En la
tradición filosófica,
el lenguaje no es
más que un vestigio
del que uno puede desprenderse o que se puede
corregir, como el soma-sema, como el cuerpo
animal
convertido en tumba y signo, como las técnicas,
como
las artes.
tradición filosófica,
el lenguaje no es
más que un vestigio
del que uno puede desprenderse o que se puede
corregir, como el soma-sema, como el cuerpo
animal
convertido en tumba y signo, como las técnicas,
como
las artes.
El
lenguaje es la única sociedad del hombre
(cháchara,
cotilleo, familia, genealogía, ciudad, leyes, charla,
cantos, aprendizaje, economía, teología, historia,
amor,
novela) y no se conoce ningún hombre que se
haya
librado de él.
(cháchara,
cotilleo, familia, genealogía, ciudad, leyes, charla,
cantos, aprendizaje, economía, teología, historia,
amor,
novela) y no se conoce ningún hombre que se
haya
librado de él.
Así el logos fue desatendido por
la philosophia en su despliegue, de la misma manera que el aire es
ignorado por las alas de los pájaros, como el agua del río es
ignorada por los peces excepto al morir por encima de la superficie
del agua en donde se asfixian, una vez transportados por el anzuelo
hacia la suavidad y la transparencia atmosféricas donde dejan de
moverse y se iluminan.
(...)
Cuando
una sociedad está a la espera del acontecimiento que puede
extinguirla, cuando el miedo, el desamparo, la pobreza, la
desherencia y la envidia de todos contra todos han llegado a un
estado de madurez, comparable al de los frutos bajo el calor, una
expresión secreta y ávida aparece en la mayoría de los rasgos de
los vivos que se encuentran por las calles de las ciudades que son
las nuevas selvas. Los rostros que nos rodean cargan con esa tristeza
y manifiestan ese silencio que se extiende. Ese silencio, a pesar de
la Historia, es decir, a causa del mito de la Historia, sigue siendo
ignorante de su ferocidad. Las sociedades occidentales están de
nuevo en ese estado de terrible madurez. Están en el límite de la
carnicería. "
Pascal
Quignard
(Francia, 1948)
Escritor
francés nacido en Verneuil-sur-Avre (región de Alta Normandía). De
niño fue ligeramente autista un par de veces y la primera de ellas,
su tío, que había salido del campo de concentración nazi de
Dachau, le volvió a enseñar a hablar y a comer haciéndole chupar
un palo de regaliz que parecía una rama. Pintor hasta 1968,
organista y violonchelista, licenciado en filosofía, fue profesor de
la Universidad de Vincennes y de la Escuela Práctica de Estudios
Superiores en Ciencias Sociales. Ha publicado una veintena de obras
donde la ficción se mezcla con la reflexión. Entre sus escritos
destacan las novelas, El salón de Wurtemberg (1986), Las
escaleras de Chambord(1989), Todas las mañanas del
mundo (1991),
que Alain Corneau adaptó al cine y que cuenta la vida recluida de
Monsieur de Sainte-Colombe, compositor barroco que cayó en el
olvido; Vida secreta(1999), Terraza en Roma (2000), Les
ombres errantes (Premio
Goncourt, 2002) y Las tablillas de boj de Apronenia
Avitia (2004),
novela que recrea la biografía de un misterioso personaje, una
patricia nacida en el año 343 sobre cuya identidad sólo se conocen
algunas hipótesis aventuradas y unas cuantas tablillas de madera de
boj donde comenta algunos detalles cotidianos de su azarosa vida en
medio de la decadencia del imperio romano. También es autor de los
ensayos, Pequeños tratados (ocho
tomos), La lección de música, El odio a la música: diez
pequeños tratados, El nombre en la punta de la
lengua y Retórica
especulativa. Ha sido fundador, junto a François Mitterrand, del
Festival de la Ópera y del Teatro Barroco de Versalles. En 1990 fue
nombrado secretario general de la editorial Gallimard. Pascal
Quignard es sin duda el más iconoclasta de los escritores franceses
contemporáneos. © epdlp
Pascal Quignard
Pequeños tratados
Tensada en sintaxis elástica y repentinamente sobrecogida en palabra aislada, la lengua de Pascal Quignard ejerce fascinación sobre su lector. No hace falta salir de la obra del autor para explicar tal efecto: fascinus –precisa en El sexo y el espanto– quiere decir en latín lo que en griego se denominaba φαλλος, y el fascinado es aquél que no puede separar su vista de ese vigoroso objeto.
Que la lectura sea una escena cargada por una tensión semejante es precisamente el centro de estos Pequeños tratados, donde puede leerse explícitamente aquello que el escritor pretende: «Fascinar. Emocionar físicamente al lector a través del libro que se escribe.
Retenerlo en torno a uno mismo. Ser amado extraordinariamente. Sexualidad extraña la de los ídolos de piedra: placer imaginario que el fiel les supone». O que el propio escritor supone en sí mismo.
Léase –en otro lugar del libro y como al desgaire–: «Se me perdonarán estos fragmentos, estos espasmos que sueldo».
Que la lectura sea una escena cargada por una tensión semejante es precisamente el centro de estos Pequeños tratados, donde puede leerse explícitamente aquello que el escritor pretende: «Fascinar. Emocionar físicamente al lector a través del libro que se escribe.
Retenerlo en torno a uno mismo. Ser amado extraordinariamente. Sexualidad extraña la de los ídolos de piedra: placer imaginario que el fiel les supone». O que el propio escritor supone en sí mismo.
Léase –en otro lugar del libro y como al desgaire–: «Se me perdonarán estos fragmentos, estos espasmos que sueldo».
Habla Quignard durante más de ochocientas páginas de la escritura diciendo que es pasión que no se agota de «servidores obsesionados por algo más que por la lengua». Y ese algo que no parece humano es relativo al origen. Origen de la lengua y origen de uno mismo: en la escritura de Quignard ambos se entrelazan de modo que la prospección etimológica adquiere tientes carnales. Y toda idea de creación, tanto biológica como poética, encuentra representación en el cuerpo sexuado desvestido de retórica sensual.
En novelas como en ensayos, Quignard suele acompañar la búsqueda de la esencialidad del arte de sus personajes con las experiencias corporales que, siendo más básicas (sexo, dolor, muerte), más potencia emocional poseen. «Ludovico Ariosto salió en septiembre de 1474, en Reggio, de los labios del bajo vientre de Maria Magaluzzi», dice en su comienzo el tratado con título «Un largo silencio de Ariosto».
En novelas como en ensayos, Quignard suele acompañar la búsqueda de la esencialidad del arte de sus personajes con las experiencias corporales que, siendo más básicas (sexo, dolor, muerte), más potencia emocional poseen. «Ludovico Ariosto salió en septiembre de 1474, en Reggio, de los labios del bajo vientre de Maria Magaluzzi», dice en su comienzo el tratado con título «Un largo silencio de Ariosto».
El hombre, como el salmón, siempre busca remontar a su origen –reza una de las convicciones más sabidas de Quignard–. Y su lengua –añaden estos Pequeños tratados– se origina en el silencio. De modo que, siendo lector y escritor caras de una misma moneda –convicción de un autor que incluso se define antes como lo primero que como lo segundo–, ambos se encuentran fascinados por ese originario silencio.
Un silencio que, a su vez, también la lengua engendra «intentando una muda contraria a la metamorfosis primera del cuerpo en la letra», resonando «con una especie de estruendo en el silencio del cuerpo», pues «hay que devolver el logos al alogon de todo lo que es». Y, así, la escritura tiene el paradójico cometido de remontar a su origen produciendo un silencio que le es propio.
Un silencio que, a su vez, también la lengua engendra «intentando una muda contraria a la metamorfosis primera del cuerpo en la letra», resonando «con una especie de estruendo en el silencio del cuerpo», pues «hay que devolver el logos al alogon de todo lo que es». Y, así, la escritura tiene el paradójico cometido de remontar a su origen produciendo un silencio que le es propio.
Las declinaciones de este nudo de cuerpo y sentido, de pensamiento y realidad, de sacrificio y fantasma –pares anudados en su discordia excluyente– engendran cincuenta y seis tratados de muy desigual extensión que recorren todo el espectro de lo que concierne a la lengua: lectura («toda lectura es una quimera, una mixtura de uno mismo y de otro»); voz, taciturnidad (la invención de la lectura ambrosiana o silenciosa acoge el silencio que cada lengua suscita como fondo propio); escritura, preverbalidad (la escritura apareció hace sólo unos milenios, no es característica del humano); página, libro (el paso del volumen al códice y todo lo que ello supone en la lengua y la cultura explicado en cien páginas); imagen y texto («el libro es el único icono antiicónico»); variedad de lenguas (¿por qué lenguas ágiles y refinadas han sido sustituidas por otras de apariencia más rudimentaria?); traducción («traducir es escribir en su lengua el leer de otra lengua»); etimología (los vestigios del carácter contradictorio de las lenguas); puntuación (el solfeo de las palabras); grafía (de cómo fue a dar la z al final del abecedario); sintaxis («la sintaxis del libro abstrae un ritmo que no es sonoro»). Y un sinfín de curiosidades y matices que, sin ser todos novedosos, lo resultan bajo su modulación quignardiana.
Tal modulación unitaria –más allá del tema de «la lengua escrita»– se construye sobre un teselado de modos discursivos en los que prima la conocida erudición del autor.
Erudición en su sentido más estricto: la que acude directamente a los textos originales y se remonta a siglos poco frecuentados por nuestra actual cultura.
Escasos son los estudiosos del siglo XX evocados –Hans Robert Jauss, Oswald Ducrot, Nina Catach, Marcel Jousse– y, con ello, Quignard parece no querer añadir sabores recientes a su relación con la lengua. Sin embargo, los nombres de siglos pasados reciben variado tratamiento: cierto que se traslada su pensamiento, o que se glosan demoradamente sus textos –como es el caso de Guy Le Fèvre de la Boderie, poeta del siglo XVI– pero, muy a menudo, Quignard se detiene en aspectos biográficos significativos para el tema que le ocupa.
Con ellos construye intriga y, por tanto, relato: el lector no sabe por qué el tratado XXVII versa sobre el joven númida Agustín de Hipona hasta que lo vemos aprendiendo a «leer mudamente» al modo ambrosiano.
Erudición en su sentido más estricto: la que acude directamente a los textos originales y se remonta a siglos poco frecuentados por nuestra actual cultura.
Escasos son los estudiosos del siglo XX evocados –Hans Robert Jauss, Oswald Ducrot, Nina Catach, Marcel Jousse– y, con ello, Quignard parece no querer añadir sabores recientes a su relación con la lengua. Sin embargo, los nombres de siglos pasados reciben variado tratamiento: cierto que se traslada su pensamiento, o que se glosan demoradamente sus textos –como es el caso de Guy Le Fèvre de la Boderie, poeta del siglo XVI– pero, muy a menudo, Quignard se detiene en aspectos biográficos significativos para el tema que le ocupa.
Con ellos construye intriga y, por tanto, relato: el lector no sabe por qué el tratado XXVII versa sobre el joven númida Agustín de Hipona hasta que lo vemos aprendiendo a «leer mudamente» al modo ambrosiano.
No sólo nombres propios, sino también nociones, se presentan inesperadamente aparentando improvisación o desorden, cuando en realidad proporcionan una pincelada más a la composición de la idea central.
Así ocurre con la mención de las naturalezas muertas, llamadas «vidas inmóviles» en Holanda y «bodegones» en España; llamadas también «vidas quietas» [vies coyes] en Francia, como la lectura silenciosa [à recoy] iniciada por Ambrosio.
Pintura y lectura observan –miran y obedecen– la vida y la lengua silenciosas. La erudición lingüística enlaza estos datos de cultura, pero también consigue condensarse en relato explicando, por ejemplo, cómo en los primeros años del siglo XVI, en Francia, los pájaros se separaron de los árboles: sucede en torno al término «ramaje» [ramage], que primero nombró las ramas y luego el gorjeo de los pájaros que en ellas habitaban.
Pero lo propio de los pájaros es alzar el vuelo y alejarse de los árboles, y por ello el nombre de su canto también abandonó las ramas, que dejaron de llamarse ramage. Inversamente, hay relatos que se convierten en claves metafóricas para relanzar el pensamiento, como el de Apuleyo del tratado XXIII, donde la garganta degollada se revela libro que se reabre y libera una esponja que se embebe de un «agua primera».
Así el corazón del escritor, anota Quignard, herido también en su silenciosa garganta.
Así ocurre con la mención de las naturalezas muertas, llamadas «vidas inmóviles» en Holanda y «bodegones» en España; llamadas también «vidas quietas» [vies coyes] en Francia, como la lectura silenciosa [à recoy] iniciada por Ambrosio.
Pintura y lectura observan –miran y obedecen– la vida y la lengua silenciosas. La erudición lingüística enlaza estos datos de cultura, pero también consigue condensarse en relato explicando, por ejemplo, cómo en los primeros años del siglo XVI, en Francia, los pájaros se separaron de los árboles: sucede en torno al término «ramaje» [ramage], que primero nombró las ramas y luego el gorjeo de los pájaros que en ellas habitaban.
Pero lo propio de los pájaros es alzar el vuelo y alejarse de los árboles, y por ello el nombre de su canto también abandonó las ramas, que dejaron de llamarse ramage. Inversamente, hay relatos que se convierten en claves metafóricas para relanzar el pensamiento, como el de Apuleyo del tratado XXIII, donde la garganta degollada se revela libro que se reabre y libera una esponja que se embebe de un «agua primera».
Así el corazón del escritor, anota Quignard, herido también en su silenciosa garganta.
Inclinándose alternativamente hacia el relato o hacia la exposición filosófico-filológica, los tratados avanzan aparentemente sin orden ni estructura, pero menos formando una reflexión de aluvión que componiendo una «suite barroca»: piezas de distinto carácter y ritmo, unas más básicas y otras más superfluas.
Por un lado, el lector reconocerá el estilo entrecortado y gnómico, la reticencia al desarrollo explicativo y la brida puesta a la sintaxis que presidían novelas como Todas las mañanas del mundo o Terraza en Roma.
Por otro lado, verá el pulso mismo del pensamiento –con sus brusquedades, sus remolinos, sus espesores, sus tentativas, sus epifanías luminosas, sus raptos poéticos, sus dilataciones y sus insistencias–, un pulso que ya había subyugado al lector de Vida secreta.
Por un lado, el lector reconocerá el estilo entrecortado y gnómico, la reticencia al desarrollo explicativo y la brida puesta a la sintaxis que presidían novelas como Todas las mañanas del mundo o Terraza en Roma.
Por otro lado, verá el pulso mismo del pensamiento –con sus brusquedades, sus remolinos, sus espesores, sus tentativas, sus epifanías luminosas, sus raptos poéticos, sus dilataciones y sus insistencias–, un pulso que ya había subyugado al lector de Vida secreta.
Libérrimo –pero no errático–, pocas cosas se le esconden a Quignard sobre su propia escritura. Por eso, aunque atribuida al estilo de Marcial –el poeta epigramático latino–, no se priva de darnos cumplida descripción de un modo estilístico que le viene a él mismo como un guante: «apasionado por la precisión, por el laconismo, buscaba la expresión más propia y la más simple, el episodio más sorprendente, el más seco [...] la virulencia de la expresión.
Una especie de clasicismo que se volvía barroco a fuerza de pureza». Y aún con más precisión, filtra otra nota que sólo a su escritura cabe asociar: «Larga sintaxis impronunciable seguida por breves, bruscos accesos nominales contrastantes».
Se diría que las dos caras de la misma moneda se terminan aquí superponiendo: Quignard, lector del escritor Quignard, no puede evitar ser fascinado por su propio fascinus.
Una especie de clasicismo que se volvía barroco a fuerza de pureza». Y aún con más precisión, filtra otra nota que sólo a su escritura cabe asociar: «Larga sintaxis impronunciable seguida por breves, bruscos accesos nominales contrastantes».
Se diría que las dos caras de la misma moneda se terminan aquí superponiendo: Quignard, lector del escritor Quignard, no puede evitar ser fascinado por su propio fascinus.
Amelia Gamoneda es profesora de Literatura Francesa en la Universidad de Salamanca. Traductora de Emil Cioran, Stéphane Mallarmé y Jacques Ancet, es autora de Merodeos. Narrativa francesa actual (Madrid, Abada, 2007) y Del animal poema. Olvido García Valdés y la poética de lo vivo (Oviedo, KRK, 2017)
La
frontera (fragmento)
" Era
un excelente profesor de música. El señor Grezette tenía la
costumbre, si se hallaba bajo los efectos del vino, de azotar a sus
alumnos, cualquiera que fuera su edad, cuando no conseguía de ellos
lo que esperaba. Al señor de Alcobaça y al señor de Jaume les
agradaba ver cómo el señor Grezette azotaba a Luisa, y se reían.
La
joven de Alcobaça había tenido también un compañero de juegos del
que se había encariñado; se llamaba Afonso y era el hijo del
intendente de la casa de Colares. Cuando Luisa cumplió trece años,
a Afonso, en una capea, le había aplastado las glándulas de los
genitales un toro que le había pisado salvajemente el vientre.
Esa
vez había tenido suerte. A uno que llevaba el mosquete lo había
matado en el acto. Era un toro muy bravo; su nombre era Iesu; aquel
día se volvió inexplicablemente furioso y lo tuvieron que
sacrificar. Luisa de Alcobaça se precipitó, fue corriendo hasta una
carreta que había allí y en la que habían tendido el cuerpo de
Afonso, quien todavía daba alaridos. Hacía tanto calor en la
carreta que la habían cubierto con un cañizo.
La joven
de Alcobaça había tenido también un compañero de juegos del que
se había encariñado; se llamaba Afonso y era el hijo del intendente
de la casa de Colares. Cuando Luisa cumplió trece años, a Afonso,
en una capea, le había aplastado las glándulas de los genitales un
toro que le había pisado salvajemente el vientre.
Esa vez había
tenido suerte. A uno que llevaba el mosquete lo había matado en el
acto. Era un toro muy bravo; su nombre era Iesu; aquel día se volvió
inexplicablemente furioso y lo tuvieron que sacrificar. Luisa de
Alcobaça se precipitó, fue corriendo hasta una carreta que había
allí y en la que habían tendido el cuerpo de Afonso, quien todavía
daba alaridos. Hacía tanto calor en la carreta que la habían
cubierto con un cañizo.
La joven estrechó contra su pecho a su amigo mientras el barbero le hacía una incisión en uno de los testículos y extraía la glándula aplastada. Aquella imagen la había impresionado mucho, así que solía compadecer a los hombres por la constitución con que la naturaleza los había dotado; no sólo por lo poco agraciada que era sino por la poca protección que les ofrecía. Después el barbero volvió a coser las bolsas en vivo. Afonso no gritó. Ella decía que en toda su vida jamás le habían estrechado la mano con tanta fuerza. Afonso murió en 1658 por la peste que causó estragos en Antalya, cerca de Estambul, donde se hallaba destinado como oficial de marina.
"Retórica
especulativa (fragmento)
" El
lenguaje es en sí mismo investigación. En la tradición filosófica,
el lenguaje no es más que un vestigio del que uno puede desprenderse
o que se puede corregir, como el soma-sema, como el cuerpo animal
convertido en tumba y signo, como las técnicas, como las artes. El
lenguaje es la única sociedad del hombre (cháchara, cotilleo,
familia, genealogía, ciudad, leyes, charla, cantos, aprendizaje,
economía, teología, historia, amor, novela) y no se conoce ningún
hombre que se haya librado de él. Así el logos fue desatendido por
la philosophia en su despliegue, de la misma manera que el aire es
ignorado por las alas de los pájaros, como el agua del río es
ignorada por los peces excepto al morir por encima de la superficie
del agua en donde se asfixian, una vez transportados por el anzuelo
hacia la suavidad y la transparencia atmosféricas donde dejan de
moverse y se iluminan.
(...)
Cuando una sociedad está a la
espera del acontecimiento que puede extinguirla, cuando el miedo, el
desamparo, la pobreza, la desherencia y la envidia de todos contra
todos han llegado a un estado de madurez, comparable al de los frutos
bajo el calor, una expresión secreta y ávida aparece en la mayoría
de los rasgos de los vivos que se encuentran por las calles de las
ciudades que son las nuevas selvas. Los rostros que nos rodean cargan
con esa tristeza y manifiestan ese silencio que se extiende. Ese
silencio, a pesar de la Historia, es decir, a causa del mito de la
Historia, sigue siendo ignorante de su ferocidad. Las sociedades
occidentales están de nuevo en ese estado de terrible madurez. Están
en el límite de la carnicería.
(...)
Cuando una
sociedad está a la espera del acontecimiento que puede extinguirla,
cuando el miedo, el desamparo, la pobreza, la desherencia y la
envidia de todos contra todos han llegado a un estado de madurez,
comparable al de los frutos bajo el calor, una expresión secreta y
ávida aparece en la mayoría de los rasgos de los vivos que se
encuentran por las calles de las ciudades que son las nuevas selvas.
Los rostros que nos rodean cargan con esa tristeza y manifiestan ese
silencio que se extiende. Ese silencio, a pesar de la Historia, es
decir, a causa del mito de la Historia, sigue siendo ignorante de su
ferocidad. Las sociedades occidentales están de nuevo en ese estado
de terrible madurez. Están en el límite de la carnicería.
"Terraza
en Roma (fragmento)
" Meaume
el Grabador y Abraham Van Berchem fueron a la casa parisina de la
señora de Pont-Carré, en la rue des Mauvaises-Paroles.
Esperaron
al célebre violista que les había dado cita en aquella casa, pero
éste no apareció.
Así era entonces la vida de los pintores:
una sucesión de ciudades. Erraban. Meaume fue de París a Lavaur,
luego a Toulouse, Lunéville, Brujas. En este orden. El tercer viaje,
apresurado y doloroso, fue al lago de Como, el Milanesado, la
república de Venecia, los ducados de Parma y Bolonia. En Bolonia se
convirtió en pintor de vidrieras. Después de Bolonia llegó la
terrible soledad de Ravello. Luego, Roma. Después, España, el
Perreux, Quend, París, Amberes. Luego, Londres y Utrecht. En Roma
hizo grabados para la venta. Desde su llegada trabajó para un
vendedor de estampas en la via Giulia, cerca del palacio Farnese, re
copiando estampas, calcando a lápiz sobre una hoja, planchando el
reverso de la hoja impregnada de hollín, grabando finalmente el
cobre sobre las huellas. Decían que era discípulo de Villamena por
las figuras, de los Carrache por las posturas, de Claude Gellée por
los lugares. No se dejaba ver ni en las mansiones de los príncipes
ni en las de los cardenales. Cuando salía de su casa en el monte
Aventino, llevaba un gran sombrero de paja que disimulaba los rasgos
de su cara. Las largas murallas de Roma, de sombra azul como los
tiburones, guiaban sus pasos. Y la sombra, según la hora, daba forma
a sus paseos. Los jardines, las viñas, los bosquecillos de olmos,
los campos, las ruinas. Las masas de buganvillas que colgaban de los
viejos muros. Techos de tejas que se desbordaban sobre los callejones
llenos de tierra y de musgo resbaladizo.
Algún tiempo después, cuando su vista se debilitó tras su regreso de Londres, solía trabajar en la terraza, en el segundo piso, a pleno sol, bajo un sobradillo de tejas color ocre que había hecho agrandar. A veces aún copiaba justas musicales o lecciones de música para el gran público. Antaño, la plebe romana que se había rebelado contra el patriciado se retiró al monte Aventino hasta que fueron reconocidos sus derechos.
Un viejo guerrero que pertenecía al cónsul Appio Claudio desnudó su espalda y gritó: Provoco! Lo que en la antigua lengua quiere decir: «Apelo al pueblo de Roma». A él le gustaban los paisajes cada vez más desiertos, las ruinas cada vez más nocturnas, los mares con un minúsculo barco a lo lejos, lo más lejos posible, como la barca de la muerte. Abajo, a la izquierda, Meaumus sculpsit. En invierno cerraba el ventanal. Trabajaba en la habitación vacía donde mostraba sus estampas. A lo largo de la pared, una mesa y dos sillas.
El dosel ocultaba el lecho. Marie
Aidelle durmió en ese lecho durante casi un año.
Esperaron
al célebre violista que les había dado cita en aquella casa, pero
éste no apareció.
Así era entonces la vida de los pintores:
una sucesión de ciudades. Erraban. Meaume fue de París a Lavaur,
luego a Toulouse, Lunéville, Brujas. En este orden. El tercer viaje,
apresurado y doloroso, fue al lago de Como, el Milanesado, la
república de Venecia, los ducados de Parma y Bolonia. En Bolonia se
convirtió en pintor de vidrieras. Después de Bolonia llegó la
terrible soledad de Ravello. Luego, Roma. Después, España, el
Perreux, Quend, París, Amberes. Luego, Londres y Utrecht. En Roma
hizo grabados para la venta. Desde su llegada trabajó para un
vendedor de estampas en la via Giulia, cerca del palacio Farnese, re
copiando estampas, calcando a lápiz sobre una hoja, planchando el
reverso de la hoja impregnada de hollín, grabando finalmente el
cobre sobre las huellas.
Decían que era discípulo de Villamena por las figuras, de los Carrache por las posturas, de Claude Gellée por los lugares. No se dejaba ver ni en las mansiones de los príncipes ni en las de los cardenales. Cuando salía de su casa en el monte Aventino, llevaba un gran sombrero de paja que disimulaba los rasgos de su cara. Las largas murallas de Roma, de sombra azul como los tiburones, guiaban sus pasos. Y la sombra, según la hora, daba forma a sus paseos. Los jardines, las viñas, los bosquecillos de olmos, los campos, las ruinas.
Las masas de buganvillas que colgaban de los viejos muros. Techos de tejas que se desbordaban sobre los callejones llenos de tierra y de musgo resbaladizo. Algún tiempo después, cuando su vista se debilitó tras su regreso de Londres, solía trabajar en la terraza, en el segundo piso, a pleno sol, bajo un sobradillo de tejas color ocre que había hecho agrandar. A veces aún copiaba justas musicales o lecciones de música para el gran público. Antaño, la plebe romana que se había rebelado contra el patriciado se retiró al monte Aventino hasta que fueron reconocidos sus derechos.
Un viejo guerrero que pertenecía al cónsul Appio Claudio desnudó su espalda y gritó: Provoco! Lo que en la antigua lengua quiere decir: «Apelo al pueblo de Roma». A él le gustaban los paisajes cada vez más desiertos, las ruinas cada vez más nocturnas, los mares con un minúsculo barco a lo lejos, lo más lejos posible, como la barca de la muerte. Abajo, a la izquierda, Meaumus sculpsit. En invierno cerraba el ventanal. Trabajaba en la habitación vacía donde mostraba sus estampas. A lo largo de la pared, una mesa y dos sillas. El dosel ocultaba el lecho. Marie Aidelle durmió en ese lecho durante casi un año. "
Todas las mañanas del mundo (fragmento)
" Uno de sus alumnos, Cosme Le Blanc padre, contaba que llegaba a imitar todas las inflexiones de la voz humana: del suspiro de una joven al llanto de un hombre mayor, del grito de guerra de Enrique de Navarra a la dulzura del soplo de un niño aplicado que dibuja, del estertor desordenado al que el placer a veces incita a la gravedad casi muda, casi monocorde, de un hombre concentrado en sus oraciones. "
“El grito que pide socorro, una vez convertido en canto, ya no se dirige a nadie. Las artes no tienen por destino, como hace la Historia, organizar el olvido. Ni dar un sentido a lo Otro del sentido. Ni manchar y engullir el tiempo pasado de la tierra. Ni aniquilar in situ la otra parte del tiempo.
Ni proscribir los lenguajes anteriores a todas las lenguas naturales. Ni emparedar lo Abierto. Hay que ser nazi para pensar que el arte es una mentira decorativa. Hay que ser comunista para pensar que el arte divierte. Hay que ser burgués liberal para pensar que alegra. Sólo en los regímenes totalitarios el arte es concebido como una estetización del sometimiento, una mitificación del pasado, una falsificación constante de la hora que llega y pasa.
El artista no puede tomar parte en el funcionamiento de la comunidad humana desde el momento en que se esfuerza por desprenderse de ella. Ni siquiera tiene derecho a recibir un sueldo como contrapartida de su obra.
Está más cerca del duelo que del sueldo. Menos olvidadizo que la memoria voluntaria. Menos interesado que el dinero en el intercambio. El arte no tiene como función negar lo Otro en lo social.
El individuo es como la ola que se levanta en la superficie del agua. No puede separarse de ella completamente. Y vuelve a caer rápidamente en la masa solidaria, que se la traga. Vuelve a caer una y otra vez continuamente con el movimiento irresistible de la marea que la arrastra. Pero ¿por qué no levantarse una vez, y otra vez, y otra vez?”
Ni proscribir los lenguajes anteriores a todas las lenguas naturales. Ni emparedar lo Abierto. Hay que ser nazi para pensar que el arte es una mentira decorativa. Hay que ser comunista para pensar que el arte divierte. Hay que ser burgués liberal para pensar que alegra. Sólo en los regímenes totalitarios el arte es concebido como una estetización del sometimiento, una mitificación del pasado, una falsificación constante de la hora que llega y pasa.
El artista no puede tomar parte en el funcionamiento de la comunidad humana desde el momento en que se esfuerza por desprenderse de ella. Ni siquiera tiene derecho a recibir un sueldo como contrapartida de su obra.
Está más cerca del duelo que del sueldo. Menos olvidadizo que la memoria voluntaria. Menos interesado que el dinero en el intercambio. El arte no tiene como función negar lo Otro en lo social.
El individuo es como la ola que se levanta en la superficie del agua. No puede separarse de ella completamente. Y vuelve a caer rápidamente en la masa solidaria, que se la traga. Vuelve a caer una y otra vez continuamente con el movimiento irresistible de la marea que la arrastra. Pero ¿por qué no levantarse una vez, y otra vez, y otra vez?”
(Pascal Quignard, Las sombras errantes, capítulo 37)
Pascal Quignard: adaptaciones cinematográficas
- :
TODAS LAS MAÑANAS DEL MUNDO (1991) de Alain Corneau.
Jean-Pierre Marielle y Gérard Depardieu protagonizan esta adaptación de la novela homónima de Pascal Quignardambientada en la parte final del siglo XVII.
Un maestro en la interpretación de viola (Marielle) decide aislarse tras la muerte de su esposa, negándose a su participación en eventos públicos. Sin embargo, el músico Marin Marais (Depardieu) se acerca a él para ser instruido por sus conocimientos.
Jean-Pierre Marielle y Gérard Depardieu protagonizan esta adaptación de la novela homónima de Pascal Quignardambientada en la parte final del siglo XVII.
Un maestro en la interpretación de viola (Marielle) decide aislarse tras la muerte de su esposa, negándose a su participación en eventos públicos. Sin embargo, el músico Marin Marais (Depardieu) se acerca a él para ser instruido por sus conocimientos.
EL AMOR CONYUGAL (1995) de Benoît Barbier.
Sami Frey, Caroline Sihol y Pierre Richard intervienen en esta cinta que, al igual que la anterior, transcurre en el siglo XVII. Un caballero llamado Nathan Le Cerf es traicionado por un noble. Antes de buscar venganza se casa con una hermosa damisela llamada Marthe de Lairac, quien quiere ayudarle en su propósito de resarcimiento.
Sami Frey, Caroline Sihol y Pierre Richard intervienen en esta cinta que, al igual que la anterior, transcurre en el siglo XVII. Un caballero llamado Nathan Le Cerf es traicionado por un noble. Antes de buscar venganza se casa con una hermosa damisela llamada Marthe de Lairac, quien quiere ayudarle en su propósito de resarcimiento.
VILLA AMALIA (2009) de Benoît Jacquot.
Isabelle Huppert protagoniza este drama centrado en una concertista de piano que decide trasladarse a una villa en una isla italiana tras descubrir la infidelidad de su marido. Al lado de Huppert, encontramos a intérpretes como Xavier Beauvois, Jean-Hugues Anglade y Maya Sansa.
Isabelle Huppert protagoniza este drama centrado en una concertista de piano que decide trasladarse a una villa en una isla italiana tras descubrir la infidelidad de su marido. Al lado de Huppert, encontramos a intérpretes como Xavier Beauvois, Jean-Hugues Anglade y Maya Sansa.
La sordidez y la vida imaginaria. Pascal Quignard
Gayo Albucio Silo, un raro autor latino nacido durante la época de Augusto, es uno de tantos escritores antiguos cuya obra se ha perdido para siempre. Leopoldo Alas Clarín evocaba en su cuento “Vario” a un poeta cuya obra se habia desvanecido a causa de la incuria del tiempo. Un contemporáneo de Clarín, Marcel Schwob recrea en la vida imaginaria de Lucrecio a un poeta que muere enloquecido sin haber escrito ni tan siquiera la obra que lo consagró para la posteridad, el poema científico titulado “Sobre la naturaleza de las cosas”.
De esta forma, el tema del autor sin obra se convierne en un estimulante asunto literario que, sobre todo, hizo las delicias de los escritores finiseculares.
De esta forma, el tema del autor sin obra se convierne en un estimulante asunto literario que, sobre todo, hizo las delicias de los escritores finiseculares.
Acerca de Albucio, gracias a los testimonios de Séneca el Rétor, conservamos algunos retazos de su existencia y su obra. Ambas son las que más o menos imaginariamente, se propone reconstruir Pascal Quignard. La obra de Quignard, publicada en 1990 y ya traducida al español, por lo que llego a saber, en 1991, ha recibido en 2010 una nueva versión castellana (Buenos Aires, El cuenco de plata) a cargo de Betina Keizman.
Echo de menos que los responsables de la edición no hayan recurrido a un latinista para corregir las muchísimas erratas de los textos latinos. Quignard conoce las lenguas clásicas (de hecho, ha traducido la Alejandra de Licofrón el Oscuro), y se ha dedicado en más de una ocasión a indagar sobre aspectos de la vida del mundo antiguo, como en “El sexo y el espanto”.
Echo de menos que los responsables de la edición no hayan recurrido a un latinista para corregir las muchísimas erratas de los textos latinos. Quignard conoce las lenguas clásicas (de hecho, ha traducido la Alejandra de Licofrón el Oscuro), y se ha dedicado en más de una ocasión a indagar sobre aspectos de la vida del mundo antiguo, como en “El sexo y el espanto”.
El gran asunto de la obra del “Albucio” de Quignard es indagar en algo tan espeluznante como la “belleza de la sordidez”. Cayo Albucio Silo es inventor de pequeñas e impactantes obras retóricas que, confundidas con las de Séneca el Rétor y otros autores de su época, tienen como fin la controversia, que el Diccionario de la Real Academia Española define como “Discusión de opiniones contrapuestas entre dos o más personas”.
Esclavos que mueren torturados, hijos pródigos y mujeres sospechosas de adulterio pueblan el oscuro mundo de Albucio, donde la fealdad moral y estética crea una extraña forma de belleza. Pero Quignard no se propone tan sólo reinventar la vida de Albucio, sino reconstruir 53 de sus piezas oratorias, pequeños episodios donde suele exponerse una causa judicial imposible.
De esta forma, el esquema historiográfico de la vida y la obra de un autor se alterna perfectamente para articular el libro. Para lo concerniente a la construcción biográfica, no podemos dejar de pensar en las “Vidas imaginarias” del ya citado Marcel Schwob, no en vano recreador de biografías tales como las del poeta Lucrecio o el novelista Petronio. Borges no es ajeno a estas formas de hacer biografía ficticia cuando compone los episodios que darán lugar a su “Historia universal de la infamia”
.
.
La recreación de los textos de Albucio, confundidos, entre otros, con los de Séneca el Rétor, nos recuerda a otra obra meridiana de Schowb, los “Mimos” de Herondas. Ya desde los títulos, donde se combina la lengua moderna y la lengua clásica, tenemos esa sensación de pastiche, de falsificación verosímil que acaso no detecte un lector poco conocedor de los pormenores filológicos.
La faceta crítica, es decir, el comentario de la obra de Albucio, aparece por todas partes, en especial el aspecto que ya hemos indicado acerca de la sordidez de su obra, de la que es posible extraer una rara forma de belleza. Esto es lo que precisamente imprime carácter a los supuestos escritos de un autor perdido y deliberadamente raro, que el escritor-filólogo, o ficticio historiador de la literatura clásica, pretende recuperar para sus lectores.
Y queda finalmente el mito del lector o, más bien, de los lectores que pueblan esta obra, como el propio Borges, que aparece explícitamente citado a propósito del novelista Apuleyo. Ya el propio Quignard ha escrito una obra titulada “El lector”, contrapartida ineludible del autor, que en este caso es reconstruido gracias al ejercicio de la relectura moderna.
Esta particular relectura es difícilmente catalogable dentro de uno de los géneros convencionales de la literatura comercial. La obra de Quignard, en definitiva, parece estar escrita para servir de egregio ejemplo de la historia no académica que propongo. FRANCISCO GARCÍA JURADO
Catedrático de filología latina en la Universidad Complutense de Madrid. Dirige el Grupo UCM de investigación "Historiografía de la literatura grecolatina en España" y es investigador principal del Diccionario Hispánico de la Tradición Clásica.Fragmentos del libro
El malestar en la cultura, de Freud, data de 1930. “¿Por qué la guerra?” data de 1933. El psicoanálisis no aporta ninguna solución al desorden del mundo porque no hay solución para el desorden del mundo. Guerra sin fin. La escena primitiva que constituye el núcleo de la doctrina es el padre desnudo excitado y la madre desnuda penetrada por él y gimiendo bajo sus embates. El núcleo presenta entonces tres caras: la escena primitiva, el Edipo, la pulsión sexual de muerte.
Pero es la misma cara. Las tres hacen una. El hijo mata al padre que lo engendra. Eros encadena aquello que Thánatos desencadena en el interior de Eros. La pulsión sexual de muerte no define nada más que el sadismo. El mundo interno está tan en guerra como el mundo externo puede estarlo ante nuestros ojos.
- - -
A los cincuenta años, Sigismond Freud se puso a escribir cuentos. Un día los hermanos se reunieron. Se dijeron:
–¿Por qué no matamos a nuestro padre?
Entonces lo mataron. Se lo comieron. Lo encontraron bueno. Chuparon todos los huesos. Succionaron piadosamente los sesos. El tiempo pasó, la saciedad pasó.
Curiosamente, sus maxilares les parecieron adoloridos. El “re-mordimiento” los afectó en la parte baja del rostro, de manera muy misteriosa, casi allí donde yacen, se hunden y se muestran los dientes que muerden a los Padres.
- - -
Tras haber dejado sus monumentos, después de haber practicado la ascesis solitaria, el místico finalmente se abisma en un mundo de fe puramente interior y cuya infinitud ya no está sometida a nada.
Ese mundo no es más que un agujero negro, interno y negro, negro como una cueva de montaña, asocial, prelingüístico, extático, secreto como su origen, como la pobre fuente de la natalidad.
Aquel que cae en éxtasis, aquel que lee, aquel que pierde, aquel que ama –el verdadero amor es una relación íntima directa, también asocial, también un agujero negro, desentendido del siglo y de la mirada de los otros hombres, incluso del amado–.
Es la frase de Agustín: dios es más íntimo en mí que yo. Entonces la parte divina corresponde a la parte asocial
Pascal Quignard: un grande de Europa
El autor de "Todas las mañanas del mundo" publica ahora sus "Pequeños tratados" en la editorial Sexto Piso. Una obra que, por inteligencia y clasicismo, nos obliga a situar a Quignard en el podio de la literatura europea de nuestro tiempo.
Se diría que la escritura son variaciones sobre el misterio del Sábado Santo, un silencio que turba y delimita la extensión de nuestra ignorancia. Al leer, roturamos ese misterio en busca de una solidez oculta bajo el velo de las palabras.
Pascal Quignard, el más grande escritor europeo de hoy, bucea entre las sílabas como quien se adentra en una fosa que nos acoge –y nos alumbra– en el seno de una ausencia. Leer es reconocer –escribe en sus Pequeños Tratados(Ed. Sexto Piso)– porque, en la lectura, «el lector descubre lo que él mismo es y lo que no es al revivir una vida que no ha vivido». Quignard piensa en el Mundo Antiguo, en el momento seminal de la literatura.
Quignard piensa en los hombres callados que rebuscan bajo una tierra baldía las vasijas rotas de un mundo que ha perdido el sentido. Los Pequeños Tratados, como tallas barrocas, zigzaguean en torno a lenguas muertas y vidas marginales, en ocasiones paralelas a las nuestras. «Escribo al oído –dirá–, pero con el oído del silencio» acerca de las cosas innecesarias, de las palabras olvidadas, de los gestos ocultos. Nos cuenta la conversión de Clodoveo y los francos por obra del obispo san Remigio. Nos habla del libro de Li Changyin y del rostro de Sei Shōnagon.
Se pregunta por el silencio de san Ambrosio y la vida de Agustín de Hipona; por los tres hijos muertos de Sinesio de Cirene, por el hombre que conoció el final del helenismo. Quignard hace hablar a Cleopatra y a Couperin, a Pascal y a La Tour. El tono es ascético, casi desnudo, pero lo alientael deseo y las sombras perturbadoras del jansenismo. Dice sin decir.
«César –escribe–, tras la matanza de sus lugartenientes por los eburones, no se afeitó. Catón de Útica, tras la derrota de su partido en Tapso, no se afeitó. Ni Antonio, tras el fracaso de Módena, ni Augusto, con la noticia del desastre de Varus, se afeitaron». Es una conmoción que nos resulta familiar.
Leer a Quignard supone inaugurar un mundo antiguo que causa estupor por su nihilismo. Podemos apuntar alguno de sus grandes títulos: Las sombras errantes o El odio a la música; novelas como Todas las mañanas del mundo o Villa Amalia y, desde luego, estos dos tomos que conforman sus Pequeños Tratados: textos breves, danzas de la muerte, que elogian el arte de leer.
Se trata, en cierto modo, de un ejercicio de idolatría, de una pasión consumada que bordea el delirio. Al inicio del segundo volumen, Quignard describe su ámbito literario del siguiente modo: «Leo a Montaigne; supongo a Montaigne: veo el castillo, las salas, las escaleras, las vigas. Veo el vaso de vino tinto del que decía que no bebía sino una vez concluida la comida. Leo a Virgilio; supongo a Virgilio; supongo a Virgilio: veo la pequeña hacienda cerca de la Volta Mantovana. Veo la orilla del Mincio, los hayucos mezclados con los guijarros, las flautas de sauce. Los libros están locos. Abro “la puerta del libro”. En el libro, el autor se encierra con su lector. Es una escena peligrosa».
En efecto, el mundo de Quignard es un lugar peligroso, del que no se sale incólume. Su inteligencia penetra como una daga en lo más hondo de la conciencia del lector. Su cultura clásica resulta infinita.
Su introversión jansenista, extrema. Leerlo equivale a contemplar una naturaleza muerta que ignora la caridad hacia el prójimo. Debemos subrayarlo las veces que sea necesario: Quignard es el gran escritor europeo de nuestros días. El más perturbador e inquietante, desde luego.
Enlaces externos:
- Ediciones POL (búsqueda por autor)
- Ediciones Gallimard (búsqueda por autor)
- Revisión de artículos y entrevistas sobre Pascal Quignard - ARGEC
- Puesta en escena documental Pierre Michon , Jean Echenoz, François Bon, Pascal Quignard y Pierre Bergounioux, en el blog de François Bon
Nota: Solo se muestran las últimas cinco referencias indexadas para cada una de las obras. Haga clic en el enlace "Lista de todas las referencias" para ver la lista completa.
Archivo elaborado por Maude Poissant -
Gerente: Viviane Asselin
Documentación crítica - referencias por trabajo
Albucius
- PRETA-DE BEAUFORT, Aude, " Albucius de Pascal Quignard: una historia familiar", The Unicorn , No. 86 (2009), p. 195-208.
- DEMANZE, Laurent, "La novela contemporánea: filiación y genealogía, arqueología de uno mismo: Pierre Bergounioux, Gérard Macé, Pierre Michon, Pascal Quignard", tesis doctoral, facultad de letras modernas, Universidad Charles de Gaulle (Lille 3), 2004, 561 f.
- LALVÉE-LAURENT, Brigitte, "Pascal Quignard y las fantasías de Albucius", Crítica , vol. 47, núm. 527 (abril de 1991), pág. 276-297.
- GUYON, André, "Hacia la mañana del mundo: Albucius , de Pascal Quignard", Cahiers du Cerf , No. 20 (Cuentas de fin de siglo y búsqueda de la memoria), 1994, p. 70-82.
- CHAZAUD, Olivier, "" El deseo de ser Homero ": Quignard, Albucius y la cuestión del tercero", en Jacques POIRIER, Gilles ERNST y Michel ERMAN (eds.), Auto-escritura y lectura del otro , Dijon, Editorial Universitaria de Dijon, 2002, p. 143-51.
Carus
- LAPEYRE-DESMAISON, Chantal, "Terror del lenguaje, lenguaje del terror en Carus y The Salon du Wurtembergde Pascal Quignard", en Sylviane COYAULT (eds.), El escritor y su lenguaje. Novelas de amor: de Marcel Proust a Richard Millet , Clermont-Ferrand, Blaise-Pascal University Press (Literature), 2005, p. 109-121.
- RICHARD, Jean-Pierre, "Sensación, depresión, escritura", Poética , vol. 18, núm. 71 (septiembre de 1987), pág. 357-374.
Georges de La Tour
- DE HERDT, Irina, "Pascal Quignard o el susurro de los detalles", Revisión crítica de la fijación francesa contemporánea , n ° 1 (diciembre de 2010) [en línea].
- FARASSE, Gerard, "17 de julio (Quignard)", en Castle Letters. Barthes, Delvaux, Follain, Ghil, Hyvernaud, Jaccottet, Ponge, Quignard, Reverdy, Tardieu, Villiers of Isle-Adam , Villeneuve-d'Ascq, Septentrion University Presses (Objeto), 2008, p. 17-27.
- GAUTHIER, Patricia, "Pintura, muerte: ficciones y tentaciones de ficción de Pascal Quignard", The Unicorn , vol. 35 (noviembre de 1995), pág. 211-221.
La ocupación americana
- LOCATELLI, Aude, "Jazz y novela de formación: La ocupación estadounidense de P. Quignard, Be-bop de C. Gailly y Diabolus en musica de Y. Apperry", en Aude LOCATELLI e Yves LANDEROUIN (dir.), Música y novela , París, ediciones El manuscrito (El espíritu de las letras), 2008, p. 253-274.
- LESTRINGANT, Frank, "El odio de América", en Philippe BONNEFIS y Dolorès LYOTARD (dir.), Pascal Quignard, figuras de un erudito, París, Galilea, 2005, p. 121-145.
Odio de la musica
- COSTE, Claude, "Los ensayos de Pascal Quignard sobre la música", en Charles FORSDICK y Andrew STAFFORD (eds.), El ensayo moderno en francés: Movimiento, inestabilidad, actuación , Oxford, Peter Lang, p. 197-218.
- COHEN-LEVINAS, Danielle, "Los íconos de la voz. El odio de la música ", en Philippe BONNEFIS y Dolores LYOTARD (dir.), Pascal Quignard, figuras de un letrado, París, Galilea, 2005, p. 185-197.
El salón de Württemberg
- BERQUIN, François, "El humor alemán", Romano 20-50 , archivo " The Württemberg Salon and Villa Amalia de Pascal Quignard", bajo la dirección de François BERQUIN, No. 44 (diciembre de 2007), p. 71-78.
- ALLAIN, Olivier, "Ricochets", Romano 20-50 , dossier " The Württemberg Salon and Villa Amalia by Pascal Quignard", bajo la dirección de François BERQUIN, No. 44 (diciembre de 2007), p. 63-70.
- SORARU, Isabelle, "Music Mills: Ritournelles and the Art of Memory in the Württemberg Salon ", Roman 20-50 , Dossier " The Württemberg Salon and Villa Amalia by Pascal Quignard", bajo la dirección de François BERQUIN, No. 44 (Diciembre de 2007), pág. 51-62.
- SAULNIER, Serge, "Pescando recuerdos", Romano 20-50 , dossier " The Württemberg Salon and Villa Amalia by Pascal Quignard", bajo la dirección de François BERQUIN, No. 44 (diciembre de 2007), p. 39-50.
- FARASSE, Gérard, "Mise en bouche", Romano 20-50 , dossier " The Württemberg Salon and Villa Amalia de Pascal Quignard", bajo la dirección de François BERQUIN, Nº 44 (diciembre de 2007), p. 17-27.
Sexo y temor
- ALWAN, Walled K., "The Writing of the Loss: Terrace in Rome and The Sex of the Dread by Pascal Quignard", Tesis doctoral, Facultad de Artes, Ciencias del Lenguaje y Artes, Université Lumière Lyon 2, 2006, 352 f.
- BELLEMIN-NOËL, Jean, "Du fascinus comme nouement ", Revista de Ciencias Humanas (Lille), archivo "Pascal Quignard", bajo la dirección de Dolores LYOTARD, no. 260 (octubre-diciembre de 2000), p. 39-60.
Pequeños tratados
- KRISTEVA, Irena, "Pascal Quignard: la fascinación de lo fragmentario", tesis doctoral, departamento de letras, Universidad París 7, 2005, 392 f.
- WALD LASOWSKI, Patrick, "The Tragics", Revista de Ciencias Humanas (Lille), No. 260 (octubre-diciembre de 2000), pág. 237-246.
- LEPAPE, Pierre, "Persiguiendo, leyendo, escribiendo: el silencio de las huellas", en Adriano MARCHETTI (eds.), Pascal Quignard, silenciando , Seyssel, Champ Vallon, 2000, p 75-84.
- FARASSE, Gérard, "17 de julio", en Philippe BONNEFIS y Dolorès LYOTARD (dir.), Pascal Quignard, figuras de un erudito, París, Galilea, 2005, p. 445-453.
- ROGER, Jerome, "¿El ensayo, el punto ciego de la crítica? " Estudios literarios , vol. 37, N ° 1 (otoño de 2005), pág. 49-65.
Retórica especulativa
- REY, Jean-Michel, "Figuras de lo sublime", Revista de Ciencias Humanas (Lille), "Pascal Quignard", bajo la supervisión de Dolores LYOTARD, No. 260 (octubre-diciembre de 2000), p. 203-216.
- LEPAPE, Pierre, "Persiguiendo, leyendo, escribiendo: el silencio de las huellas", en Adriano MARCHETTI (eds.), Pascal Quignard, silenciando , Seyssel, Champ Vallon, 2000, p 75-84.
- BAGNI, Paolo, "La cara del lenguaje", en Adriano MARCHETTI (eds.), Pascal Quignard, el silencio , Seyssel, Champ Vallon, 2000, p. 65-74.
- POIGNAULT, Rémy, "Fronton revisado por Pascal Quignard", en Rémy POIGNAULT (dir.), Presencia de la antigüedad griega y romana en el siglo XX , Tours, André Piganiol Research Center, 2002, p. 145-174.
Terraza en Roma
- DE HERDT, Irina, "Pascal Quignard o el susurro de los detalles", Revisión crítica de la fijación francesa contemporánea , n ° 1 (diciembre de 2010) [en línea].
- BÉRUBÉ, Annabel, "Visión, edición y banda sonora en Cada mañana en el mundo , por Pascal Quignard", Tesis de maestría, Departamento de Literatura Francesa, Universidad de Montreal, 2009, 116 f.
- BRICCO, Elisa, "El principio y el fin: ¿evolución de una relación textual en la novela contemporánea? "En Andrea DEL LUNGO (eds.), Actas del coloquio" El principio y el fin, una relación crítica ", organizado en Toulouse le Mirail , abril de 2005, [Coloquio en línea].
- ALWAN, Walled K., "The Writing of the Loss: Terrace in Rome and The Sex of the Dread by Pascal Quignard", Tesis doctoral, Facultad de Artes, Ciencias del Lenguaje y Artes, Université Lumière Lyon 2, 2006, 352 f.
- GODARD, Roger, "Pascal Quignard, Terraza en Roma ", en Rutas de la novela contemporánea, París, Armand Colin, 2006, p. 183-198.
Todas las mañanas en el mundo
- BÉRUBÉ, Annabel, "Visión, edición y banda sonora en Cada mañana en el mundo , por Pascal Quignard", Tesis de maestría, Departamento de Literatura Francesa, Universidad de Montreal, 2009, 116 f.
- COYAULT, Sylviane, "Bajo el pretexto de la biografía: Cada mañana del mundo por Pascal Quignard", en Sylviane COYAULT (dir.), Cuentos poéticos contemporáneos , Cahiers du CRLMC (Universidad de Clermont-Ferrand), 1996, p. 183-196.
- GAUTHIER, Patricia, "Pintura, muerte: ficciones y tentaciones de ficción de Pascal Quignard", The Unicorn , vol. 35 (noviembre de 1995), pág. 211-221.
- GAMONEDA-LANZA, Amelia, "Un punto de inflexión de la novela francesa actual: el trompe-l'oeil des langages", en Teresa GARCIA-SABELL-TORMO, Dolores VAQUERO-OLIVARES, Annick GUERLET-BOILEVE y Manuel GARCIA-MARTINEZ (dir.) , Los caminos del texto , Santiago de Compostela, Prensas de la Universidad de Santiago de Compostela, 1998, p. 204-208.
- FISETTE, Jean, "Hacer que la música hable ... sobre Cada mañana en el mundo ", Protée , vol. 25, N ° 2 (otoño de 1997), pág. 85-96.
Vida secreta
- BLANCKEMAN, Bruno, " Secret Life or the Capital Title", Journal of Human Sciences (Lille), archivo "Pascal Quignard", bajo la dirección de Dolores LYOTARD, No. 260 (octubre-diciembre de 2000), p. 133-146.
- RISSET, Jacqueline, "Lo que interrumpe el lenguaje", en Adriano MARCHETTI (eds.), Pascal Quignard, el silencio , Seyssel, Champ Vallon, 2000, p. 101-108.
- RIENDEAU, Pascal, "La reunión del conocimiento y el yo en el ensayo", Estudios literarios , vol. 37, N ° 1 (otoño de 2005), pág. 91-103.
- OUELLET, Pierre, " Ars amatoria ", en Asiles. Lenguas de bienvenida , Montreal, Fides (Métissages), 2002, p. 123-131.
- WYBRANDS, Francis, "Excluyendo compartir: al margen de" Secret Life "de Pascal Quignard, Etudes , vol. 395, núm. 6 (diciembre de 2001), pág. 653-660.
[Último reino]
- OGAWA, Midori, "El solsticio de invierno", Romano 20-50 , dossier " El Salón de Württemberg y Villa Amalia de Pascal Quignard", bajo la dirección de François BERQUIN, Nº 44 (diciembre de 2007), p. 91-102.
- NETTELBECK, Colin, "Mutaciones narrativas: el cine francés y sus relaciones con la literatura desde Vichy hasta la nueva ola", Journal of European Studies , vol. 37 (junio de 2007), pág. 159-186.
- FOREST, Philippe, "Japón, último reino de Pascal Quignard", en Philippe BONNEFIS y Dolorès LYOTARD (dir.), Pascal Quignard, figuras de un erudito, París, Galilea, 2005, p. 173-183.
- BLANCKEMAN, Bruno, "" Obedezco con los ojos cerrados a mi propia noche "", en Philippe BONNEFIS y Dolores LYOTARD (eds.), Pascal Quignard, figuras de un erudito, París, Galilea, 2005, p. 87-97.
- TURIN, Gaspard, "Lectura y escritura de Pascal Quignard: una arqueología mental", Cahier du CERACC , No. 3 (junio de 2006), [en línea].
[conjunto de trabajo de ensayo]
- ROY, Nathalie, "Tocando lo invisible o cómo" atrapar al domesticador ": literatura, especulación y modernidad en Pascal Quignard", @nalyses. Review of Criticism and Literary Theory , The Entitles of the Work (2010), [en línea].
- SFEZ, Gérald, "La presa de la sombra", en Philippe BONNEFIS y Dolorès LYOTARD (dir.), Pascal Quignard, figuras de un erudito, París, Galilea, 2005, p. 419-442.
[conjunto de la obra novelística]
- TERMITE, Marinella, Hacia la última línea , Bari, Edizioni BA Graphis (Critical Margins / Margini critici, 4), 2006, p. 14-18.
- BRUNOT, Chantal, "Enigmas de la lengua materna", en Philippe BONNEFIS y Dolores LYOTARD (eds.), Pascal Quignard, figuras de un erudito, París, Galilea, 2005, p. 231-239.
- MURA-BRUNEL, Aline, "El tiempo de las" obras de migrantes ": el modelo y el género, recuerdos de lo literario" en Jean BESSIÈRE y Gilles PHILIPPE (dir.), Problemas de los géneros, problemas de la novela , París, Campeón, 1999, p. 125-140.
- VIART, Dominique, "Las" ficciones críticas "de Pascal Quignard", Estudios franceses , vol. 40, núm. 2 (2004), pág. 25-37.
- DOP-MILLER, Catherine, "Las narrativas latinas de Pascal Quignard", en Joseph BRAMI, Madeleine COTTENET-HAGE y Pierre VERDAGUER (dir.), Saludos sobre Francia de la década de 1980: la novela , Sarratoga, Anma Libri, 1994, p . 169-178.
[todo el trabajo]
- CHAUDIER, Stéphane, "La dramaturgia de la vida: felicidad y alegría según Quignard", en Ruth AMAR (eds.), The Writing of Happiness in the Contemporary Novel , Newcastle, Cambridge Scholars Publishing, 2011, p. 131-150.
- MITAUT, Blandine, "Vender la piel del oso: la cuestión del bilingüismo en la obra de Pascal Quignard", Contemporary French & Francophone Studies , vol. 12, núm. 4 (octubre de 2008), pág. 479-486.
- PICARD, Timothy, "¿La melomanía hace que los escritores" disminuyan "(y viceversa)? (Viaje a través de la literatura contemporánea y la perspectiva), " LHT , No. 6, 2009, [en línea].
- EYRIES, Alexandre, "Pascal Quignard: la voz del silencio", Loxias , n ° 14 (septiembre de 2006), [en línea].
- GRATTON, Johnny, "De la" pequeña verdad "en la biografía contemporánea: Macé, Michon, Modiano, Quignard", en Johnny GRATTON, Suzanne GUELLOUZ y Gabrielle CHAMARAT-MALANDAIN (dir.), Modelos, diálogos e invención. Mezclas ofrecidas a Anne Chevalier , Caen, Caen University Press, 2002, p. 313-324.
Música y ausencia: Todas las mañanas del mundo
No eres un músico: tocas música.
La música es una religión, pero una religión que sirve para agudizar las virtudes del alma, para buscar lo invisible. Lo que no puede ser dicho de otro modo: no el silencio, sino lo otro: lo indecible.
Tous le Matins du Monde (Todas las mañanas del mundo) ganó siete Césares y es fácil entender por qué. Su narración es perfecta, su fotografía, justa y en claroscuro, atenta a la época: el manierismo (Georges de la Tour, presente en las escenas de interior). Las emociones en ella fluyen sigilosamente, casi imperceptiblemente. Los actores y actrices están soberbios. La música… la música es sencillamente celestial. Amor, música, ausencia, dolor, muerte, apartamiento del mundo: todo está perfectamente narrado, imbricado en el discurso tanto visual como musical de la obra.
El film está basado en una obra de mi favorito Pascal Quignard: Todas las mañanas del mundo es una de las tres historias que se cuentan en La lección de música. Comienza con un prólogo narrativo en que la voz en off de Depardieu (que encarna a Marin Marais en su edad adulta), narra, recuerda (en un flashback casi constante, desde su vejez en la corte, al amado maestro, inigualado por él.
¿Qué narra? la pérdida de la esposa de Sainte-Colombe, la desolación del maestro, la aparente indiferencia con la que sigue su vida frente a sus dos pequeñas hijitas, la construcción de la cabaña de madera en la que tocará, ya siempre solitario, siempre dolido por esa muerte. Herido de muerte en vida por la ausencia de la que amó. El aprendizaje de las dos hijas: el arte de la viola, todos sus secretos.
Los tres en los conciertos íntimos, ofrecidos en su propia casa, la vida austera, hasta que el rey manda llamar a Sainte-Colombe, atraído por su fama de virtuoso único y el rechazo de éste: no aspira a tocar para los demás, acaso para sí mismo y para el alma de su desaparecida esposa. Su alejamiento del mundo se acentúa.
Propiamente, la historia comienza cuando ese Marais joven (Guillaume Depardieu, que por cierto, toca la viola de gamba en la realidad), llega a pedir a Sainte-Colombe la gracia de ser su alumno. El examen, un escrutinio a tres: las dos hijas y Sainte-Colombe, la frase del maestro: Usted no es músico, usted toca la música. La aceptación posterior, las lecciones, el enamoramiento de Marais y la hija mayor del músico, Madeleine…La partida del joven hacia la corte. En verdad, él no busca la música: busca el honor, el reconocimiento mundano, algo que Sainte-Colombe no necesita, no desea.
Sainte-Colombe fue un músico genial, Admirado en su tiempo precisamente por su apartamiento, por el misterio que le envolvía. De su obra quedan muy pocas piezas. Todas extraordinarias. Creó la séptima cuerda de la viola de gamba, para añadirle profundidad a su sonido y dio una nueva dimensión al instrumento, otorgándole valor por sí mismo, más allá de las orquestaciones de la época. Transmitió una nueva forma de digitación y una nueva forma de sostener el arco. No quedó registrado su nombre, ni se sabe dónde nació ni dónde murió. Apenas nada quedó registrado sobre su vida personal.
Los tres en los conciertos íntimos, ofrecidos en su propia casa, la vida austera, hasta que el rey manda llamar a Sainte-Colombe, atraído por su fama de virtuoso único y el rechazo de éste: no aspira a tocar para los demás, acaso para sí mismo y para el alma de su desaparecida esposa. Su alejamiento del mundo se acentúa.
Propiamente, la historia comienza cuando ese Marais joven (Guillaume Depardieu, que por cierto, toca la viola de gamba en la realidad), llega a pedir a Sainte-Colombe la gracia de ser su alumno. El examen, un escrutinio a tres: las dos hijas y Sainte-Colombe, la frase del maestro: Usted no es músico, usted toca la música. La aceptación posterior, las lecciones, el enamoramiento de Marais y la hija mayor del músico, Madeleine…La partida del joven hacia la corte. En verdad, él no busca la música: busca el honor, el reconocimiento mundano, algo que Sainte-Colombe no necesita, no desea.
Sainte-Colombe fue un músico genial, Admirado en su tiempo precisamente por su apartamiento, por el misterio que le envolvía. De su obra quedan muy pocas piezas. Todas extraordinarias. Creó la séptima cuerda de la viola de gamba, para añadirle profundidad a su sonido y dio una nueva dimensión al instrumento, otorgándole valor por sí mismo, más allá de las orquestaciones de la época. Transmitió una nueva forma de digitación y una nueva forma de sostener el arco. No quedó registrado su nombre, ni se sabe dónde nació ni dónde murió. Apenas nada quedó registrado sobre su vida personal.
Así lo quiso él, adscrito al movimiento jansenista, que tanto nos apasiona a Quignard y a mí: se envolvió en la sombra (o en la luz) de su obra, desdeñando el mundo y sus oropeles. Lo que se sabe nos ha llegado a través de su alumno más famoso, Marin Marais, que, de joven se escondía, junto a Madeleine, bajo el suelo elevado de la cabaña, para escuchar a su maestro, para descubrir sus secretos y a partir de las observaciones que le dedica Evrard Titon du Tillet en Le Parnasse Francais (1732).
Marais, ya músico famoso y cortesano, repite la hazaña: oculto, fascinado por la maestría y más todavía,, espera, noche tras noche, el milagro. Busca el alma de la música que fluye de la viola de gamba tocada por Sainte-Colombe.
Convocada por esa música, la esposa aparece ante los ojos del esposo dolorido ante su muerte. Confortada por la música, el alma de ella consigue hacerse visible ante los ojos de Sainte-Colombe. Aparece la esposa, y Sainte- Colombe hace pintar un lienzo en que se muestra la copa de vino y las neulas que están sobra la mesa en la que ella apoya su blanca mano de muerta, convocada por los recuerdos del esposo. Mano que él no puede tocar. Una escena misteriosa, bella, sobria, como todo en la película.
Sainte-Colombe es un músico que vive para el arte; Marais es un músico que vive para la gloria de su música. Las dos figuras contrapuestas. Al final de su vida, Marais reconoce, agradecido, que jamás superó, que ni siquiera llegó a igualar a su maestro.
Amando, los dos también difieren: Sainte Colombe ama a su esposa hasta más allá de la muerte. Marais abandona el amor de la hija mayor de Sainte-Colombe, Madeleine (una maravillosa Anne Brochet), causando su enfermedad y su posterior suicidio (ahorcada con las cintas de unos zapatos que Marais le ha regalado). Marais vive para el mundo, Sainte-Colome para su mundo: música, amor, amor que trasciende lo concreto, música que se toca para convocar espíritus amados, ausentes, para decir lo indecible.
Sainte-Colombe sabe que Marais tendrá fama, nombre, posteridad, dinero, poder, gloria…Le dice: Todo eso lo tendrás, porque careces de corazón y de alma. Sin embargo, no llegarás a saber qué es la música, ni para qué existe. Para saber esto es necesario huir del mundo y de su ostentación. Recluirse, buscarse, callar.
Marais lo posee todo, tal como le ha profetizado Sainte-Colombe, pero su música sigue careciendo de alma.
Marais, ya músico famoso y cortesano, repite la hazaña: oculto, fascinado por la maestría y más todavía,, espera, noche tras noche, el milagro. Busca el alma de la música que fluye de la viola de gamba tocada por Sainte-Colombe.
Convocada por esa música, la esposa aparece ante los ojos del esposo dolorido ante su muerte. Confortada por la música, el alma de ella consigue hacerse visible ante los ojos de Sainte-Colombe. Aparece la esposa, y Sainte- Colombe hace pintar un lienzo en que se muestra la copa de vino y las neulas que están sobra la mesa en la que ella apoya su blanca mano de muerta, convocada por los recuerdos del esposo. Mano que él no puede tocar. Una escena misteriosa, bella, sobria, como todo en la película.
Sainte-Colombe es un músico que vive para el arte; Marais es un músico que vive para la gloria de su música. Las dos figuras contrapuestas. Al final de su vida, Marais reconoce, agradecido, que jamás superó, que ni siquiera llegó a igualar a su maestro.
Amando, los dos también difieren: Sainte Colombe ama a su esposa hasta más allá de la muerte. Marais abandona el amor de la hija mayor de Sainte-Colombe, Madeleine (una maravillosa Anne Brochet), causando su enfermedad y su posterior suicidio (ahorcada con las cintas de unos zapatos que Marais le ha regalado). Marais vive para el mundo, Sainte-Colome para su mundo: música, amor, amor que trasciende lo concreto, música que se toca para convocar espíritus amados, ausentes, para decir lo indecible.
Sainte-Colombe sabe que Marais tendrá fama, nombre, posteridad, dinero, poder, gloria…Le dice: Todo eso lo tendrás, porque careces de corazón y de alma. Sin embargo, no llegarás a saber qué es la música, ni para qué existe. Para saber esto es necesario huir del mundo y de su ostentación. Recluirse, buscarse, callar.
Marais lo posee todo, tal como le ha profetizado Sainte-Colombe, pero su música sigue careciendo de alma.
De modo que, noche a noche y durante tres años, el famoso músico de la corte de Su Majestad vuelve a esconderse bajo el suelo elevado de la cabaña de Sainte-Colombe. Durante tres años, noche a noche, Marais espera en vano que Sainte Colombe toque la viola, que le revele su secreto. Pero Sainte-Colombe ha enmudecido: el dolor, las muertes de su esposa y de su hija le han vuelto mudo. Hasta que por fin, toma el instrumento. Finalmente, los dos hombres hablan. Finalmente, los dos músicos tocan.
La obra es una oda y un planto.
La película ha sido editada en marzo de 2006 en la zona 1 (USA y Reino Unido) en dos discos, uno de los cuales trae los contenidos extras, entrevistas con el director Alain Corbieu, Jean-Pierre Marielle, una featurette, y una extensa y muy interesante entrevista con Jordi Savall, artífice de la banda sonora.
Desde niño, Pascal Quignard amó la lectura. Creció entre libros y su amor por los diccionarios es supremo. Su hermoso libro titulado El lector es una confluencia de delicias y el protagonista es el misterio.
La unidad estilística, sus recursos na - rrativos, sus estrategias son transparentes. Es su costumbre tomar personajes frag - mentarios, de quienes se conoce muy poco pero poseen magia, cualidades que los ha - cen irresistibles. Así su libro Albucius, por ejemplo, to - ma la persona de Cayo Albucio Silio, un autor latino que vivió hace dos mil años y del que no se conocen más que textos in - directos, como hace notar la experta Mer - cedes Monmany, para reconstruir 53 diálogos, “que vienen a ser pequeñas novelas pre-Sade”.
Por cierto, Mercedes Monmany define así el estilo de Quignard: “austero y mu - sical, apasionado y obsesivo, ensimismado y sensual”. En su bellísimo libro titulado Butes, Pascal Quignard, a la manera de Mozart, sigue una estrategia diligente, amena, re - conocible, una identidad de estilo. Ahora se ocupa de Butes, ese personaje marginal de la mitología griega, pues siente debilidad no sólo por lo fragmentario, también por lo marginal, lo desconocido. Por el misterio.
Para Quignard, Butes es “un olvidado del recuerdo del mundo”, como lo es Monsieur de Sainte-Colombe, como lo es el propio Marin Marais, como lo es Pascal Quignard. Como lo son todas las mañanas del mundo. Porque todas las mañanas del mundo son únicas. Todas ellas son camino sin retorno.
El odio a la música, diez pequeños tratados, Cuarto tratado
Traducción: Pierre Jacomet
La obra es una oda y un planto.
La película ha sido editada en marzo de 2006 en la zona 1 (USA y Reino Unido) en dos discos, uno de los cuales trae los contenidos extras, entrevistas con el director Alain Corbieu, Jean-Pierre Marielle, una featurette, y una extensa y muy interesante entrevista con Jordi Savall, artífice de la banda sonora.
EL ODIO A LA MÚSICA (de Pascal Quignard), por Leonardo Vascal
de Pascal Quignard
El Cuenco de Plata, 2012
por Leonardo Vascal
Pascal Quignard pareciera ser uno de esos escritores “raros”, o un poco “pasados de moda”, “a la antigua”, y a la vez, en algunos momentos de sus libros, parece ser el creador de una literatura aún sin nomenclatura, gigante, expansiva hacia el infinito.
Se puede afirmar de él que es escritor, filósofo, profesor, músico y violinista; que fundó el Festival de Opera y Teatro Barroco de Versailles; proveniente de una familia de músicos (organistas) y escritores, estudió música y también filosofía, recibiéndose en 1969, si bien, según él mismo afirma, los acontecimientos del mayo francés de 1968 lo alejan de la filosofía.
Casi diez años más tarde, Quignard integra el comité de lectura de la editorial Gallimard, hasta 1994, año en que abandona su empleo y se dedica exclusivamente a escribir.
Casi diez años más tarde, Quignard integra el comité de lectura de la editorial Gallimard, hasta 1994, año en que abandona su empleo y se dedica exclusivamente a escribir.
Entre otros títulos, publicó: El lector, El salón de Wurtember, La lección de música, Todas las mañanas del mundo, El sexo y el espanto, La barca silenciosa, Albucius, Villa Amalia y El odio a la música.
Recientemente editada por El cuenco de plata, El odio a la música contiene 10 tratados sobre música, pero a la vez sobre historia, filosofía, literatura… todo subordinado al espectro musical y a la caleidoscópica literatura de Quignard.
En este libro investiga en las raíces de la música, en su invención, su creación, en el modo como nos afecta y en cómo se la ha utilizado y se la utiliza. Hace esto recurriendo a una erudición asombrosa y a una disciplina intelectual ya autorizada por más de treinta libros publicados.
Esta disciplina y entusiasmo erudito van acompañados por una imaginación aguda y flexible que le permite establecer conexiones insospechadas y generalmente imprevistas.
Esta disciplina y entusiasmo erudito van acompañados por una imaginación aguda y flexible que le permite establecer conexiones insospechadas y generalmente imprevistas.
El odio a la música pareciera estar estructurado de forma musical, con motivos que se insinúan, se anuncian o se desarrollan y que posteriormente se retoman, conectan, se replican y se complican.
Quignard sostuvo, en una entrevista, “Soy de una familia de organistas; por varios siglos, todos los Quignard -unos cincuenta de mis antecesores- han tocado el órgano en las iglesias, en Fürstenberg, en Alsacia y en Francia.
Cuando la gente venía a rezar a la iglesia, era la única música que escuchaba en la semana. La música surgía y los emocionaba puesto que había poca. Y a mí la música me emociona profundamente. Pero la música tiene algo temible y es que viene de un mundo más antiguo que el lenguaje.
Estuvimos sometidos a la audición desde el vientre de nuestras madres y no podemos manejarlo. No podemos cerrar la escucha, no podemos cerrar los oídos, no podemos…es como si no tuviéramos párpados.”
Cuando la gente venía a rezar a la iglesia, era la única música que escuchaba en la semana. La música surgía y los emocionaba puesto que había poca. Y a mí la música me emociona profundamente. Pero la música tiene algo temible y es que viene de un mundo más antiguo que el lenguaje.
Estuvimos sometidos a la audición desde el vientre de nuestras madres y no podemos manejarlo. No podemos cerrar la escucha, no podemos cerrar los oídos, no podemos…es como si no tuviéramos párpados.”
La música de Pascal Quignard
“Toute note doit finir en mourant”.
Con esas palabras, Marin Marais abre
un diálogo con el silencio, con la naturaleza —la del mundo y la naturaleza hu ma -
na—, con Monsieur de Sainte-Colombe y
con la vida. Y con la muerte. Con el Ying
y con el Yang.
Porque el diálogo fundamental de los
por lo menos cuatro libros que escribió
Pascal Quignard a partir de esas palabras
ocurre entre Eros y Thánatos.
Toda nota debe terminar como si falle - ciera. “Toute note doit finir en mourant”. Esa indicación en los labios del maestro Marais a sus alumnos, integrantes de la Orquesta del Rey Sol, título por cierto de un disco de Jordi Savall con Le Concert des Nations, es un aserto polisémico. “Toda nota debe terminar como si fa - lleciera” equivale al glissandi, accelerando, ritardando y otras indicaciones técnicas que suelen colocar los compositores en las particelli.
También, es una indicación metafórica, alta poesía. Abre el diálogo. La Orquesta del Rey Sol, originalmen - te llamada Los Veinticuatro Violines del Rey, es la primera orquesta en la historia y fue fundada por Jean-Baptiste Lully. Suena la “Marcha para la ceremonia de los turcos” bajo las indicaciones de Ma - rin Marais, encarnado por el actor Gérard Depardieu, quien empuña un bastón de mando con el que golpea el piso para mar - car el compás. Esas palabras y esa escena son la piedra de toque de Todas las mañanas del mundo, el filme de Alain Corneau que en 2016 cumple un cuarto de siglo de haber sido filmado y que se convirtió en un referente.
Consolidó el prestigio del músico ca - talán Jordi Savall, autor de la banda so - nora, que ha vendido a la fecha más de me - dio millón de copias. Arrojó luz sobre Marin Marais, uno de los compositores más importantes de la his toria que a la fecha no goza del re - conocimiento cabal, a pesar de que, por ejemplo, Johann Sebastian Bach le guar - dó respeto, admiración y reconoció su influencia. La Pasión según San Mateo, de Bach, está escrita en el estilo de Marin Marais. Pero la historia está incompleta todavía.
El autor del guión de ese filme, Pascal Quignard, sigue en su condición de “au - tor de culto”, sinónimo de “desconocido”, cuando se trata de uno de los escritores más importantes de esta era. Se trata de un autor tan peculiar al que, por citar el referente obvio, nunca le da - rán el Premio Nobel aunque lo merezca más que muchos de los premiados recien - temente. No se lo darán como no se lo die - ron a Borges ni a James Joyce ni se lo da - rán tampoco a Don DeLillo. Pero, ¿quién es Pascal Quignard? Es un hombre que ama el misterio y lo plasma en su definición mejor: la belleza. Es un hombre enamorado. Porque so - la mente un hombre enamorado puede es - cribir textos tan sublimes y al mismo tiem - po sobrios. Es decir, un hombre capaz de percibir, intuir y expresar todas las emociones, todas las ideas, completar todas las historias a partir de datos elementales. Un hombre en plena posesión del arte de la escritura.
Pascal Quignard es el maestro de los pá rrafos cortos, muchos de ellos de tan só - lo un par de líneas. Inclusive de una sola. Pascal Quignard es un iconoclasta. Un irreverente. Un disruptor. Un poeta. Un sa - bio. Un mago. Un brujo. Un adivino. Demuestro enseguida sus dotes de bru - jo y adivino: en su novela El salón de Wurtemberg, de 1986, se espejea (porque es su costumbre diseñar sus personajes a la ma nera de un álter ego múltiple) en un violista da gamba y escritor, que traduce bio grafías de los grandes compositores y de pronto recibe el encargo desde Hollywood de grabar todas las obras de SainteColombe, escribir una biografía de ese mú sico y ha cer el guión para una película sobre el caso.
Todo eso sucedió, pero en París, en 2001, cuando Alain Corneau coronó un casting magistral, encabezado por JeanPierre Marielle encarnando a Monsieur de Sainte-Colombe y Gérard Depardieu co - mo Marin Marais. Savall instruyó al actor principal en el arte de la ejecución del instrumento, pero a Gérard le dio flojera y se limitó a aprender a fingir que tocaba, de manera que la cámara sólo lo puede captar en plano ame - ricano: su rostro concentrado en hacer mú - sica, pero sus manos juegan a otra cosa. Quien sí aprendió y lo hizo de manera asombrosa fue Guillaume Depardieu, hijo del célebre, para encarnar a Marais joven. Pero, ¿quién es el tal Monsieur de Sainte-Colombe? Es un misterio. Ya dijimos en un artículo anterior que ni siquiera tiene nombre.
Es el señor de San ta Paloma, o el Señor, simplemente: Sieur. No se sabe nada de su infancia ni adolescencia. Dijimos también hace unos párrafos que por lo menos cuatro libros de Pascal Quignard están detrás de la historia de Monsieur de Sainte-Colombe: el ya men - cionado El salón de Wurtemberg, que apaLa música de Pascal Quignard Pablo Espinosa
Toda nota debe terminar como si falle - ciera. “Toute note doit finir en mourant”. Esa indicación en los labios del maestro Marais a sus alumnos, integrantes de la Orquesta del Rey Sol, título por cierto de un disco de Jordi Savall con Le Concert des Nations, es un aserto polisémico. “Toda nota debe terminar como si fa - lleciera” equivale al glissandi, accelerando, ritardando y otras indicaciones técnicas que suelen colocar los compositores en las particelli.
También, es una indicación metafórica, alta poesía. Abre el diálogo. La Orquesta del Rey Sol, originalmen - te llamada Los Veinticuatro Violines del Rey, es la primera orquesta en la historia y fue fundada por Jean-Baptiste Lully. Suena la “Marcha para la ceremonia de los turcos” bajo las indicaciones de Ma - rin Marais, encarnado por el actor Gérard Depardieu, quien empuña un bastón de mando con el que golpea el piso para mar - car el compás. Esas palabras y esa escena son la piedra de toque de Todas las mañanas del mundo, el filme de Alain Corneau que en 2016 cumple un cuarto de siglo de haber sido filmado y que se convirtió en un referente.
Consolidó el prestigio del músico ca - talán Jordi Savall, autor de la banda so - nora, que ha vendido a la fecha más de me - dio millón de copias. Arrojó luz sobre Marin Marais, uno de los compositores más importantes de la his toria que a la fecha no goza del re - conocimiento cabal, a pesar de que, por ejemplo, Johann Sebastian Bach le guar - dó respeto, admiración y reconoció su influencia. La Pasión según San Mateo, de Bach, está escrita en el estilo de Marin Marais. Pero la historia está incompleta todavía.
El autor del guión de ese filme, Pascal Quignard, sigue en su condición de “au - tor de culto”, sinónimo de “desconocido”, cuando se trata de uno de los escritores más importantes de esta era. Se trata de un autor tan peculiar al que, por citar el referente obvio, nunca le da - rán el Premio Nobel aunque lo merezca más que muchos de los premiados recien - temente. No se lo darán como no se lo die - ron a Borges ni a James Joyce ni se lo da - rán tampoco a Don DeLillo. Pero, ¿quién es Pascal Quignard? Es un hombre que ama el misterio y lo plasma en su definición mejor: la belleza. Es un hombre enamorado. Porque so - la mente un hombre enamorado puede es - cribir textos tan sublimes y al mismo tiem - po sobrios. Es decir, un hombre capaz de percibir, intuir y expresar todas las emociones, todas las ideas, completar todas las historias a partir de datos elementales. Un hombre en plena posesión del arte de la escritura.
Pascal Quignard es el maestro de los pá rrafos cortos, muchos de ellos de tan só - lo un par de líneas. Inclusive de una sola. Pascal Quignard es un iconoclasta. Un irreverente. Un disruptor. Un poeta. Un sa - bio. Un mago. Un brujo. Un adivino. Demuestro enseguida sus dotes de bru - jo y adivino: en su novela El salón de Wurtemberg, de 1986, se espejea (porque es su costumbre diseñar sus personajes a la ma nera de un álter ego múltiple) en un violista da gamba y escritor, que traduce bio grafías de los grandes compositores y de pronto recibe el encargo desde Hollywood de grabar todas las obras de SainteColombe, escribir una biografía de ese mú sico y ha cer el guión para una película sobre el caso.
Todo eso sucedió, pero en París, en 2001, cuando Alain Corneau coronó un casting magistral, encabezado por JeanPierre Marielle encarnando a Monsieur de Sainte-Colombe y Gérard Depardieu co - mo Marin Marais. Savall instruyó al actor principal en el arte de la ejecución del instrumento, pero a Gérard le dio flojera y se limitó a aprender a fingir que tocaba, de manera que la cámara sólo lo puede captar en plano ame - ricano: su rostro concentrado en hacer mú - sica, pero sus manos juegan a otra cosa. Quien sí aprendió y lo hizo de manera asombrosa fue Guillaume Depardieu, hijo del célebre, para encarnar a Marais joven. Pero, ¿quién es el tal Monsieur de Sainte-Colombe? Es un misterio. Ya dijimos en un artículo anterior que ni siquiera tiene nombre.
Es el señor de San ta Paloma, o el Señor, simplemente: Sieur. No se sabe nada de su infancia ni adolescencia. Dijimos también hace unos párrafos que por lo menos cuatro libros de Pascal Quignard están detrás de la historia de Monsieur de Sainte-Colombe: el ya men - cionado El salón de Wurtemberg, que apaLa música de Pascal Quignard Pablo Espinosa
RESEÑASY NOTAS |
La lección de música, de 1987 (en mi opinión el más bello libro de Quignard, el más hermoso, uno de esos libros que uno lleva tatuados en la mente y en el co razón); después Todas las mañanas del mun do, novela que redactó en 1990 y después, Terrasse à Rome, publicada a prin - cipios del 2000.
Todavía hay un quinto libro listo para ser publicado pero del cual Quignard dice que no sabe si algún día se lo dará a un edi - tor para su publicación. En él se refiere a la vejez de Sainte-Colombe y su regreso a Inglaterra.
Recientes investigaciones arrojan luz sobre el origen de este músico y ubican su ascendencia catalana, descendiente de la familia De Sancta Columba, por la virgen italiana del siglo III y localizan su muy probable lugar de nacimiento en el sur de Francia. Hay que recordar ahora que Pascal Quignard es violonchelista, y que el violonchelo es el nieto de la viola da gamba. También es organista, violinista, pianista.
Como ama el fragmento, lo fragmentario, el pequeño detalle que da cuerpo a todo el universo, su manera predilecta de tocar el piano es armar una partitura a par - tir de fragmentos de sus partituras más queridas. Ama el fragmento porque, explica, en la naturaleza no existen. El más pequeño de los pedazos sigue siendo el todo. Cada migaja es el universo. Y esa frase nos remite de inmediato al budismo, aunque Quignard no sea bu - dista: el uno es todo y el todo es uno.
Así como budista resulta la siguiente frase de Quignard: un escritor es un hom - bre que tiene que deshacerse de la oscuridad, que nunca puede salir de la oscuridad. Su libro El odio a la música es la reflexión más profunda, sincera, documentada, reflexionada y honesta que se haya escrito. Encierra diez tratados donde la materia acusmática recorre la historia de la hu - manidad.
Fiel a una de sus obsesiones, “el antes de nacer”, Quignard signa el vínculo entre el niño y la madre, el reconocimiento por parte del otro y luego la adquisición de la lengua materna, en el seno de la incubación sonora muy ritmada que data de an - tes del nacimiento, “prosigue después del parto, se reconoce por medio de gritos y vocalizaciones, luego por cancioncillas y estribillos, nombres y sobrenombres, fra - ses recurrentes, apremiantes, que se convierten en órdenes”.
Por eso también —analiza Quignard— los brazos de la madre se tienden de in - mediato en el canturreo materno “hacia el grito pueril. Sin un instante de reposo, esos brazos balancean al hijo como si todavía fuera un objeto que flota”. Magia. Lo que para los científicos es me ra biología, para un poeta es eso: poesía.
La lección de música, de 1987 (en mi opinión el más bello libro de Quignard, el más hermoso, uno de esos libros que uno lleva tatuados en la mente y en el co razón); después Todas las mañanas del mun do, novela que redactó en 1990 y después, Terrasse à Rome, publicada a prin - cipios del 2000.
Todavía hay un quinto libro listo para ser publicado pero del cual Quignard dice que no sabe si algún día se lo dará a un edi - tor para su publicación. En él se refiere a la vejez de Sainte-Colombe y su regreso a Inglaterra.
Recientes investigaciones arrojan luz sobre el origen de este músico y ubican su ascendencia catalana, descendiente de la familia De Sancta Columba, por la virgen italiana del siglo III y localizan su muy probable lugar de nacimiento en el sur de Francia. Hay que recordar ahora que Pascal Quignard es violonchelista, y que el violonchelo es el nieto de la viola da gamba. También es organista, violinista, pianista.
Como ama el fragmento, lo fragmentario, el pequeño detalle que da cuerpo a todo el universo, su manera predilecta de tocar el piano es armar una partitura a par - tir de fragmentos de sus partituras más queridas. Ama el fragmento porque, explica, en la naturaleza no existen. El más pequeño de los pedazos sigue siendo el todo. Cada migaja es el universo. Y esa frase nos remite de inmediato al budismo, aunque Quignard no sea bu - dista: el uno es todo y el todo es uno.
Así como budista resulta la siguiente frase de Quignard: un escritor es un hom - bre que tiene que deshacerse de la oscuridad, que nunca puede salir de la oscuridad. Su libro El odio a la música es la reflexión más profunda, sincera, documentada, reflexionada y honesta que se haya escrito. Encierra diez tratados donde la materia acusmática recorre la historia de la hu - manidad.
Fiel a una de sus obsesiones, “el antes de nacer”, Quignard signa el vínculo entre el niño y la madre, el reconocimiento por parte del otro y luego la adquisición de la lengua materna, en el seno de la incubación sonora muy ritmada que data de an - tes del nacimiento, “prosigue después del parto, se reconoce por medio de gritos y vocalizaciones, luego por cancioncillas y estribillos, nombres y sobrenombres, fra - ses recurrentes, apremiantes, que se convierten en órdenes”.
Por eso también —analiza Quignard— los brazos de la madre se tienden de in - mediato en el canturreo materno “hacia el grito pueril. Sin un instante de reposo, esos brazos balancean al hijo como si todavía fuera un objeto que flota”. Magia. Lo que para los científicos es me ra biología, para un poeta es eso: poesía.
Porque los naturalistas, dice Pascal
Quig nard, describen la audición intrauterina como algo distante; “la placenta
aleja los rumores del corazón y el intestino, y el agua reduce la intensidad de los
sonidos, volviéndolos más graves, transportándolos en vastas olas que acarician
el cuerpo”.
Los especialistas denominan “suspiro sordo” al ruido de fondo grave y constante en el fondo del útero. Niño no nacido nadaba en ventura, co - mo dice James Joyce en su novela Ulises, en una de sus aliteraciones predilectas. Desde el útero, dice ahora su continua - dor, Pascal Quignard, el ruido del mun - do exterior es percibido como “un ronroneo sordo, dulce y grave”. Y sobre ese ronroneo se eleva “el melos de la voz de la madre repitiendo el acento tónico, la prosodia, el fraseo que agrega a la lengua que habla.
Es la base individual de la tonada”. Lo cual lleva a Quignard a la siguiente conclusión: “Un ineluctable asalto sonoro premedita la vida misma. La respiración de los hombres no es humana. El rit mo prebiológico de las olas, antes de que emer - giera Pangea, anticipó el ritmo cardiaco y el ritmo de la respiración pulmonar”. La glosolalia, término y concepto que lle va la marca indeleble de James Joyce, también es signo y seña en Pascal Qui - gnard: “Ocurre que la ventriloquia, la glosolalia, el hecho de hablar las lenguas de los ani - males, el simple hecho de hablar ‘en len guas’ sólo caracterizan a uno de los miem bros de la pareja chamánica.
Georges Charachidzé cuenta que los georgianos del Cáucaso nom - bran a quien habla en trance como el ‘lingüista’, mientras aquel cuya posesión es vi - sual es denominado ‘porta-estandarte’”. Como ningún otro escritor, Pascal Quignard traslada el misterio de la mú - sica al misterio de la escritura. Y él es consciente de eso. Por eso es - cribió en La haine de la musique: “Notas ininterpretables, sonidos no sonoros, signos inscriptos por la pura belleza de la escritura”.
Y va más allá: “Propongo denominar ‘notas inauditas’ a esos sonidos escritos im - posibles de tocar, que hacen pensar en lo que los gramáticos llaman ‘consonantes inefables’ / la ‘p’ en sept)”.
Respecto de la anterior cita, es importante decir que si bien Pascal Quignard es todavía, en pleno año 2016, un autor de culto, es decir poco conocido, hay que decir también que es un autor muy bien traducido al español. La haine de la musique está traducido por Margarita Martínez en la editorial El Cuenco de Plata.
Ella pone a pie de página la indicación oportuna de que la “p” en sept es mu da (ella se refiere a la pronunciación en francés), e indica cómo el equivalente en es - pañol está en todas aquellas palabras que comienzan por una “p” que no se pronun - cia, como psicología. Otro gran, enorme acierto en su traducción ocurre en el capítulo segundo de ese libro: de la frase original “La musique ne s’envisage ni se dévisage”, ella presenta “La música no se enmascara ni se desenmascara” , y el recurso obedece a que el juego de palabras de Quignard resultaría intraducible, pues el empleo de ambos ver - bos remite en francés a la palabra rostro: visage.
Entonces ella elige dos términos que incluyen la palabra cara, otra manera de nombrar al rostro. La traductora Margarita Martínez nos emociona con su entendimiento del universo insondable de Quignard cuando es - cribe: “La música transporta de inmediato en el transporte físico de su cadencia tanto al que la ejecuta como al que la pa - dece”, en un giro magistral y de alto ries go, para no dejar escapar la altura polisémi ca que imprimió Quignard, quien utilizó la palabra “souffrir”, que de traducirse li te - ralmente perdería su libertad y la libertad del lector apasionado cuando las pa labras resuenan en su mente despojadas de to - da linealidad y arropadas, en cambio, con alas. Libertad.
Los especialistas denominan “suspiro sordo” al ruido de fondo grave y constante en el fondo del útero. Niño no nacido nadaba en ventura, co - mo dice James Joyce en su novela Ulises, en una de sus aliteraciones predilectas. Desde el útero, dice ahora su continua - dor, Pascal Quignard, el ruido del mun - do exterior es percibido como “un ronroneo sordo, dulce y grave”. Y sobre ese ronroneo se eleva “el melos de la voz de la madre repitiendo el acento tónico, la prosodia, el fraseo que agrega a la lengua que habla.
Es la base individual de la tonada”. Lo cual lleva a Quignard a la siguiente conclusión: “Un ineluctable asalto sonoro premedita la vida misma. La respiración de los hombres no es humana. El rit mo prebiológico de las olas, antes de que emer - giera Pangea, anticipó el ritmo cardiaco y el ritmo de la respiración pulmonar”. La glosolalia, término y concepto que lle va la marca indeleble de James Joyce, también es signo y seña en Pascal Qui - gnard: “Ocurre que la ventriloquia, la glosolalia, el hecho de hablar las lenguas de los ani - males, el simple hecho de hablar ‘en len guas’ sólo caracterizan a uno de los miem bros de la pareja chamánica.
Georges Charachidzé cuenta que los georgianos del Cáucaso nom - bran a quien habla en trance como el ‘lingüista’, mientras aquel cuya posesión es vi - sual es denominado ‘porta-estandarte’”. Como ningún otro escritor, Pascal Quignard traslada el misterio de la mú - sica al misterio de la escritura. Y él es consciente de eso. Por eso es - cribió en La haine de la musique: “Notas ininterpretables, sonidos no sonoros, signos inscriptos por la pura belleza de la escritura”.
Y va más allá: “Propongo denominar ‘notas inauditas’ a esos sonidos escritos im - posibles de tocar, que hacen pensar en lo que los gramáticos llaman ‘consonantes inefables’ / la ‘p’ en sept)”.
Respecto de la anterior cita, es importante decir que si bien Pascal Quignard es todavía, en pleno año 2016, un autor de culto, es decir poco conocido, hay que decir también que es un autor muy bien traducido al español. La haine de la musique está traducido por Margarita Martínez en la editorial El Cuenco de Plata.
Ella pone a pie de página la indicación oportuna de que la “p” en sept es mu da (ella se refiere a la pronunciación en francés), e indica cómo el equivalente en es - pañol está en todas aquellas palabras que comienzan por una “p” que no se pronun - cia, como psicología. Otro gran, enorme acierto en su traducción ocurre en el capítulo segundo de ese libro: de la frase original “La musique ne s’envisage ni se dévisage”, ella presenta “La música no se enmascara ni se desenmascara” , y el recurso obedece a que el juego de palabras de Quignard resultaría intraducible, pues el empleo de ambos ver - bos remite en francés a la palabra rostro: visage.
Entonces ella elige dos términos que incluyen la palabra cara, otra manera de nombrar al rostro. La traductora Margarita Martínez nos emociona con su entendimiento del universo insondable de Quignard cuando es - cribe: “La música transporta de inmediato en el transporte físico de su cadencia tanto al que la ejecuta como al que la pa - dece”, en un giro magistral y de alto ries go, para no dejar escapar la altura polisémi ca que imprimió Quignard, quien utilizó la palabra “souffrir”, que de traducirse li te - ralmente perdería su libertad y la libertad del lector apasionado cuando las pa labras resuenan en su mente despojadas de to - da linealidad y arropadas, en cambio, con alas. Libertad.
Como ama la música, Pascal Quignard
ama el silencio. Pero, advierte, el silencio
en nada define a la carencia sonora: define
el estado en que el oído está más alerta.
Por eso el filme Todas las mañanas del mundo está preñado de silencio, al igual que Monsieur de Sainte-Colombe, álter ego de Quignard, sabedor de que cada uno de nosotros aporta una astilla a la hoguera que ilumina el mundo. La ignición ocurrió así: un buen día, Pascal Quignard descubrió a Monsieur de Sainte-Colombe en una tienda de discos: una grabación que hizo en 1976 Jordi Savall al alimón con Wieland Kuijken, diez años después de que las obras de SainteColombe fueran encontradas en Ginebra.
El soundtrack, por cierto, de Todas las mañanas del mundo está activado por un trabuco: Jordi Savall a la viola da gamba y dirección musical; Fabio Biondi en el vio - lín; los célebres hermanos Hantaï: Pierre en clavecín, Jérôme en el bas de viole, al igual que Christophe Coin; Rolf Listerand a la tiorba y las sopranos Montserrat Fi - gueras y María Cristina Kiehr. Todos bajo el nombre de Le Concert de Nations.
Pero no sólo la música es componente vital en la obra de Pascal Quignard: también lo son el lenguaje, el silencio, la lectura, la escritura, el arte, la sexualidad y la muerte y, sobre todo, lo que él llama “el antes de nacer”. Su obra comienza a ser estudiada a pro - fundidad.
El libro más sobresaliente has - ta el momento lo escribió Irena Kristeva con un título revelador: Pascal Quignard. La fascination du fragmentaire.
Por eso el filme Todas las mañanas del mundo está preñado de silencio, al igual que Monsieur de Sainte-Colombe, álter ego de Quignard, sabedor de que cada uno de nosotros aporta una astilla a la hoguera que ilumina el mundo. La ignición ocurrió así: un buen día, Pascal Quignard descubrió a Monsieur de Sainte-Colombe en una tienda de discos: una grabación que hizo en 1976 Jordi Savall al alimón con Wieland Kuijken, diez años después de que las obras de SainteColombe fueran encontradas en Ginebra.
El soundtrack, por cierto, de Todas las mañanas del mundo está activado por un trabuco: Jordi Savall a la viola da gamba y dirección musical; Fabio Biondi en el vio - lín; los célebres hermanos Hantaï: Pierre en clavecín, Jérôme en el bas de viole, al igual que Christophe Coin; Rolf Listerand a la tiorba y las sopranos Montserrat Fi - gueras y María Cristina Kiehr. Todos bajo el nombre de Le Concert de Nations.
Pero no sólo la música es componente vital en la obra de Pascal Quignard: también lo son el lenguaje, el silencio, la lectura, la escritura, el arte, la sexualidad y la muerte y, sobre todo, lo que él llama “el antes de nacer”. Su obra comienza a ser estudiada a pro - fundidad.
El libro más sobresaliente has - ta el momento lo escribió Irena Kristeva con un título revelador: Pascal Quignard. La fascination du fragmentaire.
Desde niño, Pascal Quignard amó la lectura. Creció entre libros y su amor por los diccionarios es supremo. Su hermoso libro titulado El lector es una confluencia de delicias y el protagonista es el misterio.
La unidad estilística, sus recursos na - rrativos, sus estrategias son transparentes. Es su costumbre tomar personajes frag - mentarios, de quienes se conoce muy poco pero poseen magia, cualidades que los ha - cen irresistibles. Así su libro Albucius, por ejemplo, to - ma la persona de Cayo Albucio Silio, un autor latino que vivió hace dos mil años y del que no se conocen más que textos in - directos, como hace notar la experta Mer - cedes Monmany, para reconstruir 53 diálogos, “que vienen a ser pequeñas novelas pre-Sade”.
Por cierto, Mercedes Monmany define así el estilo de Quignard: “austero y mu - sical, apasionado y obsesivo, ensimismado y sensual”. En su bellísimo libro titulado Butes, Pascal Quignard, a la manera de Mozart, sigue una estrategia diligente, amena, re - conocible, una identidad de estilo. Ahora se ocupa de Butes, ese personaje marginal de la mitología griega, pues siente debilidad no sólo por lo fragmentario, también por lo marginal, lo desconocido. Por el misterio.
Para Quignard, Butes es “un olvidado del recuerdo del mundo”, como lo es Monsieur de Sainte-Colombe, como lo es el propio Marin Marais, como lo es Pascal Quignard. Como lo son todas las mañanas del mundo. Porque todas las mañanas del mundo son únicas. Todas ellas son camino sin retorno.
Pascal Quignard: De los lazos entre el sonido y la noche
Ocurre que se dude de la audición sombría. Ocurre que las quimeras de un mundo amniótico, acuático, ensordecido, alejado, nos parezcan antecedentes litigiosos. Ocurre también que tengamos la viva sensación de recordarlos. Pero la remembranza es una narración, como el relato que trae el sueño: aquella narración o este relato aportan de tal modo consigo que con fundamento recelamos de nosotros mismos. Solo somos un conflicto de relatos, respaldado por un nombre.
¿Puédese hallar en la historia una prueba que confirme este tormento de la audiencia oscura y que al mismo tiempo esté libre de toda presuposición?
Esa prueba existe.
Carece de sentido. Es la más insólita de las pruebas, la de extensión más inaprehensible, y se sitúa precisamente en la fuente temporal de la especificación de la especie: en la lenta desincronización que ocurrió en la prehistoria.
*
Hace veinte mil años ocurrió el milenio en que los hombres, provistos de antorchas poco humosas (elaboradas a partir de la grasa de las presas muertas, y desolladas antes de curtir sus pieles), penetraron espacios completamente entenebrecidos dispersos en los flancos de acantilados y en cavernas de las montañas. Valiéndose de esas antorchas decoraron, con grandes figuras animales monocromas o bicolores, vastas salas condenadas hasta entonces a la noche perpetua.
*
¿Por qué el nacimiento del arte está enlazado a una expedición subterránea?
¿Por qué el arte fue y es una aventura sombría?
¿Por qué el arte visual (al menos el arte visible en la oscuridad a la luz temblorosa de una antorcha de grasa) presenta un vínculo con los sueños, que también son visiones nocturnae?
Transcurrieron veintiún mil años: a fines del siglo diecinueve la humanidad acudió en masa a sepultarse y apretujarse en las oscuras salas de cinematografía.
*
¿Por qué numerosos muertos, hasta del Mesolítico, fueron hallados con los miembros recogidos sobre sí mismos, ligados con nervios de renos muertos, en posición fetal, con la cabeza entre las rodillas, en forma de huevos cubiertos de ocre rojo envueltos en los cueros de animales decapitados y cosidos? ¿Por qué las primeras representaciones humanas son quiméricas{1}, y mezclan animalidad y humanidad, hombres-bisontes, chamanes cantores con cabezas de animal?
¿Por qué esos ciervos con sus cornamentas, representados mientras braman? ¿Por qué esos machos cabríos representados al momento del celo y del temblor vocal? (Tragódia, en griego, y de manera todavía explícita para un griego moderno, dice el canto del macho cabrío). ¿Por qué esos leones con las fauces abiertas y rugientes?
¿Acaso aquellas primeras imágenes figuran la música?
¿Estaban aquellos "visionarios" -chamanes y soñadores de noche cavernosa, primeros pintores a fresca- particularmente interesados en el cambio de voz de los animales de cuernos y voces mudadizas? Más precisamente: ¿en la muda de los jóvenes en la edad del cambio de su cuerpo y de su voz, en la edad del mudarse el niño en hombre, es decir en la edad de su iniciación en los arcanos de los cazadores (es decir en los secretos de los hombres-animales) y en el lenguaje secreto de las fieras que perseguían, de las que se alimentaban y con cuya piel se vestían?
El cuerno del íbice, el del toro, el del reno ¿permiten vislumbrar el instrumento que sirve para beber su sangre y repartida luego de la muerte sacrificial, el licor fermentado que inspira visión y danza mimética, el sonido de su llamada?
¿Cantaban aquellos hombres al pintar, como hacen los Bushmen de Australia? (Del mismo modo, en las leyendas acerca del gran pintor griego Parrhasios{2} éste aparece cantando.)
¿Por qué todos los santuarios inventariados empiezan donde la luz del día y la claridad astral cesan de ser perceptibles, donde las tinieblas y la profundidad recóndita de la tierra reinan sin reservas?
¿Por qué había que ocultar las imágenes (que no son imágenes, que cada vez fueron visiones, phantasmataque sólo se entreveían gracias a la luz temblorosa que reposaba en la grasa del animal abatido) en lo oculto de la tierra? ¿Por qué escariar luego lo mostrado? ¿Por qué horadar con flechas lo representado, igual que en los juegos de pelota o de dardos de las fiestas tradicionales y feriantes? ¿Como otros tantos San Sebastián?
*
André Leroi-Gourhan, en Prehistoria del arte, reunió la interrogante en una sola fórmula: ¿por qué el pensamiento de los cazadores de bisontes y caballos se "enterró" cuando se retiraron los glaciares?
*
Presento la conjetura propia de este breve tratado en la forma siguiente: esas cavernas no son santuarios de imágenes.
Sostengo que las grutas paleolíticas son instrumentos de música cuyas paredes fueron decoradas.
Son resonadores nocturnos que fueron pintados de un modo nada panorámico: se los pintó en lo invisible. Son cámaras de eco, y el eco determinó la elección de las paredes decoradas. El eco es el lugar del doble sonoro (del mismo modo que la máscara es el lugar del doble visible: máscaras de bisonte, máscaras de ciervo, máscaras de ave de presa de pico curvo, maniquí del hombre-bisonte). El hombre-ciervo representado al fondo del agujero sin salida de la gruta de Trois-Fréres sostiene un arco. No distinguiré el arma de caza de la primera lira, así como tampoco distinguí a Apolo arquero de Apolo citarista.
*
Las pinturas rupestres empiezan donde se dej a de ver la mano desplegada delante del rostro.
Donde se ve el color negro.
El eco es el guía y el referente en la oscuridad silenciosa donde penetran y donde buscan imágenes.
*
El eco es la voz de lo invisible. Durante el día los vivos no ven a los muertos. Pero los ven en la noche, en los sueños. En el eco el emisor es inhallable. Lo visible y lo audible juegan a las escondidas.
*
Los primeros hombres pintaron sus visiones nocturnae siguiendo las propiedades acústicas de algunas paredes. En las grutas de Ariége los pintores chamanes paleolíticos representan los rugidos justo delante de las fauces o el morro de las fieras, en forma de trazos agrupados. Aquellas marcas, incluso incisiones, son su rugido. Pintaron también a los chamanes enmascarados, con sus señuelos o sus arcos. La resonancia, en el gran santuario resonador, se vinculó con las apariciones tras los cortinajes de estalagmitas.
A la luz de la antorcha de grasa, que descubría una por una las epifanías bestiales rodeadas de penumbra, respondían las músicas de los litófonos de calcita.
*
En Malta, en la gruta de Hipogeo{3}, hay una cavidad resonante tallada por mano de hombre. Tiene una frecuencia de noventa hertz, cuya amplificación resulta aterradora si las voces emitidas son graves.
R. Murray Shafer recensó en sus libros todos los zigurats, templos, criptas y catedrales con eco, con reverberación, con laberinto polifónico.
El eco engendra el misterio del mundo alter ego.
Lucrecio decía sencillamente que todo espacio de ecos es un templo.
*
En mil setecientos setenta y seis, Vivant Denon visita el antro de ecos de la Sibila y anota en su diario de viaje: "No hay resonancia más delicada. Quizás es el objeto sonoro más bello que existe".
*
En la gruta de Trois- Fréres, el chamán con cuernos de reno, con orejas de reno, con cola de caballo y patas de león, tiene ojos de búho: son los ojos de los predadores de oído. De los cavernícolas.
*
Los Aranda dicen alkneraka para el verbo nacer: hacerse-ojos.
*
País-sin-retorno era el nombre que daban los antiguos habitantes de Sumeria al lugar donde van los muertos.
Los textos sumerios describen así el País-sin-retorno: los alientos de los muertos sobreviven difícilmente, dormidos, terrosos, cubiertos de plumas, tan desdichados como los "pájaros nocturnos que habitan las cavernas".
*
Isis, cuando regaló a los primeros egipcios el modelo del lamento, dice en su lamentación que cuando los ojos no ven los ojos desean.
El cántico puntualiza, en detrimento del lenguaje, que la voz que llama a los muertos no logra hacerse oír por ellos. La voz sólo los nombra. Sólo puede llamar al dolor a aquellas que están privadas del que amaron.
El mito dice que cuando Isis comenzó su primer lamento -la lamentación sobre el cadáver de Osiris castrado y cuyo sexo se había perdido-, en ese preciso instante, murió el hijo de la reina de Byblos.
*
La primera narración figurativa fue pintada al fondo de un pozo situado al fondo de una caverna completamente oscura. Es un hombre itifálico muriendo de espaldas, un bisonte que lo ataca, destripado por un venablo, un cayado coronado por una cabeza de pájaro de pico curvo.
La última religión que persiste en el espacio donde vivo representa a un hombre que muere.
Está dicho en el Nuevo Testamento que Cristo recibió la palmada con los ojos vendados. Todo Dios sangra en la sombra.
Dios sólo sangra en la audición y en la noche. Fuera de la noche o de las grutas, resplandece.
Isaac ya no puede ver. Está en su noche. Jacob dice: "No te traje un cordero desgarrado por las fieras".
Jacob no trajo un cordero desgarrado por los animales feroces, pero con él cubrió sus brazos.
Isaac lo palpa y dice: "La voz es de Jacob, pero los brazos son de Esaú", y lo bendice.
Piensa: "La voz todavía no muda y sin embargo el cuerpo es velludo".
*
De niño, cantaba. Adolescente, igual que todo adolescente, mi voz se quebró. Pero pervivió, sofocada y perdida. Me sumergí apasionadamente en la música instrumental. Hay un lazo directo entre la música y el cambio de voz. Las mujeres nacen y mueren en un soprano que parece indestructible. Su voz es un reino. Los hombres pierden sus voces de niño. A los trece años enronquecen, cacarean, balan. Es curioso que nuestro idioma diga todavía que cacarean o balan. Los hombres se incluyen entre los animales cuya voz se quiebra. En la especie, conforman la especie de los cantos a dos voces.
Es posible definidos desde la pubertad: humanos a quienes la voz abandonó cual una muda.
Para la voz masculina, la niñez, el no-lenguaje, la relación con la madre y con su agua oscura con tabique del amnios, luego la obediente elaboración de las primeras emociones y finalmente la voz infantil que atrae al lenguaje materno, son la piel de una serpiente.
Entonces o bien los hombres cercenan las bolsas testiculares e interrumpen la muda: es la voz infantil para siempre. Son los castrados.
O bien los hombres componen con la voz perdida. Son los compositores. Recomponen como pueden un territorio sonoro que no muda, inmóvil.
O también los humanos suplen con instrumentos el desmayo corporal y el abandono sonoro en que los hundió su voz enronquecida.
Recobran así los registros agudos, a la vez pueriles y maternales, de la emoción naciente, de la patria sonora.
Se los llama virtuosos.
*
Se puede definir la castración humana como la domesticación neolítica de la voz. Domesticación intraespecífica, en boga desde la época neolítica hasta fines del siglo dieciocho europeo. Remite a los subterráneos de circuncisión de las grutas chamánicas donde morir a la infancia y renacer mudado en hombre-animal, en cazador, eran una sola y pareja metamorfosis.
*
En la gruta de Hipogeo, las voces de las mujeres y los niños no consiguen que retumbe el instrumento de piedra, pues la frecuencia aguda de sus voces no estremece la resonancia rocosa.
Sólo los jóvenes que mudaron hacen retumbar la gruta de Hipogeo.
Cambiar de voz, morir y renacer: el viaje funerario o nocturnal y la iniciación juvenil son indisociables. Propp decía que todos los relatos maravillosos del mundo narraban ese viaje de iniciación: regresar barbudo y ronco.
¿Qué es un héroe? Ni un viviente ni un muerto. Es un chamán que penetra en el otro mundo y regresa.
Un mudado.
Es volver a salir de la caverna, del hocico animal que engulle, despedaza, hiende y regurgita en la luz solar.
*
Desde que emergimos en la zoología, tres millones de años nos separan de las armas y los utensilios tallados en piedra. Después cuarenta mil años de prehistoria. En fin, nueve mil años de historia, que no es otra que la guerra infinita. Los hombres, al finalizar la prehistoria y nacer el neolítico, desgarraron el tiempo hasta premeditar el año y trataron a las plantas, los animales y los hombres como si fueran criadores. Sacrificaron las primicias de las plantas, los recién nacidos de los rebaños y de los suyos: castraron.
Osiris es desgarrado y emasculado. Su sexo perdido es el decimocuarto trozo de su cuerpo. Durante las procesiones en su honor, las mujeres músicas entonaban sus cánticos moviendo con hilos las marionetas obscenas del Dios. Attis arranca su pene bajo un pino y asperja la tierra con sangre. Tamborines, címbalos, flautas y cornos acompañan el ritual. Estos cánticos de los sacerdotes eunucos de Attis tuvieron inmenso renombre en todo Oriente. Marsias el músico, después de recoger la flauta desechada por Atenea, fue atado a un pino, emasculado y después desollado{3}.
En la época histórica, los griegos iban a ver su piel en Celéne, en una gruta al pie de la ciudadela. Decían que aún se estremecía, por poco que el auleta tocara bien su flauta. Orfeo es emasculado y desgarrado. Se enlazan la música, la voz maravillosa, la voz domesticada y la castración.
*
La muerte tiene hambre. Pero la muerte es ciega. Caneca nox.
Noche negra quiere decir noche ciega, que no ve.
Cuando es de noche los muertos solo pueden reconocer por la voz.
En la noche la detección es acústica. Al fondo de las grutas, en el silencio absoluto y nocturno del fondo de las grutas, los cortinajes de calcita blanca y dorada están quebrados a la altura de un hombre.
En época prehistórica se transportaba fuera de las grutas las estalagmitas y las estalactitas rotas. Son fetiches.
*
El geógrafo griego Estrabón señala que al fondo de la gruta de Corycia, a doscientos pies de la entrada, bajo el surtir de las estalactitas, allí donde brota el manantial subterráneo para desaparecer enseguida por la fisura, rugiendo en la oscuridad más completa, los hombres piadosos de Grecia escuchaban címbalos que tocaban las manos de Zeus.
Estrabón agrega que otros griegos, en el primer siglo antes de Cristo, aseveraban que se trataba del entrechocar de las mandíbulas de Tifón, ladrón de nervios de oso.
*
En el decimoctavo siglo de nuestra era, Jan de l'Ors (Juan del Oso) ata sólidamente la soga bajo sus brazos. Baja al fondo del pozo. El agujero se hunde verticalmente en la tierra; él no percibe el fondo. Las paredes son viscosas y algunos murciélagos huyen sigilosamente en la oscuridad. El descenso dura tres días plenos.
Al cabo del tercer día, su báculo de cuarenta quintales topa el fondo de la tierra. Jan de l'Ors se libera de la soga. Da algunos pasos en la inmensa caverna donde acaba de llegar.
Una gran pila de huesos cubre el suelo. Camina en medio de los cráneos.
Entra en un castillo en medio de la gruta. Camina, pero sus pasos ya no resuenan.
Jan arroja su cayado de cuarenta quintales en el suelo de mármol: el ruido es de pluma de pájaro que cae en la nieve.
Jan de l'Ors comprende enseguida que este castillo es la morada donde los sonidos no pueden nacer.
Alza la mirada hacia un gato gigantesco tallado en calcita, en vidrio luminoso, en cristal. En la frente del gato inmenso un carbunclo resplandece en la oscuridad. Por doquier hay árboles cargados de manzanas de oro que rodean una fontana muda: el agua brota y cae sin que nadie lo escuche.
Sentada en el borde de la fontana, una joven, bella como la aurora, peina su cabellera con un creciente de luna.
Jan de l'Ors se aproxima pero ella no lo ve. Los ojos de la joven maravillosa siguen irresistiblemente clavados en los fuegos del carbunclo que hechiza el lugar.
Jan quiere hablarle: plantea su pregunta. Pero su pregunta no resuena.
"La mujer está embrujada -piensa Jan de l'Ors- y voy a enloquecer es este silencio de muerte."
Entonces Jan alza su cayado de cuarenta quintales, lo blande y asesta un fuerte golpe en la cabeza del gran gato de cristal. Todas las estalactitas se quiebran y emiten el canto más bello del mundo. La fontana murmura. Las losas resuenan. Las hojas susurran en los ramajes de los árboles. Las voces hablan.
Notas
[1] Quimera quiere decir "cabra". Según Hornero, la Quimera era un animal solemne, con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente; echaba fuego por la boca y la mató Belerofonte, hijo de Glauco, cumpliendo el presagio de los dioses. La Teogonia de Hesíodo la describe con tres cabezas, y así está figurada en el famoso bronce de Arezzo, que data del siglo V. Se halló una Quimera grabada en las paredes de un templo hitita de Carquemis. (N. del T.)
[2] Los antiguos decían que el pintor Parrhasios de Efesos había inventado la pornographia alrededor de -410, en Atenas. Pornographia dice literalmente pintura-de-prostituida. (N. del T.)
[3] Hipogeo es una bóveda subterránea donde los antiguos depositaban los cadáveres. (N. del T.)
El odio a la música, diez pequeños tratados, Cuarto tratado
Traducción: Pierre Jacomet