Una visión aguda desde el punto de vista de un naturalista.
https://www.youtube.com/watch?v=tSIeYjLus2Y
Richard Conniff es un periodista que colabora de modo habitual con National Geographic, New York Times Magazine y Architectural Digest. Ha publicado varios libros de divulgación sobre diversos tipos de seres orgánicos y su vida social. También ha escrito guiones para series televisivas en torno a la naturaleza. En Historia natural de los ricos Richard Coniff establece un paralelismo entre el comportamiento de ciertos grupos o sociedades animales y la conducta de los ricos. Con una naturalidad que produce vergüenza ajena se desliza en su texto por un darwinismo social que algunos creíamos superado y olvidado hace ya muchos años. Los seres humanos nos comportamos, en opinión de Conniff, como si fuésemos una manada de gorilas de espalda plateada en la que se obedece y se sigue al macho dominante. En dicha manada -la ilustración la toma Conniff de ciertas zonas de África central- las hembras y los machos sometidos adoptan tácticas de congraciamiento con un jefe que se ha impuesto por la fuerza y la habilidad que le ha dado la naturaleza. Frente a los ricos nos comportamos, en pleno siglo XXI, de modo muy semejante. El babuino que manda camina con la cabeza alta y el rabo levantado, algo que Conniff compara con la actitud de Silvio Berlusconi en las reuniones de Jefes de Estado, cuando al tomarse la foto de familia se alza de puntillas o exige que coloquen un cojín en la silla de la mesa de reuniones para parecer más alto y tener más dominio visual. Es cierto que los primates son jerárquicos y lo es también que forman comunidades organizadas y cerradas.
El trasero colorado de los monos está destinado a llamar la atención y marcar su posición social. Los zoólogos han descrito muy bien el comportamiento del macho alfa de una manada de lobos pero las cosas se complican entre los humanos. Existen diferencias ontológicas entre el animal que marca el rango y copula con la mejor hembra y el empresario millonario que fuma un gran puro y se lo mete, junto con el humo, en plena cara a los demás -menos ricos que él- en el palco de un estadio de fútbol mientras juega su equipo. La descripción que hace Richard Conniff de los ricos es reduccionista, plana y cuajada de tópicos. Los ve como una especie aparte, endogámica, divina, aislada del resto de la población. Viven y veranean juntos en habitats escasos y de difícil acceso. Se casan entre ellos y desarrollan códigos diferenciados. El dinero es algo esencial para ellos, aunque digan lo contrario, y mandar es lo suyo. El ejercicio de la sexualidad les permite expresar su riqueza. Las mujeres cumplen aquí la función de los trofeos cinegéticos. En el paralelismo que establece el autor entre los machos dominantes y los hombres ricos como Donald Trump o Ted Turner, el comportamiento es identico: imposición de la propia voluntad.
Escrito este volumen de un modo sencillo, ágil y entretenido el lector agradece la ironía y la capacidad de distanciamiento de su autor. La abundante información que proporciona sobre los ricos y las mil anécdotas que a modo de trufitas dan aroma al texto lo convierten en una lectura agradable. No obstante, este libro tiene doble fondo, como las maletas de los estraperlistas. En él se deja caer que los ricos lo son porque, en definitiva, son mejores que el resto de los hombres. Todo ello envuelto en machismo. Las mujeres no existen como sujeto activo. A este clamoroso punto ciego se añade que el universo estudiado por Conniff es casi exclusivamente norteamericano.
Pavonearse es un gesto decisivo en la evolución de las especies. Ya debe quedar poca gente insensible ante esta curiosa manera de argumentar y que es la norma en los documentales sobre la naturaleza de la TV: nada es porque sí en el reino animal, ningún gesto es gratuito. Todos tienen que obedecer la ley inexorable, atribuida a Darwin, de que sólo sobrevivirán los que tengan mejor plumaje o, en otras palabras, los mejor adaptados. Y así, muchas de las conductas visibles en los animales, incluidos los humanos, no son sino respuestas condicionadas que están preprogramadas en los genes. ¿Desde cuándo a los ricos hay que hacerles una historia natural? En la escuela lo que nos enseñaron es que la historia natural trataba de las plantas, los animales y las rocas. Pero las cosas están cambiando deprisa. Nuestras historias dejan de ser sociales y se hacen naturales cuando exploramos la situación de un objeto de estudio en su relación con el entorno natural. Semejante historiografía exige nula atención a la flecha del tiempo (a eso que Marc Bloch llamaba el hilo rojo de la historia) o a las relaciones de causalidad política o económica.
Tampoco hay ningún principio que ordene los acontecimientos en una linea de progreso, ya sea moral o material el horizonte que se quiera otear. Una historia natural se escribe justamente para lo contrario y lleva a gala desdeñar esa viejas y redundantes razones, pues lo que importa es conocer cuánto hay de preprogamado en nuestras conductas sociales e individuales. Richard Conniff nos dice que el libro surgió de una necesidad biográfica. Curtido periodista en las páginas de National Geographic y New York Times Magazine, en donde escribía sobre la conducta animal, también se asoma con frecuencia a las páginas de Architectural Digest para presentarnos los nidos de postin, la cabaña de los líderes de la manada. El miembro alfa de un grupo, diría un etólogo, es el que manda y, en nuestro mundo, el que aparca un Ferrari a la puerta de una casa con firma. La historia natural de los ricos, entonces, es una moda pero también una apuesta individual que trata de acercar sus dos mundos profesionales. El libro pretende ser divertido y como abundan los nombres propios, quien lo lea tendrá jugosas anécdotas para estas cenas navideñas de todos los potentados del planeta.
Sabrá de mil conductas extravagantes cuya finalidad, retomando la retórica característica de los neodarwinianos, no es otra que conseguir las mejores hembras, mostrando la exuberancia de sus plumajes. Los ricos, en definitiva, al separarse de la masa y ganar una ventaja evolutiva formarían una subespecie (el homo pecuniousus) con tantos o más méritos que la violación, los desastres o el número cero, objetos que también cuentan cón una reciente historia natural. El libro nos enseña que los niveles de testosterona no suben en el fragor de la batalla, sino mientras se paladea la victoria. Y todo parece indicar que la fuerza bruta, la musculatura y la vigorexia, son argumentos que pierde adeptos desde que R. Dawkins publicara El gen egoísta (Salvat). Ahora, el verdadero macho dominante no va enseñando los colmillos, sino un Cartier enmarcado por la mejor sonrisa. Manda el que más regala, pues quien abreva en la mano de otro estaría aceptando su condición subalterna. La cosa es menos divertida cuando hablamos de la violación. Desde el punto de vista de la historia natural, un violador es alguien que deja a la hembra sin ningún papel en la elección de pareja y, contra la tesis general, se afirma que esos machos son empujados por la fuerza del deseo, uno de los instrumentos que emplea el citado pathos reproductivo.
Las depresiones, por ejemplo, serían un mecanismo evolutivo de alarma que estaría advirtiendo al paciente que trate de acoplarse a la manada, que fuera de las convenciones no hay futuro, que abandone, en fin, su pretensión de ser diferente. También es la psicología evolutiva la que nos explica que las madrastras son gente peligrosa, como nos recuerdan tantos cuentos de muchas culturas, que tienen que ignorar los hijos ajenos si quieren criar a sus propios vástagos. No es difícil continuar por esta vía, pues el secreto está en encontrar una ocurrencia, una hipótesis dicen estos investigadores, que explique por qué las cosas son como son y que, además, para cambiarlas, habría que rediseñar la especie. O sea, que la belleza, de la que también tenemos una historia natural, no depende del color del cristal con que se mira, sino de los genes del que está mirando. Los psicólogos evolutivos dicen que sus estudios son muy necesarios pues estamos buscando soluciones en la cultura (el cristal) cuando las causas de muchos problemas están en la herencia (los genes). Nadie tiene la culpa de que a las hembras le gusten los ricos o, como probó otro estudio, que sean promiscuas.
Lo único que hacen es cumplir con su obligación: ofrecer a sus genes nuevas y mejores oportunidades para reproducirse, y así la que logra más ayuntamientos y con los mejores especímenes es la que tiene más oportunidades de perpetuarse. Todo esto tiene poca gracia, aun que el libro nos haga sonreir mientras se mofa de algunos venerables valores. Conniff tiene talento con las palabras y mucha variedad de anécdotas. En cada párrafo saca nuevos conejos de la chistera y casi todos son geniales. Entre líneas, sin embargo, vamos captando un mensaje inquietante, pues para entender la división entre emprendedores y marginados hay que tomar en cuenta las explicaciones inherentes al propio mecanismo evolutivo que hasta aquí nos trajo. La sociología, la historia o la economía sólo aportan interpretaciones externas y con frecuencia superficiales. La buenas razones, lo dijo Wilson y lo recuerda Conniff, son sociobiológicas. Y si alguien se enfada delante de estas razones, las del pavo real, que no lo haga en público, que intente disimular su culta e infecunda mediocridad, aunque quizás tenga razón MacLuhan cuando escribió que la indignación moral es una técnica usada para conferir dignidad al necio.
[Antonio LAFUENTE. “Las razones del pavo real”, in ABC Cultural (Madrid), 7 de diciembre de 2002, p. 7]
http://www.jotdown.es/2017/04/personaje-ficcion-moderno-mas-influyente/
CONCEPTOS DRAMÁTICOS DE LA RIQUEZA: EL PODER DEL DINERO
Ysla Campbell
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez
¿Consideramos a los ricos una especie aparte o lo son?
Con el más puro humor, como hiciera Dian Fossey al describir las relaciones de los gorilas de África, Richard Conniff nos presenta a los ricos inmersos en la trayectoria de sus estrategias, que se alargan desde la dominación a la sumisión, pasando por sus arriesgadas prácticas de apareamiento hasta confluir en el aislamiento, que los hace perfectos.
El autor en su experiencia como periodista de National Geographic y ataviado con una exhaustiva base biológica sobre animales tribales superiores tales como los monos, chimpancés, babuinos o bononos, y la de otros más minúsculos tal que la libélula, los ratones o los patos, consigue datar objetivamente el hábitat natural de los ricos, capaces de casi todo, llegando a utilizar la fuerza, si fuese imprescindible para dominar a los demás.
Nos habla de Donald Trump, de Peggy Guggenheim, de J.L. Morgan, etc. catalogándolos como animales superiores, a partir de sus posturas, del arqueo de los ojos o de las miradas de cazador.
La clase media y su personal de servicio los adula por su capacidad de acumular grandes cantidades de todo.
El siguiente análisis nos coloca en la pista.
"Machos o hembras alfas, monos con navaja y vestidos de seda, los ricos habrían aparecido en la historia con las sociedades agrícolas y las primeras acumulaciones de alimentos. Por eso las fiestas pantagruélicas, la ostentación, el consumo de marcas selectas y caras, los relojes de siete mil dólares (por ejemplo, los David Yurman), los diamantes de Van Cleef & Arpels, los vinos de precios siderales (Romanée-Conti, Armagnac, Château Mouton Rothschild, etc.), los yates de ochenta o noventa metros, las mansiones, las colecciones de autos o de obras de arte, las donaciones o las fundaciones filantrópicas no serían más que recursos de dominación, exhibiciones de fortaleza ante una muchedumbre de simios betas deslumbrados y deseosos de imitación o de servilismo por algunas migajas".
A ninguno de los millonarios entrevistados por Conniff le interesa el dinero o las propiedades, sino otra cosa: el prestigio social, el poder, el dominio de un territorio por medio de la riqueza.
"Animales solitarios y extravagantes, endogámicos, tacaños y arrogantes, sexualmente fríos o adictos al sexo, los millonarios y multimillonarios (es decir: a partir de tres o cuatro mil millones de dólares) de nuestra época conforman una especie de club (o de circo) internacional itinerante que se reúne en Mónaco, Mallorca, Palm Beach o Cayo Lyford en Bahamas a través de un circuito exclusivo y carísimo de hoteles, restaurantes, bares nocturnos, tiendas de alta costura, etc. El ranking de fortunas Forbes 400, por lo menos para los magnates norteamericanos, es como un campeonato de ricos que pugnan por alcanzar la cifra en dólares más alta. No hay, por supuesto, límite. Ted Turner y Rupert Murdoch han bajado y subido varias veces en esa lista, y Bill Gates (su fortuna se calculó en un momento en unos treinta y cinco mil millones de dólares) al parecer está agarrado con uñas y dientes de la liana pese a las acusaciones de monopolio. Juego vertiginoso si lo hay que George Soros (que lo ha practicado) no recomienda y que (a juzgar por sus elevadísimos gastos de divorcio) Mick Jagger tampoco recomendaría.
Pero no a cualquier primate alfa le queda bien un vestido de Gucci o un encendedor de Cartier. Nuevos ricos como Bill Gates (con su mansión automatizada y un yate kilométrico) o Silvio Berlusconi (una excepción entre los ricos, según Conniff, por su baja estatura) carecen de toda gracia en comparación con familias dinásticas que hace mucho disfrutan del encanto de ser ricos: los Goelet, los Ford y los Rockefeller en EE.UU.; los Grosvenor en Inglaterra; los Rothschild en Inglaterra y Francia; los Porsche/Piech y Haniel en Alemania; los Agnelli en Italia; los Mitsui en Japón. Muchas dinastías, cumpliendo con los principios darvinistas, se han debilitado para dejar paso a otras, como la de los Kennedy en relación con la de los Bush. Otras, como la de los Grimaldi, que gobierna Mónaco desde el siglo XIII cuando un antepasado entró a traición en la fortaleza del pequeño principado, parecen eternizarse como las antiguas dinastías chinas"
A ninguno de los millonarios entrevistados por Conniff le interesa el dinero o las propiedades, sino otra cosa: el prestigio social, el poder, el dominio de un territorio por medio de la riqueza.
"Animales solitarios y extravagantes, endogámicos, tacaños y arrogantes, sexualmente fríos o adictos al sexo, los millonarios y multimillonarios (es decir: a partir de tres o cuatro mil millones de dólares) de nuestra época conforman una especie de club (o de circo) internacional itinerante que se reúne en Mónaco, Mallorca, Palm Beach o Cayo Lyford en Bahamas a través de un circuito exclusivo y carísimo de hoteles, restaurantes, bares nocturnos, tiendas de alta costura, etc. El ranking de fortunas Forbes 400, por lo menos para los magnates norteamericanos, es como un campeonato de ricos que pugnan por alcanzar la cifra en dólares más alta. No hay, por supuesto, límite. Ted Turner y Rupert Murdoch han bajado y subido varias veces en esa lista, y Bill Gates (su fortuna se calculó en un momento en unos treinta y cinco mil millones de dólares) al parecer está agarrado con uñas y dientes de la liana pese a las acusaciones de monopolio. Juego vertiginoso si lo hay que George Soros (que lo ha practicado) no recomienda y que (a juzgar por sus elevadísimos gastos de divorcio) Mick Jagger tampoco recomendaría.
Pero no a cualquier primate alfa le queda bien un vestido de Gucci o un encendedor de Cartier. Nuevos ricos como Bill Gates (con su mansión automatizada y un yate kilométrico) o Silvio Berlusconi (una excepción entre los ricos, según Conniff, por su baja estatura) carecen de toda gracia en comparación con familias dinásticas que hace mucho disfrutan del encanto de ser ricos: los Goelet, los Ford y los Rockefeller en EE.UU.; los Grosvenor en Inglaterra; los Rothschild en Inglaterra y Francia; los Porsche/Piech y Haniel en Alemania; los Agnelli en Italia; los Mitsui en Japón. Muchas dinastías, cumpliendo con los principios darvinistas, se han debilitado para dejar paso a otras, como la de los Kennedy en relación con la de los Bush. Otras, como la de los Grimaldi, que gobierna Mónaco desde el siglo XIII cuando un antepasado entró a traición en la fortaleza del pequeño principado, parecen eternizarse como las antiguas dinastías chinas"
(Sobre Historia natural de los ricos de Richard Conniff de R. H. R. Página 12)
Aunque a veces algunos nos comportamos como ángeles, no dejamos de ser los animales que el fondo somos. Tomando un camino solapado en la benevolencia, más complejo y sofisticado, encerrado en la maraña humana, los ricos, tienen a su alcance, él disimular las ganas de aplastar y seguir dominando.
Un laminado y minucioso ensayo de los afortunados.
The New York Times Book Review presenta a Richard Conniff como" un escritor esplendido, lleno de frescura, claridad y ninguna condescendencia".
Historia natural de los ricos [2002]
por Teoría de la historia
El trasero colorado de los monos está destinado a llamar la atención y marcar su posición social. Los zoólogos han descrito muy bien el comportamiento del macho alfa de una manada de lobos pero las cosas se complican entre los humanos. Existen diferencias ontológicas entre el animal que marca el rango y copula con la mejor hembra y el empresario millonario que fuma un gran puro y se lo mete, junto con el humo, en plena cara a los demás -menos ricos que él- en el palco de un estadio de fútbol mientras juega su equipo. La descripción que hace Richard Conniff de los ricos es reduccionista, plana y cuajada de tópicos. Los ve como una especie aparte, endogámica, divina, aislada del resto de la población. Viven y veranean juntos en habitats escasos y de difícil acceso. Se casan entre ellos y desarrollan códigos diferenciados. El dinero es algo esencial para ellos, aunque digan lo contrario, y mandar es lo suyo. El ejercicio de la sexualidad les permite expresar su riqueza. Las mujeres cumplen aquí la función de los trofeos cinegéticos. En el paralelismo que establece el autor entre los machos dominantes y los hombres ricos como Donald Trump o Ted Turner, el comportamiento es identico: imposición de la propia voluntad.
Escrito este volumen de un modo sencillo, ágil y entretenido el lector agradece la ironía y la capacidad de distanciamiento de su autor. La abundante información que proporciona sobre los ricos y las mil anécdotas que a modo de trufitas dan aroma al texto lo convierten en una lectura agradable. No obstante, este libro tiene doble fondo, como las maletas de los estraperlistas. En él se deja caer que los ricos lo son porque, en definitiva, son mejores que el resto de los hombres. Todo ello envuelto en machismo. Las mujeres no existen como sujeto activo. A este clamoroso punto ciego se añade que el universo estudiado por Conniff es casi exclusivamente norteamericano.
[Bernabé SARABIA. “Historia natural de los ricos”, El Cultural (Madrid), 19 de diciembre de 2002]
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Pavonearse es un gesto decisivo en la evolución de las especies. Ya debe quedar poca gente insensible ante esta curiosa manera de argumentar y que es la norma en los documentales sobre la naturaleza de la TV: nada es porque sí en el reino animal, ningún gesto es gratuito. Todos tienen que obedecer la ley inexorable, atribuida a Darwin, de que sólo sobrevivirán los que tengan mejor plumaje o, en otras palabras, los mejor adaptados. Y así, muchas de las conductas visibles en los animales, incluidos los humanos, no son sino respuestas condicionadas que están preprogramadas en los genes. ¿Desde cuándo a los ricos hay que hacerles una historia natural? En la escuela lo que nos enseñaron es que la historia natural trataba de las plantas, los animales y las rocas. Pero las cosas están cambiando deprisa. Nuestras historias dejan de ser sociales y se hacen naturales cuando exploramos la situación de un objeto de estudio en su relación con el entorno natural. Semejante historiografía exige nula atención a la flecha del tiempo (a eso que Marc Bloch llamaba el hilo rojo de la historia) o a las relaciones de causalidad política o económica.
Tampoco hay ningún principio que ordene los acontecimientos en una linea de progreso, ya sea moral o material el horizonte que se quiera otear. Una historia natural se escribe justamente para lo contrario y lleva a gala desdeñar esa viejas y redundantes razones, pues lo que importa es conocer cuánto hay de preprogamado en nuestras conductas sociales e individuales. Richard Conniff nos dice que el libro surgió de una necesidad biográfica. Curtido periodista en las páginas de National Geographic y New York Times Magazine, en donde escribía sobre la conducta animal, también se asoma con frecuencia a las páginas de Architectural Digest para presentarnos los nidos de postin, la cabaña de los líderes de la manada. El miembro alfa de un grupo, diría un etólogo, es el que manda y, en nuestro mundo, el que aparca un Ferrari a la puerta de una casa con firma. La historia natural de los ricos, entonces, es una moda pero también una apuesta individual que trata de acercar sus dos mundos profesionales. El libro pretende ser divertido y como abundan los nombres propios, quien lo lea tendrá jugosas anécdotas para estas cenas navideñas de todos los potentados del planeta.
Sabrá de mil conductas extravagantes cuya finalidad, retomando la retórica característica de los neodarwinianos, no es otra que conseguir las mejores hembras, mostrando la exuberancia de sus plumajes. Los ricos, en definitiva, al separarse de la masa y ganar una ventaja evolutiva formarían una subespecie (el homo pecuniousus) con tantos o más méritos que la violación, los desastres o el número cero, objetos que también cuentan cón una reciente historia natural. El libro nos enseña que los niveles de testosterona no suben en el fragor de la batalla, sino mientras se paladea la victoria. Y todo parece indicar que la fuerza bruta, la musculatura y la vigorexia, son argumentos que pierde adeptos desde que R. Dawkins publicara El gen egoísta (Salvat). Ahora, el verdadero macho dominante no va enseñando los colmillos, sino un Cartier enmarcado por la mejor sonrisa. Manda el que más regala, pues quien abreva en la mano de otro estaría aceptando su condición subalterna. La cosa es menos divertida cuando hablamos de la violación. Desde el punto de vista de la historia natural, un violador es alguien que deja a la hembra sin ningún papel en la elección de pareja y, contra la tesis general, se afirma que esos machos son empujados por la fuerza del deseo, uno de los instrumentos que emplea el citado pathos reproductivo.
Las depresiones, por ejemplo, serían un mecanismo evolutivo de alarma que estaría advirtiendo al paciente que trate de acoplarse a la manada, que fuera de las convenciones no hay futuro, que abandone, en fin, su pretensión de ser diferente. También es la psicología evolutiva la que nos explica que las madrastras son gente peligrosa, como nos recuerdan tantos cuentos de muchas culturas, que tienen que ignorar los hijos ajenos si quieren criar a sus propios vástagos. No es difícil continuar por esta vía, pues el secreto está en encontrar una ocurrencia, una hipótesis dicen estos investigadores, que explique por qué las cosas son como son y que, además, para cambiarlas, habría que rediseñar la especie. O sea, que la belleza, de la que también tenemos una historia natural, no depende del color del cristal con que se mira, sino de los genes del que está mirando. Los psicólogos evolutivos dicen que sus estudios son muy necesarios pues estamos buscando soluciones en la cultura (el cristal) cuando las causas de muchos problemas están en la herencia (los genes). Nadie tiene la culpa de que a las hembras le gusten los ricos o, como probó otro estudio, que sean promiscuas.
Lo único que hacen es cumplir con su obligación: ofrecer a sus genes nuevas y mejores oportunidades para reproducirse, y así la que logra más ayuntamientos y con los mejores especímenes es la que tiene más oportunidades de perpetuarse. Todo esto tiene poca gracia, aun que el libro nos haga sonreir mientras se mofa de algunos venerables valores. Conniff tiene talento con las palabras y mucha variedad de anécdotas. En cada párrafo saca nuevos conejos de la chistera y casi todos son geniales. Entre líneas, sin embargo, vamos captando un mensaje inquietante, pues para entender la división entre emprendedores y marginados hay que tomar en cuenta las explicaciones inherentes al propio mecanismo evolutivo que hasta aquí nos trajo. La sociología, la historia o la economía sólo aportan interpretaciones externas y con frecuencia superficiales. La buenas razones, lo dijo Wilson y lo recuerda Conniff, son sociobiológicas. Y si alguien se enfada delante de estas razones, las del pavo real, que no lo haga en público, que intente disimular su culta e infecunda mediocridad, aunque quizás tenga razón MacLuhan cuando escribió que la indignación moral es una técnica usada para conferir dignidad al necio.
[Antonio LAFUENTE. “Las razones del pavo real”, in ABC Cultural (Madrid), 7 de diciembre de 2002, p. 7]
¿Cuál es el personaje de ficción moderno más influyente?
Personas reales que
inspiraron
personajes de ficción
El dinero ocupa un lugar central en la obra de Francisco de Quevedo. Como ningún otro poeta de su tiempo, Quevedo aprehendió el impacto de la economía monetaria en la sociedad de su época, producido por la afluencia de los metales preciosos del Nuevo Mundo. Este libro presenta y analiza sus ideas al respecto. A partir de los escritos de diversos economistas de su época, así como de las teorías de Karl Marx y conceptos psicológicos modernos de la identidad, se describe el grado de sensibilidad con que Quevedo registró las tensiones, las posibilidades y los fracasos en su sociedad.
EL DINERO COMO TEMA LITERARIO: UN ESTUDIO DE
LOS TESTAMENTOS DE DON QUIJOTE Y TIRANTE EL
BLANCO
María Cristina Lagreca de Olio
Universidade Presbiteriana Mackenzie
http://dadun.unav.edu/bitstream/10171/20277/1/Lagreca.pdf
María Cristina Lagreca de Olio
Universidade Presbiteriana Mackenzie
http://dadun.unav.edu/bitstream/10171/20277/1/Lagreca.pdf
Algunos grandes millonarios son conocidos por gastar la menor cantidad posible de sus fortunas.
LOS 10 BILLONARIOS REALES VS LOS 10 BILLONARIOS DE FICCIÓN
http://gameover.vg/articulo-los-10-billonarios-reales-vs-los-10-billonarios-de-ficcion-del-2012/
Dinero, literatura y cine
http://www.thecult.es/Cronicas/el-dinero-en-la-literatura-de-dostoievski.html
Literatura y dineroEnsayo, ficción, poesía
Desde hace 35 años, Nueva Sociedad alienta el debate acerca de los principales temas de la realidad latinoamericana. Buscando siempre integrar diversas miradas, sus ediciones apuntan a las cuestiones que están en el centro de la discusión pública: desde la calidad de la democracia y la marcha de la economía a las políticas sociales y la integración regional. Aunque el abanico es amplio, por lo general termina abarcando temas relacionados con la política y la economía.En esta ocasión, sin embargo, ofrecemos un tema completamente diferente: la literatura latinoamericana y su tensa y conflictiva relación con el dinero. Para ello nos propusimos abordar una serie de subtemas (del mercado y el capitalismo a los avances técnicos y los condicionamientos que ejercen sobre la cultura letrada) y diferentes registros, del clásico ensayo académico a la crítica, la ficción y la poesía.
De magnates a ejecutivos: el mundo del dinero en la literatura
El mundo de los negocios y las grandes empresarios puede ser sumamente literario. Una guía para recorrer ese universo de la mano de la ficción
El Tema del Dinero en Autores de Literatura infantil y juvenil de Como Ion Creanga
CONCEPTOS DRAMÁTICOS DE LA RIQUEZA: EL PODER DEL DINERO
Ysla Campbell
Universidad Autónoma de Ciudad Juárez
Personajes influyentes de la vida irreal
Millonario de cómic, millonario de cine, millonario de verdad.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/comicwood/2015/01/25/millonario-de-comic-millonario-de-cine.html
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