domingo, 9 de marzo de 2025

Mis ciudades literarias: New York (1), después vendrán : Madrid, París, Viena, Lisboa, Estambul, Marrakesh, Budapest, Praga.


Dwyer Murphy
 

sobre cómo escribir sobre una ciudad .



Podrías volverte loco tratando de escribir sobre una ciudad. Tomar la ciudad como tema, es decir, y construir una ficción alrededor y dentro de ella. Acabo de probarlo yo mismo y puedo decirles que es una experiencia bastante desconcertante. Mi tema, supuestamente, era Nueva York.


Quería escribir un misterio donde la gente de vez en cuando desaparecía, se daba por muerta, pero en realidad lo que el detective buscaba era una ciudad que desaparecía: los cines pequeños, los comedores abiertos las 24 horas, las librerías usadas, los quioscos de noticias, los bares y los restaurantes que siempre están , moviéndose inevitablemente a través de sus propios ciclos de vida y olas de éxito y fracaso, y a veces caminas por la misma calle un fin de semana y parece que todos los demás escaparates se han volcado. Un nuevo registro, nueva administración.


Tal vez ahora sea un banco, o una tienda de bagels, o simplemente una persiana de metal que se ha cerrado.

¿Entonces cómo empiezas? Si su ciudad es Nueva York, o una metrópolis comparable, está de suerte, porque el registro impreso es abundante y muy colorido. Así que querrá tener en sus manos, digamos, un montón de viejos Village Voices o Time Out New Yorks , para que pueda leer sobre la última cobertura sin aliento de las aperturas del mundo del arte y los tipos de bandas que solían tocar en clubes y salones justo debajo de Houston. También querrás ver una colección de los diarios que solían repartir gratis en el metro, sin mencionar las diversas ediciones sobre el suelo por las que pagaste. Si su género preferido es el crimen, también le ruego que vaya a la Sociedad Histórica de Nueva York, y luego tal vez a una o dos bibliotecas de derecho, porque no hay ningún lugar en el mundo con mejores colecciones de folletos de juicios antiguos, y qué mejor que aprender sobre una ciudad que leer sobre los crímenes que la gente cometió allí? Lujuria, codicia, confesión, retribución: los folletos de juicio lo tienen todo. Además, no se olvide de las revistas. Dios mío, todas las fanzines hermosas, salvajes y excéntricas.


Ciudades Literarias Del Mundo

Raquel Morras Morena 
y Gonzalo Villar Mozo





El recorrido nos llevará por librerías, festivales literarios o mercados de libros de ciudades, en Inglaterra, Gales, Alemania, Estados Unidos, India, Japón o Australia y por supuesto también recorreremos algunos rincones libreros en España, como Cervera, Montblanc, Bellprat y por supuesto Urueña uno de los grandes reductos del libro en nuestro país.

Así pues, marchamos de tierras castellanoleonesas para lanzarnos a recorrer lugares recónditos (y no tan recónditos) de varios continentes: España, Bélgica, Francia, Suiza, Italia, Noruega, Japón, India, Australia... visitamos hasta 36 destinos repartidos entre ciudades y villas un tanto desconocidas en las que el libro es protagonista.
 
En la red literaria que construyen podremos participar entre otras cosas en un show-cooking (ver un espectáculo, comer y beber productos locales, a la vez que eliges novelas o conversas con escritores), o visitar aquellos lugares donde escritores como Jaume Ferran, Johanna Spyri, Hermann Header, Astrid Lindgrem, Selma Lagerlof y Dante Alighieri (entre otros) nacieron, escribieron o se inspiraron para sus obras. Sitios y espacios (algunos muy escondidos) que, gracias a sus diferentes recorridos, nos hacen experimentar y gozar con los cinco sentidos de la cultura literaria que sus habitantes son capaces de imaginar y crear. Y es que además de visitar librerías, ferias y mercados, charlamos con vecinos y escritores, comemos los manjares locales y participamos en espectáculos y talleres.

Mí New York soñada

HISTORIA DE LA FUNDACIÓN DE NEW YORK

INICIALMENTE SE LLAMABA NEW ÁMSTERDAM: 

Por una curiosa negligencia, los ingleses habían pasado por alto el admirable paraje que forma el estuario del Hudson.

Efectivamente, fue Enrique Hudson, capitán inglés al servicio de Holanda, quien exploró en el año 1609 la bahía que Verrazano había cruzado ya a comienzos del siglo precedente.

Grandes navegantes y comerciantes como eran los holandeses no podían dejar de reconocer al punto el interés excepcional de esta rada, y en el año 1624 la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales instalaba los primeros colonos en la isla rocosa de Manhattan, comprada a los indios por una suma despreciable.

El pueblo de Nueva Amsterdam se convirtió en el centro de una colonia que no tardaría en extenderse hacia Hoboken, Staten Isláns y a lo largo del Hudson, donde se establecieron grandes dominios agrícolas.

En el año 1643, la Compañía nombró a Peter Stuyvesant gobernador.

Vanidoso, soberbio y hostil a la idea de una asamblea democrática («Nuestra autoridad nos viene de Dios, y de la Compañía y no de un puñado de individuos ignorantes»), no favoreció los intereses de los Países Bajos y fue tan detestado por los colonos de su propio país como por los ingleses establecidos en Long Island.


Nueva York salió de un pequeño puesto establecido por colonos valones y holandeses en la desembocadura del Hudson. Los ingleses se apoderaron de la ciudad en 1664. Hoy día se compone de los barrios siguientes: Manhattan (emplazamiento de la antigua ciudad), Queens, Brooklyn, Richmond y el Bronx. Los rascacielos de Manhattan son el corazón de la ciudad, ocupados por toda clase de oficinas. La población habita en la pe.riferia. Nueva York es el puerto más frecuentado del mundo.

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En el curso de los conflictos surgidos de las célebres Actas de Navegación, que enfrentaron a Inglaterra con las Provincias Unidas, iba a jugarse la suerte de la Nueva Amsterdam.

El muro construido para defender a Manhattan es el que dio su nombre a Wall Street. En 1664, una flota inglesa bloqueó Nueva Holanda y Stuyvesant tuvo que capitular sin combate.

Nueva Amsterdam pasó a ser Nueva York y, más al norte, Fuerte Orange se convirtió en Albany, nombres tomados de los títulos del duque de York, el futuro Jacobo II.


Este adquirió igualmente, el Delaware que los colonos suecos habían roturado (el puerto de Christina se llamó Wilmington). En lo sucesivo, Nueva York iba a constituir un lazo sólido entre las colonias del Norte y las del Sur.


Panorama ciego de Nueva York

Si no son los pájaros
cubiertos de ceniza,
si no son los gemidos que golpean las ventanas de la boda,
serán las delicadas criaturas del aire
que manan la sangre nueva por la oscuridad inextinguible.
Pero no, no son los pájaros,
porque los pájaros están a punto de ser bueyes;
pueden ser rocas blancas con la ayuda de la luna
y son siempre muchachos heridos
antes de que los jueces levanten la tela.
Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte,
pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu.
No está en el aire ni en nuestra vida,
ni en estas terrazas llenas de humo.
El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas
es una pequeña quemadura infinita
en los ojos inocentes de los otros sistemas.

Un traje abandonado pesa tanto en los hombros
que muchas veces el cielo los agrupa en ásperas manadas.
Y las que mueren de parto saben en la última hora
que todo rumor será piedra y toda huella latido.
Nosotros ignoramos que el pensamiento tiene arrabales
donde el filósofo es devorado por los chinos y las orugas.
Y algunos niños idiotas han encontrado por las cocinas
pequeñas golondrinas con muletas
que sabían pronunciar la palabra amor.


No, no son los pájaros.
No es un pájaro el que expresa la turbia fiebre de laguna,
ni el ansia de asesinato que nos oprime cada momento,
ni el metálico rumor de suicidio que nos anima cada madrugada,
Es una cápsula de aire donde nos duele todo el mundo,
es un pequeño espacio vivo al loco unisón de la luz,
es una escala indefinible donde las nubes y rosas olvidan
el griterío chino que bulle por el desembarcadero de la sangre.
Yo muchas veces me he perdido
para buscar la quemadura que mantiene despiertas las cosas
y sólo he encontrado marineros echados sobre las barandillas
y pequeñas criaturas del cielo enterradas bajo la nieve.
Pero el verdadero dolor estaba en otras plazas
donde los peces cristalizados agonizaban dentro de los troncos;
plazas del cielo extraño para las antiguas estatuas ilesas
y para la tierna intimidad de los volcanes.
No hay dolor en la voz. Sólo existen los dientes,
pero dientes que callarán aislados por el raso negro.
No hay dolor en la voz. Aquí sólo existe la Tierra.
La Tierra con sus puertas de siempre
que llevan al rubor de los frutos.

"Epitafio para Nueva York" [fragmentos], de Adonis



NUEVA YORK,
cuerpo color de asfalto. Cinturón húmedo le ciñe las caderas,
     ventana cerrada su rostro... Me dije: Walt Whitman
     podrá abrirla -"Yo pronuncio la palabra prístina"-.*
     Pero esa palabra no la escuchó más que un dios que ya no está
     en su lugar de siempre. Los encarcelados, los esclavos, los
     desesperados, los ladrones, los enfermos salen a borbotones
     de su garganta sin canal ni boca. Grité: ¡Puente de Brooklyn!
     Pero ése es el puente que une a Whitman con Wall Street,
     a la hoja de hierba con la hoja de papel del dólar...



*          *          *



¡Ah, Nueva York, mujer sentada en el arco del viento!
     Forma más difusa que el átomo.
     Punto que se precipita en el vacío de los números.
     Con una pierna en el cielo y otra en el agua.



*          *          *


La señora Brewing, una griega en Nueva York. Su casa es una
     página del libro del Mediterráneo Oriental. Mirène, Niamar
     Allah, Yves Bonnefoy... Y yo como quien está perdido
     y dice cosas nunca dichas. El Cairo se esparcía entre nosotros
     como rosas que no saben de las horas. Alejandría se trababa
     con la voz de Cavafis y Seferis. "Ese icono bizantino...", dijo
     la griega, y el tiempo prendió en sus labios un perfume rojo.
     Los momentos se abovedaban y el hielo se curvaba como
     un bastón (Medianoche del 6 de abril de 1971).

                  Adonis, de Epitafio para Nueva York, Nórdica, 2014.
Traducción de Federico Arbós

*Cita de W. Whitman en "Canto a mí mismo", 24 (Hojas de hierba).



Italo Calvino: ‘Un optimista en América’ (fragmentos)


¿La América no está americanizada?

La primera impresión del viajero en Nueva York es que la América no esté del todo americanizada, que estamos más americanizados nosotros que ellos. Comienza a escandalizarte el hecho de que no se conoce a un neoyorquino que tenga un auto (porque no sabría donde estacionarse; por eso todos prefieren ir en taxi). En las oficinas (empresas privadas y entes públicos) el europeo que espera encontrarse la rigurosa eficiencia del organization man parece solamente ver una voluntariosa aproximación, una buena voluntad familiar. Y te parece que la juventud no vista a la moda americana como en Italia, y que no sepa lo que son aquellos billares eléctricos que en nuestro país llamamos flippers. (Aquí se llaman pin-ball-machines, pero para encontrarlos hay que ir en lugar específico en el Times Square). Y te marchas diciendo: no es última la impresión de que este sea el único ángulo del universo donde la Coca-Cola no ha persuadido a nadie.



Al mismo tiempo te das cuenta de que es justo todo aquello que ves ser la América, más América de la América que ya está en nosotros. La americanización que está en nosotros no es otra cosa que la imagen del contraste entre un nivel tecnológico-productivo-distributivo más avanzado, al que una parte de la humanidad ha llegado, y un nivel tradicional inmóvil, del cual otra parte de la humanidad encuentra siempre dificultad para salir. Aquí, en cambio, viejo y nuevo son ramas de la misma planta: el organismo acumula y transforma sus contradicciones en un proceso de crecimiento continuo y casi animal. 



Vida de escritores

En el mundo literario de Nueva York me he hecho amigo particularmente de un joven escritor que parece bastante típico y representativo, y que llamaré Bill Stern (no es que elija a mis amistades en función de su representatividad sociológica: soy amigo de Bill porque es un tipo alegre, intelectualmente ágil, dotado a la vez de claridad moral y astucia: cualidades que no son fáciles de encontrar juntas).

Bill ha escrito diferentes libros (uno al año, en media) y es bien retribuido entre los nombres de su generación. Pero cierto, los libros no bastarían para hacerlo vivir si no existieran los grants, es decir, las becas por parte de alguna fundación cultural. Espera hacerse asignar un grant ahora para culmina una novela. Irá a Arizona, o tal vez a California. Pero, mientras tanto, no quisiera perderse otra beca, de otra foundation, para autores teatrales, porque también tiene intención de escribir una comedia. Es necesario que elija. Con una Guggenheim (me parece) ha pasado seis meses en Haití, con una Rockefeller (¿o una Ford Foundation?) ha girado Europa.

Es el sistema mejor que un escritor tiene para vivir; de lo contrario, no es difícil encontrar una cátedra de writing, o sea, del arte de escribir, en una universidad o en un college: vida tranquila, poco que hacer, pero es necesario tener deseos de pasar algunos meses en un centro universitario alejado.

La jamás suficientemente loada providencia de la legislación fiscal americana, por la que grandes industrias y bancos pueden destinar una parte de los millones que deberían pagar como impuestos al financiamiento de fundaciones culturales, hace que la disponibilidad del dinero para la cultura sea enorme. Y para los escritores la batalla por la vida consiste en conseguir hacerse asignar una beca tras la otra. A menudo lo consiguen, incluso los principiantes, también quien ha publicado una noveleta en una revista, o quien presenta a la foundation los primeros capítulos de una novela y pide ser mantenido para poderla terminar. Son becas no altas, se entiende; se vive apenas; los escritores jóvenes viven siempre un poco de bohémiens; a menudo se escoge, para aprovechar del grant, un país exótico, donde la vida cueste poco, o donde se pueda salir en camiseta y sandalias: Cuba, las Hawái, Via Margutta. Existe también la ventaja de entrar en contacto con poblaciones extrañas, que inspiran coloridos bocetos de vida vivida: justo aquello que se necesita para las revistas de larga tirada y para competir en nuevos grants.

Ningún escritor aquí tiene, como en Italia, una segunda profesión, sino aquellos que entraron ya fijamente en la categoría de profesores universitarios. La enseñanza a menudo es algo temporáneo también, una invitación por parte de una universidad o de un college a desarrollar un curso de clases o de conferencias. El escritor es considerado siempre alguien que puede llegar a informar a terceros de los secretos de su arte.

Deriva, en la vida de los jóvenes escritores, una atmósfera unida de seguridad y de inestabilidad. El hecho de escribir, con tal de alcanzar un cierto nivel medio, es una profesión como otra, que puede dar para vivir. A través del mecenazgo institucionalizado, el trabajo creativo no está liberado de los cálculos económicos, pero no está ni siquiera vinculado a una exigencia de mercado: se encuentra ahí a mitad. Los escritores de medio nivel son una multitud y sus tiradas, en todos los Estados Unidos, no son más altas que nuestras iniciales tiradas italianas, ni mucho más fructíferas, como derechos de autor.

El blanco al que todos apuntan es el éxito: misteriosa institución, sin un reglamento preciso y que no se sabe jamás a quién pueda elegir entre sus favoritos.






Un día cualquiera en Nueva York

No soy una persona insensible. Creo que todo el mundo debería tener ropa de abrigo suficiente, alimentación adecuada y un techo digno. Creo no obstante que, si la gente no se comporta de una manera aceptable, debería quedarse en casa bien arropadita y bien comida. Aquí no hablo solo de etiqueta, ya que, aunque esta es sin lugar a dudas un factor importante, la conducta aceptable supone bastantes más cosas. Exige, por ejemplo, que la gente se abstenga de iniciar tendencias, vencer inhibiciones o desarrollar talentos ocultos. Requiere, además, aceptar el hecho de que el bien común en realidad no cuesta mucho, y que existe realmente eso de entusiasmarse por la democracia. La opresión y/o la represión no dejan de tener sus encantos, como tampoco la libertad y/o el libertinaje dejan de tener sus inconvenientes. 

NY, capital de los escritores

Nueva York es la meca literaria, la que inmortalizaron Scott Fitzgerald o Dorothy Parker, la que han consagrado Philip Roth o Toni Morrison y también el escenario, a veces paraíso y a veces jungla infernal, en el que cientos de novelistas aspiran a la gloria nadando en sus ríos de tinta.



Historias de Nueva York. Las hay a millares. En el cine, la televisión, las canciones… y por supuesto en los libros. La que, para muchos, aún es la ciudad más literaria del mundo sigue acogiendo a un buen número de escritores procedentes de los más diversos recodos del planeta, escritores que han reinventado la manera de referirse a esta megalópoli, ya envuelta para siempre en la mística de los relatos de autores como Herman Melville, Henry James, F. Scott Fitzgerald, J.D. Salinger, Dorothy Parker o Truman Capote.


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En Nueva York están las sedes centrales de las principales editoriales y agencias literarias del mundo globalizado. Por ejemplo, la del grupo Penguin Random House, en la calle Broadway, entre la 55 y la 56. Allí, su consejero delegado, el alemán Markus Dohle, es el máximo responsable de crear esos best sellers globales, como John Green o las 50 sombras… de E.L. James. “Una parte de mi trabajo es compartir mis contenidos de Estados Unidos con todo el mundo”, admite, y se explica: “Penguin Random House es una editorial multidoméstica. Queremos desarrollar el talento local, los autores locales, y, por supuesto, compartirlo. Yo soy el consejero delegado en EE.UU. y al mismo tiempo el responsable mundial. Esa es la mejor forma de organizarnos, porque permite que muchas de las tendencias que se desarrollan en el mercado del libro estadounidense luego lleguen a otros territorios. Y yo soy responsable de que eso suceda así”.


A sólo una calle de distancia, se encuentra la agencia Wylie, cuyo propietario y gestor, Andrew Wylie –apodado el Chacal por su dureza negociadora– hace gala de mantener una filosofía que va más allá de lo crematístico: “Dan Brown no es alguien con quien me interesaría charlar –empieza diciendo–. Desde 1980, decidí apostar por la calidad y combatir las obras puramente comerciales, como las suyas, las de Stephen King o Danielle Steel, cuyas pilas en las librerías taponan las estanterías donde se esconden Borges o Calvino. Hay mucha gente que se mete en el negocio del libro de buena fe, para editar buenos libros, pero acaban absorbidos por la maquinaria. Yo cambié algunas cosas: convencí a los editores de que pagar mucho dinero por autores como Martin Amis, Saul Bellow o Salman Rushdie les convenía porque se seguirían vendiendo dentro de cien años, no eran una moda. Hemos luchado contra ese entorno comercial, y estoy orgulloso de ello”.


Al piso de Philip Roth se puede llegar a pie. Es un luminoso apartamento cercano a Central Park, con unas vistas espectaculares de los rascacielos. En la pared, hay un gran plano de la cercana Newark –su ciudad– del año 1933, el de su nacimiento. Sus días en Manhattan son monótonos: “Desayuno y me voy a la piscina, a un gimnasio que hay aquí en la calle 59. Nado por la mañana, al menos cinco días a la semana. Salgo de la piscina, me seco, me visto, y a las diez y media ya estoy de vuelta en casa”. Ahora la salud le ha obligado a dejar la escritura, pero, hasta hace poco, “escribía un par de horas, hasta la hora de comer, y luego un par de horas más tras el café”. Lo que más le gusta es pasear, “y luego miro las noticias en la televisión durante una hora. Y por las noches salgo con amigos, me voy al cine, a cenar o a un concierto, pero siempre paso al menos tres noches a la semana en casa, sin salir. ¿Qué más? Duermo muy bien y veo béisbol, me encanta ver los partidos de béisbol por la tele. Todo esto cambia radicalmente cuando estoy viviendo en mi casa de campo, a la que me traslado cada mes de mayo, con la llegada del calor, y que abandono en octubre para volver aquí a Nueva York”.



Roth tiene vecinos ilustres. El más cercano es un premio Nobel. Mario Vargas Llosa pasa aquí al menos un trimestre, para impartir clases de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Princeton, a la que le gusta acudir en tren, mezclado entre los estudiantes. En su apartamento con vistas a Central Park le dieron la noticia, en octubre del 2010, de que acababa de ganar el premio de la Academia Sueca. Ahora, además, acaba de comprarse –junto a su pareja, Isabel Preysler– un piso más grande al otro lado del parque. El acoso de los paparazzi le impide a veces cumplir con su ritual paseo matinal entre las ardillas y los árboles de ese mítico espacio al aire libre. Un espacio por el que podría encontrarse con Jonathan Franzen, que lleva siempre con él sus prismáticos para avistar pájaros, su gran afición. “Soy capaz de observar aves durante doce horas seguidas –asegura, en su apartamento de la calle 81, que conserva para venir de vez en cuando, aunque se haya mudado a otro estado–, es algo que no me cansa, me sume en un estado de felicidad. Empecé a hacerlo en 1999, tras la muerte de mi madre. Poco después, me enamoré de Kathy, que está loca por los animales, y, de hecho, fueron su hermana y su cuñado, ornitólogos, los que me aficionaron en serio, me llevaron a Central Park en primavera y allí vimos un tordo y toda una serie de especies migratorias que parecían joyas de colores en medio de la jungla urbana. Los pájaros me hacen feliz como nada al aire libre me lo ha hecho. Tal vez porque no tengo hijos... Es difícil superar el esplendor de un guacamayo”.


La colonia de escritores hispanos es notable aunque está lejos de sus mejores épocas. La mayoría de los autores llegan a la Gran Manzana cobijados por alguna institución universitaria, que los contrata para dar clases o impartir talleres de escritura. Nueva York es, de hecho, la ciudad con más talleres de escritura del mundo, ya sean oficiales –programas en la universidad– o en asociaciones o empresas. Entre los profesores más recientes, además del desaparecido E.L. Doctorow, se cuentan nombres como el argentino Sergio Chejfec, la chilena Lina Meruane, estrellas como Zadie Smith, el poeta John Ashbery, Jonathan Safran Foer, Martin Amis, Rick Moody, la sevillana Marina Perezagua y muchos otros de menos relumbrón mediático. Los cursos más recomendables tal vez sean los de la Universidad de Nueva York, porque los que se dan en Princeton –a poco más de una hora en tren desde Penn Station–, con profesores como Toni Morrison, Ricardo Piglia, Alberto Manguel o el propio Vargas Llosa, ya pertenecen a otro municipio.



Las familias o matrimonios de escritores son otro apartado llamativo. En la cima de la popularidad se encuentran Paul Auster –divorciado a su vez de otra escritora, Lydia Davis– y Siri Hustvedt, que, junto a su hija, la cantante Sophie Auster, conforman algo así como la familia real del Brooklyn literario. Pero hay muchos otros matrimonios, como el de los mexicanos Valeria Luiselli y Álvaro Enrigue, que viven en el barrio de Hamilton Heights, en Harlem. El de Antonio Muñoz Molina –que dirigió el Instituto Cervantes entre el 2004 y el 2006– y Elvira Lindo. O el del catalán Javier Calvo y la norteamericana Mara Faye Lethem, activos brooklynianos.

Valeria Luiselli dice que ella y su marido “compartimos estudio desde que nos mudamos a Nueva York, menos por amor que por falta de espacio. Aunque tal vez la falta de espacio nos ha enseñado una forma del amor, una forma a la vez encimosa y respetuosa. Entre su escritorio y el mío media casi siempre un sacro pacto de silencio. A Álvaro toda la gente del barrio le saluda por el nombre, salvo los árabes de la esquina, que simplemente le dicen my brother. Parece que esta ciudad es óptima para que él desarrolle dos de sus aficiones que no comparto: la ópera y el béisbol. Nunca hemos ido juntos ni a una ni al otro, para mí son dos formas extremas y bizarras de la cultura occidental”.

Algunas de las últimas narraciones sobre la ciudad, esas que construyen la nueva Nueva York, lejos del imaginario histórico, se pueden encontrar en el volumen colectivo Historias de dos ciudades, recién publicado por la editorial Nórdica, con textos de Zadie Smith, Junot Díaz, Lydia Davis, Teju Cole, Valeria Luiselli, David Byrne o Jonathan Safran Foer.



El prologuista de ese volumen, Antonio Muñoz Molina, llegó a la ciudad por primera vez en 1990. “Fui volviendo en años sucesivos –explica–, cada vez con más frecuencia, siempre en compañía de mi mujer. En el 2001 y el 2002 di clases de Literatura en la City University. Elvira y yo alternamos largas temporadas en Madrid con largas temporadas en Nueva York. Llevamos con nosotros la oficina y el archivo cada uno en nuestro portátil, y en las dos ciudades trabajamos en estudios contiguos. En Madrid tiendo más a quedarme en casa, pero en Nueva York me tienta con más fuerza la atracción de la calle”. Muñoz Molina ve la ciudad como un componente esencial del “sueño americano”, “esa promesa de que si uno se desvive trabajando y cumple las normas, conseguirá una vida mejor para él mismo y para su familia y sus herederos”. Sin embargo, cree que todo ha cambiado: “De traficar con mercancías y fabricarlas en los años setenta y ochenta, Nueva York ha pasado a fabricar espejismos y traficar desvergonzadamente con ellos. La ciudad promete mucho y da bastante poco a cambio. Vive de la especulación financiera y de las fantasías prefabricadas del turismo. Los turistas llegan a Nueva York en oleadas tan ansiosas como antes los emigrantes, deseosos de confirmar lo que han propalado periódicos, series y películas. Pero esta es una ciudad de gente interesada y nerviosa que no pone mucho interés en cuidar al turista y le saca el dinero hasta un grado de extorsión a cambio de muy poco: la mayor parte de los hoteles son caros y malos, la comida turística tiende a ser tóxica, y el tiempo, una gran parte del año, es hostil o directamente infame”.


Para Muñoz Molina, si Nueva York atrae a tantos escritores, como a otro tipo de artistas, es porque “les han dicho que es allí donde hay que estar” y ciertamente, desde el punto de vista del espectador, “puede disfrutarse en grado máximo de lo mejor en casi todas las artes”. La otra cara de la moneda es que “es dificilísimo abrirse paso en cualquiera de ellas: es mucha la competencia, y las condiciones, durísimas”; pero, “en nombre del espejismo, el artista está dispuesto a aceptar condiciones de vida y de trabajo que le parecerían insufribles en su país de origen. Alguno llega a algo, con mucho esfuerzo y mucha suerte, al cabo de mucho tiempo. La mayor parte se queda en nada”. Son esos jóvenes escritores españoles o latinoamericanos de clase media que “gastan las mejores energías de su juventud en trabajos agotadores, mal retribuidos y sin seguro médico, y pagan alquileres desorbitantes para compartir viviendas en mal estado cuyos dueños no gastan nada en acondicionarlas”. Hubo una época, recuerda, en que la ciudad era más barata y uno de sus reclamos a los jóvenes eran los alquileres bajos. “Hoy hasta ser un artista pobre cuesta muchísimo dinero”, lamenta.




Hay dos ciudades, opina el autor de Beltenebros: la de la riqueza y la de la pobreza, y advierte que ambas crecen. A esa dualidad se refiere el coordinador de Historias de dos ciudades, John Freeman, exeditor de la revista Granta y profesor en The New School y en la Universidad de Columbia, quien revela que un hermano suyo, Tim, ha llegado a dormir en la calle: “Para él, mudarse a Nueva York fue un mal negocio. Tenía una licenciatura y publicaba en la prensa, pero no le sirvió de nada, aquí es muy difícil encontrar trabajo. Le quiero, pero durante todo el tiempo que estuvo sin casa jamás le invité a entrar en la mía. Yo tenía novia, trabajaba en una revista cool, y la sensación de culpa pesó menos que el miedo a arriesgar mi relación de pareja. Lo veía un par de veces por semana, le daba algo de dinero… Ahora es feliz en Dallas, donde tiene coche y ocupaciones. Cuento esta historia porque la desigualdad ya no es un tema entre ellos y nosotros, ricos y pobres, a menudo se da en una misma familia. Creo que el actual alcalde, Bill de Blasio, salió elegido porque se dio cuenta de que, como dijo, ‘el problema fundamental de nuestra época’ es que esa brecha entre poseedores y desposeídos ha crecido hasta límites insostenibles”.

Freeman ha pedido a treinta escritores actuales que ofrezcan sus retratos de la Nueva York de hoy. Y destina los derechos del libro a la Housing Works Bookstore Cafe, una cadena de librerías de segunda mano que dedican sus beneficios a ayudar a los neoyorquinos sin hogar. Uno de esos treinta textos, el del irlandés Colum McCann, profesor en el Hunter College, muestra la realidad de los sintecho. “El proceso de documentación de una novela –explica– me llevó a conocer a varias personas que vivían en los túneles, miles de personas habitan bajo la ciudad: en la estación Broadway-Lafayette, en la Segunda Avenida, en los pasajes subterráneos de Chinatown… los llaman el pueblo topo, las criaturas del subsuelo. Cuanto más descendía, más misteriosa se volvía la gente, había fugitivos, veteranos de Vietnam y hasta conocí a un exjugador de fútbol americano enganchado al crack”.


Para el músico David Byrne, cantante del grupo Talking Heads, “otras ciudades serán más limpias, más eficaces o más cómodas, pero Nueva York tiene algo especial, desprende un olor característico y atractivo, como el sexo”. Él llegó a mediados de los setenta, “porque era un centro de vitalidad cultural, sobre todo en las artes visuales. Nueva York era donde pasaba todo, y había alquileres baratos en lofts sin calefacción ni agua caliente. Lo que sucede es que, cuando uno se va haciendo mayor, esas dificultades dejan de ser algo romántico. La pobreza puede soportarse de joven, pero inevitablemente acaba por agotar”. Él cree, como el alcalde Di Blasio, que “Manhattan y grandes zonas de Brooklyn se han convertido en una comunidad vallada para el asueto de los ricos –entre los que me incluyo–, pero eso hace que no haya sitio para la nueva creatividad, porque desaparece la clase media, y nadie impulsa la literatura, el arte, la música, la danza, el periodismo o las nuevas empresas. Esta ciudad ya no crea nada. Los más brillantes fueron atraídos por el mundo de las finanzas. Desde mi ventana veo las galerías de arte de Chelsea y pisos vacíos que ha comprado gente que ni siquiera está aquí. El 1% debe implicarse en reflotar la creatividad o estaremos perdidos. Los hipsters han huido al norte del estado, al valle del Hudson”.

¿Hay futuro? Una de las escritoras más jóvenes de la ciudad es Chaasadahyah Jackson, quien con sólo 15 años ha contribuido con su trabajo al libro colectivo sobre Nueva York. Ella es de Brooklyn y estudia en Manhattan. “Lo que más me harta son las ideas preconcebidas sobre las zonas, en el instituto creen que soy rica porque vivo en el barrio de Park Slope, y no lo soy; otros creen que allí sólo viven blancos. Me hacen sentir como una extraña en mi propio barrio. ¿Que qué quiero hacer de mayor? Quiero alistarme en las fuerzas aéreas y también ir a la universidad”.




Novelas ambientadas en 
New York

4 3 2 1

A





R
Y





Obras de teatro ambientadas en 
Nueva York



  • Curran, Robert Emmett, ed. Dar forma al catolicismo estadounidense: Maryland y Nueva York, 1805-1915 (2012) búsqueda de extractos y textos
  • Dearstyne, Bruce W., The Spirit of New York: Defining Events in the Empire State's History (Albany: Excelsior Editions, 2015). xxiv, 359 págs.
  • En: Eisenstadt, Peter. La enciclopedia del estado de Nueva York . Syracuse, Nueva York: Syracuse University Press ; 2005. ISBN  0-8156-0808-X .
  • Ellis, David M .; James A. Frost; Harold C. Syrett; Harry J. Carman (1967) [1957]. Una historia del estado de Nueva York . Ithaca, Nueva York : Cornell University Press . LCCN  67020587 ..
  • Fox, Dixon Ryan. El declive de la aristocracia en la política de Nueva York (1918) online .
  • Ingalls, Robert P. Herbert H. Lehman y Little New Deal de Nueva York (1975) sobre 1930 en línea
  • Kammen, Michael (1996) [1975]. Nueva York colonial: una historia . Ciudad de Nueva York: Oxford University Press. ISBN 0-19-510779-9.
  • Klein, Milton M. (ed.) Y la Asociación Histórica del Estado de Nueva York (2001). El Empire State: una historia de Nueva York . Ithaca, Nueva York : Cornell University Press . ISBN 0-8014-3866-7.
  • Nutria, Philip. Convertirse en alemán: la migración palatina de 1709 a Nueva York (2004) 235 págs.


Mi Madrid vivida


 París en mí



Mi Lisboa amada



Mi Viena idolatrada.







En tierras del Danubio 
| Denis de Rougemont

«La Europa sentimental, patria de la lentitud, es otro paraíso perdido. Era nuestro último lujo, nuestro último valor. Era vivir la vida. Sin embargo, se compran Bugattis para quemar las etapas de un destino que les parece absurdo. Nada podrá devolvernos el silencio y la lentitud de las cosas.»

Publicado por primera vez en 1932, este ensayo de geografía literaria está a medio camino entre un diario de viaje y un diario privado, entre la prosa y la poesía.

En tierras del Danubio  es el relato de varias estancias durante las cuales De Rougemont descubre parte de la Europa central: Prusia Oriental y sus castillos, Viena, Hungría, el lago de Garda, Tubinga (donde visita la torre de Hölderlin) y Suabia, al suroeste de Stuttgart. Esta edición incluye también su estancia en Nueva York y la vuelta a Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Son páginas de un lirismo admirable, y profusas en intuiciones brillantes que conforman un mapa de los afectos de la nueva Europa central.


Istambul



Marrakesh


Praga 


Budapest







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