1.0
Según la leyenda familiar, el abuelo de Ferguson salió a pie de Minsk, su ciudad natal, con cien rublos cosidos en el forro de la chaqueta, y pasando por Varsovia y Berlín viajó en dirección oeste hasta Hamburgo, donde sacó billete en un buque llamado The Empress of China, que cruzó el Atlántico entre agitadas tormentas invernales y entró en el puerto de Nueva York el primer día del siglo xx. Mientras esperaba la entrevista con un agente de inmigración en la isla de Ellis, entabló conversación con otro judío ruso. Su compatriota le dijo: Olvida el apellido Reznikoff . Aquí no te servirá de mucho. Necesitas un nombre americano para tu nueva vida en América, algo que suene bastante en este país. Como en 1900 el inglés aún era una lengua extraña para él, Isaac pidió una sugerencia a su compatriota, mayor y con más experiencia. Diles que te llamas Rockefeller, le contestó aquel hombre.
Con eso no puedes equivocarte. Pasó una hora, luego otra, y cuando el Reznikoff de diecinueve años se sentó para que lo interrogara el agente de inmigración, había olvidado el nombre que su compatriota le había sugerido. ¿Cómo se llama?, preguntó el agente. En su frustración, el cansado inmigrante soltó en yiddish: Ikh hob fargessen! (¡Se me ha olvidado!). Y así fue como Isaac Reznikoff empezó su nueva vida en Estados Unidos con el nombre de Ichabod Ferguson.
Cuando Ferguson tenía seis años, su madre le contó la historia de cómo había estado a punto de perderlo. No perderlo en el sentido de no saber dónde se encontraba sino en el sentido de estar muerto, de abandonar este mundo y subir volando al cielo como un espíritu incorpóreo. Aún no tenía año y medio, le explicó, y una noche le entró fiebre, poca al principio, que pronto le subió a más de cuarenta y uno, una temperatura alarmante incluso para un niño pequeño, así que su padre y ella lo abrigaron bien y lo llevaron al hospital, donde empezaron a darle convulsiones, lo que fácilmente podía haber acabado con él, porque incluso el médico que le extirpó las amígdalas aquella noche dijo que se encontraba en situación crítica, refiriéndose a que
no sabía si Ferguson se salvaría o moriría, que ahora todo estaba en manos de Dios, y a su madre le entró tal pavor, le dio tanto miedo de quedarse sin su hijito que estuvo a punto de perder el juicio.Aquél fue el peor momento, prosiguió ella, la única vez que creyó que el mundo podía acabarse realmente, pero también había habido otras situaciones difíciles, toda una lista de sobresaltos y contratiempos, y entonces empezó a enumerarle los diversos accidentes que le habían ocurrido de pequeño, varios de los cuales podían haberlo matado o dejado lisiado, atragantándose con un fino trozo de filete sin masticar, por ejemplo, o la esquirla de cristal que le atravesó la planta del pie y requirió catorce puntos, o la vez que tropezó y se cayó sobre una piedra que le abrió la mejilla izquierda y tuvieron que darle once puntos, o la abeja que le hinchó los ojos de tal manera que no podía abrirlos, o el día del verano anterior en que estaba aprendiendo a nadar y casi se ahogó cuando su primo Andrew lo sumergió de un empujón debajo del agua, y cada vez que su madre volvía a contarle esos acontecimientos se callaba un momento y preguntaba a Ferguson si se acordaba, y el caso era que sí se acordaba, los recordaba casi todos como si acabaran de ocurrir ayer mismo.
Para toda la complejidad estructural de la novela, la premisa es simple. La película Puertas corredizas podría ser una analogía. El poema de Robert Frost "The Road Not Taken" está más cerca de la marca: 'Dos caminos divergieron en un bosque, y yo tomé el menos viajado por, / Y eso ha hecho toda la diferencia'. Imágenes de carreteras y caminos de bifurcación se repiten. El razonamiento se hace explícito en las páginas finales, ya que el cuarto Ferguson -F4, por decirlo así, que en este momento está en sus 20 años- refleja que "el tormento de estar vivo en un solo cuerpo fue que en cualquier momento dado tuviste estar en un solo camino, aunque pudieras haber estado en otro, viajando hacia un lugar completamente diferente ". Sólo la imaginación (o la clonación) puede eludir estos límites. De ahí esta novela sobre "cuatro personas idénticas pero diferentes con el mismo nombre Ferguson".
El camino no tomado
POR ROBERT FROST
Dos caminos divergieron en un bosque amarillo,
Y lo siento, no pude viajar tanto
Y ser un viajero, desde hace mucho tiempo
Y miró abajo uno tan lejos como pude
A donde se doblaba en la maleza;
Luego tomó la otra, tan justa,
Y teniendo tal vez la mejor afirmación,
Porque era de hierba y quería usar;
Aunque por lo que el paso allí
Había usado ellos realmente sobre el mismo,
Y esa mañana también
En las hojas ningún paso había pisado negro.
¡Oh, guardé el primero para otro día!
Sin embargo, saber cómo camino conduce a la manera,
Dudaba si alguna vez regresaría.
En alguna parte edades y edades por lo tanto:
Dos caminos divergieron en una madera, y yo-
Tomé el menos viajado,
Y eso ha hecho toda la diferencia.
Aunque hay ecos de la vida de Auster en todo el texto, el puro peso del detalle histórico actúa como una defensa contra el solipsismo. La guerra fría, la ejecución de los Rosenberg , JFK, Martin Luther King, el proyecto de Vietnam, la masacre de My Lai , los disparos de Kent State : aquí hay una novela tan atenta a los detalles del período como Philip Roth, Richard Ford o Jonathan Franzen. La nueva expansión se refleja en las frases, que se ejecutan, fluido, auto-deleitándose, reacios a detenerse. Y la relación entre lo privado y lo público se evoca claramente a través de la imagen de círculos concéntricos, con el mundo (y la guerra) en el borde exterior y el individuo (y sus batallas) un pequeño punto en el centro.
Auden e Isherwood escribieron una vez una obra llamada La Ascensión de F6 . La novela de Auster podría haber sido llamada La Descendencia a F4 , aunque el título que él estableció, con sus números descendentes, es igualmente apto.
Los yoes múltiples están involucrados en dramas múltiples. Hubo un tiempo en que Auster parecía considerar el impulso narrativo como una ofensa a los deberes de la meta-ficción. Ese no es el caso aquí. Se insta al lector a ir con el flujo.
El Brooklyn de Paul Auster
¿Qué sentido tiene el arte, y en particular el arte de narrar, en lo que llamamos mundo real? Ninguno que se me ocurra; al menos desde el punto de vista práctico. Un libro nunca ha alimentado el estómago de un niño hambriento. Un libro nunca ha impedido que la bala penetre en el cuerpo de la víctima. Un libro nunca ha evitado que una bomba caiga sobre civiles inocentes en el fragor de una guerra. Hay quien cree que una apreciación entusiasta del arte puede hacernos realmente mejores: más justos, más decentes, más sensibles, más comprensivos. Y quizá sea cierto; en algunos casos, raros y aislados. Pero no olvidemos que Hitler empezó siendo artista. Los tiranos y dictadores leen novelas.
Del puente de Brooklyn a los restaurantes y librerías de Park Slope, los escenarios literarios, cinematográficos y cotidianos del escritor estadounidense en Nueva York
Óscar Curieses es escritor, poeta, traductor y experto en la obra de Paul Auster.
https://elviajero.elpais.com/elviajero/2017/09/07/actuali
dad/1504783918_678739.html
Óscar Curieses es escritor, poeta, traductor y experto en la obra de Paul Auster.
dad/1504783918_678739.html
PAUL AUSTER PRESENTA ‘4 3 2 1’
Me refiero a escribir, y en especial a la escritura como medio para narrar historias, relatos imaginarios que nunca han sucedido en eso que denominamos mundo real. Sin duda es una extraña manera de pasarse la vida: encerrado en una habitación con la pluma en la mano, hora tras hora, día tras día, año tras año, esforzándose por llenar unas cuartillas de palabras con objeto de dar vida a lo que no existe , salvo en la propia imaginación. ¿Y por qué se empeñaría alguien en hacer una cosa así? La única respuesta que se me ha ocurrido alguna vez es la siguiente: porque no tiene más remedio, porque no puede hacer otra cosa.
Espacio Fundación Telefónica
https://www.youtube.com/watch?v=s_HSTqKyRrY&_ga=2.231348636.209761059.1505194818-1776528025.1504165001#t=2s
https://elpais.com/elviajero/2017/09/07/actualidad/1504783918_678739.html
En otras palabras, el arte es inútil, al menos comparado con, digamos, el trabajo de un fontanero, un médico o un maquinista. Pero ¿qué tiene de malo la inutilidad? ¿Acaso la falta de sentido práctico supone que los libros, los cuadros y los cuartetos de cuerda son una pura y simple pérdida de tiempo? Muchos lo creen. Pero yo sostengo que el valor del arte reside en su misma inutilidad...
Con amor y fatiga de escritor y lector - Informe del interior, por Paul Auster
"Para todas las maniobras posmodernas, Auster es el menos irónico de los escritores contemporáneos." Ilustración de André Carrilho, en el New Yorker , en un artículo fechado el 30 de noviembre de 2009, titulado " Shallow Graves - The novels of Paul Auster ", de James Wood (Rtv 2016 -09-29)
La mentalidad humana siempre ha requerido un cierto periodo
de
adaptación para aceptar cualquier avance o cambio que
afectará su visión del mundo. De tal manera que no es extraño
que esta etapa en la vida de los hombres vaya acompañada de
una conciencia aun mayor del tiempo que fluye y de la necesidad
de optimizar su uso para así intensificar cualitativa y, para
ciertos, cuantitativamente la obra que uno quiere dejar como
rastro de su paso por la Tierra.
"Algunos relatos pueden ser formados en parábolas sobre la
esperanza, o sobre el regreso de los perdidos. Este no. La ficción
puede sanar. En su libro Into the Silent Land , el neurólogo Paul
Broks escribe: " Cuando vemos el cerebro, nos damos cuenta de
que somos, en realidad, un nivel, no más que carne; y por otro,
no más que ficción. "
Paul Auster: "Mi misión como escritor es hacer sentir lo que es un ser humano"
porFrançois Busnel
¿Contarse a sí mismo? Sí, pero, ¿cómo? La forma importa tanto como el fin y Paul Auster lo sabe muy bien. Diario de invierno es ante todo una obra literaria de forma inédita. Es de esos escritores que aborrecen que la obra se quede limitada a la vida. Paul Auster usa la segunda persona del singular, ese «tú» que hace que el lector se sienta tan próximo y nos permite convertirnos en aquel chiquillo solitario que soñaba con el cine y con escribir mientras veía en televisión los partidos de beisbol, sintió pasión por la lengua francesa y la traducción merced a uno de sus tíos que traducía a los poetas latinos, se embarcó en un carguero, eligió Francia para que fuera su tierra de acogida, vivió en buhardillas parisinas y, después, en casitas de Provenza, que volvió a Nueva York sin un céntimo, fracasó muchas veces en el intento de escribir la primera novela, se divorció y pensó que su vida había terminado, conoció a la mujer de su vida (la novelista Siri Hustvedt), volvió a ponerse a escribir dos semanas después de la muerte de su padre, triunfo en Francia y en Europa antes de que lo aplaudiesen en su país, hizo sus pinitos en el cine (Smoke, Brooklyn Boogie…), publicó novelas espléndidas (Ciudad de cristal, El país de las últimas cosas…) y relatos personales conmovedores (La invención de la soledad, El cuaderno rojo, A salto de mata). A los 65 años, Paul Auster parece tener más fuerza que nunca. Ya no se le ven esas huellas de febrilidad y angustia cuya marca llevaba en la cara y en lo que decía y en lo que escribía en la última década (esa que vio cómo los atentados del 11 de septiembre ensombrecieron Nueva York, su ciudad). Cierto es que las últimas páginas del presente libro —las más hermosas— narran un caminar que recuerda al de Quinn, el protagonista de Ciudad de cristal, por el puente de Brooklyn, en ausencia de lo que fue el repulsivo símbolo de la ciudad-papel que el escritor ha inventado y vuelto a inventar libro tras libro. Esta entrevista se celebró en un estudio de radio de France Inter. Paul Auster sonríe. Bromea. Como si haber escrito este libro (primera entrega de un díptico, cuya continuación esperamos con impaciencia, dedicado a su aventura anímica e intelectual) le brindase una segunda juventud.
— Diario de invierno[1] es un libro sorprendente. ¿Autobiográfico?
- No, en realidad no. No es ni una autobiografía ni unas Memorias. Tampoco es un relato. Es una obra literaria. La componen una serie de fragmentos autobiográficos que adoptan la estructura de una obra musical. El libro va saltando de un año a otro. Tan pronto tengo 4 ó 5 años como, en el párrafo siguiente, tengo 60…
— Me cuesta acordarme. Llevaba dentro esa idea desde hacía mucho, Quería escribir algo acerca de mi cuerpo. Escribí este libro en un plazo muy breve, de unos pocos meses nada más.
— Y eso no es lo habitual en usted, ¿verdad?
— No, suelo ser mucho más lento normalmente Pero en este caso tenía ya el libro en la cabeza. Es algo muy curioso.
— No es la primera vez que recuerda partes de su vida: están La invención de la soledad[2], de 1979, su primer libro, y luego El cuaderno rojo[3] y A salto de mata[4]…
— Efectivamente, esos tres libros son obras declaradamente autobiográficas, incluso aunque la forma de abordar el asunto no sea muy tradicional. Diario de invierno es la cuarta entrega de esa progresión en los temas personales. En los últimos doce años he escrito muchas novelas en un lapso de tiempo muy breve. Creo que quería respirar un poco. Ver las cosas de otra manera. Recuperar energía e ideas nuevas
— Empecé a escribir instintivamente en segunda persona. No me lo anduve pensando, empecé así. Cuando llevaba alrededor de treinta páginas, me paré y me hice esa preguntan que me ha hecho usted: ¿por qué estás haciendo así este libro? Tradicionalmente, los libros como éste se escriben en primera persona. Pero eso del «yo» me parecía demasiado excluyente. Se trata por supuesto de la historia de mi vida, pero yo tenía otra idea acerca de lo que tenía que ser este libro. Habría podido usar la tercera persona del singular, «él». Que es, por cierto, la persona que uso en la segunda parte de La invención de la soledad; escribía acerca de mí, pero me llamaba «A» en vez de «yo». A de Auster. Así que, ¿por qué me llamo de tú en este Diario de invierno? Seguramente porque quería que este libro nuevo nos lo repartiéramos el lector y yo, por decirlo de alguna forma. Debo decir que no siento interés por mi persona: no es un tema que me fascine, ni mucho menos. Pero conozco bien mi historia, al menos las cosas que consigo recordar. Lo que quería era escribir un libro sobre qué es el ser humano, sobre la sensación de estar vivo. Y por eso cuento accidentes, heridas, cómo descubrí mi vida sexual. La esperanza que tengo es que las cosas que cuento puedan traerle al lector reflexiones personales y contribuir a que afloren sus recuerdos propios. El «tú» hace que el lector se sienta muy implicado y le permite volver a reflexionar sobre su vida.
— El tema importante de este libro es también el cuerpo: la forma en que los estados afectivos elementales son el vehículo, en realidad, de las ideas y los amores. ¿Por qué ocupa el cuerpo un lugar tan importante?
— Noto que nuestra vida procede en primer lugar de los cuerpos. Pensamos, por supuesto. Pero los pensamientos no vienen de ninguna parte. Afloran de un «yo físico», de nuestros cuerpos. Nunca he leído libros como éste: no sé si el resultado es un buen libro o un mal libro, pero es una manera diferente de enfocar las cosas. Así veo la vida: entramos en su día en un cuerpo, todo empieza con nuestro cuerpo y todo concluirá cuando ese cuerpo muera. Somos nuestros cuerpos.
— ¿Nuestra historia se reduce a la de nuestro cuerpo?
— La del final de la vida, sí. Muchas veces llegamos al final de la vida sin la capacidad de pensar o la de hablar. Somos sencillamente carne y hueso. Piense en el caso de la enfermedad: cuando estamos sanos, no pensamos en el cuerpo; pero, en cuanto caemos enfermos, toda la vida gira en torno a los problemas del cuerpo.
— También están los placeres físicos.
— También. Mire, todo empieza con el cuerpo. He pasado mucho tiempo creyendo que la sexualidad era el mayor placer que existía para el cuerpo.
— Intenta usted calar en el misterio de la atracción amorosa. ¿Quién decide: el cuerpo o la mente?
— Escribe usted que uno de los momentos más extraordinarios y más dichosos de su vida fue aquel día en que, en París, cuando era un estudiante pobre y sin un céntimo, se vio en los brazos de una prostituta que le recitaba a Baudelaire. ¿Y eso por qué?
— Aquella mujer fantástica, joven, desnuda encima de la cama, tan guapa y que, de pronto, empieza a recitar un poema de Baudelaire con mucho sentimiento, con mucha exquisitez. ¡Es desde luego uno de los mejores momentos de mi vida! Pero no me invento nada. ¿Por qué inventar algo así? Sería ridículo. A lo que está obligado un escritor cuando empieza a escribir un libro como éste es a ser tan honrado como pueda, sacar a la superficie de la forma más clara posible los recuerdos; y, cuando no se acuerda, que lo diga claramente. Es algo que digo en varias ocasiones en ese libro: no consigo acordarme.
— El cuerpo brinda placeres, pero también cosas desagradables. Por ejemplo ese ataque de pánico que pudo con usted en 2002. ¿De que fue síntoma ese ataque de pánico?
— Fue una revelación. No sabía que el cuerpo podía hacerle algo así a uno. Me quedé de lo más sorprendido. Ocurrió en un momento muy difícil. Se acababa de morir mi madre. De repente. Aunque no padecía ninguna enfermedad. Mi mujer, Siri, no estaba conmigo. Se había ido a ver a sus padres a Minnesota, a miles de kilómetros, para organizar el octogésimo cumpleaños de su padre. Estaba sólo en Nueva York. Me llamó por teléfono la señora que iba a limpiar a casa de mi madre un día a la semana: entró con su llave y se encontró a mi madre tendida en la cama. Llegué en el acto y me la encontré muerta, encima de la cama. Fue un momento durísimo. La miré y lo primero que pensé fue que mi propia vida había empezado en ese cuerpo que yacía ahí, sin vida, y que no existían lazos más fuertes que los que hay entre el hijo y la madre. Luego me ocupé de todas esas cosas que hay que hacer cuando se muere alguien. Tareas prácticas. Vino una prima a ayudarme a hacerlo todo. Pasé la noche en su casa, en Nueva Jersey. Como no podía dormir, me puse a beber whisky. Un vaso, dos. Y luego, pues, bueno, seguí hasta las tres o las cuatro de la mañana. Me bebí toda la botella. A la mañana siguiente había que hacer más gestiones administrativas: ir al depósito, decidir dónde la iban a enterrar, etc. Mi madre no había dejado testamento. Luego me volví a mi casa, en Brooklyn. Y volví a pasar en vela la noche siguiente y abrí una botella de whisky. Acabé por meterme en la cama, agotado y borracho. Pero, a eso de las cinco de la mañana, cuando llevaba dos horas durmiendo, me despertó el teléfono. Ya estaban cantado los pájaros; estaba agotado y me dije: «Tienes que dormir diez o doce horas, si no no vas a poder con tu alma», pero, como un tonto, descolgué el teléfono. Era otra prima, con quien había tenido anteriormente relaciones muy conflictivas, sobre todo cuando publiqué aquel libro sobre mi padre, La invención de la soledad. Me quedé escuchándola y empezó a decir cosas durísimas de mi madre, muy perversas Yo estaba muy, muy irritado. Concluyó la conversación y me di cuenta de que me había puesto en un estado tal que no podía volver a acostarme y seguir durmiendo. Me hice un café muy cargado. Luego, otro. Y otro más. Al tomarme el cuarto, con el estómago vacío, el cuerpo empezó a reaccionarme de una forma muy rara. Me oí ruidos extraños en la cabeza. El corazón empezó a acelerarse y, de repente, no podía respirar. Entonces me asusté mucho. Quise ponerme de pie, pero me caí al suelo. Y noté que me dejaba de correr la sangre por las venas. Era como si los brazos y las piernas se me volvieran de hormigón. Pensé que llegaba la muerte, que me subía cuerpo arriba. Y me invadió el espanto. El espanto absoluto. Eso es, un ataque de pánico. Y éste fue tremendo.
— Cuando murió su padre, escribió casi enseguida La invención de la soledad. ¿Por qué ha dejado pasar diez años entre la muerte de su madre y este libro, Diario de invierno, que le está dedicado en buena parte?
— Sí, dos semanas después de que muriera mi padre empecé lo que iba a convertirse en La invención de la soledad. Mientras que dos semanas después de la muerte de mi madre y de aquel ataque de pánico no sabía que llegaría el día en que escribiera sobre esto, sobre mi madre. He de decir que las relaciones con mi padre fueron siempre muy complejas y turbulentas. Con mi madre, era todo muy sencillo. Estaba a gusto conmigo y yo estaba a gusto con ella. No teníamos problemas. No era una carga para mí. Así que, efectivamente, han tenido que pasar nueve años antes de que notase por dentro el deseo de escribir acerca de ella. Pero la muerte de mi madre es una parte del libro, no es el tema del libro.
— Dice que no llora cuando pierde a una persona próxima, siendo así que reconoce que se le humedecen los ojos cuando lee determinados libros o cuando ve determinadas películas. ¿Cómo lo explica?
— Me cuesta mucho entenderlo. Con frecuencia he padecido la sensación de duelo. Como todo el mundo. Pero cada vez que me comunican la muerte de alguien, me pongo tieso como un palo. Creo que es algo así como una forma de defenderme. Hay algo en mí que se queda vacío. Preferiría llorar.
— ¿Se escribe porque no se llora?
— No... Porque si no se llora entran ataques de pánico.
— ¿Por qué escribe?
— ¿Conoce a ese escritor norteamericano especializado en deportes? Red Smith. Ha dicho: «Escribir es sencillo: hay que abrirse las venas y dejar correr la sangre». Los artistas son personas a quienes no les basta el mundo. Personas heridas. Si no ¿por qué íbamos a encerrarnos en una habitación para escribir? Intentamos sacarles partido a nuestras heridas para devolverle algo a ese mundo que tan maltrechos nos ha dejado.
— ¿El tiempo cicatriza esas heridas?
— A veces, sí; y a veces, no.
— ¿Y la escritura cicatriza esas heridas?
— Pensé que sí mucho tiempo. Ahora sé que no es ése el caso. Escribí mi primer libro, La invención de la soledad, pensando que a lo mejor me podía curar. Mientras lo estaba escribiendo, notaba perfectamente que estaba ocurriendo algo doloroso. Pero cuando acabé el libro, todo estaba igual, no había cambiado nada.
— ¿Sabría explicar que razones lo impulsaron a escribir?
— No. Sé que empecé a leer libros muy en serio siendo muy pequeño, y que empecé a escribir de muy pequeño también. Tenía 9 años. Escribía poemas e historias espantosamente malas. tan estúpidas que dan apuro incluso hoy. Pero había algo que valoraba en el hecho de escribir. Era la sensación de la pluma en el papel. La sensación de la escritura. Me hacía sentirme más vinculado al mundo. Y en ese vínculo con el mundo me sentía mejor. A los 12 años, escribí lo que llamé «mi primera novela» Era probablemente un manojo de alrededor de treinta páginas. Se la enseñé a mi profesor y le gustó; me propuso que le leyera a la clase un trocito cada día. Fue mi primera experiencia de escritor, de lectura. Pero ¡si a los otros alumnos les gustaba eso que yo había escrito era sobre todo porque, mientras les leía yo mi obra, ellos podían estar sin hacer nada!
— ¡Se perdió! Afortunadamente. Pero me acuerdo de que la escribí con tinta verde.
— ¿Cómo escribe usted?
— De diferentes formas. Hay novelas que me han exigido diez años de reflexión antes de poder escribir una frase. Otras salieron en pocos meses. Todos los proyectos son diferentes. No tengo un sistema. Cada vez que termino un libro me quedo vacío y me parece que se acabó, que no volveré a escribir nunca más. Y luego, poco a poco, ocurre algo y quiero volver a escribir.
— ¿Qué es ese «algo» que ocurre?
— La música del libro. La oigo en la cabeza. Es una tonalidad. Y, en mi caso, es la tonalidad la que crea los personajes. Luego, los personajes crean las situaciones. El origen de un libro está en esa música de la lengua. En la actualidad, incluso con alrededor de veinte libro a la espalda, sigo con la misma sensación de ser un principiante, un aficionado, cuando empiezo un libro nuevo. Como si en todos estos años no hubiera aprendido nada. Seguramente porque el libro nuevo es muy diferente de los anteriores y que, como nunca había escrito ese libro antes, tengo que instruirme según lo voy componiendo. La escritura, en mi caso, está muy relacionada con la música. Y con el hecho de andar. Con el ritmo del cuerpo, por lo tanto. Por lo demás, la música es eso: el ritmo del cuerpo. Cuando ando doy con ritmos que me ayudan a hacer frases y párrafos. Primero siento esa melodía, o esa cadencia, llámelo como quiera, en el cuerpo. Luego se convierte en palabras en cuanto tengo una pluma en la mano. Suelo citar con frecuencia esta frase espléndida de Ossip Mandelsta: «Me pregunto cuántos pares de sandalias gastó Dante escribiendo La divina comedia». Mandelstam sintió ese ritmo del caminar en la escritura y la poesía de Dante. Por lo demás, al hablar de versificación se habla en pies, ¿o no?
— ¿Y usted cuántos pares de zapatos ha gastado desde que empezó a escribir?
— ¡Miles!
— ¿Una musa? A lo mejor… Si tengo una musa, será Siri, mi mujer. Siri es el centro de mi vida. Me salvó la vida.
— ¿Le salvó la vida? ¿No es un poco exagerado?
— Sí, me salvó la vida. Cuando la conocí. Seguro. Siri me cambió la forma de ver el mundo. Yo estaba solo, divorciado, triste, sin ninguna esperanza importante. Sin aquel encuentro, por casualidad, en Nueva York, sin ella, estos últimos treinta años habrían sido completamente diferentes. Yo era un necio con las mujeres, no sabía lo que hacía, no dejaba de tomar decisiones estúpidas. Ahora Siri es mi primera lectora.
— ¿Cree en la inspiración?
— No, creo en el inconsciente. Eso es lo que me sirve de guía. Pero para hallar algo dentro de uno, en el inconsciente, hay que tener determinado estado de ánimo: muy abierto y sin prejuicios. Entonces dejamos que las cosas broten. Cuando escribimos, hay que dejar que las cosas ocurran y no censurarse nunca: no hay que censurarse, no tenemos derecho a censurarnos. Además hay que saber parar. Quiero decir que, cuando estoy escribiendo un libro y he terminado la jornada de escritura, hago todo lo posible para no volver a pensar en él el resto del día. Si trabajas mucho, empiezas a quedarte seco. Así que me voy a casa —nunca trabajo en casa, sino en un estudio, a pocos minutos andando—, salgo, cierro la puerta y intento olvidarme de todo lo que he escrito. Vuelvo a la vida de verdad. ¿Qué vamos a preparar Siri y yo para cenar? ¿Vamos a ver una película, o vamos a salir, o vamos a ir a ver a unos amigos, o a ir un rato de compras, o cualquier otra cosa? Muchas veces me voy del estudio, del sitio en que me paso el día escribiendo, con un problema que no he conseguido resolver. Me vuelvo a casa, vivo, me voy a dormir, me despierto por la mañana, voy a pie el estudio, y cuando llego, ya sé cómo resolver el problema de la víspera. Ha ocurrido durante el sueño. Vale más dejar que vengan las cosas y no forzarlas. En eso es en lo que creo para escribir. Cuando estoy escribiendo un libro, no puedo decirle en qué estado físico me encuentro: es como si el cuerpo entero fuera una llaga sin cicatrizar... Está uno tan abierto a todo cuanto sucede por la calle, en el cielo, en todo cuanto tienes alrededor que metes todo eso en el libro que está en marcha. Un libro es también algo así como una improvisación. Muy curioso, ¿verdad?
— ¿Qué ha cambiado con el tiempo y la experiencia?
— Sólo ha cambiado una cosa. Cuando estás escribiendo un libro te quedas bloqueado de vez en cuando. No sabes cuál va a ser la siguiente frase. No encaja bien. No sabes qué idea va a llegar. No sabes dónde vas… A veces, estoy perdido. Entonces, lo dejo. Un día. Una semana. Un mes si es necesario. Para hacerme a la idea de en qué va a consistir la siguiente etapa. ¡Y funciona! Sirve para que desaparezca todo el bloqueo. Eso es algo nuevo. Antes, cuando era un escritor joven y llegaba a un momento de ésos, me decía: «¡Estoy acabado! No va a salir bien… Nunca conseguiré acabar este libro…». Y me quedaba bloqueado. Ahora, ya entrado en años, me digo: si este libro debe escribirse, si debe escribirse de verdad, entonces encontraré la forma de resolver el problema. Y, a la espera de que eso suceda, me paro...
— Pues… sí. Sí tengo proyectos abandonados. En dos o tres ocasiones he empezado novelas y no estaba muy satisfecho que digamos de lo que llevaba escrito. Alrededor de cien páginas a veces. Pero sabía que desde el principio había ido mal encarrilado y que no había esperanza alguna de sacar aquello adelante.
— ¿Hubo algunas novelas más difíciles de escribir y que dejaron huellas o cicatrices más penosas que otras?
— Ésa es una buena pregunta. Cuando era joven, es decir entre los 19 y los 22 años, intenté escribir dos o tres novelas y no tenía capacidad, por entonces, de escribir esas cosas tan ambiciosas que quería hacer. Creo que tengo alrededor de mil páginas de prosa de novelas sin acabar. Y esas novelas inconclusas son el origen de otras novelas que escribí quince años después: El palacio de la luna[5], El país de las últimas cosas[6] y Ciudad de cristal[7]. Esos tres libros los concebí de joven y no era capaz de escribirlos. Pero creo que ese tiempo de frustración no fue tiempo perdido. Era un aprendizaje que llevé a cabo en silencio y nadie vio cómo lo hacía.
— ¿Qué lugar ocupa el cine en su vida?
— Siempre sentí adoración por el cine. Cuando tenía 20 años y vine a Francia a estudiar creía que quería ser director de cine. Ya escribía poemas, estaba intentando escribir novelas y, de pronto, me entraron ganas de hacer cine, Quería matricularme en el Idhec, pero rellenar los impresos era tan complicado que desistí enseguida… Por entonces era muy tímido. Me costaba muchísimo hablar delante de otros. Si había más de dos personas en un recinto me quedaba mudo. Así que me dije que el cine no era lo mío. ¿Cómo habría podido dirigir en un plató? Pero el interés que sentía por el cine no fue a menos. Cuando empecé a publicar novelas fue cuando empezaron a acercárseme los cineastas para pedirme que colaborase en este o aquel guión. Conocí a Wayne Wang en 1991 e hicimos Smoke en 1994. Entonces descubrí que hacer una película era un placer inmenso. Pero también un trabajo inmenso. Y en equipo. A un escritor, que es esencialmente solitario, le resulta muy difícil. También es una alegría tremenda.
— ¿Qué soporte le permite expresar mejor lo que lleva dentro?
— La escritura, por supuesto. Soy un escritor a quien le gustan todas las formas de contar una historia, y el cine es una de esas forma. Las mejores películas son tan buenas y tan importantes como los grandes libros.
— ¿A qué llama las mejores películas?
— A Cuentos de Tokyo de Ozu o a La gran ilusión de Renoir, películas que rebosan humanismo, que tienen cierto parecido con los grandes novelistas de finales del siglo XIX o de principios del siglo XX. Podemos comparar a Satyajit Ray, en la trilogía de Apu, con Tolstoi. El mundo de Apu es posiblemente mi película preferida. Hay que verla tres, cuatro o cinco veces antes de entender del todo qué ha hecho el cineasta. Pero si se la ve como hay que verla puede aportar toda la complejidad y toda la satisfacción de una gran novela. La mayoría de las películas son de entretenimiento, pero también lo son la mayoría de los libros… En los niveles más altos, hay que reconocer que el cine y la literatura son casi lo mismo...
— Smoke fue ya una obra con connotaciones autobiográficas, ¿verdad?
— Aparecía un escritor que se llamaba Paul Benjamin, el pseudónimo con que publiqué mi primer libro, una novela policiaca que escribí para ganar dinero a finales de la década de 1970. Pero Benjamin es también uno de mis nombres. Me llamo Paul Benjamin Auster. La película fue un encargo: el New York Times me pidió un cuento para las Navidades y Wayne Wang propuso hacer una película con él.
— ¿Cuál es para usted el papel del escritor?
— En cualquier caso, no es andar teorizando. Nunca. Un novelista no es un filósofo. Aunque eso no le impide la reflexión, claro. He leído mucha filosofía, pero no quiero escribir libros de filosofía. Sólo quiero intentar mostrar, hacer notar en qué consiste el hecho de estar vivo. Ésa es mi misión de escritor. Y nada más. La vida es maravillosa y espantosa a la vez y la tarea que me corresponde es capturar esos momentos.
— ¿La biografía de un escritor nos proporciona aclaraciones sobre su obra?
— No hay reglas en ese asunto. Todo depende del escritor. Y todo depende de la forma en que se enfoque esa biografía.
— ¿Y en su caso, ya que se encarga usted, en libros tan diferentes como La invención de la soledad, A salto de mata o Diario de invierno, de contar episodios de su vida?
— En mi caso, creo, efectivamente, que algunos episodios de mi biografía pueden aclarar algunos puntos de mis libros. Incluso aunque mis novelas no tomen nunca nada prestado de la realidad: son ficción, pura ficción. Algunos novelistas son cronistas de su vida. y su ficción no es sino una ficción muy leve. En esos casos, no cabe duda de que es importante estar al tanto de la historia de su vida y comparar, entender, investigando o merced a la biografía de una tercera persona. Yo tomo algunas cosas de mi vida, como es lógico, igual que todos los escritores, pero no de forma esencial.
— ¿Es aficionado a las biografía de escritores?
— Sí, me encanta leer esa clase de libros. Y observo que la primera parte del libro es siempre más interesante que la segunda. La infancia. La juventud. Antes de que el escritor o el poeta se conviertan en sí mismos. Eso es lo que más me interesa. Luego, cuando ese hombre o esa mujer ya son escritores, sólo se habla de publicaciones, de críticas, de viajes, de medallas: no tiene gran importancia. Pero enterarse de las cosas menudas de la juventud, eso… La biografía de Samuel Beckett que escribió James Knowlson, por ejemplo, me ayudó a valorar a Beckett, su forma de ser, su familia.
— ¿Quiénes son para usted los maestros de la autobiografía?
— El escritor en quien estaba pensando mientras escribía Diario de invierno, el que me acompaña, de toda la vida, cuando escribo acerca de mi vida es Montaigne. Montaigne inventó otra forma de pensar. Es la primera vez en que alguien, tomándose a sí mismo como asunto, brinda una forma atractiva y profunda de entender al hombre. ¡Y qué estilo! ¡Que energía en la prosa! Leo a Montaigne una y otra vez. Pero, ¡ojo!, que no es autobiográfico. No se le olvide que son Ensayos, una forma que inventó él, por lo demás. También me parece muy interesante Rousseau. En un registro diferente. Descubrí las Confesiones de Rousseau a los 22 años. Lo que más me impresionó es que sabemos que está mintiendo. Pero confiesa cosas tan feas que nos escandaliza: cómo abandonó a sus hijos, por ejemplo… La parte en que Rousseau, en un bosque, le tira una piedra a un árbol diciendo, como un niño, «si le doy es que mi vida entera va a ser maravillosa», esa parte es excepcional. ¿Sabe la historia? Rousseau tira la piedra y no le da al árbol. Se acerca, vuelve a tirar una piedra y falla otra vez. Da un paso más, tira otra vez la piedra y tampoco atina. Hasta que está pegado al árbol, lo tiene al alcance de la mano; y entonces tira la piedra y, claro, le da al árbol; y Rousseau exclama: «¡Ahora tendré una vida perfecta!» En mi novela La música del azar[8], uno de los personajes, Nash, lee Las confesiones.
— Y en El libro de las ilusiones[9], a otro personaje, David Zimmer, lo obsesiona Chateaubriand... Tras Montaigne y Rousseau, es otra forma de contar la propia vida.
— ¡Ah, las Memorias de ultratumba! Chateaubriand es una maravilla. De entrada, escribe bien. Para mí fue un descubrimiento. Tardío. Leí por primera vez a Chateaubriand a los 45 años y fue una revelación. Y, además, cuenta algo así como una historia doble: mezcla el presente y el pasado de forma muy interesante. Pero, de todos ellos, el que más me llega hasta dentro sigue siendo Montaigne.
— ¿Qué relación mantiene con la verdad?
— Absoluta. Rousseau, al contar su vida, miente. Yo no. Sino todo lo contrario. Hay que ceñirse cuanto sea posible a los recuerdos. Y decir claramente de qué nos hemos olvidado. Las cosas que ya no recordamos.
— Es cuanto alguien escribe acerca de uno mismo y de los suyos aparece el tema de la traición. Hablaba usted antes de esa prima con la que riñó, después de que se publicase La invención de la soledad, porque hablaba de su padre, de los secretos familiares… ¿Hasta dónde le parece lícito llegar?
— Ésa es una pregunta muy difícil. En Diario de invierno hay nombres que no menciono. No doy el nombre de la mayoría de las personas que aparecen en este libro. Ni siquiera menciono a esa prima, que hoy en día ya ha muerto. Recordé, en La invención de la soledad ese asesinato de 1919, cuando mi abuela mato a mi abuelo de un disparo de revólver. Era un secreto familiar. Nadie hablaba de él. Pero existía un archivo público de ese suceso. ¡Salió en todos los periódicos de la época! Mi familia no quería hablar de eso, desde luego, pero era algo que existía, sucedió igual que lo conté, no me inventé nada. ¿Es una traición? Escribí en 1979, cuando ya habían pasado sesenta años del hecho. Creía que, después de tantos años, ya tenía derecho a hablar de ello. Que era un período suficiente para que no fuera ya un insulto para nadie.
— ¿Siente nostalgia?
— ¿De qué? ¿De la infancia? No, no mucho. Lo pasado ya está perdido. Pero cuantos más años cumplo más me acuerdo de mi juventud. Me fascinas las primeras veces. La primera vez que supe montar solo en bicicleta, la primera vez que supe atarme solo los cordones de los zapatos... Son las marcas de la independencia, de la fundación de uno mismo, de la construcción de uno mismo. Acabo de concluir mi siguiente libro, que se va a llamar Report from the Interior: es algo así como un compañero de este libro de ahora, la historia no de mi cuerpo sino de la formación de mis ideas, de la aventura anímica e intelectual que corrí siendo más joven. Cuento en él que, en toda mi vida, a los seis años fue cuando más sentí más dichoso, porque a esa edad descubrí que podía vestirme solo, atarme los zapatos solo y que, por lo tanto, era independiente. Antes de aquello lo único que hacía era existir. Después, sabía que existía. ¡Y la diferencia es tremenda!
— ¿Qué relación tiene con su propia muerte?
— ¡Pues que espero que ocurra lo más lejos posible del día de hoy! Es todo lo que sé…
— Y eso es lo que le deseo. ¿Qué le dice esa frase de Joseph Joubert que cita en Diario de invierno: «Hay que morir amable (si se puede)»?
— ¡Es una frase extraordinaria! Todo reside en ese «si se puede», claro. Joubert es para mí una referencia permanente, lo vuelvo a leer continuamente. Es un escritor completamente desconocido, incluso en Francia, me parece. Traduje algo de él cuando era joven. Un escritor que nunca escribió un libro. Increíble, ¿no? Pero dice unas cosas tan lúcidas… Me gusta mucho también esto otro, que le traduzco de memoria: «Las personas que nunca se rinden se quieren más de lo que quieren a la verdad». ¿A que es profundo?
— ¿Usted cuántas veces se ha rendido?
— Muchas. Hay que cambiar de opinión. Es peligroso ser de pensamiento rígido. Pero también es peligroso ser demasiado flexible. Admiro a quienes tienen el valor de cambiar de opinión de vez en cuando acerca de las cosas y de las persona. Es una auténtica fuerza.
(Traducción de María Teresa Gallego Urrutia)
Esta entrevista fue publicada originalmente en el número de marzo de 2013 de la revista francesa Lire. Es un extracto de la versión integral que su autor, François Busnel realizó para su programa de radio “Le Grand Entretien”, de France Inter. Turia agradece a François Busnel su autorización a reproducirla en español.
[1] La traducción de esta obra al castellano es de Benito Gómez Ibáñez. Anagrama, Barcelona, 2012.
[2] Traducción al castellano de, María Eugenia Ciocchini Suárez. Anagrama, Barcelona, 2011.
[3] Traducción al castellano de Justo Navarro. Anagrama, Barcelona, 2007.
[4] Traducción al castellano de Benito Gómez Ibáñez. Anagrama, Barcelona, 1998.
[5] Traducción al castellano de Maribel de Juan. Anagrama, Barcelona, 1996.
[6] Traducción al castellano de María Eugenia Ciocchini Suárez. Anagrama, Barcelona, 1999.
[7] Traducción al castellano de Maribel de Juan. Anagrama, Barcelona, 1997.
[8] Traducción al castellano de Maribel de Juan. Anagrama, Barcelona, 1997.
[9] Traducción al castellano de Benito Gómez Ibáñez. Anagrama, Barcelona, 2003.
Auster y Borges.
El espacio de la creación:
la habitación cerrada
Concepción Torres Begines
Universidad de Sevilla (Sevilla,
España)
Escrito en Lecturas Turia
porFrançois Busnel
Los sentimientos
de Rose hacia él no habían cambiado, pero su compañía era preferible
a la soledad de su habitación o a escuchar la radio con sus
padres después de cenar, de modo que rara vez se negaba cuando
Stanley la invitaba a salir por la tarde, aceptando sugerencias de ir a
patinar, a la bolera, al baile (sí, bailaba estupendamente), a un concierto
de Beethoven en el Carnegie Hall, a dos musicales de Broadway
y a ver varias películas. Rose se dio cuenta enseguida de que los dramas
no producían efecto alguno en Stanley (se quedó dormido durante
La canción de Bernadette y Por quién doblan las campanas),
pero sus ojos permanecían invariablemente abiertos en las comedias,
El amor llamó dos veces, por ejemplo, un delicioso pestiño sobre la
escasez de viviendas en Washington en tiempos de guerra que los
hizo reír a los dos, con Joel McCrea (tan guapo) y Jean Arthur (una
de las favoritas de Rose), pero lo que más impresión le causó a ella
fue algo que dijo uno de los demás actores, una frase pronunciada
por Charles Coburn, que encarnaba a una especie de Cupido bajo el
aspecto de un viejo gordinfl as norteamericano, y que repetía una
y otra vez a lo largo de la película: un joven cabal, amable y simpático,
como si fuera un encantamiento para ensalzar las virtudes del
tipo de marido que toda mujer debía desear. Stanley Ferguson era
amable, simpático y aún relativamente joven, y si cabal signifi caba
íntegro, cortés y respetuoso de la ley, también era esas cosas, pero
Rose no estaba en absoluto segura de que fuesen esas virtudes las
que ella andaba buscando, no después del amor que había compartido
con el intenso e imprevisible David Raskin, que a veces había
sido un amor agotador, pero vívido y siempre inesperado en sus formas
continuamente cambiantes, mientras que Stanley parecía tan
tranquilo y previsible, tan prudente, que se preguntaba si tal fi rmeza
de carácter era en defi nitiva una virtud o un defecto.
Los personajes masculinos de los filmes de Jarmusch suelen ser lacónicos, retraídos, penosos farfulladores (Bill Murray en Broken Flowers , Tom Waits en Down by Law , Forest Whitaker en The Way of the Samurai ), con alguna irrupción ocasional de alguien lleno de vida que habla como una máquina y domina la acción. Nadie lleno de vida está más vivo, ninguna máquina de hablar funciona a más revoluciones que Giancarlo Esposito en la segunda parte de Night on Earth. Su actuación es tan enérgica, tan potente, que uno siente que todo su cuerpo podría explotar en cualquier momento.
Nos hacemos mayores, pero no cambiamos. Nos volvemos más refinados, pero en el fondo seguimos siendo como cuando éramos pequeños, criaturas que esperan ansiosamente que les cuenten otra historia, y la siguiente, y otra más [...] Ello se debe a la necesidad de historias que tiene el ser humano. Las necesita casi tanto como el comer, y sea cual sea la forma en que se presenten -en la página impresa o en la pantalla de televisión-, resultaría imposible imaginar la vida sin ellas.
Aquí y Ahora, es el resumen de ese epistolario entre dos grandes que se dejan retratar íntimamente a través de sus letras. Conversaciones entre dos grandes escritores y dos amigos. Opiniones opuestas en algunos casos pero deliciosas para el lector.
“Las mejores amistades, las más duraderas, se basan en la admiración. Se admira a alguien por lo que hace, por lo que es, por cómo se las arregla para ir por el mundo” (Paul Auster)
“Decidí que cuando la civilización supusiera la corrupción de las virtudes bárbaras y la creación de un pueblo dependiente, estaría en contra de la civilización” (J.M. Coetzee)
MOVIMIENTO, ESPACIO Y LENGUAJE EN CIUDAD DE CRISTAL DE PAUL AUSTER
Movement, space and language in Paul Auster’s City of Glass
Juan Serey Aguilera*
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso*, Facultad de Filosofía y Educación. Instituto de Filosofía, Viña del Mar, Chile.
El detective es quien mira, quien escucha, quien se mueve por ese embrollo de objetos y sucesos en busca del pensamiento, la idea que una todo y le dé sentido. En efecto, el escritor y el detective son intercambiables. El lector ve el mundo a través de los ojos del detective, experimentando la proliferación de sus detalles como si fueran nuevos. Ha despertado a las cosas que le rodean, como si estas pudieran hablarle, como si, debido a la atención que les presta ahora, empezaran a tener un sentido distinto del simple hecho de su existencia. Detective privado. El término tenía un triple sentido para Quinn. No solo era la letra “i”, inicial de “investigador”, era “I”, con mayúscula, el diminuto capullo de vida enterrado en el cuerpo del yo que respira. Al mismo tiempo era también el ojo físico del escritor, el ojo del hombre que mira el mundo desde sí mismo y exige que el mundo se le revele. Desde hacía cinco años Quinn vivía presa de este juego de palabras (Auster, Ciudad, 19).
MOVIMIENTO, ESPACIO Y LENGUAJE EN CIUDAD DE CRISTAL DE PAUL AUSTER
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Paul Auster y el cine
Laberintos literarios, el macrocosmos ‘austeriano’
La literatura de Paul Auster es un complejo macrocosmos reinado por accidentes y eventos azarosos detonadores de una nueva vida. Su obra es un enorme laberinto que toma como referencia, en la mayoría de sus casos, la ciudad de Nueva York. Cada una de sus historias (novelas o cuentos) es la pieza de un enredado rompecabezas. Todo comenzó como un intento por descifrar el mundo. Después de estudiar en la Universidad de Columbia, vivió tres años en Francia y realizó diversas traducciones de autores como Jean-Paul Sartre y Stéphane Mallarmé. Su quehacer como traductor lo motivó a pensar que el mundo representa al extranjero; el mundo es incomprensible y escurridizo, un sitio extraño que debe ser traducido. A partir de ahí, Auster abre su cuaderno y comienza a escribir, a traducir los sucesos de la vida real y cotidiana en palabras, para que éstas le brinden significado al mundo: Auster no está muy seguro que las palabras sean los eventos, pero son el intento por describirlos.
Para el escritor, la labor de la traducción significa una suplantación de la identidad; el traductor es la sombra, es el fantasma del escritor.
En el universo ‘austeriano’ (casi siempre vinculado a la metaficción, donde el lector tiene la posibilidad de ver las dudas y mecanismos del escritor para llegar al producto final) se necesitan tres aspectos para que se desarrolle la narración: la soledad, el accidente y la búsqueda de la identidad. Por ejemplo, en Ciudad de cristal (1985), primera parte de La trilogía de Nueva York, Daniel Quinn, protagonista del relato, es un escritor que firma con el seudónimo de William Wilson aquellas novelas que tienen a Max Work como detective narrador; al mismo tiempo, en la novela, Daniel Quinn adopta una personalidad distinta, la del detective Paul Auster. Es decir, en este momento hay varias capas y líneas narrativas entrecruzadas: Auster escribe una novela donde su personaje Daniel Quinn simula ser realmente un detective llamado Paul Auster; a la vez, en su cotidianidad, Daniel Quinn es un escritor que se hace llamar William Wilson escribiendo en primera persona como Max Work, un detective. Sus personajes son seres perdidos en sí mismos, vacíos, que adoptan personalidades ajenas (otros personajes) para sentir que existen.
El tímido hombre que incursionó en el cine
Hasta el momento, la única de sus novelas que ha sido llevada a la pantalla grande es La música del azar (The Music of Chance, 1993), dirigida por Philip Haas (Angels and Insects, 1995), sobre un joven errante que conoce a un jugador profesional de póquer y enfrentarán en una sesión, con la intención de volverse ricos y comenzar de nuevo, a dos millonarios que también disfrutan el juego de cartas. Durante el rodaje de esta cinta, a principios de los noventa, Auster pisó por primera vez un set de filmación. A pesar de ser un entusiasta cinéfilo y cultivar una profunda relación con el arte cinematográfico, se dio cuenta que debido a su tímida personalidad, afrontaría muchas dificultades al momento de estar frente a un equipo y delegar responsabilidades a los demás:
A esa edad [a los 20 años] era un maníaco del cine. Pensé incluso en estudiar cinematografía, pero no lo hice porque no tenía la personalidad que se requiere para dirigir. Era muy tímido. No me gustaba hablar en público.
Sin embargo, luego de enfrentarse a la labor diaria de impartir clases y pararse frente a varios grupos de estudiantes universitarios, Auster superó su timidez y se animó a incursionar como director de cine. En 1995 ,codirigió dos filmes al lado del hongkonés Wayne Wang: Smoke y Blue in the Face. Ambos presentan diversos personajes solitarios que comparten sus anécdotas en una tienda de tabaco manejada por Auggie (Harvey Keitel), para crear un mosaico de la diversidad de Brooklyn, y contó con la participación de músicos como Lou Reed y Jim Jarmusch. Posteriormente realizó Lulu on the Bridge (1998), –proyecto que originalmente estaba pensado para que Wim Wenders lo dirigiera– que narra la historia de Izzy (Harvey Keitel), un veterano saxofonista de jazz, que se enamora de Celia (Mira Sorvino), una joven actriz.
Smoke, Dir. Wayne Wang, Paul Auster, Estados Unidos, 1995.
Blue in the Face, Dir. Wayne Wang, Paul Auster, Estados Unidos, 1995.
Lulu on the Bridge, Dir. Paul Auster, Estados Unidos, 1998.
A lo largo de su obra literaria, Auster explora la soledad, la desaparición, la pérdida, el azar, las coincidencias y la criminalidad, todo ello enfocado al problema existencial de comprender en qué consiste la identidad. Formalmente, Auster recurre al ‘rompimiento’ de esa cuarta pared y, en muchas ocasiones, le permite al espectador que observe, en las páginas, los mecanismos de escritura que emplea para la realización de sus novelas. En este sentido, Viajes por el Scriptorium (2006) es, quizá, el rompecabezas metaliterario más extenso que ha creado Auster hasta el momento. Mr. Blank aparece sentado al borde de la cama, las manos apoyadas en las rodillas, y su mirada se dirige al suelo. Paulatinamente se percata que se encuentra encerrado en una habitación. Al igual que el lector, Mr. Blank sabe que está en una recámara, pero no sabe si es un hospital, una cárcel o un edificio. El protagonista no recuerda cuánto tiempo lleva ahí, tampoco sabe cómo llegó. Conforme avanza la narración, Mr. Blank recibe la visita de varias personas, así reconstruye su propia historia: la de un escritor que ha “maltratado” a sus personajes enviándolos a peligrosas misiones, separándolos de sus seres queridos y encerrándolos en laberintos sin salida. Los fantasmas vuelven con su creador para saludarlo, cuestionarlo o amenazarlo. Mr. Blank es el autorretrato de Paul Auster, quien realiza una autocrítica a su labor como novelista.
Esta serie de preocupaciones es plasmada en su filme The Inner Life of Martin Frost (2007), sobre la misteriosa relación de un escritor y su musa. Martin Frost (David Thewlis) viaja a una casa de campo para concluir su novela. A pesar de la tranquilidad que le brinda el aislamiento, sufre un bloqueo creativo. Inesperadamente, recibe la visita de Claire (Irène Jacob), una enigmática admiradora que le permitirá continuar con su proceso creativo. Pronto se da cuenta que Claire no solo es una persona, sino también el personaje que plasma en las páginas de su futura novela. El filme aborda los temas que siempre le han interesado a Auster (la identidad y el proceso creativo), además de recurrir al recurso narrativo de ‘la historia dentro de la historia’. Al respecto, el escritor norteamericano dice:
Soy el hombre que escribió la historia sobre el hombre que escribió la historia sobre el hombre que escribió la historia.
Auster incluyó fotos de su familia, estanterías y objetos personales para decorar la casa de campo (propiedad de un personaje llamado “Restau”, cuyo nombre es formado a partir de las letras que conforman el apellido “Auster”). Incluso, Sophie Auster, su hija, actriz y cantante, formó parte del elenco del filme.
The Inner Life of Martin Frost, Dir. Paul Auster, Estados Unidos/Francia/Portugal, 2007.
Los filmes favoritos de Paul Auster (en su literatura)
Además de evidenciar las mismas preocupaciones en dos soportes (literatura y cine) distintos, Auster hace referencia, al interior de sus novelas, a sus filmes favoritos. El personaje clave de El libro de las ilusiones (2002) es Hector Mann, un actor desaparecido desde la década de 1920 que protagonizaba películas mudas. Mann es una noble combinación del Marcello Mastroiannique aparece en Divorzio all'italiana (1961), y los comediantes silentes Max Linder y Raymond Griffith.
En Un hombre en la oscuridad (2008) hay una larga plática entre el protagonista, un hombre mayor llamado August Brill, y su nieta, Katya, una estudiante de cine, sobre varios filmes. El hombre, que después de sufrir un accidente no puede moverse, se muda a la casa de su hija, Miriam. Ahí, invierte muchas horas en ver películas y platicar con la joven. Específicamente se habla de cuatro obras clásicas a lo largo de la novela. En una primera conversación, abuelo y nieta discuten los valores artísticos de La Grande Illusion (Jean Renoir, 1937), Ladri di biciclette (Vittorio De Sica, 1948) y The World of Apu (Satyajit Ray, 1959).
Por otro lado, hay días mejores que otros. Siempre que terminamos una película, charlamos un poco sobre ella antes de que Katya ponga la siguiente. Normalmente me gusta discutir la historia y la calidad de la interpretación, pero sus observaciones tienden a centrarse en los aspectos técnicos de la película: la posición de la cámara, el montaje, la iluminación, el sonido, y esas cosas. Sólo que esta noche, sin embargo, después de ver tres películas extranjeras seguidas –La gran ilusión, Ladrón de bicicletas y El mundo de Apu–, Katya ha hecho unos comentarios sagaces e incisivos, esbozando una teoría de la realización cinematográfica que me ha impresionado por su perspicacia y originalidad.
-Objetos inanimados, enunció.
-¿Qué pasa con ellos?, pregunté yo.
-Objetos inanimados como medio de expresar emociones humanas. En eso consiste el lenguaje cinematográfico. Sólo los buenos directores saben cómo hacerlo, pero Renoir, De Sica, y Ray son tres de los mejores, ¿verdad?
-Sin duda.
Un hombre en la oscuridad (Man in the Dark, 2008), trad. de Benito Gómez Ibáñez, Anagrama 2008.
La Grande Illusion, Dir. Jean Renoir, Francia, 2007.
Más adelante, August recuerda, de forma eficaz y emotiva, Cuentos de Tokio (1953) de Yasujirô Ozu.
El reloj al final de Cuentos de Tokio. Hemos visto la película hace unos días, aunque ya la conocíamos los dos, yo la había visto unos treinta años atrás, a finales de los sesenta o principios de los setenta, y aparte de acordarme que me había gustado, la mayor parte de la historia se había esfumado de mi memoria. Ozu, 1953, ocho años después de la derrota japonesa. Un filme lento, majestuoso, que cuenta una historia de lo más sencilla, pero realizada con tal elegancia y hondura de sentimientos que al final se me saltaban las lágrimas. Hay películas que son tan buenas como los libros, como los mejores libros (sí, Katya, te lo concedo), y esta es una de ellas, no cabe duda, una obra tan sutil y conmovedora como una novela corta de Tolstói.
Un hombre en la oscuridad (Man in the Dark, 2008), trad. de Benito Gómez Ibáñez, Anagrama 2008.
Tokyo Story, Dir. Yasujirô Ozu, Japón, 1953.
En Invisble (2009), el protagonista, un joven poeta llamado Adam Walker, narra sus emociones y percepciones luego de ver, en compañía de su hermana, Ordet (1955), dirigido por el danés Carl Th. Dreyer.
Después de cenar, tu hermana y tú toman el autobús 104 hacia Broadway para ir al cine New Yorker y entran en la frescura de aquel espacio oscuro a ver Ordet (La palabra), la película de Carl Dreyer de 1955. Normalmente, no te interesaría un filme sobre cristianismo y cuestiones de fe religiosa, pero la dirección de Dreyer es tan precisa y penetrante que enseguida te sientes atrapado en la historia, cuyo comienzo te recuerda una obra musical, como su el filme fuese una traducción visual de una invención a dos partes de Bach.
La estética del luteranismo, musitas al oído de Gwyn en un momento dado, pero como ella no tiene conocimiento de los que estás pensando, se queda sin saber lo que quieres decir […] No hay necesidad de reorganizar las complejidades de la narración. Por absorbentes que sean sus precipitados giros, no dejan de construir una sola historia entre una infinidad de historias, una película entre una multitud de películas, y de no ser por el final, Ordet no te afectaría más que cualquier otro buen filme que hayas visto a lo largo de los años. Lo que cuenta es el final, porque el desenlace te impresiona de una forma enteramente inesperada, y se te echa encima con la fuerza de un hacha derribando un roble.
Invisible (Invisible, 2009), trad. de Benito Gómez Ibáñez, Anagrama, 2009.
Ordet, Dir. Carl Th. Dreyer, Dinamarca, 1955.
En Diario de invierno (2012), Auster hace un recuento sobre su vida, sobre su infancia y adolescencia, sobre su cuerpo, sobre los espacios que habitó y los viajes que realizó. En una de las anécdotas narra su fascinación por el actor francés Jean-Louis Trintignant, a quien conoció en Francia:
Estás en la ciudad francesa de Arlés, a punto de hacer una lectura de uno de tus libros en público. Aparecerá contigo el actor Jean-Louis Trintignant (amigo de tu editor), que retomará los pasajes que tú lees en inglés para leerlos luego a su vez en traducción francesa. […] Te alegras de estar en compañía de Trintignant esta noche, porque tienes su forma de interpretar en gran estima, y cuando piensas en las películas en que lo has visto actuar (El conformista, de Bertolucci; Mi noche con Maud, de Rohmer; Confidencialmente tuya, de Truffaut; Rojo, de Kieslowski: por citar sólo algunas de tus favoritas), te verías en apuros para decir el nombre de otro actor europeo cuya obra admires más.
Diario de invierno (Winter Journal, 2012), trad. de Benito Gómez Ibáñez, Anagrama, 2012.
Trois couleurs: Rouge, Dir. Krzysztof Kieslowski, Francia/Polonia, 1994.
CITAS, FRASES,
DECLARACIONES Y POÉTICA:
DECLARACIONES Y POÉTICA:
- "Un libro no acabará con la guerra ni podrá alimentar a cien personas, pero puede alimentar las mentes y, a veces, cambiarlas".
- "Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad".
- "Lo real siempre va más allá de lo que podamos imaginar".
- "La vida es simultáneamente trágica y cómica, al mismo tiempo absurda y profundamente significativa".
- "La experiencia del poema no reside en cada una de sus palabras, sino en la interacción de esas palabras, la música, los silencios, las formas".
- "La literatura es una fuerza en el mundo y no me imagino la vida sin literatura. La vida sin arte es inimaginable".
- "Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad".
- "Lo real siempre va más allá de lo que podamos imaginar".
- "La vida es simultáneamente trágica y cómica, al mismo tiempo absurda y profundamente significativa".
- "La experiencia del poema no reside en cada una de sus palabras, sino en la interacción de esas palabras, la música, los silencios, las formas".
- "La literatura es una fuerza en el mundo y no me imagino la vida sin literatura. La vida sin arte es inimaginable".
- "La escritura puede, ciertamente, ser peligrosa. Peligrosa para el lector -si es lo suficientemente poderosa para cambiar su concepción del mundo- y peligrosa para el escritor".
- "Para mí, escribir no es una cuestión de libre albedrío, es un acto de supervivencia".
- "Lo que obliga a leer es cuando sentimos que la obra es necesaria, escrita con una sensación de gran necesidad por parte del escritor de dejar que esa obra saliera a la luz".
- "No creo en Dios, lo que no quiere decir que no considere la religión un aspecto culturalmente fundamental de la existencia".
- "La verdadera vida tiene lugar en nuestro interior".
- "Nuestras vidas realmente no nos pertenecen, pertenecen al mundo, y a pesar de nuestros esfuerzos por darle un sentido a éste, el mundo es un lugar que va más allá de nuestro entendimiento"
Miguel de Cervantes en la Narrativa de Paul Auster Tesis Doctoral Teresa Icardo Campos Bajo la dirección del doctor: Antonio Rey Hazas
...un libro es más que una estructura verbal, o que una serie de estructuras verbales; es el diálogo con su lector y la entonación que impone a su voz las cambiantes y durables imágenes que deja en su memoria. Ese diálogo es infinito... La literatura no es agotable, por la suficiente y simple razón de que un solo libro no lo es. El libro no es un ente incomunicado: es una relación, es un eje de innumerables relaciones. Una literatura difiere de otra, ulterior o anterior, menos por el texto que por la manera de ser leída: si me fuera otorgado leer cualquier página actual -ésta, por ejemplo como se leerá en el año dos mil, yo sabría como sería la literatura del año dos mil.
J.L.Borges:
Leer en la imagen: Paul Auster y el cine
Curieses de las Heras, Óscar (2012) Leer en la imagen: Paul Auster y el cine. [Tesis]
Resumen
La historiografía que estudia las relaciones entre el cine y la literatura resulta muy abundante a pesar de ser un ámbito relacional bastante reciente; mucho más, por ejemplo, que el de la pintura y la literatura. Los tipos de acercamiento que se han realizado a este asunto buscan por lo general las semejanzas entre el texto de partida y su adaptación al cine o bien contrastan el tratamiento entre la obra literaria y la cinematográfica de categorías generales como espacio, tiempo, personajes, modalización, etc. Esta tesis doctoral, titulada Leer en la imagen. Paul Auster y el cine, estudia aspectos concretos de la obra cinematográfica del escritor y cineasta alejándose de las cuestiones generales sobre esta temática, aunque en ocasiones aluda a ellas de manera necesaria. En la presente investigación no se opta por seguir los postulados teóricos de una sola escuela (estructuralista, semiótica, deconstrucción, etc.) sino que se eligen las herramientas más adecuadas para cada capítulo. El resultado es un estudio que se puede inscribir dentro del marco comparatista y que incide en la influencia recíproca del cine con la literatura utilizando herramientas pertenecientes a estas dos disciplinas.
Paul Auster en el teatro
Espectáculos en los que participó:
Cinco individuos que comparten la pasión por desaparecer. Estas tentativas, llamemoslas suicidas, no son otra cosa que intentos de afirmación del propio yo. Su teoría consiste en abandonar las ropas usadas que ya tienen la forma de sus cuerpos y olvidar los caminos que los llevan siempre a los mismos lugares. Para ellos, es el momento de la travesía y si no lo hacen se habrán quedado para siempre al margen de ellos mismos.
- Teoría del abandono Ficha técnico artística
- Sobre textos de:
- Paul Auster, Oliverio Girondo, Manuel Lopez, Enrique Vila-matas
- Actúan:
- Mónica Arrech, Damian Costa, claudia gonzales, Lucila Medjurechan, Jerónimo Soler
- Fotografía:
- Hebe Rinaldi
- Dirección:
- Paola Belfiore
- Autoría:
- Paul Auster
- Adaptación:
- Gabriela Izcovich
- Actúan:
- Gerardo Maleh, Alfredo Martín, Carlos Ponte, Agustín León Pruzzo, Alejandro Vizzotti
- Diseño de luces:
- Ricardo Sica
- Música original:
- Lucas Fridman
- Fotografía:
- Marco Riccobene
- Asistencia de iluminación:
- Mariano Dobrysz
- Asistencia de dirección:
- Marco Riccobene
- Prensa:
- Tehagolaprensa
- Producción ejecutiva:
- Marco Riccobene
- Dirección general:
- Gabriela Izcovich
- Autoría:
- Paul Auster
- Actúan:
- Alcira Serna, Daniel Toppino
- Vestuario:
- Julieta Fernandez Di Meo
- Escenografía:
- Oscar Trussi
- Iluminación:
- Oscar Trussi
- Pelucas:
- Nicolás Nanni
- Maquillaje:
- Nicolás Nanni
- Prensa:
- Laura Castillo
- Dirección:
- Mariano Dossena
Juegos de escondidas
De Mariano Dossena, Paul Auster- Una pareja de actores, que vivieron antaño la gloria en los escenarios, deciden buscar desde su oficio un sentido a sus vidas, encerrándose cada uno en un “teatrito pequeño”. Casi parafraseando a las exposiciones, se exhibirán como curiosidad de una especie en extinción. Presos del marco físico que los contiene intentaran volver a “brillar” como en aquellos tiempos... En el transcurso de esta representación, se develará su vida privada: historia, intimidades, recelos, viejos resquemores y su relación de pareja. Recordaran una y mil veces sus éxitos sobre las tablas, así como sus miserias y angustias. Esta metáfora de la búsqueda del sentido de la vida, con otro y a la vez inexorablemente personal, nos retrotrae a los diversos caminosdel hombre en pos de su propia realización y sentido.[^]Ficha técnico artística
- Dramaturgia:
- Mariano Dossena
- Texto:
- Paul Auster
- Actúan:
- Alcira Serna, Daniel Toppino
- Vestuario:
- Julieta Fernadez Di Meo
- Escenografía:
- Oscar Trussi
- Iluminación:
- Oscar Trussi
- Dirección:
- Mariano Dossena
Sr. Perro es una adaptación libre de la novela para el teatro, que busca darle actualidad a la historia donde Mr. Bones , el protagonista, es más que un simple perro, parece más un humano que un animal. Sin embargo, es tan astuto como para dejar que sea su naturaleza canina la que evite complicar la sus relaciones.La historia es una cruda interpretación de los motores humanos al que asistimos desde los ojos de un perro, devolviendo cierta nobleza a nuestro actuar e incluso regresándole algo de sentido.Los actores que recrean la historia son Leonard Ortizgris, Sergio Ramos Ruíz, Paula Comadurán, Carlos Rodríguez y Jimena Montes de Oca. La dirección corrió a cargo de Gabriel Figueroa. -
TEATRO
Ciutat de cristal. Obskené
Obskené sigue experimentando con nuevos lenguajes con una adaptación que parte de la novela gráfica 'Ciudad de cristal', de Paul Karasik y David Mazzuchelli, que se basa en la novela homónima de Paul Auster. Se verá el 27 y 28 de julio en la Sala Maria Aurèlia Capmany del Mercat de les Flors, dentro del Festival Grec.
CIUTAT DE VIDRE, de Obskené
27 y 28 de julio. 22h
Sala Maria Aurèlia Capmany del Mercat de les Flors
Durada: 75 min
Autoría: Paul Auster, David Mazzucchelli y Paul Karasik
Dirección: Ricard Soler y Mallol
Dramaturgia: Mónica Bofill y Ricard Soler Mallol
Traducción: Joan Sellent
Interpretación: Joan Arqué, Francesc Ferrer, Nuri Santaló
Escenografía: Josep Carreras
Movimiento: Andreu Martínez
Figurinista: Carlota Ricart
Jefe técnico y de iluminación: Adrià Pinar
Diseño de sonido: Ariane Lamarre
Ayudante de dirección: Mònica Bofill
Construcción de la escenografía: Josep Carreras
Confección textil escenográfica: Por-Escena
Producción: Nuri Santaló Paul Auster en el diván
por Javier MoralesCada fin de año comparto con uno de mis mejores amigos dos regalos muy especiales: la llegada de una nueva película de Woody Allen y otro libro de Paul Auster. Como las aves migratorias, estos dos genios nunca faltan a la cita y la seguridad de que en el otoño siguiente volveré a encontrarme con sus obras a mí me da aliento para seguir adelante.A sus 75 años, después de algunas películas menores (algo grande en cualquier caso cuando hablamos del creador de Manhattan, Delitos y faltas, Balas sobre Brooklyn o Match Point), Woody Allen ha vuelto a sorprendernos con Blue Jasmine. La exmujer de un tiburón de Wall Street (con una interpretación soberbia de Cate Blanchett) le sirve a Allen para dibujar un retrato ácido, amargo y cómico a la vez de la burbuja financiera que nos ha empobrecido y a la que tantos corruptos se auparon con ardor y no poco cinismo. Saben de qué hablo.Auster regresa al diván con Informe del interior (Anagrama), un relato autobiográfico con la infancia y la juventud como telón de fondo que completa el reciente Diario de invierno y obras anteriores como A salto de mata o La invención de la soledad. Digo que completa porque la obra de Auster está hecha de vasos comunicantes entre la ficción y el ensayo, la poesía y los guiones cinematográficos.Dividido en cuatro partes (la última es un álbum de fotos), Informe del interiorquizá no alcance la intensidad, la contención y la perspicacia de Diario de invierno, pero de nuevo contamos con su entusiasmo, con su capacidad para enganchar al lector más exigente y atraparlo en su mundo. Da igual que Auster nos hable de su afición al béisbol, de su despertar al sexo, del matrimonio fallido de su padres, de las dos películas que marcaron su vida (El increíble hombre menguante y Soy un fugitivo) o del nacimiento de su vocación como escritor. Como un mago, Auster nos hipnotiza desde la primera página.La tercera parte, La cápsula del tiempo, es la más sabrosa para todos los austerianos. Incluye una selección de las cartas que Paul Auster envió a su primera mujer, Lydia Davis (de Davis, una excelente narradora y traductora, no se pierdan sus Cuentos completos, Seix Barral), escritas entre 1966 y 1969, cuando aún no se habían casado. Seguimos el rastro del autor en París. Las cartas devuelven al escritor maduro y de éxito en el que se ha convertido la imagen de un joven confuso y atribulado, en busca de una identidad, como muchos de sus personajes, aferrado a la escritura como una paradójica tabla de salvación que lo une y lo aísla del mundo. En esa batalla entre la escritura y el mundo, dirá el Auster sexagenario, siempre es más importante la vida que el arte. Una vida que consigue transmitir a sus lectores.Creo que Auster es alguien que ha conocido el dolor, pero no ha sucumbido al aburrimiento ni a la autocompasión, y que desde muy pronto ha sido capaz de crear un mundo propio. Lo explica muy bien el poeta y traductor Jordi Doce en la introducción a la Poesía Completa (Seix Barral) del autor neoyorkino: “Auster, sin duda, ha cumplido largamente con el lema ineludible de Pound: ‘Lo esencial de un poeta es que nos construya su mundo’. Su nombre ya pertenece a ese diccionario secreto que todo buen lector lleva dentro para entender la vida: existe un mundo austeriano como existen personajes y sucesos típicamente austerianos, que reconocemos al instante pues se han hecho nuestros con el tiempo. Existe, en fin, una mirada austeriana, porque la escritura es ante todo mirada: no solo una forma de mirar, sino un lugar desde el cual seguir el mundo: una esquina, una torre, una cueva. Hay escritores insustituibles porque hay miradas insustituibles: nos hemos acostumbrado de tal modo a ver el mundo a través de sus ojos que sin ellos no podemos empezar a comprenderlo. Se ha dicho que al leer un libro dejamos que su autor nos habite y se asome a nuestros ojos, que es otra forma de decir que nos los presta”.“Otoño: una sola hojacomida por la luz: y el verdemirar del verde sobre nosotros.Allí donde la tierra no se para,allí también nosotros seremos esa luz,incluso mientras la luzmuereen la silueta de una hoja”.(Trad. Jordi Doce)Me alegra que en el prólogo a la poesía de Auster, Doce rescate el guión de Smokey se detenga en una escena que he visto decenas de veces. Es de noche y Auggie Wren (Harvey Keitel) está a punto de cerrar su estanco cuando aparece Paul Benjamin (William Hurt), un escritor hundido tras la muerte de su mujer en un tiroteo. Con cierto pudor, le pregunta a su amigo si puede servirle un paquete de sus queridos y necesitados puritos. Por supuesto, responde Auggie, no tengo que ir a la ópera ni nada por el estilo. Una vez dentro, a Paul Benjamin le llama la atención una cámara fotográfica que, quizás, alguien ha olvidado encima del mostrador. La cámara es de Auggie y Benjamin descubre en ese momento que su amigo no es solo un estanquero, también es fotógrafo. Se ven a diario pero hasta ahora no había sido capaz de mirar más allá. En la trastienda del estanco, acompañados de un par de cervezas, Wren le cuenta a Benjamin que todos los días, a la misma hora, pase lo que pase, sitúa su cámara en la Calle 3 con la Séptima Avenida. Es una esquina como otra cualquiera, pero es su esquina, su pequeño mundo, donde también suceden cosas. Le enseña sus álbumes, su proyecto, la obra de su vida. Paul pasa las hojas, muestra interés, pero no encuentra un sentido a lo que ve. Nunca lo entenderás si no pasas las hojas lentamente, le explica Auggie. Pero son todas iguales, insiste Paul. Auggie da una calada a su cigarrillo, suelta el humo, pensativo, y dice: “Son todas iguales, pero cada una es diferente de todas las demás. Tienes mañanas luminosas y mañanas sombrías. Tienes luz de verano y luz de otoño. Tienes días laborables y fines de semana. Tienes gente con abrigo y botas impermeables y gente con pantalones cortos y camiseta. A veces son las mismas personas, otras veces son diferentes. Y a veces las personas diferentes se convierten en las mismas y las mismas desaparecen. La tierra da vueltas alrededor del sol y cada día la luz del sol da en la tierra en un ángulo diferente”. Toda una poética sobre el arte y la vida.¿Autor prolífico? Sin duda Paul Auster es un autor que escribe y que además publica. “No es que escribir me produzca un gran placer, pero es mucho peor si no lo hago”, contó hace tiempo en una entrevista. Aunque a mí me da la impresión de que escribir le gusta más de lo que reconoce. En su Diario de invierno anotó: “Con objeto de hacer lo que haces, necesitas caminar. Andando es como te vienen las palabras, lo que te permite oír su ritmo mientras las escribes en tu cabeza. Un pie hacia delante, y luego el otro, el doble tamborileo de tu corazón. Dos ojos, dos brazos, dos piernas, dos pies. Éste, y luego el otro. Ése, y luego éste. El acto de escribir empieza en el cuerpo, es música corporal, aunque las palabras tienen un significado, pueden a veces tener significado, es la música de las palabras donde arrancan los significados. Te sientas al escritorio con objeto de apuntar las palabras, pero en tu cabeza sigues andando, siempre andando, y lo que escuchas es el ritmo de tu corazón, el latido de tu corazón”.- Poesía como banco de pruebas para su ficción, que nos deja versos como estos, escritos entre 1971-1975:
La libreta escarlata
GUILLERMO BUSUTIL | MERCURIO 194 · NARRATIVA - OCTUBRE 2017- http://revistamercurio.es/ediciones/2017/mercurio-194/la-libreta-escarlata/
Paul Auster: “La relación con sus padres determina la vida de mis protagonistas”
ÁNGELES LÓPEZ | MERCURIO 194 · PRESENTACIÓN - OCTUBRE 2017- http://revistamercurio.es/ediciones/2017/mercurio-194/paul-auster-la-relacion-padres-determina-la-vida-mis-protagonistas/
PAUL AUSTER CEDE LOS DERECHOS DE UNA NOVELA SUYA PARA LLEVARLA AL TEATRO
“La Música del Azar” del talentoso escritor Paul Auster, quien por primera vez en la historia, cede los derechos de una novela suya para llevarla al teatro. La adaptación teatral y dirección general es de Gabriela Izcovich, quien realiza una puesta muy interesante de esta maravillosa novela, donde la pieza teatral va transcurriendo en distintos espacios de la sala, se van alternando diferentes lugares, generando climas, proponiendo una puesta distinta y atrapadora.
Sinopsis
Luego de cobrar la herencia de su padre y de haber sido abandonado por su mujer, Nelson Barrientos, un bombero aficionado a la música, decide desprenderse de su...
(ver más)
“La Música del Azar” del talentoso escritor Paul Auster, quien por primera vez en la historia, cede los derechos de una novela suya para llevarla al teatro. La adaptación teatral y dirección general es de Gabriela Izcovich, quien realiza una puesta muy interesante de esta maravillosa novela, donde la pieza teatral va transcurriendo en distintos espacios de la sala, se van alternando diferentes lugares, generando climas, proponiendo una puesta distinta y atrapadora.
Sinopsis
Luego de cobrar la herencia de su padre y de haber sido abandonado por su mujer, Nelson Barrientos, un bombero aficionado a la música, decide desprenderse de su...
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Ficha técnico artística
Por primera vez, el teatro de Paul Auster en la Argentina.
Una pareja de actores que vivió la gloria de antaño, decide encerrarse en dos pequeños teatritos para dar sentido a su existencia.
El significado vacío de la palabra, la obsesión del hombre por dar sentido a su vida por lo inexorable de la muerte y el largo camino del artista en pos de trascender, son temas en los que Auster indaga en esta obra que apela a un lenguaje absurdo.
La obra es parte de una trilogía compuesta por "Laurel y Hardy van al cielo", "Apagones" y "Espacio Escondido" y están francamente inspiradas en la dramaturgia de Beckett, del cual Auster es admirador y también fue traductor de su obra.
Hasta el momento solo se conoce una versión de Hide and Seek, en...
Una pareja de actores que vivió la gloria de antaño, decide encerrarse en dos pequeños teatritos para dar sentido a su existencia.
El significado vacío de la palabra, la obsesión del hombre por dar sentido a su vida por lo inexorable de la muerte y el largo camino del artista en pos de trascender, son temas en los que Auster indaga en esta obra que apela a un lenguaje absurdo.
La obra es parte de una trilogía compuesta por "Laurel y Hardy van al cielo", "Apagones" y "Espacio Escondido" y están francamente inspiradas en la dramaturgia de Beckett, del cual Auster es admirador y también fue traductor de su obra.
Hasta el momento solo se conoce una versión de Hide and Seek, en...
Ficha técnico artística
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