"El fascismo no ha muerto. Y como estoy convencido de ello, siento un gran deseo de combatir, de comprometerme cada vez más, de ser siempre más decidido e intransigente, de mantener una actitud polémica con respecto a cualquier poder." Leonardo Sciascia
El narrador jamás usa en esta novela la primera persona de los personajes ni emplea el estilo indirecto libre. Se mantiene como un comentarista y editor del relato judicial. No hay otras fuentes que los expedientes del proceso y crónicas y reportajes de la época. Nunca abandona el papel del historiador, nunca trata de meterse en la mente de los personajes. Nunca los vemos desde adentro. Se mantiene la distancia. Hay que imaginarlos desde lo que ha quedado recogido en el proceso. Eso le da brevedad, concisión y frialdad a su relato; también filo e ironía. Por ejemplo, comentando lo escrito por un cronista contemporáneo sobre los hechos y las comprometedoras cartas de amor –en una de ellas se habla de los “momentos gozados”– que se exhiben en el juicio hace divertidos alcances a las influencias literarias allí presentes, sobre todo de D’Annunzio.
Sciascia explora otra arista más acerca de lo que es el poder de la mafia: lo que llama “la religión de la familia”. El poder se legitima entre los lazos familiares. Desde ellos se hace posible la resistencia al abuso pero a cambio, muchas veces, de un alto precio individual. La familia siciliana, en sus ficciones, es totalitaria. Sus miembros se deben al todo.
La tensión entre el gran mundo y lo local; entre el magnetismo de lo abierto, lo fluido, lo nuevo y cambiante, lo entremezclado e impuro, por una parte, y por otra, de lo cerrado, lo tradicional e insular, y la historia de su recíproca dependencia, es el dolor de Gerlanda que marca su destino. El mar de Sicilia, según Nené, su hermano menor, “parece vino”. Y, en verdad, produce esos efectos. Aunque “no embriaga: se apodera de los pensamientos, suscita una sabiduría antigua”. Así con la literatura de Sciascia. ~
Las reglas del juego según Leonardo Sciascia
A Sciascia no le interesaba sólo la globalización de las prácticas mafiosas, sino también de una cierta indiferencia, un cierto silencio cómplice alrededor de ella. La mistificación de la violencia que la perpetra tanto como las pistolas y los puñales. Mucho antes de que se hiciera evidente, vio cómo la frivolidad, el murmullo y la tendencia a embellecer el crimen, lograrían perpetuar el poder en manos de los mismos. ¿Habría sido posible un Berlusconi todopoderoso con Sciascia vivo haciendo preguntas incómodas desde Sicilia? O, más bien: ¿no son las novelas de Sciascia una explicación de por qué esta anomalía democrática que es el Cavaliere no tiene nada de anómalo? Como tampoco nada tienen de anómalos Fujimori, Menem o Chávez, las FARC o Sebastián Piñera.
Los apuñaladores
(fragmento)
" Tras despedirse de Cripì, Mattania entró en el arzobispado. La reunión era en el apartamento que allí tenía monseñor Calcara en calidad de secretario del arzobispo, un apartamento que Mattania describió luego minuciosamente a nuestros jueces. Había doce personas. Nueve eran miembros del clero: el segundo secretario del arzobispo, el párroco de San Nicolò en Albergheria, el canónigo Sanfilippo y otros que Mattania refirió. Entre los tres «de civil» reconoció enseguida al príncipe de Sant’Elia y a Giardinelli; el tercero supo que era el cavaliere Longo.
El príncipe de Sant’Elia le habló «en tono severo». Traducimos el italiano de Mattania: «Pareti y el padre Agnello me han hablado de usted muy encarecidamente, y sé que ha empezado a operar para la causa. Pero sepa que sólo pago a trabajo hecho. No soy tan idiota como para volver a gastar cuatro mil onzas casi por nada y con el peligro de acabar mal. Y seguro que habría acabado mal si no es por los medios de que dispongo. Actuaremos, pero con mucho cuidado. Usted parece listo, pero no olvide que en este momento la policía tiene más tentáculos secretos que pelos tengo yo en la cabeza. Ya sabe los sufrimientos que he pasado durante veinte meses, y sin ser culpable de nada: por eso he jurado vengarme aunque me fusilen. Dicho esto, si se muestra usted leal, primas no le faltarán».
El príncipe de Giardinelli introdujo la conmovedora nota del recuerdo. Le comentó a Mattania que lo encontraba muy envejecido, dando a entender que ya se conocían, al parecer de cuando estaban en el ejército de Garibaldi, en el que Mattania era, según dijo, subteniente (Giacosa, con la antipatía que sentía por Garibaldi y todo lo garibaldino, lo creyó). ¿No merecería esta reunión en el arzobispado, entre dos garibaldinos y nueve clérigos que conspiran juntos para la restauración borbónica, ser inmortalizada en un cuadro de Mino Maccari para el Museo del Risorgimento de Palermo?1
Al atento gesto del príncipe de Giardinelli respondió Mattania diciendo en tono melancólico que eran «las penalidades pasadas» las que lo habían envejecido antes de tiempo. Tras lo cual fueron al grano: cuánto había que pagar a las familias de los condenados y a las cuadrillas.
Aunque Sant’Elia había dicho que no daría más dinero hasta ver resultados, acordaron que el martes siguiente Mattania recibiría en casa de Giardinelli setecientas onzas, que debería repartir del siguiente modo: cien para cada una de las familias de los condenados a muerte, cincuenta para las de los condenados a cadena perpetua y ciento ochenta para los jefes de grupo. Y con eso y con nuevas recomendaciones de prudencia fue despedido.
Según habían quedado, Mattania se dirigió a casa de Cripì, en el callejón de los Schioppettieri; no lo encontró allí y la mujer de Cripì le dijo en qué cafés y tabernas podía hallarse. «Estuve buscándolo un buen rato», dice Mattania —para darle la buena noticia de las ciento ochenta onzas—, pero como no dio con él regresó a casa y redactó el informe que acabamos de resumir y que al día siguiente, en manos de los magistrados Mari y Giacosa, tantas órdenes de arresto y registro iba a ocasionar intempestivamente.
"SCIASCIA: LA INTRUSIÓN DEL DRAMA PIRANDELLIANO EN LA NOVELA POLICIACA
Leonardo Sciascia es, en la medida en que lo era Voltaire, un escritor “seco”: pertenece a esa especie de narradores y ensayistas que se proponen decir lo más con lo menos: provocar el mayor número de significados y matices con el menor número de palabras. Su estilo conciso, su propensión a la frase incisiva, plástica, a los textos y los libros breves, lo sitúan en esa trayectoria afín a las maneras de Diderot y Jorge Luis Borges. Las lecturas que recuerda de su adolescencia en Racalmuto, el pueblo de la provincia de Agrigento (en Sicilia) donde nació en 1921, incluyen Los miserables, de Víctor Hugo, La paradoja del actor cómico, de Diderot, La vida de Henri Brulard, de Stendhal, y, sobre todo. Los novios, de Alessandro Manzoni. El tema de la justicia –que le ha acarreado el calificativo de “moralista”–, la utilización de documentos históricos como ingredientes de la novela ensayo de ambiente judicial, lo hermana con Manzoni más que con cualquier otro autor italiano. “Lo que hizo Manzoni en el siglo XIX lo está haciendo Sciascia en el XX”, ha dicho el crítico Antonio Motta. Y no es inexacto: “Si se me preguntara a cuál corriente de escritores pertenezco, y debiera limitarme a un solo nombre, diría que sin duda a la de Manzoni”, respondió Sciascia a Marcelle Padovani en esa larga entrevista que es La Sicilia como metáfora. Si en alguna otra parte (en su diario público Negro sobre negro) el autor de El contexto y Todo modo ha escrito que la literatura es una suerte de sistema solar, es evidente que en su universo refulgen –como astros de luz propia, de mayor o menor magnitud– los nombres de Pirandello, Gogol, Anatole France, Brancati, Federico De Roberto, Stendhal, Voltaire y los enciclopedistas franceses, Borges, Cervantes, Calderón de la Barca, Lorca, Cernuda, Pedro Salinas, Alberto Savinio… y José Ortega y Gasset.
El día de la lechuza
(fragmento)
" La familia es la única institución verdaderamente viva en la conciencia del siciliano; pero viva más como dramático nudo contractual, jurídico, que como agregación natural y sentimental. La familia es el Estado del siciliano. "
" La familia es la única institución verdaderamente viva en la conciencia del siciliano; pero viva más como dramático nudo contractual, jurídico, que como agregación natural y sentimental. La familia es el Estado del siciliano. "
Muerte del inquisidor (fragmento)
" Es evidente que esta leyenda es la adaptación de otras leyendas de bandoleros. Pero hay un particular, un elemento de autenticidad que nos hace reflexionar: la misa de maitines por los villanos, que es la missa cantus galli que efectivamente se celebraba en las tierras feudales. Y nos preguntamos si en verdad no ocurrió durante aquella misa celebrada un día de 1644, algún incidente dramático, del que ha salido la dolorosa historia de fray Diego. Lo cierto es que no hubo ningún asesinato, ni del superintendente del condado ni de ninguna otra persona. Pero Diego La Matina, diácono, un día de 1644 cometió un delito cuya naturaleza requirió la intervención de la justicia ordinaria, de la policía criminal. Arrestado, en seguida fue remitido al Santo Oficio: ya sea después de uno de esos conflictos de competencia entre foro laical y foro privilegiado, que casi siempre daban la razón a este último, ya mediante un pacífico reconocimiento de incompetencia por parte de la justicia ordinaria. En cualquier caso, tuvo que tratarse de un delito en el que la corte laical se consideraba con derecho a intervenir, al menos de forma inmediata, pese al diaconato del acusado. Por otra parte, este delito debió de tener características tales que la corte laical, de manera espontánea o a petición del Santo Oficio, o sea sin afirmar su propia competencia, se avino a entregar al culpable.
" Es evidente que esta leyenda es la adaptación de otras leyendas de bandoleros. Pero hay un particular, un elemento de autenticidad que nos hace reflexionar: la misa de maitines por los villanos, que es la missa cantus galli que efectivamente se celebraba en las tierras feudales. Y nos preguntamos si en verdad no ocurrió durante aquella misa celebrada un día de 1644, algún incidente dramático, del que ha salido la dolorosa historia de fray Diego. Lo cierto es que no hubo ningún asesinato, ni del superintendente del condado ni de ninguna otra persona. Pero Diego La Matina, diácono, un día de 1644 cometió un delito cuya naturaleza requirió la intervención de la justicia ordinaria, de la policía criminal. Arrestado, en seguida fue remitido al Santo Oficio: ya sea después de uno de esos conflictos de competencia entre foro laical y foro privilegiado, que casi siempre daban la razón a este último, ya mediante un pacífico reconocimiento de incompetencia por parte de la justicia ordinaria. En cualquier caso, tuvo que tratarse de un delito en el que la corte laical se consideraba con derecho a intervenir, al menos de forma inmediata, pese al diaconato del acusado. Por otra parte, este delito debió de tener características tales que la corte laical, de manera espontánea o a petición del Santo Oficio, o sea sin afirmar su propia competencia, se avino a entregar al culpable.
Entonces era enorme el lío de las jurisdicciones, pero no hasta el punto en que
lo lleva Matranga cuando dice que fray Diego, antes de caer en manos del
Tribunal en tanto que fugitivo y salteador de caminos, con ropa de seglar, ya
la corte laical lo había encarcelado: fue la primera vez que se acusó a sí
mismo; pero se sospechó que la penitencia era tan falsa como veraz la
confesión, porque en lugar de enmendarse volvió a meterse en delitos peores.
El problema que plantea este fragmento de Matranga, problema que proponemos a
los historiadores y, en particular, a los historiadores de la legislación, es
el siguiente: si en el año 1644, en Sicilia, un individuo que había llegado al
segundo grado de las órdenes mayores, pero que se dedicaba a recorrer los
campos vestido de seglar y a robar y asaltar caminos, podía apelar al foro del
Santo Oficio, una vez capturado por la justicia ordinaria, o ser remitido de
esta última al Santo Oficio, en tanto que foro más adecuado a su persona, o, lo
que viene a ser más o menos lo mismo, que el Santo Oficio lo sustrajera a la
justicia ordinaria. Por nuestra cuenta (pero sin muchas pruebas) respondemos
que no, a menos que en su delito se entreviera una especie de ambivalencia que
afectara, con igual legitimidad, a ambas jurisdicciones. "
Sicilia es para Leonardo Sciascia lo que el condado
de Yoknapatawpha para William Faulkner. Pero su
mundo no precisa de un condado literario ni de un
Macondo metafórico: la propia Sicilia es la metáfora
del mundo, puesto que “Sicilia ofrece una síntesis, una
representación de tantos problemas, de tantas contradicciones,
no sólo italianas sino también europeas, que
muy bien puede constituir la metáfora del mundo moderno.”
La sicilianidad, pues, es uno de sus temas fundamentales, esa condición de lo siciliano que le ha permitido hablar de “sicilitudine” como quien amplía el vocablo italiano “solitudine” (soledad), esa idea de la propia soledad o insularidad que también se procrea en el fondo de todo corazón humano, el aislamiento de esa isla que es Sicilia y asimismo la isla interior que en lo más íntimo llevan hombres y mujeres por separado. “Entre nosotros ha habido siempre una idea muy arraigada: la creencia de que para ser completamente uno mismo hay que estar solo, que la soledad es el ámbito en el que uno se reencuentra, que los otros nos apartan, nos seccionan, nos multiplican –¡oh Pirandello!–, que con los otros no se consigue ser criatura, sino sólo un personaje”, dijo Sciascia en su conversación con Padovani.
¿Otros temas? Varios: la hispanidad, la herencia española y árabe, la Inquisición, la mafia, el conflicto entre individuo y poder, la percepción de que todo poder, siempre, es inmoral. Sobre su novela El contexto (trasladada al cine por Francesco Rosi con el título de Cadáveres ilustres) anota al final que “pretende ser una fábula sobre el poder en el mundo, un poder que progresivamente va degenerando en la inexplicable forma de una concatenación que aproximativamente podríamos llamar mafiosa”.
Van y vuelven sus obsesiones temáticas: la memoria
(tan trabajada por Marcel Proust, Luigi Pirandello,
Harold Pinter, Jorge Luis Borges) en La sentencia
memorable y El teatro de la memoria; las complicidades
entre el poder legal y el extralegal en El día de la
lechuza, Todo modo y Los navajeros; la disyuntiva o
el rechazo moral de la ciencia en La desaparición de
Majorana; la guerra civil española en Los tíos de Sicilia;
la reconstrucción histórica en El archivo de Egipto,
En tierra de infieles. Autos relativos a la muerte de
Raymond Roussel, Las parroquias de Regalpetra, y
Muerte del inquisidor.
Al adoptar –y adaptar– la forma o el esquema clásico
de la novela policiaca, al transferirlo a una cultura literaria
en cierta manera católica, en muchos sentidos
latina, Sciascia no reproduce al investigador de la novela
negra norteamericana ni al de la detectivesca inglesa
o francesa (excepto tal vez en el caso del inspector
Rogas en El contexto) sino más bien intenta la
verosimilitud de su protagonista al hacerlo pintor en
Todo modo o un profesor solitario y solterón en A cada
quien lo suyo que actúa llevado por una curiosidad
intelectual, o mejor: literaria.
Los cuentos que aquí se recogen, inmejorablemente traducidos por Guillermo Fernández, pertenecen a El mar color de vino, frase que alude al verso de Homero en La Odisea cuando Ulises se aproxima a las islas de Escila y Caribdis, en el estrecho de Messina, y que no es sino una descripción realista –nada simbólica– de la coloración violeta que en esa zona del Mediterráneo cobra el fondo del mar a ciertas horas del amanecer.
En “El largo viaje” unos campesinos, gente sin trabajo, miserable, como braceros mexicanos que aspiran a traspasar la frontera del desempleo y el subdesarrollo, se ven envueltos en una farsa cruel, en una despiadada maquinación, mientras en “Juego de sociedad” nuestro autor siciliano ahonda en los mecanismos psicológicos más sutiles de esa barroquísima mentalidad o cultura de la mafia, que al no aceptarse como tal, al no querer nombrarse como mafia identificable y concreta, al menos se despliega en un inequívoco comportamiento mafioso: un saber decantado por los siglos, ancestralmente.
Y en “Un caso de conciencia” la recreación es otra: la probable visión árabe y cristiana o católica de la sexualidad, el pavor a la traición sexual, la tragico- media de la infidelidad real o imaginada, el mito tan siciliano como mexicano de “los cuernos”. Si hay un clima mental parecido entre México y Sicilia tal vez se debe a que tenemos en común, Sicilia y México, semejante pasado español, la Santa Inquisición, cierta herencia árabe que a nosotros nos llega por España y la lengua, la actitud judeocristiana ante la sexualidad, la imaginación para la venganza, y la bandera tricolor garibaldiana.
En la obra de Leonardo Sciascia el interés por Espa- ña se gesta antes, pero se acrecienta después de la guerra civil, como se comprueba en su cuento “El antimonio” y en sus traducciones de Federico García Lorca, Manuel Azaña y Pedro Salinas. Un libro que lo marcó, sobre todo para el ejercicio de la historia novelada, fue La realidad histórica de España, de Américo Castro, y son innumerables las citas que hace de Cernuda y Borges en El contexto, de Cervantes y Calderón en su comedia El honorable, de José Moreno Villa en La desaparición de Majorana, de Unamuno al parodiarlo: “Me duele Italia” Pero, naturalmente, quienes más frecuentemente resplandecen en su “sistema solar” son autores sicilianos: Vitaliano Brancati, Alberto Savinio, Federico De Roberto (el de la novela Los virreyes), Giovanni Verga, Lucio Piccolo, y muy especialmente Luigi Pirandello: si André Malraux dijo de Faulkner que había introducido la tragedia griega en la novela policiaca, “de mí”, ha dicho Sciascia, “me gustaría que se dijera que introduje el drama pirandelliano en el relato policiaco”. ¿Y un escritor, finalmente, qué es?, le preguntó Padovani. “Yo creo que un escritor es un hombre que encuentra placer en la verdad, que vive como un placer el hecho de decir la verdad. Para mí la escritura constituye un redoblamiento del placer de vivir, porque para mí escribir nunca ha sido un trabajo; al contrario, ha sido un placer, una diversión, un descanso.”
FEDERICO CAMPBELL
La sicilianidad, pues, es uno de sus temas fundamentales, esa condición de lo siciliano que le ha permitido hablar de “sicilitudine” como quien amplía el vocablo italiano “solitudine” (soledad), esa idea de la propia soledad o insularidad que también se procrea en el fondo de todo corazón humano, el aislamiento de esa isla que es Sicilia y asimismo la isla interior que en lo más íntimo llevan hombres y mujeres por separado. “Entre nosotros ha habido siempre una idea muy arraigada: la creencia de que para ser completamente uno mismo hay que estar solo, que la soledad es el ámbito en el que uno se reencuentra, que los otros nos apartan, nos seccionan, nos multiplican –¡oh Pirandello!–, que con los otros no se consigue ser criatura, sino sólo un personaje”, dijo Sciascia en su conversación con Padovani.
¿Otros temas? Varios: la hispanidad, la herencia española y árabe, la Inquisición, la mafia, el conflicto entre individuo y poder, la percepción de que todo poder, siempre, es inmoral. Sobre su novela El contexto (trasladada al cine por Francesco Rosi con el título de Cadáveres ilustres) anota al final que “pretende ser una fábula sobre el poder en el mundo, un poder que progresivamente va degenerando en la inexplicable forma de una concatenación que aproximativamente podríamos llamar mafiosa”.
Los cuentos que aquí se recogen, inmejorablemente traducidos por Guillermo Fernández, pertenecen a El mar color de vino, frase que alude al verso de Homero en La Odisea cuando Ulises se aproxima a las islas de Escila y Caribdis, en el estrecho de Messina, y que no es sino una descripción realista –nada simbólica– de la coloración violeta que en esa zona del Mediterráneo cobra el fondo del mar a ciertas horas del amanecer.
En “El largo viaje” unos campesinos, gente sin trabajo, miserable, como braceros mexicanos que aspiran a traspasar la frontera del desempleo y el subdesarrollo, se ven envueltos en una farsa cruel, en una despiadada maquinación, mientras en “Juego de sociedad” nuestro autor siciliano ahonda en los mecanismos psicológicos más sutiles de esa barroquísima mentalidad o cultura de la mafia, que al no aceptarse como tal, al no querer nombrarse como mafia identificable y concreta, al menos se despliega en un inequívoco comportamiento mafioso: un saber decantado por los siglos, ancestralmente.
Y en “Un caso de conciencia” la recreación es otra: la probable visión árabe y cristiana o católica de la sexualidad, el pavor a la traición sexual, la tragico- media de la infidelidad real o imaginada, el mito tan siciliano como mexicano de “los cuernos”. Si hay un clima mental parecido entre México y Sicilia tal vez se debe a que tenemos en común, Sicilia y México, semejante pasado español, la Santa Inquisición, cierta herencia árabe que a nosotros nos llega por España y la lengua, la actitud judeocristiana ante la sexualidad, la imaginación para la venganza, y la bandera tricolor garibaldiana.
En la obra de Leonardo Sciascia el interés por Espa- ña se gesta antes, pero se acrecienta después de la guerra civil, como se comprueba en su cuento “El antimonio” y en sus traducciones de Federico García Lorca, Manuel Azaña y Pedro Salinas. Un libro que lo marcó, sobre todo para el ejercicio de la historia novelada, fue La realidad histórica de España, de Américo Castro, y son innumerables las citas que hace de Cernuda y Borges en El contexto, de Cervantes y Calderón en su comedia El honorable, de José Moreno Villa en La desaparición de Majorana, de Unamuno al parodiarlo: “Me duele Italia” Pero, naturalmente, quienes más frecuentemente resplandecen en su “sistema solar” son autores sicilianos: Vitaliano Brancati, Alberto Savinio, Federico De Roberto (el de la novela Los virreyes), Giovanni Verga, Lucio Piccolo, y muy especialmente Luigi Pirandello: si André Malraux dijo de Faulkner que había introducido la tragedia griega en la novela policiaca, “de mí”, ha dicho Sciascia, “me gustaría que se dijera que introduje el drama pirandelliano en el relato policiaco”. ¿Y un escritor, finalmente, qué es?, le preguntó Padovani. “Yo creo que un escritor es un hombre que encuentra placer en la verdad, que vive como un placer el hecho de decir la verdad. Para mí la escritura constituye un redoblamiento del placer de vivir, porque para mí escribir nunca ha sido un trabajo; al contrario, ha sido un placer, una diversión, un descanso.”
FEDERICO CAMPBELL
El caballero y la muerte (fragmento)
" Se marchó de la casa de los Zorni con una sensación de aturdimiento. El esfuerzo que le había costado extraer respuestas precisas de un parloteo que podía compararse con la fuente de Trevi —cascadas, cascadillas, velos de agua, chorros—, había supuesto mucha tensión y luego fatiga, aturdimiento. También el dolor estaba como aturdido, menos agudo pero más sordo y difuso. Es curioso que el dolor físico, aunque obedezca a una causa estable y, quizá peor aún, inmutable, pueda atenuarse o aumentar, cambiar de intensidad y calidad según las ocasiones y los encuentros.
Paseó por los soportales de la plaza pensando en aquella nota, en aquellas frases que parecían versos de una canción; en la señora Zorni, bellísima, joven, en la armoniosa ondulación de su cuerpo: pero cuánto más bella, más deseable —durante aquellos relámpagos de deseo que de pronto atravesaban el dolor— era la señora De Matis, con sus cincuenta años.
Le gustaban los soportales, deambular por ellos. En la isla en que había nacido
los había en todas las ciudades. Los arcos realzan la belleza del cielo, como
dice el poeta. ¿Los soportales realzan la civilización de las ciudades? Y no
era que no amase la tierra en que había nacido, pero todas las noticias,
dolorosas, trágicas, que se publicaban cada día sobre ella, le provocaban una especie
de rencor.
Como hacía años que no había vuelto, no la buscaba en esos sucesos, sino más allá, en la memoria, en el sentimiento de algo que ya había dejado de existir. Ilusión, mistificación: la del emigrante, la del expatriado.
Tenía que desobedecer hasta el final. Se había arriesgado con la señora Zorni, y tarde o temprano se notarían los efectos. Al evitar la recomendación de que guardara el secreto, recomendación que siempre provoca la necesidad incontenible de no guardarlo, y sobre todo en alguien como ella, había hecho todo lo posible para hacerle creer que se trataba de una investigación puramente formal, superflua e incluso fastidiosa para quien tenía que realizarla. Pero era imposible que la memoria de esa mujer fuese tan débil como para olvidarlo y que, no habiéndolo olvidado, resistiese al placer de comentarlo con una, dos o tres amigas; y que, de amiga en amiga, la noticia llegara al Presidente, y del Presidente al Jefe o al que estaba por encima, muy por encima, del Jefe. Con la señora De Matis no, no había ningún peligro: entre ellos hubo una simpatía inmediata, casi una complicidad.
Lo que había oído acerca del intercambio de notas lo había conducido a una pregunta.
Como hacía años que no había vuelto, no la buscaba en esos sucesos, sino más allá, en la memoria, en el sentimiento de algo que ya había dejado de existir. Ilusión, mistificación: la del emigrante, la del expatriado.
Tenía que desobedecer hasta el final. Se había arriesgado con la señora Zorni, y tarde o temprano se notarían los efectos. Al evitar la recomendación de que guardara el secreto, recomendación que siempre provoca la necesidad incontenible de no guardarlo, y sobre todo en alguien como ella, había hecho todo lo posible para hacerle creer que se trataba de una investigación puramente formal, superflua e incluso fastidiosa para quien tenía que realizarla. Pero era imposible que la memoria de esa mujer fuese tan débil como para olvidarlo y que, no habiéndolo olvidado, resistiese al placer de comentarlo con una, dos o tres amigas; y que, de amiga en amiga, la noticia llegara al Presidente, y del Presidente al Jefe o al que estaba por encima, muy por encima, del Jefe. Con la señora De Matis no, no había ningún peligro: entre ellos hubo una simpatía inmediata, casi una complicidad.
Lo que había oído acerca del intercambio de notas lo había conducido a una pregunta.
Que tenía que hacerle a alguien capaz de proporcionar una respuesta segura.
Agencia de viajes Kublai.: del doctor Giovanni Rieti; nunca había sabido en qué
era doctor. Un viejo conocido, quizás hasta podía hablarse de amistad, por la
historia tan humana que la había originado. Empezaba con sus padres, en 1939:
el padre del Vice era funcionario del Registro Civil en el pueblecito siciliano
en el que el padre del doctor Rieti, judío, había nacido por casualidad. El
señor Rieti había llegado a toda prisa desde Roma, desesperado, para ver si en
el ayuntamiento, en su acta de nacimiento, había algún dato que pudiera
utilizarse para probar que realmente no era judío. Y como ese dato no existía,
lo crearon: el funcionario del Registro Civil, el alcalde, el arcipreste, los
guardias municipales.
Todos ellos fascistas con carnet en el bolsillo y distintivo en el ojal; y el arcipreste, que no tenía carnet ni distintivo, lo era de alma. Pero todos pensaron que no podía abandonarse al señor Rieti, a su familia, a sus hijos, frente a esa ley que buscaba su destrucción.
De modo que fabricaron, literalmente, documentos falsos porque para ellos que un hombre fuera judío no significaba nada, si corría peligro, si estaba desesperado, si se encontraba frente a un riesgo grave. (¡Qué gran país había sido, y quizás aún lo fuese, Italia en esas cosas!) En su familia no había vuelto a saberse nada de la familia Rieti, y aunque recordase el episodio entre los que, por haberse producido durante los diez primeros años de su vida, habían dejado una impronta en ella, el nombre en cambio no había quedado en su memoria.
Pero una noche, en la ciudad en la que desde hacía años residía, en una fiesta que daban en la prefectura, le habían presentado a un doctor Rieti quien, al oír su nombre, le había preguntado si era siciliano, y si era de aquel pueblo, y si era pariente de aquel funcionario del Registro Civil. Había sido una especie de reencuentro. "
Leonardo Sciascia
(Racalmuto, 1921-Palermo, 1989) Narrador y político italiano que defendió en sus novelas y ensayos la moral de la razón frente a la desintegración y el caos propugnados por la mafia o el terrorismo italianos.
No desdeñó ni la opinión (como puso de manifiesto en El caso Aldo Moro, donde reflexionaba sobre el secuestro del presidente de la Democracia Cristiana) ni la participación política directa: fue diputado del partido Radical entre 1979 y 1983. Su posición de intelectual comprometido no tuvo una representación literaria torpe o dogmática. Por el contrario, utilizó una escritura de tipo clásico para iluminar con precisión extrema ciertas zonas de la realidad.
Las parroquias de Regalpetra (1956), vinculada a la tradición del neorrealismo y de la literatura meridional, fue la primera novela que despertó un interés nacional. Al igual que los relatos de Los tíos de Sicilia (1958 y 1961) eran documentos ficticios de un imaginario rincón de Sicilia. Como subrayó más tarde, estos textos fundaron una indagación sobre "la historia de una progresiva desaparición de la razón y la historia de aquellos que fueron convulsionados y aplastados por ese ocaso del pensamiento".
Sciascia utilizó las formas de la novela negra para desentrañar el asesinato del sindicalista comunista Miraglia en El día de la lechuza (1961), primer relato donde la mafia se representa como una organización socio-económica dentro del Estado, y en A cada cual lo lo suyo (1966). Proceso y enjuiciamiento de una realidad que le llevó a decir: "Odio, detesto Sicilia en la misma medida que la amo". La indagación histórica y las falsificaciones e imposturas del pasado dan forma a El consejo de Egipto (1963) y también a Muerte del inquisidor (1964), personaje que reaparece, junto con los horrores del sistema de castigos, en los relatos ensayísticos de La cuerda de los locos (1970).
La realidad italiana metafórica o directa aparece en El contexto (1971) y Todo modo(1974), novelas donde se combina la pérdida de la racionalidad con las complejidades barrocas originadas en los trágicos y oscuros acontecimientos de la década de 1970. Inspirado en Voltaire, escribió Cándido o un sueño siciliano (1977), suerte de autobiografía intelectual en la que propone algunas soluciones racionales a las tinieblas y expresa su desencanto de las formas políticas tradicionales.
No menos interesantes resultan los ensayos que dedicó a la memoria de ciertos personajes y hechos notables: Atti relativi alla morte de Raymond Roussel (1971), que se suicidó en Palermo en 1933, o Los navajeros (1976), sobre un complot urdido en 1862; o los relatos cortos de corte policiaco como La desaparición de Majorana (1975), sobre la extraña ausencia de un físico. Sus últimas obras importantes fueron 1912+1 (1986) y El caballero y la muerte (1989), basado en un grabado de Durero y donde, a modo de testamento, analiza la experiencia de la muerte.
Las parroquias de
Regalpetra (fragmento)
" Cuando pensaba que había campesinos y artesanos de mi pueblo y de toda Italia que iban a morir por el fascismo, me sentía lleno de odio. Iban por hambre, yo sabía lo que estaba pasando, no había trabajo y el Duce les ofrecía el trabajo de la guerra. "
" Cuando pensaba que había campesinos y artesanos de mi pueblo y de toda Italia que iban a morir por el fascismo, me sentía lleno de odio. Iban por hambre, yo sabía lo que estaba pasando, no había trabajo y el Duce les ofrecía el trabajo de la guerra. "
BIBLIOGRAFÍA
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[PDF]LEONARDO SCIASCIA Y LA GENERACIÓN DEL 27 Estela González ...
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2243182.pdf
- Poesía
Favolle della dittadura, Ed. Bandi, Roma, 1950.
- Reimpresión
(con una nota de Pier Paolo Pasolini) en Sellerio Editore,
Palermo, 1981.
La Sicilia, il suo cuore, Ed. Bardi, Roma, 1952.
- Cola pesce. Ed. Emme, Milán, 1975.
- Narrativa
Le parrocchie di Regalpetra, Ed. Laterza, Bari, 1956.
- Gli zii di Sicilia, Ed. Einaudi, Turín, 1958.
- Ilgiorno della civetta, Ed. Einaudi, Turín, 1961.
- Il Consiglio d'Egitto, Ed. Einaudi, Turín, 1963.
- Morte dell'Inquisitore, Ed. Laterza, Bari, 1964.
- A ciascuno il suo, Ed. Einaudi, Turín, 1966.
II contesto, Ed. Einaudi, Turín, 1971.
- Atti relativi alia morte di Raymond Roussel, Ed. Esse, Palermo,
1971.
- Il mare colore del vino, Ed. Einaudi, Turín, 1973.
- Todo modo, Ed. Einaudi, Turín, 1974.
- La scomparsa di Majorana, Ed. Einaudi, Turín, 1975.
- I pugnalatori, Ed. Einaudi, Turín, 1976.
- Candido ovvero un sogno fatto in Sicilia, Ed. Einaudi, Turín,
1977.
- L'affaire Moro, Ed. Sellerio, Palermo, 1978. (La reedición de
1983 contiene además “La relazione parlamentare” que, desde
la minoría, hizo el diputado Leonardo Sciascia en el parlamento
de Italia.)
- Dalle parti degli infideli, Ed. Sellerio, Palermo, 1981.
- Il teatro della memoria, Ed. Einaudi, Turín, 1981.
- La sentenza memorabile, Ed. Sellerio, Palermo, 1982.
- Occhio dicapra, Ed. Einaudi, Turín, 1984.
- Cronachette, Ed. Sellerio, Palermo, 1985.
- Teatro
Cruciverba, Ed. Einaudi, Turín, 1983.
- Stendhal e la Sicilia L'Onorevole. Recitazione della controversia
liparitana dedicata a A.D. I mafiosi, Ed. Einaudi, Turín, 1976.
- El honorable fue traducido por Federico Campbell y publicada
en la revista Escénica, UNAM, México, 1983.
- Ensayo
Pirandello e il pirandellismo, Ed. Sciascia, Caltanissetta,
1953.
- Pirandello e la Sicilia, Ed. Sciascia, Caltanissetta, Roma, 1961.
- La corda pazza. Scrittori e cose della Sicilia, Ed. Einaudi,
Turín, 1970.
- Nero su nero, Ed. Einaudi, 1979.
, Ed. Sellerio, Palermo, 1984.
Traducciones
“II lamento per Ignazio Sánchez Mejías”, de Federico García
Lorca, en Rendiconti, 1961. Y en Quaderni della Fenice 37.
Milán, 1978.
- La veglia a Benicarló, de Manuel Azaña, Ed. Einaudi, Turín,
1967.
- Il procuratore della Giudea, de Anatole France, Ed. Sellerio,
Palermo, 1979.
- Morte del sogno, de Pedro Salinas, Ed. Sellerio, Palermo,
1981.
- Entrevistas
La Sicilia come metáfora, de Marcelle Padovani, Ed. Mondadori,
Milán, 1979.
- Conversazione in una stanza chiusa, de Davide Lajolo, Ed. Sperling
& Kupfer, Milán, 1981.
- La palma va al nord, recopilación de Valter Vecellio,
Edizioni Quaderni Radicali, Roma, 1981.
- Estudios sobre Sciascia
Sciascia, de Walter Mauro, Ed. La Nuova Italia, Florencia,
1970.
Invito alia lettura di Sciascia, de Claude Abroise, Ed. Mursia,
Milán, 1983.
- Leonardo Sciascia e la Sicilia, de Giovanna Ghetti Abruzzi, Ed.
Bulzoni, Roma, 1974.
- La Sicilia di Sciascia, de Santi Correnti, Ed. Greco, Catania,
1977.
- Leonardo Sciascia, de Luigi Cattanei, Ed. Le Monnier, Florencia,
1979.
- Leonardo Sciascia 1956-1976.
- A thematic and structural study,
de Giovanna Jackson, Ed. Longo, Ravenna, 1982.
Número especial de la revista L'Arc, Aix-En-Provence, 1979.
- Con textos de Jacques Bonnet, Italo Calvino, Hubert Nyssen,
Claude Ambroise, René Micha, Philippe Renard, Jean-Noël
Schifano, Renato Guttuso, Dominique Fernández, Jean Gili,
Elio Petri, Francesco Rosi, Pier Paolo Pasolini, Manuel Scorza,
Pierre Martens.
Leonardo Sciascia. La veritá, l'aspra veritá, de Antonio Motta,
Ed. Lacaita, Bari, 1985.
- Sciascia en castellano
Las parroquias de Regalpetra. Muerte del inquisidor. Traducción
de Rossend Arques, Ed. Bruguera, Barcelona, 1982.
- Los tíos de Sicilia. Traducción de Néstor Leal, Monte Ávila Editores,
Caracas, 1976. También en traducción de Rossend Arques, Ed.
Bruguera, Barcelona, 1983.
- Dueto siciliano: A cada quien lo suyo y El día de la lechuza.
Traducción de Domingo Pruna, Ed. G.P. (Plaza & Janes),
Barcelona, 1979.
- El contexto. Traducción de Carmen Artal Rodríguez, Ed. Bruguera,
Barcelona, 1981.
- El mar color de vino. Traducción de Ana Goldar, Ed. Bruguera,
Barcelona, 1980.
- Todo modo. Traducción de Joaquín Jordá Cátala, Ed. Bruguera,
Barcelona, 1982.
- Los navajeros. La desaparición de Majorana. Traducción de Javier
Villalba, Ed. Noguer, Barcelona, 1978.
- Cándido o un sueño siciliano. Traducción de Ana Goldar, Ed.
Bruguera, Barcelona, 1980.
El caso Moro. Traducción de Atilio Pentimalli, Ed. Argos Vergara,
Barcelona, 1979.
- El teatro de la memoria. Traducción de Vittoria Martinetto. Publicado,
en dos entregas, en el suplemento La Cultura en
México, de la revista Siempre!, No. 1055 y 1057, el lo. y 15 de
septiembre de 1982, México, D.F.
- La sentencia memorable. Traducción de Vittoria Martinetto.
Publicado en La Cultura en México, de Siempre!, No.
1099, el 26 de julio de 1983, México, D.F.
- En tierra de infieles. Autos relativos a la muerte de Raymond
Roussel Traducción de Atilio Pentimalli, Ed. Bruguera, Barcelona,
1982.
- Negro sobre negro. Traducción de Joaquín Jordá, Ed. Bruguera,
Barcelona, 1984.
MANUELVÁZQUEZ MONTALBÁN,
https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/2243182.pdf
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