Un punto importante de la selección de escritores es que todos ellos han sido publicados en nuestro país y quien quiera leerlos puede hacerlo.
Este viaje a través de las literaturas no incluye la literatura en español, pues la autora lo reserva para otro volumen.
Para Mercedes Monmany su país preferido es Irlanda, con cuatro premios Nobel en un siglo, George Bernard Shaw, William Butler Yeats, Samuel Beckett y Seamus Heanney, sin olvidar al genial Flann O´Brien o a John Banville. Cultura que en muchas ocasiones parece tapada por la inglesa e, incluso, la estadounidense, país al que emigraron cientos de miles de irlandeses. Islandia es otro país de una gran tradición literaria, del cual podemos afirmar que es el país donde hay mayor cantidad de escritores por metro cuadrado; es uno de los puntos calientes de la literatura contemporánea y entre ellos destaca el premio nobel Halldór Laxness.
Mundo Monmany
Su campo de estudio es europeo, una Europa que se desborda hacia Asia, América y África, y donde, como escribió un día la brasileña Nélida Piñón, la vida «nunca fue tranquila ni suave». La zona más atendida se localiza en Centroeuropa, el Este, el Oriente, ese territorio de imperios caídos (el austrohúngaro, el Reich hitleriano, el soviético) y nacionalidades movedizas: lo que ayer era húngaro será rumano; lo alemán, polaco; lo polaco, ruso; lo italiano, yugoslavo o croata. La inestabilidad geopolítica europea habría fomentado en sus escritores una sensación de imposible arraigo, de indefensión, «de extranjería permanente y apátrida». El exilio se convierte en forma de vida, en carácter, y, en la visión de Mercedes Monmany, el escritor aparece como extensión del temperamento de sus personajes, y los personajes son atributos de su creador. No hay disyunción entre el autor y la obra.
Este amplísimo viaje literario cubre un espacio inmenso y a la vez muy limitado, entre el cosmopolitismo y el provincianismo radical. Dos ciudades podrían servirnos de síntoma: la ciudad de Czes?aw Mi?osz, la polaca Vilnius, es decir, Vilna, capital de Lituania, donde se habla polaco, ruso, lituano y yiddish; y Klagenfurt, en el sur de Austria, cuna de Robert Musil e Ingeborg Bachmann, que la encontró pueblerina a pesar de su Babel internacional de italianos, eslovenos y austríacos germanófonos. Las ciudades pueden ser personajes literarios, como descubrieron Franz Hessel, Walter Benjamin, W. G. Sebald, Olivier Rodin, Orhan Pamuk o Claudio Magris, y destaca Mercedes Monmany: ciudades como «madres amorosas y posesivas» o como atolladeros insalvables. Una novela es, a ojos del israelí David Grossman, un viaje interior, de iniciación: los libros, según Cees Nooteboom, van del punto de partida a un punto final que sugiere un nuevo punto de partida. Por las fronteras de Europa lleva un subtítulo, Un viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI, y funciona también como una antología de citas que invitan al lector a nuevas lecturas imprevistas.
Novelas, cuentos, ensayos, obras de ficción y de historia, diarios y biografías, reportajes periodísticos y libros de viajes, merecen la atención de Mercedes Monmany, que tantea los límites entre ficción y no ficción, fluctuantes como las fronteras de los territorios literarios elegidos para su estudio. Movimientos, generaciones, analogías y afinidades se entrelazan más allá de las fechas, del uso de un mismo idioma, de la pertenencia a determinadas tradiciones o leyes religiosas. El fondo común de toda esta literatura es la crisis del pensamiento europeo y, por consiguiente, de la novela, asumida como epítome de la producción literaria. Europa sería una realidad y una idea en mutación, en fuga, rota entre dos guerras mundiales y locales a la vez, y marcada indeleblemente por la herida del Holocausto. Tal estado de cosas habría decidido los rasgos característicos de una literatura de nómadas y exiliados perpetuos, de individuos que incluso se sienten expatriados sin llegar a salir nunca de su cuarto.
Mercedes Monmany asume la consigna que Baudelaire imparte en el primer capítulo del Salón de 1846: «La crítica debe ser parcial, apasionada y política». Aquí la descripción de las obras equivale a su valoración. Excelentes serán, por ejemplo, los escritores que aciertan a «traducir, en un ambiente entre fantasmagórico y mortecino, el gris siniestro y vulgar de una dictadura», los heroicos testigos «impotentes y horrorizados» de épocas «de opresión, miedo y muerte». El objetivo de Anton Chéjov de «luchar contra la falsedad y el autoritarismo», formulado a finales del siglo XIX, se superpone a finales del XX con la definición de Milan Kundera: la novela sería antiautoritaria por naturaleza. Mercedes Monmany lo argumenta: la novela «se funda en la relatividad y ambigüedad de las cosas humanas; es, por tanto, radicalmente incompatible con el universo totalitario».
Se le asigna así una función a la literatura: «Sacar esqueletos de los armarios […] desnudar los cómplices silencios y mentiras de la ciudad». Deslenguada, deberá «satirizar […] absurdos ritos sociales fosilizados». Polémica, dará pie a «incómodos debates». Revelará «secretos e imposturas». Las novelas policíacas de John Banville, firmadas con el seudónimo de Benjamin Black, se leerán como «crítica social, retrato de una época, indagación moral y psicológica de personajes que viven atrapados tras la imagen exterior que han creado para ofrecer una pátina de prestigio y respetabilidad». El escritor destruirá «fetiches ideológicos» y «clichés nostálgicos y sentimentales», empezando por los suyos propios. Para Mercedes Monmany, la literatura tiene un «valor depurador», siempre a contracorriente del flujo de la lengua oficial, de Estado, mayoritaria, de la que hablaban en su ensayo sobre Kafka, hace mucho, Gilles Deleuze y Fálix Guattari, recordados aquí por Magris. Las convicciones éticas se convierten en ley estética, lingüística. La primera responsabilidad del escritor sería, como dice Mercedes Monmany antes de citar a Amos Oz, evitar «la confusión o evasión deliberada del lenguaje diario empleado por todos»: raíz de todo mal es no llamar a las cosas por su nombre.
A primera vista más interpretativo que judicial, el método de Mercedes Monmany para acercarse a la obra literaria es indirectamente normativo y se atiene en lo fundamental a la clásica afirmación de I. A. Richards, en 1926: el crítico es «juez de valores». Los valores que exaltan las reseñas de Por las fronteras de Europa reciben su peso moral de su entidad estética, del atrevimiento verbal de autores que, como proponía Antonia S. Byatt, registran la ocasión en la que «el manto de lo impensable se retira […] lo bastante para poder entreverlo». Svevo y Joyce, «dos meteoritos de la incertidumbre y el malestar europeos», señalan el principio de la renovación de la prosa en el siglo XX. Pero la vitalidad de estas literaturas impertinentes parece un síntoma de agotamiento histórico: los autores extraen sus fuerzas de un momento de extenuación siempre cumplido, dilatado, renovado, superado otra vez para anunciarse de nuevo.
En Por las fronteras de Europa se utiliza un campo de adjetivos que se refieren menos a la obra que a la impresión que causa en la lectora, Mercedes Monmany, y que se le augura al futuro público lector. De la observación de la obra se deducen los efectos que causará en quien la lea. La adjetivación remite a los sentidos: el tacto, la vista, el gusto. Una novela es punzante, agridulce, perspicaz, deliciosa. Los cuentos, por ejemplo, del boloñés Silvio D’Arzo son de una «mordiente dulzura», de una «rotunda claridad». Zadie Smith es espectacular, brillante, afilada, corrosiva. Cabría hablar de una estética del Shock and Awe, si tenemos en cuenta que el guionista y actor cinematográfico danés Knud Romer «nos habla de forma espeluznante de la estela de horror y violencia, de animalidad vergonzosa y primaria, que dejan las guerras mucho después de haber acabado». La conmoción es compatible con la contención y con el desbordamiento: las desmesuras del ruso Viktor Pelevin y «su fértil y febril fantasía satírica» no desmienten las aproximaciones de John Berger al reino de lo innombrado, ni los mundos insinuados de Kazuo Ishiguro. Erri de Luca escribe una literatura medida, espiritual y despojada, pero su «afilada y estremecedora belleza […] se hace casi insoportable, espeluznante».
El humor, «ese fetiche tan útil para respirar y seguir viviendo», sería un antídoto contra «la seriedad monstruosa del poder». En manos del finlandés Arto Paasilinna se vuelve «corrosivo, absurdo y antisistema». La alemana Birgit Vanderbeke lo emplea para dinamitar y demoler. Los soviéticos Ilf & Petrov lo usaron en los años veinte del siglo pasado como «desternillante artillería de sarcasmos masacrantes». El francés Boris Vian, «imaginación en estado puro», lo vuelve feroz «en despiadadas sátiras sociales y de costumbres». Si es «disparatado, excéntrico y portador de un germen mordaz, salvaje y cáustico», el humor será «sumamente irlandés». El del inglés Evelyn Waugh también es cáustico, con «zarpazos de ironía fulminante y arrasadora». El alemán judío Edgar Hilsenrath, «insolente, deslenguado y de dudoso gusto», someterá el tema más trágico –el Holocausto– al humor judío, «vitriólico», adjetivo aplicado también al israelí, mucho más joven, Etgar Keret (1967), otro maestro de «la trituradora del humor». Materia incandescente, el humor carcome esos «estados de perversión de valores a gran escala que son las dictaduras», como dice Mercedes Monmany a propósito del rumano Norman Manea.
Pero, hablando del ensayista Pietro Citati, a quien dedica un capítulo encabezado por la rotunda afirmación de que «el escritor es la literatura», Mercedes Monmany expone su idea de crítica. Se trataría de un procedimiento «sumamente atractivo para el lector», basado en la «construcción de tramas alrededor de tramas ajenas», la narración de lo ya narrado por otros. El intérprete o médium literario conciliaría la indagación psicológica (respecto a autores y personajes: el autor se transforma en personaje) y la interpretación textual, «privilegiando tras la máscara de los sucesos […] el efecto simbólico». Mercedes Monmany cumple sus objetivos: es atenta con sus lectores y con sus escritores.
Diré también lo que no encuentro en Por las fronteras de Europa. Siendo un volumen de reseñas de cientos de obras en más de veinte lenguas traducidas al español, ¿dónde están los traductores? Sólo nombra a dos traductoras al español, Isabel Hernández y Carmen Romero, y a la traductora de Miklós Bánffy al inglés, su nieta Katalin Bánffy-Jelen, así como celebra a dos italianos, Guido Ceronetti, traductor del hebreo y el latín, y Nadia Fusini, traductora del inglés. La ausencia se siente más si pensamos que la propia Mercedes Monmany ha traducido alguna vez y con fortuna.
Justo Navarro ha traducido a autores como Paul Auster, Jorge Luis Borges, T. S. Eliot, F. Scott Fitzgerald, Michael Ondatjee, Ben Rice, Virginia Woolf, Pere Gimferrer y Joan Perucho. Sus últimos libros son Finalmusik (Barcelona, Anagrama, 2007), El espía (Barcelona, Anagrama, 2011), El país perdido. La Alpujarra en la guerra morisca (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2013) y Gran Granada (Barcelona, Anagrama, 2015).
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MMERCEDES MONMANY Y LAS LITERATURAS DEL EXILIO. UN FRENTE CONTRA LA DESMEMORIA
EMMA RODRÍGUEZ © 2021 /
Señalaba Stefan Zweig: “Decir adiós es un arte difícil y amargo que estos últimos años hemos tenido la ocasión de aprender sin apenas un respiro. ¡De qué cantidad de cosas y cuántas veces hemos tenido los emigrados, los expulsados, que despedirnos!”
Estas palabras, pronunciadas por el escritor vienés en 1939, en el funeral de Joseph Roth, que son citadas por Mercedes Monmany en el inicio de su obra Sin tiempo para el adiós. Exiliados y emigrados en la literatura del siglo XX, logran atrapar el espíritu de un recorrido intenso, fascinante, clarividente, que nos mantiene en vilo a lo largo de más de 500 páginas.
Con una increíble capacidad para bucear en las vidas ajenas, para comprenderlas en sus circunstancias, así como para combinar amenidad y erudición, la autora, ensayista y crítica literaria, especializada en literatura contemporánea europea, entre otras muchas actividades relacionadas con la cultura, consigue trazar un relato colectivo hecho de muchas voces, de biografías diversas unidas por el hilo de la literatura, sin duda un gran mirador para mirar al ayer, a sus claros y nieblas, a sus derrotas y resistencias.
Monmany nos habla de una época atravesada por odios y guerras, que no debe caer en el olvido. Ahora que las ideas fascistas vuelven a emerger en Europa, ahora que estamos en tiempos de migraciones, que se acelerarán con el cambio climático, urge tener muy presentes las reflexiones, los caminos de tantos creadores que ahondaron en la experiencia de la partida, que hubieron de arrancar de cero en lugares diversos. Por eso esta entrega resulta especialmente oportuna en momentos como los actuales, marcados por la incertidumbre y por una preocupante desmemoria.
Thomas y Klaus Mann, Robert Musil, Herman Broch, Alfred Döblin, Jean Améry, Carlo Levi, Cesare Pavese, Natalia Ginzburg, Marisa Madieri, María Zambrano, Max Aub, Yorgos Seferis, Witold Gombrowicz, Sándor Márai, Nina Berbérova, Josep Brodsky, los citados Zweig y Roth y James Joyce (el exiliado voluntario), son algunos de los protagonistas de este trayecto caudaloso, abarcador, lúcido, tan lleno de descubrimientos, de inspiraciones.
A través de sus vivencias y de sus obras literarias accedemos a un recorrido histórico turbulento. A través de sus declaraciones y de sus escritos, palpamos la desesperación, la confusión, los sinsabores y la impotencia ante las persecuciones y los totalitarismos de los días en que vivieron. Seguir leyéndolos es una manera de entender lo que sucedió y también sus derivas, los rastrojos que el río del tiempo ha arrastrado hasta las orillas del presente.
Monmany, que con anterioridad había publicado otro ensayo de cuyas fuentes se nutre el que nos ocupa, Por las fronteras de Europa, un viaje por la narrativa europea de los siglos XX y XXI, gusta de sumergirse en ficciones y memorias, pero siempre con el relato de los acontecimientos históricos a mano. Ambos planos se complementan y trazan un mapa tan certero como emocional.
La irrupción del nazismo, que provocó que más de 2.000 artistas e intelectuales abandonaran precipitadamente Alemania a partir de enero de 1933, ocupa una parte importante de una travesía que también se detiene en la España franquista, en la Italia de Mussolini, en la Rusia de Stalin… Sentimiento, reflexión, experiencia e indagación en los hechos, se dan la mano en una obra estructurada en capítulos que parten de los destinos de personajes concretos para dar cuenta de realidades diversas en torno al exilio, a las tomas de postura a las que dio lugar, a las literaturas que generó.
Sin tiempo para el adiós es, como os decía, una entrega apasionante, un libro que despierta las ganas de leer otros muchos libros, de acceder a las confidencias de testigos excepcionales, que contaban con un arma poderosísima contra la barbarie: la palabra, la creación, como altavoz y como denuncia, como la mejor manera de dejar testimonio, de visibilizar a tantos y tantos seres anónimos, desterrados, arrancados de sus raíces, silenciados.
– Si algo me ha acompañado durante la lectura de este ensayo es la idea de su oportunidad, la oportunidad de recuperar hoy las experiencias de tantos creadores que vivieron el exilio en tiempos de guerra, en momentos de confusión, de incertidumbre. Las dos contiendas mundiales, la Guerra Civil española, son telones de fondo persistentes. Ahora que volvemos a ver emerger los fascismos en Europa, ¿qué podemos aprender de las vivencias, de los testimonios de los muchísimos protagonistas de este libro?
– Aunque el exilio, el ser arrojados y expulsados de la tierra propia, atraviesa toda la historia de la humanidad, y en concreto su literatura, desde Homero al destierro de Ovidio en Constanza, por no hablar de la Biblia y el libro Éxodo, las dos guerras mundiales encadenadas, el triunfo de los fascismos y, en general, la materialización criminal de los dos grandes totalitarismos, el nazi y el soviético, que atraviesan de forma paralela y complementaria el siglo XX, dejan una estela infinita, nunca vista en la Historia con estas dimensiones, de millones de muertos, internados en campos y gulags, y también de exiliados, por supuesto.
Los fascismos, las tiranías en sus diversas formas, sangrientas guerras civiles como la nuestra, marcan de forma devastadora esa tremenda dispersión fuera de sus fronteras, tanto de disidentes, de ciudadanos no conformes o perseguidos, como de toda una élite –artistas, escritores, políticos e intelectuales en su más amplio espectro- de cada país. Una élite que encarna toda una época y que se ve acosada y expulsada, a riesgo de ser silenciada, encarcelada o incluso asesinada. Profundizar todo lo que se pueda en la historia “reciente” por así llamarla, la que nos antecede, y antecede el estado del bienestar que hemos conocido, el más largo periodo de paz en suelo europeo que ha habido, leer sin cesar testimonios, acercarse a obras literarias y a ensayos, creo que se hace más necesario que nunca. Y hay que alentar, sobre todo, a las nuevas generaciones a no olvidar, a estar alerta y no bajar la guardia jamás. La democracia es un bien frágil, más endeble de lo que podemos pensar.
– ¿Fue esto algo que tuviste presente durante el proceso de investigación, de escritura?
– Me apasiona leer libros de historia y siempre he dicho que leo novelas, ensayos, incluso poesía, con un libro de historia en la mano. Lo mantengo siempre como una especie de género literario “paralelo” a la lectura de grandes autores admirados que incluyo en este libro, ya fueran Broch, Joseph Roth, Nabokov, Joyce, María Zambrano o la familia Mann. Siempre me gustó ir leyendo buenas biografías de mis escritores preferidos conforme me sumergía en sus obras y practicar, en lo posible, esta técnica mixta. También siempre ha estado muy presente mi interés por la política y la evolución de las sociedades. Y en el siglo XX la presencia de catástrofes políticas -muchas ellas surgidas desde la misma democracia, como fue la elección de Hitler como canciller- hacen necesario, a la hora de tratar a todos los autores de importancia de su tiempo, no perder de vista la situación de su país en el momento en que estaban llevando a cabo sus obras.
La unión de literatura, y de arte en general, con la historia, para mí es fundamental e indesligable. Y lo es para penetrar y contextualizar completamente unas obras en el curso de determinados aconteceres y de diversas vorágines históricas de las que era imposible evadirse, ya fuera el genocidio judío, el golpe militar que dan los nacionales en España, la persecución y los fusilamientos masivos durante el Gran Terror de Stalin o las guerras de los Balcanes de los años 90. Me considero crítica literaria y ensayista, sobre todo, y me gustan mucho ese tipo de autores que proceden de una manera comparativa, intentando incluir todo tipo de detalles significativos, historias, relaciones con otros escritores de su época, así como revelaciones, o no, de la grandeza y también de la miseria humana en cada momento. Escritores o ensayistas que narran obras y autores ligando y relacionando movimientos artísticos y acontecimientos políticos y sociales a un mismo tiempo.
– Estamos ante un ensayo muy abarcador. ¿Hasta qué punto te lo planteaste como un relato colectivo, como una unión de destinos, de voces en lucha contra la desmemoria, capaces de hacernos tomar conciencia? Yo creo, y así lo he vivido como lectora, que un libro como este, resulta necesario frente a las corrientes que pretenden reescribir la historia del siglo XX, minimizar algunos de sus capítulos más aterradores; incluso volver a difundir antiguos argumentos y miedos.
– Me gusta mucho que menciones este tema del “relato colectivo”, porque para mí es fundamental y siempre estuvo presente, de algún modo, aunque no fuera totalmente consciente, en la escritura de este libro. Es decir, la idea de hacer hablar a toda una colectividad de perseguidos (no cito por supuesto a los perpetradores y verdugos que los perseguían) por distintos que fueran los ámbitos, lenguas y países de los que provenían. Y en ello también me sirvió de inspiración algo que comentaba mi muy admirado Primo Levi. Él se consideraba “lastrado por la responsabilidad” de haber vivido todo aquel horror y se veía, por fuerza, convocado en su doble condición de testigo y escritor. Quería que, aunque sus libros estuvieran firmados únicamente por él, fueran leídos al mismo tiempo como obras colectivas, “como una voz que representara otras voces”. Siempre insistió en ello. Me parece una idea preciosa. Mientras sigamos vivos, nuestro deber es no dejar de hablar, con el fin de que se sepa “hasta dónde se puede llegar”, como decía Levi. La memoria, la lucha contra el olvido que se posa de forma inevitable conforme pasan los años, los traumas y las generaciones, hay que llevarla a cabo de forma incansable. Como advertencia y con el fin de que nunca se repita.
– Al respecto me parece muy significativo que el libro se inicie con un capítulo dedicado a Klaus Mann, el “gran activista de la emigración antinazi”, lo defines. Incluyes un párrafo de su primera novela, La danza piadosa, sobre la confusión que se experimentaba en el Berlín de la República de Weimar, en los tiempos prehitlerianos. “Quizá ninguna época anterior fue tan consciente de su confusión, de su ignorancia acerca de adónde se ve arrastrada (…) No podemos saber cuál es la solución a este malestar que nos invade...” ¿De qué manera Klaus Mann dialoga con nosotros, ciudadanos y ciudadanas del siglo XXI?
– Uno de los dilemas, conmigo misma, como autora, era por dónde empezar el relato de cientos, miles de perseguidos que se desplazan sin parar de un lugar a otro, aunque me detenga, claro está, en algunos de ellos, escogidos como “símbolos” de aquellas gigantescas diásporas y dramas humanos. Me pareció de lo más idóneo, no solo por la admiración que le profeso como escritor, muchas veces ensombrecido por la sombra masacrante de su padre, arrancar con Klaus Mann. Y lo llamo “activista del exilio” porque realmente lo fue. Se dedicó en cuerpo y alma a difundir el terror nacionalsocialista que aún muchos se negaban a reconocer y la verdad de lo que estaba sucediendo en Alemania. Se involucró sin descanso en poner en marcha revistas, en pedir artículos, en agitar, movilizar y mantener unida, en definitiva, a una inmensa emigración antinazi, muy distinta entre sí, como es de suponer. Él y su hermana Erika Mann, los jóvenes y rebeldes Mann, publican, en el mismo momento en que se estaba produciendo, una especie de “who is who” de la emigración antinazi, una especie de diccionario de personas, lugares donde iban recayendo, testimonios contados por unos y por otros que titulan Escape to Life. Algo inaudito que no había sucedido en ninguna otra emigración, al menos de esta manera, narrado de forma contemporánea mientras acaecía la huida de miles de artistas, escritores, compositores, directores de cine, periodistas y un largo etcétera que escapaban de la tiranía.
– Podemos sentirnos muy identificados con ese malestar colectivo. Los años 30 del siglo pasado están más cerca de lo que pensábamos. Hoy también asistimos a una significativa pérdida de valores. En el siguiente capítulo, dedicado a Robert Musil, te refieres a su ensayo La Europa desamparada, “sumamente significativo, si se lee con los ojos de hoy”, indicas. Son muchos los autores, las obras, que nos invitan a reflexionar sobre el devenir histórico reciente para entender el ahora. El ensayo está lleno de referencias, de inspiraciones. Si tuvieras que elegir cinco obras, cinco figuras, imprescindibles, ¿cuáles serían?
– Hay muchas obras, claro, que afrontan la barbarie de todo un siglo llevada a cabo por regímenes criminales que instauran un proceso paulatino, salvaje, de demolición de los antiguos valores. Ese momento histórico, sumamente prolongado, en el que, como decía el Premio Nobel Imre Kertész, “las islas de la libertad se iban encogiendo”. Algo que empuja a muchos, como es el caso de Stefan Zweig, y otros, a la desesperación y a suicidarse. Pero si tuviera que escoger unas cuantas obras, aunque solo sean simbólicas, porque hay un gran número, quizá mencionaría las reflexiones sobre los exiliados -tratado como un trauma y herida supranacional, de carácter universal- de María Zambrano en su libro Los bienaventurados. Novelas, muy distintas entre sí, como Tránsito de Anna Seghers o Pnin, en clave de humor y de tragicomedia realmente genial en torno a un emigrado, de Vladimir Nabokov. También el libro de base autobiográfica Manual del exilio, del bosnio Velibor Colic. Y, por supuesto, un libro magnífico, para mí de cabecera, a la hora de entender la implantación de los totalitarismos, y sobre todo la “seducción” de un gran número de intelectuales, que es La mente cautiva del gran escritor polaco Czeslaw Milosz.
– La primera parte del libro me ha resultado especialmente interesante. El exilio de tantas grandes figuras de las letras alemanas, de origen judío, tras la llegada de Hitler al poder, sus posicionamientos, su lucha. Este apartado por sí solo habría dado para un libro, pero has querido enriquecer la entrega con otras aportaciones. ¿Me explicas un poco el criterio seguido?
– El criterio, mi criterio personal quiero decir, es el de practicar un ensayo literario muy libre, sin ataduras, y con una narrativa lo más atractiva posible, algo que he aprendido de grandes maestros que admiro mucho como Claudio Magris o Sebald. En mi libro he intentado, a través de nombres muy conocidos como Thomas Mann, Joyce o Stefan Zweig, pero también a través de otros autores que me interesaban mucho para el tema, pero que eran de conocimiento más minoritario, por así decirlo, como Alfred Polgar, Ödön von Horváth o Gaito Gazdanov, ofrecer un panorama coral de lo que fue, para muchos brillantes escritores, vivir en un siglo, el siglo XX, fundamentalmente de exilios y gigantescas migraciones a lo largo y ancho de todo el continente. No me considero una historiadora de la literatura de carácter académico, plegada a nombres y hechos considerados canónicos que por fuerza hay que mencionar, así que obré con total libertad para desplazarme por obras, autores, lugares de exilio, experiencias diversas y desgarradoras, testimonios o escritos que me parecían fundamentales para dar una idea de esos éxodos continuos, ininterrumpidos. Para mí es esencial siempre el “relato”: juntar muchas voces y hacer una sucesión con ellas, de forma encadenada, pero al mismo tiempo narrarlo todo de la manera literaria más lograda posible. Nunca se sabe si se consigue, claro, es un enigma.
– Gran parte de los escritores, de los intelectuales y creadores que aparecen, ya eran viejos conocidos de Mercedes Monmany, pero seguro que también hay otros que cobraron relevancia en el transcurso de la obra. ¿Cuáles han sido los descubrimientos, las sorpresas que te ha deparado este recorrido?
– Yo creo que descubrimientos ha habido pocos porque es un tema que siempre me ha acompañado, desde hace años. Tras tratar el Holocausto en un libro anterior, Ya sabes que volveré, vi de forma clara que el exilio era el otro gran trauma europeo que tenía que separar de manera autónoma. Un exilio que se podía abordar desde muchos campos, el artístico y musical, el político y sociológico, pero mi zona de acción, de escritura, es desde siempre la literatura y lo centré por tanto en los escritores que se vieron forzados a abandonar su tierra. Se podría decir que, para mí, es el tema de toda una vida, un tema que siempre me obsesionó. Igual que el hecho de las fronteras. Y detrás de ellas, por supuesto, todo lo que tiene que ver con Europa. El fenómeno del exilio, de los desterrados, de los expatriados o emigrados poco a poco, en silencio y como clandestinamente, me fue acompañando cada vez más. Fui leyendo y reuniendo un gran número de volúmenes que conformaron una parte importante de mi biblioteca. Por otro lado, conocí a exiliados, a españoles que habían regresado, pero también a balcánicos, cubanos, sirios o iraníes, y siempre me asombró cómo habían sido capaces de construir una vida a partir de cero. Cómo sacaron fuerzas del más absoluto de los abandonos en muchos casos. Me sorprendía cómo podían convivir con el dolor y ese desgarro insoportable, terrible, de no poder volver a su tierra, tras haberlo dejado todo atrás, amigos, familia, una cultura, una lengua, unos paisajes y unas costumbres que tejen de forma natural la vida cotidiana en la que se ha nacido y crecido. Todo se abandonaba de un día para otro, sin tiempo para el adiós, para las despedidas, de ahí mi título. Por otro lado, se abandonaba todo sin un periodo o una fecha conocida, esa fecha ansiada de finalización que permitiría el regreso.
– Visto en conjunto, llama nuestra atención el camino del suicidio elegido por no pocas personalidades de la cultura, incapaces de asimilar las experiencias vividas. Al respecto es muy interesante la postura de Thomas Mann, tan contrario a esa decisión. Thomas Mann frente a Stefan Zweig. Thomas Mann frente a su propio hijo Klaus. Resistir o claudicar. Mann y Zweig son dos grandes faros para entender el pasado, dos grandes faros en este ensayo.
– Sí, Zweig y Mann fueron dos grandes autores que marcaron una época, no solo la lengua alemana, sino la literatura de su tiempo al completo. Pero eran dos personalidades muy distintas. Stefan Zweig siempre tuvo tendencia a la depresión, no se logró enfrentar al demonio de aquellos tiempos, el nazismo, como había sido el título de una de sus obras, con la decisión y firmeza que lo hace Mann desde su exilio en Estados Unidos. Y claudica, como dices. Pero no por falta de convencimiento, sino por pesimismo y abatimiento. Creyó verdaderamente que los nazis dominarían no solo Europa sino que llegarían también a América.
– Es mucho lo que aporta el largo recorrido de este libro, muchas las lecciones que nos entrega. La reivindicación de Europa como unión, lejos de patrias excluyentes, es importante. Muchos de los protagonistas se sentían, por encima de todo, europeos. Un horizonte todavía lejano. ¿Crees que la experiencia del exilio puede proporcionar a quienes la viven un sentimiento de formar parte de un todo, esa noción tan ideal de ser “ciudadanos del mundo”?
– Por supuesto. A algunos el exilio, a fin de cuentas, les confirmaba esa idea de cosmopolitismo en la que creían firmemente, a pesar del dolor de verse expulsados de su hogar de forma injusta. Hay un fragmento sumamente elocuente de Gombrowicz en su Diario en el que defiende el exilio para los creadores, diciendo que “se consigue una extraordinaria libertad espiritual, se rompen las ataduras y se puede ser más uno mismo”. Según él, un gran descreído con las patrias y los simbolismos nacionales que ataban a las personas a un país determinado, la pérdida de la patria no empujaba a la anarquía a nadie que “supiera ir más lejos, más allá de la patria”. La pérdida de la patria no perturbaba “el orden interior de aquellos para los que la patria es el mundo”.
– Joseph Roth simboliza, por encima de todos, la “figura trágica del desterrado europeo”, señalas. “Tenemos que irnos para que a las hogueras arrojen solo nuestros libros”, llegó a declarar. ¡Cuánto expresa esta frase! ¿Hasta qué punto leer a Roth, a Zweig, a Hesse, a los Mann, nos aproxima a la Europa aún por construir? “¿Quién era realmente europeo?”, te preguntas en las páginas del ensayo. ¿Cabe seguir haciéndose la misma pregunta? ¿Qué escritores actuales han recogido la llama del europeísmo? ¿Claman en el desierto, ha pasado ya el tiempo en el que los intelectuales eran escuchados?
– Lo ideal, desde luego, para mí y para otros en nuestros días en Europa, es la construcción sobre todo de una comunidad espiritual, de valores humanistas compartidos. Hablar menos de economía y fomentar más la unión del espíritu, del progreso en materia cultural y en educación. Esa era la Europa soñada por Stefan Zweig, por Joseph Roth y otros, la de una institución “supranacional” y de tarea “civilizatoria” después de todas las barbaries ocurridas. Zweig repitió sin descanso que “sólo un vínculo más estrecho de todas las naciones podía dar lugar a una estructura supranacional capaz de dar alivio a las dificultades económicas, de suprimir las posibilidades de guerras en nuestro continente y vencer el sacroegoísmo nacionalista”. Muchas cosas nos unen. No hay que olvidar que, con distintos avatares políticos e históricos, todos los europeos, de norte a sur, de este a oeste, estamos recorridos por un eje invisible, constante, que es nuestra cultura común compartida: nuestra literatura, nuestra arquitectura, nuestro arte, nuestra música, nuestros museos y monumentos. En nuestra época todos compartimos parecidas experiencias. Visitamos museos que forman parte ya del patrimonio general europeo como el Prado, el Louvre o el Tate Modern y nos leemos todos, mutuamente, a través de traducciones. Hoy día no hace falta hablar en checo, francés o sueco para recorrer, física o mentalmente, el continente. Como decía Umberto Eco “el idioma europeo es la traducción”. Durante años, de forma abusiva, se ha estado hablando únicamente de economía, de las deudas que ahogaban a cada país de distintas maneras, de riñas y disputas entre norte y sur o entre este y oeste del continente, de supremacías entre un continente u otro, en lugar de insistir en los principales valores en los que todos los europeos nos podíamos reconocer: la defensa de las libertades, de la igualdad, de los derechos humanos, de la lucha contra la discriminación y la xenofobia y, por supuesto, de la cultura que nos une y cohesiona, por encima de las diferencias.
– España y la Guerra Civil ocupa uno de los apartados finales del libro. ¿Crees que tenemos suficientemente presentes a autores como Machado, María Zambrano, Max Aub? ¿En qué medida mantener la memoria viva, clara, sin manipulaciones, puede significar avanzar hacia un mejor futuro como país? ¿Crees que la Guerra Civil, la dictadura, están suficientemente bien explicada a los jóvenes?
– ¡Espero que estén bien explicadas! Para saber de dónde venimos y adónde vamos y como acto de respeto a los que nos antecedieron. De todos modos, no hay ningún país europeo que no tenga un conflicto pendiente con su pasado y con la memoria colectiva: ya sea referido a su etapa colonial, a los nefastos días del colaboracionismo con los nazis o con el fascismo o bien, en nuestro caso, por tantas y tantas víctimas que sucumbieron ya fuera durante la guerra o durante la dictadura y que no han hallado aún una digna sepultura.
– Estamos acostumbrados a leer el exilio como una experiencia negativa, sombría, pero también es cierto que muchos de los protagonistas de este ensayo lo vivieron como oportunidad. Francisco Ayala hablaba de lo que aprendió de otras culturas, de lo que le aportaron y enriquecieron los países de acogida. Y como él muchos otros para los que significó un cauce de creatividad, de descubrimiento, de transformación. ¿Cuáles de los protagonistas de Sin tiempo para el adiós lo entendieron de este modo?
– Por supuesto se dan los casos de que, bien por el propio desarrollo interior de un escritor en esos momentos, o bien por un nuevo e insólito observatorio que era la vida cotidiana en tierras extranjeras, se produjo una especie de renacimiento literario en algunos de estos autores exiliados. Muchos sacaron de todo ello una experiencia positiva y engrandecieron su obra con la cultura de acogida. Por otro lado, la elección de la lengua como lengua de creación en el exilio era un dilema que siempre planeaba, sin excepción, dramáticamente, por encima de las más vitales decisiones a las que los intelectuales y escritores exiliados, de cualquier género, se tienen que enfrentar, tarde o temprano. Ello los condiciona enormemente: integrarse en el medio en el que se vive, cambiando de lengua de creación, o bien seguir atados a ella, a la lengua de origen, sin un público que los pueda seguir, ya que en sus países de origen estaban prohibidos. Es un doloroso dilema, salvo en el caso de los escritores españoles: una gran parte de ellos se instala en países hispanoamericanos: en México, Argentina, Chile o Perú, e inmediatamente, sin transición, continúan escribiendo y publicando en periódicos y en importantes editoriales, en ocasiones fundadas por ellos, del continente americano.
– El asunto se complica cuando las lenguas de los países de acogida no coinciden.
– Sí, y entonces surge el gran dilema: ¿Qué hacer, abandonar la lengua propia, y quedar reducidos a un insignificante público de colonias de emigrados o pasarse a la lengua del lugar en la que podrán ser difundidos, y conocidos, sin problema por otros muchos? Como es sabido, Nabokov se convierte en un gran maestro de la lengua inglesa, como lo fue el polaco Conrad en su día. Brodsky, por su parte, seguirá escribiendo la mayor parte de sus poemas en ruso y sus ensayos y también otros poemas en inglés. Sin embargo, los polacos Gombrowicz y el Premio Nobel de Literatura Milosz, el húngaro Sándor Márai, Elias Canetti o el rumano de nuestros días Norman Manea, jamás renunciarán a seguir escribiendo en su lengua nativa, en la lengua en la que se criaron y que hablaban en familia. Una lengua que, como dice Manea, alejada de su lugar natural, se convierte en una especie de “lengua nómada”, en una casa que se lleva consigo siempre, como el caracol transporta sobre sus espaldas su vivienda. Como él explicará, ninguna de las lenguas de su emigración llegará a convertirse en lengua de su interior, de su “corazón”. Algo muy importante para un escritor. También lo dice Márai en sus Diarios: el problema de todas las emigraciones es en qué medida asimila el desplazado el idioma de la comunidad que lo acoge, en detrimento de su lengua materna. Además, el intento por parte de un autor de intentar escribir en el idioma extranjero corta al mismo tiempo el cordón umbilical, el contacto con el lenguaje que lo sustentaba y que mantenía vivas su conciencia y capacidad creativa. Pero él, Márai, toma una clara decisión, como manifiesta: “Llegara donde llegase sería un escritor húngaro”.
– ¿En qué medida el exilio contribuyó a enriquecer, a transformar, la obra de los grandes nombres de las letras que llenan las páginas de Sin tiempo para el adiós? Recurres al historiador griego Plutarco, quien ya decía que si muchos de los grandes pensadores de su tiempo no se hubieran marchado, “quizá no habrían hecho lo que hicieron”.
– Es cierto. Muchos de los escritores que aparecen en Sin tiempo para el adiós probablemente no habrían escrito igual si no se hubieran visto obligados a exiliarse. Aunque en algunos casos, como en el de Joyce, su exilio fuera voluntario, el exilio en sí fue provechoso literariamente para muchos de ellos. Uno de los casos más conocidos es Nabokov. Ignoro qué hubiera sucedido en el caso concreto de su obra maestra Lolita, por ejemplo. El instinto creador de Nabokov era extraordinario, incontenible, deslumbrante en cualquiera de los casos y condiciones, y quién sabe la forma rusa que le hubiera dado a un tema así, en el caso de haber seguido viviendo en San Petersburgo, con continuos viajes, por supuesto, como buen políglota y cosmopolita, a Londres, Berlín o París. Y siempre en el supuesto de que la Revolución no hubiera triunfado, claro. En el caso de todos los genios que analizo en mi libro, ya sean Hermann Broch, Thomas Mann, Brodsky, la filósofa María Zambrano o los austrohúngaros Joseph Roth y Stefan Zweig, lo único que jugaba en contra de ellos a veces -como es el caso de estos dos últimos citados- era el tiempo, que en ocasiones se comprimía, la muerte, las amenazas, las dificultades cotidianas, la desesperación, acechaban a cada paso y lamentablemente muchas veces no pudieron seguir escribiendo. Pero el mito de que fueran mejores o peores como escritores exiliados o como escritores que se habían quedado en casa es variable. Evidentemente, para los exiliados interiores, había algo contra lo que no podían luchar: la censura. El ver sus obras prohibidas, el impedírseles publicar, que fue el caso de Bulgákov o Anna Ajmátova. Se les permitía vivir, no ser liquidados, a cambio de permanecer ocultos, reducidos a un monstruoso ostracismo.
– ¿Cómo entender el exilio interior? ¿Tal vez como renuncia, como cobardía, como justificación?
– Este tema es muy interesante y creo que hay que aclarar desde el comienzo que no tiene nada que ver con la cobardía, a mi modo de ver. Es un cúmulo de situaciones las que hacen decantarse a un escritor, en determinado momento, por emprender la huida o por quedarse. El más duro, desde luego, siempre era el exilio obligado fuera de las fronteras de un propio país, el tener que abandonarlo a la fuerza. En el caso de los confinados mussolinianos, de los que hablo en mi libro, se trataba -como fue también el destierro de Unamuno en las Canarias– de periodos más cortos de tiempo, con un retorno previsto; un sustituto de cárceles convencionales, cárceles “al aire libre”, como las llamaba también Pavese. En los tiempos de la gran diáspora rusa, por ejemplo, no todos se exiliarían, por supuesto. Muchos grandes escritores, por una razón u otra, ideológica o bien privada y familiar, no huirían y se quedarían secuestrados durante décadas, sobreviviendo o no a las sucesivas purgas.
– Muchos de ellos lo pagaron muy caro.
– Sí. Muchos de ellos serían masacrados (Isaak Bábel, Osip Mandelstam, Boris Pilniak, Nikolái Gumiolov), perseguidos sin piedad y enviados a gulags (Varlam Shalámov, Andréi Platónov, Solzhenitsin) o mantenidos como rehenes de por vida (Boris Pasternak, Anna Ajmátova, Mijaíl Bulgákov). Ajmátova, en un célebre encuentro mantenido con Isaiah Berlin, en 1945, tras preguntarle, uno a uno, por sus viejos amigos que habían emigrado, le diría a Berlin que “tras la desaparición de Mandelstam y Tsveitáieva” Pasternak y ella se quedaron solos. La devoción apasionada que les profesaban innumerables hombres y mujeres de la Unión Soviética hacía que se aprendieran sus versos de memoria, que los copiaran clandestinamente y los hicieran circular. Eran maestros “en la sombra”, esto los enorgullecía profundamente y los mantenía unidos, como si se tratara de una especie de patria subterránea, como hombres y mujeres del subsuelo. Pero ambos, Pasternak y Ajmátova, eligieron permanecer en el exilio interior. La idea de emigrar se les antojaba intolerable. Anhelaban visitar Occidente, pero no si ello implicaba no poder regresar a su patria. Su hondo patriotismo no tenía nada de tintes nacionalistas. Ajmátova simplemente no estaba preparada para emigrar. Por muy terribles que fueran los horrores que la aguardaban, jamás quiso abandonar Rusia. Sin embargo, con la contundencia y radicalidad que era habitual en él en estos temas, Nabokov opinaría, de forma sumamente tajante, que “con muy escasas excepciones, todas las fuerzas creativas de tendencia liberal – poetas, novelistas, críticos, filósofos y demás- habían huido de la Rusia de Lenin y de Stalin”. Los que no lo hicieron, los que escogieron quedarse, según él, “o bien se marchitaban allí o bien adulteraban su talento ajustándose a las exigencias políticas del Estado”.
– La verdad es que hay una gran complejidad en las tomas de postura adoptadas, en la manera en que cada cual reacciona ante las distintas circunstancias. Llevas mucho tiempo estudiando el tema. ¿Cómo lo ves? En el ensayo citas a Claudio Guillén, quien se refiere a “la infinitud del exilio y de las respuestas literarias del exilio”.
– Sí, en efecto, es un tema infinito. Yo misma tuve que poner un límite porque en otro caso se hubiera convertido en un volumen inabarcable y no era mi intención. Tratar el exilio literario de una forma comparativa y europea, me imagino que, por la enorme densidad, ha echado para atrás a muchos investigadores o simplemente escritores que tuvieran intención de abordarlo. Pero, vuelvo a repetir, el mío era un ensayo muy personal y libre, hecho a mi propia medida. Así que incluí nombres, obras o situaciones que yo consideraba de interés, o simplemente muy significativas, de enorme simbolismo. También autores que me gustaban y que seleccioné, entre otros muchos, para estar presentes, si no con un capítulo entero, sí a través de citas o referencias.
– El exilio, el destierro, ha estado muy presente en la literatura desde sus comienzos. Es el tema de la Odisea, marca toda la obra de Joyce. Es muy inspirador el capítulo que dedicas al autor del Ulises. Él representa al “exiliado voluntario”. Es otra vertiente muy interesante.
– En efecto, hay otro grupo de creadores de “exilios voluntarios”, creadores que creen que si se hubieran quedado en su patria, esa misma patria -aun siendo amada- los hubiera “aplastado” de un modo u otro, ahogándoles como escritores. Aquí el principal y más destacado representante por supuesto fue Joyce. Aunque también una escritora irlandesa que me gusta mucho, Edna O’Brien, que en un libro de conversaciones con Philip Roth confesó lo mismo: muchos autores no tienen más remedio que marcharse “cuando las raíces suponen una amenaza excesiva, cuando afectan demasiado”. Joyce dijo que Irlanda es “como una gorrina que devora su propia camada”. Se refería a la actitud del país con sus escritores. “No es ninguna casualidad -continuaba diciendo O’Brien- que nuestros dos ilustrísimos mayores, Joyce y el señor Beckett, se marcharan para no volver”. Por su parte, Joyce lo expresó así en su obra Exiliados: “Hay un exilio económico y otro espiritual. Están todos aquellos que lo abandonan en busca del pan que el hombre necesita y están esos otros, sus hijos más distinguidos, que se marchan buscando en otras tierras ese alimento del espíritu que mantiene con vida a una nación de seres humanos”. Es como si, con esto, Joyce quisiera decir que el famoso concepto de “patria”, o patriotismo, que tantos fervientes nacionalistas, del país que sea, en ocasiones conciben de una única manera, quedándose por fuerza dentro del propio país, un país donde a veces se ven imposibilitados de “avanzar” como creadores, se pudiera ejercer mejor fuera de sus fronteras. Joyce creo que es el ejemplo máximo.
– ¿Y qué hay de los regresos? Podrían dar para otro ensayo. El regreso siendo diferentes, transformados por lo vivido, a lugares que ya no son los mismos. Muchos regresaron. Otros, como Thomas Mann, prefirieron no hacerlo…
– Efectivamente, algunos escritores, cambiada la situación, cuando llega por fin la democracia, decidieron no volver a su país. Ese fue el caso de Thomas Mann, que muere en Suiza, un lugar tradicional de acogida y refugio de múltiples exiliados a lo largo de la historia, donde será enterrado. Igualmente Nabokov y Brodsky, por citar algunos de los más grandes y conocidos autores que trato en mi libro, nunca regresarían. Tampoco lo haría Gombrowicz, que moriría en Vence, cerca de Niza, donde reposan sus restos. En lo que se refiere a Brodsky, la escritora Tatiana Tolstaya, sobrina-nieta de León Tolstói, siempre le insistió en un regreso que nunca se produjo. Nacida igual que Brodsky en San Petersburgo, desde 1989, tras la Caída del Muro, le había instado sin cesar a regresar a Rusia. Tolstaya le hablaba de regresar en reconocimiento, sobre todo, de todos aquellos que lo habían venerado como portavoz cuando estaba en el exilio, para que pudieran tener el consuelo de verlo de nuevo entre ellos en San Petersburgo. “¿Qué me dice de todas esas viejecitas de la intelligentsia?”, le recordaba Tolstaya en una carta, “¿de sus lectores, de todos los bibliotecarios, empleados de museos, jubilados, inquilinos de apartamentos comunales? ¿De aquellos que ocupan las últimas filas en los conciertos filarmónicos, junto a las columnas, donde las entradas son más baratas”? En cierto modo, Tolstaya tenía razón. En esos gigantescos exilios, tan difíciles de compartimentar, desde los que expulsaban fuera del país a los más notables genios, a los que los absorbían mortecinamente, con incontables dificultades, durante décadas, en la forma de exilios interiores, aquellos sufridos viejecitos y viejecitas de la intelligentsia silenciosa, habían mantenido de algún modo la llama viva de la cultura rusa, aparte de los conocidos nombres de opositores y disidentes como Solzhenitsin, Brodsky o Sajarov, de proyección, ellos sí, internacional. El caso es que para continuar en el exilio, tras su muerte, por expreso deseo suyo, en vez de regresar a su San Petersburgo natal, Brodsky quiso que sus cenizas fueran enviadas a Venecia, siendo enterradas en el cementerio histórico de la Isla de San Michele.
– Está claro que la mayor parte de los creadores exiliados a lo largo del tiempo, pese a sufrir muchos de ellos penalidades y tragedias, fueron unos privilegiados por su condición de ciudadanos destacados. Nada que ver con el destino de tantos emigrantes, hombres y mujeres comunes, tan denostados hoy. Pero la experiencia hermana a unos y a otros y corresponde a los primeros dar voz a los silenciados. Esto me parece muy importante.
– Aquí tengo que decir que no fue tan simple. Hay unos exiliados de lujo, por supuesto, y lo voy aclarando en el libro, que gozan desde el momento de llegada de una gran cantidad de oportunidades, son recibidos como héroes, sus obras son publicadas y traducidas sin cesar, se erigen como portavoces aclamados del conjunto de emigrantes y se instalan con todo tipo de comodidades en California, como es el caso de Thomas Mann, o si no en un Brasil, que acoge con los brazos abiertos a Zweig, como una gran figura internacional. En cambio otros, como es el caso del hoy muy conocido Robert Musil, del mismo Walter Benjamin o de nuestra María Zambrano, pasan por enormes estrecheces y no hubieran sobrevivido sin la asistencia mínima que les proporcionan algunos amigos cercanos o alguna asociación de ayuda a los refugiados, como hoy sucedería. Respecto a lo de que siguen siendo “denostados” esto depende mucho, claro, de la mentalidad miserable y egoísta que uno tenga. Pero entonces también sucedía, no solo hoy. Los emigrantes siempre son mirados con recelo, vengan de la guerra que vengan o de las penurias de las que escapen. Esto lo explica continuamente, de forma magnífica, en sus libros una estupenda autora croata de nuestros días, Dubravka Ugresic, a la que le dedico un capítulo.
– Además de los nombres ya citados, en el recorrido nos encontramos con muchísimas otras grandes figuras. Los italianos no podían faltar: Carlo Levi, Cesare Pavese, Natalia Ginzburg… Los griegos, con Yorgos Seferis al frente… Y, por supuesto, se repasan episodios tan interesantes como el de la epopeya de los judíos en Estados Unidos… ¡Cuántas lecturas! ¿Das por terminado el tema con este libro? ¿Seguirás indagando en los pasos de estos y más exiliados?
– No lo doy por terminado, por supuesto. Me imagino que seguiré leyendo todo lo que caiga en mis manos. Me sigue interesando muchísimo el tema. En todo caso, en un próximo ensayo, quizá pasaría ya plenamente a nuestro siglo, el siglo XXI. Lamentablemente, la figura del escritor exiliado de su patria no desaparece en absoluto en nuestros días. Pensemos en la gran cantidad de escritores, periodistas e intelectuales en general que han tenido que salir en los últimos años de Venezuela. O los huidos actuales de la Bielorrusia de un dictador como Lukashenko. Las tiranías son una lacra que no tiene fin, desgraciadamente. Cuando la gente es feliz en su país, cuando los escritores pueden publicar sin problema, sin ser perseguidos, cuando hay libertad y no existe la censura, o cuando no se cierran medios de comunicación opositores, las personas no tienen por qué abandonar el país donde tienen sus trabajos, donde disfrutan y donde viven sus seres queridos.
Por las fronteras de Europa.
Un viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI
Índice
Introducción. Mercedes Monmany, ¿halcón o Beatriz?
Guía del infierno y los paraísos de la literatura europea . . . . . . . . . 17
1
PAÍSES NÓRDICOS: LA SAGA QUE NO CESA
Kjell Askildsen:
Bosques, fiordos, lagos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
Cuento de Kjell Askildsen: María
Un otoño me encontré por sorpresa con mi hija María en la acera delante de la relojería; estaba más delgada, pero no me costó nada reconocerla.
No recuerdo ya por qué estaba yo en la calle, pero tenía que tratarse de algo importante, porque fue después de que la barandilla de la escalera se hubiera roto, así que en realidad ya había dejado de salir a la calle. Pero fuera como fuera, me encontré con ella, y se me ocurrió pensar: Qué casualidad tan extraña que yo haya salido justamente hoy.
Pareció alegrarse de verme, porque dijo «padre» y me dio la mano. Ella era la que más me gustaba de mis hijos; cuando era pequeña decía a menudo que yo era el mejor padre del mundo. Y solía cantar para mí, por cierto bastante mal, pero no era culpa de ella, lo había heredado de su madre.
«María -dije-, eres realmente tú, tienes buen aspecto». «Sí, bebo orina y soy vegetariana», contestó.
Me eché a reír, hacía mucho que no me reía, imagínate, tenía una hija con sentido del humor, incluso con un humor un poco atrevido, quién lo diría. Fue un momento hermoso.
Pero me equivoqué, qué fastidio que uno nunca consiga quitarse las ilusiones de encima. Mi hija se quedó como embobada y con la mirada perdida. «Te estás burlando de mí -dijo-, Pero si yo te contara…». «Me pareció haberte oído decir orina», contesté. «Orina, sí, y me he convertido en otra persona». No lo dudé ni un momento, era lógico, debe de resultar imposible seguir siendo la misma persona antes y después de haber empezado a beber orina. «Bueno, bueno», dije en tono conciliador, y con ganas de hablar de otra cosa, tal vez de algo agradable nunca se sabe.
Entonces me fijé en que llevaba una alianza y le comenté: «Veo que te has casado». Ella miró el anillo. «Ah, lo llevo sólo para mantener a raya a los pesados». Eso sí que tendría que ser una broma, calculé rápidamente que por lo menos tendría unos cincuenta y cinco años, y tampoco era tan guapa. Así que volví a reírme por segunda vez en mucho tiempo, y en medio de la acera. «¿De qué te ríes?», preguntó. «Creo que me estoy haciendo mayor», contesté, cuando me di cuenta de que me había equivocado una vez más, «conque es así como se hace hoy en día». Ella no contestó, así que no sé, supongo y espero que mi hija no sea muy representativa de los nuevos tiempos.
Pero ¿por qué he tenido hijos como ella, por qué?
Nos quedamos un instante callados, pensé que ya era hora de despedirse, un encuentro inesperado no debe durar demasiado, pero justo en ese momento mi hija me preguntó si me encontraba bien. No sé lo que quiso preguntar, pero contesté la verdad, que lo único que me molestaba eran las piernas. «Ya no me obedecen, mis pasos son cada vez más cortos, y pronto no podré moverme».
No sé por qué le hablé tanto de mis piernas, y ciertamente resultó que no debería haberlo hecho. «Será la edad», dijo ella.
«Desde luego que es la edad -contesté-, ¿qué otra cosa iba a ser?». «Pero supongo que ya no necesitas usarlas tanto, ¿no?». «Si tú lo dices -contesté-, si tú lo dices».
Al menos captó la ironía, diré eso en su favor, y se irritó, pero no consigo misma, porque dijo: «Todo lo que digo está mal». No supe qué contestar a eso, ¿qué podría haber contestado? Me limité a sacudir la cabeza inexpresivamente, ya hay demasiadas palabras en circulación por el mundo, y el que habla mucho no puede mantener lo dicho.
«Bueno, tengo que seguir mi camino -dijo mi hija tras una pausa breve, pero lo suficientemente larga-, tengo que ir al herbolario antes de que cierren. Ya nos veremos». Y me dio la mano.
«Adiós, María», dije. Y se marchó.
Esa era mi hija. Sé que todo tiene su lógica inherente, pero no siempre resulta fácil descubrirla.
Kjell Askildsen (Noruega, 1929)
Ingmar Bergman:
En la isla de Farö . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30
"Y en todo momento tenía allí a mi lado a Katarina, sus pechos pequeños y sus muslos gruesos y el vello abundante de su pubis. Katarina no se movía lo más mínimo y soltaba una risita de vez en cuando. Vi que los chicos se aproximaban. Ahora ya sin el menor reparo. Nos observaban sin intención alguna de esconderse. Los dos eran muy jóvenes, unos dieciséis años, pensé.
Alma enciende un cigarrillo. Le tiembla la mano y aspira el humo ansiosamente. Elisabet Vogler se mantiene estática, casi anulada, niega con la cabeza cuando Alma le ofrece un cigarrillo.
—Uno de los chicos, el más atrevido, se nos acercó y se acuclilló al lado de Katarina. Iba descalzo y fingió entretenerse con su propio pie, quitándose la arena de entre los dedos. Yo empecé a sentirme totalmente mojada, pero me quedé inmóvil boca abajo, con las manos bajo la cara y la pamela sobre la cabeza. Entonces le oí decir a Katarina: «¿No vas a venir aquí un rato?». Y le cogió la mano al chico, lo atrajo hacia sí y le ayudó a quitarse los vaqueros y la camisa.
De pronto, lo vi encima de ella, que lo iba guiando con las dos manos sobre sus nalgas fibrosas y prietas. El otro chico estaba en la pendiente, mirando. Katarina reía y le susurraba al chico al oído. Yo tenía su cara roja y como hinchada casi pegada a la mía. Entonces me di la vuelta y le pregunté: «¿Y por qué no vienes conmigo también?». Katarina se echó a reír y dijo: «Ahora con ella». Así que él se salió de ella y cayó sobre mí pesadamente y me agarró un pecho tan fuerte que se me escapó una queja, porque me hizo daño y yo estaba prácticamente lista, no sé cómo, y me vino casi enseguida, ¿te imaginas? Estaba a punto de decirle ten cuidado, no sea que me quede embarazada cuando se corrió y supe que jamás lo había sentido así en toda mi vida, ni antes ni después, sentí cómo inyectaba su semen dentro de mí. Él se agarraba a mis hombros y se echó hacia atrás y tuve la sensación de que no iba a acabar nunca. Era una cosa ardiente, muy ardiente, que venía una y otra vez. Katarina estaba tumbada de costado y nos miraba y le tenía cogido el escroto por detrás y, cuando él terminó conmigo, ella se lo hizo con la mano de él. Y cuando se corrió, lanzó un grito penetrante. Entonces nos echamos a reír los tres y llamamos al otro chico, Peter. Él bajó despacio por la cuesta, totalmente desconcertado y parecía tener frío, a pesar del sol. No tendría más de trece o catorce años, comprendimos al verlo de cerca. Katarina le desabotonó los pantalones y empezó a jugar con él, y él se quedó sentado, muy serio y muy quieto, mientras ella lo acariciaba hasta que se derramó en la boca de Katarina. El chico empezó a besarle la espalda, ella se volvió hacia él, le cogió la cabeza y le ofreció su pecho. El otro chico se excitó tanto que él y yo empezamos otra vez. Fue muy rápido y tan bueno como la vez anterior. Luego nos bañamos y después nos despedimos. Cuando llegué a casa, Karl-Henrik ya había vuelto de la ciudad. Cenamos y bebimos del vino que había comprado en el centro. Luego nos acostamos. Nunca lo hicimos igual de bien, ni antes ni después.
"La luz del sol no había descendido aún hasta la garganta. Un pájaro me despertó con su voz clara y penetrante. El frío cortaba. Me salí del saco de dormir, encontré mis zapatos en la obscuridad y me liberé como pude del mosquitero. Justo al mismo tiempo penetraban los primeros rayos del sol, agudos como punzones, hasta las cimas orientales. Entrecerré los ojos para mirar hacia los perfiles pesados e imponentes de Casa Grande. La increíble luz que avanzaba ahora hacia la cima dio a la cerrada e inabarcable ladera de la montaña el aspecto de una sombría fortaleza de dimensiones superiores a las que levanta el hombre, una obra defensiva para ángeles o demonios que se ha visto abandonada por toda su guarnición.
Cuando la luz hubo llegado un poco más arriba se reflejaron sus rayos contra la metálica ladera occidental, cuyas columnas solitarias y enhiestas, cortadas en arenisca, se transformaron en un panorama de órganos, en una fachada barroca de órganos, en todo un órgano de luz. Todo se concertaba en los tonos rojos de la roca.
A la vocecita clara del pájaro posado en la mata de cactus ásperos y toscos junto al sendero de herradura se unió ahora un coro de extrañas voces aladas: los graznidos sardónicos de los grandes cuervos negros dominaban el concierto, pero dos enormes buitres se cernían sin ruido alguno sobre la garganta.
(…)
Nunca había comprendido hasta ahora que toda la posibilidad de sentirnos, experimentarnos a nosotros mismos como algo compacto y ordenado, como un yo humano, está relacionada con la existencia de una posibilidad de futuro. La idea entera del yo descansa sobre la certidumbre de que también habrá mañana. En el universo nadie está en su casa. "
Lennart Hagerfors: Vida de Bror Blixen, cazador . . . . . . . . . . . . . . . . 36
Para muchos de nosotros tiene el rostro de Klaus Maria Brandauer, quien lo encarnó tan bien en la premiada película de Sydney Pollak "Out of Africa".
Knut Hamsun
"La lengua debe poseer todas las escalas musicales. El poeta debe siempre, en todos los casos, contar con la palabra temblorosa, la que me cuenta la cosa, la que con su acierto puede vulnerar mi alma hasta hacerle gemir. La palabra puede convertirse en color, en sonido, en olor; es tarea del poeta usarla de manera que funcione, que nunca falle y nunca rebote.
(...)
Debemos poder gozar y burlarnos con la masa de palabras; se debe saber y conocer la fuerza de la palabra, no sólo la fuerza directa, sino también la secreta. Las palabras tienen otras tonalidades, que se encuentran por encima, por debajo y al lado de ellas."
Peter Jacobsen
: Werther en los países nórdicos . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
María Grubbe ( fragmento)
» Ignora, Señora, – recomenzó Sti Horg con una voz lenta, aparentemente molesto e inseguro de si debía hablar o callarse,- ignora Señora, hay en el mundo una sociedad secreta que se podría nombrar la compañía de los «melancólicos». Es gente que, desde el nacimiento, está hecha de una manera diferente a la de las personas ordinarias; tienen el corazón más grande y la sangre más viva; anhelan y desean mucho más; aspiran con más ardor, y sus pasiones son más violentas, más ardientes que las del común de los hombres […] Pero, en el árbol de la vida, ellos buscan flores que los otros no sospechan, flores escondidas bajo las hojas muertas y las ramas secas.
Los otros, ¿conocen la voluptuosidad de la tristeza o de la desesperación? […]
– ¿Pero por qué?, – preguntó Marie mirando para otro lado con indiferencia, – por qué les llama los «melancólicos» ya que en suma, no piensan más que en la alegría y en los goces de la vida, y no en lo que es duro y penoso
– ¿Por qué? – exclama él como impaciente y con una entonación desdeñosa. – Porque toda alegría terrestre es breve y corruptible, falsa e imperfecta; porque la voluptuosidad abierta como una rosa, se deshoja como un árbol de otoño; porque cada soberbio placer de la vida, resplandeciente de belleza y en plena floración, en el instante mismo en el que uno va a tomarlo, está corroído por un cáncer de tal suerte a allí percibirá, cuando lo aproxima a sus labios, el espasmo de la descomposición […] Y pregunta por qué los nombro los «melancólicos», cuando toda voluptuosidad una vez alcanzada cambia de figura y se transforma en desagrado, cuando cada transporte de entusiasmo no es más que el último suspiro angustiado de la alegría, cuando toda belleza es la belleza que miente; toda felicidad, una felicidad que se rompe.»
Erling Jepsen
: Los mejores funerales de nuestra vida . . . . . . . . . . . . . . 48
El arte de llorar a coro
Mette no entiende nada y es mejor que no le cuente demasiado, pero el salido al que espío es nuestro teniente de alcalde, que, por si fuera poco, encima es pariente de la
psiquiátrica
de Augustenborg. Y por lo visto hoy en día lo del secreto profesional anda así así, porque dice papá que ha empezado a soltar ciertas indirectas que podrían perjudicar a nuestra familia; al parecer sabe más de la cuenta. Pero ¿acaso él es mejor? Dos veces por semana recibe la visita de una señora, lo ha averiguado papá, y no se trata de una señora cualquiera. Al principio yo creía que era una puta, porque tenemos una en el pueblo que se llama Sonia Cremalleras, pero no. Papá la conoce, es una señora que trabaja también en el Ayuntamiento; se encarga de las cuentas del Departamento de Economía. El mes pasado se fue de viaje a Lübeck con el teniente de alcalde a costa del Ayuntamiento, y papá no entiende por qué. Si ahora resulta que esos dos «lo hacen» juntos, seremos papá y yo los que sepamos más de la cuenta y tendremos algo con que taparle la boca a ese marrullero, porque será inhábil. Ella por lo visto también, pero papá dice que él debería andarse con más cuidado.
Icchokas Meras:
El Holocausto en Vilnius . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51
Tablas por segundos
“Sin embargo, en esta tranquilidad misteriosa de la tarde había seres humanos, lámparas de carburo, una pequeña mesa de ajedrez, piezas, piezas muertas y dos personas vivas, sentadas y enfrentadas: Isaac Lipman (17) y Adolf Schoger. Las piezas muertas sólo eran de madera. Pero las vivas eran combatientes”.
Volvamos al final de la partida: Isaac no pensó que sería tan difícil elegir entre dos jugadas decisivas.
La tensión crecía y los hombres del gueto que rodeaban la mesa con el tablero se acercaban lentamente más y más.
Isaac cerró sus ojos y, al abrirlos de nuevo, supo que solamente había una jugada.
La mano, vacilando entre dos piezas, tocó el caballo, un caballito blanco, una pieza de ajedrez muerta, la sujetó por un momento en el aire y la colocó sobre una casilla vacía en la parte izquierda del tablero.
“Jaque mate” tendría que decir Isaac ahora, pero su garganta estaba como seca.
Isaac Lipman se levantó y una vez puesto bien alto en pie, dijo muy tranquilamente:
“Usted ha perdido”.
El comandante Schoger saltó de su silla y agarró la funda de su pistola, pero no logró cogerla en seguida. Finalmente la encontró y abrió el cierre. Un silencio lúgubre cayó sobre el gueto y el resto del mundo.
Sólo ahora Schoger se dio cuenta de que le cerraba un muro. Un muro vivo, hombre a hombre. Nadie logra atravesar este muro.
El muro se acercó más y más. Ya no era un círculo sino un lazo, que en cada momento podía cerrarse. En el centro se encontraban la pequeña mesa de ajedrez y dos lámparas de carburo… Schoger únicamente se pudo llevar las manos a la garganta.
La pequeña mesa y las lámparas ya no se veían. Los hombres se habían unido, el lazo se había cerrado, el círculo había desaparecido
Arto Paasilinna
y sus fábulas de la libertad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
«Los dos hombres se dedicaron durante una semana a la vida bucólica, en espera de que el anuncio del periódico [para montar el grupo suicida] diese su cosecha. Llevaban una existencia tranquila y agradable. Disfrutaban del verano, conversaban sobre problemas existenciales y observaban la naturaleza. A veces tomaban un poco de vino, se sentaban en el embarcadero con sus cañas de pescar y se quedaban contemplando el lago Humalajärvi. Al coronel Kemppainen le extrañaba la derrochadora manera de consumir alcohol de Rellonen: una vez bebidos dos tercios de la botella, le volvía a poner el corcho celosamente y, si daba la casualidad de que el viento soplaba desde la orilla, tiraba la botella al lago. Ésta flotaba de costado hasta alcanzar, antes o después, la orilla opuesta. Se trataba de un viaje de varios kilómetros y ni siquiera el remitente del alcohólico mensaje podía saber con seguridad adónde arribaría.
-Casi todos los dueños de las casas de por aquí hacen lo mismo. Se ha convertido en una costumbre, dejar un tercio del contenido de la botella y luego ponerla en circulación -le explicó el director.
El coronel seguía sin entender el porqué de semejante derroche. ¿A qué venía tirar botellas al agua, con lo caro que estaba el alcohol en Finlandia?
Rellonen dijo que se trataba de una vieja forma de comunicación que a todos les gustaba. Alguien había empezado, tal vez de forma accidental, unos años antes. La primera botella con su carga etílica llegó flotando hasta su embarcadero siete años atrás: coñac Charante de excelente calidad. Había aparecido oportunamente una mañana de agosto para ayudarle a aliviar las molestias de una resaca. En cuanto abrieron las licorerías Onni saldó su deuda con el lago. De vez en cuando -cada vez más a menudo en los últimos años- llegaban botellas a su orilla. La costumbre se había extendido, poco a poco, a todo el lago, pero era algo de lo que no se hablaba. Era el secreto mudo de los veraneantes del lugar»
Knud Romer:
La guerra no ha acabado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
Sigrid Undset
: La resistencia escandinava antinazi . . . . . . . . . . . . . . . 61Ida Elisabeth
"Sólo se distinguía un tenue brillo tras las cortinas enrollables de alguna que otra ventana. Los raíles del tranvía discurrían por medio de la calzada centellando bajo una hilera de farolas eléctricas de color perla que azulaban un pequeño círculo de oscuridad a su alrededor. La ciudad daba la impresión de yacer en el fondo de una hoya y a pesar de la negrura, se podían distinguir las blancas montañas que la rodeaban gracias a los puntitos de luz procedentes de las casas de las laderas. Pero más arriba la noche arreciaba, insondablemente negra y dura como la escarcha. Ida Elisabeth intuía que el cielo estaba despejado, aunque no podía ver las estrellas desde la calle iluminada.
Una de las enfermeras que la acompañaba le pasó el hatillo con el niño envuelto en una manta mientras la otra le colocaba el equipaje en la parte delantera del coche, junto al conductor. Y a continuación Ida Elisabethh partió con Karlemann en el regazo. Las oscilantes luces de los laterales pasaban por encima de ella en la oscuridad del interior del coche, reforzando la sensación que había tenido al salir: toda aquella luz artificial parecía iluminar el fondo de un pozo y, muy por encima, los cubría una noche pesada e inmensa. "
2
RUSIA, EL GIGANTE INABARCABLE
Vasili Aksiónov
: La hecatombe del tiempo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67Una saga moscovita
"Grishka, el viejo caballo de circo, mataba el tiempo en un establo del bulevar Tsvetnoi. Hacía mucho tiempo que no lo exhibían en la arena circense, aunque estaba seguro de poder ejecutar sin dificultades todo el programa: recorrido circular mientras un jinete salta sobre su lomo y se pone de pie en la silla de montar saludando efusivamente al público; reverencia con las dos patas delanteras mientras sacude el magnífico penacho; e incluso el vals ejecutado con los cascos traseros al son de —Las olas del Amur». Echaba de menos esos ceremoniales. Cuando era emperatriz de Rusia, también perdía la cabeza por las galas, la pompa, el brillo, la atención de cientos de ojos clavados en los majestuosos hombros de la Pequeña Madre Soberana, le encantaba pasar revista a los soldados de la guardia —de un metro ochenta de estatura—, seleccionar con atención los mejores plátanos, los racimos de uva más impresionantes. Decían que el tamaño era lo único importante, algo incierto. Lo más importante, monsieur Voltaire, es el desarrollo armónico de esos «cándidos» a la rusa: nariz prominente, bigote bien curvado, pecho amplio —pero no demasiado—, vientre plano, una naturaleza muerta trémula bajo las posaderas cubiertas con pantalones de piel; espero no haberle sorprendido con este juego de palabras. ¡Bueno, el tercero, el séptimo y el undécimo que suban inmediatamente a mis aposentos tras recibir en audiencia al embajador austríaco!
Lo que seguía a continuación Grishka nunca lograba recordarlo, y si le venía algo a la cabeza de los abismos astrales, donde se encontraba el imperio de antaño, era sólo el balanceo de las altas pelucas empolvadas, el destello de las diademas de diamantes, el tintineo de las armas, la música... es decir, el mismo viejo circo de toda la vida.
Un día lo visitó su viejo amigo y maestro, un mozo de cuadra que también se llamaba Grishka. Por extraño que pueda parecer, aquella noche no apestaba a vodka como de costumbre. Grishka el caballo no sabía que la venta de alcohol había cesado casi por completo en la ciudad sitiada.
Grishka, el mujik, aparejó al caballo, apretó su mejilla áspera como lija contra su nariz equina y vertió algunas lágrimas: «Eh, tocayo», musitó. «Esos bastardos me han ordenado que te lleve al matadero de Cherkízovo porque no tienen forraje para alimentarte. ¡Un artista como tú, en absoluto un mal caballo, y entregarlo bajo el hacha! Habría sido mejor que nos hubiésemos escapado los dos juntos al Cáucaso en 1937».
«Qué despropósitos suelta el mujik», pensó Grishka el caballo mientras sacaba del establo su cuerpo tordo. El mozo lo siguió, sujetando las bridas. Salieron al bulevar oscuro sobre el cual permanecía suspendido de través en el aire un enorme aeróstato. «Y luego dice que en la ciudad no hay nada de comer», pensó Grishka el caballo. «¡De qué tonterías habla este tipo!» «Para qué utilizarán tu piel... quién sabe», continuó diciendo el mujik entre susurros. "
Boris Akunin
: El folletón erudito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 70 Muerte en El Leviatán
Isaak Bábel
: Un periodista en la caballería . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73
Cuentos de Odessa
"El entierro tuvo lugar a la mañana siguiente. Puede preguntar por aquel entierro a los mendigos del cementerio. Pregunte también a los criados de la sinagoga, a los vendedores de aves o a las ancianas del segundo asilo. Entierro como aquél no lo había visto aún Odessa ni lo verá el resto del mundo. Los guardias municipales lucieron aquel día guantes de hilo. En las sinagogas, cubiertas de verdor y abiertas de par en par, ardía la electricidad. Sobre los caballos blancos que tiraban de la carroza se balanceaba un negro plumaje. Sesenta cantores abrían el cortejo. Los cantores eran niños, pero cantaban con voces femeninas. Los jefes de la sinagoga de los vendedores de aves conducían del brazo a la tía Pesia. Tras los jefes iban los miembros de la sociedad hebrea de dependientes de comercio, y a continuación, los abogados, los doctores en medicina y las enfermeras-comadronas. A un lado de tía Pesia se encontraban las gallineras del Mercado Viejo; al otro lado, las respetables lecheras de Bugaievki envueltas en anaranjados chales. Esas mujeres pisaban con la firmeza de los gendarmes en la revista de un día de fiesta nacional. Sus anchos muslos exhalaban aromas de mar y de leche. Detrás de todos, seguían desmadejadamente el cortejo los empleados de Rubim Tartakovski. Eran cien personas, o doscientas, o dos mil. Llevaban levita negra con solapas de seda, y botas nuevas que gruñían como lechones en un saco. "
Chéjov
viaja a la isla Sajalín. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
"Las colonias del distrito meridional presentan peculiaridades que una persona que acaba de llegar del norte no puede dejar de advertir. Ante todo, la pobreza es significativamente menor. No vi ni una sola isba abandonada o a medio construir, ventanas condenadas o ciegas; las techumbres de tablas resultan tan comunes y normales como en el norte las de paja o corteza. Las carreteras y los puentes son peores que en el norte, especialmente entre Maloie Takoe y Siantsi, donde después de las crecidas y las fuertes lluvias se forman barrizales impracticables. Hasta los habitantes parecen más jóvenes, sanos y animosos que sus compañeros del norte; todo eso, como también la relativa prosperidad del distrito, tal vez se deba a que el principal contingente del sur está compuesto por presos condenados a penas breves, es decir, por una mayoría de hombres jóvenes y menos extenuados por los trabajos forzados. Es posible encontrar personas que solo tienen veinte o veinticinco años, que ya han cumplido su pena y se han convertido en propietarios. Muchos de los campesinos antiguos exiliados tienen edades comprendidas entre los treinta y los cuarenta años[67]. También habla a favor de las colonias del sur el hecho de que los campesinos locales no se apresuren a regresar al continente. Así, en la aldea de Soloviovka, que acabo de describir, dieciséis de los veintiséis propietarios poseen la denominación de campesinos. Las mujeres son muy poco numerosas. En algunas aldeas no hay ni una. En comparación con los hombres, parecen viejas y enfermas. En suma, hay que conceder crédito a los funcionarios y los colonos locales cuando se quejan de que el norte solo les manda mujeres «inútiles», mientras se quedan para ellos las jóvenes y las que gozan de buena salud. El doctor Z. me dijo en una ocasión que, cumpliendo con sus funciones de médico de la cárcel, decidió examinar a un grupo de mujeres que acababa de llegar y todas padecían enfermedades femeninas.
El término copropietario no se emplea en el sur, ya que aquí cada parcela de tierra se asigna a un solo propietario; sin embargo, como sucede en el norte, hay propietarios que se incorporan a una colonia y carecen de casa. No hay judíos ni en el puesto ni en las colonias. En las paredes de las isbas cuelgan pinturas japonesas; también vi una moneda japonesa de plata.
La primera colonia del Susui es Cabo Goli (Cabo Pelado). Solo existe desde el año pasado y las isbas aún están sin terminar. Cuenta con veinticuatro hombres y ni una sola mujer. La colonia se alza en un promontorio que ya antes se llamaba cabo Pelado. El arroyo está lejos de las viviendas y para llegar hasta él hay que bajar por la colina; no hay pozos.
La segunda colonia es Mitsulka, llamada así en honor de M. S. Mitsul. Cuando todavía no existía la carretera, en el lugar en que actualmente se alza Mitsulka, había una estación reservada a los funcionarios que viajaban por motivos oficiales. A los empleados y los palafreneros se les permitía construirse una casa antes de haber cumplido su pena; de se modo se establecieron cerca de la estación y empezaron a llevar sus propias haciendas. Solo hay diez viviendas y veinticinco habitantes: dieciséis hombres y nueve mujeres. Después de 1886 el jefe del distrito ya no permitió que nadie se estableciera en Mitsulka, medida muy oportuna, pues la tierra no vale nada y los prados solo son suficientes para diez haciendas. Actualmente la colonia dispone de diecisiete vacas y trece caballos, amén de ovejas, y en los registros oficiales también aparecen anotadas sesenta y cuatro gallinas, pero nada de eso se duplicaría si el número de haciendas se multiplicara por dos. "
Evgenia Ginzburg
: En los infiernos del idealismo . . . . . . . . . . . . . . . . 80
Ruta severa
"No atendía a razones, quería continuar a pesar de todo, aunque el plan previsto ya no estuviera nada claro. Pronto nuestras conversaciones cotidianas ya no eran tan solitarias. Un camarada, llegado de Moscú, cuyo nombre no recuerdo bien, pero al que mentalmente identifico como Maliuta Skuratov, Era la antítesis de las técnicas empleadas por Beilin, pero su homólogo en cuanto a los usos sádicos. Los ojos de Beilin brillaban con una alegría silenciosa y burlona, parecían emitir miles de irradiaciones fulgentes y hablaba en voz baja y cadenciosa. En ocasiones Maliuta gritaba. Incluso perjuraba. Sin embargo sus imprecaciones estaban muy lejos de la procacidad del NKVD. Él sólo abusaba de su condición política. Al grito de Trotkista, fui torturada durante dos meses y en la primavera comencé a padecer ataques de malaria.
Al comparar este período de mi experiencia como preludio de lo que sucedió luego, concretamente desde 1937 hasta la muerte de Stalin, dado que, como expuso Beria, el Comité Central en pleno se mostraba incrédulo con respecto a las discrepancias observadas en mí ante los estímulos externos. De hecho, la tarde del 15 de febrero de 1937 mi sufrimiento moral fue horrible. Las condiciones extrínsecas de mi vida no habían cambiado ni un ápice. Mi familia aún seguía intacta. Mis hijos estaban conmigo. Vivía en uno de esos apartamentos familiares, dormía sobre una cama limpia, comía hasta saciarme y podía dedicarme plenamente al trabajo intelectual. Pero el padecimiento subjetivo fue mucho más profundo y ominoso que el derivado de todos aquellos años en los que permanecí encerrada en el cementerio de Kolyma. "
Dos escritoras de Odessa:
Lidia Ginzburg
«Pienso que las únicas cosas que tienen una posición completamente exacta y convincente en la jerarquía de las sufrimientos son el dolor físico o los sufrimientos morales relacionados con la pérdida de uno de los contenidos constantes de la vida (la pérdida de una persona querida, de una actividad que agrada, de la capacidad de trabajar, de la libertad, etc.). Todo lo demás, penas del amor propio, rupturas con amigos, ofensas y derrotas cotidianas…, no lo estamos sintiendo siempre. Por eso la carga de estos sufrimientos según nuestra memoria es casi arbitraria. Perspectivas y proporciones. Un pequeño giro de la cosa convierte una desgracia en un percance».
Irina Borisovna Ratushinskaya (en ruso : Irina Borisova Ratushínskaya , 4 de marzo de 1954, en Odessa - 5 de julio de 2017, Moscú ) fue una escritora , poeta y disidente soviética rusa .
https://uz.wikijaa.ru/wiki/Irina_Ratushinskaya
Lidiya Ginzburg e Irina Ratushínskaya . . . . 83
El libro negro de Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg
El manuscrito de El libro negro tuvo un destino peculiar. Es posible que al lector contemporáneo le resulte difícil comprender algunas de las peripecias que sufrió a lo largo del proceso editorial. ¿Cómo fue posible que esas líneas llenas de dolor y nobleza no pudieran ver la luz en vida de sus dos principales autores y editores, Ilyá Ehrenburg y Vasili Grossman? Hay aun otra pregunta que resulta tanto más pertinente hacer: ¿acaso era posible la publicación de un libro dedicado a exponer un intento de aniquilación de todo un pueblo –sobre todo, tratándose de los judíos–, bajo el régimen totalitario de Stalin?
La conversión de Vasili Grossman .
“El Destino de Grossman comporta un enigma que podría formularse así: ¿cómo es posible que sea el único escritor soviético conocido por haber sufrido una conversión radical, pasando de la sumisión a la revuelta, de la ceguera a la lucidez? ¿El único en haber sido, primero, un servidor ortodoxo y temeroso del régimen, y en haberse atrevido, más tarde, a enfrentarse con el problema del Estado totalitario en toda su magnitud?”.
Tzvetan Todorov, en su libro Memoria del Mal, Tentación del Bien. Una Indagación sobre el Siglo XX (Península)
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
Izraíl Métter
“Ya no absorbemos nada y es poco lo que damos; los recuerdos se pudren en nuestro interior”.
“Examino mi vida como se examina el trigo, -dice Boria- poniéndolo en la palma de la mano para encontrar las semillas malas”. Y en este examen de conciencia se pregunta: “¿Y qué hacer con las ilusiones perdidas? ¿Qué hacer con aquello en lo que creía? ¿Qué hacer conmigo mismo, con aquello que quise decir y hacer y no hice ni dije? Y no porque no hubiera tenido tiempo. Lo tuve. Tuve tiempo de reflexionar. Y llegué a conclusiones que me asustaron.”
y la generación Stalin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94
Viktor Pelevin
https://tattooe.ru/es/plants/smotret-chto-takoe-pelevin-viktor-olegovich-v-drugih-slovaryah-polnyi-gid-po/
Los escarabajos son aquellos que poseen un conocimiento antiguo de la escencia de la vida -dijo el padre y dio unas palmaditas a la esfera.
– ¿Tú eres un escarabajo, papá?
– Sí
– ¿Y yo?
– Todavía no del todo -respondió el padre.- Todavía tienes que pasar por el sacramento principal.
– ¿Qué es eso del sacramento principal?
– Mira, hijito -dijo el padre-, su naturaleza es a tal punto inalcanzable para nosotros que es preferible no hablar de él. Simplemente esperar a que suceda.
– ¿Y hay que esperar mucho tiempo?
– No sé -dijo el padre.- Quizá… un minuto. Pero pueden ser tres años.
Fragmento de La vida de los insectos de Victor Pelevin
o un Nabokov psicodélico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98
Ilf & Petrov: ¿Existió un humor soviético? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 101
¿Cómo es la vida en la Unión Soviética? Con Lenin era como estar en un túnel: rodeados de oscuridad pero con una luz adelante que nos guiaba. Con Stalin era como andar en autobús: uno conduce, algunos están sentados [“estar sentado” en ruso es sinónimo de “estar en prisión”], el resto temblando. Con Jrushchov era como estar en un circo: un hombre habla y todos los demás se ríen. Con Brezhnev era como estar en el cine con una mala película: todos están esperando que el espectáculo termine y, finalmente, Gorbachov es quien descorre las cortinas para que la gente salga.
Boris Savinkov:
“La pequeña ciudad donde estamos acantonados es miserable y sucia. Hay arena por doquier: en el bosque, en los caminos, en las calles, en la almohada. Como si estuviéramos en el desierto de Arabia. Pero en el desierto calienta el sol, mientras que aquí se apaga el día plomizo, se arremolina la pegajosa nieve de otoño y por las mañanas el frío entumece los dedos. Solo llevamos nuestros capotes de verano. No tenemos botas de fieltro. Ni manoplas. Algún listo en la retaguardia se dedicó a robar lo ajeno.
En la plaza de la ciudad las aceras desgastadas están cubiertas de estiércol de caballo y de polvo. Las mujeres envuelven sus cabezas en pañuelos blancos y los campesinos llevan zamarras blancas. Casi no se ven judíos. Los judíos huyeron a los bosques, con los ancianos, sus mujeres e hijos, con sus vacas y bártulos. Para ellos nosotros no somos libertadores, sino instigadores de pogromos y asesinos. En su lugar, yo también habría huido.
Los pogromos, los pillajes y las violaciones están rigurosamente prohibidos. Bajo pena de muerte. Pero sé que ayer los hombres del segundo escuadrón jugaban a las cartas apostando relojes y anillos; que el capitán Zhgun saqueó una tienda judía; que los ulanos tienen dólares americanos; que en el bosque han encontrado el cadáver mutilado de una mujer. ¿Fusilar a los cúmplales? Ya he fusilado a dos. Pero no puedo fusilar a la mitad del regimiento.”
“«¡No matarás…! » Hubo un tiempo en que esas palabras me atravesaron como un cuchillo. Ahora… Ahora me suenan falsas. «¡No matarás!», pero a mi alrededor todos matan. Se derrama el «zumo de arándanos», salpica incluso las bridas de los caballos. El hombre vive y respira para el asesinato, vaga entre las tinieblas sangrientas y en las tinieblas sangrientas muere. Los animales salvajes matan cuando los atormenta el hambre, pero el hombre mata por cansancio, por pereza, por aburrimiento. Así es la vida. Es nuestra naturaleza más íntima, escapa a nuestra voluntad y no está en nuestras manos cambiarla…”
(Borís Sávinkov, El caballo negro, páginas 36-37, 52)
El dandi terrorista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
Vitali Shentalinski:
en aquellos tiempos difíciles, la justicia fue anulada y sustituida por la lógica simplificada de la racionalidad revolucionaria, sencilla y clara como un puño.
V. Shentalinski.
El arresto
Quince de mayo de 1939. Amanece. Moscú aún duerme acunada por el trino apacible de los pájaros. De tarde en tarde una corneja lanza un graznido mientras un portero arrastra la escoba por el pavimento. De nuevo reina el silencio. A las cinco, las puertas de hierro de la Lubianka se abren y sale un coche de servicio. No va muy lejos, se dirige a Chistie Prudí, al callejón de Nikolo-Vorobinski. Unos cuantos militares bajan del coche delante del número 4, sin prisas encuentran el piso que andan buscando y llaman a la puerta. Les abre una joven soñolienta. –¿Está el dueño en casa? –No, está en la dacha. ¿Qué quieren? –Recoja sus cosas, iremos a buscar a su marido... El coche circula a toda velocidad por la carretera de Minsk, gira en dirección a Peredélkino, la zona de dachas de escritores. Se detienen enfrente de la casa; entran. El dueño aún está durmiendo en su habitación. Su mujer llama a la puerta, y tan pronto como se asoma en el umbral, los desconocidos se abalanzan sobre él. –¡Manos arriba! –Lo cachean de arriba abajo buscando armas– . ¡Está usted arrestado! Es probable que el dueño de la dacha hubiera descrito una escena semejante en un libro sobre los chequistas si se lo hubieran permitido. Pero esa mañana del mes de mayo, este maestro de la literatura soviética de fama mundial acababa de convertirse en un detenido desprovisto de derechos. El escritor se había encarnado en la piel de uno de sus personajes y tenía que hacer todo el recorrido, pero no sobre el papel, sino en la vida real
El poeta como héroe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 110
Liudmila Ulítskaya:
Sonechka (fragmento)
"Durante veinte años, de los siete a los veintisiete, Sonechka había leído casi sin tregua. Cuando se sumía en la lectura era como entrara en trance y sólo volvía en sí al pasar la última página del libro.
Atesoraba un talento excepcional, tal vez una suerte de genialidad para la lectura. Su empatía con la letra impresa era tal que confería a los personajes de ficción la misma categoría que a las personas de carne y hueso, parientes y amigos, y el sufrimiento sublime de Natalia Rostova junto al lecho del moribundo príncipe Andréi era para ella tan auténtico como el dolor desgarrador experimentado por su hermana cuando perdió a su hija de cuatro años como consecuencia de una estúpida distracción. Mientras hablaba por los codos con la vecina, no se dio cuenta de que la niña, regordeta, había caído dentro de un pozo...
¿Qué era aquello? ¿Una incapacidad total para comprender el elemento lúdico inherente a todas las artes, la confianza pasmosa de una niña que no ha crecido, la falta de imaginación que llegaba a borrar la frontera entre ficción y realidad, o bien, por el contrario, una huida obstinada al reino de la fantasía donde todo lo que quedaba fuera de sus confines perdía el sentido y la sustancia?
La devoción de Sonechka por la lectura, que se había transformado en una forma leve de locura, no cesaba de avivarse mientras dormía. Parecía incluso que leyera en sueños, imaginando novelas trepidantes. Según la naturaleza de la acción, visualizaba el estilo de la tipografía, y por un extraño instinto, sentía aflorar los párrafos y puntos suspensivos. La sensación de desplazamiento espiritual que le provocaba su pasión enfermiza se redoblaba incluso durante el sueño, porque era entonces cuando desempeñaba de pleno derecho el papel de heroína o héroe, morando en la delgada frontera entre la voluntad tangible del autor, de la cual era consciente, y su ambición personal de movimiento, aventura y acción. "
Reliquias del capitalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 113
Mijaíl Zóschenko
Los baños
Queridos ciudadanos, dicen que en América los baños son magníficos.
Allí, por ejemplo, llega un ciudadano...
Caído de la luna
En los últimos dos años la vida ha cambiado mucho.
Y, ante todo, resulta curioso señalar que los robos casi han desaparecido.
La gente se ha vuelto como quien dice...
Europa
A los rusos les encanta hablar mal de su propio país. Que si esto está mal, que si aquello no les gusta. En cambio en Europa, mire usted por dónde, todo es fantástico...
La foto
Este año necesité una foto para un carné. No sé cómo debe ser en otras ciudades, pero en la nuestra, en provincias, retratarse para una foto no es cosa sencilla ni habitual.
o el hombre sin cualidades revolucionarias . . . . . . . 115
3
LA IRLANDA LITERARIA E IRREDENTA
John Banville:
La carta de Newton (fragmento)
"Naturalmente me quedé estupefacto, pero experimenté también un bien conocido estremecimiento de temor y una indignación no del todo desagradable. Era como el momento, en el juego de la gallina ciega, en una fiesta infantil, cuando, acalorado y trémulo, con los nervios a flor de piel, le quitas a otro la venda que le tapa los ojos, para darte cuenta de que la cálida y temblorosa presa que has cogido en tus brazos no es esa niña de los rizos morenos y el corpiño atractivamente ajustado, cuyo nombre no pudiste oír bien, sino un chico gordo, o tu hermana mayor desternillándose de risa, o simplemente uno de los brazos, llenos de manchas y pecas, de la tía Hilda. O una mujer de edad madura, enfáticamente casada, con las manos propias de su edad, arrugas alrededor de los ojos y el leve esbozo de un bigote, que no me había dirigido más de veinte palabras y que me miraba como si fuera, si no transparente, al menos traslúcido. Y ahí estaba todo, todo exactamente igual, sentado en la cama conmigo, todavía con sus ropajes de fiesta y con una sonrisa descarada: amor.
Se reveló entonces el secreto de los meses pasados. Me podía ver a mí mismo aquel primer día a la entrada del pabellón, ofreciéndole a Charlotte el alquiler de un mes, dando traspiés al bajar la pendiente de hierba que conducía al invernadero, sentado en su cocina a la luz del sol, observando las sombras de las hojas moviéndose alrededor de su mano. Yo era como un artista que comprobaba con deleite el plan de un trabajo que ha llegado inesperadamente a sus manos, completo, con todos los detalles, tocando suavemente, aquí y allí, la maravillosa y todavía húmeda creación, con los suaves dedos de su imaginación. Ottilie era sólo un esbozo, en el oboe, del tema mayor que estaba por venir, Edward el cómico alivio y el desgalichado villano de la pieza, Michael todavía un Cupido cuyas sutiles intenciones había, no obstante, subestimado. Hasta el ininterrumpido buen tiempo del verano era parte de la trama. "
Secretos e imposturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119
Sebastian Barry
El caballero provisional (fragmento)
"Un día más tarde ese mismo año me llegó una tarjeta dentro de un sobre de la amiga de Mai, Queenie Moran, pidiéndome que me reuniera con ella en privado en la ciudad. Era una petición inusual, porque yo nunca había tenido demasiado trato con Queenie, excepto porque era amiga de Mai. Queenie a veces se presentaba a tomar el té en Magheraboy. Entonces a Maggie le ponían su vestido de Shirley Temple, le torturaban el pelo a base de tirabuzones y Mai la subía a la mesa del cuarto de estar para que cantara, igual que tenían que hacer por aquel entonces otras cien niñas más de Sligo. Y Maggie se defendía a las mil maravillas, bailando claqué, haciendo reverencias y cantando lo que hubiera que cantar.
Estuve un rato mirando la tarjeta de Queenie y estudiado las bonitas florituras de su caligrafía. Pero las palabras eran educadas y no vi qué daño podían hacerme, así que accedí a reunirme con ella en el café Lyon’s, un lugar que Mai no solía frecuentar.
Era sábado por la mañana y allá que fui con mis mejores galas, aunque tenía una resaca mortal de la noche anterior. Me había afeitado y tragado un huevo crudo con un poco de coñac para enderezar un poco el estómago. Que fuera sábado por la mañana entrañaba el peligro de que era el día en que a Mai le gustaba hacer su peregrinación por las tiendas con Maggie, algo que a Maggie le entusiasmaba. Mai había ideado un método y una rutina para vivir en Sligo, la ciudad de su exilio de Galway. Sligo tenía alguna que otra cuenta en su collar, varias mercerías buenas y cosas así, por no hablar de los viajes a mundos de mágico ensueño en el cinematógrafo Gaiety por las noches. Mai seguía yendo a ver películas de la misma manera que otros van al burdel, para sumergirse en lo que para ella era el opio de la moda exclusiva, los trajes de noche, la luces centelleantes y Fred Astaire o similar cantando sus canciones románticas, poniéndose una chistera, ajustándose las mangas de la camisa o moviendo el esqueleto. Así que anduve ojo avizor para asegurarme de que no andaba danzando por allí, por lo menos no cerca de la calle Wine.
Y allí estaba Queenie, que había escogido una mesa más o menos conspirativa lejos de las miradas de las numerosas comadres de Sligo entregadas a su rato de ocio de los sábados. El lugar zumbaba con sus conversaciones y me recordó al ruido que hacen los estorninos. Se levantó cuando me acerqué a la mesa y me ofreció una mano para que se la estrechara, al tiempo que se sacaba el guante con mano experta. Sentí su mano fría en la mía y estaba pensando distraído en que debía de tener mala circulación para estar así de fría, ella, además, que era enfermera de distrito, en aquella habitación recalentada y bochornosa, donde los cigarrillos rusos de boquillas y los económicos Sweet Afton se mezclaban democráticamente en el aire. "
o Dostoievski en la mochila . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
Brendan Behan
Mi Nueva York (fragmento)
"Construido enteramente con ladrillos rojos, es una espléndida muestra de la arquitectura tardovictoriana, con un pequeño balcón de hierro forjado en cada uno de los diez pisos.
Una vez tuve un apartamento extremadamente confortable allí.
A lo largo de casi cien años muchas personas famosas han vivido o han pasado por allí, y fue el hotel donde se alojó Dylan Thomas cuando estuvo en Nueva York. Y me dijo su esposa Caitlin que allí se sintió más feliz que en ninguna otra parte. El señor lo tenga en su gloria, pues murió en el Hospital St. Vincent, un poco más abajo en la misma calle.
Keidrych Rhys, amigo de Dylan Thomas y hablante del galés, además de editor de la edición galesa de People -en Inglaterra hay una edición para cada persona de la mayoría de los periódicos, pero si lo que quieres es información acerca de lo que ocurre a medianoche en las fiestas con piscina, entonces se impone la edición londinense- me dijo que Dylan pronunciaba su nombre como Dullan, un hecho que no creo que sea conocido por mucha gente.
Hay una placa dedicada a su memoria en la puerta del Hotel Chelsea, donde figuran también los nombres de Arthur B. Davies, James T. Farrell, Robert Flaherty, O. Henry, John Sloan, Thomas Wolfe y Edgar Lee Masters.
La mejor descripción de una familia católica irlandesa, después tal vez de las de James Joyce, se encuentra en Studs Lonigan, de James Farrell, que trata de un pintor de casas que desarrolla una gran afición a la bebida a la edad de seis años. El sentimiento de grupo nos vuelve tremendamente amables. Pero Farrell era un escritor muy notable, como también lo fueron Wolfe, Flaherty y O. Henry.
Elogiar la maravillosa obra de Dylan Thomas sería una impertinencia, aunque debo decir que queda oscurecida por sus aventuras en el terreno de la bebida, si es que uno quiere llamar aventura a la bebida.
Sin embargo, el Hotel Chelsea le trata como a un gran artista, y yo espero que el Sr. Bard, el propietario, y su hijo Stanley, que tiene una bebé preciosa, reserven un espacio en la placa para mí también. No soy lo bastante humilde como para decir que no lo merezca, aunque espero que no sea demasiado pronto, pues de todos los nombres que figuran en la placa, por lo que sé, el único que sigue vivo y muy en forma es James T. Farrell. "
: Paddy va a la cárcel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
John McGahern:
Flann O’Brien:
La saga del sagú de Slattery (fragmento)
"Cuando compró Poguemahone Hall, un edificio de origen tardonormando con bastante buena tierra, en el oeste, su papel pasó a ser el de hidalgo labrador y experimentador con cultivos de cereales y tubérculos, ayudado por su hijastro (pues así lo llamaba), Tim Hartigan. Pero después de que Ned Hoolihan se convirtiera en un consumado y científico vendedor de semillas, los pequeños labradores y campesinos que lo rodeaban le resultaron una panda intratable. En lugar de sembrar «La Maravilla del Terremoto», una simiente de patata de Hoolihan de infinito vigor y sofisticación, disponible para ellos prácticamente por casi nada, persistieron en cultivar cepas degeneradas que daban escasas cosechas, las cuales eran víctimas crónicas de roña, añublo tardío, cáncer de rizoctania espantosa y fusoria (o caspa negra).
y los jóvenes airados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Al apacible e intelectual agrónomo casi le hicieron perder los estribos en el acto. Pero después de algunos años de planificación y prédica tuberosas sin mucho resultado, su paciencia se agotó finalmente ante el rechazo de aquellos a su milagrosamente saludable y abundante semilla de trigo «El Capricho del Maniático», por la cual había recibido una mención y una prima económica del Gobierno de los Estados Unidos. Los campesinos sencillamente preferían semillas que obtenían por sus propios medios y consideraban que los brotes de tizón de rabo negro y roya (o añublo hediondo) eran decisiones pintorescas de Dios Todopoderoso.Ned Hoolihan puso sus asuntos en vena comercial, nombró a Tim Hartigan su administrador a cambio de un salario decente, y emigró a Texas. Allí adquirió siete mil acres de tierra regular, aró y fertilizó la mayor parte de esta y la sembró con «El Capricho del Maniático». Se extendió el rumor (aunque nunca fue confirmado en carta a Tim) de que se había casado alrededor de esas fechas.
Cuando la incipiente cosecha despuntaba tan lindamente, varias erupciones negras desfiguraron las tierras de labrantío. "
Literatura y pintas de cerveza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
Seumas O’Kelly
La tumba del tejedor de Seumas O'kelly
Cahir Bowes, el picapedrero, tan doblado de cadera para arriba que andaba con la espalda horizontal, como los animales. Empuñaba en la mano derecha un bastón que lo sostenía por delante, mientras con la izquierda se sujetaba la chaqueta por detrás, justo por encima de los riñones. Con estas estratagemas conseguía no caerse de bruces al andar. La fuerza magnética de la madre tierra tiraba de la frente de Cahir Bowes, y Cahir Bowes evitaba hasta el final su beso funesto.
Los dos viejos se pasearon por Cloon na Morav sin ninguna prisa por concluir su encargo. Al fin y al cabo llevaban mucho tiempo retirados, olvidados, abandonados por el mundo. Nada había más precioso para ellos que la sensación de volver a sentirse útiles. Sabían que, concluido el encargo, era poco probable que en este mundo nadie volviese a requerir su ayuda.
La gente escucha, recuerda y cree cuanto oye en los velatorios, porque es más preciado que nada de lo que se dice en la escuela, la iglesia o el teatro. Y no precisamente porque en los velatorios la gente se divierta. Sino más bien porque en los velatorios se hace un repaso pormenorizado de los fantasmas familiares.
«[...] en los velatorios se hace un repaso pormenorizado de los fantasmas familiares. Allí se oyen todas las historias, los pequeños matices lisonjeros, los pequeños resentimientos nada lisonjeros, las tradiciones, los asombrosos testimonios de los clanes.»
: Cementerio sin paz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 144
James Stern
Aw, el mundo es un lugar desmoronado
Por JAMES STERN
EL CAPTADOR EN EL CENTENO Por JD Salinger. |
su chica Helga, ella me mata. Lee casi todo lo que llevo a la casa, y además un montón de cosas desmenuzables. Está loca por los niños. Me refiero a historias sobre niños. Pero Hel, dice que apenas hay un escritor vivo que pueda escribir sobre niños. Solo estos chicos ingleses Richard Hughes y Walter de la Mare, dice ella. El resto es todo cursi. La deprime. Eso es otra cosa. Puede oler a un chico cursi o un libro falso tan rápido como un perro huele a rata. Esta falsedad le da un dolor al viejo Hel si quieres saber la verdad. Por eso vino un día gritándome, con el pelo cayéndole sobre la cara y todo, y dijo que tenía que leer una maldita historia en The New Yorker. Quien es el autor Yo dije. Salinger, me dijo, JD Salinger. ¿Quién es él? Yo pregunté. ¿Cómo debería saberlo ?, dijo ella.
"Para Esme - con amor y miseria" era el título desmenuzado de esta historia. Pero chico, eso fue una historia. Sobre un soldado o algo así y un par de niños ingleses en la última guerra. Ay, dije cuando terminé, espera a que este tipo escriba una novela. Novela, mi codo, dijo. Este Salinger no escribirá una novela desmenuzada. Es un chico de cuentos. Chicas, me matan. Realmente lo hacen.
Pero tenía razón, si quieres saber la verdad. Deberías haber visto al viejo Hel golpearse el techo cuando le dije que este Salinger no solo ha escrito una novela, también es una selección del Libro del Mes del Club. Por llorar en voz alta, dijo, ¿de qué se trata? Sobre este Holden Caulfield, le dije, sobre la vez que se escapó a Nueva York desde la escuela Pencey Prep School en Agerstown, Pensilvania. ¿Por qué se escapó ?, preguntó el viejo Hel. Porque era una escuela terrible, le dije, no importa cómo la mires. Y no había chicas. Qué, dijo el viejo Hel. Bueno, sólo esta vieja Selma Thumer, dije, la hija del director. Pero este Holden, le agradaba porque "no te dio mucho estiércol sobre el gran tipo que era su padre".
Entonces Hel preguntó cómo era el padre de este Holden, así que le dije que si quería saber la verdad, Holden no quería meterse en todo ese asunto de David Copperfield. Le aburría y de todos modos sus "padres habrían [tenido] alrededor de dos hemorragias cada uno si [él] hubiera contado algo personal sobre ellos". Verá, este Holden, dije, no puede encontrar a nadie decente en este pésimo mundo y está en una especie de casa californiana llena de psiquiatras.
Eso casi mata a Hel. Psiquiatras, gritó. Así es, dije, este psiquiatra sigue preguntando a Holden si se aplicará cuando regrese a la escuela. (Ya ha sido expulsado de unos seis). Y Holden, dice cómo diablos lo sabe. "Creo que lo soy", dice, "pero cómo lo sé. Te juro que es una pregunta estúpida".
Eso es lo que me suena, dijo Hel, y se fue con este libro loco. "El Guardian en el centeno." ¿Qué te dije ?, dijo al día siguiente. Este Salinger es un tipo de cuentos. Y sabe escribir sobre niños. Sin embargo, este libro es demasiado largo. Se vuelve algo monótono. Y debería haber dejado mucho de hablar de esos idiotas y todo eso en esa escuela ruinosa. Me deprimen. Realmente lo hacen. Salinger, es mejor con niños reales. Me refiero a los jóvenes como la vieja Phoebe, su hermana pequeña. Ella es una personalidad. Holden y la pequeña Phoeb, dijo Hel, me matan. Esta última parte sobre ella y Holden y este Sr. Antolini, el único tipo en el que Holden pensó que podía confiar, que alguna vez se interesó por él y que resultó extraño, eso es fantástico.
No necesitas jurar, le dije. ¿Sabes qué? Este Holden es como tú. Encuentra que el mundo entero está lleno de gente que dice una cosa y quiere decir otra y no le gusta; y odia las películas, los idiotas falsos, los esnobs, los libros rudos y la guerra. Chico, cómo odia la guerra. Como tú, Hel, dije. Pero la vieja Hel, ella ya estaba leyendo este loco libro de "Catcher" de nuevo. Eso es siempre una buena señal con Hel.
https://artigos.wiki/blog/en/James_Stern_(writer)
: Europa sin techos ni habitaciones . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
Colm Tóibín
La casa de los nombres (fragmento)
"Mitros se quedó en la cocina con el perro, Leandro se fue a los campos y Orestes al saliente del acantilado, donde confiaba en que Leandro se reuniera con él, pues quería averiguar qué planes tenía. Sin embargo, su compañero no acudió.
Contempló el mar y escuchó el estruendo de las olas al romper, hasta que se cansó de esperar y volvió a la casa, donde encontró a Mitros en el suelo con un violento ataque de tos y escupiendo sangre. Salió y llamó a Leandro con un silbido, regresó a la cocina y se puso la cabeza de Mitros sobre el regazo.
Esa noche no se apartaron de la cama de Mitros, que dormía, se despertaba tosiendo y volvía a dormirse. Más tarde le llevaron comida y procuraron que estuviera a gusto, con el perro echado a su lado.
[...]
Permanecieron junto al cadáver hasta que el sol perdió fuerza, momento en que lo trasladaron al lugar donde habían enterrado a la anciana, seguidos con expectación por el perro, que aguzaba las orejas como si captara un ruido a lo lejos. Cuando se disponían a depositar el cuerpo en el hueco que habían abierto al lado de los restos de la anciana, Leandro miró a Orestes y le pidió con los ojos que entonara la canción. Orestes se acercó a la sepultura y se sentó. Empezó a cantar en voz baja las palabras que recordaba, y la bajó aún más hasta que fue apenas un susurro.
Una vez cubierta la tumba, el perro se mostró inquieto. Se quedó un rato con ellos y luego los siguió despacio hasta la casa, indeciso, gruñendo bajito. Se sentó en su lugar habitual de la cocina. Orestes le llevó comida y agua, le acarició la cabeza y le habló con dulzura. "
: Viajes por la frontera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 150
William Trevor
En Olivehill (fragmento), de Una relación perfecta
"Esa noche, Mollie soñó que James estaba en el salón. «No, no, no», dijo él, riendo porque era ridículo. Y fueron al Campo Largo y pasaron junto a los manantiales, donde unos hombres de la corporación del condado habían extendido unas láminas con dibujos y tomaban medidas. «Nuestros chicos están tomándoles el pelo», les decía James, pero los hombres no parecían oírlo y comentaban entre sí que Mountmoy quedaría irreconocible con una instalación como un campo de golf.
Después, despierta en la cama, se acordó de que su marido le decía que se había luchado por la tierra de Olivehill, que durante los años de las Leyes Penales —aquellas normas que marginaban a la población nativa católica y a cualquier disidente que no reconociera el liderazgo espiritual de la monarquía británica—, la familia había tenido que recurrir a argucias para conservar lo que era suyo por derecho. Su suegro había cultivado remolacha y tomates a petición expresa de De Valera durante la guerra de los años cuarenta. Y cuando ella volvió a soñar, James decía que ni en unos tiempos de regulaciones tan severas se habría concedido permiso para convertir una buena tierra de labor en un campo de golf. Olivehill estaba estrechamente ligado a la historia, decía, y la historia de Irlanda era un bien muy protegido. Lo indignaba que sus hijos hubieran puesto a la familia en ridículo, y decía que le constaba que esos funcionarios del condado habían cambiado de opinión y ahora se reían de lo absurdo de una solicitud tan ingenua.
[...]
El camino de entrada de Olivehill era de casi dos kilómetros. La verja de hierro, descuidada desde hacía generaciones, había sido vendida finalmente a un constructor que buscaba algo decorativo para una finca que había adquirido en las afueras de Limerick, a muchos kilómetros de allí. Las dos columnas de piedra de la verja seguían en su sitio, y también la aledaña casa del guarda, aunque en estado ruinoso. Reconstruida, se convertiría en la casa club; y se desbrozaría la aulaga para habilitar el espacio del aparcamiento. De Sussex llegó un hombre que había diseñado campos de golf en España y Sudáfrica y se quedó una semana en Olivehill. Se había solicitado un permiso de obras al departamento de urbanismo para modificar el uso de la casa del guarda; era necesario ensanchar el acceso al aparcamiento. No se impusieron más requisitos.
Mollie escuchó al hombre de los campos de golf cuando le habló de cómo había organizado la educación de sus hijos y de los éxitos culinarios de su esposa, enterándose de paso de que a él personalmente le interesaban los molinos de agua. Asimismo, le dijeron que la transformación de Olivehill en un campo de golf era una genialidad en extremo imaginativa. "
, maestro irlandés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153
Ha prologado y editado volúmenes de Álvaro Mutis, Margaret Atwood, Miklós Bánffy, Wislawa Szymborska, Izraíl Métter y Gesualdo Bufalino. Es directora de las colecciones de poesía y de ensayo literario «La Rama Dorada». Ha preparado ediciones sobre Una infancia de escritor, las antologías de relatos, con estudio preliminar, Vidas de mujer y De lo maravilloso y lo real (dedicada a Joan Perucho) y el libro de ensayos literarios Don Quijote en los Cárpatos. Desde hace décadas ha escrito de forma ininterrumpida en los suplementos literarios de Culturas de Diario 16, La Vanguardia, Babelia de El País o en ABC Cultural. Al mismo tiempo, colabora en numerosas publicaciones españolas y extranjeras. Es jurado de diversos premios literarios, como el premio de Novela Café Gijón, el premio de Narrativa Torrente Ballester, el premio Lampedusa de Sicilia, o el Zbigniew Herbert International Literary Award de Varsovia.
Tras una abultada carrera como crítica literaria, asidua colaboradora en medios y miembro del jurado de numerosos certámenes literarios, Mercedes Monmany ha publicado nuevo libro, ‘Por las fronteras de Europa. Un viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI’ (Galaxia Gutenberg), un recorrido de 900 páginas por 318 autores que sondea y analiza, a modo de guía personal, las grandes corrientes narrativas que han construido Europa. Todo con la intención de conformar un lienzo con el que ilustrar nuestros actuales orígenes culturales. Tuvimos dos encuentros con ella y éste fue el resultado.
Primera pregunta obvia: ¿Por qué no aparece España en este libro?
Hay dos explicaciones básicas. La idea inicial pasaba por un título más largo: Una española viajando por las fronteras de Europa. Y luego estaba el problema de la lengua española, una lengua de 500 millones de hispanoparlantes, cuya literatura nunca he concebido sin Latinoamérica. Incluirlas hubiera convertido el libro en un volumen desmesurado.
¿Qué me dices de la palabra ‘frontera’?
La palabra frontera para mí era imprescindible introducirla. Y se debe a una circunstancia biográfica. Pasé toda mi infancia y adolescencia viajando a Francia, allí vivía mi abuela. En aquella época pasabas de una dictadura al mundo libre, a una democracia.
Sin duda una palabra luminosa que muchos la consideran en desuso.
Yo no sabía el significado de la palabra democracia. En mi niñez había la percepción de que era algo distinto. Hay que añadir que España no participó en ninguna de las dos grandes guerras mundiales, que no teníamos el problema judío con esa dureza y salvajismo que sí tuvieron algunos países europeos, sin ir más lejos la misma Francia, con millones de deportados. Por otro lado, en casa de mi abuela encontraba enciclopedias de la Gran Guerra, fotos de parientes militares, publicaciones sobre la Segunda Guerra Mundial. Y de entrada ya me hice preguntas: se abrieron nuevas incógnitas, otras realidades, otras experiencias.
¿Quién fue el culpable de esa apertura?
Claudio Magris, con el que además de reconocerlo como un grandísimo autor, hice amistad con los años. Lo admiro mucho como ensayista y como persona, pero también como eurófilo. Siempre lo he definido como gran patriota europeo. Él me explicó esta experiencia de la frontera desde el otro lado: se colocaba en el Monte Carso, cerca de Trieste, y veía el Telón de Acero. Era el mundo no libre, una incógnita oscura. Me pareció curioso, porque era la experiencia inversa. Él desde una montaña veía el mundo dictatorial (no democrático) y yo era todo lo opuesto: nací en una dictadura en la que se cruzaban países en tren. Ahora la gente atraviesa fronteras tan sólo con el carnet de identidad, pero no debemos olvidar lo tremendo que ha sido en tiempos de guerra, refugiados, disidentes, perseguidos.
Culturalmente hablando, ¿existen fronteras en Europa?
Si quisiéramos caminar hacia una idea de Europa unificada, primero habría que derribar barreras mentales como por ejemplo norte-sur o este-oeste. Son inmemoriales. La política, la economía o la sociedad a menudo vienen definidas por estas coordenadas. En este sentido, parece que el norte ostentaba una supremacía no declarada, pero siempre se ha desconocido el porqué: el norte es laborioso, trabajador, industrial, mientras el sur es más calmado, licencioso, disoluto.
¿Sucede en España?
Pasa en muchos países avanzados, por supuesto en España también. Se trata de pequeños racismos que todavía han de derribarse. Personalmente superé todas estas barreras leyendo.
¿La lectura nos hace mejores seres humanos?
Recuerdo una entrevista con Amos Oz en la que él me dijo: “Leer es una escuela de tolerancia”. Eso sí, para ello la curiosidad es imprescindible, que extendería a todos los ámbitos de la vida. También el impulso, la inquietud.
¿Leías con 12 o 13 años a Stefan Zweig?
Sí, pero fue por una tendencia de no denominar las colecciones editoriales (infantil, aconsejada para niños, recomendada por edades, etc.) porque entonces no existía la moda de hacer estas cosas. Los niños que teníamos instinto lector llegábamos directamente a los libros. En mi caso, el azar hizo que en casa de mis abuelos leyera muy pronto a Stendhal, quizás antes que a Zweig, del que mi padre tenía una edición de las Obras completas. Eso sí, no me gustaban las biografías, no las consideraba excitantes, pero los relatos y las novelas fueron para mí un mundo, luego lo comprobé, que no estaba de moda. Con 15 o 16 años descubrí, a través de ciertos consejos lectores que intercambiaba entre amigos, que nadie conocía a Stefan Zweig. Fue el momento en el que Jaume Vallcorba lo puso en marcha en la editorial Acantilado.
¿Deduzco entonces que existe un instinto lector?
Por supuesto que sí, siempre lo digo. Cuando hay instinto lector, las puertas están abiertas. Es entonces cuando uno tiene la oportunidad de poner encima de la mesa libros que fomentan la calidad literaria. Porque cuando la calidad se corrompe, es muy difícil enderezarlo.
Bueno, también sucede en otras disciplinas…
Exacto. Sucede con el cine. A alguien que se ha acostumbrado a ver malas películas, así como a leer mala literatura, es muy complicado demostrarle las virtudes de El Gatopardo de Visconti, pero mucho más difícil es rescatarlo.
En la presentación de tu libro en Madrid, Vila-Matas dijo que si existe alguna lengua común en Europa capaz de unificar la literatura, esta es la traducción. ¿En qué medida el traductor puede convertirse en literato?
No sabría decirte hasta qué punto. Pienso que la labor del traductor es un ejercicio duro y encarnizado. Siempre que puedo me refiero a ellos porque valoro mucho su trabajo.
¿Quién ha liderado esa lengua europea de la traducción, las grandes o las pequeñas editoriales?
Creo que es contagioso. Es innegable que los editores independientes han hecho muchísimo en este país. Se empeñaron de forma heroica, defendieron la calidad de la edición y buscaron traductores para cuidar el producto. No sé quién lo empezó, pero cuando se establece un nivel de exigencia todo se vuelve estimulante. Hubo un tiempo en que los traductores no se cotejaban, era el reino de lo no controlado, pero cuando un país se civiliza aparece la vergüenza, la vergüenza de una mala traducción. Y te pongo el ejemplo de Francia: allí al traductor se le considera una persona muy importante que goza de gran prestigio social.
¿Cuál es la principal motivación que te ha empujado a componer un trabajo tan laborioso como este?
En primer lugar, dar a conocer a nuestros vecinos europeos, con la excepción de varios países como son Israel, Turquía y Rusia, a quienes todos consideramos parte fundamental de una Europa espiritual.
La lista es ciertamente inmensa, 318 autores, pero sigo echando en falta algunos nombres nórdicos, polacos, incluso rusos, y algún que otro italiano. ¿Editorialmente te has visto condicionada o has tenido plena libertad para llevarlo a cabo?
No, condicionada nunca. Pero es que la literatura es inmensa, sólo hay que entrar en una librería para darse cuenta. Este libro no es un canon total ni académico, ya lo aclaré en su día. Es una guía personal hecha con mucha libertad porque la firmo yo. Aquí no hay compromisos de ningún tipo. Sin embargo, si lo hubiera hecho con un equipo de ocho o diez personas y el apoyo, por ejemplo, de un departamento universitario de Literatura Comparada, existiría una cronología determinada, una disposición de páginas y un orden completamente distintos.
El libro como un compañero de viajes.
Continuamente se publican guías de ciudades que están muy de moda, con muchísimas fotos, pero siempre que he viajado he procurado leer a autores que no fueran necesariamente de rabiosa actualidad. En este sentido, la palabra frontera también habla de romper prejuicios por parte del lector, atravesar fronteras mentales como las de norte y sur, este y oeste de las que antes hablábamos. Es el problema de las cuotas y el género numérico y económico de la política. La cultura de un país se ha visto así condicionada por el índice demográfico, pero en literatura esto desaparece. Ahí está Irlanda, que con una población (3,5 millones de habitantes) menor que la de la Comunidad de Madrid, ha sido un invernadero literario inagotable. Se renuevan sin cesar, y muchos nos preguntamos si algún día pararán, porque tan sólo en el siglo XX tienen cuatro premios Nobel. O lo mismo que sucede entre finales del XIX y principios del XX en los países escandinavos, que se produce una explosión de genios. No sabría explicar el motivo de estos fenómenos.
¿Piensas que la literatura puede ser política en la medida en que puede cambiarla?
Es curioso porque para la intensidad, la cantidad de nuevas propuestas, arriesgadas, para esto que, en definitiva, define a una literatura como original en su tiempo, ¿son necesarios 27 millones de muertos como los de la URSS para crear una literatura esplendorosa? ¿Hay que pasar revoluciones como en Irlanda y no ser independientes para crear a James Joyce y una literatura fastuosa? O tal vez como los polacos, ¿es necesaria sufrir esa cantidad de ocupaciones, particiones o invasiones para alumbrar una literatura y una poesía de altísima calidad? Es como el chiste de la película El tercer hombre [Carol Reed, 1949] sobre Suiza y el reloj de cuco. No quiero hacer bromas con esto, pero ¿se necesitan dramas históricos para que los artistas den lo mejor de sí, o países pacíficos donde se fomente la creatividad? No se saben los condicionantes.
Formulada de otra manera: ¿la literatura puede cambiar la política o es la política la que puede cambiar la literatura?
Es interesante porque es un debate que persiste y persistirá. Es una trivialidad decirlo, como todo en la vida, pero si [la literatura] se hace con exigencia, con afán de calidad, puede haber un planteamiento de situaciones políticas o conflictos. Y si se hace de forma inteligente, sin sectarismo, igual. De hecho, siempre me ha gustado leer esto que se ha dado en llamar novela política, como es el caso de Leonardo Sciascia, cronista de una época durísima en Italia como aquí lo había sido el terrorismo y los atentados en el País Vasco.
¿Algún autor predilecto más?
Soy muy stendhaliana, sin limitar mi adoración por Proust.
Te decantas por lo narrativo, ¿y la poesía?
Era incontenible. Hay que tener cuidado con la literatura europea porque puede ser un contenedor inagotable.
¿Qué pretensión puede tener un libro como éste de más de 900 páginas?
Hay gente más purista que prefiere hablar únicamente de la estructura de las obras, pero no me importa adoptar el papel de divulgadora. Yo quiero aficionar a la gente a leer. Para mí es muy estimulante transmitir, porque mucha gente me ha transmitido el entusiasmo y el apasionamiento.
Alguno puede pensar que abrir las fronteras implica un riesgo de pérdida de la identidad escrita. ¿Pensar una Europa global puede ser contraproducente en sentido literario?
No participo del europesimismo ni del euronihilismo. Como sostenía el escritor serbio Danilo Kiŝ, incluido en el libro, hay que dejarse de temores, paranoias e invasiones bárbaras. De acuerdo que todos los conflictos que nos rodean son tremendos, y ya no me refiero al espejo en el que te quieres mirar, pero no deberíamos tener miedo a la diversidad porque es el mayor estimulante cultural que existe en Europa.
¿Qué opinas de la crítica literaria en Internet? ¿Hemos ganado calidad, cantidad o ambas?
Es un mundo inmenso y hay gente buenísima. Afortunadamente, se han roto los prejuicios, el papel pertenecía a la aristocracia mientras que Internet quedó relegado a una especie de semiproletariado. Hoy esta distinción no existe.
¿Recurres a Internet de manera asidua?
Sí, mi preferido es Didier Jacob, un periodista de Le Nouvel Observateur, por ejemplo. También estoy suscrita a The New York Review of Books y a portales similares. Me ofrecen inspiración y también una guía para ciertas recomendaciones. Soy una devoradora de revistas y páginas, tanto en web como en papel. Lo bueno es que al final se construye una comunidad de intereses.
¿Crees que la cultura se escribirá en digital?
No tengo ni idea. De lo que estoy segura es de que van a convivir durante mucho tiempo, pero creo que el papel resistirá más de lo que parece. Es curioso. Estas predicciones tan inmediatas me hacen pensar en la resistencia. La distinción entre lectores y consumidores existe, pero no soy fanática ni alarmista. El libro perdurará.
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