
Mientras viva no pienso imitarles ni humillarme porque no me parezco a ellos."Nieve" (2001)

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"Buscas esa autoridad, te sientes perdido, sientes [la necesidad de] que alguien te cuente cosas que deberías o no deberías hacer: arte, pintar, huir de la escuela, transgredir, tabúes"

"Me habría gustado que se hiciera aquello por lo que se preguntaba en una obra en pareados, el poeta Nazim el Rubio de Ran: una pintura de la felicidad. Sé perfectamente cómo tendría que hacerse. Querría que se pintara una madre con dos hijos; me gustaría que mientras el pequeño, al que la madre sostiene en su regazo dándole de mamar sonriente, chupaba sonriendo feliz el enorme pezón, la mirada del hijo mayor, ligeramente envidioso, y la de la madre se entrecruzaran. Me gustaría ser la madre en esa pintura y que se hiciera a la manera de los antiguos maestros de Herat, capaces de detener el tiempo pintando al pájaro del cielo como si volara pero también mostrándolo feliz eternamente suspendido en el aire. Lo sé, no es facil. "
Orhan Pamuk (Turquía, 1952)“Los recuerdos flotan en nuestras mentes, como objetos que se ciernen en el espacio, desprovistos de gravedad. Algunas veces, algunos de estos objetos se deslizan uno hacia el otro y de repente vuelve a la memoria un momento olvidado. Tan pronto como entendemos que cada objeto de nuestra vida corresponde a un momento preciso, que podemos recordar, también entendemos una verdad muy simple: si la línea que une los momentos crea el tiempo, la que une los objetos crea historias” | |
Estambul. Ciudad y recuerdos, de Orhan Pamuk
Orhan Pamuk: Una mente extraña
Cevdet Bey e hijos (fragmento)


Enrojezco al pensarlo… Pero luego medito que me falta algo. Le llamaba «equilibrio», «armonía» y demás, pero no me atrevo a pronunciar lo que es. Me fastidia recordar la frase de Muhittin de «mirarse el ombligo». Estoy aquí escribiendo esto, pasando frío, pensando en qué libro podría leer hasta que llegue la mañana. Puede que le escriba una carta a Ömer. "
LA MELANCOLÍA DE ORHAN PAMUK
Édgar Bastidas Urresty*
Nieve (fragmento)
"El silencio de la nieve, pensaba el hombre que estaba sentado inmediatamente detrás del conductor del autobús. Si hubiera sido el principio de un poema, habría llamado a lo que sentía en su interior el silencio de la nieve.
Alcanzó en el último momento el autobús que le llevaría de Erzurum a Kars. Había llegado a la estación de Erzurum procedente de Estambul después de un viaje tormentoso y nevado de dos días, y mientras recorría los sucios y fríos pasillos intentando enterarse de dónde salían los autobuses que podían llevarle a Kars alguien le dijo que había uno a punto de salir.
El ayudante del conductor del viejo autobús marca Magirus le dijo «Tenemos prisa», porque no quería volver a abrir el maletero que acababa de cerrar. Así que tuvo que subir consigo el enorme bolsón cereza oscuro marca Bally que ahora reposaba entre sus piernas.
El viajero, que se sentó junto a la ventanilla, llevaba un grueso abrigo color ceniza que había comprado cinco años atrás en un Kaufhof de Frankfurt.
Digamos ya que este bonito abrigo de pelo suave habría de serle tanto motivo de vergüenza e inquietud como fuente de confianza en los días que pasaría en Kars.
Inmediatamente después de que el autobús se pusiera en marcha el viajero sentado junto a la ventana abrió bien los ojos esperando ver algo nuevo y, mientras contemplaba los suburbios de Erzurum, sus pequeñísimos y pobres colmados, sus hornos de pan y el interior de sus mugrientos cafés, la nieve comenzó a caer lentamente.
Los copos eran más grandes y tenían más fuerza que los de la nieve que le había acompañado a lo largo de todo el viaje de Estambul a Erzurum.
Si el viajero que se sentaba junto a la ventana no hubiera estado tan cansado del viaje y hubiera prestado un poco más de atención a los enormes copos que descendían del cielo como plumas, quizá hubiera podido sentir la fuerte tormenta de nieve que se acercaba y quizá, comprendiendo desde el principio que había iniciado un viaje que cambiaría toda su vida, habría podido volver atrás. Pero volver atrás era algo que ni se le pasaba por la cabeza en ese momento.
Con la mirada clavada en el cielo, que se veía más luminoso que la tierra según caía la noche, no consideraba los copos cada vez más grandes que esparcía el viento como signos de un desastre que se aproximaba sino como señales de que por fin habían regresado la felicidad y la pureza de los días de su infancia.
Mientras la nieve caía pausadamente y en silencio, como nieva en los sueños, el viajero sentado junto a la ventana se purificó con los sentimientos de inocencia y sencillez que llevaba años buscando con pasión y creyó optimistamente que podría sentirse en casa en este mundo. "
"Tienes que aprender el optimismo para sobrevivir aquí"
https://www.ft.com/content/fb0534ae-93b8-11e7-bdfa-eda243196c2cPamuk, no solo un león literario sino un pararrayos frecuente en las controversias de su propio país, quiere dilucidar partes de la novela antes de ingresar al estado de la nación: una Turquía traumatizada por el intento de golpe de estado del año pasado contra el presidente Recep Tayyip Erdogan y su partido gobernante neo-islamista, y las purgas masivas que han seguido
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El astrólogo y el sultán (fragmento)
"¿Hay que ser sultán para comprender que, en los 4 confines y en los 7 climas del mundo, todos los hombres se parecen?. ¿Acaso la prueba más concluyente de que los hombres de todas partes son idénticos no consiste en que cada uno puede ocupar el lugar del otro? "
Amor, Museos e Inspiración. Museo de la inocencia de Orhan Pamuk en Milán

"El canario se movía en su jaula, arriba y abajo; mi mirada se quedó clavada en algunas bagatelas importadas de Europa y unas revistas de moda que había en un rincón, pero no tenía la mente como para concentrarme demasiado. De nuevo se me había metido hasta la médula la sorprendente verdad que pretendía olvidar, ver como algo normal. Era la sensación de que al mirarla veía a alguien muy conocido, como si lo supiera todo de ella. Se parecía a mí. Yo también había tenido el pelo ondulado y castaño de niño, como ella, aunque al crecer se me alisó, como a Füsun. Era como si pudiera ponerme en su lugar con toda facilidad, como si la comprendiera profundamente. Su blusa estampada resaltaba la naturalidad de su piel y el rubio de su pelo, teñido. Recordé, dolido, que mis amigos hablaban de ella diciendo que parecía «salida del Playboy» ¿Se habría acostado con ellos? «Devuélvele el bolso, recupera tu dinero y lárgate. Estás a punto de prometerte con una chica maravillosa», me dije. Miraba hacia fuera, hacia la plaza de Nisantasi, pero poco después la imagen onírica de Füsun se reflejó como un fantasma en el escaparate cubierto de vaho.
[...]
Como si fuera una niña, suspiró, hipó un par de veces y volvió a llorar. Tocar sus largos y lindos brazos y su cuerpo, sentir sus pechos, sujetarla de aquella manera por un instante, me embriagaba. De repente se despertó en mí la ilusión de que la conocía desde hacía años, de que en realidad estábamos muy unidos, quizá para ocultarme el deseo que se alzaba en mi interior cada vez que la tocaba. ¡Era mi hermanita, difícil de consolar, dulce, triste y preciosa! Por un momento, quizá porque sabía que éramos parientes lejanos, sentí que su cuerpo se parecía al mío en la longitud de sus brazos y piernas, en la delicadeza de su estructura ósea y en la fragilidad de sus hombros. Si yo hubiese sido mujer, si hubiese tenido doce años menos, mi cuerpo habría sido más o menos como el suyo.
[...]

Porque mi corazón, como si hubiera comprendido de inmediato la situación, se había puesto a latir como loco. Antes de salir a la calle reuní todas mis fuerzas y le lancé una última mirada, como si no pasara nada extraordinario. En cuanto puse el pie en la calle, al mezclarse los sentimientos de vergüenza y arrepentimiento que me envolvían con fantasías de felicidad, de una manera prodigiosa las aceras de Nisantasi empezaron a parecerme amarillísimas al excesivo calor del mediodía primaveral. Mis pies me llevaban por la sombra, por debajo de los aleros y los toldos de anchas franjas azules y blancas abiertos para proteger los escaparates, cuando de repente vi en uno de ellos una jarra también amarillísima, así que entré y la compré de manera instintiva. Al contrario de lo que suele suceder con los objetos comprados al azar, la jarra amarilla nos sirvió cerca de veinte años, primero en la mesa de mis padres, luego en la de mi madre y mía, sin que nunca habláramos de ella. Cada vez que cogía el asa de la jarra amarilla en las cenas, recordaba el inicio de los días de desdicha a los que me había impulsado la vida y que mi madre me echaba en cara con su mirada silenciosa, entre recriminadora y triste. "
"Mi trabajo es escuchar a otras voces y hacer que el libro sea más que esas voces", ha señalado Orhan Pamuk.
Estambul (fragmento)
"Lo que yo temía no era a Dios, sino la rabia que sentían los que creían demasiado en Él hacia gente como yo. La estupidez de aquella gente excesivamente pía, cuya inteligencia nunca podría compararse –que Dios me perdone– con la de ese Dios en el que con tanto amor creían, era la segunda razón de mi miedo. Durante años tampoco me abandonó el temor a ser castigado por no ser «como ellos» y ese pensamiento tuvo una influencia más decisiva en que durante mi primera juventud me atrajeran las ideas de izquierdas que todos los libros teóricos que leí. Lo que de veras me sorprendió durante bastante tiempo fue que muchos de los estambulíes occidentalizados, laicos y medio escépticos, no sufrieran complejo de culpabilidad por su posición. Pero siempre me gustaba imaginar que toda aquella gente, que de la misma manera que no cumplía con ningún precepto, despreciaba a los que se sentían vinculados a su religión por razones de clase –lo mismo que los esnobs supuestamente «modernos» que despreciaban los hábitos artísticos y culturales de las clases inferiores–, en algún momento de sus vidas, por ejemplo en un accidente de tráfico o yaciendo en la cama de un hospital, intentaría llegar a un acuerdo secreto con Dios.
Recuerdo haber tratado la cuestión en los recreos, aunque de manera torpe, con un compañero de secundaria cuyo valor admiraba porque no intentó llegar a ese acuerdo secreto.

Viví como algo personal aquellos complejos de culpabilidad originados, más que en el miedo a alejarme de Dios, en el de alejarme del sentimiento de comunidad que compartía la ciudad entera. Cuando a los doce años el lugar de aquella tensión metafísica entre creer y querer pertenecer a un grupo fue ocupado por la curiosidad por el sexo y la culpabilidad correspondiente, mis inquietudes religiosas perdieron bastante fuerza. De todas maneras, cada vez que estoy entre la multitud, en un barco o en un puente, y veo a una anciana vestida de blanco, siento un escalofrío. "

"He aquí una de mis opiniones más contundentes: las novelas son, en esencia, ficciones literarias visuales. Una novela ejerce su influencia en nosotros, en general, apelando a nuestra inteligencia visual, a nuestra capacidad para ver cosas en nuestra mente y convertir las palabras en imágenes mentales. Todos sabemos que, a diferencia de otros géneros literarios, las novelas recurren a nuestra memoria de experiencias vitales cotidianas y de impresiones sensoriales de un modo en que a veces ni tan siquiera somos conscientes. Además de describir el mundo, las novelas también describen —con una riqueza que no tiene parangón en ninguna otra forma literaria— los sentimientos que evocan nuestros sentidos del olfato, el oído, el sabor y el tacto. El paisaje general de la novela cobra vida —más allá de lo que ven los protagonistas— con los sonidos, los olores, los sabores y los momentos de contacto de ese mundo. Sin embargo, entre las experiencias vitales que cada uno de nosotros siente al momento y de un modo único, el hecho de ver es sin duda el más importante. Escribir una novela significa pintar con palabras, y leer una novela significa visualizar imágenes a través de las palabras de otra persona.
Cuando digo «pintar con palabras», me refiero a evocar una imagen muy clara y nítida en la mente del lector mediante el uso de las palabras. Cuando escribo una novela, frase a frase, palabra a palabra (dejando a un lado las escenas de diálogo), el primer paso siempre es la formación de una imagen en mi mente. Soy consciente de que mi tarea inmediata consiste en aclarar y enfocar esta imagen mental. Gracias a la lectura de biografías y memorias de escritores, y a las conversaciones con otros novelistas, me he dado cuenta de que, en comparación con otros escritores, le dedico más esfuerzo a la planificación antes de coger papel y bolígrafo. Pongo un poco más de cuidado en la división del libro en secciones y en su estructura. Cuando escribo un capítulo, una escena o un pequeño retablo (como habrán comprobado, ¡el vocabulario pictórico acude a mí de forma natural!), primero lo veo con todo lujo de detalle en la mente. Para mí, escribir es el proceso de visualizar esa escena concreta, esa imagen. Dedico tanto tiempo a mirar la hoja en la que estoy escribiendo con la pluma como a mirar por la ventana. Mientras me preparo para transformar mis pensamientos en palabras, procuro visualizar cada escena como la secuencia de una película, y cada frase como un cuadro. "

"Pero ¿de verdad era posible fingir que no había pasado nada? Tenía la sensación de que mi cabeza era también como un pozo donde Mahmut Usta, pico en mano, seguía cavando sin cesar. Eso podía significar que mi antiguo jefe seguía vivo, o que la policía aún no había emprendido la investigación del crimen.
Me imaginaba que alguien –quizá Ali– encontraría el cadáver de Mahmut Usta, y entonces el fiscal procedería a abrir el caso; informaría primero a la policía de Gebze (lo cual, en Turquía, podía tardar días o semanas), mi madre lloraría hasta perder el conocimiento, y después de que las autoridades locales se pusieran en contacto con sus homólogos de Estambul (lo cual también podría llevar meses), la policía se presentaría un día en la academia o en la librería para arrestarme.

En la librería trabajaba de forma rápida y eficiente, ocupándome prácticamente de todo. El jefe Deniz apreciaba mis originales propuestas para organizar el escaparate, así como mis ideas sobre descuentos y selección de libros, y me dijo que, si quería, en invierno también podía quedarme a dormir en el sofá, e incluso instalarme de forma permanente en aquel pequeño cuarto como si fuera un piso de estudiante. Mi madre se puso triste porque yo iba a vivir otra vez lejos de Gebze y de ella, pero también estaba segura de que, si continuaba asistiendo al instituto de Kabataş y a la academia preparatoria de Beşiktaş, obtendría muy buenos resultados en el examen de acceso a la universidad. "