El silencio me salvo del miedo, de los miedos a las fugas, de las guerras y de los desastres. Fue un adalid fiel para encontrar las preguntas y preparar las respuestas.
He hecho en silencio casi todas las cosas importantes de mi vida.
La casa de Bernarda Alba.
Drama de mujeres en los pueblos de España
Acto primero
(Sale la Criada)
Criada: Ya tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes.
La Poncia: (Sale comiendo chorizo y pan) Llevan ya más de dos horas de gori-gori. Han venido curas de todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso se desmayó la Magdalena.
Acto tercero
Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A callar he dicho! (A otra hija.) Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!
El dramaturgo Juan Mayorga titular de la letra M de la Real Academia Española (RAE).
Discurso
Silencio,
Silencio,
'El gran silencio', un documental de dos horas sin diálogos que retrata la vida de los monjes cartujos
Con "El gran silencio" el espectador se sumerja en ese mundo, donde no existen las prisas y de "esa burbuja de estrés en que nos hemos metido"
En el silencio hay siempre algo inesperado, una belleza que sorprende, una tonalidad que paladeamos
con la sutileza del gourmet, un reposo de sabor exquisito […] Sin que pueda darse nunca por hecho,
aparece como movido por una fuerza interior. El
silencio se sedimenta […], surge con paso ágil y
delicado.
jean-michel delacomptée,
Petit éloge des amoureux du silence
HISTORIA DEL SILENCIO
ALAIN CORBIN
El silencio no es la simple ausencia de ruido. Hace posible la fortaleza interior donde los grandes escritores, pensadores, eruditos y creyentes se han recogido durante siglos. Requisito indispensable para la contemplación, la fantasía, la plegaria y la creación, el silencio es la íntima fuente de la que mana el lenguaje, e impregna nuestros espacios más privados y sagrados, del dormitorio a la catedral. Pero pese al papel fundamental que desempeña en algunas de las experiencias más profundamente humanas, el silencio ha sido desterrado de nuestras existencias por el bullicio incesante de los espacios urbanos y los aparatos tecnológicos. En nuestro ensordecedor presente, Alain Corbin recupera, a través de la obra de escritores, artistas y filósofos que atesoraron el recogimiento y la calma, la historia de un tiempo en el que la palabra era inusual y preciada, y nos invita así a redescubrir el silencio o, dicho de otro modo, la vida interior
PRELUDIO
El silencio no es sólo ausencia de ruido. Casi lo hemos olvidado. Las referencias auditivas se han desnaturalizado,
han perdido fuerza, han perdido su sacralidad. El miedo y
aun el horror suscitados por el silencio se han vuelto más
intensos.
En otros tiempos, los occidentales apreciaban la profundidad y los sabores del silencio. Lo consideraban como la
condición del recogimiento, de la escucha de uno mismo,
de la meditación, de la plegaria, de la fantasía, de la creación; sobre todo, como el lugar interior del que surge la palabra. Desgranaban las tácticas sociales del silencio. La pintura, para ellos, era palabra de silencio.
La intimidad de los lugares, la de la estancia y sus objetos, la del hogar, estaba tejida de silencio. Tras el surgimiento del alma sensible en el siglo xviii, los hombres, inspirados por el código de lo sublime, apreciaban los mil silencios del desierto y sabían escuchar los de la montaña, los
del mar y los del campo.
El silencio probaba la intensidad del encuentro amoroso
y parecía un requisito de la fusión. Presagiaba el sentimiento duradero. La vida del enfermo, la cercanía de la muerte,
la presencia de la tumba suscitaban una gama de silencios
que hoy son sólo residuales.
¿Qué mejor manera de experimentarlos que sumergirse en las citas de los numerosos autores que han emprendido una verdadera búsqueda estética? Al leerlos, ponemos
a prueba, cada uno de nosotros, nuestra sensibilidad. La
historia ha pretendido «explicar» con excesiva frecuencia.
Ensayo sobre el Lugar Silencioso
Sinopsis
Peter Handke, Premio Nobel de Literatura 2019 --- El Lugar Silencioso al que se refiere Peter Handke es el cuarto de baño. Medita sobre esos lugares, alejados de las masas y el ruido, de los que Handke ha descubierto a lo largo de su vida que tienen un carácter protector, además de animar a la reflexión, sin importar el lugar o continente en el que se hallen. Tras recordar la novela "Las estrellas miran hacia abajo", de A. J. Cronin, en la que un personaje busca siempre refugio en dichos cuartos, Handke nos habla del Lugar Silencioso de su infancia en el internado en el que estudió y en la granja familiar en Carintia, de una estación de trenes en la que pasó una noche, de un parque portugués, de un templo budista en Japón al igual que Tanizaki en "El elogio de la sombra"... Lugares de libertad y soledad, de encuentros imprevistos, donde uno puede escucharse a sí mismo, auscultarse, esconderse, divagar, imaginar, pensar, reflexionar, recordar, observar..., sentirse seguro, casi invulnerable, donde puede hacerse realidad el espíritu de la escritura. En la línea de libros que le encumbraron, como "Ensayo sobre el cansancio" o "Ensayo sobre el jukebox", Peter Handke persigue en "El ensayo sobre el Lugar Silencioso" su exploración literaria de lo cotidiano, del recuerdo, la identidad, la ausencia, la propia presencia en una fecha y lugar determinado... Hace arte del hablar de algo de lo que todo el mundo se mofa en un texto tan sorprendente como seductor. "La literatura alemana es inconcebible sin Peter Handke." Die Zeit "Sin lugar a dudas uno de los mejores ejemplos de postmodernismo (...) La prosa de Handke pone continua y magníficamente a prueba nuestras convicciones sobre la naturaleza del arte y la realidad." The New York Times Book Review "El poder del arte de Peter Handke es hacernos sentir que estamos en el inicio de un nuevo inicio. Leyendo este último libro, sentimos la ligereza y la novedad de un exordio." Frankfurter Allgemeine Zeitung
Peter Handke
Ensayo
sobre el lugar silencioso
HACE MUCHO TIEMPO, leí una novela del
escritor inglés A. J.
—«Archibald Joseph», si no
me equivoco— Cronin, en una traducción
alemana que llevaba por título Las estrellas
miran hacia abajo. Era un libro bastante gordo,
pero ni el autor ni su historia, que en aquel
momento me llegó del todo y me entusiasmó,
son el motivo por el cual ahora apenas pueda
acordarme de unos pocos detalles. Lo que
recuerdo de la novela, junto con las estrellas
que miran continuamente desde arriba, es esto:
una región minera de Inglaterra y la crónica de
una familia de mineros que pasa hambre, una
historia que alterna con la de unos propietarios
adinerados («si no me equivoco»). Mucho más
tarde, al ver la película de John Ford Qué verde
era mi valle, como por arte de magia,
en el buen
sentido de la palabra, desfilaron ante mis ojos
las imágenes de los rostros y los paisajes, de
tal modo que, aunque yo lo sabía muy bien, no
se trataba de una versión cinematográfica del
How Green Was My Valley de Llewellyn, sino del
The Stars Look Down de Cronin. Y esto que de
esta epopeya de las estrellas que miran desde
arriba sólo me ha quedado un único detalle.
Pero éste me ha estado persiguiendo hasta el
día de hoy y es además el que constituye el
punto de partida de mis rodeos y mis
circunvalaciones en torno al Lugar Silencioso1 y
a los lugares silenciosos y, consecuentemente,
a partir de aquel detalle tiene que empezar el
ensayo sobre esta cuestión.
escritor inglés A. J.
—«Archibald Joseph», si no
me equivoco— Cronin, en una traducción
alemana que llevaba por título Las estrellas
miran hacia abajo. Era un libro bastante gordo,
pero ni el autor ni su historia, que en aquel
momento me llegó del todo y me entusiasmó,
son el motivo por el cual ahora apenas pueda
acordarme de unos pocos detalles. Lo que
recuerdo de la novela, junto con las estrellas
que miran continuamente desde arriba, es esto:
una región minera de Inglaterra y la crónica de
una familia de mineros que pasa hambre, una
historia que alterna con la de unos propietarios
adinerados («si no me equivoco»). Mucho más
tarde, al ver la película de John Ford Qué verde
era mi valle, como por arte de magia,
en el buen
sentido de la palabra, desfilaron ante mis ojos
las imágenes de los rostros y los paisajes, de
tal modo que, aunque yo lo sabía muy bien, no
se trataba de una versión cinematográfica del
How Green Was My Valley de Llewellyn, sino del
The Stars Look Down de Cronin. Y esto que de
esta epopeya de las estrellas que miran desde
arriba sólo me ha quedado un único detalle.
Pero éste me ha estado persiguiendo hasta el
día de hoy y es además el que constituye el
punto de partida de mis rodeos y mis
circunvalaciones en torno al Lugar Silencioso1 y
a los lugares silenciosos y, consecuentemente,
a partir de aquel detalle tiene que empezar el
ensayo sobre esta cuestión.
1
La expresión «el lugar silencioso» se
emplea en alemán para designar, en un registro a la vez eufemístico
e irónico, el retrete. Dado que aquella frase puede usarse también
en sentido literal, Peter Handke en este libro establece esta
distinción: cuando aquel sintagma se emplea en sentido eufemístico,
el adjetivo se escribe con mayúscula —en alemán los nombres se
escriben siempre con mayúscula—; cuando se usa en sentido
literal, el adjetivo aparece con minúscula. En la traducción
castellana, para tal distinción se ha seguido la pauta que se
aprecia en la línea que ha dado lugar a la presente nota. (N.
del T.)
Ramón Andrés
No sufrir compañía
Escritos místicos sobre el silencio
El silencio, que significa algo más que la interrupción de los sonidos o buscar el reverso del lenguaje oral, posee, contradictoriamente, una poderosa dimensión comunicativa y una extraña capacidad para facilitar la entrada en el mundo del espíritu, el pensamiento y las artes. Es, tanto como el habla, una forma de conocimiento, la llave que permite introducirse en la complejidad de la conciencia. Desde el silencio puede analizarse otra perspectiva de la conducta humana, interpretar críticamente la cultura y explicar de un modo sutil y poco habitual toda construcción metafísica. El presente libro, cuyo amplio estudio preliminar recoge el origen y desarrollo de las tradiciones espirituales y filosóficas de Oriente y Occidente, ofrece una cuidada selección de escritos sobre el silencio, obra de los grandes maestros de la mística española de los siglos XVI y XVII, que representaron la cumbre de la literatura espiritual europea.
DE LOS MODOS DE DECIR EN SILENCIO
por ramón andrés
Hay un silencio que procede del desacuerdo con el mundo,
y otro silencio que es el mundo mismo. Tomados en su significado más hondo, ambos constituyen una forma de audición, un fijar el oído a la consciencia para discernir qué nos
escinde de cuanto nos rodea, qué nos separa de lo que somos.
Este frágil sentido de la unidad, paradójicamente, es el que
conforma al individuo, in-dividuus, «indivisible», temeroso
ante el hecho de convertirse en cómplice de su propia disolución: el silencio, la no presencia de lenguaje, deja la identidad en vilo. Sin embargo, estar callado, y que las cosas callen, facilita escuchar lo que entendemos por origen, principio, momento anterior al primer giro de la Tierra que nos
implicó en el devenir.
Podría pensarse que el silentium es la lógica de la nada, su correspondiente, pero resulta, bien al contrario, un atento «escuchar» en todas direcciones, advertir, lo más desnudamente
posible, la voz en la que se ha vaciado cuanto existe. No puede concebirse como una oposición de la palabra ni como una
pausa o interrupción del habla, ni tan siquiera como el reverso del ruido ni tomarse como un concepto sinónimo de estaticidad. Es, antes que otra cosa, un estado mental, un mirador que permite captar toda la amplitud de nuestro límite y,
sin embargo, no padecerlo como línea última. Estar sosegado
en lo limitado es tarea del silencio. No viene a transformar ni
a desplazar la realidad, sino a sembrar vacíos en ella, abertu-
ramón andrés
ras, espacios en los que cifrar lo que por definición es intangible y que, pese a todo, nos alberga. La máxima confuciana de
poseer «la identificación silenciosa de las cosas» es esencial
y exacta para comprender qué son el silencio y su escucha.
Marcela Labraña
Ensayos sobre el silencio
Gestos, mapas y colores
El silencio, habría confesado Pedro a Judas Iscariote, era lo único que añoraba de su antiguo oficio de pescador: «El silencio de los peces cuando
mueren. El silencio durante el día. El silencio al atardecer. El silencio en el
curso de la pesca nocturna. El silencio del alba, cuando la barca regresa a la
orilla y la noche se disipa poco a poco en el cielo junto con el frescor, los
astros y el miedo». La experiencia nos dice, sin embargo, que esos sugerentes
silencios están lejos de ser absolutos: constituyen, más bien, una invitación a
escuchar con atención. Si caminamos por el campo, por ejemplo, podremos
percibir, como Horacio hizo hace mucho tiempo, que «el silencio, incluso a
mediodía, hasta en el momento del torpor más grande, el verano, “zumba”
en las riberas inmóviles de los ríos». El acallamiento total del interior de
nuestros cuerpos es igualmente inalcanzable. En una conocida anécdota, el
compositor John Cage cuenta que se introdujo en una cámara anecoica con
la esperanza de escuchar ese silencio, pero pronto escuchó dos sonidos, uno
agudo y otro grave. El ingeniero encargado de la cámara le explicó que el
agudo era el ruido de su sistema nervioso, y el grave, el de su sangre circulando. «En realidad», concluyó Cage, «por mucho que intentemos hacer un
silencio, no podemos».
Sinopsis
En una conocida anécdota, el compositor John Cage cuenta que se introdujo en una cámara anecoica con la esperanza de escuchar el silencio absoluto. Llevaba poco rato encerrado cuando escuchó dos sonidos, uno agudo y otro grave. El ingeniero encargado de la cámara le explicó que el agudo era el ruido de su sistema nervioso y el grave, el de su sangre circulando. «En realidad», concluyó Cage, «por mucho que intentemos hacer un silencio, no podemos». No podemos, en efecto, acceder a ese silencio total pero podemos reflexionar, imaginar e intentar representar su complejidad e intensidad. En estos ensayos Marcela Labraña recorre y compara algunas de sus entonaciones en distintas épocas y culturas: el trayecto del gesto harpocrático desde sus orígenes herméticos hasta hoy, un mapa vacío de Lewis Carroll, un plano imposible de Juan Luis Martínez, los monocromos de Yves Klein, las curiosas páginas de Laurence Sterne, un poema erótico de Octavio Paz. Estos y otros ejemplos analizados en este libro —écfrasis, poemas visuales, emblemas, ilustraciones, catálogos, cartografías y cuadros— se sitúan en la encrucijada entre la literatura y las arte visuales, por lo que se resisten a un estudio estrictamente disciplinario. Así, se despliega la naturaleza heterogénea del silencio, que opera como señal de respeto ante los misterios divinos, estrategia política o síntoma de una dificultad expresiva, pero también como signo de ironía, de absurdo existencial o de plenitud.
- Adam Ford
En busca del silencio
Sinopsis
Adam Ford examina el poder creativo del silencio en diversas tradiciones religiosas como fuente de fuerza interior y autoconocimiento, así como su lado más oscuro, cuando se usa como arma política o en una relación afectiva. Este libro demuestra que podemos encontrar momentos de paz para alimentar el espíritu en un mundo cada vez más caótico y vertiginoso.
Introducción
El placer del silencio tiene que ser
una de las experiencias más democráticas que existen:
está a disposición de cualquiera en este mundo ruidoso,
ya sea joven o viejo, rico o pobre, religioso o laico.
El silencio siempre está ahí, rondándonos calladamente,
en la trastienda de nuestras vidas, esperando a que lo
disfrutemos. Puede servir de consuelo en momentos de
ansiedad y ayudarnos a regenerar el espíritu; también
puede ser fuente de una gran energía creativa,
como han descubierto artistas y escritores
de todos los tiempos.
EL SILENCIO EN LA ERA DEL RUIDO
Erling Kagge
0
Fragmento
Cuando no puedo caminar, escalar o navegar para alejarme del mundo, sé aislarme de él.
Me llevó tiempo aprender. Solo cuando me di cuenta de que tenía una necesidad inmensa de silencio fui capaz de ponerme a buscarlo:
y allí, en lo más recóndito del estruendo del tráfico y la cacofonía de los pensamientos, la música y el sonido de las máquinas, los iPhone y las quitanieves, me esperaba agazapado.
El silencio.
y allí, en lo más recóndito del estruendo del tráfico y la cacofonía de los pensamientos, la música y el sonido de las máquinas, los iPhone y las quitanieves, me esperaba agazapado.
El silencio.
No hace mucho trataba de convencer a mis tres hijas de que los secretos del mundo se esconden en el silencio. Era domingo y estábamos sentados a la mesa de la cocina para cenar. La del domingo ha resultado ser la única cen
a de la semana en la que todos tenemos tiempo de quedarnos sentados charlando cara a cara. Los demás días hay demasiadas cosas que hacer. Las niñas me miraron con escepticismo.
¿El silencio?
Pero si el silencio no es nada... Antes de que yo hubiera empezado a explicarles que el silencio puede ser un amigo y que es un lujo mucho más valioso que ese bolso de Marc Jacobs que tanto desean, ya habían sacado sus conclusiones: el silencio está muy bien cuando te vas a dormir.
Aparte de eso, no tiene ningún valor.
a de la semana en la que todos tenemos tiempo de quedarnos sentados charlando cara a cara. Los demás días hay demasiadas cosas que hacer. Las niñas me miraron con escepticismo.
¿El silencio?
Pero si el silencio no es nada... Antes de que yo hubiera empezado a explicarles que el silencio puede ser un amigo y que es un lujo mucho más valioso que ese bolso de Marc Jacobs que tanto desean, ya habían sacado sus conclusiones: el silencio está muy bien cuando te vas a dormir.
Aparte de eso, no tiene ningún valor.
Mientras estábamos allí, sentados a la mesa, recordé de pronto la curiosidad que las tres sentían de niñas. Cómo se maravillaban pensando en lo que habría detrás de una puerta. Su expresión cuando miraban un interruptor y me preguntaban si podía «abrir la luz».
Preguntas y respuestas, preguntas y respuestas. La capacidad de maravillarse es el motor mismo de la vida. Pero mis hijas tienen trece, dieciséis y diecinueve años y cada vez se asombran menos. Y cuando lo hacen, sacan rápidamente el móvil para encontrar respuestas.
Siguen teniendo curiosidad, pero la expresión de su cara es menos infantil, más adulta, tienen en la cabeza más ambiciones que preguntas. A ninguno de nosotros le interesaba lo más mínimo seguir hablando del silencio, así que decidí contar una historia con la intención de provocar eso, precisamente, silencio:
Siguen teniendo curiosidad, pero la expresión de su cara es menos infantil, más adulta, tienen en la cabeza más ambiciones que preguntas. A ninguno de nosotros le interesaba lo más mínimo seguir hablando del silencio, así que decidí contar una historia con la intención de provocar eso, precisamente, silencio:
Dos amigos míos tenían planeado escalar el Everest. Una mañana muy temprano dejaron el campamento base para subir por la cara suroeste de la montaña. Escalaron sin problemas. Los dos alcanzaron la cima, pero entonces estalló una tormenta. Enseguida comprendieron que no podrían descender con vida. El primero consiguió ponerse en contacto telefónico vía satélite.
«Mi libro de horas», Frans Masereel
La historia, aparentemente sencilla, narra a través de sugerentes imágenes el periplo vital de un hombre, a quien encontramos por primera vez embarcado en un viaje en tren, con un gesto que deja entrever cierta nostalgia hacia el pasado que se abandona, pero que a la vez denota ilusión por el incierto porvenir.
¡Imbuíos mientras hojeáis de todo el carácter enigmático de este sueño de la existencia del hombre aquí en la tierra, que es insignificante porque termina y se desvanece, y en cuya insignificancia, sin embargo, está presente lo terno por todas partes haciéndolo realidad!
La ciudad
La ciudad es uno de los libros que más ha influido en el cómic y la novela gráfica del siglo xx. Esta novela sin palabras, publicada en 1925, fue realizada con grabados en madera y ha sido considerada por artistas como Will Eisner una obra maestra absoluta del arte del pasado siglo.
Masereel representa escenas de la vida cotidiana de una ciudad enmohecida por el hollín de las fábricas y la oscuridad de la pobreza. Este ambiente contrasta con el brillo y la majestuosidad de las zonas ricas de la misma urbe. Hombres de capa y sombrero, obreros de rostros enjutos, prostitutas y damas de la alta sociedad son parte de los habitantes de este libro.
Masereel representa escenas de la vida cotidiana de una ciudad enmohecida por el hollín de las fábricas y la oscuridad de la pobreza. Este ambiente contrasta con el brillo y la majestuosidad de las zonas ricas de la misma urbe. Hombres de capa y sombrero, obreros de rostros enjutos, prostitutas y damas de la alta sociedad son parte de los habitantes de este libro.
"La ciudad" de Frans Maserel es una mancha negra, siniestra y hostil,
en la que, con su certero trazo blanco da luz al puzzle humano que se mueve en la oscuridad. Con un dibujo potente y actual dibuja una sociedad en la que podemos reconocer las mismas pasiones que mueven la nuestra.
en la que, con su certero trazo blanco da luz al puzzle humano que se mueve en la oscuridad. Con un dibujo potente y actual dibuja una sociedad en la que podemos reconocer las mismas pasiones que mueven la nuestra.
La momia misteriosa
Jason
La momia misteriosa recopila numerosas historias cortas de Jason aparecidas en distintos medios, en las que el autor noruego hace gala de un humor absurdo absolutamente personal. Fatalista pero rebosante de ironía, Jason sabe divertir al lector encadenando situaciones que rápidamente se vuelven coherentes.
Maestro del minimalismo y admirador de Hergé, Jason homenajea al autor de Tintín con guiños a Los cigarros del faraón o incluso a La oreja rota, sus policías nos recuerdan a Hernández y Fernández, pero el propósito es ácido y los personajes tan perturbados como si estuvieran en una película de Tarantino.
“Como en las mejores películas mudas, la falta de palabras convierte la obra de Jason en una reflexión sobre la condición humana universalmente accesible”.
Shaun Tan
Emigrantes
Emigrantes es la historia de una emigración contada por medio de una serie de imágenes sin palabras que podrían parecer propias de un tiempo lejano y olvidado. Un hombre deja a su esposa y a su hijo en una ciudad miserable para intentar prosperar en un país desconocido al otro lado de un vasto océano. Al final se encuentra en una ciudad enloquecida, de costumbres extrañas, animales peculiares, curiosos objetos flotantes e idiomas indescifrables. Con tan sólo una maleta y un puñado de monedas, el inmigrante debe encontrar un lugar donde vivir, comida y algún empleo con el que ganar algo de dinero. Le ayudan en sus peripecias algunos extraños compasivos, cada uno de ellos con su propia historia personal muda: historias de luchas por sobrevivir en un mundo lleno de una violencia incomprensible, de agitación y de esperanza.
Poochytown, de Jim Woodring
El viaje que emprenden Frank y Manhog hacia los confines del Unifactor es tan físico como emocional y psicológico, un reflejo del subconsciente de su autor. Un camino repleto de peligros, pruebas, recompensas y descubrimientos que nunca terminan de descorrer las cortinas del misterio. Los cómics de la serie Frank, inagotables, recuperan el aire clásico de los funny animals pero eluden los tópicos del medio y no conocen la ironía ni el cinismo. Son cómic en estado puro: no solo un cómic que nunca antes se había hecho, sino uno que jamás se había imaginado. En palabras del autor, «[…] to be pooched significa“recibir un mazazo”,“quedarse chafado”, ver frustradas las expectativas y las esperanzas de uno. Poochytown sería entonces ese lugar donde las promesas nunca se cumplen».
El silencio es el nuevo sexo
En una sociedad hastiada de la efímera sensación de novedad, la ausencia de ruido es el último lujo
El silencio nunca está vacío. No es cáscara sino pulpa. En él anidan la calma y la paz, pero también el miedo. Existe un silencio contemplativo, espiritual, y otro voluptuoso, hedonista. El silencio del spa, clorado, un silencio vertido en gotas de pétalo jazmín y toallas blancas. O el silencio de los hoteles sin niños, acolchados en su propia rectitud formal. El silencio de un restaurante suizo, con caniches y tartas de queso. El que respira un poema: “El silencio le deja a cada uno llegar a ser quien es/ el silencio es la elegancia absoluta”, escribe el poeta Basilio Sánchez. Acaso por ello, cotiza al alza.
«El silencio es un pliegue de intimidad capaz de desalojar los ruidos de la vida. Corremos tras de él y se escurre»
En el siglo XVIII, al silencio de una corchea le llamaban medio suspiro y al de una negra suspiro. Marcar el silencio no es nada más que respirar, deslizar hileras de puntos suspensivos. Cuando un ruido te separa de tu intimidad, eres capaz de escuchar una colección de estruendos, como si te persiguieran. Me sucede allí donde voy. Donde habito se inicia una obra. O abandonan a un perro. La diferencia entre un ruido y un sonido también es una cuestión de sensibilidad. El brinco del hielo en un vaso es un sonido del verano. Igual que esos timbres ahogados de las bicicletas que serpentean por las calles vacías a media tarde y, sin pedirlo, te devuelven un trozo de infancia. Un grupo de niños saltando una rayuela, tan diferente al bullicio del recreo. Me contaba Enrique Vila-Matas que a Marguerite Duras le gustaba tener un patio escolar frente a su casa, decía que era un síntoma de vida, a diferencia de él, que en una ocasión llegó a lanzar una cesta de verduras a una troupe de escolares que atronaban la quietud necesaria para escribir. El silencio es un pliegue de intimidad capaz de desalojar los ruidos de la vida. Corremos tras de él y se escurre, tan fugaz, acechado por los ruidos de la vida.
La posmodernidad enterró la idea del silencio como distinción y sublimó el ruido. Además de exigirse una banda sonora para cada día, a fin de que nadie se quedara a solas consigo mismo, iba subiendo el volumen para emitir cualquier mensaje. Se prodigaron megáfonos y altavoces, se alimentó la cultura del sintetizador y la lluvia de decibelios nos duchaba cada vez que íbamos a una fiesta, o, mejor dicho, la fiesta salía a recibirnos. Hablar en voz baja no se correspondía con el nuevo zeitgeist que impregnaba a sus habitantes, de las torres de cristal de Wall Street a los karaokes de Shinjuku. El progreso había ideado motores cada vez menos estruendosos, por lo que las ciudades de finales del siglo XX habían rebajado sus disturbios acústicos. Aunque la gente seguía agrupándose, no en la plaza, con la silla y al fresco, sino en cavernas bullentes que traían implícita una promesa de diversión. Los lugares silenciosos equivalían a la muerte en vida, al tedio filosófico: había que escapar de un espacio donde no se escuchara nada.
«La posmodernidad enterró la idea del silencio y sublimó el ruido»
“Hoy en día, es difícil que se guarde silencio, y ello impide oír la palabra interior que calma y apacigua. La sociedad nos conmina a someternos al ruido para formar así parte del todo, en lugar de mantenernos a la escucha de nosotros mismos. De este modo, se altera la estructura misma del individuo. (…) Ahora bien, el hecho decisivo no es, como podríamos pensar, el aumento de la intensidad del ruido en el espacio urbano. Gracias a la acción de militantes, de legisladores, de higienistas, de técnicos que analizan los decibelios, el ruido de la ciudad, que se ha transformado, sin duda no es más ensordecedor que en el siglo XIX. Lo esencial de la novedad reside en la hipermediatización, en la conexión continua y, por ello mismo, en el incesante flujo de palabras que se le impone al individuo y lo vuelve temeroso del silencio”, reflexiona Alain Corbin en su reciente ensayo Historia del silencio (Acantilado).
A punto de inaugurar la segunda década del XXI, el concepto de lujo ha mostrado sobradamente su dinamismo. Aquellos abrigos de pieles de visón o armiño que otrora fueran objetos de deseo –y estatus–, están proscritos en el actual marco ético-estético, y su uso provoca rechazo. Un auténtico anacronismo, igual que la ostentosidad de una grifería en oro, los locales rebosantes o las fiestas multitudinarias. El exceso y la riqueza tan solo se toleran en el contexto del arte. No es lo material sino la experiencia lo que puede llegar a saciar a una sociedad hastiada de la efímera sensación de novedad que regurgita el mercado con su publicidad salvaje. Hoy, el lujo dispone de un nuevo parámetro que exalta valores como la trazabilidad del origen, la sostenibilidad, el tiempo y, muy especialmente, el silencio.
«Hoy, el lujo dispone de un nuevo parámetro que exalta valores como la trazabilidad del origen, la sostenibilidad, el tiempo y, muy especialmente, el silencio»
“El ruido es la más impertinente de todas las formas de interrupción —aseguraba Schopenhauer—, no es sólo una interrupción, sino también una interrupción del pensamiento”. De entre las numerosas formas de invasión de los sentidos, el ruido es la más difícil de sortear: si algo no nos gusta, desviamos la vista; si no sabe bien, lo escupimos; en caso del tacto, basta con lavarse las manos; y maquillamos con gran facilidad los malos olores gracias a perfumes. Pero aquellos que insisten en hablar más alto que nadie, quienes sólo pueden ver la televisión a un volumen atronador, o los que gorgotean en un spa, e incluso cuando te dan un masaje, no conciben el desorden que el estrépito puede provocar en nuestra consciencia.
El bullicio es la queja número uno en los restaurantes, donde estridentes chácharas se meten en los platos. El murmullo global se multiplica. Por ello, el silencio vende. Es el último lujo. Y así, proliferan las zonas silentes en las líneas de ferrocarril, y la mayoría de viajeros asegura que pagaría gustosamente un plus por sentarse en un compartimento sin griteríos ni móviles extenuantes. Hay hoteles —el Bellora de Gotemburgo (Suecia) fue pionero— que premian con noches gratis a aquellos huéspedes que acceden a limitar la conexión de sus teléfonos y gadgets en sus instalaciones. Y, en los almacenes londinenses Selfridge’s, se creó una sala de silencio, concebida por el estudio de arquitectura de Alex Cochrane como espacio para dejar la mente en blanco y limpiarla del bombardeo de mensajes que el mismo centro comercial alienta. Coches silenciosos, lavavajillas y lavadoras, viviendas con ventanas y muros insonorizados… Ahora, deberíamos preguntarnos qué ha ocurrido para que se haya convertido en un artículo de lujo.
El progreso ha contaminado acústicamente las ciudades, obligando al uso de auriculares para protegernos de tanta bulla, pero a la vez infoxicándonos la mente y hasta favoreciendo el aislamiento. Todas las empresas de tecnología de sonido punteras —de Bose a Senheisser, pasando por Bowers & Wilkins o Sony—cuentan en sus catálogos con los denominados auriculares de cancelación de ruido que logran acallar cualquier sonido externo. Y es que la tecnología se ha convertido en una pertinaz enemiga del silencio: “No sin mis streamings y podcasts”, podrían decir muchos de los hiperconectados que se enredan en una madeja de estímulos permanentes y ya no saben vivir sin música, series, noticias y hasta ruido blanco, ese que se empasta y se acomoda sin aspavientos. Leo una definición técnica del mismo, y en verdad me sobrecoge, en especial cuando se refiere a la “nieve” en el televisor y señala el proceso estocástico: “Representa la entropía, la incertidumbre, el caos, lo que no se puede predecir de ninguna manera”.
El ruido visual entorpece la lectura en la pantalla, al igual que los aparatos de los aires acondicionados, o la chicharra metálica de grúas y excavadoras que siguen buscando el tesoro en las ciudades del mundo. Me inquieta la ausencia de una isla sonora, la imposibilidad de atender al silencio para escuchar en él todo aquello que se escurre, porque creo que los sonidos minúsculos acaban inclinando nuestras elecciones.
Hace 17 años, los neurocientíficos estadounidenses Pawel y Margaret Jastreboff definieron la ‘misofonía’ como la intolerancia a los sonidos cotidianos: desde el ruido del masticar al apilamiento de platos y cubiertos, pasando por las absorciones nasales. Se trata de una respuesta extrema, una sensación de amenaza y descontrol. Antes se lo denominaba ser neurasténico; y eso que reinaba un estruendo más enloquecido. Hoy, más finos y menos tolerantes con las invasiones a nuestra burbuja, nos hallamos a un paso de que la sanidad pública recete y distribuya generosamente tapones para protegernos; antaño se repartían condones. ¿O no es el silencio el nuevo sexo?
Joana Bonet es directora de Fashions Arts & Magazine y escritora. Su último libro es Fabulosas y rebeldes. Cómo me hice mujer (Destino).
El arte del silenciamiento
La meditación es el arte del silencio interior. Normalmente, todos vivimos en medio del ruido, exterior e interior. Conseguir el silencio exterior no es fácil, pero parece algo más o menos accesible a todo el mundo. Alcanzar el silencio interior, en cambio, lo que aquí voy a llamar silenciamiento, no parece tarea sencilla. Si lo deseamos, hemos de aprender. Pero para eso necesitamos de alguien que nos enseñe. Existe en Occidente, al igual que en Oriente, una tradición de conocimiento silencioso. En estas páginas quiero ofrecer algunas pistas para adentrarse prácticamente, es decir, desde la experiencia, en este conocimiento, tan necesario para el hombre de hoy.
Para ir adonde no sabes, has de ir por donde no sabes, escribió Juan de la Cruz, uno de los más grandes maestros del silencio. Eckhart, en la misma línea, plantea una idea muy similar: en el camino hacia Dios llega necesariamente un punto en que se desmorona nuestro concepto de Dios y hasta nuestra propia experiencia de Dios, a la que hay que morir para nacer al Dios verdadero. Esto hace que el camino del conocimiento silencioso o mística sea bastante cercano al agnosticismo. Y convierte la práctica de la meditación, ciertamente, en una gran aventura.
«Los teólogos exageran la importancia de la forma verbal y los sacerdotes la de la forma ritual. La mística les pone a los dos en entredicho»
Hay quien se pone muy nervioso ante afirmaciones de este género. Estoy pensando en los teólogos y sacerdotes católicos, es decir, en los hombres que, en Occidente, han representado la cultura y el culto. Porque los teólogos, los intelectuales, pretenden, como no puede ser de otra forma, que la razón tenga su papel en el acercamiento al misterio de Dios. Es comprensible, por tanto, que se sientan desplazados cuando los místicos les hacen ver lo limitada, y hasta contraproducente, que puede ser su aportación. Lo propio de la clase sacerdotal, por otro lado, es acceder a Dios ya no por vía de la mente, como los teólogos, sino por la del culto y del rito. Tampoco puede maravillar que las pretensiones de los místicos, que buscan llegar al fondo de la cuestión sin pasar por las formas rituales o religiosas, incomoden a los clérigos, dejándoles fuera de juego. La cuestión es clara: los teólogos exageran la importancia de la forma verbal y los sacerdotes la de la forma ritual. La mística les pone a los dos en entredicho. Así las cosas, quienes mejor podrían aliarse con los meditadores —los sacerdotes y los teólogos—, resultan ser, casi siempre, sus principales enemigos.
La aventura del silenciamiento interior no puede realizarse sin un camino: nadie llega a ningún sitio si no es de algún modo. Tener un camino es algo muy útil, desde luego; pero no deja de ser peligroso, puesto que también el camino, el método, puede idolatrarse, en cuyo caso deja de servir para hacer la experiencia del Espíritu, convirtiéndose en su principal obstáculo. La exacerbación del método no es otra cosa, en meditación, que el subrayado en la técnica. Claro que la práctica meditativa comporta una dimensión técnica, pero no puede reducirse a ella. También la escritura literaria, por poner un ejemplo, tiene su dimensión técnica; pero la literatura, reducida a mera técnica, queda convertida en una caricatura de lo que podría ser. En este artículo quiero mostrar que la meditación en silencio y quietud es, esencialmente, un arte.
Toda técnica ofrece procedimientos en orden a un fin eminentemente útil. El arte, en cambio, ofrece expresiones de un individuo de modo gratuito, sin expectativas prácticas. Allí donde hay expresión de la experiencia sin pretensión utilitaria podemos hablar de arte. Y eso es justamente la meditación: una profundización en la experiencia del yo para expresar en la vida el ser en plenitud. La práctica meditativa es, pues, un ejercicio artístico sobre el propio cuerpo y la propia mente con el fin de realizar una obra de arte con la propia vida. Vista así, la meditación —o vía mística— está profundamente hermanada con el arte —o vía poética—. No es de extrañar: mística y poética han aparecido profundamente unidas a lo largo de la historia.
«La meditación es una profundización en la experiencia del yo para expresar en la vida el ser en plenitud»
La paradoja de plantear la meditación como un arte radica en proponer un trabajo esencialmente formal, es decir, poético, de cara a una experiencia esencialmente de fondo, por tanto, mística. Por mi parte, quisiera proponer aquí, desde la tradición occidental a la que pertenezco, una poética del espacio, una poética del cuerpo y una poética del corazón, de cara a posibilitar una mística del desierto (o del vacío), de la escucha (o la palabra) y del amor (o nupcial). Daré algunas pistas concretas sobre cada una de estas propuestas.
Poética del espacio
Lo primero que es preciso para aprender a meditar es escoger un espacio en donde pueda realizarse la práctica. Debe ser un espacio en la propia vivienda, de modo que se tenga acceso fácil e inmediato a la misma; y debe ser pequeño (bastaría un metro cuadrado, acaso dos, pero no más). El meditador aprendiz debe primeramente delimitar bien ese territorio, sea metafórica o, incluso, físicamente (dibujando con tiza en el suelo, por ejemplo). Eso le ayudará a entrar y salir del espacio de meditación con consciencia. La toma de consciencia de estas entradas y salidas en ese metro cuadrado es ya un ejercicio de meditación. Ayuda a este efecto, por ejemplo, descalzarse a la hora de entrar y, en fin, calzarse de nuevo cuando se sale. Este pequeño gesto nos va educando y abriendo en nuestro interior una lógica distinta a la habitual, normalmente mecanizada y rutinaria.
Lo primero que es preciso para aprender a meditar es escoger un espacio en donde pueda realizarse la práctica. Debe ser un espacio en la propia vivienda, de modo que se tenga acceso fácil e inmediato a la misma; y debe ser pequeño (bastaría un metro cuadrado, acaso dos, pero no más). El meditador aprendiz debe primeramente delimitar bien ese territorio, sea metafórica o, incluso, físicamente (dibujando con tiza en el suelo, por ejemplo). Eso le ayudará a entrar y salir del espacio de meditación con consciencia. La toma de consciencia de estas entradas y salidas en ese metro cuadrado es ya un ejercicio de meditación. Ayuda a este efecto, por ejemplo, descalzarse a la hora de entrar y, en fin, calzarse de nuevo cuando se sale. Este pequeño gesto nos va educando y abriendo en nuestro interior una lógica distinta a la habitual, normalmente mecanizada y rutinaria.
Cuidar este pequeño templo, ese metro cuadrado que el meditador ha reservado a este fin, significará mantenerlo siempre limpio y ordenado, conservando en él sólo lo imprescindible para meditar: un banquito de oración o un cojín, por ejemplo, una manta, un icono o un crucifijo, una vela… todos los elementos de la ritualidad meditativa y sólo ellos. Es capital que todo sea sencillo y esté dispuesto con atención, a ser posible respetando la simetría. El cuidado de lo exterior será una invitación a atender lo interior y un modo indirecto de cuidarlo efectivamente. Por otra parte, quien cuida lo pequeño, sólo él, aprenderá a cuidar lo grande. No podremos respetar la naturaleza —hermoso y noble ideal—, si no somos capaces de cuidar un metro cuadrado de nuestra vivienda.
Poética del cuerpo
Dentro de ese espacio bien delimitado que hace las veces de templo, el verdadero espacio de la meditación es el propio cuerpo. Se medita con el cuerpo, lo que significa que, una vez ritualizada la entrada en el espacio de la meditación, la siguiente tarea es atender al propio cuerpo. Esto se hace fundamentalmente de dos formas: una, sentándose; y dos, quedándose quieto. Sentarse correctamente es básico para meditar. Más aún: meditar es sentarse correctamente, lo que significa, por decirlo de forma simple, tener la espalda erguida. La práctica meditativa en quietud se realiza sentado, sea con las piernas cruzadas en postura de loto o dobladas, arrodillado en un banquito de oración. Esta postura sólo debe asumirse para meditar, con lo que el cuerpo está diciendo al alma, cuando asume esta postura, qué es lo que espera de ella en ese momento. También es importante porque, al sentarnos, nos abajamos: tocamos tierra: realizamos físicamente aquello que buscamos espiritualmente: tocar la realidad. La meditación es una escuela de realismo. No hay vuelo espiritual que no parta de la tierra y que no aboque a ella. Una vez abajo, se trata de permanecer lo más quieto posible. La quietud es el silencio del cuerpo. La mente no puede silenciarse en un cuerpo inquieto. A mayor quietud externa, mayor movimiento interno. A menor quietud, por el contrario, menor capacidad de concentración, lo que nos permite entrar en el siguiente punto.
Dentro de ese espacio bien delimitado que hace las veces de templo, el verdadero espacio de la meditación es el propio cuerpo. Se medita con el cuerpo, lo que significa que, una vez ritualizada la entrada en el espacio de la meditación, la siguiente tarea es atender al propio cuerpo. Esto se hace fundamentalmente de dos formas: una, sentándose; y dos, quedándose quieto. Sentarse correctamente es básico para meditar. Más aún: meditar es sentarse correctamente, lo que significa, por decirlo de forma simple, tener la espalda erguida. La práctica meditativa en quietud se realiza sentado, sea con las piernas cruzadas en postura de loto o dobladas, arrodillado en un banquito de oración. Esta postura sólo debe asumirse para meditar, con lo que el cuerpo está diciendo al alma, cuando asume esta postura, qué es lo que espera de ella en ese momento. También es importante porque, al sentarnos, nos abajamos: tocamos tierra: realizamos físicamente aquello que buscamos espiritualmente: tocar la realidad. La meditación es una escuela de realismo. No hay vuelo espiritual que no parta de la tierra y que no aboque a ella. Una vez abajo, se trata de permanecer lo más quieto posible. La quietud es el silencio del cuerpo. La mente no puede silenciarse en un cuerpo inquieto. A mayor quietud externa, mayor movimiento interno. A menor quietud, por el contrario, menor capacidad de concentración, lo que nos permite entrar en el siguiente punto.
«El verdadero espacio de la meditación es el propio cuerpo»
Poética del corazón
Dentro de ese espacio bien delimitado que es ese metro cuadrado reservado para meditar, y dentro del espacio del propio cuerpo, en este proceso de progresivo estrechamiento y concentración, el punto sobre el que la meditación de cepa cristiana invita al meditador a centrarse es el corazón. Meditar es recoger la atención en un punto del cuerpo: la nariz es, desde luego, una posibilidad, pues es por los orificios nasales por donde inspiramos y espiramos el aire que nos permite estar vivos; pero otra posibilidad es el corazón, que es, junto a la respiración, el ritmo biológico esencial. De lo que se trata es de escuchar los propios latidos y, en fin, de entonarse con ese ritmo biológico. Quien está en la percepción de este ritmo no estará en la reflexión, que nos saca del proceso meditativo. Esta triple poética del espacio, del cuerpo y del corazón consiente el acceso a la experiencia mística, sobre la que, con toda modestia, me permitiré decir también tres palabras.
Dentro de ese espacio bien delimitado que es ese metro cuadrado reservado para meditar, y dentro del espacio del propio cuerpo, en este proceso de progresivo estrechamiento y concentración, el punto sobre el que la meditación de cepa cristiana invita al meditador a centrarse es el corazón. Meditar es recoger la atención en un punto del cuerpo: la nariz es, desde luego, una posibilidad, pues es por los orificios nasales por donde inspiramos y espiramos el aire que nos permite estar vivos; pero otra posibilidad es el corazón, que es, junto a la respiración, el ritmo biológico esencial. De lo que se trata es de escuchar los propios latidos y, en fin, de entonarse con ese ritmo biológico. Quien está en la percepción de este ritmo no estará en la reflexión, que nos saca del proceso meditativo. Esta triple poética del espacio, del cuerpo y del corazón consiente el acceso a la experiencia mística, sobre la que, con toda modestia, me permitiré decir también tres palabras.
Mística del desierto (o del vacío)
Cultivar el espacio físico del propio templo, del propio cuerpo y del propio corazón conduce inexorablemente al descubrimiento del espacio interior. La mente, habitualmente llena de palabras e imágenes, se va vaciando en la medida en que se medita. Que se vaya vaciando significa, simple y llanamente, que se va descubriendo como un territorio, es decir, como espaciosidad interior. Esta experiencia de la mente es lo que habitualmente llamamos consciencia. Nos damos cuenta de algo porque hemos hecho vacío a su alrededor, lo que nos ha permitido distinguirlo. Esa espaciosidad no está prácticamente nunca por completo vacía, sino que en ella distinguimos a veces algunos elementos: una distracción, una sombra, la presencia de un ojo observador o de un testigo… Es como el desierto: un espacio geográfico con muy pocos elementos, sólo aquellos que nos permiten saber que eso es un desierto: arena, sol, una montaña a lo lejos, escasa vegetación… Sólo lo simple puede propiciar la experiencia de la unidad. No es en absoluto casual, sino muy revelador, que los monoteísmos hayan nacido precisamente en el desierto y que los politeísmos, por contrapartida, se hayan desarrollado en zonas selváticas o de jungla.
Cultivar el espacio físico del propio templo, del propio cuerpo y del propio corazón conduce inexorablemente al descubrimiento del espacio interior. La mente, habitualmente llena de palabras e imágenes, se va vaciando en la medida en que se medita. Que se vaya vaciando significa, simple y llanamente, que se va descubriendo como un territorio, es decir, como espaciosidad interior. Esta experiencia de la mente es lo que habitualmente llamamos consciencia. Nos damos cuenta de algo porque hemos hecho vacío a su alrededor, lo que nos ha permitido distinguirlo. Esa espaciosidad no está prácticamente nunca por completo vacía, sino que en ella distinguimos a veces algunos elementos: una distracción, una sombra, la presencia de un ojo observador o de un testigo… Es como el desierto: un espacio geográfico con muy pocos elementos, sólo aquellos que nos permiten saber que eso es un desierto: arena, sol, una montaña a lo lejos, escasa vegetación… Sólo lo simple puede propiciar la experiencia de la unidad. No es en absoluto casual, sino muy revelador, que los monoteísmos hayan nacido precisamente en el desierto y que los politeísmos, por contrapartida, se hayan desarrollado en zonas selváticas o de jungla.
«La mente, habitualmente llena de palabras e imágenes, se va vaciando en la medida en que se medita»
Mística de la escucha (o de la palabra)
El silencio del meditador es en orden a la escucha. Hay algo que está sucediendo, que está sonando interiormente, algo a lo que estar atento para no perderse. El silencio no se conforma consigo mismo —por decirlo así—, sino que va en busca de una palabra —por designarla de alguna forma— que abra a un silencio aún mayor. Pues bien, eso que resuena en el desierto místico es lo que en el cristianismo se conoce como la voz divina o la Palabra de Dios. Y lo que primariamente dice esa voz o Palabra es esto: “tú eres” o, lo que en sustancia es lo mismo, “yo soy”. Dicho de otra forma: se medita en busca de la propia identidad, en busca del propio nombre. De lo que se toma consciencia al meditar es de que somos. Esa consciencia es la raíz del verdadero autoconocimiento.
El silencio del meditador es en orden a la escucha. Hay algo que está sucediendo, que está sonando interiormente, algo a lo que estar atento para no perderse. El silencio no se conforma consigo mismo —por decirlo así—, sino que va en busca de una palabra —por designarla de alguna forma— que abra a un silencio aún mayor. Pues bien, eso que resuena en el desierto místico es lo que en el cristianismo se conoce como la voz divina o la Palabra de Dios. Y lo que primariamente dice esa voz o Palabra es esto: “tú eres” o, lo que en sustancia es lo mismo, “yo soy”. Dicho de otra forma: se medita en busca de la propia identidad, en busca del propio nombre. De lo que se toma consciencia al meditar es de que somos. Esa consciencia es la raíz del verdadero autoconocimiento.
Mística del amor (o nupcial)
La experiencia del misterio y de la identidad es en el cristianismo personal. Esto significa que lo que se escucha en el desierto de la práctica meditativa no es un genérico “yo soy”, sino un “yo soy hijo”, “yo soy amado”. Lo que se descubre, en otras palabras, es que se puede confiar. Y que si se puede confiar es porque hay algo o alguien en quien confiar. El meditador de cepa cristiana experimenta en su práctica que es cuidado. Y si alguien es cuidado —resulta evidente— es porque hay Alguien que le cuida, precisamente eso que los cristianos designan con la palabra “Dios”. Afirmar que Dios es Padre, por tanto, es para un cristiano lo mismo que afirmar que la confianza tiene un fundamento. Esta experiencia del fundamento amoroso es la quintaesencia de la mística cristiana.
La experiencia del misterio y de la identidad es en el cristianismo personal. Esto significa que lo que se escucha en el desierto de la práctica meditativa no es un genérico “yo soy”, sino un “yo soy hijo”, “yo soy amado”. Lo que se descubre, en otras palabras, es que se puede confiar. Y que si se puede confiar es porque hay algo o alguien en quien confiar. El meditador de cepa cristiana experimenta en su práctica que es cuidado. Y si alguien es cuidado —resulta evidente— es porque hay Alguien que le cuida, precisamente eso que los cristianos designan con la palabra “Dios”. Afirmar que Dios es Padre, por tanto, es para un cristiano lo mismo que afirmar que la confianza tiene un fundamento. Esta experiencia del fundamento amoroso es la quintaesencia de la mística cristiana.
Quien experimente, al menos en cierta medida, esta mística del desierto, de la escucha y del amor, cosechará algunos frutos, de los que reseño los más notorios: la claridad (las palabras sólo se escuchan en el silencio; las formas se perciben porque hay un fondo); la humildad (que es consecuencia del anterior fruto de la claridad: si se ve lo que realmente hay no cabe sino ser humilde; no aceptar la propia y modesta dimensión es un simple error de perspectiva); la paz (que también es consecuencia del anterior fruto, puesto que sólo conoce la verdadera paz quien es humilde, es decir, quien se ve como realmente es); y, en fin, la alegría (que es consecuencia de la paz interior). En otras palabras, el arte de la meditación otorga la alegría del ser. Algo de esa claridad y de esta alegría es lo que, con mejor o peor fortuna, he pretendido transmitir en estas líneas.
El Arte Del Silencio
En nuestra agitada vida no dejamos de correr de un lugar a otro, nos bombardean sin descanso con llamadas, mensajes, noticias y publicidad. El resultado es que cada vez estamos más estresados. Amber Hatch muestra un sendero para reconectar con nuestro interior, establecer relaciones más positivas con los demás y mejorar nuestro entorno. La práctica del silencio nos proporciona el espacio y tiempo para desconectar del mundo ruidoso que nos rodea, y nos permite dedicar nuestra atención a lo verdaderamente importante.
Juan Carlos Onetti La meditación es el arte del silencio interior. Normalmente, todos vivimos en medio del ruido, exterior e interior. Conseguir el silencio exterior no es fácil, pero parece algo más o menos accesible a todo el mundo. Alcanzar el silencio interior, en cambio, lo que aquí voy a llamar silenciamiento, no parece tarea sencilla. Si lo deseamos, hemos de aprender. Pero para eso necesitamos de alguien que nos enseñe. Existe en Occidente, al igual que en Oriente, una tradición de conocimiento silencioso. En estas páginas quiero ofrecer algunas pistas para adentrarse prácticamente, es decir, desde la experiencia, en este conocimiento, tan necesario para el hombre de hoy.
La aventura del silenciamiento interior no puede realizarse sin un camino: nadie llega a ningún sitio si no es de algún modo. Tener un camino es algo muy útil, desde luego; pero no deja de ser peligroso, puesto que también el camino, el método, puede idolatrarse, en cuyo caso deja de servir para hacer la experiencia del Espíritu, convirtiéndose en su principal obstáculo. La exacerbación del método no es otra cosa, en meditación, que el subrayado en la técnica. Claro que la práctica meditativa comporta una dimensión técnica, pero no puede reducirse a ella. También la escritura literaria, por poner un ejemplo, tiene su dimensión técnica; pero la literatura, reducida a mera técnica, queda convertida en una caricatura de lo que podría ser. En este artículo quiero mostrar que la meditación en silencio y quietud es, esencialmente, un arte.
Los sonidos del silencio. Una aproximación a la historia de la creación musical de las mujeres. Anna Bofill Levi.
Thomas Merton es,posiblemente,uno de los místicos más importantes del siglo XX. Con veintitrés años se convirtió al cristianismo y tres años después ingresó en un monasterio trapense. Eminentemente humanista,preocupado y comprometido con la realidad de la época que le tocó vivir,hizo del mundo su claustro y abrió nuevas vías de diálogo interreligioso. Sus escritos reflejan esa profunda intimidad con Dios,que fue una constante en su vida.
El silencio en la historia de las ideasIntroducción y tentativas taxonómicas
Entonces, y en medio del apresuramiento social de la época, alguien parecía haber propuesto olvidar pasado y presente y mirar sólo al futuro. Emilio Lledó apuntaba lo grotesco de ese salto al vacío y hablaba de la necesidad urgente de una reflexión sobre la memoria y la escritura: El tiempo de la vida, el tiempo que vivía en la memoria, iba aplastando esas vivencias en las márgenes del olvido. La escritura fue el gran invento para vencer esa claudicación ante el tiempo
OTRO SILENCIODavid Becerra: “El silencio es siempre una forma de complicidad con el poder”
Acaba de publicar 'La guerra civil como moda literaria' donde según nos dice, "el pasado histórico se despolitiza, se desplazan las tensiones políticas y sociales a favor de una lectura de los conflictos en clave individual, psicologista o moral".https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=4725
CONSIDERACIONES EN TORNO AL SILENCIO Y LA PALABRA
La primacía de la palabra como forma de comunicación y de expresión de la realidad, obviada por la tradición occidental, es en nuestra época una realidad cuestionable. Cada vez van más en aumento las reflexiones, no ya sólo en el campo de la Lingüística y la Literatura, sino en todos los planos de la realidad, sobre la capacidad de la palabra
Hacia una retórica y una poética del silencio**
JUAN MANUEL RAMÍREZ RAVE*
Universidad Tecnológica de Pereira (Pereira, Colombia)
Más tarde aún, descenderá el silencio, suave, paulatinamente, como con paracaídas. Y cuando el silencio se tienda a reposar sobre la tierra, de la más grande y pálida de todas las estrellas brotará una canción.
Efrén Hernández, «Unos cuantos tomates en una repisita»
El mundo actual se integra a partir de una abrumadora superposición de sonidos, imágenes, sensaciones, vivencias, pensamientos. En medio de esa densa acumulación de situaciones y sonoridades, el silencio irrumpe como concepto, como acto, como presencia, acompañado de nuevos contenidos y connotaciones que reavivan nuestra conciencia y nuestros sentidos. Como vacío o ausencia visible, como recogimiento o protesta, como una economía de los medios o de la expresión, el silencio ofrece la ocasión para reconocer aquello que, de otra manera, permanecería ignorado. Es momento de prestarle atención, afinar el oído y la mirada, para ver y escuchar aquello que nos puede comunicar.
by ROBERTO BAYOT CEVALLOS
Juan Carlos Onetti La meditación es el arte del silencio interior. Normalmente, todos vivimos en medio del ruido, exterior e interior. Conseguir el silencio exterior no es fácil, pero parece algo más o menos accesible a todo el mundo. Alcanzar el silencio interior, en cambio, lo que aquí voy a llamar silenciamiento, no parece tarea sencilla. Si lo deseamos, hemos de aprender. Pero para eso necesitamos de alguien que nos enseñe. Existe en Occidente, al igual que en Oriente, una tradición de conocimiento silencioso. En estas páginas quiero ofrecer algunas pistas para adentrarse prácticamente, es decir, desde la experiencia, en este conocimiento, tan necesario para el hombre de hoy.
Para ir adonde no sabes, has de ir por donde no sabes, escribió Juan de la Cruz, uno de los más grandes maestros del silencio. Eckhart, en la misma línea, plantea una idea muy similar: en el camino hacia Dios llega necesariamente un punto en que se desmorona nuestro concepto de Dios y hasta nuestra propia experiencia de Dios, a la que hay que morir para nacer al Dios verdadero. Esto hace que el camino del conocimiento silencioso o mística sea bastante cercano al agnosticismo. Y convierte la práctica de la meditación, ciertamente, en una gran aventura.
«Los teólogos exageran la importancia de la forma verbal y los sacerdotes la de la forma ritual. La mística les pone a los dos en entredicho»
Hay quien se pone muy nervioso ante afirmaciones de este género. Estoy pensando en los teólogos y sacerdotes católicos, es decir, en los hombres que, en Occidente, han representado la cultura y el culto. Porque los teólogos, los intelectuales, pretenden, como no puede ser de otra forma, que la razón tenga su papel en el acercamiento al misterio de Dios. Es comprensible, por tanto, que se sientan desplazados cuando los místicos les hacen ver lo limitada, y hasta contraproducente, que puede ser su aportación. Lo propio de la clase sacerdotal, por otro lado, es acceder a Dios ya no por vía de la mente, como los teólogos, sino por la del culto y del rito. Tampoco puede maravillar que las pretensiones de los místicos, que buscan llegar al fondo de la cuestión sin pasar por las formas rituales o religiosas, incomoden a los clérigos, dejándoles fuera de juego. La cuestión es clara: los teólogos exageran la importancia de la forma verbal y los sacerdotes la de la forma ritual. La mística les pone a los dos en entredicho. Así las cosas, quienes mejor podrían aliarse con los meditadores —los sacerdotes y los teólogos—, resultan ser, casi siempre, sus principales enemigos.
La aventura del silenciamiento interior no puede realizarse sin un camino: nadie llega a ningún sitio si no es de algún modo. Tener un camino es algo muy útil, desde luego; pero no deja de ser peligroso, puesto que también el camino, el método, puede idolatrarse, en cuyo caso deja de servir para hacer la experiencia del Espíritu, convirtiéndose en su principal obstáculo. La exacerbación del método no es otra cosa, en meditación, que el subrayado en la técnica. Claro que la práctica meditativa comporta una dimensión técnica, pero no puede reducirse a ella. También la escritura literaria, por poner un ejemplo, tiene su dimensión técnica; pero la literatura, reducida a mera técnica, queda convertida en una caricatura de lo que podría ser. En este artículo quiero mostrar que la meditación en silencio y quietud es, esencialmente, un arte.
Toda técnica ofrece procedimientos en orden a un fin eminentemente útil. El arte, en cambio, ofrece expresiones de un individuo de modo gratuito, sin expectativas prácticas. Allí donde hay expresión de la experiencia sin pretensión utilitaria podemos hablar de arte. Y eso es justamente la meditación: una profundización en la experiencia del yo para expresar en la vida el ser en plenitud. La práctica meditativa es, pues, un ejercicio artístico sobre el propio cuerpo y la propia mente con el fin de realizar una obra de arte con la propia vida. Vista así, la meditación —o vía mística— está profundamente hermanada con el arte —o vía poética—. No es de extrañar: mística y poética han aparecido profundamente unidas a lo largo de la historia.
«La meditación es una profundización en la experiencia del yo para expresar en la vida el ser en plenitud»
La paradoja de plantear la meditación como un arte radica en proponer un trabajo esencialmente formal, es decir, poético, de cara a una experiencia esencialmente de fondo, por tanto, mística. Por mi parte, quisiera proponer aquí, desde la tradición occidental a la que pertenezco, una poética del espacio, una poética del cuerpo y una poética del corazón, de cara a posibilitar una mística del desierto (o del vacío), de la escucha (o la palabra) y del amor (o nupcial). Daré algunas pistas concretas sobre cada una de estas propuestas.
Poética del espacio
Lo primero que es preciso para aprender a meditar es escoger un espacio en donde pueda realizarse la práctica. Debe ser un espacio en la propia vivienda, de modo que se tenga acceso fácil e inmediato a la misma; y debe ser pequeño (bastaría un metro cuadrado, acaso dos, pero no más). El meditador aprendiz debe primeramente delimitar bien ese territorio, sea metafórica o, incluso, físicamente (dibujando con tiza en el suelo, por ejemplo). Eso le ayudará a entrar y salir del espacio de meditación con consciencia. La toma de consciencia de estas entradas y salidas en ese metro cuadrado es ya un ejercicio de meditación. Ayuda a este efecto, por ejemplo, descalzarse a la hora de entrar y, en fin, calzarse de nuevo cuando se sale. Este pequeño gesto nos va educando y abriendo en nuestro interior una lógica distinta a la habitual, normalmente mecanizada y rutinaria.
Lo primero que es preciso para aprender a meditar es escoger un espacio en donde pueda realizarse la práctica. Debe ser un espacio en la propia vivienda, de modo que se tenga acceso fácil e inmediato a la misma; y debe ser pequeño (bastaría un metro cuadrado, acaso dos, pero no más). El meditador aprendiz debe primeramente delimitar bien ese territorio, sea metafórica o, incluso, físicamente (dibujando con tiza en el suelo, por ejemplo). Eso le ayudará a entrar y salir del espacio de meditación con consciencia. La toma de consciencia de estas entradas y salidas en ese metro cuadrado es ya un ejercicio de meditación. Ayuda a este efecto, por ejemplo, descalzarse a la hora de entrar y, en fin, calzarse de nuevo cuando se sale. Este pequeño gesto nos va educando y abriendo en nuestro interior una lógica distinta a la habitual, normalmente mecanizada y rutinaria.
Cuidar este pequeño templo, ese metro cuadrado que el meditador ha reservado a este fin, significará mantenerlo siempre limpio y ordenado, conservando en él sólo lo imprescindible para meditar: un banquito de oración o un cojín, por ejemplo, una manta, un icono o un crucifijo, una vela… todos los elementos de la ritualidad meditativa y sólo ellos. Es capital que todo sea sencillo y esté dispuesto con atención, a ser posible respetando la simetría. El cuidado de lo exterior será una invitación a atender lo interior y un modo indirecto de cuidarlo efectivamente. Por otra parte, quien cuida lo pequeño, sólo él, aprenderá a cuidar lo grande. No podremos respetar la naturaleza —hermoso y noble ideal—, si no somos capaces de cuidar un metro cuadrado de nuestra vivienda.
Poética del cuerpo
Dentro de ese espacio bien delimitado que hace las veces de templo, el verdadero espacio de la meditación es el propio cuerpo. Se medita con el cuerpo, lo que significa que, una vez ritualizada la entrada en el espacio de la meditación, la siguiente tarea es atender al propio cuerpo. Esto se hace fundamentalmente de dos formas: una, sentándose; y dos, quedándose quieto. Sentarse correctamente es básico para meditar. Más aún: meditar es sentarse correctamente, lo que significa, por decirlo de forma simple, tener la espalda erguida. La práctica meditativa en quietud se realiza sentado, sea con las piernas cruzadas en postura de loto o dobladas, arrodillado en un banquito de oración. Esta postura sólo debe asumirse para meditar, con lo que el cuerpo está diciendo al alma, cuando asume esta postura, qué es lo que espera de ella en ese momento. También es importante porque, al sentarnos, nos abajamos: tocamos tierra: realizamos físicamente aquello que buscamos espiritualmente: tocar la realidad. La meditación es una escuela de realismo. No hay vuelo espiritual que no parta de la tierra y que no aboque a ella. Una vez abajo, se trata de permanecer lo más quieto posible. La quietud es el silencio del cuerpo. La mente no puede silenciarse en un cuerpo inquieto. A mayor quietud externa, mayor movimiento interno. A menor quietud, por el contrario, menor capacidad de concentración, lo que nos permite entrar en el siguiente punto.
Dentro de ese espacio bien delimitado que hace las veces de templo, el verdadero espacio de la meditación es el propio cuerpo. Se medita con el cuerpo, lo que significa que, una vez ritualizada la entrada en el espacio de la meditación, la siguiente tarea es atender al propio cuerpo. Esto se hace fundamentalmente de dos formas: una, sentándose; y dos, quedándose quieto. Sentarse correctamente es básico para meditar. Más aún: meditar es sentarse correctamente, lo que significa, por decirlo de forma simple, tener la espalda erguida. La práctica meditativa en quietud se realiza sentado, sea con las piernas cruzadas en postura de loto o dobladas, arrodillado en un banquito de oración. Esta postura sólo debe asumirse para meditar, con lo que el cuerpo está diciendo al alma, cuando asume esta postura, qué es lo que espera de ella en ese momento. También es importante porque, al sentarnos, nos abajamos: tocamos tierra: realizamos físicamente aquello que buscamos espiritualmente: tocar la realidad. La meditación es una escuela de realismo. No hay vuelo espiritual que no parta de la tierra y que no aboque a ella. Una vez abajo, se trata de permanecer lo más quieto posible. La quietud es el silencio del cuerpo. La mente no puede silenciarse en un cuerpo inquieto. A mayor quietud externa, mayor movimiento interno. A menor quietud, por el contrario, menor capacidad de concentración, lo que nos permite entrar en el siguiente punto.
«El verdadero espacio de la meditación es el propio cuerpo»
Poética del corazón
Dentro de ese espacio bien delimitado que es ese metro cuadrado reservado para meditar, y dentro del espacio del propio cuerpo, en este proceso de progresivo estrechamiento y concentración, el punto sobre el que la meditación de cepa cristiana invita al meditador a centrarse es el corazón. Meditar es recoger la atención en un punto del cuerpo: la nariz es, desde luego, una posibilidad, pues es por los orificios nasales por donde inspiramos y espiramos el aire que nos permite estar vivos; pero otra posibilidad es el corazón, que es, junto a la respiración, el ritmo biológico esencial. De lo que se trata es de escuchar los propios latidos y, en fin, de entonarse con ese ritmo biológico. Quien está en la percepción de este ritmo no estará en la reflexión, que nos saca del proceso meditativo. Esta triple poética del espacio, del cuerpo y del corazón consiente el acceso a la experiencia mística, sobre la que, con toda modestia, me permitiré decir también tres palabras.
Dentro de ese espacio bien delimitado que es ese metro cuadrado reservado para meditar, y dentro del espacio del propio cuerpo, en este proceso de progresivo estrechamiento y concentración, el punto sobre el que la meditación de cepa cristiana invita al meditador a centrarse es el corazón. Meditar es recoger la atención en un punto del cuerpo: la nariz es, desde luego, una posibilidad, pues es por los orificios nasales por donde inspiramos y espiramos el aire que nos permite estar vivos; pero otra posibilidad es el corazón, que es, junto a la respiración, el ritmo biológico esencial. De lo que se trata es de escuchar los propios latidos y, en fin, de entonarse con ese ritmo biológico. Quien está en la percepción de este ritmo no estará en la reflexión, que nos saca del proceso meditativo. Esta triple poética del espacio, del cuerpo y del corazón consiente el acceso a la experiencia mística, sobre la que, con toda modestia, me permitiré decir también tres palabras.
Mística del desierto (o del vacío)
Cultivar el espacio físico del propio templo, del propio cuerpo y del propio corazón conduce inexorablemente al descubrimiento del espacio interior. La mente, habitualmente llena de palabras e imágenes, se va vaciando en la medida en que se medita. Que se vaya vaciando significa, simple y llanamente, que se va descubriendo como un territorio, es decir, como espaciosidad interior. Esta experiencia de la mente es lo que habitualmente llamamos consciencia. Nos damos cuenta de algo porque hemos hecho vacío a su alrededor, lo que nos ha permitido distinguirlo. Esa espaciosidad no está prácticamente nunca por completo vacía, sino que en ella distinguimos a veces algunos elementos: una distracción, una sombra, la presencia de un ojo observador o de un testigo… Es como el desierto: un espacio geográfico con muy pocos elementos, sólo aquellos que nos permiten saber que eso es un desierto: arena, sol, una montaña a lo lejos, escasa vegetación… Sólo lo simple puede propiciar la experiencia de la unidad. No es en absoluto casual, sino muy revelador, que los monoteísmos hayan nacido precisamente en el desierto y que los politeísmos, por contrapartida, se hayan desarrollado en zonas selváticas o de jungla.
Cultivar el espacio físico del propio templo, del propio cuerpo y del propio corazón conduce inexorablemente al descubrimiento del espacio interior. La mente, habitualmente llena de palabras e imágenes, se va vaciando en la medida en que se medita. Que se vaya vaciando significa, simple y llanamente, que se va descubriendo como un territorio, es decir, como espaciosidad interior. Esta experiencia de la mente es lo que habitualmente llamamos consciencia. Nos damos cuenta de algo porque hemos hecho vacío a su alrededor, lo que nos ha permitido distinguirlo. Esa espaciosidad no está prácticamente nunca por completo vacía, sino que en ella distinguimos a veces algunos elementos: una distracción, una sombra, la presencia de un ojo observador o de un testigo… Es como el desierto: un espacio geográfico con muy pocos elementos, sólo aquellos que nos permiten saber que eso es un desierto: arena, sol, una montaña a lo lejos, escasa vegetación… Sólo lo simple puede propiciar la experiencia de la unidad. No es en absoluto casual, sino muy revelador, que los monoteísmos hayan nacido precisamente en el desierto y que los politeísmos, por contrapartida, se hayan desarrollado en zonas selváticas o de jungla.
«La mente, habitualmente llena de palabras e imágenes, se va vaciando en la medida en que se medita»
Mística de la escucha (o de la palabra)
El silencio del meditador es en orden a la escucha. Hay algo que está sucediendo, que está sonando interiormente, algo a lo que estar atento para no perderse. El silencio no se conforma consigo mismo —por decirlo así—, sino que va en busca de una palabra —por designarla de alguna forma— que abra a un silencio aún mayor. Pues bien, eso que resuena en el desierto místico es lo que en el cristianismo se conoce como la voz divina o la Palabra de Dios. Y lo que primariamente dice esa voz o Palabra es esto: “tú eres” o, lo que en sustancia es lo mismo, “yo soy”. Dicho de otra forma: se medita en busca de la propia identidad, en busca del propio nombre. De lo que se toma consciencia al meditar es de que somos. Esa consciencia es la raíz del verdadero autoconocimiento.
El silencio del meditador es en orden a la escucha. Hay algo que está sucediendo, que está sonando interiormente, algo a lo que estar atento para no perderse. El silencio no se conforma consigo mismo —por decirlo así—, sino que va en busca de una palabra —por designarla de alguna forma— que abra a un silencio aún mayor. Pues bien, eso que resuena en el desierto místico es lo que en el cristianismo se conoce como la voz divina o la Palabra de Dios. Y lo que primariamente dice esa voz o Palabra es esto: “tú eres” o, lo que en sustancia es lo mismo, “yo soy”. Dicho de otra forma: se medita en busca de la propia identidad, en busca del propio nombre. De lo que se toma consciencia al meditar es de que somos. Esa consciencia es la raíz del verdadero autoconocimiento.
Mística del amor (o nupcial)
La experiencia del misterio y de la identidad es en el cristianismo personal. Esto significa que lo que se escucha en el desierto de la práctica meditativa no es un genérico “yo soy”, sino un “yo soy hijo”, “yo soy amado”. Lo que se descubre, en otras palabras, es que se puede confiar. Y que si se puede confiar es porque hay algo o alguien en quien confiar. El meditador de cepa cristiana experimenta en su práctica que es cuidado. Y si alguien es cuidado —resulta evidente— es porque hay Alguien que le cuida, precisamente eso que los cristianos designan con la palabra “Dios”. Afirmar que Dios es Padre, por tanto, es para un cristiano lo mismo que afirmar que la confianza tiene un fundamento. Esta experiencia del fundamento amoroso es la quintaesencia de la mística cristiana.
La experiencia del misterio y de la identidad es en el cristianismo personal. Esto significa que lo que se escucha en el desierto de la práctica meditativa no es un genérico “yo soy”, sino un “yo soy hijo”, “yo soy amado”. Lo que se descubre, en otras palabras, es que se puede confiar. Y que si se puede confiar es porque hay algo o alguien en quien confiar. El meditador de cepa cristiana experimenta en su práctica que es cuidado. Y si alguien es cuidado —resulta evidente— es porque hay Alguien que le cuida, precisamente eso que los cristianos designan con la palabra “Dios”. Afirmar que Dios es Padre, por tanto, es para un cristiano lo mismo que afirmar que la confianza tiene un fundamento. Esta experiencia del fundamento amoroso es la quintaesencia de la mística cristiana.
Quien experimente, al menos en cierta medida, esta mística del desierto, de la escucha y del amor, cosechará algunos frutos, de los que reseño los más notorios: la claridad (las palabras sólo se escuchan en el silencio; las formas se perciben porque hay un fondo); la humildad (que es consecuencia del anterior fruto de la claridad: si se ve lo que realmente hay no cabe sino ser humilde; no aceptar la propia y modesta dimensión es un simple error de perspectiva); la paz (que también es consecuencia del anterior fruto, puesto que sólo conoce la verdadera paz quien es humilde, es decir, quien se ve como realmente es); y, en fin, la alegría (que es consecuencia de la paz interior). En otras palabras, el arte de la meditación otorga la alegría del ser. Algo de esa claridad y de esta alegría es lo que, con mejor o peor fortuna, he pretendido transmitir en estas líneas.
El Arte Del Silencio
En nuestra agitada vida no dejamos de correr de un lugar a otro, nos bombardean sin descanso con llamadas, mensajes, noticias y publicidad. El resultado es que cada vez estamos más estresados. Amber Hatch muestra un sendero para reconectar con nuestro interior, establecer relaciones más positivas con los demás y mejorar nuestro entorno. La práctica del silencio nos proporciona el espacio y tiempo para desconectar del mundo ruidoso que nos rodea, y nos permite dedicar nuestra atención a lo verdaderamente importante.
Juan Carlos Onetti
Juan Carlos Onetti
Para una tumba sin nombre (1959)
I
I
Todos nosotros, los notables, los que tenemos derecho a jugar al póker en el Club Progreso y a dibujar iniciales con entumecida vanidad al pie de las cuentas por copas o comidas en el Plaza. Todos nosotros sabemos cómo es un entierro en Santa María. Algunos fuimos, en su oportunidad, el mejor amigo de la familia; se nos ofreció el privilegio de ver la cosa desde un principio y, además, el privilegio de iniciarla.
Es mejor, más armonioso, que la cosa empiece de noche, después y antes del sol. Fuimos a lo de Miramonte o a lo de Grimm, “Cochería Suiza”. A veces, hablo de los veteranos, podíamos optar; otras, la elección se había decidido en rincones de la casa de duelo, por una razón, por diez o por ninguna. Yo, cuando puedo, elijo a Grimm para las familias viejas. Se sienten más cómodas con la brutalidad o indiferencia de Grimm, que insiste en hacer personalmente todo lo indispensable y lo que inventa por capricho. Prefieren al viejo por motivos raciales, esto puede verlo cualquiera; pero yo he visto además que agradecen su falta de hipocresía, el alivio que les proporciona enfrentando a la muerte como un negocio, considerando al cadáver como un simple bulto transportable.
Hemos ido, casi siempre en la madrugada, serios pero cómodos en la desgracia, con una premeditada voz varonil y no cautelosa, a golpear en la puerta eternamente iluminada de Miramonte o de Grimm. Miramonte, en cambio, confía todo, en apariencia, a los empleados y se dedica, vestido de negro, peinado de negro, con su triste bigote negro y el brillo discretamente equívoco de los ojos de mulato, a mezclarse entre los dolientes, a estrechar manos y difundir consuelos. Esto les gusta a los otros, a los que no tuvieron abuelos arando en la colonia; también los he visto. Golpeamos, golpeo bajo el letrero luminoso violeta y explico mi misión a uno de los dos, al gringo o al mulato; cualquiera de ellos la conocía cinco minutos después del último suspiro y aguardaba. Grimm bosteza, se pone los anteojos y abre un libro enorme.
—¿Qué es lo que quieren? pregunta. Lo digo, sabiéndolo o calculando.
—Qué desgracia, tan joven. Por fin descansa, tan viejo —dice Miramonte, a toda hora sin sueño y vestido como para un antiguo baile de medio pelo.
Es mejor, más armonioso, que la cosa empiece de noche, después y antes del sol. Fuimos a lo de Miramonte o a lo de Grimm, “Cochería Suiza”. A veces, hablo de los veteranos, podíamos optar; otras, la elección se había decidido en rincones de la casa de duelo, por una razón, por diez o por ninguna. Yo, cuando puedo, elijo a Grimm para las familias viejas. Se sienten más cómodas con la brutalidad o indiferencia de Grimm, que insiste en hacer personalmente todo lo indispensable y lo que inventa por capricho. Prefieren al viejo por motivos raciales, esto puede verlo cualquiera; pero yo he visto además que agradecen su falta de hipocresía, el alivio que les proporciona enfrentando a la muerte como un negocio, considerando al cadáver como un simple bulto transportable.
Hemos ido, casi siempre en la madrugada, serios pero cómodos en la desgracia, con una premeditada voz varonil y no cautelosa, a golpear en la puerta eternamente iluminada de Miramonte o de Grimm. Miramonte, en cambio, confía todo, en apariencia, a los empleados y se dedica, vestido de negro, peinado de negro, con su triste bigote negro y el brillo discretamente equívoco de los ojos de mulato, a mezclarse entre los dolientes, a estrechar manos y difundir consuelos. Esto les gusta a los otros, a los que no tuvieron abuelos arando en la colonia; también los he visto. Golpeamos, golpeo bajo el letrero luminoso violeta y explico mi misión a uno de los dos, al gringo o al mulato; cualquiera de ellos la conocía cinco minutos después del último suspiro y aguardaba. Grimm bosteza, se pone los anteojos y abre un libro enorme.
—¿Qué es lo que quieren? pregunta. Lo digo, sabiéndolo o calculando.
—Qué desgracia, tan joven. Por fin descansa, tan viejo —dice Miramonte, a toda hora sin sueño y vestido como para un antiguo baile de medio pelo.
Las ciencias humanísticas y las biológicas -entre ellas la antropología con especial preeminencia- han demostrado que la conducta social ni es innata ni está fijada inmutablemente. Ésta varÍa constantemente en la medida que cada grupo humano se enfrenta a circunstancias nuevas que la tradición no sabe resolver. De esta situación, de la experiencia colectiva y la cultura heredada el individuo puede rediseñar nuevas conductas y planteamientos. Y éste es el eje principal que la actual musicología feminista corrobora entendiendo el feminismo no como un discurso sino como una práctica generadora de pensamiento, acciones y transformaciones.
EL SILENCIO
DE LO QUE NO SE PUEDE HABLAR ES MEJOR CALLAR
El silencio en la historia de las ideasIntroducción y tentativas taxonómicas
https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5444012&orden=0&info=link
Un tiempo para callar
Un tiempo para callar es una obra extraña e inclasificable. Es una singular experiencia en la que busca la calma y el silencio necesarios para escribir su primer libro y quizá para proyectar su vida. Fermor como si de un niño curioso se tratara va a conocer y visitar la vida monástica en diversas abadias .Y allí, entre monasterios benedictinos , cistercienses y de la bella Capadocia encuentra el silencio, la paz y muchas de las contradiciones que todos llevamos dentro.Y en esos lugares sagrados nos abre las puertas del misterio que rodea la vida de clausura y de aquellos individuos lúcidos y equilibrados que eligen los rigores de la vida contemplativa.
David Le Breton
- El silencio: Aproximaciones
El prestigioso antropólogo y docente de la universidad de Estrasburgo hace una reflexión sobre el silencio, analizando la saturación comunicativa en la que vivimos. Para Le Breton no son tiempos para la calma ya que el imperativo de la palabra está por encima. Considera que, en la actualidad, los medios de comunicación no dan respiro y es que cuando hay falta de sonido, algo falla. Una observación por el mundo moderno de la palabra, el de replicar y no escuchar, el de los silencios imprescindibles pero eliminados
Biografía del silencio. Breve ensayo sobre meditación
D’Ors, escritor y sacerdote, plantea la meditación como método para reencontrarse con el silencio. Una reflexión basada en su propia experiencia en la que se muestra cómo alcanzarlo. Comenzó con unos ejercicios para acallar sus propios pensamientos y que le llevaron a una exploración sobre sí mismo.
FRAGMENTO:
Poesía y silencio
Paradigmas hispánicos del siglo XX y XXI
El silencio alienta la poesía del siglo XX dejando su impronta en una de las corrientes más arraigadas de la poesía en España e Hispanoamérica. Poetas como DM Loynaz y F. García Marruz, A. Biagioni, J. Á.Valente y A. Gamoneda, A. Sánchez Robayna o A. Salas enfocaron el silencio como potencialidad de la voz poética.
El silencio de la escritura
Gloria Fuertes Poesía contra el silencio : literatura, censura y mercado editorial (1954-1962)
Este estudio se centra en la poesía temprana de Gloria Fuertes, escrita en las primeras décadas del franquismo, y en su posterior reconocimiento por Seix Barral. Gloria Fuertes irrumpe en el panorama cultural de la posguerra española, especialmente hostil a las mujeres, reclamando la voz y los derechos femeninos. Las escritoras sufrieron una mayor persecución censoria bajo la dictadura y Fuertes no fue una excepción.OTRO SILENCIODavid Becerra: “El silencio es siempre una forma de complicidad con el poder”
Acaba de publicar 'La guerra civil como moda literaria' donde según nos dice, "el pasado histórico se despolitiza, se desplazan las tensiones políticas y sociales a favor de una lectura de los conflictos en clave individual, psicologista o moral".https://www.mundoobrero.es/pl.php?id=4725
CONSIDERACIONES EN TORNO AL SILENCIO Y LA PALABRA
Rosa M.a
Mateu Serra
UNIVERSIDAD DE LLEIDALa primacía de la palabra como forma de comunicación y de expresión de la realidad, obviada por la tradición occidental, es en nuestra época una realidad cuestionable. Cada vez van más en aumento las reflexiones, no ya sólo en el campo de la Lingüística y la Literatura, sino en todos los planos de la realidad, sobre la capacidad de la palabra
Hacia una retórica y una poética del silencio**
JUAN MANUEL RAMÍREZ RAVE*
Universidad Tecnológica de Pereira (Pereira, Colombia)
Más tarde aún, descenderá el silencio, suave, paulatinamente, como con paracaídas. Y cuando el silencio se tienda a reposar sobre la tierra, de la más grande y pálida de todas las estrellas brotará una canción.
Efrén Hernández, «Unos cuantos tomates en una repisita»
EL SILENCIO EN LA LITERATURA
JUEGO DE OJOS
EL SILENCIO COMO GÉNERO LITERARIO
El silencio
LENGUAJE Y SILENCIO: ENSAYOS SOBRE LA LITERATURA, EL LENGUAJE Y LO INHUMANO
El tema central de este volumen es la vida del lenguaje y las complejas energías que la palabra suscita en nuestra sociedad y nuestra cultura. En los autores occidentales más emblemáticos desde Shakespeare a Kafka, Steiner muestra el declive de las ideas de progreso cultural y de racionalidad. ¿En qué medida el holocausto y las atrocidades de los regímenes totalitarios permiten creer todavía en nuestras utopías humanísticas, presentes en las grandes obras literarias? ¿Podemos aún identificarnos con ellas? En este libro, Steiner propone «una filosofía del lenguaje que considera a la literatura como involucrada en todas las estructuras de la comunicación semántica, formal y simbólica». Hay que considerar a esta filosofía, con Wittgenstein, en toda su precariedad, como un lenguaje que se niega a darse a sí mismo por sentado. Steiner apuesta, sin embargo, por la capacidad regeneradora del lenguaje, porque «... es el misterio que define al hombre de manera única en su identidad y su presencia histórica, ... que lo arranca de lo inarticulado, de los silencios que habitan la mayor parte del ser».
https://revistas.ucm.es/index.php/RFRM/article/download/RFRM1010110315A/9099/
Poéticas del Silencio
El mundo actual se integra a partir de una abrumadora superposición de sonidos, imágenes, sensaciones, vivencias, pensamientos. En medio de esa densa acumulación de situaciones y sonoridades, el silencio irrumpe como concepto, como acto, como presencia, acompañado de nuevos contenidos y connotaciones que reavivan nuestra conciencia y nuestros sentidos. Como vacío o ausencia visible, como recogimiento o protesta, como una economía de los medios o de la expresión, el silencio ofrece la ocasión para reconocer aquello que, de otra manera, permanecería ignorado. Es momento de prestarle atención, afinar el oído y la mirada, para ver y escuchar aquello que nos puede comunicar.
Poéticas del silencio se plantea como un proyecto de trabajo multidisciplinar, compuesto por académicos y estudiantes universitarios de distintas especialidades, con la idea de reflexionar y ensayar el silencio tal y como se presenta en nuestras sociedades actuales, en los ámbitos más diversos, por medio de ejercicios inesperados, nuevos, radicales. Queremos mostrar y dialogar sobre los modos en que el silencio recupera su papel y renueva sus sentidos en nuestro mundo, sobre aquello que, en sus diversas materializaciones, sugiere, inspira, contagia, denuncia. Nuestro intento por aprehender la naturaleza del silencio convoca al entrecruzamiento de disciplinas y puntos de vista. A través de la organización de diversas actividades mutuamente relacionadas (mesas redondas, cursos, conferencias, lecturas, conciertos, proyecciones, etc.) a lo largo de 2012, queremos enriquecer y estrechar lazos multidisciplinares en los que convivan y se complementen la creación artística con la crítica académica, las humanidades con las ciencias. Para ello, deseamos propiciar la convergencia de especialistas de diversos campos disciplinares como la literatura, la arquitectura, las artes visuales, la música, el cine, la filosofía, las ciencias, la semiótica, la teoría literaria, la historia del arte, la musicología, entre otros. La suma de estos saberes nos permitirá comprender algo de esa misteriosa atracción que guarda el silencio y que lo ha mantenido como uno de los tesoros de mayor riqueza simbólica en nuestras sociedades.
LA PALABRA Y EL SILENCIO EN LA LITERATURA. SAPIENCIAL DE LA EDAD MEDIA CASTELLANA. Hugo Oscar Bizzarri.
CRÓNICA DE UN SILENCIO
LIDIA CHUKÓVSKAIA
Frente a un jurado de escritores, desvalida, casi ciega y sin apoyo alguno, Lidia Chukóvskaia ha de defenderse a sí misma. Estamos en 1974 y todo depende de esta sesión de la Unión de Escritores: el derecho a seguir publicando o la erradicación de sus libros de todas las bibliotecas de la URSS; la existencia de una posteridad para su obra o la completa supresión de su nombre y del título de cualquiera de sus libros de todas las publicaciones del país. Al final, quedará excluida incluso de la comisión del Patrimonio Literario de su padre, el gran intelectual Kornéi Chukovski, y tampoco podrá aparecer en las biografías que se le dediquen. No será sólo una escritora silenciada, sino también un personaje borrado de la vida de sus seres queridos: «Si un memorialista escribía: “Lidia Kornéievna abrió la puerta” o “Lidia Kornéievna se sentó a la mesa”, esa frase se tachaba. Yo nunca abrí la puerta ni me senté. No estoy y nunca estuve». Pero las consecuencias de esta sesión no se vinculan tan sólo a la literatura o al pasado: vigilada de cerca por el KGB, quedará aislada de todos sus amigos. Algo especialmente difícil para una mujer de su edad: ya no se le permite recibir ni los medicamentos ni los bolígrafos especiales que solían llegarle del extranjero…
Tras este proceso de expulsión, Chukóvskaia se convertirá durante décadas en una escritora olvidada. Este libro no narra únicamente aquel juicio, sino toda una vida y una obra dedicadas a combatir el miedo con la palabra, el silencio con el testimonio. La suya fue una lucha abierta e inflexible por la verdad y por la necesaria responsabilidad de la profesión del escritor, la respuesta al deber acuciante de la literatura y una cuestión de honor frente a las víctimas. Sin embargo, no hay contraideología en sus palabras; al contrario, hay humor y la certeza de que la independencia de espíritu triunfará más allá de las miserias de la historia. Una obra excepcional, un combate ejemplar en defensa de la literatura y la libertad de expresión.
Los imaginarios apocalípticos en la literatura hispanoamericana contemporánea
Escrito por Geneviève Fabry
El mito fundacional del apocalipsis, que hunde sus raíces en una de las grandes fuentes de la cultura occidental, la Biblia, despliega un imaginario subyacente en muchas obras representativas de la literatura hispanoamericana desde Darío y Neruda hasta Roberto Bolaño y Marcelo Cohen. Pero ¿existe en la literatura una revelación apocalíptica? Ahora que la crisis de la idea del fin como proceso del recomienzo se ha generalizado, ¿aún es posible figurar el camino hacia el recuerdo como posibilidad de superación de lo agotado, como vitalidad frente a lo banal de la sociedad de consumo, como regeneración, o antes bien queda el anhelo de orden anulado por las nociones de azar y de caos, de entropía irreversible y de destino imprevisible?
Un siglo del poeta obsesionado con el silencio
Gonzalo Rojas (Lebu, 1916−Santiago de Chile, 2011), quien fue un inalterable defensor de los silencios en la poesía, al acostumbrar otorgarles prioridad expresiva de tal forma que al leer sus textos en voz alta permitan vislumbrar en ellos los «claros» o «sigilos» que entrañan la aproximación al fenómeno de la creación poética.
Un silencio en imágenes
No concebimos hoy el cine como silencio. Una escena agrupa hechos encadenados, que revienta la sala en ""sensuround"". Pocas veces en tiempo real transcurre un film, y mucho menos que dure noventa minutos, a cámara parada, casi sin pronunciar una palabra.
A ver ese cine es lo que hacíamos allá por 1980, entre las tardes de café, y las noches de música disco, entretejiendo las diásporas con nuestros ajados vacíos intelectuales. Nos sentábamos en los cineclubs universitarios, y un programa doble nos abría los ojos a la realidad de los países del Este, a través de su cine. Producciones casi siempre en blanco y negro, lentas, calladas, introspectivas, que emanaban del silencio, de lo inhóspito, del miedo, de las catacumbas de la emoción, de otras maneras de reflexionar, y de pensar; de otras políticas, lejos de los jolgorios soleados. Se homenajeaba el frío y la gelidez arborescente de los intelectuales.
Es allí, en ellos donde se mira su cine, en estrecha colaboración con la literatura, la historia y el entramado político de antes durante y después de la catástrofe que fue el desmantelamiento, al azar del imperio, su imperio con normas, excesos, pero cohesionando en la creación literaria y cinematográfica, en las costumbres y en las sumisiones, afín por la duración al paso del tiempo, a las estaciones frías, a la aridez del carácter, en armonía con las delimitaciones y vapuleando sus romanticismos.
Mi absoluta fascinación por el cine de los países del este de Europa, es un compendio que va desde el cine histórico, a los documentales, remarcando la animación en gran estimación mundial en los últimos tiempos, y sorprendido por los datos que emergen de la producción tan importante del cine X.
Donde más visibilidad quiero hacer de mi intención emotiva, en este breve repaso por las películas que me fascinaron, dentro de aquella modernidad de su posición estática frente al espectador, aunque detrás, desde sus inicios, estuvieron rodeados de pioneros, con las más diversificadas técnicas, que hicieron exportar genialidades a las otras mecas menos autocráticas del cine, siendo su exhibición social un apunte más ante el ocio, y entre ambos la múltiple reflexión de todos y primeramente de su nutrida plantillaintelectual.
EL GRAN SILENCIO
« La actualización del animismo en Soldados de Salamina y La lengua de las mariposas ».
Dans Natalie Noyaret et Catherine Orsini-Saillet (eds.),
L’expression du silence dans le récit de fiction espagnol contemporain.
Binges: Éditions Orbius Tertius, 2018, 279-295
Tanto en Soldados de Salamina de Javier Cercas como en la película de José Luis Cuerda La lengua de las mariposas, basada en el relato homónimo de Manuel Rivas, el conflicto se resuelve por medio de un cruce de miradas. El objetivo del artículo es explorar la función de la mirada muda en la construcción del sentido de cada texto, observar el «fondo común» que ambos comparten a la hora de utilizar la mirada como elemento que cierra simbólicamente la narración, a la vez que se señalan los distintos modos en que este mecanismo estético, pero también ideológico, opera. Para ello, nos servimos de una herramienta teórica que el profesor Juan Carlos Rodríguez utilizó para explicar la poesía castellana de corte petrarquista: el animismo, esto es, la invención de un espíritu humano que, más allá de la historia y de los cuerpos, logra que dos sujetos entren en comunión, se identifiquen, se reconozcan, conformen una unidad indivisible. Nuestro artículo defiende que en ambas producciones culturales hay una actualización del animismo.
Dans Natalie Noyaret et Catherine Orsini-Saillet (eds.)
¿Qué significa el silencio en la era del ruido digital?
Sobre Zeus, Twitter y metáforas sensoriales mixtas Debido a que Shakespeare, al parecer, lo sabía todo, sabía que la civilización se constituye principalmente a través del sonido. Las famosas últimas palabras de Hamlet, "El resto es silencio", son menos un juego de palabras que irónicas, ya que tanto su despedida, sus elocuentes jadeos y su muerte se desarrollan en medio de un ritmo creciente de línea de bajo. “¿Qué ruido bélico es este?” Hamlet pregunta mientras el veneno hace efecto. Los tambores y la conmoción señalan la llegada del príncipe heredero noruego Fortinbras, que irrumpe en el silencio de la corte danesa masacrada. Desde el comienzo de Hamlet, se nos enseña a pensar en la soberanía como una manipulación de las ondas sonoras. El fantasma del padre real de Hamlet acecha el brumoso parapeto quejándose de que su asesinato es un insulto y una herida para “toda la oreja de Dinamarca”, que ha sido envenenada a la verdad. Es comprensible que los oídos envenenados estén en la mente del fantasma, dado que su hermano lo mató mientras dormía al verter mercurio en el suyo. La tragedia termina con el cadáver de Hamlet siendo arrastrado por una marea de ruido y Fortinbrás anunciando que “La música de los soldados y los ritos de la guerra / Hablan fuerte por él”. La última línea de la obra es una dirección escénica, "se dispara un repique de artillería", que es otro juego de palabras final porque "artillería" es un término general para artillería y "ordenanza" es una orden o comando autorizado. Estos disparos señalan la asunción del reino por parte de Noruega,
Uno de los mensajes de Hamlet , entonces, es que la organización social no es un asunto tranquilo. Piense en el ágora griega, los síes y noes parlamentarios, el discurso de balcón conmovedor del tirano, el grito de guerra del rebelde, las promesas de lealtad, los himnos reales y las canciones de los anarquistas. En el peor de los casos tienes edictos, en el mejor tienes debates. La democracia está diseñada para honrar una plenitud de voces. A medida que las civilizaciones se vuelven más complejas, tienden a volverse más ruidosas y, de hecho, una de las preocupaciones de la ciencia ficción ha sido profetizar las etapas avanzadas de esta locuacidad. Cuando Star Trek: La próxima generación
introdujo a los Borg a su lista de enemigos a fines de la década de 1980, estos híbridos de máquina y carne encarnaron todo tipo de ansiedades de fin de siècle sobre el final del progreso tecnológico. Sus caras están cubiertas a medias por un revestimiento negro, del que se extienden y enrollan gruesos cables, algunos de los cuales, en esa extrañamente fascinante pesadilla de circuitos subcutáneos, atraviesan la carne de la mejilla o la mandíbula. Pero los Borg también fueron inquietantes por insinuar que, en un futuro tecnologizado, el silencio quedaría relegado al pasado arcaico. Su conciencia biónica se procesa a través de una red unificadora llamada Colectivo, en la que están permanentemente enganchados. La suya es una sensibilidad de colmena de lo más desagradable. En un episodio, la Enterprise La tripulación rescata a un sobreviviente solitario de un transbordador Borg que se estrelló en un planeta desierto. Este chico-Borg, tan patético como un adolescente nazi indefenso, permanece psicológicamente abandonado entre el liberalismo satisfecho de sí mismo de la humanidad del siglo 24 y su grupo de alienígenas amigables evolucionados de manera similar. Siente nostalgia por la incesante compañía auditiva del Colectivo, del cual se ha quedado varado. “Aquí está tranquilo”, les dice sombríamente a sus captores. “No hay otras voces. . . en un barco Borg vivimos con los pensamientos de los demás en nuestras mentes. Miles de personas más con nosotros siempre”.
En los años de avance de nuestra civilización, el progreso tecnológico está, según todas las apariencias, haciendo la vida más ruidosa. Podemos discernir mejor qué tan ruidosas se sienten nuestras vidas en los momentos en que tratamos de disciplinar tanto los decibelios reales como los virtuales. El Día del Recuerdo es una de las pocas ocasiones principales en las que se trata el silencio, al viejo estilo ascético, como una proposición moral. En el período previo al tributo de 2012 a los muertos en la guerra, la Legión Real Británica hizo campaña para extender el habitual silencio de dos minutos al ciberespacio. Esta campaña por sí sola da fe de un reconocimiento colectivo de que la vida en línea está en auge. Sin embargo, la ironía de tal empresa silenciadora fue que, para llegar a una masa crítica de observadores en línea, los organizadores primero tuvieron que gritar por encima del alboroto diario de Twitter y Facebook. Esta súplica por la tranquilidad comenzó como un aprovechamiento y coordinación del ruido en línea. La Legión Británica se convirtió en pionera en el Reino Unido en el uso de una aplicación estadounidense llamada Thunderclap, que reúne a los suscriptores en un solo mensaje: "Cáncer, vamos a buscarte", "Necesitamos #JobsNotCuts", y luego lanza simultáneamente este mensaje en masivamente en las páginas de redes sociales de todos aquellos que se han registrado. El mantra de la Legión Británica, "Recordaré a los caídos a las 11 en punto #2MinuteSilence #LestWeForget", retumbó en las líneas de tiempo de Twitter en la mañana del Día del Recuerdo. Debido a los seis grados de separación de las redes sociales, más de 10 millones de usuarios fueron alertados por 20 000 personas golpeando sus tenedores contra sus vasos al mismo tiempo. ” “Necesitamos #JobsNotCuts”, y luego lanza simultáneamente este mensaje en masa en las páginas de redes sociales de todos aquellos que se han registrado. El mantra de la Legión Británica, "Recordaré a los caídos a las 11 en punto #2MinuteSilence #LestWeForget", retumbó en las líneas de tiempo de Twitter en la mañana del Día del Recuerdo. Debido a los seis grados de separación de las redes sociales, más de 10 millones de usuarios fueron alertados por 20 000 personas golpeando sus tenedores contra sus vasos al mismo tiempo. ” “Necesitamos #JobsNotCuts”, y luego lanza simultáneamente este mensaje en masa en las páginas de redes sociales de todos aquellos que se han registrado. El mantra de la Legión Británica, "Recordaré a los caídos a las 11 en punto #2MinuteSilence #LestWeForget", retumbó en las líneas de tiempo de Twitter en la mañana del Día del Recuerdo. Debido a los seis grados de separación de las redes sociales, más de 10 millones de usuarios fueron alertados por 20 000 personas golpeando sus tenedores contra sus vasos al mismo tiempo.
Habiendo sobrevivido tanto al rugido del Thunderclap como al silencio subsiguiente, Twitter adornado con amapolas levantó solemnemente la cabeza y permitió que el flujo de pensamientos no solemnes se reanudara en su vasta mente colectiva. Pronto, se lanzaron calumnias sobre aquellos que violaron la reverencia de dos minutos. El presentador Jeremy Clarkson, quien ha construido una carrera sobre su indignación, rápidamente expresó su desaprobación cuando un tweet automatizado anunciaba su propio programa Top Gear.rompió la pausa de Twitter. Uniéndose a un tren de tuiteros indignados que hablaban de "vergüenza" y "asco", Clarkson escribió su propio tuit de castigo, calificando el error de "asombrosamente estúpido". Esta irascible vigilancia del silencio, y la dificultad de lograr incluso una extraña simulación del mismo, revela en qué exótico estado se ha convertido el silencio. Y, sin embargo, uno de los aspectos extraños de nuestro tiempo es que mientras el silencio se retira, al mismo tiempo nos volvemos más silenciosos. Nos decimos menos unos a otros en voz alta: a partir de 2012 en el Reino Unido, los mensajes de texto eclipsaron oficialmente tanto las llamadas telefónicas como las conversaciones cara a cara como la principal forma de comunicación diaria. En este punto, podríamos pensar en los apicultores golpeando los costados de sus colmenas, escuchando el zumbido tranquilizador que nunca llega. Casi como en un mutismo comprensivo con las colonias de abejas del mundo que se están derrumbando,
Si la era digital fuera sencilla y necesitara un panteón, podríamos estar tentados a decir que Thunderclap recuerda a Zeus y su rayo disciplinario. Homero, después de todo, lo llama "el Tronador" y "el Recolector de Nubes". En la Ilíada , cuando Zeus advierte a los otros dioses que no se involucren en la guerra de los mortales, Homero nos dice que “todos callaron mientras él hablaba, atónitos por la fuerza de sus palabras”. Cuando "tronó en voz alta", lanzando un rayo entre el ejército griego, "quedaron estupefactos". Aquí, el uso que hace Zeus del ruido para callar a la gente es ortodoxo y estricto. Pero la vida digital, particularmente cuando se trata de ondas sonoras, tiene sus peculiaridades. Se trata de truenos silenciosos; tanto de su ruido, tan evidente y tan escuchado, es en realidad una ausencia de ruido, una cacofonía de texto e imágenes sin boca. De hecho, dado que su forma actual es un medio tan predominantemente visual, la digitalización se otorga a sí misma una gama sensorial más completa a modo de metáfora: considere, por ejemplo, el significado fotográfico de "ruido digital" como una referencia a una granulosidad o pixelación no deseada de la imagen computarizada. imagen. Así, el dios que buscamos no es Zeus sino Dioniso, nacido, como un mensaje de texto accidental, del muslo de Zeus. El sentido de la torcedura auditiva de Dionisio coincide con esta perversidad digital. Al igual que su padre, tiene apodos ensordecedores: "el rugidor" o "el gritón". Su entrada característica en una escena de Arcadia implica un pandemónium a todo volumen, pero es crucial dentro de este éxtasis ruidoso que un terrible silencio petrifica cualquier presente mortal. Como escribió Walter Otto sobre su terrible rugido,
Este deslizamiento entre el ruido y el silencio hace dionisíaca la vida digital. Colectivamente invocamos al dios bramante. Para crear este estampido sónico comunitario en el ciberespacio, irónicamente nos quedamos callados, nuestros dedos se deslizan sobre las pantallas táctiles, nuestras barbillas se arrugan. Hace poco bromeé con una de mis jóvenes amigas estadounidenses que ella y toda su generación encuentran todo incómodo. “Lo sé!” ella dijo. "Es terrible. La gente ya ni siquiera puede soportar estar en silencio unos con otros. Todo es incómodo”. Es cierto que el término “silencio incómodo” parece haber caído en desuso, precisamente porque se ha convertido en una tautología: todos los silencios son incómodos. Quizás lo más incómodo de estos silencios sociales modernos es que a menudo tienen dos capas, que consisten en el silencio entre los que se reúnen rígidamente y los silencios privados en los que es probable que se retiren. Hubo un tiempo en que las presiones de la quietud generalmente nos obligaban a hacer ruido casual y descartable, pero ahora luchamos de igual a igual, y apenas nos salimos con la nuestra. Cada vez más, nuestra defensa estándar contra el malestar social anteriormente conocido como el silencio incómodo es no hacer ruido sino acariciar nuestros pequeños talismanes de silencios comunicativos. Subcontratamos nuestro chat incidental, revisando ociosamente el correo electrónico o Facebook o enviando un mensaje de texto, con la esperanza de que la agregación carnosa que merodea con un enfoque suave más allá del horizonte nítido de nuestro teléfono inteligente pronto se vaya. Llenamos el silencio 3D no con charlas triviales 3D sino con nuestros respectivos silencios 4D, nuestros chaperones ruidosos.
De hecho, el silencio 4D ha subido tanto el volumen de la vida que incluso nuestros ojos necesitan tapones para los oídos. Esta deslocalización sensorial evoca una vez más a la abeja melífera, con su amplia capacidad para el olfato y el gusto. Lo más significativo de la irritación de Clarkson es que revela hasta qué punto ahora somos propensos a pensar que el texto en línea posee una dimensión audible. Cada vez es más intuitivo pensar en imágenes mudas y cadenas de texto como formas de ruido. En el caso del Top Gear
tweet, lo contrario vergonzoso del silencio no era el ruido sino la invitación a la distracción. Con esta expansión de nuestra experiencia del ruido, pronto será necesario ampliar la definición de la palabra “mudo”, que ciertamente está en ascenso. Mudo puede acabar siendo el verbo del siglo. Recuerdo haber notado la mutación del mutismo mientras intentaba deshacerme de un anuncio no deseado que se amontonaba en mi visualización de YouTube. Era una de esas vallas publicitarias en línea, un cartel digital, inerte y silencioso. Moviendo mi cursor sin piedad hacia el botón X, un texto de rollover intervino como un trabajador social, preguntándome si quería "Silenciar este anuncio". Así lo hice, y un cuadrado de color liso cubrió la cartelera, mostrando las palabras: "Anuncio silenciado". El anuncio volvió a formarse cuando volví a hacer clic en el banner Silencio, merodeando visiblemente una vez más al ladoLa mesa redonda de la actriz reportera de Hollywood .
Google lanzó la opción de silenciamiento de sus anuncios a mediados de 2012. En ninguna parte de su historia se ha relacionado la palabra “mudo” con oscurecer o invisibilizar; siempre se ha asociado con la ausencia o disciplinamiento del sonido. Cada vez más intentamos insonorizar lo insonoro. Las aplicaciones de reducción de ruido, que permiten a los usuarios de Twitter silenciar a sus seguidores sin borrarlos, comienzan a parecer un aspecto necesario de la vida en línea, un signo de nuestra implacable proximidad y sus tensiones. En mayo de 2014, Twitter anunció su función de silenciamiento oficial. Tenga en cuenta los sentidos cruzados: "Silenciar a un usuario en Twitter significa que sus Tweets y Retweets ya no serán visibles en su línea de tiempo de inicio".
Por supuesto, todavía es posible en términos digitales que mudo signifique el silenciamiento de lo audible. En el videojuego Grand Theft Auto
, los usuarios se ven agravados por el ruido real y anticuado de sus oponentes incorpóreos de la vida real, con quienes interactúan a través del software de juego, como una llamada de conferencia cruzada con un atraco imaginario. En los foros, los jugadores se quejan de cómo las conversaciones entre otros jugadores y, al menos en un caso, el canto, ahogan los efectos de sonido del juego. Se dan consejos sobre la configuración de silencio, pero incluso aquí el idioma de la plataforma revela cómo, en línea, el silencio es la configuración predeterminada para el sonido. El sonido real, que crea ondas que golpean los instrumentos dentro de nuestros oídos, debe especificarse como su propia categoría secundaria de ruido digital. Vemos esto en la terminología, porque en Grand Theft Auto el din no deseado se transmite a través del chat de voz. Esta redundancia de una sola vez, que antes de la era digital habría parecido un término tan extraño como, por ejemplo, escuchar con el oído, ahora ofrece una distinción válida. "Chat" solo ya no implica voces. Voice Chat sugiere de manera eficiente, en dos palabras, cómo nuestras suposiciones sobre el sonido y las formas en que lo percibimos ya no son lo que solían ser.
humano de cuatro dimensiones
Extracto de The Four-Dimensional Human: Ways of Being in the Digital World de Laurence Scott. Copyright © 2016 por Laurence Scott. Con permiso del editor, WW Norton & Company, Inc. Todos los derechos reservados.
El arte de la soledad: el erudito y maestro budista Stephen Batchelor sobre la práctica contemplativa y la creatividad
“Dame soledad”, exigió Whitman en su oda a la eterna tensión entre la ciudad y el alma , “¡dame de nuevo, oh naturaleza, tu cordura primaria!” En esas corduras primarias, llegamos a descubrir que “no hay lugar más íntimo que el espíritu solo”, como escribió May Sarton en su impresionante oda a la soledad de 1938: su testimonio duramente ganado de la soledad como semillero del autodescubrimiento . porque es en ese lugar íntimo donde vemos más claramente de qué está hecho nuestro espíritu animador. La soledad, sabía Kahlil Gibran, nos invoca el coraje de conocernos a nosotros mismos . Elizabeth Bishop creía (creencia de la que puedo dar fe con mi propia vida) que todo el mundo debe experimentar al menos un largo período de soledad en la vida para saber de qué estamos hechos y qué podemos hacer con nuestros dones. "Sólo hay una soledad, y es grande y no fácil de soportar", escribió Rilke al contemplar la relación entre la soledad, el amor y la creatividad , "pero... debemos aferrarnos a lo difícil".
Los poetas visionarios sabían (al igual que los visionarios de los científicos , como todas las personas comprometidas con vidas de creatividad o contemplación, que a menudo son una sola vida) cómo este autodescubrimiento solitario se convierte en la fuente de toda la creación de significado que hace que valga la pena vivir la vida. , ya sea que lo llamemos arte o amor. Desde el promontorio de la soledad, asomamos a la extensión de la existencia y entrenamos nuestros ojos para mirar con asombro el hecho improbable de todo esto. La soledad, así concebida, no es simplemente el estado de estar solo, sino el arte de llegar a ser plenamente nosotros mismos, un arte adquirido, como todo arte, mediante el aprendizaje y la meticulosa devoción por morar en la luz interior, a menudo solitaria, de nuestro ser singular y soberano.
Su dominio, delicado y difícil, es lo que explora el erudito y maestro budista Stephen Batchelor en El arte de la soledad ( biblioteca pública ). Celebrando la soledad (no su privilegio escapista, sino su práctica contra las presiones del mundo real) como “un lugar de autonomía, asombro, contemplación, imaginación, inspiración y cuidado”, escribe:
La verdadera soledad es una forma de ser que hay que cultivar. No puedes encenderlo o apagarlo a voluntad. La soledad es un arte. Se necesita entrenamiento mental para refinarlo y estabilizarlo. Cuando practicas la soledad, te dedicas al cuidado del alma.
Casi cuarenta años después de que comenzara a unir la fenomenología occidental y el existencialismo con los preceptos budistas en su libro de 1983 Alone with Others: An Existential Approach to Buddhism , Batchelor se basa en una vida de dominio de la soledad, directamente, a través de su propia práctica contemplativa y múltiples retiros silenciosos. , e indirectamente, a través de su inmersión en las vidas y obras de siglos de virtuosos de la soledad que van desde Montaigne hasta Nietzsche e Ingmar Bergman, para formular la esencia de la investigación, a la vez elemental y encarnada, en el corazón del arte de la soledad:
No esperes que pase nada. Sólo espera. Esta espera es una profunda aceptación del momento como tal. Nietzsche lo llamó amor fati : amor incondicional por aquello que te ha destinado a estar aquí. Llegas a un punto en el que te quedas ahí sentado y preguntas: "¿Qué es esto?". – pero sin interés en una respuesta. El anhelo de una respuesta compromete la potencia de la pregunta. ¿Puedes sentirte satisfecho con descansar en este desconcierto, esta perplejidad, de una manera profundamente enfocada y encarnada? ¿Simplemente esperando sin expectativas?
Pregúntate “¿Qué es esto?” y luego ábrete completamente a lo que “escuchas” en el silencio que sigue. Esté abierto a esta pregunta de la misma manera que escucharía una pieza musical. Presta total atención a la polifonía de los pájaros y al viento del exterior, al ocasional avión que sobrevuela, al repiqueteo de la lluvia en una ventana. Escuche atentamente y observe cómo escuchar no es sólo una apertura de la mente sino una apertura del corazón, una preocupación o cuidado vital por el mundo, la fuente de lo que llamamos compasión o amor.
Ilustración de Maurice Sendak de Casa abierta para mariposas de Ruth Krauss.
Haciéndose eco de la confianza de Rachel Carson en la soledad del trabajo creativo (un subproducto de la soledad necesaria para el trabajo creativo, natural y necesaria, a menudo aterradora y siempre esclarecedora), Batchelor añade:
Estar solo en tu escritorio o en tu estudio no es suficiente. Tienes que liberarte de los fantasmas y críticos internos que te persiguen allá donde vayas. “Cuando empiezas a trabajar”, dijo el compositor John Cage, “todos están en tu estudio: el pasado, tus amigos, tus enemigos, el mundo del arte y, sobre todo, tus propias ideas, todos están ahí. Pero a medida que sigues pintando, se van yendo, uno a uno, y te quedas completamente solo. Luego, si tienes suerte, incluso tú te irás”.
[…]
Una vez cerrada la puerta, te encuentras solo ante un lienzo, una hoja de papel, un trozo de arcilla, una pantalla de ordenador. Otras herramientas y materiales se encuentran por ahí, al alcance de la mano, esperando ser utilizados. Reanudas tu conversación silenciosa con la obra. Este es un proceso bidireccional: creas el trabajo y luego respondes a él. La obra puede inspirarte, sorprenderte y conmocionarte... El acto solitario de hacer arte implica un diálogo intenso y sin palabras.
Arte de Margaret Cook de una rara edición de 1913 de Hojas de hierba de Walt Whitman. (Disponible como impresión )
Al establecer un vínculo entre la noción budista de nirvana y la noción de Keats de “capacidad negativa” (esa amplia voluntad de negar la atracción de los apegos, las reactividades y las fijaciones, de vivir con el misterio y abrazar la incertidumbre), Batchelor observa que la práctica contemplativa entrena la capacidad de Vea cada momento como una oportunidad para comenzar de nuevo, para saborear la vida como algo continuo, fijo, siempre cambiante y siempre capaz de ser cambiado. Considera los componentes esenciales y las recompensas finales de la práctica contemplativa:
Integrar la práctica contemplativa en la vida requiere más que dominar las técnicas de meditación. Implica el cultivo y refinamiento de una sensibilidad sobre la totalidad de tu existencia, desde momentos íntimos de angustia personal hasta el sufrimiento interminable del mundo. Esta sensibilidad abarca una variedad de habilidades: atención plena, curiosidad, comprensión, serenidad, compasión, ecuanimidad y cuidado. Cada uno de ellos puede cultivarse y refinarse en soledad, pero tiene poco valor si no puede sobrevivir al tenso encuentro con los demás. Nunca seas complaciente con la práctica contemplativa; siempre es un trabajo en progreso. El mundo está aquí para sorprendernos. Mis ideas más duraderas se produjeron fuera del cojín, no sobre él.
Una de las acuarelas originales de Antoine de Saint-Exupéry para El Principito .
En consonancia con la creencia comprobada por el poeta y filósofo Wendell Berry de que “la verdadera soledad se encuentra en los lugares salvajes”, donde uno no tiene obligaciones humanas”, donde “las voces internas se vuelven audibles [y,] en consecuencia, uno responde más claramente a otras vidas”, añade Batchelor:
Al retirarte del mundo a la soledad, te separas de los demás. Al aislarte, podrás ver más claramente lo que te distingue de otras personas. Destacarse de esta manera sirve para afirmar la existencia ( ex -[fuera] + hermana [estar de pie]). Liberada de presiones y limitaciones sociales, la soledad puede ayudarte a comprender mejor qué tipo de persona eres y para qué sirve tu vida. De esta manera te vuelves independiente de los demás. Encuentras tu propio camino, tu propia voz.
[…]
Aquí radica la paradoja de la soledad. Mírate a ti mismo con suficiente atención y detenidamente de forma aislada y de repente verás al resto de la humanidad mirándote fijamente. La soledad sostenida te lleva a un punto de inflexión en el que el péndulo de la vida te devuelve a los demás.
Complemente El arte de la soledad con Hermann Hesse sobre la soledad, las dificultades y el destino , luego saboree la espaciosa conversación de Batchelor sobre el ser con Krista Tippett.
Un ojo rodeado de planetas, un ciervo y un unicornio en un bosque, un hombre conectando el sol y la luna, un rey saliendo de su tumba, Hermes con el dedo en los labios amonestándonos al silencio, agua, tierra, aire y fuego, corazones. , pájaros y dragones… el pensamiento hermético siempre ha utilizado los símbolos como medio para transmitir ideas filosóficas.
Los pensadores herméticos, incluidos los alquimistas, actuaron en la intersección de la ciencia, la filosofía y la metafísica; buscaban saber no sólo el cómo de la naturaleza, sino también el por qué. Al trabajar con la materia, por ejemplo, los alquimistas intentaron captar los fundamentos espirituales del cosmos, la naturaleza y los seres humanos. Resumieron sus ideas en una gran cantidad de imágenes complejas y a menudo desconcertantes, algunas de ellas verdaderas obras de arte en sí mismas.
En The Silent Language , catálogo de una exposición celebrada en la BPH en 1994, Adam McLean analiza y explica imágenes herméticas y alquímicas de libros famosos, entre ellos Rosarium philosophorum (1550), Amphitheatrum sapientiae aeternae de Khunrath (1608), Atalanta fugiens de Maier (1618). ), pero también obras menos conocidas como Escalier des sages (1689) de Coender van Helpen o Das Buch genannt Seuse (1482) de Suso.
SILENCIO DEL PENSAMIENTO,
MÚSICA DE LA VISTA
Esta instalación incorpora una proyección de vídeo del mar, una escultura de un barco y una luz cronometrada. El video del mar está hecho con animación y metraje encontrado. La forma escultórica de la nave está hecha de cristales naturales y elaborados, vidrio y metal, y las velas de la nave son papel cortado con láser con un intrincado patrón de encaje.
El barco se basa en los tapones de té británicos utilizados para transportar el té de Sri Lanka a Europa. La luz se enciende en ciertos momentos para revelar simultáneamente la nave, proyectar su sombra en la pantalla y borrar momentáneamente la proyección de vídeo. Este proyecto explora la sombra como una parte integral de las instalaciones de video y las posibilidades de la luz y la sombra para ocultar y revelar y su interpretación requiere cierto nivel de imaginación.
La amplitud de una señal de audio de nivel de línea incrustada en el video activa la luz. Cuando el tono de audio aparece del reproductor de video, la luz se enciende.
INSTALACIÓN DE VIDEO, PROYECCIÓN DE VIDEO HD / ANIMACIÓN, CRISTALES NATURALES Y CRECIDOS, VIDRIO, METAL, ELECTRÓNICOS, LUZ Y SOMBRA, 2012.
ELECTRÓNICA: DARSHA HEWITT
“Naces solo. Mueres solo. El valor del espacio intermedio es la confianza y el amor,” artista Louise Bourgeois escribió en su diario en su septuagésimo séptimo año mientras miraba hacia atrás en una vida larga y exuberante a considerar el papel central de la soledad en la creatividad.
El Arte de la Soledad: Budista Académico y Maestro Stephen Batchelor sobre Práctica Contemplativa y Creatividad
POR MARIA POPOVA
“Dame soledad,” Whitman exigió en su oda a la tensión eterna entre ciudad y alma, “, dame de nuevo Oh Naturaleza ¡tus sanidades primarias!” En esas sanidades primarias, llegamos a descubrir que “no hay lugar más íntimo que el espíritu solo,” como May Sarton escribió en su impresionante 1938 oda a la soledad — su testimonio duramente ganado de la soledad como semillero del autodescubrimiento, porque es en ese lugar íntimo donde vemos más claramente de qué está hecho nuestro espíritu animador. La soledad, lo sabía Kahlil Gibran, nos convoca el coraje de conocernos a nosotros mismos. Elizabeth Bishop creía — una creencia que puedo dar fe con mi propia vida — que todos deben experimentar al menos un largo período de soledad en la vida para saber de qué estamos hechos y qué podemos hacer de nuestros regalos. “Solo hay una soledad, y es grande y no es fácil de soportar,” Rilke escribió al contemplar la relación entre soledad, amor y creatividad, “but... debemos mantenernos en lo difícil.
May Sarton sobre el Arte de Vivir Solo
POR MARIA POPOVA
“No hay lugar más íntimo que el espíritu solo,” los jóvenes Mayo Sarton (May 3, 1912–July 16, 1995) escribió en ella impresionante oda a la soledad — la soledad que llegó a conocer, en el transcurso de su larga y prolífica vida, como el semillero de la creatividad.
Cómo Desaparecer: El Arte de Escuchar el Silencio en un Mundo Ruidoso
POR MARIA POPOVA
“Hay.... el fértil silencio de la conciencia, pastoreando el alma... el silencio del acuerdo pacífico con otras personas o la comunión con el cosmos,” Paul Goodman escribió en su taxonomía de 1972 de los nueve tipos de silencio. Pero, ¿a dónde va el alma moderna a pastar sobre la conciencia y la comunión con el cosmos en una civilización cada vez más salvaje por el ruido? Dónde encontramos, y cómo protegemos, esos lugares donde, en las hermosas palabras del poeta Wendell Berry, “oneals voces internas se vuelven audibles [y,] en consecuencia, uno responde más claramente a otras vidas”?
Literatura, imaginación y silencio
Cecilia Bajour
https://repositoriodigital.bnp.gob.pe/bnp/recursos
/2/html/literatura-imaginacion-y-silencio/12/
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