miércoles, 25 de noviembre de 2015

La tarde de un escritor de Peter Handke


    




 

"La tierra es un teatro, pero tiene un reparto deplorable" Oscar Wilde



Resultado de imagen de peter handke portadas teatroPeter Handke utiliza el lenguaje como arma, llenando todo cuanto está vacío en los mecanismos internos de sus personajes, con resortes para su integración social, pero manteniéndose como autor, alejado del mundo
."Las democracias de hoy, en realidad, son las nuevas dictaduras, las dictaduras humanitarias y económicas"Peter Handke

Piensa las palabras antes de escribirlas y en la calma de su intuición, desde su anonimato, las pone sobre el papel, embelleciéndolas, sin las coacciones de la masificación creativa.

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La tarde de un escritor es una novela especial, donde parece que no pasa nada. En ella la perceptividad y la disposición de las cosas en el instante de ser vistas por los ojos del escritor, se fusionan con las opiniones y movimientos de las personas, que pudiendo ser descritos in situ, nacen del recuerdo de su escritor ante el papel (testimonio de la obra que escribe) y del encuentro casual. Afirmando su conocimiento, argumenta y demuestra verazmente la lentitud del mundo en cambiar sus costumbres individuales.
                        
Se ve por sorpresa cautivado dentro de su infinitesimal descripción escrita. En el efecto sensitivo interno o externo  del núcleo al que pertenece, descubre su exclusión, ya anterior a él. Nos presenta allí la acronia imperante en las relaciones persona-paisaje-ambientación, en un estado de pureza visual, que activan sus palabras y la convierten en magia.

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Handke, con apoyo de la luz de diciembre, en el ocaso de una tarde, escribe su personal investigación, interpolando al hombre con el propio hombre, y con  lo vital e inanimado que se cuestiona, alejándose como ilustrado, de la nueva industria cultural.
Estar delante del destino agnóstico de Handke,deja libre  el  camino de la necesidad  de insignias  de salvacion.
Puro destino  de las palabras,  el viaje  y el  equilibrio  agrio de la naturaleza,  frente al depredador homiínido.



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Peter Handke, nació en Griffen, Carintia (Austria), en 1942. Se dio a conocer como escritor con el breve texto radiofónico. La inundación, en 1963. Sus escritos de esa época, por factura y temática, recuerdan a los relatos de Kafka (uno de ellos, además, lleva por título El proceso y la dedicatoria "para Franz K."). Handke estuvo vinculado al "Grupo de Graz", en cuya revista,Manusckripte, comenzó a publicar.

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Poco después serían representadas sus primeras obras teatrales: Profecía, Insultos al público, El pupilo quiere ser tutor, La cabalgada sobre el lago Constanza,... y en 1966 publicó Los avispones, su primera novela. Pero fue otra novela, El miedo del portero al penalti, la que le proporcionó trascendencia internacional. Desde entonces ha sido traducido a numerosos idiomas.


La tarde de un escritor (fragmento)








A pesar de lo mucho que le atraía salir, tardó, como siempre, en hacerlo. Primero abrió las puertas de todas las estancias de la planta baja, de forma que la luz que venía de todos los puntos cardinales se entremezcló como siguiendo un juego. La casa parecía deshabitada. Era como si estuviera reclamando que no sólo se trabajara y se durmiera en ella, sino que también se viviera. Cosa de la que, sin duda, el escritor era incapaz desde hacía mucho tiempo, igual que de llevar una vida en familia. Los tresillos,
 las mesas–comedor o los pianos le producían, nada más verlos, una sensación extraña, nada hogareña; los baffles, las tablas de ajedrez, los jarrones, incluso las librerías ordenadas le chocaban; en su casa los libros se apilaban en el suelo o en el alféizar de la ventana. Únicamente de noche, sentado a oscuras donde fuera y teniendo ante sí unas estancias en hilera justamente iluminadas, o ésa era su impresión, por las luces de la ciudad y su reflejo en el cielo, experimentaba una especie de bienestar. 
Esas horas en las que ya no tenía, por fin, que cavilar ni prever, sino que simplemente permanecía sentado en silencio, recordando todo lo más, eran en efecto sus horas predilectas en la casa, y él las prolongaba hasta que esa meditación quedaba imperceptiblemente convertida en unos sueños igual de pacíficos. En cambio durante el día, sobre todo después de haber trabajado, ese silencio en seguida le parecía demasiado. 





Escuchar el ruido del lavavajillas en la cocina y el zumbido de la lavadora centrifugando en el baño—y a ser posible las dos a un tiempo— era casi un alivio. Incluso sentado al escritorio fue necesitando, con el tiempo, los ruidos del mundo exterior: una vez, tras llevar meses escribiendo en la torre de un rascacielos prácticamente aislado contra el ruido. "

                     
Autor de relatos, textos dramáticos, novelas, dietarios, poemas,... ninguno de los cuales será sólo eso. Y es que Handke no se atiene a los géneros, para ser, ante todo, escritor. 


Hoy es uno de los nombres más representativos de la literatura en lengua alemana posterior a la generación de Günter Grass. En 1973 fue premiado con el Georg Büchner -el Premio Cervantes de la lengua alemana- al que luego renunciaría. Ha realizado diversos acercamientos al cine: una intervención como actor, ha dirigido adaptaciones para la pantalla de libros propios y ha elaborado varios guiones basados en sus obras para el director alemán Wim Wenders.
Otras obras importantes de Peter Handke son: Carta breve para un largo adiós, Desgracia impeorable, Cuando desear todavía era útil, El momento de la sensación verdadera, La mujer zurda, El peso del mundo. Un diario (1975-1977), Lento regreso, La doctrina del Sainte-Victoire, Por los pueblos, Historia de niños, El chino del dolor, Historia del lápiz, Ensayo sobre el juke-box, La ausencia,Ensayo sobre el día logrado, La repetición, La tarde de un escritor,  Ensayo sobre el cansancio, Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina, o justicia para Serbia, En una noche oscura salí de mi casa sosegada, Lucie en el bosque con estas cosas de ahí, La pérdida de la imagen o por la Sierra de Gredos, El año que pasé en la bahía de nadie, Don Juan, Vivir sin poesía.

Don Juan: contado por él mismo (fragmento)

En el umbral de la sala donde se estaba celebrando la boda Don Juan se limpió cuidadosamente los zapatos con una hoja del único árbol que había en el patio. Las manos se las frotó con un manojo de tomillo silvestre. Abrió y cerró varias veces los ojos, rápidamente, y además se golpeó de un modo rítmico las mejillas, como hacen los héroes en las viejas películas después de aplicarse el agua para afeitarse.





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 Dentro, la música de baile, que había enmudecido desde hacía un rato, volvía a sonar y él, en vez de dar vueltas siguiéndola, se puso en pie sobre una pierna y, por encima del hombro, miró hacia atrás y hacia arriba, al cielo, al cual, mientras le venía a la mente su hijo muerto, de un modo tan doloroso como ninguna otra cosa, lo vio 
más abierto de como lo había visto nunca antes. Qué fértil, qué incomparablemente material y espacial podía aparecer para uno el cielo cuando, en el momento justo, levantaba la vista hacia él; todavía, ninguna cosa más espacial y ningún espacio más material. De un modo parecido a un zapatero que, desde la calle soleada, entra en su sombrío taller, y además para estar allí el día entero, y de un modo parecido a un minero que desaparece metiéndose en su mina, y además no sólo para un único turno, Don Juan dio el paso hacia atrás trasponiendo el umbral y entrando en la sala en la que se estaba celebrando la fiesta; por lo menos éstas fueron las imágenes que luego, al contarlo, se le escaparon. "

     


El momento de la sensación verdadera (fragmento)

El viento se había calmado, y cuando, en el silencio, se levantó del patio una bandada de palomas, la escuchó como la primera ráfaga de un huracán. El presidente, maquillado para la televisión, echó los labios hacia delante, completamente entregado a su papel; lo simpático era que ya hubiera pensado en todo por adelantado. Keuschnig descubrió entonces lo que le molestaba: que el programa fuera para todos y no para él solo. Se refugió en una mirada por la ventana, como hacía antaño en clase, en la universidad: las cortinas blancas, recogidas – ¿de dónde procedía ese rumor? Ah, llueve, pensó regocijado. Había empezado a llover con un crujido, como cuando se pone en marcha un vehículo muy cargado. Luego tronó por encima del Palais de l’Elysée y Keuschnig tuvo escalofríos de puro bienestar. 





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El presidente se había quitado las gafas y decía: «Amo el cambio». Tras esta frase se produjo una pausa y Keuschnig temió que los periodistas no tuvieran ya más preguntas. Hojeó rápidamente en su cuaderno de notas — un ruido parecido al de la bandada de palomas de antes. No se le ocurría nada. Señor presidente, ¿desea usted ver sangre? Los focos de la televisión se apagaron, y apenas Keuschnig apretó la mano contra los ojos — aprovechando la última complicidad — el presidente de la República desapareció. (¿De qué república?, pensó Keuschnig. Contar le alivió: se sentía incluido y al menos tenía la sensación de ser un coetáneo.)
No quería ir todavía a casa. Si llegaba demasiado pronto, Stefanie no estaría preparada para recibirle. (También él tenía que ensayar hoy el reencuentro con Stefanie y la niña.) ¿Quizá las sorprendería haciendo algo si abría antes de tiempo la puerta? Compró en el quiosco de la Avenue de Marigny — donde mi amigo, pensó — un periódico y, sosteniéndolo sobre su cabeza para protegerse de la lluvia, fue dando rodeos, por las calles del distrito VIII, tan despacio como le era posible, sin angustiarse. "

Cualquiera de estas obras no te dejará indiferente.

Librado a suerte y verdad, un escritor es siempre condicional, provisorio, circunstancial. Ese estado de precariedad puede durar años, dando a entender que está sostenido por una fortaleza bien disimulada.




El chino del dolor (fragmento)

Los platos habían sido retirados, la puerta cerrada, el fuego ardía. Los jugadores estaban ante sus copas, la nieve anunciada («la última nieve», dijo alguien) caía desde la oscuridad contra las ventanas («ojos de una bandada de fantasmas», dijo ahora otro); éstas primero crepitaban al caer la nieve y luego quedaban silenciosas como si en el vidrio se hubiese calmado una tensión. El hijo en el pasillo seguía murmurando al teléfono. Cada uno de los copos que se acercaban volando se movía como una alegoría, tan indefinida como indefinible.
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Con las yemas de los dedos me di levemente masaje en las sienes, como cuando siento presión o dolor; aparte la silla y, volviéndome al sacerdote, le pregunté: «En la tradición religiosa, ¿existen los umbrales?» «¿Como objeto o como imagen?» «Como ambas cosas.»
Mientras el sacerdote reflexionaba, los demás comentaban lo que se les ocurría.
El dueño: «La gata que tenemos aquí jamás pasa negligentemente por encima de los umbrales. Siempre se detiene ante ellos y olisquea cuidadosamente el suelo. A veces, incluso evita el contacto y salta. Sólo en la huida, ante un perro, por ejemplo, ya no existe la duda ante el umbral; en ese momento sólo cuenta el interior de la casa. Pero entonces el que duda es el perseguidor.»
El político: «Tengo dos clases de sueños acerca de umbrales que continuamente se repiten. En el primero voy sin zapatos y resbalo en el umbral porque, llevando calcetines, éste, sea de madera o de piedra, es muy escurridizo, y además redondeado en los cantos.


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Pero, sin embargo, siempre llego incólume al otro lado y es el susto el que me cura, ya que al resbalar me pregunto: ¿dónde estoy?, sabiendo precisamente, a causa del susto, dónde estoy. En este caso el umbral tiene algo de trampolín de un deportista que salta. En la otra variante del sueño, sólo es el umbral de una habitación y además, como es frecuente en las actuales edificaciones nuevas, un mero listón de metal. Pero yo soy incapaz de pasar por encima. En todo el sueño no ocurre nada más, salvo que estoy ante la puerta abierta de la habitación, observando mi cara, que es reflejada por el metal. Cuando en una ocasión por lo menos me pude dar la vuelta, vi a mis espaldas una caseta de vidrio con intérpretes simultáneos que esperaban a que yo por fin diera comienzo a mi discurso.» 
Resultado de imagen de novelas de peter handkeEl pintor: «Antiguamente había enemistades tan grandes entre algunos pueblos, que el que lograba avasallar destrozaba las estatuas de los templos del vencido, haciéndolas añicos y usándolas en casa para pavimentar sus umbrales. En algunas culturas encontramos dibujos ante los umbrales, con el diseño de un laberinto; estos dibujos deben servir, como se cuenta, más para proponer un rodeo que para provocar una detención. Para mí, los umbrales no suponen ningún problema. Para decirlo con otras palabras: aún no he alcanzado la suficiente madurez para ello. De todas formas pienso a veces: si existen pinturas arriba en los dinteles de las puertas, ¿por qué no hacer también que los umbrales abajo se reconozcan mediante formas y colores? ¿O por qué razón construirlos? Ya veremos.» 
El sacerdote, que mientras tanto se había concentrado, dijo: «En lo que yo sé, el umbral como objeto apenas existe en la tradición. En una ocasión, el profeta anuncia un retemblar del templo tan fuerte que incluso temblaría el umbral de piedra. Pero sí aparece frecuentemente como imagen, aunque generalmente se emplee una palabra distinta. En el registro de los diccionarios especializados, después de la palabra “umbral” uno encuentra una flecha que advierte: véase “puerta”. El umbral y la puerta (o el portal) representan una parte de la totalidad. Esta totalidad en el Antiguo Testamento es la ciudad, una vez la meramente terrenal —¡gime, portal!; ¡grita, ciudad!—, otra vez, la celestial.

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El Señor ama los portales de Sión más que todas las tiendas de Jacob; en el Nuevo Testamento, unas veces la condenación —los portones de entrada al infierno—, otra vez, la salvación. Yo soy la puerta. El que por mí entre, se salvará. En la consciencia habitual, los umbrales significan, por tanto: traspaso de un ámbito a otro. Quizá seamos menos conscientes del hecho de que el umbral en sí es un ámbito o, mejor dicho, un lugar propio de prueba o refugio. El montón de escorias en el que está sentado Job en su miseria, ¿acaso no es un umbral de prueba de este tipo? ¿No llegaba uno antaño a lograr la protección de un ser humano postrándose en su umbral al término de la huida? La antigua palabra “pórtico”, ¿no muestra el umbral como morada, como un ámbito especial? La doctrina actual dice, sin embargo, que en este sentido ya no existen umbrales. El único umbral que nos queda hoy, según uno de mis catedráticos modernos, es ése que existe entre el estar despierto y el soñar, y aun esto apenas se percibe. Exclusivamente en el caso de los locos el umbral se yergue, visible ante todo el mundo, en la vida cotidiana, justo como el fragmento de aquellos templos destruidos. Umbral no significaba límite —éstos, empero, aumentan más y más, interior y exteriormente—, sino zona. Resultado de imagen de peter handke teatro


La palabra «umbral» contiene transformación, inundaciones, vado, albarda, aprisco (como a modo de cobijo). “El umbral es la fuente”, reza un proverbio casi desaparecido. Literalmente, dijo este profesor: “Precisamente de los umbrales recibieron sus fuerzas los amantes y amigos. ¿Pero dónde volver a encontrar hoy en día —así sigue— los umbrales eliminados si no es en el interior de nosotros mismos? Nos curamos por nuestras propias heridas. Si ya no cae nieve de las nubes, que siga nevando dentro de mí.” Cada paso, cada mirada, cada gesto, debería hacerse consciente de que él mismo podría ser un posible umbral y volver a crear, en consecuencia, lo perdido. La transformada conciencia de umbrales podría, por tanto, transferir nuevamente la atención de un objeto hacia otro, y de éste al siguiente, hasta que la escuadrilla de la paz volviera a aparecer sobre la faz de la tierra, aunque solamente fuera para ese determinado día, y así subsiguientemente, día tras día, tal vez como en ese juego de niños en el que la piedra afila la tijera, la tijera por su parte corta el papel y el papel, por la suya, envuelve la piedra. 

Es decir, que los umbrales, como lugares poderosos, quizá no hay desaparecido, sino que han llegado a ser capaces de sobrevivir, como fuerzas internas. Siendo conscientes de estos umbrales, uno por lo menos dejaría morir al otro de una muerte natural. La consciencia de los umbrales sería la religión de la naturaleza. No se podría prometer más. 
"




Tres claves para la lectura de la obra de Peter Handke: la imagen, la narración, el viaje EUSTAQUIO BARJAU 
Universidad Complutense de Madrid

http://revistas.ucm.es/index.php/RFAL/article/viewFile/RFAL0909220047A/33057


El cine y Peter Handke

http://www.imdb.com/name/nm0359563/

     




Ayer de camino (fragmento)
-- En el pueblo de mis padres en Irlanda, hay una pequeña tienda-dijo John Ford- donde, de niño, cuando compraba algo, recibía siempre como cambio caramelos, que tenían ya preparados en un cubo. Hace algunas semanas estuve allí otra vez, la primera desde hace más de 50 años, y quise comprar puros en la tienda ¿y qué diréis que pasó? ¡Metieron la mano en un cubo que había bajo la caja y me devolvieron caramelos!
--John Ford repitió muchas cosas sobre América que yo había oído ya en el viaje, de Claire y de otros; sus opiniones no eran nuevas pero contaba historias que las ilustraban y explicaba cómo habían llegado a formarse esas opiniones. A menudo cuando se le preguntaba sobre algo en general, daba un salto mental y se refería a detalles, sobre todo a personas concretas. Al preguntarle cosas sobre América recordaba siempre personas que había conocido. Nunca formulaba juicios, sólo repetía textualmente lo que habían dicho y lo que le había pasado con ellas. Tampoco nombraba más que a sus amigos.
-- Es insoportable estar enemistado con alguien-dijo John Ford-. De repente el otro pierde su nombre, y se convierte en una simple imagen, su rostro queda envuelto en sombras y se hace impreciso, deforme, y sólo lo podemos mirar fugazmente, de abajo a arriba, como si fuéramos ratones. Cuando tenemos un enemigo, nos repelemos a nosotros mismos. Y sin embargo, siempre hemos tenido enemigos... 


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-- ¿Por qué habla siempre en plural? -le preguntó Judith.
-- Los americanos hablamos así, aunque sea de nuestros asuntos privados-respondió John Ford-. Quizá se deba a que, para nosotros, todo lo que hacemos forma parte de una acción pública común. Sólo se cuentan historias en 1ª persona cuando uno representa a todos. No utilizamos el yo con tanta solemnidad como vosotros. En vuestro país incluso la vendedoras que venden cosas que no les pertenecen en absoluto, dicen: ¡Se me acaba de terminar! o ¡todavía me queda una camisa de cuello de cosaco!. Me ha pasado a mí mismo, de veras me ha pasado-dijo John Ford. Por otra parte, os imitáis tanto los unos a los otros y os escondéis tanto detrás de los otros que hasta las criadas responden al teléfono con la voz de la señora-dijo-. Decís siempre "yo", y sin embargo, os sentís halagados si os confunden con otro. ¡Y encima pretendéis ser totalmente inconfundibles!. Por eso estáis siempre enfurruñados, y os sentís ofendidos. Cada uno es alguien especial. Aquí en América, nadie se enfurruña y nadie se encierra en sí mismo.
 No suspiramos por la soledad: uno se vuelve despreciable cuando está sólo, no se ocupa más que de sí mismo y cuando además sólo habla consigo mismo tiene que dejar de hacerlo después de las primeras palabras. 
-- ¿Sueña usted a menudo?-preguntó Judith.
-- Casi nunca soñamos ya-dijo John Ford-. Y si lo hacemos se nos olvida. Como hablamos de todo, no nos queda nada para soñar.
-- Háblenos de usted mismo-dijo Judith.
-- Siempre que tenía que hablar de mí mismo, me parecía que era demasiado pronto para ello-respondió John Ford-. Mis experiencias no estaban suficientemente lejanas. Por eso me gusta hablar de lo que otros han vivido antes que yo. También he preferido hacer películas que sucedían en una época anterior a la mía. Rara vez echo de menos lo que he vivido por mí mismo, pero siento gran nostalgia por las cosas que nunca he podido hacer y por los lugares en los que no he estado. (...) 

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Miró hacia abajo, al valle donde el último sol brillaba todavía a través de las hojas de los naranjos.
-- Cuando veo moverse así las hojas y el sol brilla a su través tengo la sensación de que se mueven de ese modo desde hace una eternidad-dijo- y cuando la experimento me olvido completamente de que existe una Historia.
-- Pero los naranjos son cultivados, no naturales...-dijo Judith.
-- Cuando el sol brilla a través de ellos, jugando, me olvido de eso-dijo John Ford-. Y también me olvido de mí mismo y de mi presencia. Entonces quisiera que nada cambiase, que las hojas siguieran moviéndose siempre, que no se recogieran las naranjas y que todo continuase tal como es.
-- ¿Le gustaría también que los hombres continuaran viviendo tal como han vivido siempre?-preguntó Judith.
John Ford le lanzó una mirada sombría.
-- Sí-dijo-, eso quisiéramos. Hasta hace un siglo las personas que detentaban el poder se preocupaban del progreso y de su implantación. 

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En los tiempos modernos, hasta hace poco, las ideologías salvadoras salían siempre de quienes tenían el poder: los príncipes, los magnates de la industria, los benefactores... Sin embargo, los poderosos no son ya benefactores de la Humanidad, todo lo más, se comportan como si lo fueran en casos aislados, y únicamente los pobres, los desposeídos y los impotentes imaginan cosas nuevas. Los únicos que podrían cambiar algo no se preocupan ya, y por eso todo debe seguir siendo como antes. (...) 
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Una ama de llaves india salió apoyándose en un bastón y le echó una manta por las rodillas.
-- Ha aparecido en algunas de mis películas-dijo John Ford-. Quería convertirse en una verdadera actriz, pero no puede hablar, es muda. De manera que se convirtió en funámbula. Luego se cayó, y entonces volvió a mí. Sobre la maroma se sentía muy bien. Le parecía como si de repente pudiera hablar. Todavía ahora coloca los pies como si anduviese por la cuerda floja. (...)
Nos llevó a su alcoba y nos señaló el montón de los guiones de cine que le seguían mandando.






-- Aquí hay historias hermosas, sencillas y claras. Son historias que hacen falta.
Su mujer estaba en la puerta, detrás de nosotros; él se volvió y ella sonrió. El ama le trajo café en un jarro de hojalata y él bebió levantando la cabeza; de las orejas le salían mechones de pelo blanco, y tenía la otra mano en la cadera. Su mujer se acercó y nos mostró las fotos de la pared: en una se veía a John Ford dirigiendo una película en un sillón de director en forma de equis, con una máscara de apicultor en la cabeza: había algunas personas de pie o sentadas a su lado, también con máscaras encasquetadas, y a sus pies tenía un perro de orejas caídas; en la otra foto acababa de terminar otra película: tenía una rodilla en tierra y sostenía un trípode, y los actores lo rodeaban con la cabeza inclinada hacia él; uno de ellos apoyaba una mano en la cámara, como si la acariciase.
-- Ese fue el día en que se acabó de rodar The Iron Horse-dijo John Ford-. Trabajaba en la película una joven actriz, que lloraba todo el tiempo. Cuando dejaba de llorar le secaban las lágrimas, pero entonces se acordaba de sus penas y comenzaba a llorar otra vez.



Miró por la ventana y seguimos la dirección de su mirada: se veía una colina cubierta de hierba y matorrales en flor, un camino serpenteaba en torno a ella hasta su cima.
-- En América no hay caminos, sólo carreteras-dijo John Ford-. Yo he construido ese camino porque me gusta pasear al aire libre.
Sobre la cama había una manta de la Marina y encima de ella, en la pared, colgaba un cuadro de la Madre Bernini, la primera santa de América, sobre la que una vez quiso hacer una película.


Su mujer cogió el acordeón que había en el cuarto y tocó Greensleeves. La india trajo sobre una bandeja rebanadas de pan de maíz calientes, untadas de mantequilla. Comimos y miramos por la ventana.
-- Se nos empiezan a ver ya las orejas de cerdo bajo la piel-dijo John Ford, de pronto-. ¿Me quiere acompañar un rato?
Le ofreció a Judith el brazo y subimos a la colina. El camino estaba cubierto de un polvo claro; caían ya algunas gotas de lluvia, y donde rebotaban el polvo se contraía en pequeñas bolas. John Ford hablaba. Cuando alguno de nosotros se quedaba atrás, se detenía, porque no quería hablarnos desde arriba. Habló de sus películas y repitió una y otra vez que las historias que contaba eran ciertas.
--Nada es inventado-dijo-. Todo ha ocurrido realmente.
Nos sentamos en la cima de la colina sobre la hierba, y miramos al valle, allí abajo. Encendió su puro con una larga cerilla de cocina.
-- Me gustaría estar siempre con alguien-dijo John Ford-, y me gustaría también marcharme siempre el último de una reunión, porque no quiero que ninguno de los que se quedan me critique y quiero impedir también que se critique a los que se marchan. Así he rodado también mis películas. 




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Sobre la colina que había enfrente, relampagueaba ya. La hierba a nuestro alrededor estaba crecida y el viento la recorría a veces con sombras claras y oscuras. Las hojas de los árboles se volvieron, y centellearon como marchitas. Durante un rato no sopló el viento. Luego susurró detrás de nosotros un arbusto mientras todos los demás permanecían inmóviles. "



Peter Handke

   (Austria, 1942)
Handke
  Poeta, dramaturgo, novelista, guionista y director de cine austriaco nacido en Griffen. Estudió Derecho en la Universidad de Graz de 1961 a 1965. Empezó escribiendo al mismo tiempo novelas, obras de teatro, poesía y prosa, con el ánimo de distanciarse de las convenciones literarias establecidas y de tomar contacto con la -Heile Natur-, o mundo interior, un concepto que él deriva de Goethe. 


A su obra se la considera representativa del estilo de la Neue Subjektivität (Nueva Subjetividad). En 1966, publicó su primera novela Los abejorros y estrenó tres obras de teatro, entre las que se encontraba Insultos al público, una controvertida obra de anti-teatro en la que cuatro actores discuten con el público. 





Su primera colección de poemas, El mundo interior del mundo exterior del mundo interior, apareció en 1969. 


         

 A partir de su narración detectivesca El miedo del portero al penalty (1972), escribió en colaboración con Wim Wenders el guión para la película que este último dirigió; una colaboración que se repitió en el film Cielo sobre Berlín (1987). 



Realizó algunas películas como La mujer zurda (1977), a partir de un cuento suyo. Entre sus obras de teatro se encuentra Kaspar (1968), basada en la historia de Kaspar Hauser. 

Sus numerosas obras en diversos medios de comunicación han sido por igual elogiadas y severamente criticadas por su relación con la naturaleza y los efectos del lenguaje, su frecuente dependencia de elementos autobiográficos y su uso de técnicas poco convencionales. 



Entre sus novelas más recientes destacan, Cuando desear todavía era útil (1974), El chino del dolor (1983), La repetición (1986), El juego de las preguntasLa tarde de un escritor (1993) y El año que pasé en la bahía de nadie (1999).  © M.E.





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http://www.revistadelibros.com/articulos/novelas-de-peter-handke


Los avispones (fragmento)

" Rápidamente buscó con la mirada la cama en la que, en otro tiempo, él había dormido con el segundo hermano, pero estaba vacía. Durante un buen rato se quedó mirando la cama vacía: en la almohada, dijo, parecía que se dibujaba la silueta de una cabeza, sin embargo, seguramente se trataba del efecto de las sombras del fuego proyectadas en la pared.
Sus miradas regresaron a los ojos, volvieron a salir y otra vez me miraron. Se fijó en las puntas de los dedos que se curvaban como garras y en las uñas manchadas de resina. Vio la piel de la mano agrietada, recubierta de barro seco y cuarteado. Apartó la mirada. Miró un instante hacia la puerta. Sus ojos buscaron refugio en las brasas ardientes cuyas grietas y hendiduras absorbían y expelían la corriente cálida de aire en una continua alternancia de viento y calma.
 Enseguida quitó la vista del fuego y, arrastrando toda su cara por el cristal, miró hacia el borde del muro sin que, no obstante, desde aquí dentro se pudiera oír el ruido de la mejilla aplastada contra el cristal de la ventana doble.
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Se detuvo un instante y por debajo del alero miró hacia arriba dejando caer la cabeza sobre la nuca; de un vuelo se asió de la cornisa de la ventana y se dio un impulso hacia arriba y ahora, arrodillado, con el cuerpo erguido sobre la pila de leña, miraba en diagonal hacia mí a través de las marcas que los dedos y las mejillas habían dejado en el empañado cristal. Justo en aquel momento yo retiré los pies del borde del arca, los desplacé trazando un semicírculo (primero eran claros; después, sobre el fondo claro del fuego abierto, oscuros; después, en la oscura habitación, claros otra vez) y los puse de nuevo sobre el colchón de paja que, a su contacto, crepitó como si ardiera. Por un instante, vio de perfil la cabeza del que estaba sentando. Porque me conocía, me reconoció. Su mano se deslizó cornisa abajo. Se dejó caer sobre los talones y ocultó la cabeza tras el ancho marco central de la ventana; colocó el reverso de la mano en forma de arco sobre la frente, la puso entre la frente y el cristal y me miró. Mientras tanto, según dijo, yo había abierto únicamente el rostro hacia el calendario colgado encima de la cama vacía, en cambio, mis ojos, cuyas bóvedas él veía brillar de lado, carecían de mirada. La posición de los brazos no había cambiado. Ahora, él esperaba los gestos propios de alguien que reanuda el sueño. Los dedos se desprendieron de la espalda y dejaron al descubierto las huellas de sudor de la camisa; los brazos, que seguían entrecruzados, resbalaron vientre abajo; el tronco se balanceó hacia atrás, hacia el cabezal. Pero mientras yo miraba fijamente el calendario, mi hermano arañaba el cristal con la uña del pulgar. "

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LOS AVISPONES”, DE PETER HANDKE
















http://revistadeletras.net/los-avispones-de-peter-handke/

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El escritor como testigo sospechoso. Peter Handke y su denuncia de la guerra mediática


por Cecilia Dreymüller






Las alas del deseo (fragmento)


" Cuando el niño era niño andaba con los brazos colgando, quería que el arroyo fuera un río, que el río fuera un torrente y que este charco fuera el mar. Cuando el niño era niño no sabía que era niño, para él todo estaba animado, y todas las almas eran una. Cuando el niño era niño no tenía opinión sobre nada, no tenía ninguna costumbre, se sentaba en cuclillas, tenía un remolino en el cabello y no ponía caras cuando lo fotografiaban. 

(...)
Cuando el niño era niño no podía pasar las espinacas, los porotos, el arroz con leche y la coliflor salteada. Ahora se lo come todo, y no porque lo obliguen. Cuando el niño era niño despertó una vez en una cama extraña, y ahora una y otra vez. Muchas personas le parecían bellas, y ahora sólo con suerte. Imaginaba claramente un paraíso, y ahora apenas puede intuirlo. Nada podía pensar de la nada, y hoy esta idea lo estremece. Cuando el niño era niño jugaba con entusiasmo, y ahora se sumerje en sus cosas como antes, sólo cuando esas cosas son su trabajo. 
(...)
Cuando el niño era niño, las manzanas y el pan le bastaban de alimento, y todavía es así. Cuando el niño era niño, las bayas le caían en la mano sólo como caen las bayas, y ahora todavía lo hacen. Las nueces frescas le ponían áspera la lengua, y todavía es así. Encima de cada montaña tenía el anhelo de una montaña más alta, y en cada ciudad el anhelo de una ciudad más grande, y siempre es así todavía. En la copa del árbol tiraba de las cerezas con igual deleite como hoy todavía lo sigue haciendo. Se asustaba de los extraños, y todavía se asusta; esperaba las primeras nieves, y todavía las espera. Cuando el niño era niño, lanzó un palo como una lanza contra un árbol, y aún hoy vibra todavía. "
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SOMBRAS DE CELULOIDE SOBRE UN PAISAJE DESIERTO

TRES PERSONAJES DE PETER HANDKE Y WIM WENDERS

SANDRA SANTANA






La vida de la mente. El camino de Peter Handke


Por Juan Villoro


http://www.letraslibres.com/revista/convivio

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Un el discurso que Peter Handke (Griffen, Austria ... - Revista Destiem

http://www.destiempos.com/n29/borges.pdf




Resultado de imagen de peter handkeEnsayo sobre el lugar silencioso (fragmento)

" También después, ya fuera en el aula o en cualquier otro sitio, siguió sin mirarme; pero ahora entre nosotros dos estaba claro que esto se había convertido en un juego, en nuestro juego. Él ya no era mi enemigo. Desde el episodio del cuarto de baño teníamos en común un pequeño secreto, y estoy seguro de que si hoy, casi medio siglo después, nos volviéramos a encontrar, al momento, y por primera vez, entraríamos en diálogo; empezaríamos a hablar… no de la carrera y de aquellos tiempos sino de los momentos imprevisibles, sorprendentes que habíamos pasado juntos en aquel Lugar Silencioso.

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La otra vez que aquí importa en la que fui al Lugar Silencioso de la Facultad para lavarme el pelo, por lo menos esto es lo que recuerdo, fue al atardecer, todavía más tarde. Era ya noche cerrada y yo creía que ya no había nadie en el edificio: abierto al aire libre, el lugar donde refugiarse, un lugar acreditado como lugar más o menos secreto. Al abrir de un empujón la puerta que daba a las habitaciones de los lavabos y los servicios, las luces, de una especial claridad, estaban encendidas, habían pulsado los interruptores —¿o, en aquel tiempo, aún los habían girado?—, y en el lavabo que yo acostumbraba a utilizar alguien había metido la cabeza y también se estaba lavando el pelo. Al entrar yo, desde abajo me hizo un guiño y, a pesar de que era un desconocido, me saludó como si no ocurriera nada especial. 

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Yo no conocía a este hombre; no me había encontrado con él nunca, ni en la universidad ni en la tienda donde yo trabajaba a veces, antes de las fiestas, en la sección de envíos, ni en ninguna parte. Y, no obstante, el extraño no me era en absoluto extraño, o lo era de un modo que casi irradiaba familiaridad. 
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No, no era familiaridad, era más bien una especie de espanto. Aunque para lavarse el pelo este hombre se había quitado la camisa, cosa que allí yo no hacía nunca, y aunque además por la edad hubiera podido ser mi padre o alguien de su edad, yo me vi, y esto ocurrió con sólo mirarlo, a mí mismo de pie junto al lavabo. 



En la habitación de los lavabos me topé con mi doble, el doble que, desde mi primera infancia, sabía que estaba en alguna parte, detrás de los horizontes, y que algún día se cruzaría en mi camino, o yo en el suyo. "







Bildung y nihilismo. Notas sobre Falso movimiento, de Peter Handke y ...

aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/revistaeyp/article/download/.../5193


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Edgar Borges: <i>El hombre no mediático que leía a Peter Handke</i> (Ediciones En Huida, 2012)



Edgar Borges: El hombre no mediático que leía a Peter Handke

http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=4388

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El miedo del portero al penalty (fragmento)

" Descubrió que tenía la extraña manía de enterarse de los precios de todo. Se quedó aliviado cuando vio que en la luna de cristal del escaparate de una tienda de ultramarinos habían escrito con pintura blanca los nombres de las mercancías que habían entrado últimamente y sus precios correspondientes. En un puesto de fruta que estaba delante de la tienda se había caído la pizarra de los precios.
 La puso en pie de nuevo. El movimiento fue suficiente para que alguien saliera y le preguntara si quería comprar algo. En otra tienda habían puesto un vestido muy largo encima de una mecedora. Una etiqueta en la que se había clavado un alfiler estaba junto al vestido en el asiento de la mecedora. Bloch no tenía muy claro si el precio se refería a la silla o al vestido; probablemente uno de los dos no estaba a la venta. Se quedó parado allí delante hasta que esta vez también salió alguien a preguntarle.


Portada 
Él preguntó a su vez; le contestaron que seguramente el alfiler de la etiqueta se había caído del vestido, pero desde luego era evidente que la etiqueta no podía ser de la mecedora; por supuesto, era de propiedad privada. Solamente había querido informarse, dijo Bloch, que ya se iba. Le gritaron dónde podría encontrar ese mismo modelo de mecedora. En un café preguntó el precio de la máquina tocadiscos. No era suya, dijo el dueño, solamente era prestada. No se había referido a eso, contestó Bloch, sólo quería saber el precio. Únicamente se quedó satisfecho cuando el dueño le dijo el precio. Pero no estaba seguro, dijo el dueño. Entonces Bloch empezó a preguntar sobre otros objetos del establecimiento pues el dueño tenía que saber sus precios, ya que eran de su propiedad. Después el dueño empezó a hablar de los baños públicos, cuyo costo de construcción había excedido con mucho el presupuesto inicial. «¿En cuánto?», preguntó Bloch. El dueño no lo sabía. Bloch se impacientó. «¿Y a cuánto ascendía el costo del presupuesto inicial?», preguntó Bloch. El dueño tampoco pudo contestar esta vez. De cualquier manera, en la primavera pasada había sido encontrado un muerto en una cabina, que probablemente había pasado allí todo el invierno. Tenía la cabeza metida en una bolsa de plástico. El muerto había resultado ser un gitano. En la región había algunos gitanos sedentarios; se habían construido unas casitas en el linde del bosque con la indemnización de daños y perjuicios que habían recibido por su detención en los campos de concentración.

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«Por lo visto, por dentro las tienen muy limpias», dijo el dueño. Los policías, que con motivo de la búsqueda del escolar desaparecido habían interrogado a los habitantes de las casitas, se habían quedado sorprendidos al ver el suelo recién fregado y en general el orden existente en el interior. Pero precisamente ese orden, siguió diciendo el dueño, no había hecho más que agravar las sospechas; pues seguramente los gitanos no hubieran fregado el suelo de no haber tenido un motivo. Bloch no desistió en su propósito y preguntó si habían tenido suficiente con la indemnización para la construcción de los alojamientos. El dueño no podía decir a cuánto se había elevado la indemnización. «Por entonces los materiales de construcción y los obreros eran aún baratos», dijo el dueño. Bloch dio la vuelta por curiosidad al vale de caja que estaba pegado a la base del vaso de cerveza.

 


«¿Tiene esto algún valor?», preguntó después mientras se metía la mano en el bolsillo y ponía una piedra encima de la mesa. El dueño, sin tocar la piedra, contestó que piedras como ésa se encontraban en los alrededores cada dos pasos. Bloch no replicó. Entonces el posadero cogió la piedra, la hizo rodar un poco en el hueco de la mano y volvió a ponerla encima de la mesa. ¡Qué desilusión! Bloch guardó la piedra inmediatamente. "


Peter Handke y Wim Wenders: el lento regreso del sujeto escindido.

 ADOLFO VÁSQUEZ ROCCA

http://reflexionesmarginales.com/3.0/peter-handke-y-wim-wenders-el-lento-regreso-del-sujeto-escindido/


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Escritor eminentemente viajero, siente una especial predilección por España. Reside en las cercanías de París.


Cómo me va con la lectura, Peter Handke



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¿Usted lo expresa con la palabra “pueblo”? A saber, esos individuos dispersos que no se conocen -pero que luego dejan de sentirse solos.
Sí, precisamente hoy, temprano, continué la lectura de las cartas de Rahel Varnhagen, cuando se encuentra por primera vez con Goethe*: no había querido mostrarle nunca su aprobación de toda la vida por lo que él había escrito, y cuando luego él la visita por la mañana por propia iniciativa -ella todavía no estaba bien arreglada, como se decía entonces, en negligée– y se echa encima un batón, pero cuando él se ha marchado -sólo se quedó poco tiempo y luego desapareció de pronto-, entonces ella tuvo la necesidad… sólo entonces se arregla de veras bien, como si él todavía estuviera allí. Entonces se pone un vestido con un hermoso cuello alto y un pañuelo maravilloso. Lo que a mí me llama especialmente la atención es lo que ella dice luego: “me siento colocada en el mismo rango, es decir me siento en el mismo nivel que él”, y que esto no suene a presuntuoso, y que mediante el encuentro con él, ella se sienta, por decirlo así, armada caballero, por más que probablemente todo fue un asunto de una conversación rápida. No se trata de una exaltación por parte de ella, sino que es increíblemente natural, y uno advierte que siempre seguirá actuando sobre ella, la circunstancia simplemente de que se encontraran allí de igual a igual dos personas y se sintieran de igual linaje -es decir, no como dos pobres gentes en el lodo, ni tampoco, por decirlo así, como nobles o como reyes, sino de igual linaje. A solas consigo mismo uno no es nunca de igual linaje, es algo que siempre tiene altibajos. Pero el encuentro con el otro… tal vez sea erróneo decir “congenial”… pero con un espíritu equilibrado, uno mismo es sacado de esta alternancia de las sensaciones en la cual uno está cotidianamente, sumergido sin una lectura concentrada, y tiene por fin el equilibrio. Quiero decir, qué otra cosa hace el arte sino dar el equilibrio al que lo recibe o puede recibirlo atentamente, es decir, le da equilibrio y al mismo tiempo lo coloca en un plano de igualdad con la más pura de las naturalezas. Ahora yo mismo hablo más como lector, no hablo de mí como autor, sino para contar cómo me va con la lectura, cómo me fue.
Peter Handke
Diálogo con Herbert Gamper
Documental: Corinna Belz
Peter Handke: In The Woods, Might Be Late


Carta breve para un largo adiós (fragmento)

" Nos comimos los bocadillos, y luego fuimos hacia un grupo de árboles, porque al sol hacía demasiado calor. La niña se dejó llevar por mí, y corrí con ella entre los robles y los olmos, mientras Claire nos seguía despacio al principio y se quedaba luego muy atrás. Debía de haber una vía de ferrocarril en las proximidades, porque cuando la niña arrancó algunas hojas de los árboles se llenó las manos de hollín. Sin embargo, aquellas hojas acababan de brotar. Llegamos a un claro, donde un arroyo, casi invisible, corría bajo unas anchas plantas acuáticas. Con el rabillo del ojo vi un animal grande; me volví, pero era sólo una rata que se deslizó bajo las hojas. De momento se quedó inmóvil allí abajo, con la cola asomando entre las briznas de hierba. Me agaché con la niña para tirarle una piedra; no había ninguna cerca, y al ponerme otra vez de pie me di cuenta de que nos habíamos hundido un poco. Levanté un pie, porque el agua se había acumulado ya alrededor del zapato, y di un paso de costado; mi pierna se hundió súbitamente hasta la rodilla en un fango tibio, y sentí, sin oírlo, cómo se quebraban bajo el cieno algunas ramas podridas.


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Me quedé con las piernas abiertas, pero sin hundirme más; la cola de la rata almizclera había desaparecido al hundirme yo. Como de pronto había dejado de moverme, la niña se agarró a mí, respirando más aprisa. Llamé a Claire con la voz más indiferente posible. «¡No llames!», dijo la niña. Empecé a sacar la pierna, y antes de haberla liberado por completo salté hacia atrás, hacia los árboles, y el zapato se me quedó atascado en el barro. Creí que la niña gritaba de miedo, pero se estaba riendo de mis saltos. Claire estaba sentada en el suelo, apoyada en un árbol, y se había dormido. Me senté frente a ella; la niña encontró bajo las hojas del otoño pasado algunas bellotas viejas, con las que, en silencio, se puso a jugar junto a mí. Al cabo de un rato Claire abrió los ojos, como si acabara de dormirse, y vio en seguida que me faltaba un zapato y que tenía los pantalones llenos de costras de barro. Como si relatara un sueño, contó lo que me acababa de pasar, y yo se lo confirmé. "



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