritaclaire

Pasticceria Caffe Pirona, Trieste, Italia

Dirección:  Largo della Barriera Vecchia, 12, 34129 Trieste TS, Italia

Pedigrí literario:  se rumorea que  James Joyce  trabajó en  Ulises  en este café, se rumorea que escribió las primeras páginas allí, de pie, pero de cualquier manera, definitivamente frecuentaba el lugar, ya que vivió al otro lado de la calle durante dos años. Italo Svevo y Umberto Saba también fueron patrocinadores.

El águila y el niño

El águila y el niño
tom murphy vii

El águila y el niño, Oxford, Inglaterra

Dirección:  49 St Giles', Oxford OX1 3LU, Reino Unido

Pedigrí literario: donde JRR  Tolkien , CS Lewis y el resto de su grupo de escritores, los Inklings (que sabían que podían ser tan cursis), tenían almuerzos semanales durante muchos años, en el salón privado al que llamaban Rabbit Room.

Café a Porta
Christian Bickel

Café a Porta, Copenhague, Dinamarca

Dirección:  Kongens Nytorv 17, 1050 København K, Dinamarca

Pedigrí literario:  Hans Christen Andersen vivió encima del café durante tres años y era un habitual; después de que se mudó, Karen Blixen también frecuentaba el lugar.

La casa del elefante

La casa del elefante
Joanna viajando

La Casa del Elefante , Edimburgo, Escocia

Dirección:  21 George IV Bridge, Edimburgo EH1 1EN, Reino Unido

Pedigrí literario: este café es famoso por ser el lugar donde  JK Rowling comenzó a escribir el primer  libro de Harry Potter  , pero como se inauguró en 1995, ese hecho parece bastante discutible. La afición lo ha aceptado como lugar de peregrinación , sin embargo, algo que la dirección no hace nada por disuadir. Ian Rankin y Alexander McCall-Smith también han tomado el té allí.

café del louvre
Estancia en Praga
café del louvre
Jan Prerovsky

Café Louvre, Praga, República Checa (o Café Monmarte)

Dirección:  Národní 22, 110 00 Nové Město, Chequia

Pedigrí literario:  Franz  Kafka (y su mejor amigo Max Brod ) solían comer aquí. Ver también: Café Monmarte.

Carrusel Bar en el Hotel Monteleone

Carrusel Bar en el Hotel Monteleone

Carrusel Bar en el Hotel Monteleone, Nueva Orleans, Luisiana, EE.UU.

Dirección:  214 Royal St, Nueva Orleans, LA 70130

Pedigrí literario : según el sitio web de Monteleone ,  William Faulkner , Tennessee Williams , Truman Capote , Ernest Hemingway , Eudora Welty , Anne Rice y Rebecca Wells se quedaron en el hotel y bebieron en el bar, y Capote incluso solía afirmar, mientras bebían, que había nacido allí. “No lo estaba”, nos asegura el hotel. “Aunque su madre vivió en el hotel histórico durante su embarazo, llegó al hospital a tiempo para el debut de Truman”.

Cafetería Mellqvist
Mis cuentos de comida nórdica

Mellqvist Kaffebar, Estocolmo, Suecia

Dirección:  Rörstrandsgatan 4, 113 40 Estocolmo, Suecia

Pedigrí literario  en su trilogía Millennium,  Stieg Larsson le dio a Mikael Blomkvist su propia cafetería favorita. Se encuentra justo debajo de las oficinas de  Expo , la revista donde Larsson fue editor desde 2004 hasta su muerte (otro detalle que le dio a sus personajes).

Nowa Prowincja
Kawiarniany
Nowa Prowincja
Kawiarniany

Nowa Prowincja, Cracovia, Polonia

Dirección:  Bracka 3-5, 31-005 Cracovia, Polonia

Pedigrí literario  según se informa, es el lugar favorito de la poeta ganadora del Premio Nobel  Wisława Szymborska y de un elenco rotativo de otros escritores polacos, incluido Czesław Miłosz .

Ritz-Carlton, Boston
Distrito Literario de Boston

Ritz-Carlton, Boston, Massachusetts, EE. UU.

Dirección:  15 Arlington St,  Boston MA 02116 Estados Unidos

Pedigrí literario :  Sylvia Plath y Anne Sexton solían encontrarse en el bar del hotel para tomar martinis (generalmente al menos tres) después de su seminario de poesía con Robert Lowell. También se rumorea que  Tennessee Williams  escribió partes de A Streetcar Named Desire en el bar. (Ahora es el Taj Boston.)

Gran Café, Oslo
Bjorn Erik Pedersen

Gran Café, Oslo

Gran Café, Oslo, Noruega

Dirección:  Karl Johans gate 31, 0159 Oslo, Noruega

Pedigrí literario  según el sitio web del restaurante , este fue una vez  el lugar de almuerzo diario de Henrik Ibsen . Además, no en vano, cuentan que “Edvard Munch una vez se ofreció a cambiar el cuadro “Niña enferma” a cambio de 100 cenas de bistec”. Espero que hayan aceptado ese trato.

Salón del castillo de Grogan
tiempos irlandeses

Salón Grogan's Castle, Dublín, Irlanda

Dirección:  15 William St S, Dublín 2, D02 H336, Irlanda

Pedigrí literario : casi todos los bares de Dublín son bares literarios. Pero he oído que este bar, además de ser uno de los favoritos de Flann O'Brien , es donde todavía se juntan los tipos literarios, así que eso lo llevó al límite. Ver también: Kennedy's, Davy Byrnes, Brazen Head, The Palace Bar, etc.

La taberna del caballo blanco

La taberna del caballo blanco
Nueva York efímera

The White Horse Tavern, Nueva York, Nueva York, EE. UU.

Dirección:  567 Hudson St, Nueva York, NY 10014

Pedigrí literario  hay un millón de bares y cafés literarios en la ciudad de Nueva York para elegir, pero solo podemos poner uno aquí, y por mi dinero, el White Horse es el más famoso. Después de todo, es donde Dylan Thomas bebió hasta morir. Por otro lado, James Baldwin , Norman Mailer , Anaïs Nin , Hunter S. Thompson , Jack Kerouac , John Ashbery y Frank O'Hara lograron salir más o menos vivos. Ver también: Elaine's, Cedar Tavern, Algonquin, Chumley's, Pete's, etc. etc. etc.

Cafés Históricos: GUÍA




Anécdotas  
El café y los escritores: una historia de amor



Y esto es la última moda. No hay comentarios ni aportes.



La historia  de las tertulias, con datos.

Tertulia y tertulias de rebotica: orígenes y significado (I)
José González Núñez


Las tertulias de rebotica ocupan un lugar relevante no solo en la historia de la farmacia española, sino también en la propia historia de España, por las importantes repercusiones sociales, políticas y culturales a que han dado lugar, especialmente en el período comprendido entre finales del siglo XVIII y las últimas décadas del siglo XX. En algunas de ellas se condensó el saber popular y los más refinados pensamientos intelectuales; en otras, se pudo establecer un diálogo fructífero entre ciencia y arte, entre historia y literatura, y, en fin, en otras, se debatió entre lo divino y lo humano, lo sagrado y lo profano, la física y la metafísica de los días vividos y los por venir.

Antes que nada, comenzaremos por esclarecer las palabras que construyen el título del artículo. La palabra tertulia es una singularidad de la lengua española que, al parecer, entró en el idioma francés y en la lengua inglesa en el último cuarto del siglo XVIII desde nuestra geografía lingüística. Sin embargo, su origen y etimología son un misterio que sigue sin resolverse, a pesar de los variados intentos que se han realizado desde los tiempos de Antonio de Nebrija.

En la actualidad, el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (DRAE) define tertulia en su primera acepción como “reunión de personas que se juntan habitualmente para conversar sobre algún tema”, si bien da esta otra: “En los antiguos teatros de España, corredor en la parte más alta”. Por otra parte, “tertuliar” aparece con el significado de “conversar, estar de tertulia”, y tertulio, el de “tertuliano, que participa en una tertulia”.

Según recoge Enrique Tierno Galván, a mediados del siglo XIX, cuando las tertulias vivían su momento de mayor auge, El averiguador universal, una publicación que ofrecía resolver cuantas dudas eruditas le plantearan sus lectores, afirmaba tras numerosas averiguaciones que nada concreto se había podido encontrar y remitía a la hipótesis según la cual la voz “tertulia” procedía de Tertuliano, padre de la iglesia del siglo I-II y autor muy citado por los clérigos del Siglo de Oro español, que se reunían a charlar acerca de lo divino y de lo humano, de lo sagrado y de lo profano: “… no se hallará predicador que no le interprete, doctor que no le explique, letrado que no le alegue, siguiendo este estilo mismo los profesores de todas las ciencias y artes, pues a ninguna dejó de saber, de enseñar y de decir Tertuliano» (Joseph Pellicer).




Asimismo, el Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana (1954), de Joan Corominas, asegura que no se sabe el origen, pero considera verosímil la explicación que ofrece el estudioso Adolf Friedrich von Schack en su Historia de la literatura y del arte dramático en España (1846): “El nombre tertulia aparece hacia la mitad del siglo XVII y sale desde entonces frecuentemente en las obras teatrales. Así se llamaban los palcos del piso alto, que antes habían llevado el nombre de desvanes, y en los cuales se sentaba sobre todo el público educado y la gente de Iglesia. Entonces estaba de moda estudiar a Tertuliano, y los sacerdotes en particular tenían la costumbre de adornar sus sermones con citas de sus obras, por lo cual se les dio humorísticamente el nombre de tertuliantes, y a su lugar el de tertulia. De estos palcos, a los cuales ya anteriormente se había dado el nombre honorífico de desvanes eruditos, salían los dictámenes a los que el autor reconocía más fuerza, como procedentes de hombres entendidos”.

El gran filólogo catalán también sugería un juego de palabras que se hacía con el nombre Tertullius, que podía ser leído como ter Tullius (el que vale tres veces más que Tulio, o sea, Cicerón), juego originado en la corrupción de un pasaje de San Agustín en el cual philosophaster Tullios se convirtió, por error o por broma, en philosophus ter Tullius. En nuestros días, el poeta y ensayista mexicano Gabriel Zaid considera que ter, aparte de estar relacionado con Tertuliano y otros nombres derivados que los romanos utilizaban para indicar el orden de nacimiento de sus hijos (Tercio, Tértulo…), puede designar al tercer y último piso de algunos teatros y salas de espectáculos, mientras que su compatriota José de la Colina consideraba a la tertulia como “un espontáneo simposio con más palabras que ideas, más chistes que teorías, más chismes que eruditeces, más ratos de fiesta que de discordia…”.

La documentación más antigua acerca de tertulia que encontró Corominas está en un entremés de Luis Quiñones de Benavente en el que se hace referencia a la misma en el sentido de una parte del teatro. Poco tiempo después, Luis Ulloa Pereira utiliza en plural la palabra tertuliano: “Y entraron los tertulianos/ Rigidísimos jueces,/ Que sedientos de Aganipe / Se enjuagan pero no beben”.

En La fascinante historia de las palabras, Ricardo Soca extrae un texto de finales del siglo XVII del padre Diego Calleja: “… los que por alusivo gracejo llamamos tertulios, que sin haber cursado por destino las Facultades, con su mucho ingenio y alguna aplicación suelen hacer, no en vano, muy buen juicio de todo”, mientras que en el prólogo a una de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz encuentra el hispanista francés Marcel Bataillon la palabra tertuliano en el sentido de contertulio, cosa nada extraña si se tiene en cuenta la querencia de la poeta del conocimiento por las tertulias, en las cuales no es difícil imaginar que dejaría patente el propósito señalado por el premio Nobel Octavio Paz: “Una monja díscola que quiere pensar y enseñar a otras mujeres las ciencias terrestres como condición para que puedan acceder a las celestes».

Por tanto, parece claro que el vocablo, que todavía no aparece en el Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias (1611), estaba ya difundido poco tiempo después del nacimiento del Barroco para designar a un grupo de opinantes menos encorsetado que el de las llamadas “academias” de su tiempo, aunque su presencia en los textos literarios fuera todavía escasa.

El Diccionario de autoridades de la Real Academia Española (1726-1739) da tres acepciones de la palabra tertulia: 1. “La junta voluntaria o congreso de hombres discretos para discurrir en alguna materia. Algunos dicen tertulea”; 2. “Se llama también la junta de amigos y familiares para conversación, juego y otras diversiones honestas”; 3. “En los corrales de comedias de Madrid, es un corredor en la fachada frontera al teatro superior, y más alto a todos los aposentos”. El erudito Benito Jerónimo Feijóo utiliza el término “tertulio” con un cierto matiz irónico: «miserable de mí por no haber padecido la desgracia de caer en manos de unos tertulios despiadados», participando así de la animadversión popular que a lo largo del siglo XVIII se tuvo hacia las tertulias y los tertuliantes (términos empleados por los ilustrados), que fue creciendo paralelamente al incremento de las mismas.

El poeta José Cadalso dice que se llama tertulia a “cierto número de personas que concurren con frecuencia a una conversación», pero no dejó de satirizar sobre la falsa sabiduría de los pedantes que sin siquiera leer quieren opinar de todo y lo hacen con pretensiones.

Por su parte, el dramaturgo Ramón de la Cruz pone en boca de uno de sus personajes una tibia defensa de la tertulia como diversión casera, aproximándola más a la “academia” que al “salón”. En cualquier caso, a lo largo del siglo XVIII existió la opinión, bastante generalizada, de que estas “academias caseras” eran centros de murmuración y envidias, pero en ellas se podían pasar un rato muy divertido al tiempo que podía uno añadir nuevos conocimientos a su personal fardo de saberes, aunque la finalidad de todas estas reuniones estuviera bastante alejada de encontrar la manera de cómo le damos sentido al mundo, elevado propósito en el que andaban enfrascados el Círculo de Jena y distintos “salones” de intelectuales europeos.

A lo largo de la primera mitad del siglo XIX las tertulias se generalizan y durante la segunda parte del mismo y primeras décadas del siglo XX llegan a su plenitud y dan lugar a una importante literatura acerca del tema, a pesar de que personajes, como el polifacético Francisco de Paula Mellado, las rechazara abiertamente, acusándolas de “reuniones ociosas”.

Aunque las tertulias proliferaron por todas partes, fueron las tertulias de café y casino, así como las de algunas instituciones de amigable refugio, como las del Ateneo madrileño (La Cacharrería), donde se discutía de arte y ciencia, de filosofía y religión, de política y toros, de poesía y teatro, de greguerías y aforismos, de narrativa corta y larga, de guerra y paz …, las que adquirieron mayor fama y se nutrieron de las opiniones de importantes literatos, artistas, intelectuales, políticos y grandes “enviciados de la conversación”. Después de la Guerra Incivil, las tertulias sobrevivieron a duras penas y de un modo más errante, si bien algunas de las pocas tertulias estables, como la del Café Gijón madrileño, adquirieron una gran relevancia y popularidad, llegando incluso a convertirse en trasunto literario.

No obstante, a nivel popular, antes de la llegada de la televisión, las gentes se reunían para contarse cuentos y leyendas, sucedidos e historias particulares, alrededor de una mesa camilla o de un brasero, al “amor de la lumbre”, como sucedía en los famosos filandones, que tan bien han divulgado en nuestros días Luis Mateo Diez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio, o al palojeo llevado a cabo al fresco de la luna lunera mediterránea, bastante menos conocido. El desarrollo de los medios audiovisuales y el avance tecnológico han traído consigo otras nuevas formas de tertulia que nada o poco tienen que ver con las de antaño.

En cuanto a la palabra rebotica, el DRAE dice: “Habitación que está detrás de la principal de una botica y que le sirve de desahogo”. Por su parte, botica con su significado de “oficina o tienda en que se hacen y venden las medicinas y remedios para la curación” (Diccionario de Autoridades) viene del griego bizantino apotheke: almacén o depósito de mercaderías (el derivado latino apotheca se transformó en castellano en bodega).

Seguramente, la más antigua referencia literaria de botica es la que aparece en la primera versión castellana de los cuentos de Calila y Dimna (s XIII), aunque en esa época el vocablo se refería a una tienda (el texto hace referencia a dos amigos especieros): “Y, luego, cuando fue de día, vinieron él y su compañero, ambos dos, a la botica”. Sebastián de Covarrubias dice que botica es la tienda del boticario, que es el que vende las drogas y medicinas, y se llama así por razón de tenerlas en botes, donde se conservan los ungüentos, los olores, los electuarios y conservas y drogas o especies, que por esto el toscano los llama especiarios (Tesoro de la lengua castellana o española, 1616).

La rebotica era el espacio privado de las farmacias y en él tenían lugar, entre otras cosas, las llamadas tertulias de rebotica, definidas por Raúl Guerra Garrido (El herbario de Gutemberg) como “encuentro social con vocación de ingenio literario y conspiración política” y también como “lugares para la curiosidad, que es el motor de la curiosidad y de la ciencia”, aunque, según cuenta José Luis Urreiztieta en su impagable libro Las tertulias de rebotica en España. Siglos XVIII-XX (1985), también se comentaban los últimos descubrimientos, especialmente los referentes a la medicina o a la química, se fomentaban chácharas políticas y literarias, se debatían los más variados y pintorescos temas y, en ocasiones, se trataba simplemente de pasar el rato jugando al ajedrez o a variadas partidas de cartas, como la brisca, al tute, al tresillo y las siete y media.

En el prólogo a la obra de Urreiztieta, Tierno Galván reflexiona sobre estas singulares reuniones: “Entre el ruido de los morteros y el tintineo de las probetas se hizo parte de la historia de España contemporánea con el carácter casi de secreto o al menos de particularidad no compartida ni difundida a no ser entre unos pocos por lo común notables. Diferéncianse así las reuniones de las reboticas tanto de las tertulias comunes de café, abiertas y públicas, en las que la cohibición predomina sobre el recato, como de las que se forman en los casinos provincianos en los que la murmuración despiadada y la ausencia de preparación intelectual son las notas diferenciadoras”.

Urreiztieta, que tuvo botica y tertulia en Navaluenga (Ávila) y fue el impulsor de la Asociación Española de Farmacéuticos de las Letras y las Artes (AEFLA) hace 50 años, señala la aparición y desarrollo de las tertulias de rebotica en el siglo XVIII, en una época propicia a toda clase de tertulias: salones, cafés, librerías, ateneos, etc., aunque esto no quiere decir que no las hubiese antes, especialmente durante la etapa de la farmacia árabe, como muestra la iconografía de algunas de las obras más representativas que han llegado hasta nosotros. Su período más floreciente se manifestó a lo largo de la segunda parte del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX.

Paradójicamente, la etapa de expansión de las tertulias de rebotica se produjo en el período en el que la antigua botica se fue transformando en la farmacia moderna y la fórmula magistral en producto industrial, a partir de la revolución científica que supuso el aislamiento de los principios activos de las plantas y la síntesis química de otros fármacos. Es la época en la que el boticario de formación gremial se convierte en farmacéutico universitario. No obstante, en todo momento, mantuvieron su nombre inicial de, a pesar de la paulatina desaparición de la propia palabra botica, seguramente porque, como señalaba el poeta Gerardo Diego el prefijo “re”, que tan bien viene para designar la trastienda o rincón de tertulia de botica, le viene muy mal a la farmacia: “no, no se puede decir refarmacia”.

Tertulia y tertulias de rebotica: orígenes y significado (I)


Las tertulias de rebotica ocupan un lugar relevante no solo en la historia de la farmacia española, sino también en la propia historia de España, por las importantes repercusiones sociales, políticas y culturales a que han dado lugar, especialmente en el período comprendido entre finales del siglo XVIII y las últimas décadas del siglo XX. En algunas de ellas se condensó el saber popular y los más refinados pensamientos intelectuales; en otras, se pudo establecer un diálogo fructífero entre ciencia y arte, entre historia y literatura, y, en fin, en otras, se debatió entre lo divino y lo humano, lo sagrado y lo profano, la física y la metafísica de los días vividos y los por venir.

Antes que nada, comenzaremos por esclarecer las palabras que construyen el título del artículo. La palabra tertulia es una singularidad de la lengua española que, al parecer, entró en el idioma francés y en la lengua inglesa en el último cuarto del siglo XVIII desde nuestra geografía lingüística. Sin embargo, su origen y etimología son un misterio que sigue sin resolverse, a pesar de los variados intentos que se han realizado desde los tiempos de Antonio de Nebrija.

En la actualidad, el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (DRAE) define tertulia en su primera acepción como “reunión de personas que se juntan habitualmente para conversar sobre algún tema”, si bien da esta otra: “En los antiguos teatros de España, corredor en la parte más alta”. Por otra parte, “tertuliar” aparece con el significado de “conversar, estar de tertulia”, y tertulio, el de “tertuliano, que participa en una tertulia”.

Según recoge Enrique Tierno Galván, a mediados del siglo XIX, cuando las tertulias vivían su momento de mayor auge, El averiguador universal, una publicación que ofrecía resolver cuantas dudas eruditas le plantearan sus lectores, afirmaba tras numerosas averiguaciones que nada concreto se había podido encontrar y remitía a la hipótesis según la cual la voz “tertulia” procedía de Tertuliano, padre de la iglesia del siglo I-II y autor muy citado por los clérigos del Siglo de Oro español, que se reunían a charlar acerca de lo divino y de lo humano, de lo sagrado y de lo profano: “… no se hallará predicador que no le interprete, doctor que no le explique, letrado que no le alegue, siguiendo este estilo mismo los profesores de todas las ciencias y artes, pues a ninguna dejó de saber, de enseñar y de decir Tertuliano» (Joseph Pellicer).

Asimismo, el Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana (1954), de Joan Corominas, asegura que no se sabe el origen, pero considera verosímil la explicación que ofrece el estudioso Adolf Friedrich von Schack en su Historia de la literatura y del arte dramático en España (1846): “El nombre tertulia aparece hacia la mitad del siglo XVII y sale desde entonces frecuentemente en las obras teatrales. Así se llamaban los palcos del piso alto, que antes habían llevado el nombre de desvanes, y en los cuales se sentaba sobre todo el público educado y la gente de Iglesia. Entonces estaba de moda estudiar a Tertuliano, y los sacerdotes en particular tenían la costumbre de adornar sus sermones con citas de sus obras, por lo cual se les dio humorísticamente el nombre de tertuliantes, y a su lugar el de tertulia. De estos palcos, a los cuales ya anteriormente se había dado el nombre honorífico de desvanes eruditos, salían los dictámenes a los que el autor reconocía más fuerza, como procedentes de hombres entendidos”.

El gran filólogo catalán también sugería un juego de palabras que se hacía con el nombre Tertullius, que podía ser leído como ter Tullius (el que vale tres veces más que Tulio, o sea, Cicerón), juego originado en la corrupción de un pasaje de San Agustín en el cual philosophaster Tullios se convirtió, por error o por broma, en philosophus ter Tullius. En nuestros días, el poeta y ensayista mexicano Gabriel Zaid considera que ter, aparte de estar relacionado con Tertuliano y otros nombres derivados que los romanos utilizaban para indicar el orden de nacimiento de sus hijos (Tercio, Tértulo…), puede designar al tercer y último piso de algunos teatros y salas de espectáculos, mientras que su compatriota José de la Colina consideraba a la tertulia como “un espontáneo simposio con más palabras que ideas, más chistes que teorías, más chismes que eruditeces, más ratos de fiesta que de discordia…”.

La documentación más antigua acerca de tertulia que encontró Corominas está en un entremés de Luis Quiñones de Benavente en el que se hace referencia a la misma en el sentido de una parte del teatro. Poco tiempo después, Luis Ulloa Pereira utiliza en plural la palabra tertuliano: “Y entraron los tertulianos/ Rigidísimos jueces,/ Que sedientos de Aganipe / Se enjuagan pero no beben”.

En La fascinante historia de las palabras, Ricardo Soca extrae un texto de finales del siglo XVII del padre Diego Calleja: “… los que por alusivo gracejo llamamos tertulios, que sin haber cursado por destino las Facultades, con su mucho ingenio y alguna aplicación suelen hacer, no en vano, muy buen juicio de todo”, mientras que en el prólogo a una de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz encuentra el hispanista francés Marcel Bataillon la palabra tertuliano en el sentido de contertulio, cosa nada extraña si se tiene en cuenta la querencia de la poeta del conocimiento por las tertulias, en las cuales no es difícil imaginar que dejaría patente el propósito señalado por el premio Nobel Octavio Paz: “Una monja díscola que quiere pensar y enseñar a otras mujeres las ciencias terrestres como condición para que puedan acceder a las celestes».

Por tanto, parece claro que el vocablo, que todavía no aparece en el Tesoro de la lengua castellana o española, de Sebastián de Covarrubias (1611), estaba ya difundido poco tiempo después del nacimiento del Barroco para designar a un grupo de opinantes menos encorsetado que el de las llamadas “academias” de su tiempo, aunque su presencia en los textos literarios fuera todavía escasa.

El Diccionario de autoridades de la Real Academia Española (1726-1739) da tres acepciones de la palabra tertulia: 1. “La junta voluntaria o congreso de hombres discretos para discurrir en alguna materia. Algunos dicen tertulea”; 2. “Se llama también la junta de amigos y familiares para conversación, juego y otras diversiones honestas”; 3. “En los corrales de comedias de Madrid, es un corredor en la fachada frontera al teatro superior, y más alto a todos los aposentos”. El erudito Benito Jerónimo Feijóo utiliza el término “tertulio” con un cierto matiz irónico: «miserable de mí por no haber padecido la desgracia de caer en manos de unos tertulios despiadados», participando así de la animadversión popular que a lo largo del siglo XVIII se tuvo hacia las tertulias y los tertuliantes (términos empleados por los ilustrados), que fue creciendo paralelamente al incremento de las mismas.

El poeta José Cadalso dice que se llama tertulia a “cierto número de personas que concurren con frecuencia a una conversación», pero no dejó de satirizar sobre la falsa sabiduría de los pedantes que sin siquiera leer quieren opinar de todo y lo hacen con pretensiones.

Por su parte, el dramaturgo Ramón de la Cruz pone en boca de uno de sus personajes una tibia defensa de la tertulia como diversión casera, aproximándola más a la “academia” que al “salón”. En cualquier caso, a lo largo del siglo XVIII existió la opinión, bastante generalizada, de que estas “academias caseras” eran centros de murmuración y envidias, pero en ellas se podían pasar un rato muy divertido al tiempo que podía uno añadir nuevos conocimientos a su personal fardo de saberes, aunque la finalidad de todas estas reuniones estuviera bastante alejada de encontrar la manera de cómo le damos sentido al mundo, elevado propósito en el que andaban enfrascados el Círculo de Jena y distintos “salones” de intelectuales europeos.

A lo largo de la primera mitad del siglo XIX las tertulias se generalizan y durante la segunda parte del mismo y primeras décadas del siglo XX llegan a su plenitud y dan lugar a una importante literatura acerca del tema, a pesar de que personajes, como el polifacético Francisco de Paula Mellado, las rechazara abiertamente, acusándolas de “reuniones ociosas”.

Aunque las tertulias proliferaron por todas partes, fueron las tertulias de café y casino, así como las de algunas instituciones de amigable refugio, como las del Ateneo madrileño (La Cacharrería), donde se discutía de arte y ciencia, de filosofía y religión, de política y toros, de poesía y teatro, de greguerías y aforismos, de narrativa corta y larga, de guerra y paz …, las que adquirieron mayor fama y se nutrieron de las opiniones de importantes literatos, artistas, intelectuales, políticos y grandes “enviciados de la conversación”. Después de la Guerra Incivil, las tertulias sobrevivieron a duras penas y de un modo más errante, si bien algunas de las pocas tertulias estables, como la del Café Gijón madrileño, adquirieron una gran relevancia y popularidad, llegando incluso a convertirse en trasunto literario.

No obstante, a nivel popular, antes de la llegada de la televisión, las gentes se reunían para contarse cuentos y leyendas, sucedidos e historias particulares, alrededor de una mesa camilla o de un brasero, al “amor de la lumbre”, como sucedía en los famosos filandones, que tan bien han divulgado en nuestros días Luis Mateo Diez, José María Merino y Juan Pedro Aparicio, o al palojeo llevado a cabo al fresco de la luna lunera mediterránea, bastante menos conocido. El desarrollo de los medios audiovisuales y el avance tecnológico han traído consigo otras nuevas formas de tertulia que nada o poco tienen que ver con las de antaño.

En cuanto a la palabra rebotica, el DRAE dice: “Habitación que está detrás de la principal de una botica y que le sirve de desahogo”. Por su parte, botica con su significado de “oficina o tienda en que se hacen y venden las medicinas y remedios para la curación” (Diccionario de Autoridades) viene del griego bizantino apotheke: almacén o depósito de mercaderías (el derivado latino apotheca se transformó en castellano en bodega).

Seguramente, la más antigua referencia literaria de botica es la que aparece en la primera versión castellana de los cuentos de Calila y Dimna (s XIII), aunque en esa época el vocablo se refería a una tienda (el texto hace referencia a dos amigos especieros): “Y, luego, cuando fue de día, vinieron él y su compañero, ambos dos, a la botica”. Sebastián de Covarrubias dice que botica es la tienda del boticario, que es el que vende las drogas y medicinas, y se llama así por razón de tenerlas en botes, donde se conservan los ungüentos, los olores, los electuarios y conservas y drogas o especies, que por esto el toscano los llama especiarios (Tesoro de la lengua castellana o española, 1616).

La rebotica era el espacio privado de las farmacias y en él tenían lugar, entre otras cosas, las llamadas tertulias de rebotica, definidas por Raúl Guerra Garrido (El herbario de Gutemberg) como “encuentro social con vocación de ingenio literario y conspiración política” y también como “lugares para la curiosidad, que es el motor de la curiosidad y de la ciencia”, aunque, según cuenta José Luis Urreiztieta en su impagable libro Las tertulias de rebotica en España. Siglos XVIII-XX (1985), también se comentaban los últimos descubrimientos, especialmente los referentes a la medicina o a la química, se fomentaban chácharas políticas y literarias, se debatían los más variados y pintorescos temas y, en ocasiones, se trataba simplemente de pasar el rato jugando al ajedrez o a variadas partidas de cartas, como la brisca, al tute, al tresillo y las siete y media.

En el prólogo a la obra de Urreiztieta, Tierno Galván reflexiona sobre estas singulares reuniones: “Entre el ruido de los morteros y el tintineo de las probetas se hizo parte de la historia de España contemporánea con el carácter casi de secreto o al menos de particularidad no compartida ni difundida a no ser entre unos pocos por lo común notables. Diferéncianse así las reuniones de las reboticas tanto de las tertulias comunes de café, abiertas y públicas, en las que la cohibición predomina sobre el recato, como de las que se forman en los casinos provincianos en los que la murmuración despiadada y la ausencia de preparación intelectual son las notas diferenciadoras”.

Urreiztieta, que tuvo botica y tertulia en Navaluenga (Ávila) y fue el impulsor de la Asociación Española de Farmacéuticos de las Letras y las Artes (AEFLA) hace 50 años, señala la aparición y desarrollo de las tertulias de rebotica en el siglo XVIII, en una época propicia a toda clase de tertulias: salones, cafés, librerías, ateneos, etc., aunque esto no quiere decir que no las hubiese antes, especialmente durante la etapa de la farmacia árabe, como muestra la iconografía de algunas de las obras más representativas que han llegado hasta nosotros. Su período más floreciente se manifestó a lo largo de la segunda parte del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX.

Paradójicamente, la etapa de expansión de las tertulias de rebotica se produjo en el período en el que la antigua botica se fue transformando en la farmacia moderna y la fórmula magistral en producto industrial, a partir de la revolución científica que supuso el aislamiento de los principios activos de las plantas y la síntesis química de otros fármacos. Es la época en la que el boticario de formación gremial se convierte en farmacéutico universitario. No obstante, en todo momento, mantuvieron su nombre inicial de, a pesar de la paulatina desaparición de la propia palabra botica, seguramente porque, como señalaba el poeta Gerardo Diego el prefijo “re”, que tan bien viene para designar la trastienda o rincón de tertulia de botica, le viene muy mal a la farmacia: “no, no se puede decir refarmacia”.

Tertulia y tertulias de rebotica (II): la experiencia de los siglos XVIII y XIX


De acuerdo con Juan Manuel Reol, farmacéutico, primer director de Farmacia de la democracia española y hombre de saberes científicos y humanísticos, la gran historia de España pasa muchas veces por nuestras reboticas, esos lugares mágicos en los que se cruzan y entrecruzan los grandes proyectos y los grandes hombres.

Las tertulias de rebotica tuvieron unas características propias que las distinguieron de las demás, tanto por el lugar en donde tenían lugar, mayoritariamente en el misterioso recinto donde el boticario también fabricaba sus fórmulas magistrales, “según arte”, como por el hecho de que, entre sus contertulios, había una presencia significativa de profesionales sanitarios, proclives no solo a comentar acontecimientos singulares o las turbulencias políticas del día, sino también a debatir los avances de la ciencia, a exponer sus puntos de vista acerca de las nuevas teorías que se iban abriendo paso o a proporcionar consejos para prevenir, aliviar o curar enfermedades, a pesar del escepticismo de  algunos, como el ilustrado Benito Jerónimo Feijóo: “El mejor remedio que tiene la Medicina es el que menos se usa…, no los cordiales que venden en la botica, en los cuales tengo yo poquísima confianza, sino otros cuya virtud es infalible, pues nos lo está demostrando la naturaleza a cada paso; todo lo que alegra el ánimo y refocila el corazón es cordial; y alegra el ánimo todo lo que es gustoso y grato al sujeto”.

Pero es que el padre Feijóo era un gran conocedor del Libro de los Proverbios y su imbatible recomendación de que el corazón alegre es buen remedio y hace buena cara, pero la pena del corazón abate el alma, y el espíritu abatido seca los huesos.

Para Mª Dolores Olmo, el origen de las tertulias de rebotica podría estar en las reuniones llevadas a cabo en las antiguas especierías italianas, mientras que Juan Torres Fontes las sitúa ya en nuestro país en la Baja Edad Media, quizás primero como un divertimento o para llevar a cabo juegos sencillos y, luego, como excusa para degustar una deliciosa merienda o explayarse en una entretenida cháchara acerca de los más curiosos sucedidos o temas de actualidad. Más tarde, adquirieron un carácter más culto y el debate político llegó a ocupar un papel relevante, llegando a considerarse la rebotica como uno de los lugares de parlamento constante acerca de los avatares de la nación e incluso del mundo entero.

Según dice Rosa Basante, en la Botica de la Reina Madre, que había abierto sus puertas a mediados del siglo XVI, originariamente en la calle Sacramento y luego en el número 59 de la actual calle Mayor de Madrid (justo al lado vivió y murió Pedro Calderón de la Barca), existió una tertulia por lo menos desde los tiempos de Isabel de Farnesio (a quien se debe el nombre del establecimiento) y Felipe V: “Al parecer en la rebotica se celebraban tertulias con personajes ilustres del mundo de la política y la literatura”, aunque, según comentario de José María Moreno, miembro de una generación de propietarios decimonónicos del establecimiento, el origen de la tertulia podría remontarse casi al del nacimiento de la botica: “Por los años de mil quinientos sesenta y tantos, ya era la botica el centro de reuniones de todos los nobles de la Villa y Corte de Madrid y en esos tiempos figuraba entonces como dueño un tal Cayetano García de la Almudena”.

Además, comenta la posible existencia de un túnel que conectaba directamente con el Palacio Real para el suministro de medicamentos a los reyes, aunque en el interior del Palacio estaba establecida la propia botica real. La actividad de la botica no se vio interrumpida ni siquiera cuando fue derruido el antiguo edificio en 1914 para construir el actual, ya que durante este tiempo se trasladó a un local de la casa de enfrente. Tampoco el eco salido de su rebotica acerca de los acontecimientos ocurridos en la villa y corte.

En 1733, José Hortega, uno de los boticarios más influyentes del siglo XVIII, instaló su farmacia en el número 19 de la calle Montera, de Madrid. El local constaba de un sótano, de botica, rebotica, laboratorio y almacén en la planta baja y de una extraordinaria biblioteca en el piso superior, en donde se creó una de las tertulias más celebradas de la época, por reunir a personajes ilustres del Siglo de las Luces, tertulianos que, en su mayor parte, eran profesionales de la medicina, la cirugía, la farmacia, la botánica y defensores de las ideas reformistas.

Entre sus paredes nació la Tertulia Médico Literaria, que sería el origen de la Academia Médica Matritense. Con el tiempo, Hortega sería nombrado Boticario Mayor de los Reales Ejércitos y director del Jardín Botánico madrileño. Legó la farmacia a su sobrino Casimiro Gómez, quien, además, fue el encargado de trasladar el Jardín Botánico desde las afueras de Madrid a su actual ubicación en el Paseo del Prado y fue el responsable de organizar varias de las expediciones botánicas al Nuevo Mundo durante el período ilustrado.

Por su parte, los antecedentes de la Academia de Ciencias Naturales y de las Artes de Barcelona (1764) habría que buscarlos en las provechosas conversaciones entre profesionales sanitarios y otras gentes de muy diversa procedencia científica y artística de la rebotica, convertida en una “pequeña universidad libre”, de Francisco Sala.

Tal y como cuenta Ángel del Valle, aunque su existencia viniera de más atrás, es a finales del siglo XVIII cuando se generaliza la expresión tertulia de rebotica, “cuando en cada pueblo de relativa importancia había el correspondiente boticario, hombre de enciclopédico saber, depositario de los avances científicos de su tiempo en cuanto atañía a las ciencias naturales y proclive a la conversación, la disertación y el chismorreo tertuliano”. A partir de la Ilustración y la difusión de las ideas de la Revolución francesa, las tertulias de rebotica se convirtieron en “foro y faro de cultura”, pero también en reflejo de un siglo ávido de progreso científico y prolífico en convulsos acontecimientos políticos.

A lo largo del siglo XIX florecieron las tertulias de rebotica no solo en ciudades como Madrid o Barcelona, sino también en las capitales de provincia, y aun en el medio rural, sembrándolas de ideas y debate. El farmacéutico solía dirigir la reunión y moderar a los distintos contertulios en sus opiniones acerca de lo propio y de lo ajeno y de las que, a veces, surgían interesantes iniciativas científicas, propuestas culturales o actividades sociales. En las líneas que siguen el lector puede encontrar un pequeño muestrario de las tertulias de rebotica más interesantes de la centuria decimonónica.

En Madrid, en la farmacia de Quintín Charlione, situada en los Caños del Peral, se reunían personalidades de corte progresista como Pedro Calvo Asensio, farmacéutico, congresista y escritor, fundador de El restaurador farmacéutico, Salustiano de Olózaga, que llegó a ser presidente del Consejo de Ministros y Pascual Madoz, creador del famoso Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar (1850) y destacado político (presidente de las Cortes y ministro de Hacienda del Gobierno de Baldomero Espartero).

La botica de Antonio Moreno Bote, situada en la Carrera de San Jerónimo, fue famosa por sus debates taurinos y, además de otras relevantes personalidades, su tertulia acogía al gran torero Pedro Torres cada vez que viajaba a Madrid. Por su parte, los catalanes Félix Borrell Font y su hijo Félix Borrell Vidal (además de farmacéutico fue un pintor destacado) mantuvieron abierta durante décadas la farmacia de La Bola verde, en la Puerta del Sol, cuya rebotica fue un gran alambique de ciencia, música, tauromaquia y las vanguardias artísticas. En cambio, fue en la propia Barcelona donde el boticario Francisco Giró instaló, en la calle de Asalto, una tertulia con aires de “academia”.

En la ciudad de Valencia era muy conocida la tertulia situada en la calle de las Barcas, a la que acudían médicos, abogados y farmacéuticos, y a la que se unió el premio Nobel Santiago Ramón y Cajal durante su estancia en la capital del Turia como catedrático de Anatomía en la Facultad de Medicina (1882-1887).

En Sevilla, adquirió bastante nombradía durante largo tiempo la tertulia de la botica fundada en 1830 por Gabriel Francisco Campelo Romo en la calle de San Pablo. En Pontevedra gozó de una enorme popularidad la farmacia que Perfecto Feijóo instaló en 1880 en la plaza de la Peregrina; en este caso, la tertulia se organizaba en un banco de piedra, situado al lado de la puerta de entrada. Por la rebotica de Feijóo, apasionado galleguista y entusiasta aficionado a la música, desfilaron numerosas personalidades del mundo de la política y de la cultura, tanto de Galicia como de fuera de ella: el general Francisco Serrano, Eugenio Montero Ríos, Práxedes Mateo Sagasta, Emilia Pardo Bazán, Ramón María del Valle Inclán, María Guerrero, Rosario Pino… Al parecer, algunas de estas personas aprovechaban sus estancias en el cercano balneario de Mondariz para dejarse ver por la botica y participar en las tertulias organizadas por el farmacéutico.

Mª Dolores Olmo, en su tesis doctoral, ofrece un retablo de las tertulias que encontraron refugio en las boticas de la provincia de Murcia y afirma que la farmacia de Eduardo Pico en Cartagena, un entusiasta progresista, fue un auténtico centro de conspiración entre reconocidos liberales, que contribuyeron al triunfo de la Revolución de Septiembre de 1868, conocida como La Gloriosa.

Por su parte, Federico Moldenhauer Gea hace esta interesante descripción de la farmacia fundada en el pueblo de Garrucha (Almería) en 1860 por su abuelo J. Ferdinand Moldenhauer Strecker, químico y farmacéutico de origen alemán, sobrino de Justus von Liebig: “En la Botica, detrás del mostrador, había una mesa de mármol que se utilizaba para la preparación de toda clase de fórmulas: aguas, pomadas, jarabes, píldoras, papeles, etc. La mesa tenía una balanza con una caja de pesas para pesar los componentes de las prescripciones (…). Dos puertas en arco comunicaban la botica con la rebotica, colgado de dichos arcos había jaulas con sus correspondientes colorines (…); allí estaban almacenados en lejas todos los tarros de pomada y aguas diversas (de rosas, de azahar, etc.), y en cajones inferiores toda clase de hierbas medicinales como el ruibarbo, la adormidera, y tantas y tantas raíces con su nombre en latín en el frontal de los cajones. Un lavabo con palangana toalla y botijo y un armario donde estaban clasificadas por tamaños las cajas de madera para despachar las pomadas y demás medicamentos, completaban la rebotica. También había una prensa donde se prensaban hojas y flores (de rosas, de azahar, etc.) para preparar las aguas”.

En fin, distintas generaciones de la familia Gabilondo a lo largo del siglo XIX (también del XX) mantuvieron sin cerrar las puertas de su farmacia y de su rebotica en Bermeo (Vizcaya), abiertas por primera vez a finales del siglo XVIII (Arantza Saratxaga).

Como curiosidad literaria, comentar que, finalizando el siglo XIX, el dramaturgo y periodista Vital Aza estrenaría en el Teatro Lara de Madrid el sainete en prosa La rebotica. La tertulia la mantienen Bernardino y Restituta, un matrimonio de boticarios, con gran entusiasmo por parte de la mujer, siempre dispuesta a ofrecer bizcochos, chocolate o un buen jerez a los contertulios, y con más trágala que otra cosa por parte de él, que siempre suele perder al tresillo en beneficio del cura: “Eso de aguantar todas las noches aquí al juez y a la jueza, y al registrador y a su hermana, y al cura y … ¡al demonio! es cosa que me aburre soberanamente”. Por ese mismo tiempo, Ricardo de la Vega y Tomás Bretón estrenaban la zarzuela La Verbena de la Paloma, que tenía por subtítulo El boticario y las chulapas o celos mal reprimidos, con el personaje de don Hilarión como protagonista con sus coqueteos con “una morena y una rubia, hijas del pueblo de Madrid”, y su mentalidad derivada del progreso positivista: “Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”.

Tertulia y tertulias de rebotica (III): realidad y ficción en el 98


Antes de que se produjera el naufragio de sangre de 1936, las tertulias de rebotica se habían extendido a lo largo y ancho de toda la geografía española y, de alguna manera, puede afirmarse que no había farmacia que no tuviera su clientela…y su reunión. Son, al decir de Raúl Guerra, “años herederos de monsieur Homais y don Hilarión”. Daremos cuenta aquí de algunas de las más significativas.

Durante su estancia en Baeza, el poeta Antonio Machado participó en la tertulia que se celebraba en la farmacia de Adolfo Almazán, dejando estos versos acerca del carácter efímero de la política española del que hablan los contertulios, incluidos en Poema de un día. Meditaciones rurales (1913): “Es de noche. Se platica/ al fondo de una botica.// -Yo no sé/ Don José/ cómo son los liberales/ tan perros, tan inmorales.// ¡Oh, tranquilícese usté!/ Pasados los carnavales/ vendrán los conservadores/ buenos administradores/ de su casa.// Todo llega y todo pasa/ Nada eterno: ni gobierno/ que perdure,/ ni mal que cien años dure”.

Machado confiesa en la correspondencia mantenida con algunos amigos que asiste con frecuencia a la tertulia, pero que habla poco, prefiere escuchar; califica a la farmacia de “un pequeño observatorio, donde se puede enterar de todo lo que sucede en el pueblo, pero cuando llegan los contertulios nos comunican los acontecimientos de España y del mundo entero”. El poeta sevillano describe así la tertulia: “La rebotica es una habitación estrecha y larga a modo de pasillo, tiene un banco para que se sienten los contertulios y unas estanterías llenas de tarros de porcelana. La tertulia se reúne casi todos los días al atardecer, más a menudo en invierno y, sin falta, los días de lluvia”.

No es extraño que en la correspondencia que Machado mantuvo con Miguel de Unamuno salieran a relucir sus días en Baeza y algún que otro comentario acerca de las tertulias a las que acudía. Unamuno sentía una gran querencia por las tertulias: “He dicho alguna vez que la verdadera universidad popular española han sido el café y la plaza pública (…). Los ingenuos e ingeniosos espíritus socráticos y contertulios no son famosos, pero mantienen vivas la tradición oral, las leyendas, las utopías”; como señala en el cuento El contertulio más de uno de los asistentes habituales a estas chácharas de mayor o menor enjundia intelectual tuvieron su patria en la rinconera de algún café.

En cuanto a las tertulias de rebotica, seguramente el escritor vasco añadía a las cualidades antes comentadas su carácter más sincero y vivo. Al parecer, don Miguel solía acudir a principios de siglo a las amenas tertulias que se celebraban en la trastienda de la botica Arístegui en la Gran Vía bilbaína, hasta que el propietario acabó vendiendo la farmacia y metiéndose a monje en el monasterio de Silos. Según relato de Luis María Anson: “En la trastienda de la farmacia Arístegui, Miguel de Unamuno pontificaba sobre la agonía del cristianismo, su libro incluido por el dedo vaticano en el índice de libros prohibidos. Una tarde, en aquella mítica rebotica, cuando alguien elogió a Maura, Unamuno le interrumpió con una pregunta: ¿contra quién va el elogio?”.

Después, en su estancia en Salamanca fue un asiduo a las tertulias de ricas discusiones y fuerte impronta política de la farmacia que, entre 1914 y 1920, tuvo abierta José Giral Pereira, por entonces catedrático de Química Orgánica de la universidad salmantina: “Mi farmacia en la Plaza Mayor era el centro de todo y allí venían de los pueblos a preguntar por don Giral pa apuntarse pa republicano, lo cual era una valentía en aquellos tiempos de caciquismo monárquico extremado”.

En 1920, José Giral se trasladó a Madrid para ocupar la cátedra de Química Orgánica en la Facultad de Farmacia en sustitución de José Rodríguez Carracido, pero también adquirió una “buena y acreditada” farmacia en la calle Atocha (22.000 duros al contado), a la que incorporó laboratorio de análisis químico y de preparación de específicos y, poco tiempo después, una tertulia de rebotica, a la que solía acudir Unamuno durante sus escapadas a la capital; incluso durante el tiempo de su exilio en la “acamellada” isla de Fuerteventura -ese trozo de tierra africano en medio del Atlántico de “una hermosura de desolación”- y de su huida a Francia (1924-1930) no perdió contacto con la tertulia y mantuvo relación epistolar con algunos de sus componentes.

Las reuniones tenían como objetivo principal luchar contra la dictadura de Primo de Rivera y la monarquía de Alfonso XIII, y fueron un importante centro de propaganda de los principios republicanos. Allí se gestó la fundación de Acción Republicana, primero, y de Izquierda Republicana, después, cuyos máximos impulsores fueron el propio Giral y Manuel Azaña. Desgraciadamente, el enfrentamiento de Unamuno con Azaña, el ambiente político de los años previos a la guerra cainita y algunas de las actuaciones gubernamentales de Giral propiciaron el distanciamiento definitivo de quien había sido uno de sus amigos más íntimos, uno de los pocos capaces de desentrañar “las secretas leyes de su alma”.

Otro de los miembros destacados de la generación del 98, José Martínez Ruiz, Azorín, recibió el encargo del periódico El Imparcial de realizar una serie de reportajes acerca de La Mancha, con el fin de conocer mejor las tierras en donde tuvieron lugar las gestas de don Quijote, con motivo de la celebración del tercer centenario de la publicación de la obra cervantina. Resultado de todo ello fue La ruta de don Quijote (1905), libro que puede considerarse cercano al ideario impresionista. La primera parada del viaje fue Argamasilla de Alba, supuesta cuna de don Alonso Quijano, y, allí, Azorín descubrió la tertulia que, en la trasera de la botica del licenciado Carlos Gómez, mantenían los “académicos locales”.

Ramón del Valle Inclán fue un asiduo de las tertulias de los cafés literarios madrileños, especialmente las que tenían lugar en la Granja del Henar y en el café Nuevo Levante, pero asistió periódicamente a la tertulia de rebotica en la farmacia de Tato, en Puebla de Caramiñal (Pontevedra), durante los años de estancia en la población vecina de la ría de Arosa.

Estas reboticas eran los verdaderos centros intelectuales de los pueblos, como también lo demuestra la que mantenía, animada por el canturreo de varios canarios, el padre del escritor Álvaro Cunqueiro en la parte de atrás de la oficina de farmacia que había instalado en los bajos del Pazo del Obispo, en la ciudad de Mondoñedo, villa “desde la que el mundo se ve despacio, como hay que verlo”, al decir de Camilo José Cela. Algunos de los textos de la fantástica Tertulia de boticas prodigiosa y escuela de curanderos nacieron de prestar oído desde niño a las charlas de la rebotica de don Joaquín.

Dice Álvaro Cunqueiro en el prólogo del libro: “El autor de este texto tuvo ocios bastantes en la oficina de Farmacia paterna para, desde párvulo, deletrear en los botes los nombres sorprendentes, desde el opio y la mirra a la menta y la glicerina, y más tarde, ayudar a hacer píldoras y sellos, y escudriñar el misterio del ojo del boticario, y sumergir una mano en los cajones de las plantas medicinales, la genciana, las hojas de sen, la salvia, la manzanilla…, y darle al molino de la mostaza, cerca del cual estaba la redoma de las sanguijuelas. Mi padre preparaba la tintura de yodo, un vino aperitivo, o las limonadas purgantes para el obispo de Solís. Se me aposentó en la imaginación una idea de las farmacias todas del mundo, que era mágica y fui curioso de ellas, recogiendo noticias de aquí y allá, preocupado de elixires y venenos, de la cosmética antigua y de la gloria almibarada de jarabes y de Iectuarios, como los de la monja del arcipreste”. A Cunqueiro le hubiera gustado ser citado como vago, fantástico y cordial.

Pío Baroja no fue demasiado amigo de tertulias, pero, según cuenta José Luis Ureiztieta, acudía al final de su vida a una rebotica de San Sebastián. En cambio, fue el escritor de su generación que más protagonismo dio a los farmacéuticos entre los personajes de sus novelas, quizás como homenaje a su bisabuelo paterno, el boticario alavés Rafael Baroja, metido a editor: en Las inquietudes de Shanti Andía aparece el personaje de Garmendía, el boticario que asiste con frecuencia a exponer sus opiniones a la tertulia de la relojería de Zapiain, en Lúzaro, el pintoresco pueblo del protagonista: “En la relojería casi todos los tertulianos son radicales carlistas, excepto el boticario Garmendia que era liberal. Garmendia defiende con ironía a los que no son cristianos, y lamenta que los vascos sean tan bebedores, ante la reacción furibunda de sus contertulios. El relojero Zapiain da discretamente la razón a Garmendia”; Antonio Bengoa es el farmacéutico y hombre de pensamiento liberal de El Mayorazgo de Labraz, en cuya tertulia se hace evidente la necesidad de progreso y la transformación de la sociedad española; Miguel Salazar, el protagonista de Susana y los cazadores de moscas, un hombre desilusionado de la realidad y dejado ir a los caprichos del destino, personaje que guarda reminiscencias del propio exilio de Baroja en París con motivo de la Troya española, y algunos otros boticarios que aparecen, como personajes menores, en Las memorias de un hombre de acción y en algún otro texto barojiano, como el cuento Elizabide el vagabundo o la comedia Arlequín, mancebo de botica.

Una de las tertulias más variopintas de principios del siglo pasado fue la de la botica del doctor Torrent en Sóller (Mallorca), el puerto de la calma y auténtico refugio de artistas, entre ellos el polifacético e incansable viajero Santiago Rusiñol, para quien la realidad no es sino una construcción de lenguajes: literarios, pictóricos y musicales. En ella tuvo lugar una de las anécdotas más curiosas de las tertulias de rebotica y es que, al ser requerido Rusiñol por el propietario de la farmacia para la redacción de un texto que sirviera de “prospecto publicitario” para un elixir estomacal de su propia invención, compuesto a base de flores y polvillo de alas de mariposa, Rusiñol escribió este interesante recordatorio: “El licor que tienes delante, dorado como una puesta de sol metida en una botella, puedes beberlo sin temor; si padeces de estómago, porque padeces y si no, para no padecer. Basta que lo pruebes para que no puedas dejar de beberlo (…). Advertirás al beber que este elixir está hecho de esencia de paisaje, de extracto de naturaleza y de hierbecillas cordiales, y tantas clases de flores se te entrarán por los sentidos que hasta te sentirás un poco mariposa. Pruébalo y lo verás. Bebe y sabrás lo que es beber, y no temas aficionarte al vicio de la bebida, que esto no es vicio, sino virtud, ya que es con el único licor del mundo con que es bueno perder de vista el mundo, por cuanto, al perderlo, verás tu patria”.

Antes de su bautizo literario con Versos y oraciones de caminante, León Felipe fue un asiduo de la bohemia y del “café literario madrileño”, llegando a aparecer como personaje que “no tiene patria, ni silla, ni abuelo, ¡duelo!…” en un poema del poeta vanguardista Francisco Vighi, titulado Tertulia del Pombo.

Durante los años que ejerció como boticario abrió farmacia en la calle de San Francisco en Santander (1908 – 1912), forzado por las circunstancias familiares tras la muerte de su padre, pero los negocios no eran precisamente el campo de su interés y parece que su experiencia más enriquecedora la tuvo en la tertulia, que reunía en la trastienda a lo más granados bates, periodistas y escritores locales; después de su episodio carcelario, a causa de las deudas contraídas por su incompetencia económica y la mala gestión de la farmacia, tuvo botica en Balmaseda (Vizcaya), que abandonó por ir tras un amor apasionado, y regentó, sin más pretensión que la del mínimo sustento, las de algunos pueblos cercanos a Madrid, como Villaluenga de la Sagra (Toledo), Piedralaves y Arenas de San Pedro (Ávila) y Almonacid de Zorita (Guadalajara), que se convertiría en la rebotica en donde se fraguó su primera obra. Luego, durante su transterro en México, transformado ya en un poeta de verso hecho y corazón menos deshecho, fue el gran referente de la tertulia del café Sorrento en la capital mexicana, según cuenta alguno de sus cronistas.

Tertulia y tertulias de rebotica (y IV): nuestro tiempo

Quizás con menos pulso que en etapas anteriores, las tertulias de rebotica han contribuido en los últimos 80 años a facilitar la vida de los españoles, no solo como medio de entretenimiento y distracción, sino como un auténtico fármaco que permitiera aliviar los dolores de la posguerra, como fórmula mágica para la transformación de una sociedad sometida al dictado de un régimen autoritario en otra democrática y como alimento para salir al encuentro del futuro.

Las tertulias de rebotica, que habían vivido una etapa extraordinariamente fecunda antes de nuestra Troya particular, hubieron de resurgir como el ave fénix de las cenizas de la guerra para seguir siendo lugares de convivencia, diálogo, intercambio y difusión de conocimientos, aun cuando la farmacia fuera perdiendo paulatinamente su dimensión de misterio y algo de su dimensión pública.

No eran pocas las voces que desde distintos ámbitos reclamaban volver a las tertulias. Así, el poeta Gerardo Diego decía, refiriéndose a las de rebotica: «Hay farmacéuticos que no son más que lo que están obligados a ser. Pero lo bueno, lo tradicional, es que la farmacia, la vieja botica (que sigue siendo griega, para mayor claridad, como decía D. Hermógenes, el de la Comedia Nueva), no se contenta con ofrecernos su mostrador, sus aromas inconfundibles, sus pastillas de goma y su peso de precisión para bascular las carnes peligrosamente abundantes de la clientela que entra, azorada y como queriendo ser invisible, sino que nos brinda asimismo su trastienda o rincón de la tertulia, su rebotica».

Cuenta José Luis Urreiztieta un caso insólito ocurrido en medio de la gran tragedia. A mediados de enero de 1938, en la improvisada botica que se formó en la madrileña cárcel de Porlier, que había sido habilitada por el Frente Popular en las instalaciones del colegio Calasancio, se organizó una tertulia que reunía por la tarde a un grupo relativamente numeroso de presos, en el que nunca faltaban varios profesionales sanitarios. La tertulia estaba dirigida por el farmacéutico Luis Vera y si bien en un principio los temas versaban sobre el devenir de la guerra y los proyectos para la mejora de los servicios y otras necesidades, enseguida entraron a formar parte de las conversaciones los temas de carácter general, como arte, literatura, ciencia, etc.; algunos días también se llevaban a cabo lecturas poéticas, actuaciones musicales o algún espectáculo teatral, que permitían aliviar el sufrimiento humano en medio de la crueldad de la guerra y alejar momentáneamente los temores ante el incierto futuro personal y colectivo (testimonio de Vera recogido por Urreiztieta en Pliegos de rebotica, mayo 1988). 

En el Madrid caleidoscópico de los primeros años de posguerra, ese que Camilo José Cela tan certeramente describiera a través de la “colmena” de personajes que entran y salen del café de doña Rosa (algunos de ellos mantenían una tertulia de escasos vuelos literarios), el farmacéutico Ramón Labiaga impulsó una tertulia que, curiosamente, no tuvo su asiento en rebotica alguna, sino en la trastienda de un café. El motivo era refundar la revista Farmacia Nueva, cuya publicación se había iniciado en 1930 y había quedado suspendida a causa de la guerra (1936-1940). Labiaga y un grupo de correligionarios instalaron su peculiar tertulia en un rincón de la cafetería El Gato Negro, en la madrileña calle del Príncipe, y allí la mantuvieron hasta que el establecimiento cerró sus puertas en 1952 y hubieron de encontrar acomodo en otro sitio para la cháchara, ya convertida en debates de lo más variado. 

En 1946, el polifacético Federico Muelas, «una especie de Quijote de entre semana entendido en potingues y endecasílabos» (Manuel Alcántara), adquirió la farmacia de la calle Gravina 13, en Madrid. Su rebotica acogió una brillante tertulia, denominada El Ateneo y calificada por Gerardo Diego como «cueva de la esperanza».

Muelas, farmacéutico, poeta y abogado, fue el primer presidente de la Asociación Española de Farmacéuticos de las Letras y las Artes (AEFLA) y uno de los grandes impulsores de la revista Pliegos de Rebotica, su órgano de expresión. Así lo describía Pedro de Lorenzo: “El boticario es poeta, hombre difícil de burlar en el juego de la fantasía. Ha ido alhajando su trascuarto para veladas legendarias”. Y así conduce al lector a la rebotica y a la tertulia: «Pende una lámpara de bronce, apagada; alumbran la rebotica las luces del escaparate. Se nota uno a gusto. Es todo suave: la luz, el calor templado del brasero.// La noche avanza entre conversaciones a media voz, serenas y anchos silencios. Se habla de ciudades, de historia, de apicultura. Claro que, si concurren escritores, la cosa varía radicalmente: se comenta, discute, recita; los fritos atropellan a los gritos; las copas de este licor de pedernales se suceden». Al parecer, en una de aquellas tertulias, el escritor Rafael Sánchez Mazas llegó a comentar que: «Si algún día me decido a ingresar en la Real Academia Española, mi discurso será hablando sobre las reboticas madrileñas y la trascendencia que han tenido en la gran historia de España». De Federico y del tiempo inolvidable de su tertulia dice Gerardo Diego sentir «una nostalgia incurable».

Poco a poco, durante las décadas siguientes, estas tertulias fueron retomando el pulso, aunque sin alcanzar del todo el vigor de su época dorada. Una prueba de ello es la que mantuvo Aurelio Murillo en su farmacia de la plaza del Altozano, próxima al puente de Triana, en Sevilla, referida en alguna de sus crónicas por el periodista y escritor Antonio Burgos. Dicha tertulia presenta una característica distinta a las habituales de otras reboticas y, a veces, se sucedían ininterrumpidamente a todas las horas del día. Allí, en la «botica Urelio» (nombre popular que le dieron los trianeros), se escuchaban los diálogos más serenos, sensatos en unas ocasiones, y disparatados en otras, y allí exponían sus pareceres con toda libertad profesionales sanitarios y obreros, comerciantes y artesanos, payos y gitanos. Se decía, que el buen humor y el carácter abierto corrían a raudales y había veces que las guardias de la farmacia terminaban en juergas flamencas.

Las tertulias ya no estaban tan politizadas (¿podrían haberlo estado, acaso?), pero existían lo que podríamos llamar «tertulias de poder», sobre todo en el medio rural, formadas por el farmacéutico, el médico, el alcalde y el cura, a las que se podía unir alguna que otra fuerza viva del pueblo, pero, junto a ellas, se desarrollaron otras de más altos vuelos intelectuales, como la que mantenía Francisco Marfagón en Cantimpalos (Segovia), a la que, según Benito del Castillo, concurrían arqueólogos, castellanistas, catedráticos de Medicina, y en las que se hablaba de música e incluso del despertar de África con misioneros que habían venido de Mozambique, o las «tertulias de amigos», como la que refiere  Florentino Gómez Ruimonte: «Ya se han marchado los amigos que solían acompañarme en las guardias nocturnas; les invitaba a cenar, siempre lo mismo, tortilla española con escabeche, pollo frito con tomate y queso manchego. La bebida la ponían ellos. Es el momento en que antes de echar el cierre cambio impresiones con el sereno (ese desaparecido y eficaz colaborador), mientras tomamos una taza de café. Ya en la soledad, y optimista por el animado coloquio con los amigos, empiezo a considerar cuanto influye en la alegría de vivir esa manifestación celestial que es la belleza».

En el año 1973, a instancias de José Luis Urreiztieta y bajo el auspicio de Ernesto Marcos Cañizares, a la sazón presidente del Consejo General de Colegios Farmacéuticos, se puso en marcha la Asociación Española de Farmacéuticos de las Letras y las Artes (AEFLA), teniendo entre sus socios fundadores a José María Fernández Nieto, Raúl Guerra Garrido, Federico Muelas, Rafael Palma y Carlos Pérez-Accino. Dos años después vería la luz el primer número de Pliegos de Rebotica. Tanto la asociación como su órgano de expresión han pasado en estos 50 años por vicisitudes diversas, pero alrededor de ambas se han generado, aunque de forma irregular, las más interesantes tertulias itinerantes, en las que se han podido escuchar fascinantes historias de la farmacia.

Durante los años que fue presidente Raúl Guerra Garrido tuve el placer de participar en las charlas que, después de cada reunión asociativa, se formaban con contertulios tan amenos como Marisol Donis, Margarita Arroyo, Enrique Granda, Daniel Pacheco y el propio Raúl, quien manejaba el arte de conversar como nadie, seguramente porque supo «ajustar según arte» el fármaco como literatura, como puede comprobarse no solo en su obra novelesca, sino también en sus artículos recopilados en Tertulias de Rebotica, en el resucitado -para oprobio de los intolerantes- Cuaderno secreto del abuelo y en ese excelente ensayo-novela de El herbario de Gutenberg: La Farmacia y las Letras, escrito junto con Juan Esteva de Sagrera y Javier Puerto.

Durante los años ochenta pude aprovechar la oportunidad que se me presentó de asistir en Salamanca a las tertulias de rebotica sucedáneas que se formaban al amor de una buena cena, tras la celebración de cada una de las conferencias del ciclo La enfermedad desde el enfermo, organizado por el profesor José de Portugal y promovido por la Fundación Pfizer. Fueron numerosos los participantes que nos dejaron singulares remedios literarios y las más insólitas propuestas acerca de lo divino y de lo humano, desde Camilo José Cela hasta el inimitable Felipe Mellizo, pasando por Francisco Umbral, Gonzalo Torrente Ballester, Rosa Montero, Gloria Fuertes y un largo etcétera.

Por su parte, las tertulias de rebotica del Ateneo de Madrid en los años noventa, como espacio abierto a la cultura y núcleo primigenio para la aventura académica, tuvieron como impulsores a los ateneístas Daniel Pacheco y a Juan Manuel Reol Tejada, uno de los farmacéuticos más activos e influyentes de la segunda mitad del siglo XX. Las tertulias debían ser un ámbito para «la libre discusión de los temas más varios o comprometidos del vivir cotidiano, tratados sin embargo con el sentido renovador y la frescura intelectual que caracterizara a aquellas primeras Tertulia de Rebotica de las que surgieron Academias», y a fe que lo fueron. Actualmente, vuelven a tener un impulso renovador bajo la experta mano de Daniel Pacheco, presidente de la sección de Farmacia.

A veces he pensado que estas tertulias, más que lo que fueron, son lo que pudieron ser y he intentado trazar lo real y lo ficticio como dos líneas paralelas que hicieran posible la imposibilidad de encontrarse. Personalmente, una de las tertulias de rebotica a las que me hubiera gustado asistir, aunque a veces haya dado por vivida la reunión imaginada, es la que hubieran podido mantener en algún rincón de España Álvaro Cunqueiro, Juan Perucho y Antonio Gamoneda, con objeto de debatir acerca de la ciencia boticaria y el saber de la farmacopea fantástica del autor gallego, de la botánica oculta, el herbolario de existencia ignorada y los magos que atesoran el saber oculto, como Paracelso, que tan bien conocía el original escritor catalán, y de los venenos mortíferos y las fieras que arrojan de sí ponzoñas con los que fabula, teniendo como referencia a Dioscórides y Andrés Laguna, el poeta leonés. Un debate acerca de la alquimia capaz de transformar la ciencia en poesía y la farmacia en fábula para ser capaces de alcanzar saberes inalcanzables.

Otra de las fantasías soñadas o imaginadas es cómo hubiera cambiado la opinión de Ramón Calabó («encontraba que ejercer de boticario en un pueblo es un triste oficio»), el personaje de El cuaderno gris, de Josep Pla, de haber sabido desarrollar en su rebotica una tertulia con el farmacéutico de Figueras, salido de la mano creativa de Salvador Dalí, o con el propio Dalí, y el mismísimo Pla, con su boina negra, su corazón en calma y su palabra sencilla y llana.

Dado que, sin imaginación, la historia es imperfecta, me atrevo a señalar algunas otras insólitas tertulias. En más de una ocasión me he visto viajando a Yonville para asistir en la rebotica de Monsieur Homais a una tertulia en la que, además del boticario positivista y de madame Bovary y su esposo Charles, participaran otros dos personajes flaubertianos, Bouvard y Pécuchet; quizás proceda de algunas de aquellas veladas el principio de relatividad que ha quedado guardado en mi memoria: “todo es precario, variable y contiene en proporciones desconocidas tanto de cierto como de falso” o, dicho de otra manera, “en la vida, todo es relativo, aproximado y provisional”.

Otras veces, mientras paseaba por el centro Madrid, he fantaseado con entrar en la vieja farmacia galdosiana de Fortunata y Jacinta y participar en las discusiones entre los boticarios Segismundo Ballester y Maximiliano Rubin: «La Música es la Farmacia del alma, y la… viceversa, ya usted me entiende. (…) En uno y otro arte todo es combinar, combinar. Llámanse notas allá; aquí las llamamos drogas, sustancias; allá sonatas, oratorios y cuartetos…; aquí, vomitivos, diuréticos, tónicos, etc.». Probablemente al soso de Maxi no le hubiera ido mal poner un poco de música a su vida y atender a la recomendación del libro de Proverbios: «el corazón alegre es buen remedio y hace buena cara, pero la pena del corazón abate el alma». Acaso, en esto hasta tenía razón el insensato de Juanito Santacruz: «Vivir es relacionarse, gozar y padecer, desear, aborrecer y amar».

En fin, me he dejado convencer por José Garcés (el otro yo de Ramón J. Sender), el despabilado mancebo de Crónicas del alba, para considerar a la rebotica no solo como espacio de cháchara, sino también de amoríos. Y alguna noche que, agotados los Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Neruda, me he quedado durmiendo con su Oda a la farmacia y pensando en ella como «iglesia de los desesperados, con un pequeño dios en cada píldora», he soñado la rebotica como una mágica sacristía de la que me hacía cargo, con la única intención de comprobar si era cierto aquello que nos aseguraba Violeta Parra de que «los amores del sacristán son dulces como la miel» y no se trataba solo de una canción popular.

Conocedores de que el humor, el sexto de los sentidos humanos y entraña de todos los demás, beneficia seriamente la salud, hace unos años un grupo de amigos con orígenes chamanes, druidas o farmacopolas, pero sin oficina de farmacia alguna en la que refugiarnos, decidimos crear una especie de tertulia de rebotica con el nombre de Claustro Fármago, que tiene su aposento y su palojeo en las tabernas madrileñas, porque, aun siendo fieles a los principios farmacoperos, lo somos más al refranero: «Ida por ida, más vale ir por bebida a la taberna que a la botica»… Y en estas andamos todavía, repitiendo flexiones a ver si se produce algún pensamiento o descubriendo palabras inútiles para regalárselas a algún arcipreste con buena pluma para escribir El libro del buen humor.


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