martes, 30 de julio de 2024

DE YIDDISHLAN A ISRAEL Por las fronteras de Europa. Un viaje por la narrativa del siglo XX y XXI.

 Mundo Monmany





Su campo de estudio es europeo, una Europa que se desborda hacia Asia, América y África, y donde, como escribió un día la brasileña Nélida Piñón, la vida «nunca fue tranquila ni suave». La zona más atendida se localiza en Centroeuropa, el Este, el Oriente, ese territorio de imperios caídos (el austrohúngaro, el Reich hitleriano, el soviético) y nacionalidades movedizas: lo que ayer era húngaro será rumano; lo alemán, polaco; lo polaco, ruso; lo italiano, yugoslavo o croata. La inestabilidad geopolítica europea habría fomentado en sus escritores una sensación de imposible arraigo, de indefensión, «de extranjería permanente y apátrida». El exilio se convierte en forma de vida, en carácter, y, en la visión de Mercedes Monmany, el escritor aparece como extensión del temperamento de sus personajes, y los personajes son atributos de su creador. No hay disyunción entre el autor y la obra.

Este amplísimo viaje literario cubre un espacio inmenso y a la vez muy limitado, entre el cosmopolitismo y el provincianismo radical. Dos ciudades podrían servirnos de síntoma: la ciudad de Czes?aw Mi?osz, la polaca Vilnius, es decir, Vilna, capital de Lituania, donde se habla polaco, ruso, lituano y yiddish; y Klagenfurt, en el sur de Austria, cuna de Robert Musil e Ingeborg Bachmann, que la encontró pueblerina a pesar de su Babel internacional de italianos, eslovenos y austríacos germanófonos. Las ciudades pueden ser personajes literarios, como descubrieron Franz Hessel, Walter Benjamin, W. G. Sebald, Olivier Rodin, Orhan Pamuk o Claudio Magris, y destaca Mercedes Monmany: ciudades como «madres amorosas y posesivas» o como atolladeros insalvables. Una novela es, a ojos del israelí David Grossman, un viaje interior, de iniciación: los libros, según Cees Nooteboom, van del punto de partida a un punto final que sugiere un nuevo punto de partida. Por las fronteras de Europa lleva un subtítulo, Un viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI, y funciona también como una antología de citas que invitan al lector a nuevas lecturas imprevistas.

Novelas, cuentos, ensayos, obras de ficción y de historia, diarios y biografías, reportajes periodísticos y libros de viajes, merecen la atención de Mercedes Monmany, que tantea los límites entre ficción y no ficción, fluctuantes como las fronteras de los territorios literarios elegidos para su estudio. Movimientos, generaciones, analogías y afinidades se entrelazan más allá de las fechas, del uso de un mismo idioma, de la pertenencia a determinadas tradiciones o leyes religiosas. El fondo común de toda esta literatura es la crisis del pensamiento europeo y, por consiguiente, de la novela, asumida como epítome de la producción literaria. Europa sería una realidad y una idea en mutación, en fuga, rota entre dos guerras mundiales y locales a la vez, y marcada indeleblemente por la herida del Holocausto. Tal estado de cosas habría decidido los rasgos característicos de una literatura de nómadas y exiliados perpetuos, de individuos que incluso se sienten expatriados sin llegar a salir nunca de su cuarto.

Mercedes Monmany asume la consigna que Baudelaire imparte en el primer capítulo del Salón de 1846: «La crítica debe ser parcial, apasionada y política». Aquí la descripción de las obras equivale a su valoración. Excelentes serán, por ejemplo, los escritores que aciertan a «traducir, en un ambiente entre fantasmagórico y mortecino, el gris siniestro y vulgar de una dictadura», los heroicos testigos «impotentes y horrorizados» de épocas «de opresión, miedo y muerte». El objetivo de Anton Chéjov de «luchar contra la falsedad y el autoritarismo», formulado a finales del siglo XIX, se superpone a finales del XX con la definición de Milan Kundera: la novela sería antiautoritaria por naturaleza. Mercedes Monmany lo argumenta: la novela «se funda en la relatividad y ambigüedad de las cosas humanas; es, por tanto, radicalmente incompatible con el universo totalitario».

Se le asigna así una función a la literatura: «Sacar esqueletos de los armarios […] desnudar los cómplices silencios y mentiras de la ciudad». Deslenguada, deberá «satirizar […] absurdos ritos sociales fosilizados». Polémica, dará pie a «incómodos debates». Revelará «secretos e imposturas». Las novelas policíacas de John Banville, firmadas con el seudónimo de Benjamin Black, se leerán como «crítica social, retrato de una época, indagación moral y psicológica de personajes que viven atrapados tras la imagen exterior que han creado para ofrecer una pátina de prestigio y respetabilidad». El escritor destruirá «fetiches ideológicos» y «clichés nostálgicos y sentimentales», empezando por los suyos propios. Para Mercedes Monmany, la literatura tiene un «valor depurador», siempre a contracorriente del flujo de la lengua oficial, de Estado, mayoritaria, de la que hablaban en su ensayo sobre Kafka, hace mucho, Gilles Deleuze y Fálix Guattari, recordados aquí por Magris. Las convicciones éticas se convierten en ley estética, lingüística. La primera responsabilidad del escritor sería, como dice Mercedes Monmany antes de citar a Amos Oz, evitar «la confusión o evasión deliberada del lenguaje diario empleado por todos»: raíz de todo mal es no llamar a las cosas por su nombre.

A primera vista más interpretativo que judicial, el método de Mercedes Monmany para acercarse a la obra literaria es indirectamente normativo y se atiene en lo fundamental a la clásica afirmación de I. A. Richards, en 1926: el crítico es «juez de valores». Los valores que exaltan las reseñas de Por las fronteras de Europa reciben su peso moral de su entidad estética, del atrevimiento verbal de autores que, como proponía Antonia S. Byatt, registran la ocasión en la que «el manto de lo impensable se retira […] lo bastante para poder entreverlo». Svevo y Joyce, «dos meteoritos de la incertidumbre y el malestar europeos», señalan el principio de la renovación de la prosa en el siglo XX. Pero la vitalidad de estas literaturas impertinentes parece un síntoma de agotamiento histórico: los autores extraen sus fuerzas de un momento de extenuación siempre cumplido, dilatado, renovado, superado otra vez para anunciarse de nuevo.

En Por las fronteras de Europa se utiliza un campo de adjetivos que se refieren menos a la obra que a la impresión que causa en la lectora, Mercedes Monmany, y que se le augura al futuro público lector. De la observación de la obra se deducen los efectos que causará en quien la lea. La adjetivación remite a los sentidos: el tacto, la vista, el gusto. Una novela es punzante, agridulce, perspicaz, deliciosa. Los cuentos, por ejemplo, del boloñés Silvio D’Arzo son de una «mordiente dulzura», de una «rotunda claridad». Zadie Smith es espectacular, brillante, afilada, corrosiva. Cabría hablar de una estética del Shock and Awe, si tenemos en cuenta que el guionista y actor cinematográfico danés Knud Romer «nos habla de forma espeluznante de la estela de horror y violencia, de animalidad vergonzosa y primaria, que dejan las guerras mucho después de haber acabado». La conmoción es compatible con la contención y con el desbordamiento: las desmesuras del ruso Viktor Pelevin y «su fértil y febril fantasía satírica» no desmienten las aproximaciones de John Berger al reino de lo innombrado, ni los mundos insinuados de Kazuo Ishiguro. Erri de Luca escribe una literatura medida, espiritual y despojada, pero su «afilada y estremecedora belleza […] se hace casi insoportable, espeluznante».


El humor, «ese fetiche tan útil para respirar y seguir viviendo», sería un antídoto contra «la seriedad monstruosa del poder». En manos del finlandés Arto Paasilinna se vuelve «corrosivo, absurdo y antisistema». La alemana Birgit Vanderbeke lo emplea para dinamitar y demoler. Los soviéticos Ilf & Petrov lo usaron en los años veinte del siglo pasado como «desternillante artillería de sarcasmos masacrantes». El francés Boris Vian, «imaginación en estado puro», lo vuelve feroz «en despiadadas sátiras sociales y de costumbres». Si es «disparatado, excéntrico y portador de un germen mordaz, salvaje y cáustico», el humor será «sumamente irlandés». El del inglés Evelyn Waugh también es cáustico, con «zarpazos de ironía fulminante y arrasadora». El alemán judío Edgar Hilsenrath, «insolente, deslenguado y de dudoso gusto», someterá el tema más trágico –el Holocausto– al humor judío, «vitriólico», adjetivo aplicado también al israelí, mucho más joven, Etgar Keret (1967), otro maestro de «la trituradora del humor». Materia incandescente, el humor carcome esos «estados de perversión de valores a gran escala que son las dictaduras», como dice Mercedes Monmany a propósito del rumano Norman Manea.

Pero, hablando del ensayista Pietro Citati, a quien dedica un capítulo encabezado por la rotunda afirmación de que «el escritor es la literatura», Mercedes Monmany expone su idea de crítica. Se trataría de un procedimiento «sumamente atractivo para el lector», basado en la «construcción de tramas alrededor de tramas ajenas», la narración de lo ya narrado por otros. El intérprete o médium literario conciliaría la indagación psicológica (respecto a autores y personajes: el autor se transforma en personaje) y la interpretación textual, «privilegiando tras la máscara de los sucesos […] el efecto simbólico». Mercedes Monmany cumple sus objetivos: es atenta con sus lectores y con sus escritores.

Diré también lo que no encuentro en Por las fronteras de Europa. Siendo un volumen de reseñas de cientos de obras en más de veinte lenguas traducidas al español, ¿dónde están los traductores? Sólo nombra a dos traductoras al español, Isabel Hernández y Carmen Romero, y a la traductora de Miklós Bánffy al inglés, su nieta Katalin Bánffy-Jelen, así como celebra a dos italianos, Guido Ceronetti, traductor del hebreo y el latín, y Nadia Fusini, traductora del inglés. La ausencia se siente más si pensamos que la propia Mercedes Monmany ha traducido alguna vez y con fortuna.

Justo Navarro ha traducido a autores como Paul Auster, Jorge Luis Borges, T. S. Eliot, F. Scott Fitzgerald, Michael Ondatjee, Ben Rice, Virginia Woolf, Pere Gimferrer y Joan Perucho. Sus últimos libros son Finalmusik (Barcelona, Anagrama, 2007), El espía (Barcelona, Anagrama, 2011), El país perdido. La Alpujarra en la guerra morisca (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2013) y Gran Granada (Barcelona, Anagrama, 2015).


DE YIDDISHLAND A ISRAEL

Aharon Appelfeld

"A veces he aprendido que hay personas que viven únicamente del poder de su imaginación. Mi tío Herbert era una de ellas. Había heredado una considerable riqueza, porque vivía en un mundo imaginario, todo lo desperdiciaba y estaba completamente empobrecido. Cuando llegué a conocerlo mejor, ya era pobre, viviendo de la gentileza de su familia, pero incluso en medio de esa pobreza no cesaba de soñar. Su mirada se perdía en la lejanía y siempre hablaba acerca del futuro, como si el presente o el pasado no existiesen.
Es fantástico con que claridad pueden presentarse mis más distantes y ocultos recuerdos de infancia, en particular aquellos relacionados con los Montes Cárpatos y las amplias llanuras que se extienden a sus pies. Durante aquellas vacaciones antes de la guerra, nuestros ojos devoraban las montañas y las llanuras con un anhelo temible, como si mis padres supieran que éstas eran nuestras últimas vacaciones y que a partir de ahora la vida sería un infierno. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, tenía siete años. La secuencia del tiempo llega a ser confusa -no más veranos e inviernos, no más largas visitas a mis abuelos en el país. Nuestra vida estaba ahora hacinada en una estrecha habitación. Durante algún tiempo estuvimos en el ghetto, hasta el final del otoño en el que fuimos expulsados. Durante algunas semanas estuvimos en la carretera, y luego, eventualmente, en el campo, del cual yo logré escapar. "

: Perdido en el bosque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 793


Isaac Bashevis Singer

Sombras sobre el Hudson (fragmento)


"Suavemente, abrió la ventana y respiró el aire de la madrugada. Recordó a su padre, quien solía levantarse al amanecer mientras su madre y él, todavía niño, seguían acostados. Su padre se lavaba las manos cumpliendo el ritual, se ponía la prenda interior de flecos, el gabán, las gruesas botas. A continuación, volvía a lavarse y enseguida comenzaba a rezar de frente. Después se sentaba a estudiar algún fragmento del Talmud o a examinar un libro de la Cábala. Más tarde reanudaba su trabajo copiando un rollo de la Torá. Cada vez que llegaba al nombre de Dios paraba, se ponía en pie, murmuraba unas palabras y levantaba los ojos al cielo. La vida de ese hombre se centraba en un solo propósito: servir a Dios. Las letras que escribía con tinta china sobre el pergamino eran tan antiguas como el pueblo judío, hundían sus raíces en los tiempos de Abraham, cuando el patriarca rompió los ídolos de su padre y descubrió que existía un solo Dios. Y ¿qué estaba haciendo el hijo de aquel escriba? Dilapidar y echar por tierra todo lo que generaciones enteras de judíos habían construido con absoluta dedicación. Sus propios nietos ya serían gentiles. En cuanto a su alma, estaba rota, mancillada, impregnada de suciedad.

Grein levantó del suelo un periódico y pasó las hojas despacio. En cada página había una fotografía que su padre habría considerado impúdica: mujeres medio desnudas, piernas seductoras, torsos en sujetador, caderas con fajas. Una pierna femenina ocupaba una página entera, rodeada de textos como si se tratara de comentarios en la página de algún Talmud perverso y obsceno. En otro anuncio se mostraban dos piernas femeninas levantadas. ¿Qué habría dicho su padre, en paz descansara, de un periódico así?, pensaba Grein. Habría escupido. Para él, todo eso habría sido una abominación, algo que no debería tocarse siquiera por su impureza. Pero las fotografías eran publicadas por periódicos importantes y prestigiosos, que leían los ciudadanos más eminentes. «Ésta es su cultura, su poesía, su estética. Empiezan su jornada, leyendo esto. Lo que hoy llamamos el mundo es, en realidad, el mundo de los bajos fondos».

Grein se había quedado petrificado. «¿Cómo he llegado a hundirme hasta tal punto en la inmundicia? ¿Y Ester? Su padre también era un estudioso de la Torá. Por tanto desciende de un linaje distinguido. ¿Qué les ha pasado a los judíos? Durante tres mil años se han resistido a la idolatría, y de pronto se han convertido en productores de Hollywood, en propietarios de periódicos, en líderes comunistas. En Rusia, escritorzuelos judíos estuvieron denunciándose mutuamente durante mucho tiempo en nombre de la Revolución, hasta que todos ellos fueron aniquilados. En Nueva York, en París, en Londres, en Moscú, en todas partes, los judíos se han convertido en predicadores del ateísmo, árbitros de la moda, divulgadores del cotilleo. Han actuado como agitadores políticos, fomentando los bajos instintos de las masas. Ahora se dedican a enseñar a los gentiles los placeres de este mundo». "



: Un recuerdo para el yiddish . . . . . . . . . . . . . . . 796

Amela Einat



https://www.nli.org.il/en/a-topic/987007307599605171


: Regresando de nuevo a Auschwitz . . . . . . . . . . . . . . . . . 813


Yehuda Elberg


E
L ALMA FRENTE AL INTELECTO

Una de las cosas que me encantan de la Kabbalah es que nunca trata de lo que es correcto o erróneo. Lejos de ocuparse de la moral, la ética o la religión, la Kabbalah trata sobre cómo recibir la plenitud infinita; esta es la única razón por la que decidimos hacer cambios en nuestras vidas. A primera vista puede parecer un motivo egocéntrico, pero en realidad no loes. ¿Por qué? Tal como descubrirás en las páginas quesiguen, la única forma de recibir la plenitud infinita es tratar a los demás con bondad y amor incondicional.

 

Según la Kabbalah, la conducta amorosa no es una práctica que se cultive por sí misma, sino que es el secreto para recibir todo lo que deseas en la vida. Verás, el problema con las normas morales y la ética es que no ofrecen ninguna recompensa personal, por una sencilla razón: Dios creó el mundo con una gran diversidad de personas para darnos la oportunidad de recibir y experimentar el mayor placer y felicidad posibles. Y es a través de nuestras relaciones con los demás como logramos este objetivo. Por lo tanto, buscarla felicidad y experimentar placer son las formas en que expresamos la voluntad del Creador.

 

Según la Kabbalah, vivir meramente al servicio de un ideal lleva inevitablemente al individuo a sentirse frustrado y carente. ¿Por qué? Porque la satisfacción que se deriva de servir a una idea es intelectual; y la satisfacción intelectual nunca satisface plenamente al ser humano. La Kabbalah nos dice que en el nivel más fundamental, los seres humanos buscamos la plenitud y el placer absoluto del alma. El alma busca constantemente ser llenada de Luz y energía. Por lo tanto, aprender cómo se logra esta clase de plenitud, la plenitud del alma, es el único propósito de llegar a dominar la sabiduría de los antiguos kabbalistas

: Un segundo renacer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 816


Rina Frank





: La vida en los balcones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 818

Saul Friedländer


EL TERCER REICH Y LOS JUDIOS (1933-1939)(1939-1945): LOS AÑOS DE LA PERSECUCIÓN


Durante esos mismos días, [Alfred] Rosenberg entregó un informe general propio del botín judío, explícitamente para el cumpleaños de su líder: "Mi Führer -escribía el ministro el 16 de abril de 1943-, con el deseo de hacerle feliz para su cumpleaños, me permito remitirle un expediente con fotos de algunas de las pinturas de mayor valor sin propietario y en manos de los judíos, conseguidas por mi comando en los países ocupados occidentales. Este expediente sólo transmite una débil impresión del extraordinario valor y cantidad de los objetos de arte confiscados por mi agencia en Francia y puestos a buen recaudo en el Reich".


Ante mí -recuerda Müller- yacía el cadáver de una mujer. Con las manos temblorosas y todo el cuerpo agitado empecé a quitarle las medias. Era la primera vez que tocaba un cuerpo muerto. La mujer aún no estaba fría. Mientras le bajaba la media por la pierna, aquélla se rompió. Stark, que me había estado mirando, me golpeó otra vez y chilló: "¿Qué crees que estás haciendo? ¡Ten cuidado, y date prisa! ¡Estas cosas son para usarlas de nuevo!". Para enseñarnos cómo hacerlo empezó a quitar las medias de otro cadáver femenino. Pero él tampoco consiguió quitárselas sin hacer una pequeña carrera


: El antisemitismo extremo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 823


David Grossman


Escribir en la oscuridad (fragmento)


"Éstos son los peligros reales de los que Israel necesita deshacerse lo antes posible. Debe experimentar lo que es una vida de paz, no solo porque es vital para su seguridad y su economía, sino para que, en cierto sentido, pueda conocerse. Descubrir el potencial que todavía sigue latente en él, las facetas de su identidad y de su personalidad, y sus posibilidades —que están como en suspense, hasta que pase la cólera, hasta que termine la guerra, hasta que se pueda tener una vida plena— de materializar todas sus dimensiones, no solo la limitada de la supervivencia a cualquier precio.

Elias Canetti escribe en uno de sus ensayos que, de hecho, la supervivencia solo es la experimentación recurrente de la muerte. Una especie de práctica de la muerte y del miedo que esta da. A veces tengo la sensación de que un pueblo de supervivientes empedernidos como nosotros, los judíos, es un pueblo que, en cierta medida, afronta la muerte con la misma intensidad con la que afronta la vida. Un pueblo cuyo interlocutor íntimo, insondable y permanente, es la muerte tanto como la vida. No se trata de romanticismo, de idealización ni de enamoramiento de la muerte (en el sentido de las corrientes que hubo en Alemania a finales del siglo XIX, por ejemplo), sino de algo distinto y más profundo. Se trata de un conocimiento de primera mano, amargo y transmitido a través del cordón umbilical: el de la especificidad, la realidad, la cotidianidad y la disponibilidad de la muerte. El conocimiento de la «insoportable levedad de la muerte», cuya expresión más triste la oí por vez primera en boca de una pareja israelí el día anterior a su boda. Les preguntaron cuántos hijos les gustaría tener, y la joven y dulce novia respondió inmediatamente que querrían tener tres «porque, si les mataban a uno, todavía les quedarían dos».

Más de una vez, cuando escucho hablar a los israelíes, incluso a los muy jóvenes, de sí mismos, de sus inquietudes y de su falta de confianza en un futuro mejor, y constato —en la gente que me es cercana y en mí mismo— la intensidad de la angustia existencial y de la influencia de la trágica memoria histórica judía, me estremezco al notar la profundidad de la deficiencia que nos ha causado la historia, la terrible inclinación a considerar la vida como una muerte latente. "

: Memoria de los ausentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 826

 Battya Gur



Un asesinato literario (fragmento)


"Klein arqueó las cejas y contempló una fotografía de gran tamaño colgada entre ambas estanterías, el retrato de un hombre calvo y ancho de cara vestido con un traje de chaqueta. Era una cara que a Michael le resultaba familiar, pero no lograba ubicarla.

—Iddo se marchó a Washington, desde donde me llamó una vez, y luego se fue a Carolina del Norte, a una ciudad universitaria llamada Chapel Hill. ¿Ha estado usted alguna vez en Estados Unidos?

Michael negó con la cabeza y dijo:

—Sólo he estado en Europa.

A continuación preguntó si podía fumar.

—Desde luego, desde luego —respondió Klein, y, sin mirar, desenterró de debajo de un montón de papeles un cenicero de cristal. Era evidente que tenía todo bien localizado.

—Valga lo que le he contado hasta ahora a modo de introducción al verdadero problema, que es el estado en que regresó Iddo Dudai de su visita a Carolina del Norte. Había que conocerlo para apreciar el enorme cambio que se había operado en él. —Klein guardó silencio durante un instante, como si estuviera conjurando la imagen de Dudai, y luego continuó—: Quizá se esté usted preguntando cómo es que teníamos una relación tan estrecha si no era mi alumno…, mi doctorado, me refiero. Naturalmente, había asistido a mis clases e incluso había participado en mis seminarios, pero nuestra relación iba más allá de eso. Era inevitable admirar su seriedad como estudioso y su integridad intelectual. Era un chico honrado e inteligente, aunque careciera de la despreocupación propia de su edad; no tenía nada de travieso, pero tampoco tenía tendencias depresivas. Se podría decir que era una persona sin complicaciones, desde el punto de vista psicológico, aunque de ninguna manera le faltaba sensibilidad. Pero no era proclive a los cambios de humor. Ofra, mi mujer, lo apreciaba mucho y venía a vernos a menudo. Eso no le gustaba a Shaul. Solía hacer comentarios desdeñosos, delante de mí y a mis espaldas, sobre lo que él llamaba mi «mentalidad familiar». Que trajera a casa a personas como Iddo o Yael Eisenstein y les presentase a mi mujer y a mis hijas, que compartiera mi mesa con ellos, era en su opinión un «residuo evidente de la vida provinciana en la colonia de Rosh Pinna». Como es natural, cuando Iddo me escribió diciéndome que iba a ir a Estados Unidos y pidiéndome que le ayudara a encontrar alojamiento, le invité a quedarse con nosotros. Estábamos instalados en una casa espaciosa con un ala independiente para los invitados; recibimos muchas visitas a lo largo del año. Estaba en los terrenos de la Escuela Naval, donde mi tío daba clases de navegación. Los judíos son un pueblo peculiar —comentó Klein a modo de inciso, a la vez que entrelazaba los dedos y se reclinaba sobre el respaldo exhalando un suspiro, y luego se volvía para contemplar el jardín por la ventana. "

y otros escritores israelíes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 830

RAUL HILBERG



: “Ustedes no pueden mandarme a Dachau. Yo peleé en la Gran Guerra. Hasta me condecoraron por mi coraje”. El soldado llamó a un superior, que suspicaz, lo empezó a interrogar. “A ver judío ¿Dónde dice que estuvo?”. El hombre recitó cada uno de los batallones que integró y los destinos en los que actuó. El oficial nazi ordenó que lo liberaran: “Este hombre no miente. Estuvo en muchos lugares en los que estuve yo”.

La obra que culmina en los contenidos de estos volúmenes comenzó en 1948. Desde entonces han transcurrido treinta y seis años, pero el proyecto ha seguido conmigo, desde la primera juventud a la mediana edad, a veces interrumpido, pero nunca abandonado, debido a una pregunta que me planteé. Desde el comienzo he querido saber cómo destruyeron a los judíos de Europa. Q uería explorar el mecanismo de destrucción en su tota­ lidad, y a medida que ahondaba en el problema, veía que estaba estudiando un proce­ so administrativo llevado a cabo por burócratas en una red de organismos esparcidos por todo un continente. Conocer los componentes de este aparato, con todas las face­ tas de sus actividades, se convirtió en la principal tarea de mi vida. El «cómo» de los acontecimientos es una forma de aprender a conocer a los perpe­ tradores, a las víctimas, a los espectadores. En esta obra se describirá la participación de todos ellos. Se mostrará a los cargos públicos alemanes pasando memorandos de mesa en mesa, debatiendo sobre definiciones y clasificaciones, y redactando leyes públi­ cas o instrucciones secretas en su incansable impulso contra los judíos. La comunidad judía, atrapada entre la maleza de estas medidas, se contemplará en función de lo que hizo y lo que no hizo como respuesta al asalto alemán. El mundo exterior forma parte de esta historia, en virtud de su postura de espectador. Aun así, el acto de destrucción fue alemán, y este retrato enfoca principalmente a los que concibieron, los que iniciaron y los que pusieron en práctica la empresa. Ellos construyeron el marco en el que los colaboradores del Eje y los países ocupados contri­ buyeron a la operación, y ellos crearon las condiciones con las que se encontraron los judíos en un gueto cerrado, en la ruleta de una redada, o a la entrada de una cámara de gas. Para investigar la estructura del fenómeno es necesario plantear primero la cues­ tión sobre los alemanes.




: Investigando con «ojos alemanes» . . . . . . . . . . . . . . . . 834

ETGAR KERET


Romper el cerdito

Mi padre no se avino a comprarme un muñeco de Bart Simpson. Y eso que mi madre sí quería, pero mi padre no cedió y dijo que soy un caprichoso. —¿Por qué se lo vamos a tener que comprar, eh? —le dijo a mi madre—. No tiene más que abrir la boca y tú ya te pones firme a sus órdenes.Mi padre añadió que no tengo ningún respeto por el dinero, que si no aprendo a tenérselo ahora que soy pequeño, cuándo voy a aprenderlo. Los niños a los que les compran sin más muñecos de Bart Simpson se convierten de mayores en unos gamberros que ro-ban en los quioscos porque se han acostumbrado a que todo lo que se les antoja se les da sin más. Así es que en vez de un muñeco de Bart Simpson me compró un cerdito feísimo de cerámica con una ranura en el lomo, y ahora sí que me voy a criar siendo una persona de bien, ahora ya no me voy a convertir en un gamberro.Lo que tengo que hacer, a partir de hoy, todas las mañanas, es tomarme una taza de cacao, aunque lo odio. El cacao con telilla de nata es un shekel; sin telilla, medio shekel, pero si después de tomármelo voy directamente a vomitar, entonces no me dan nada. Las monedas se las voy echando al cerdito por el lomo, de mane-ra que si lo sacudo hace ruido. Cuando en el cerdito haya tantas monedas que al sacudirlo no se oiga nada, entonces me regalarán un muñeco de Bart Simpson en monopatín. Porque, como dice mi padre, eso sí que es educar.

 en la pizzería Kamikaze . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 839

Amos Oz


Contra el fanatismo (fragmento)


"Siempre este dilema sin fin: ¿qué hacer cuando da la casualidad de que se convive puerta con puerta con el dolor, la injusticia, la opresión, la violencia, la demagogia, el chovinismo, el fundamentalismo religioso y el fanatismo? ¿Cómo utilizar la propia voz, en el supuesto de ser un hombre con voz, alguien que tiene pluma y la puede utilizar? Me pregunto si sería justo decir: bueno, se está derramando sangre a la vuelta de la esquina de donde vivo, no es momento de contar historias de amor. No es momento de escribir historias experimentales, complejas, sutiles y eruditas. Es momento de combatir contra la injusticia. Sí, lo hago de vez en cuando y siempre me siento un poco traidor a mi arte, al refinamiento de la ambivalencia y el matiz. Al mismo tiempo, si me siento en casa y trabajo en varias alternativas sintácticas para cierta frase o en problemas idiomáticos de cierto contrapeso o incluso en la relación melódico-musical entre dos frases de la novela, todavía sigue esa vocecilla dentro de mí llamándome traidor: «¿Cómo eres capaz? Están matando gente a diez millas, veinte kilómetros, quince kilómetros de donde estás sentado escribiendo. ¿Cómo puedes?». ¿Qué hace uno en situación semejante? Eres un traidor en ambos casos. Hagas lo que hagas, traicionas a tu arte o a tu sentido de la responsabilidad cívica. Bueno, mi respuesta es la misma que doy a muchas cosas: acuerdo. Intento fervorosamente llegar a un acuerdo, a un compromiso. Sé que la expresión «llegar a un acuerdo, a un compromiso» tiene una reputación terrible en los circuitos idealistas europeos, especialmente entre la gente joven. Se concibe el acuerdo como falta de integridad, falta de directriz moral, falta de consistencia, falta de honestidad. El compromiso apesta, comprometerse a llegar a un acuerdo es deshonesto.

No en mi vocabulario. En mi mundo, la expresión «llegar a un acuerdo, a un compromiso» es sinónimo de vida. Y donde hay vida hay compromisos establecidos. Lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es integridad, lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es idealismo, lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es determinación. Lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo es fanatismo y muerte. Llevo cuarenta y dos años casado con la misma mujer, así que algo sé de acuerdos. Y cuando digo acuerdo no quiero decir capitulación, no quiero decir poner la otra mejilla al rival o a un enemigo o a una esposa, quiero decir tratar de encontrarse con el otro en algún punto a mitad de camino. Y no hay acuerdos felices: un acuerdo feliz es una contradicción. Un oxímoron. Así que también me comprometo a llegar a acuerdos en mi escritura: cada vez que siento que estoy conforme conmigo mismo en un ciento por ciento o que no lo estoy en absoluto, no escribo una historia, escribo un artículo airado, diciendo a mi gobierno qué hacer, a veces diciendo a mi gobierno a dónde debemos ir todos juntos, concretamente al infierno. Por una razón o por otra, nunca me escuchan. Aunque les he dicho alto y claro muchísimas veces que se vayan al infierno, siguen en el mismo sitio. En aquellos casos -muy frecuentes- en que oigo más de una voz dentro de mí sobre algún tema, en que puedo ver más de una, en ocasiones más de dos perspectivas, en que puedo oír una pequeña discusión dentro de mí, entonces comprendo que estoy embarazado al menos de una historia. Y al decir embarazado de una historia o una novela tengo que añadir de inmediato que en ella se producen muchos más abortos provocados y espontáneos que alumbramientos. Así que me comprometo, escribo artículos, escribo historias y nunca mezclo una cosa y otra. Nunca he escrito una historia o una novela simplemente para transmitir un mensaje político como «dejad de construir asentamientos en los territorios ocupados» o «reconoced el derecho de los palestinos a Jerusalén oriental». Nunca escribo una novela -una novela alegórica- para decir a mi pueblo o a mi gobierno que hagan esto o aquello. Para eso utilizo mis artículos. Si hay un mensaje metapolítico en mis novelas, siempre es un mensaje, de una u otra manera, sobre cómo llegar a un compromiso doloroso y la necesidad de elegir la vida descartando la muerte, la imperfección de la vida descartando las perfecciones de la muerte gloriosa. Éste es mi compromiso, uno de mis compromisos. Y lo es de tal modo que hasta tengo dos plumas estilográficas en mi mesa, dos plumas muy simples, muy baratas, que tengo que rellenar cada dos semanas, pero siempre tengo dos, una negra y otra azul. Sólo para recordar que escribir un ensayo político es una cosa y escribir una historia, otra muy distinta. Y no mezclo. Los israelíes leen novelas, además de artículos y manifiestos. Leen como obsesos. Según datos estadísticos de la Unesco, los israelíes leen más que cualquier otra nación bajo el sol, excepto los islandeses -que, de todos modos, no están bajo el sol-. Pero, al contrario que los europeos, alemanes e islandeses, los israelíes no leen novelas para disfrutar. No leen literatura para relajarse ni ampliar horizontes. No: ¡leen para enfadarse! ¡Leen para estar en desacuerdo! Leen para emprender una polémica con el escritor, los personajes o ambos. Y hasta tal punto que un cínico editor de Israel me dijo una vez que si mis novelas y las de mis colegas se venden tanto en mi país se debe a que hay clientes que compran diez ejemplares del mismo libro para destruirlos. "

: Contra el fanatismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 844

 Elie Wiesel


El olvidado (fragmento)


"Todo se presenta bien. Nadie sospecha de ellos. Son casi las cinco. Delante de la tienda, algunos ya hacen cola. Elhanan y Lianka se suman a ellos. Llegan otros clientes, y los dos partisanos les ceden su sitio. Desde donde se encuentran, observan el hotel y el restaurante. Los oficiales alemanes entran en los dos. Gracias, Señor. Que se encierren allí, que se atraquen, que se emborrachen, que griten su felicidad por dominar a los débiles y a los puros. Que celebren su poder. Pronto se les quitarán las ganas. Pronto ya es ahora. Itzik llega; solo. Camina con paso indolente. Lleva la gorra calada hasta los ojos y parece un obrero con todo el tiempo por delante. Lisa y Dora, cogidas de la mano, salen de la callejuela de la izquierda. En menos de veinte minutos, el equipo se ha reunido. Cuatro partisanos están al acecho en una calle adyacente: protegerán la retirada.

Itzik está ahora detrás de Elhanan y de Lianka. Saluda a la muchacha, como para coquetear. Ella le sonríe enrojeciendo. Intercambian en voz baja algunas frases que Elhanan escucha. Todo está claro. Lisa y Dora lanzarán dos granadas por la puerta abierta. Cuatro botellas incendiarias por la ventana. Y escaparán. ¿Cuándo? Exactamente a las 6.55. Es el momento en que será fácil deslizarse hacia el restaurante, confundirse con la multitud. Las agujas giran, las sombras se alargan. Es la hora. Itzik se aleja lentamente y se escurre hacia el restaurante. Abre la puerta, como para echar una ojeada. En el siguiente instante, un estruendo ensordecedor repercute en la plaza mayor. «Esto por Vitka», grita Itzik en yiddish. Lisa y Dora están ya cerca de él. La ventana está abierta y todo estalla al mismo tiempo. Parece un bombardeo, un alud de obuses. Unas sillas vuelan por el aire, los trozos de cristal cubren la acera. Vaya, qué fácil es destruir, se dice Elhanan. Gritos en alemán, en polaco. Ciegas descargas de fusilería. La gente corre en todas las direcciones. Los policías se interpelan. Unos alemanes gritan órdenes que nadie comprende. El tiempo de reaccionar, y los partisanos están ya en una callejuela oscura, detrás de la plaza mayor. Salen de la ciudad a paso de carrera. "

: El deber del recuerdo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 860



Abraham Yehoshua


El cantar del fuego (fragmento)


"Aunque su marido no esté con ella para vigilar su sueño en ese lugar eventual, los párpados se le cierran solos, la funda de las fotos cae a sus pies y el ruido de los motores viene a unirse a la intimidad de su ser. Cuando un aroma a bollería calentita y recién horneada le hace abrir los ojos, se encuentra al joven del asiento de al lado dando buena cuenta del desayuno.

«Te deseo de verdad», le ha espetado a su marido, como quien no quiere la cosa, antes de despedirse de él, pero todavía no sabe muy bien qué ha querido decir con eso, qué es lo que la ha empujado a decirle eso en el último momento. ¿Lo habrá hecho para hacerle daño porque él no ha insistido lo suficiente en acompañarla? Aunque la verdad es que quería ir sola. ¿O habrá sido para que la añore más en su ausencia y así dejar abierta una puerta a la esperanza para cuando vuelva? Sí, la verdad es que él tiene razón. El sí ha mostrado deseo y lo ha intentado todo. A ella, en cambio, a pesar de querer proporcionarle el placer que buscaba, no le parecía justo que él se quedara tan satisfecho mientras su mujer, que veía su deseo frenado por la preocupación del viaje, debía renunciar a que la echara de menos en su ausencia. Aunque nunca le ha dado una especial importancia al sexo, ni de joven ni, por supuesto que tampoco en la actualidad, cuando se encamina ya en plena madurez hacia el último tercio de su vida, sabe muy bien que el amor de su marido merece una atención física más frecuente. Sólo que no siempre se siente con los ánimos suficientes como para anteponer el sexo al simple cariño.

Se vuelve hacia la ventanilla. Mientras dormía, las nubes se han desgarrado en unos ligeros tallos de plumón y la luz del día, ahora, pone al descubierto las amplias extensiones de desierto que besan el golfo. ¿Será eso África? De su visita anterior de hace tres años recuerda el cautivador color rojizo de esa tierra y a los africanos envueltos en paños multicolores y andando descalzos con toda tranquilidad. En contra de lo que mandan las ordenanzas, su cuñado los había alojado en las oficinas de la delegación, que estaba cerca de su piso, no sólo para ahorrarles los gastos del hotel, sino para que pudieran estar siempre juntos, y desde la ventana de la oficina una vez había tenido la ocasión de ver a su hermana, temprano por la mañana, comprándole leche y queso a una africana gorda que llevaba una especie de cofia de la que asomaba una pluma verde. El corazón de Daniela sale ahora al encuentro de la fina silueta de su hermana envuelta en un viejo chal de lana que andaba ya por casa de sus padres.

La funda con las fotos de los nietos ha rodado mientras dormía hasta los pies de su vecino de asiento, quien, sin darse cuenta, las está pisando en este momento. Daniela le pide educadamente que se las recoja y él se disculpa diciéndole que no se había dado cuenta. La azafata, que ya está retirando las bandejas vacías del desayuno le pregunta si todavía quiere desayunar. Por un momento duda, pero finalmente decide no renunciar a ello. Pero al retirar la tapa de aluminio del plato principal y probar el primer bocado se ve asaltada por unas náuseas como las que sintió hace ya tantos años, al principio de los embarazos. "

: Esperanza y desesperanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . 863


Idith Zertal


El fantasma del Holocausto está siempre presente en Israel, en las vidas y pesadillas de los supervivientes y en ausencia de las víctimas. En este convincente e inquietante análisis, Idith Zertal, miembro destacado de la nueva generación de historiadores revisionistas en Israel, considera las formas en que Israel ha utilizado la memoria del Holocausto para definir y legitimar su existencia y su política. Basándose en una amplia gama de fuentes, el autor expone el papel fundamental del Holocausto en la esfera pública de Israel, en su proyecto de construcción nacional, su política de poder y su percepción del conflicto con los palestinos. Sostiene que la centralidad del Holocausto ha llevado a una cultura de muerte y victimismo que impregna la sociedad y la autoimagen de Israel. Para la edición de bolsillo actualizada del libro, Tony Judt, el historiador y comentarista político de renombre mundial, ha contribuido con un prólogo en el que escribe sobre el coraje de Zertal, la originalidad de su trabajo y la "honestidad implacable con la que mira la situación". condición moral de su propio país".

: La Shoá en el discurso y la política de Israel . . . . . . . . . . 868


sábado, 13 de julio de 2024

PORTUGAL Y TURQUÍA. Por las fronteras de Europa. Un viaje por la narrativa del siglo XX y XXI

 


Mundo Monmany



Su campo de estudio es europeo, una Europa que se desborda hacia Asia, América y África, y donde, como escribió un día la brasileña Nélida Piñón, la vida «nunca fue tranquila ni suave». La zona más atendida se localiza en Centroeuropa, el Este, el Oriente, ese territorio de imperios caídos (el austrohúngaro, el Reich hitleriano, el soviético) y nacionalidades movedizas: lo que ayer era húngaro será rumano; lo alemán, polaco; lo polaco, ruso; lo italiano, yugoslavo o croata. La inestabilidad geopolítica europea habría fomentado en sus escritores una sensación de imposible arraigo, de indefensión, «de extranjería permanente y apátrida». El exilio se convierte en forma de vida, en carácter, y, en la visión de Mercedes Monmany, el escritor aparece como extensión del temperamento de sus personajes, y los personajes son atributos de su creador. No hay disyunción entre el autor y la obra.

Este amplísimo viaje literario cubre un espacio inmenso y a la vez muy limitado, entre el cosmopolitismo y el provincianismo radical. Dos ciudades podrían servirnos de síntoma: la ciudad de Czes?aw Mi?osz, la polaca Vilnius, es decir, Vilna, capital de Lituania, donde se habla polaco, ruso, lituano y yiddish; y Klagenfurt, en el sur de Austria, cuna de Robert Musil e Ingeborg Bachmann, que la encontró pueblerina a pesar de su Babel internacional de italianos, eslovenos y austríacos germanófonos. Las ciudades pueden ser personajes literarios, como descubrieron Franz Hessel, Walter Benjamin, W. G. Sebald, Olivier Rodin, Orhan Pamuk o Claudio Magris, y destaca Mercedes Monmany: ciudades como «madres amorosas y posesivas» o como atolladeros insalvables. Una novela es, a ojos del israelí David Grossman, un viaje interior, de iniciación: los libros, según Cees Nooteboom, van del punto de partida a un punto final que sugiere un nuevo punto de partida. Por las fronteras de Europa lleva un subtítulo, Un viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI, y funciona también como una antología de citas que invitan al lector a nuevas lecturas imprevistas.

Novelas, cuentos, ensayos, obras de ficción y de historia, diarios y biografías, reportajes periodísticos y libros de viajes, merecen la atención de Mercedes Monmany, que tantea los límites entre ficción y no ficción, fluctuantes como las fronteras de los territorios literarios elegidos para su estudio. Movimientos, generaciones, analogías y afinidades se entrelazan más allá de las fechas, del uso de un mismo idioma, de la pertenencia a determinadas tradiciones o leyes religiosas. El fondo común de toda esta literatura es la crisis del pensamiento europeo y, por consiguiente, de la novela, asumida como epítome de la producción literaria. Europa sería una realidad y una idea en mutación, en fuga, rota entre dos guerras mundiales y locales a la vez, y marcada indeleblemente por la herida del Holocausto. Tal estado de cosas habría decidido los rasgos característicos de una literatura de nómadas y exiliados perpetuos, de individuos que incluso se sienten expatriados sin llegar a salir nunca de su cuarto.



Mercedes Monmany asume la consigna que Baudelaire imparte en el primer capítulo del Salón de 1846: «La crítica debe ser parcial, apasionada y política». Aquí la descripción de las obras equivale a su valoración. Excelentes serán, por ejemplo, los escritores que aciertan a «traducir, en un ambiente entre fantasmagórico y mortecino, el gris siniestro y vulgar de una dictadura», los heroicos testigos «impotentes y horrorizados» de épocas «de opresión, miedo y muerte». El objetivo de Anton Chéjov de «luchar contra la falsedad y el autoritarismo», formulado a finales del siglo XIX, se superpone a finales del XX con la definición de Milan Kundera: la novela sería antiautoritaria por naturaleza. Mercedes Monmany lo argumenta: la novela «se funda en la relatividad y ambigüedad de las cosas humanas; es, por tanto, radicalmente incompatible con el universo totalitario».

Se le asigna así una función a la literatura: «Sacar esqueletos de los armarios […] desnudar los cómplices silencios y mentiras de la ciudad». Deslenguada, deberá «satirizar […] absurdos ritos sociales fosilizados». Polémica, dará pie a «incómodos debates». Revelará «secretos e imposturas». Las novelas policíacas de John Banville, firmadas con el seudónimo de Benjamin Black, se leerán como «crítica social, retrato de una época, indagación moral y psicológica de personajes que viven atrapados tras la imagen exterior que han creado para ofrecer una pátina de prestigio y respetabilidad». El escritor destruirá «fetiches ideológicos» y «clichés nostálgicos y sentimentales», empezando por los suyos propios. Para Mercedes Monmany, la literatura tiene un «valor depurador», siempre a contracorriente del flujo de la lengua oficial, de Estado, mayoritaria, de la que hablaban en su ensayo sobre Kafka, hace mucho, Gilles Deleuze y Fálix Guattari, recordados aquí por Magris. Las convicciones éticas se convierten en ley estética, lingüística. La primera responsabilidad del escritor sería, como dice Mercedes Monmany antes de citar a Amos Oz, evitar «la confusión o evasión deliberada del lenguaje diario empleado por todos»: raíz de todo mal es no llamar a las cosas por su nombre.

A primera vista más interpretativo que judicial, el método de Mercedes Monmany para acercarse a la obra literaria es indirectamente normativo y se atiene en lo fundamental a la clásica afirmación de I. A. Richards, en 1926: el crítico es «juez de valores». Los valores que exaltan las reseñas de Por las fronteras de Europa reciben su peso moral de su entidad estética, del atrevimiento verbal de autores que, como proponía Antonia S. Byatt, registran la ocasión en la que «el manto de lo impensable se retira […] lo bastante para poder entreverlo». Svevo y Joyce, «dos meteoritos de la incertidumbre y el malestar europeos», señalan el principio de la renovación de la prosa en el siglo XX. Pero la vitalidad de estas literaturas impertinentes parece un síntoma de agotamiento histórico: los autores extraen sus fuerzas de un momento de extenuación siempre cumplido, dilatado, renovado, superado otra vez para anunciarse de nuevo.

En Por las fronteras de Europa se utiliza un campo de adjetivos que se refieren menos a la obra que a la impresión que causa en la lectora, Mercedes Monmany, y que se le augura al futuro público lector. De la observación de la obra se deducen los efectos que causará en quien la lea. La adjetivación remite a los sentidos: el tacto, la vista, el gusto. Una novela es punzante, agridulce, perspicaz, deliciosa. Los cuentos, por ejemplo, del boloñés Silvio D’Arzo son de una «mordiente dulzura», de una «rotunda claridad». Zadie Smith es espectacular, brillante, afilada, corrosiva. Cabría hablar de una estética del Shock and Awe, si tenemos en cuenta que el guionista y actor cinematográfico danés Knud Romer «nos habla de forma espeluznante de la estela de horror y violencia, de animalidad vergonzosa y primaria, que dejan las guerras mucho después de haber acabado». La conmoción es compatible con la contención y con el desbordamiento: las desmesuras del ruso Viktor Pelevin y «su fértil y febril fantasía satírica» no desmienten las aproximaciones de John Berger al reino de lo innombrado, ni los mundos insinuados de Kazuo Ishiguro. Erri de Luca escribe una literatura medida, espiritual y despojada, pero su «afilada y estremecedora belleza […] se hace casi insoportable, espeluznante».

El humor, «ese fetiche tan útil para respirar y seguir viviendo», sería un antídoto contra «la seriedad monstruosa del poder». En manos del finlandés Arto Paasilinna se vuelve «corrosivo, absurdo y antisistema». La alemana Birgit Vanderbeke lo emplea para dinamitar y demoler. Los soviéticos Ilf & Petrov lo usaron en los años veinte del siglo pasado como «desternillante artillería de sarcasmos masacrantes». El francés Boris Vian, «imaginación en estado puro», lo vuelve feroz «en despiadadas sátiras sociales y de costumbres». Si es «disparatado, excéntrico y portador de un germen mordaz, salvaje y cáustico», el humor será «sumamente irlandés». El del inglés Evelyn Waugh también es cáustico, con «zarpazos de ironía fulminante y arrasadora». El alemán judío Edgar Hilsenrath, «insolente, deslenguado y de dudoso gusto», someterá el tema más trágico –el Holocausto– al humor judío, «vitriólico», adjetivo aplicado también al israelí, mucho más joven, Etgar Keret (1967), otro maestro de «la trituradora del humor». Materia incandescente, el humor carcome esos «estados de perversión de valores a gran escala que son las dictaduras», como dice Mercedes Monmany a propósito del rumano Norman Manea.


Pero, hablando del ensayista Pietro Citati, a quien dedica un capítulo encabezado por la rotunda afirmación de que «el escritor es la literatura», Mercedes Monmany expone su idea de crítica. Se trataría de un procedimiento «sumamente atractivo para el lector», basado en la «construcción de tramas alrededor de tramas ajenas», la narración de lo ya narrado por otros. El intérprete o médium literario conciliaría la indagación psicológica (respecto a autores y personajes: el autor se transforma en personaje) y la interpretación textual, «privilegiando tras la máscara de los sucesos […] el efecto simbólico». Mercedes Monmany cumple sus objetivos: es atenta con sus lectores y con sus escritores.

Diré también lo que no encuentro en Por las fronteras de Europa. Siendo un volumen de reseñas de cientos de obras en más de veinte lenguas traducidas al español, ¿dónde están los traductores? Sólo nombra a dos traductoras al español, Isabel Hernández y Carmen Romero, y a la traductora de Miklós Bánffy al inglés, su nieta Katalin Bánffy-Jelen, así como celebra a dos italianos, Guido Ceronetti, traductor del hebreo y el latín, y Nadia Fusini, traductora del inglés. La ausencia se siente más si pensamos que la propia Mercedes Monmany ha traducido alguna vez y con fortuna.


Justo Navarro ha traducido a autores como Paul Auster, Jorge Luis Borges, T. S. Eliot, F. Scott Fitzgerald, Michael Ondatjee, Ben Rice, Virginia Woolf, Pere Gimferrer y Joan Perucho. Sus últimos libros son Finalmusik (Barcelona, Anagrama, 2007), El espía (Barcelona, Anagrama, 2011), El país perdido. La Alpujarra en la guerra morisca (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2013) y Gran Granada (Barcelona, Anagrama, 2015).



M




De Portugal y Brasil al África lusófona


Agustina Bessa-Luís 

https://www.citador.pt/textos/o-que-e-escrever-agustina-bessaluis

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 ¿Qué es escribir?

Escribir es esto: moverse para evocar la angustia y aliviar el miedo, que siempre se experimenta en las personas como una infusión de laboratorio, cada vez más sofisticada. Creo que el escritor más exitoso (no de una librería, sino de profunda indignación social) es el que protege a los hombres del miedo: por audacia, delirio, fantasía, piedad o desfiguración. Pero porque la precisión poética de un acto humano no corresponde totalmente a su evidencia. Amas la palabra, usas la escritura, despiertas las cosas del silencio en las que fueron creadas. Después de todo, escribir es una pequeña fortuna correctora, que es ciega, con un júbilo de la Naturaleza, que es cauteloso.



y la gran literatura europea . . . . . . . . . . . . . . . . . 1371


Luísa Costa Gomes 


https://www.luisacostagomes.org/contos-outra-vez.html

Hades

Son los años de Rodrigo y hacemos lo que él quiere. Eso es lo que dije y eso es lo que haces. Ahora cállate y sigue adelante. Y cara alegre y no arrastres los pies.

¿Por qué deberían estar siempre discutiendo, incluso en mi cumpleaños?

Mírame, - dijo el padre - se parece a Guilherme nuestro vecino. Sólo le falta la gorra.

Todos se rieron mirando al pez rojo, incluso Rolando, aunque molestos.

cerraste el auto?' preguntó la madre.

todo sobre el control, dijo el padre.

¡no te inclines, Rodrigo Tiago, parece que haces un prepot!

El pez se arremolinó a través del agua verdosa. Estaban muy bien hechos para ser visitados. Rodrigo quería preguntarle a su padre cómo podían ver, con un solo ojo a cada lado de su cabeza. Pero tenía miedo de emprender una larga explicación y ahora quería más que nada darse prisa. Y tuvo suerte, porque no mucha gente quería entrar en el Acuario Vasco da Gama.

Tienes dinero fuera de control? - preguntó la madre. Y el padre sacó de su billetera mil y se la dio al guardia. Rolando se paró boca arriba, distraído para mirar la ventana de conchas barnizadas y caballitos de mar para siempre tensos. Entraron a través de las anémonas poco después.

esto es algo bueno en casa, dijo el padre, Esta luz que solo se ilumina mientras presionamos el botón. Fue un gran ahorro de energía. Luego lea:

- Anemonia Sulcata, nombre común, anémona.

"Su cabello se parece al de Rolando", dijo la madre, queriendo jugar. - Y luego, para Rodrigo. - No manches el vaso, hombre, que es poribido. El hombre todavía viene y nos saca a todos.

- ¡Mamá, mira este calamar! - gritó Rodrigo. - Mira este calamar!

Todos estaban asombrados del calamar gigante.

"Esto le dio un estofado a una casa familiar", dijo el padre. Y luego leyó, en el cartel iluminado: - ¡Ocho metros y veintidóscientos siete kilos! Los ojos tienen veinticinco centímetros de diámetro...

- A ochocientos dólares por kilo - calculó la madre - vea cuánto calamar hay allí.

"Así que congelado es capaz de ser más barato", dijo el padre.

Bajaron por el pasillo de conciencia, encendiendo luces, acechando anémonas y caballitos de mar, reuniendo sus cabezas sobre las ventanas redondas de los acuarios. Rolando los acompañó desde la distancia, como si no les perteneciera, con las manos en los bolsillos, echando miradas intransigentes a los ejemplares cuando ni siquiera podía dejar de serlo, absorto en un grave problema íntimo que ninguna visita, ninguna fiesta, ninguna palabra podría resolver. Entonces el pez comenzó.

- Mira a todas esas pequeñas chicas. Papá, ¿podemos tener uno?

Esto no es cualquier pez, no lo consiguen de pie a mano - explicó el padre. - Tal vez hay uno o dos en todo el mundo.

los peces son muy feos, dijo la madre, Se ven muy estúpidos.

- Algunos dicen que venimos de ellos, ¿sabes? - le dijo el padre a Rodrigo.

- Solo si eres tú, no vendré aquí seguro. Una vez que mi madrina incluso quiso darme un pequeño pez rojo, pero eso me hizo amable, la criatura alrededor del frasco, lo tiré por el fregadero.

- ¿Tiraste el pescado? preguntó el padre, incrédulo.

"Era pequeño", dijo la madre. - Las cosas de mi madrina.

Dicho esto, llegaron a una habitación grande. En el tanque había tortugas. Rodrigo se inclinó para ver.

- ¡Oh padre, qué grandes tortugas! Pedro tiene uno, pero es pequeño. Y los de allá, ¿qué están haciendo?

El padre y la madre miraron las dos tortugas que el niño había apuntado.

"Estas no son cosas para tu edad", dijo la madre. - Sal.

Rolando se acercó, porque de repente sintió una gran motivación para ver tortugas. Se apoyó contra la pared que rodeaba el tanque, apoyó su rostro en su mano derecha y observó desapasionadamente el cortejo de esos animales.

pero ya he crecido - respondió Rodrigo. - Lo he visto en la televisión.

Se giraron a la derecha y comenzaron a subir a los sellos. Disminuyeron la velocidad porque Rolando no despegó del tanque educativo y también porque todavía era temprano para el almuerzo y, desde el piso del carro, calcularon que no había mucho más para ver allí.

En la habitación de los tontos, la madre se dejó empapar por la decoración marina de conchas y cowries barrocos.

esto es un lujo, ¿lo has visto? Es hermoso. Y para Rolando, que llegó. - Hades siempre se queda atrás y pisos de troncos. ¡Ni siquiera en los años de tu hermano nos haces el favor de ser felices, charcos!

- Ahora para charcos - dijo el padre con su aire de fiestas, llevando a Rodrigo en su regazo para mostrarle los sellos. Recuerdo que un día pescé con mi tío Olindo...

- Aquí viene la historia del tío Olindo! - suspiró su madre rodando los ojos.

y no estábamos pescando nada, estábamos allí toda la mañana y nada, hasta que decidió ir más abajo del río, donde el agua fue más fuerte...

Deja los paseos allí y date prisa, dijo la madre, todavía admirando los enredos de la decoración de la habitación.

y lo vi, era pequeño, tenía tu edad. Bueno, el tío Olindo baja allí, llega a donde la cadena era más fuerte y se para con la pierna abierta y lanza el cebo y espera. En un momento solo lo veo comenzar como si bailara, levantaría una pierna, luego otra y pensé que estaba feliz porque había cogido algunas, pero no. Entonces lo veo caer statelado en el agua, a lo largo.

- ¡Qué genial! - dijo Rodrigo.

Una rana había entrado en ella para la galocha y la estaba haciendo una picazón traviesa. Luego cayó al agua. Bueno, pero lo mejor fue que el tío Olindo se desnudó todo y se quedó solo en coronas y se puso la ropa para secar en una roca y algunos niños vinieron y robaron todo.

Rolando le prestó a esa historia un oído medio ausente. Conocía de memoria la historia del tío Olindo, recordaba haber escuchado a su padre contarla en bodas y bautizos de la familia, con una copia extra, y cuando Rodrigo, él, después de haber estado muy enfermo en un bebé, finalmente había salido del Hospital.En el coche, en el viaje a casa, con Rodrigo en su regazo, estaba, el padre había contado la historia del tío Olindo y la madre había llorado riendo.

Ahora solo Rodrigo se río escuchando a su padre.

bueno, pero no termina aquí, dijo el padre, de lo que más me gusta recordar es mi tío Olindo, muy gordo, todo desnudo solo con los ceroulas, descalzo caminando felizmente por el pueblo, caña de pescar en el hombro y riéndose de las mujeres que llegaron a la puerta y se bendijeron como si hubieran visto al diablo.

- Era un hombre muy bueno, tío Olindo - concedió a su madre. - Ahí está, pobre hombre.

oh padre, ¿cómo alimentas a las anguilas eléctricas?, preguntó Rodrigo. Pero el padre todavía estaba con la memoria en otro lugar, mientras leía en el cartel:

la descarga de doscientos a trescientos voltios es lo mismo que poner la mano en el enchufe.

Esto se ve, dijo la madre, y comenzó a descender en el tanque de tortugas, que ella controlaba.Estoy cansado de decirle que no ponga tanta basura en sus bolsillos, eso me deforma Levis - se quejó, a nadie en particular - entonces es, Oh madre quiero un Nike, Oh madre quiero un Levis, y sopla todo. ¡Levante los pies, Rolando Bruno!

Entonces mamá tenía hambre. Me alegro de que hayan venido a una habitación llena de peces comestibles.

¡Es bacalao, es mero, cherne, merlán! ¡Anchoas, pargo, pulpo! Solo faltan las papas y las parrillas! - dijo el padre.

Riendo.

- No entiendes nada! - dijo la madre. - Pero ¿qué estafa, desde cuándo es el acuario de peces bacalao?

¡si tuviéramos aceite de oliva, almorzaríamos aquí mismo!

- Ih! - gritó Rodrigo - ¡solo mira el baúl de eso!

Pero los padres se habían detenido frente a una escuela de peces rojos y la madre había tocado la punta de su dedo índice en el cristal. Se había convertido en una soñadora, luego su padre se había alejado y presionó el botón de luz en otro acuario.

- Apogon Imberbis - leído en voz alta al resto de los visitantes - "la hembra expulsa los huevos (envueltos en una sustancia gelatinosa que los mantiene unidos en un racimo), y, eso se incubará en la boca del macho; esto ayuna hasta el nacimiento de las larvas, expulsándolas entonces"...

- ¡Qué mierda! - dijo la madre. - Recuerda cada uno!

¡Uno podría pensarlo!

Esa noche, mientras se dormía, al final del día cumplió cinco años, Rodrigo recordó a los peces, se preguntó cómo podían respirar bajo el agua. Pero cuando su madre le preguntó, dándole un beso de buenas noches, que más le había gustado ver, ella respondió:

Lo que más me gustó fue el pastel de chocolate en el restaurante.

Su madre ya estaba harta de los peces. Su padre tardó en leer los subtítulos, Rolando no pudo disfrazar su impaciencia, golpeó sus punteras de tenis en el suelo, a veces una, a veces otra y silbó entre los dientes.

- No sé por qué hades siempre está haciendo esto - dijo la madre a Rolando. - Me rasgas todo el teni.

no es hades, es hades, dijo Rolando.

Los otros tres se detuvieron, se pararon y lo miraron. Rolando cambió su peso corporal a la otra pierna, cruzó los brazos sobre el pecho y repitió, en una amenaza:

no es hades, es hades.


y su fábula filosófica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1379


Mia Couto y  José Eduardo  Agualusa

https://vimeo.com/574568103
Mia Couto
El balcón del Frangipani (fragmento)

"Izidine Naíta desdeñó los consejos del viejo. Con un disparo hizo astillas la cerradura de la puerta principal. Cautelosamente, observó el interior, antes de entrar. Estaba oscuro, y se respiraba una humedad y un olor extraños. De repente, un batir de alas fustigó el silencio y resonó al fondo. Más alas se juntaron y golpearon fuertemente el rostro de Izidine. Cayó casi sin sentido. La puerta se azotó con violencia. Izidine ya no se dio cuenta de nada. Pero yo, el fantasma dentro de él, sentí las manos de Nhonhoso ayudándolo a levantarse. Y el policía fue arrastrado hasta donde estaba la hechicera.
Soy NÃOZINHA, LA HECHICERA. MIS RECUERDOS SON DIFÍCILES de llamar. No me pida que desentierre pasados. ¿La serpiente engulle su propia saliva? ¿Tengo que hablar porque me obliga? Está claro. Pero sépalo bien, señor.
Nadie obedece sino como simulación. No imponga el orden en mi alma. Si no, quien hablará sólo será mi cuerpo.
Primero, le digo: no deberíamos hablar así, de noche. Cuando se cuentan cosas en lo oscuro es cuando nacen las lechuzas. Cuando termine mi historia todas las lechuzas del mundo estarán suspendidas sobre ese árbol donde el señor se recuesta. ¿No tiene miedo? Yo sé, usted mismo, aunque es negro, es de allá de la ciudad. No sabe ni respeta.
Entonces vamos a excavar en ese cementerio. Digo bien: cementerio. Todos los que yo amé están muertos. Mi memoria es una tumba donde me voy enterrando a mí misma. Mis recuerdos son seres muertos, sepultados no en la tierra sino en el agua. Revuelvo esa agua y todo se enrojece.
¿Le inspiro miedo? Por esa misma razón, el miedo, yo fui expulsada de casa. Me acusaron de brujería. Por tradición, allá en nuestras aldeas, una vieja siempre está en peligro de ser mirada como hechicera. Me acusaron injustamente. Me culparon de muertes que ocurrieron en nuestra familia. Fui expulsada. Sufrí.
Nosotras, las mujeres, siempre estamos al filo de la navaja; imposibilitadas de vivir cuando jóvenes, acusadas de no morir cuando ya viejas. "

José Eduardo Agualusa
Estación de lluvias (fragmento)

"La pierna herida hacía que le doliera todo el cuerpo y tenía sed, una sed ansiosa, insensata: «Angelito, estás jodido», dijo en español. Siempre que hablaba consigo mismo lo hacía en español. Además, sólo consigo mismo era cuando hablaba en español. Incluso cuando era un crío, en casa, sólo utilizaba el inglés, porque tenía miedo de que se burlasen de su acento. Los adultos lo llamaban «el pequeño gringo».
«¿Quién te ha mandado meterte en esta guerra de negros?», hablaba poco a poco, sintiendo como las palabras se le formaban en la boca. Naranjas. Le apetecía comer naranjas. Tres semanas antes, en Kinshasa, le habían ofrecido unas espléndidas naranjas dulces como la miel. «En Miami también había buenas naranjas», pensó.
Fue alcanzado por metralla de mortero y ni siquiera uno de los malditos soldados zairenses se detuvo para socorrerlo. Los vio huir como ratas, asidos como racimos a los camiones, o corriendo alucinados mientras los misiles reventaban y lanzaban por los aires trozos de árboles y el barro y los lodos profundos de la ciénaga. Acababa de caer, herido en la pierna derecha, cuando una explosión violentísima lo proyectó fuera de la carretera. Aturdido, vio los Panhard de los comandos portugueses destruirse uno a uno. Sabía que quienes operaban en los Órganos de Stalin, en lo alto del monte, eran soldados cubanos: «Uno de ellos podría ser mi hermano».
Había pensado en eso muchas veces. Tres días antes, mientras estuvieron acampados en el Morro da Cal, vio a un grupo de cinco soldados que avanzaba por la carretera. Con los anteojos se distinguía perfectamente el uniforme verde oliva del ejército cubano. Los soldados avanzaban despreocupadamente, riendo y conversando. Ángel los apuntó con su MG-42, esperó a que estuvieran a tiro y disparó. Uno de los soldados cayó, se incorporó rápidamente y empezó a correr. Ángel volvió a disparar y el soldado cayó de nuevo. Aún volvió a levantarse, ayudado por otro, y siguió corriendo. "

: Cuando Portugal era un imperio . . . . . . . . . . 1383



Joâo de Melo


Entonces, para compensar el laconismo de un “gracias much” y expresar mi reconocimiento de otra manera, quiero decir que me siento muy honrado de convertirme en uno de ustedes. Y no solo por lo que cada uno de ustedes representa en nuestra vida intelectual, sino también porque la Academia, que todos juntos constituyen, es, es una de nuestras instituciones en la que el respeto por la libertad del espíritu se ha mantenido más vivo. Por lo tanto (y no sé de mayor alabanza que la que se puede dar a un cuerpo de escritores, hombres para quienes la libertad de la mente es una condición de la existencia) mi esfuerzo por declarar eso, al ingresar a la Academia, no tengo sentido abdicar de ninguna de las cosas que son importantes para mí como escritor.


De hecho, he llegado a ser un compañero de escritores que han representado, o representan, lo que la investigación formal, a nivel de textura y estructura de estilo, tiene más experimental; otros escritores cuyo trabajo es una denuncia permanente y renovada de las condiciones sociales que acomodan a los espíritus encontrarían más conveniente no dar para ver; escritores que, en los momentos más diversos de nuestra historia política, también han luchado contra las situaciones políticas más diversas; escritores que, ya académicos, han juzgado libremente a la Academia, han, patrocinadores de sus Presidentes y miembros de sus Presidentes. Y todo esto sin que la Academia haya tratado de ejercer ninguna censura y sin que la posición de los académicos haya llevado a estos escritores a ninguna autocensura." 

(Extracto del Discurso de Inauguración,  como miembro de la Academia Brasileña de Letras (ABL) 6 de mayo de 1969)


: Lejos de la metrópolis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1386

Milton Hatoum


"Para un viajero que mira por la ventana del avión por la noche, parece que un río de historias fluye hacia una ciudad invisible." 

...] las palabras parecen esperar la muerte y el olvido; permanecen enterradas, petrificadas, en estado latente, y luego, en combustión lenta, para ascender en nosotros el deseo de decir pasajes que el tiempo se ha disipado. Y el tiempo, que nos hace olvidar, es también su cómplice. Solo el tiempo transforma nuestro sentimiento en palabras más verdaderas [.].


“Arabescos brasileños” en Relato de un cierto Oriente de Milton Hatoum: identidad, memoria y lengua.

https://lljournal.commons.gc.cuny.edu/arabescos-brasilenos-armando-escobar/

Yo, ¿turco?

Desde la segunda mitad del siglo XIX, y durante las primeras décadas del siglo XX, llegaron a América Latina miles de migrantes originarios de Medio Oriente. Tan sólo en Brasil hablamos de la llegada de más de ciento cinco mil personas hablantes de árabe, principalmente de regiones como Líbano, Siria y Palestina, que desembarcaron en el país con pasaportes del Imperio otomano, razón por la cual pasaron a ser reconocidos en toda Sudamérica como “los turcos”, aunque, de hecho, muchos de ellos se identificaban como cristianos y huían de la represión otomana. Algunos descendientes de estos primeros migrantes ocupan hoy un lugar destacado en la literatura brasileña, pues “se distancian de una originaria tradición árabe, rica en poemas y relatos, aclimatando preferentemente su herencia cultural al que es considerado por antonomasia el género occidental de la contemporaneidad, la novela” (Martínez 2013, 68). Si bien la imagen del migrante árabe en el mundo brasileño e hispanoamericano ha sido sobrerrepresentada por el comerciante que hace (mucho) dinero vendiendo baratijas en algún local comercial (Iegelski 2009, 82), la obra de Milton Hatoum (1952), Relato de um certo Oriente (1989), destaca por presentar al lector la complejidad de las relaciones humanas en las que el trauma familiar del sujeto trasplantado ocupa un punto central.


: El mundo de Manaus . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1389

Lídia Jorge


Los memorables (fragmento)


"Llegué un poco tarde. Cuando entré a la cafetería, el general ya estaba sentado, con la cara hacia el jardín con las dos manos posadas sobre la mesa. Yo no venía con esa intención, pero por más que desviara la mirada, veía cómo cruzaba y descruzaba los dedos con naturalidad, se ajustaba el cuello de la camisa con ambas manos, simétricas y ágiles, y su voz tenía tal seguridad que, en mi percepción del universo militar, correspondía a su grado. Era sábado, la cafetería iba a cerrar más temprano. Umbela hizo un largo preámbulo, discurriendo primero sobre el sauce blanco y el azahar de la China. Sólo después se refirió al tiempo del Memories. Dijo que ya habían pasado treinta años, pero su vida, y tal vez la vida de todos los participantes en la cena del veintiuno de agosto, seguía circunscrita a aquel portarretratos. Y en tono de confidencia, Umbela agregó en voz baja: «Tengo bien presente lo que sucedió esa noche. Voy a contarle todo lo que pasó esa noche, aunque sea unos años más tarde».

Umbela se recostó en la pared. Sus manos seguían posadas naturalmente sobre la mesa. Tomó aire como si fuera a contar un episodio muy largo, o a retroceder hasta un momento decisivo. «Le aseguro que fue una noche que no deja de tener noches. Y ya le doy un ejemplo». Dijo. «Voy a recular a mil novecientos noventa y ocho. Lo ocurrido se cuenta así. Cierto día estaba sentado en mi escritorio, cuando apareció un tipo de unos cuarenta y tantos años, que me vino a hacer una propuesta, que yo consideraba que no tenía nada que ver con la madrugada del veintidós de agosto, y, sin embargo, era su continuación, sólo que venía escondida atrás de la máscara del tiempo». Y el general contó con detalle para demostrar que así había sido. «Como le dije, entró por la puerta ese hombre, con buena apariencia, ojos oscuros, muy ágil, un raciocinio muy vivo, y me dijo que andaba buscando a alguien que lo ayudara a hurgar en la basura que había debajo de los escritorios de las oficinas públicas. Yo me puse en guardia. ¿Basura? No lo tomé en serio, y más porque había entrado a mi oficina sin cita y sin anunciarse. Pero él se sentó frente a mí y dijo que se refería a las estructuras familiares que se habían instalado en las direcciones generales a lo largo de dos décadas de democracia, lo cual era intolerable. Sentado, educada y cortésmente, me hizo ver cómo esos departamentos se habían convertido en mesas de banquetes para determinadas familias, en torno a las cuales se sentaban dos o tres generaciones consanguíneas. Las direcciones generales eran maternidades, mamás no renovables, que siempre estaban teniendo hijos. Era muy difícil tratar con ese tipo de basura. Por eso mismo, en el momento de la limpieza de todos esos parentescos que se acumulaban en los recovecos de los escritorios, las estructuras resolutivas habían pensado en los hombres impolutos de la nación. Me dijo. Muy educado, me hizo saber que dentro de quince días ocuparía un alto cargo de responsabilidad en la jerarquía del Estado, le habían encargado organizar dicha limpieza, evaluaría a la sociedad de arriba abajo, y había concluido que los verdaderos impolutos eran aquellos que habían hecho la revolución. Hombres que habían sido traicionados, como siempre sucede en las revoluciones, y, aun así, a pesar de su disgusto, se habían mantenido íntegros. Esa era la razón por la que estaba ahí invitándome en persona a que me uniera a él. No le había avisado ni había mandado a nadie. Quien así me hablaba podía ser mi hijo. Pero sin que yo lo supiera, y hasta sin que él mismo lo supiera, retomábamos los dos, en conjunto, el encuentro de aquella noche en el Memories». Umbela parecía dudar en su relato. Hizo un demorado silencio. Yo pensé en Margarida Lota. Ella en mi lugar habría encontrado las palabras adecuadas. "


: Una casa frente al Tajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1392

Clarice Lispector




Aprendizaje o El libro de los placeres (fragmento)


"Pero de la luna no tenía miedo, porque era más lunar que solar y veía con los ojos bien abiertos en las madrugadas tan oscuras la luna siniestra en el cielo. Entonces se bañaba toda ella en los rayos lunares, así como había quienes tomaban baños de sol. Y quedaba profundamente límpida.

(...)

Alivia mi alma, haz que sienta que tu mano está cogida de la mía, haz que sienta que la muerte no existe porque ya estamos en verdad en la eternidad, haz que sienta que amar no es morir, que la entrega de sí mismo no significa la muerte, haz que sienta una alegría modesta y diaria, haz que no te indague demasiado, porque la respuesta sería tan misteriosa como la pregunta, bendíceme para que viva con alegría el pan que como, el sueño que duermo, haz que tenga caridad hacia mí misma pues si no, no podré sentir que Dios me amó, haz que pierda el pudor de desear que en la hora de mi muerte haya una mano humana para apretar la mía.

(...)

Yo podría tenerte con mi cuerpo y con mi alma. Esperaré aunque sea años a que tú también tengas cuerpo-alma para amar, mira a todos a tu alrededor y ve lo que hemos hecho de nosotros y de eso considerado como victoria nuestra de cada día. No hemos amado por encima de todas las cosas. No hemos aceptado lo que no se entiende porque no queremos pasar por tontos. No tenemos ninguna alegría que no haya sido catalogada, hemos tratado de salvarnos, pero sin usar la palabra salvación para no avergonzarnos de ser inocentes, hemos disfrazado con el pequeño miedo el gran miedo mayor y por eso nunca hablamos de lo que realmente importa, hemos sonreído en público de lo que no sonreiríamos cuando nos quedásemos solos. Nos hemos temido el uno al otro, por encima de todo, pero yo escapé de eso, Lori, escapé con la ferocidad con que se escapa de la peste, Lori, y esperaré hasta que tú estés más preparada.

(...)

Un día será el mundo con su impersonalidad soberbia contra mi extrema individualidad de persona, pero seremos uno solo.

(...)

Avanzando, abre las aguas del mundo por la mitad. Ya no necesita coraje, ahora ya es vieja en el ritual recuperado que había abandonado hacía milenios. Baja la cabeza dentro del brillo del mar, y retira una cabellera que sale toda goteando sobre los ojos salados que arden, juega con la mano en el agua, pausada, los cabellos al sol se están casi inmediatamente endureciendo con la sal. Se zambulle nuevamente, nuevamente bebe más agua, ahora sin avidez pues ya conoce y ya tiene un ritmo de vida en el mar. Es la amante que no teme pues sabe que lo tendrá todo nuevamente."


: Un corazón salvaje y clandestino . . . . . . . . . . . . . . 1396

António Lobo Antunes



El orden natural de las cosas (fragmento)


"Debo de haber dicho lo que esperaban que dijese, porque, en cuanto recuperé el sentido y la noción del tiempo, me trasladaron de la Rua António María Cardoso a la prisión de Peniche, casi tan oscura como el colegio de los curas en Santo Tirso, donde el día provenía de los ornatos de la capilla que envolvían las imágenes de los santos en una luz de naufragio. En Peniche era siempre invierno también pero bajo un cielo de piedra sin nubes, las olas rompían en las paredes de la cárcel y cubrían a los centinelas de espuma, el amanuense que me recibió me hizo una advertencia Nada de hacerse el listo, Valadas, que no nos gustan los huéspedes que se portan mal, y al mirarlo comprendí que se sentía tan desamparado como yo en aquel cubo de murallas desconchadas por el viento, con hierbas que crecían en los huecos de las losas. Desamparados, Margarida, desamparado él, desamparados los guardianes que nos vigilaban durante las comidas y durante el recreo, desamparados los que se sentaban a la mesa conmigo y dormían junto a mi, desamparado el que mandaba y los domingos nos soltaba un discurso en el comedor, al lado del cura que bendecía la comida y del enfermero que taladraba los dientes sanos sin anestesia para facilitar las confesiones. En cuanto a las confesiones, dicho sea de paso, con la mía no había problemas, visto que durante tres meses nunca me llamaron para interrogarme, y esto hasta la mañana en que me condujeron a la sala donde se hablaba con las visitas, una sala con una reja en el medio, el retrato del Presidente del Consejo y un hombre que me informó, sacando documentos de una cartera, Soy su abogado, señor mayor, me hacen falta algunos datos para completar la defensa, ¿Defensa contra qué?, pregunté, y él, Contra el crimen de conspirar para entregar la Patria a los comunistas, señor mayor, que yo sepa no ha raptado a niños para agravar su pena, ¿no?, y yo No he conspirado en absoluto, doctor, y él, separando un expediente, Por desgracia aquí hay una copia de la confesión que firmó, no me querrá convencer de que la firma es falsa.

El mar rompía en los muros, la alarma del barco salvavidas difundía su grito desde el fondo de la playa, se oían las voces de los pescadores del pontón, se oía la sirena de la fábrica de conservas que llamaba a los obreros, y el abogado, hojeando el sumario, El señor mayor ha entregado a la Policía un informe completísimo, nombre y jerarquía de oficiales implicados, señas, contraseñas, claves de códigos, fecha y lugares de encuentro, relación de las unidades sobornadas, un plan provisional de levantamiento militar que incluye la neutralización de ciertas figuras del Régimen, la alarma del barco salvavidas aulló junto a nosotros, y yo, ¿Qué broma es ésa?, y él ¿Broma dice, señor mayor?, y yo Sólo puede ser una broma, no le he contado nada a nadie y mucho menos a la Policía, y él Pues si estaba bromeando le aseguro que ha sido una broma de mal gusto, basándose en su declaración han encerrado a una docena de fulanos y yo, ¿Qué?, y él Aquí tengo la lista, ¿quiere verla?, publicaron las fotografías en los periódicos, y yo Espere, espere un poco, intentando acordarme de lo que ocurriera con el inspector de las descargas eléctricas en el despacho de los teléfonos y de los estantes de libros, recordando, como se recuerda un sueño, que había dicho no sé qué de mi padre, y el abogado ¿Qué ha sido, señor mayor?, y yo Déjelo, amigo, no importa. "

: Conocimiento del infierno . . . . . . . . . . . . . . . 1401

Machado de Assis


El alienista (fragmento)


"Doña Evarista bajó los ojos con ejemplar modestia. Dos señoras que encontraron el galanteo excesivo y audaz, interrogaron los ojos del dueño de casa; y en verdad, el gesto del alienista les pareció ensombrecido por la desconfianza, las amenazas, y posiblemente, la sangre. El atrevimiento fue grande, pensaron las dos damas. Y una y otra pedían a Dios que evitase cualquier desenlace trágico, o que por lo menos lo postergase hasta el día siguiente. Sí, que lo postergase. Una de ellas, la más piadosa, llegó a admitir para sus adentros que doña Evarista no podía ser objeto de ninguna sospecha, tan lejos estaba de ser atrayente o bonita. No era más que agua tibia. Verdad es que en cuestión de gustos no hay nada escrito. Esta idea la hizo temblar nuevamente, aunque menos; menos porque el alienista sonreía ahora a Martín Brito, y mientras todos se incorporaban, se aproximó a él y le habló del discurso. No le negó que era una improvisación brillante, llena de matices magníficos. ¿Realmente era suya la idea relativa al nacimiento de doña Evarista, o la habrá encontrado en algún autor que…? No, señor; era efectivamente de él; la encontró en aquella oportunidad y le había parecido apropiada para una alocución de circunstancia como aquélla. Por lo demás, sus ideas eran siempre más atrevidas que tiernas o jocosas. Tenía facilidad para lo épico. Una vez, por ejemplo, compuso una oda a la caída del marqués de Pombal, en que decía que ese ministro era «el dragón aspérrimo de la Nada», aplastado por las «garras vengadoras del Todo»; y así otras, más o menos fuera de lo común; le gustaban las ideas sublimes y raras, las imágenes grandes y nobles… «¡Pobre muchacho!», pensó el alienista y prosiguió diciéndose: «Se trata, es evidente, de un caso de lesión cerebral; fenómeno que no reviste gravedad pero que sí es digno de estudio…».

Doña Evarista quedó estupefacta cuando supo, tres días después, que Martín Brito había sido internado en la Casa Verde. ¡Un muchacho que tenía ideas tan encantadoras! Las dos señoras atribuyeron la decisión de Bacamarte a sus celos. No podía ser otra cosa; realmente, el pronunciamiento del muchacho había sido demasiado audaz.

¿Celos? ¿Cómo explicarse, entonces, que poco después fuesen encerrados José Borges do Couto Leme, hombre bien visto; Chico das Cambraias, holgazán emérito; el escribano Fabricio, y algunos otros? El terror se acentuó. No se sabía ya quién estaba sano y quién demente. Las mujeres, cuando sus maridos salían, mandaban encender una vela a Nuestra Señora; y no todos los maridos se sentían seguros; algunos no se animaban a salir sin uno o dos guardaespaldas. Decididamente, aquello era el terror. Quien podía emigraba. Uno de esos fugitivos llegó a ser detenido a doscientos pasos de la villa. Era un muchacho de treinta años, amable, conversador, educado, tanto que era incapaz de saludar a nadie sin llevar su sombrero hasta los pies; en la calle era frecuente verlo recorrer una distancia de diez a veinte brazas para ir a estrechar la mano de un hombre grave, una señora, o a veces un niño, como había sucedido con el hijo del juez-de-fora. Su pasión eran las gentilezas. Por lo demás, debía su buen nombre en la sociedad no sólo a sus dotes personales, que eran realmente excepcionales, como a la noble tenacidad que le permitía perseverar ante uno, dos, cuatro, seis rechazos, caras feas, etcétera. Lo que sucedía era que cada vez que entraba a una casa, no la dejaba más, ni los de la casa lo dejaban a él, tan encantador era Gil Bernardes. Pues bien, pese a saberse tan estimado, Gil Bernardes tuvo miedo cuando le dijeron un día que el alienista lo tenía entre ojos; a la mañana siguiente huyó de la villa, pero lo apresaron de inmediato y lo recluyeron en la Casa Verde. "


: Pirandello y Kafka en el trópico . . . . . . . . . . . . . . 1413

 


Inés Pedrosa: 

Fazes-me falta 


Trechos:

“Mas tu, porque caminhas para a morte e agradeces à ordem natural das coisas cada um dos teus dias de sol, dirás que a culpa é da organização da sociedade. Dormirás tranquilo, aninhado no conforto da falta que eu faço. Morrendo devagar, partícula a partícula. Ouço o som da morte na tua pele, livro que se encarquilha na câmara úmida do tempo. Os teus órgãos arrefecem – há quanto tempo não te arde o coração?”

“Fartaste-me de meu corpo, mesmo abstrato? Em que dia me abandonaste? Em que palavra a minha voz se partiu? Que sombra se abriu por dentro dos teus olhos para despedaçar a minha imagem? Nos meus pesadelos um abutre rondava o seu cérebro e comia-to vivo. Rir-te-ias, se to contasse, havias de dizer, como das outras vezes: ‘Contigo os psis não enriqueciam. A tua alma parece, não te ofendas, um filme pornô. Está lá tudo escancarado, com gemidos e chicotes’ – encontrava-te em todos os sonhos, à beira de uma explicação que nunca chegava mas que eu sabia existir. Um dia, no nosso próximo almoço de conveniência, tu dirias: ‘Zanguei-me quando tu fizeste isto e disseste aquilo.’ E eu dir-te-ia que foi sem querer, e voltaríamos a ser o nó intacto de antigamente.” (pg. 157)


¿Pensaste en mí mientras morías? . . . . . . . . . . . . . . . . . 1416

Fernando Pessoa


El misterio de las cosas


"IV

El misterio de las cosas, Dónde está?

Si apareciese, al menos,

para mostrarnos que es misterio

qué sabe de esto el río, qué sabe el árbol?

Y yo, que no soy más, qué se yo?

Siempre que veo las cosas

y pienso en lo que los hombres piensan de ellas,

río con el fresco sonido del río sobre la piedra.


El único sentido de las cosas

es no tener sentido oculto.

más raro que todas las rarezas,

más que los sueños de los poetas

y los pensamientos de los filósofos,

es que las cosas sean realmente lo que parecen ser

y que no haya nada que comprender.


Sí, eso es lo único que aprendieron solos mis sentidos:

las cosas no tienen significación, tienen existencia.

las cosas son el único sentido oculto de las cosas.


IX

Todos los dias descubro

la espantosa realidad de las cosas:

cada cosa es lo que es.

Que difícil es decir esto y decir

cuanto me alegra y me basta.

para ser completo existir es suficiente.


He escrito muchos poemas.

Claro, he de escribir otros más.

cada poema mío dice lo mismo,

cada poema mío es diferente,

cada cosa es una manera distinta de decir lo mismo.


A veces miro un piedra.

no pienso que ella siente,

no me empeño en llamarla hermana.

Me gusta por ser piedra,

me gusta porque no siente,

me gusta porque no tiene parentesco conmigo.


Otras veces oigo pasar el viento:

Vale la pena haber nacido

sólo por oír pasar el viento.


No se que pensarán los otros al leer esto;

creo que ha de ser bueno porque lo pienso sin esfuerzo;

lo pienso sin pensar que otros me oyen pensar,

lo pienso sin pensamientos,

lo digo como lo dicen las palabras.


Una vez me llamaron poeta materialista.

y yo me sorprendí: nunca habia pensado

que pudiesen darme este o aquel nombre.

ni siquiera soy poeta: veo.

Si vale lo que escribo, no es valer mío.

el valer esta ahí, en mis versos.

todo esto es absolutamente independiente de mi voluntad."


: Un baúl lleno de gente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1418

Nélida Piñon


La república de los sueños (fragmento)


"En el cementerio, pronunció una oración fúnebre.

—El Brasil —dijo— pierde hoy uno de sus más ilustres hombres —y añadió, con tono misterioso—: Para no mencionar su actuación en la guerra del Paraguay, de donde vino cargado de medallas. Todos tenemos motivos para lamentar su pérdida.

Miguel desestimaba las poses belicosas de su hermano. Bastante tenía con Esperanza, una guerrera dispuesta siempre a derribarlo, a hacerlo caer al suelo. De donde Miguel se levantaba con la ilusión de tomarse la revancha al día siguiente. Ambos trataban de esquivar a Bento, negándole incluso el derecho de tomar partido a favor de alguno de los dos. No querían que se apropiara de sus tácticas, ni comprendiera sus impulsos. Sólo a ellos cabía respetar la tristeza del otro, cuando se reconocía vencido. Por eso, el ganador extendía la mano al caído, ayudándolo a soportar la derrota. Vivían, así, en un continuo balancín de triunfos y rendiciones. Cuando Esperanza ganaba el sitio de arriba, con los muslos delatados por el viento, Miguel, abatido, salía corriendo al cuarto de la madre. La interrumpía así en el momento en que, preocupada por la palidez de Odete, trataba de arrancarle la promesa de acudir al médico.

Odete se resistía. No estaba enferma. Dios le había concedido una salud de hierro, prueba por lo demás de que la miraba con buenos ojos. Eulalia se mostraba en desacuerdo. A veces Dios quería probarnos, ofreciéndonos una salud precaria, para que así pudiésemos apreciar mejor la vida que a Él debíamos. Ciertas dolencias, incluso, nos eran enviadas como aviso, para ayudarnos a derrotar el tormento de la vanidad y de la arrogancia. ¿No era acaso lo único importante saber que estábamos de paso en la tierra, y que todo lo debíamos a Él, que nos había prestado la vida para vivirla en Su Nombre, dando así testimonio de Su existencia, gracias a la cual habíamos sido creados?

Cuando Eulalia hablaba de Dios, Odete la oía con temor y respeto. Pero estas alusiones no eran muy frecuentes. Eulalia las reservaba para momentos cruciales de aflicción o gratitud. Pues pensaba que no se debía abusar de Su Santo Nombre. Muchas veces rezaba sin confesarse a sí misma que lo hacía. Quería evitar la tentación de proclamar un dios nacido de vanas alabanzas.

A pesar de los dolores en la columna, Odete no se permitía una sola queja. Pero su palidez era buena prueba de que algo le pasaba. Si bien se resistía a ser tratada, la alegraba en cambio saber que Eulalia sufría por ella, como si fuese alguien de la familia. Y para aceptar mejor una piedad a la que no quería en modo alguno negarse, entornaba los ojos, con gesto ligeramente lúgubre.

A todas éstas, unos golpes en la puerta anunciaban la presencia de Esperanza. Agitada e impaciente, pedía permiso para salir. Ante aquella adolescencia fogosa, Eulalia dudaba en hacer valer una autoridad que jamás le interesó recalcar. No hallaba la manera de frenar el ímpetu de una hija que, en ocasiones, la interpelaba como si fuese una adversaria. Por lo general, después de una breve negativa, la madre terminaba cediendo. Lo cual hacía sentir a Esperanza que su libertad dependía de un arbitrio falible e inestable. Por ello perdía confianza en los designios de la madre. Aunque comprendiese, también, cuán desagradable era para ésta verse obligada a señalar rumbos a su vida. "

: El viaje de la imaginación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1421

 GONÇALO TAVARES 


Una niña está perdida en el siglo XX (fragmento)


"Y me acordé de esto.

Lo conocía bien, él tendría en aquella época tres años, era el hijo de un amigo, pero lo que le vi hacer me sorprendió y de alguna manera me puso en guardia. A medida que, con un enorme placer, se comía cada bocado de una tostada, el niño mostraba la parte que quedaba del pan y, después de una mirada rápida, decía el nombre de lo que aquel trozo le recordaba: primero un coche; después, un mordisco más: y he aquí un delfín; después aparecía una carreta, etc., etc. Lo interesante es que cada mordisco no estaba premeditado —el niño no buscaba construir una forma con los dientes; primero comía —eso es lo importante— y después observaba lo que quedaba e intentaba darle un nombre como para tranquilizarse —la masa del pan sin forma regresaba al mundo a través del nombre que él le daba. No eran los dientes, sino su impresionante (para la edad) poder de observación que recreaba objetos o cosas del mundo real. Después, lo que de alguna manera asustaba, era presenciar el modo desprendido con el que de nuevo lanzaba un bocado a aquella forma con nombre, haciendo desaparecer nombre y forma de un segundo a otro sin indicios de nostalgia —con tres años había que avanzar, nada más. Su boca iba devorando eso a lo que los ojos intentaban dar forma y la sensación de temor que fui sintiendo poco a poco (y quizás, quién sabe, también los otros dos adultos presentes en la sala) procedía de la comprensión de que todo, para él —para aquel niño—, era alimento, no había el menor instinto de conservación de las formas, incluso las que con su mirada había creado. Cada forma del mundo que destruía su apetito era sustituida por otra, sin embargo, inevitablemente, el trozo de pan se hacía cada vez más pequeño, y el último despojo, dada su forma circular, designado por él como OJO (y en realidad, observándolo atentamente, era un ojo lo que allí había, con el iris que parecía de color marrón y la pupila por donde se juraría que entraba algo de luz), ese ojo, ese ojo admirable, tardaba pocas milésimas de segundo en ser engullido.

El vacío que siguió a continuación fue extraño. El niño ya no tenía nada en la mano: había dado nombre a múltiples cosas y después las había hecho desaparecer; y, al final, simplemente no había nada —ni material, ni siquiera un comentario, una palabra, nada; el niño se había cansado del juego o sencillamente había dejado de tener hambre, y los hombres en la sala, entre los cuales estaba yo, como si nada relevante hubiese pasado, retomaron a continuación los asuntos preocupantes del mundo. "

y su barrio literario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1426

Miguel Torga


La creación del mundo (fragmento)


"Siempre había entendido poco de poesía. Lo que lo redimía era únicamente la sinceridad de sus reacciones.

Me parecía oír aún su voz de ventrílocuo y me parecía sentir fijos en mí sus ojos de sapo. Había asombrado a Agarez con su kilo semanal de bicarbonato y sus solos de cornetín. Pero Agarez ya lo había olvidado y, a lo mejor, doña Nené también. Finalmente era libre para buscar a quien pudiese con más frecuencia que él. Aquel revólver reluciente, abandonado en la bolsa de piel de cebú, ya no la amenazaba. Su dueño yacía en el cementerio de Cachoeira, junto a los hijos deformes que, con sacrificio, había logrado hacerle. La consanguinidad de sus padres no les había dejado nacer perfectos ni seguir con vida. ¡Pobrecito señor Adalberto! Uno no conseguía entender para qué había venido a este mundo. Enfermo y humillado —además de esclavo de la sensualidad de su mujer, había sido siempre el perro guardián de mi tío—, dejaba únicamente, para justificar su existencia, media docena de casas de adobe en la Morro Velho.

La Morro Velho… ¡Qué distancia y qué bruma! En el corto espacio de tiempo de nueve años, los más dramáticos acontecimientos de la hacienda parecían muebles desvencijados y polvorientos en la oscuridad de un desván. Abstracta, irreal, sólo a fuerza de imaginación conseguía revivir los malos momentos que había pasado en ella, e, incluso así, los veía bajo una luz inesperada. Ni siquiera mi tía me parecía ahora tan odiosa por haber defendido, con uñas y dientes los intereses de los suyos. Era humano. Y hasta admirable, si nos parábamos a pensarlo. ¡Qué tenacidad! ¡Qué lucha sorprendente! ¡Y qué crueldad la de los dioses!… Los hijos, uno a uno, se le iban muriendo todos. Sólo le quedaba doña Candinha. "


: Autobiografía y gusto por la libertad . . . . . . . . . . . . . . 1429







Literatura turca actual: A orillas del Bósforo

 NEDIM GÜRSEL




La primera mujer (fragmento)


"No quiero abandonarle así, solitario a orillas de las aguas negruzcas del Cuerno de Oro. Es tan inexperto, tan débil, tan temeroso. Por muy próximos que seamos, nos separan años. Hay entre nosotros ciudades, países, otros placeres para él desconocidos. Y otras mujeres. Es el personaje principal de esta historia, y yo su narrador. Nos conocemos bien, pero él ni siquiera sabe que existo. "

El ángel rojo (fragmento)


"Pensaba en los acontecimientos subsiguientes a la muerte de Nâzim, después de la Primavera de Praga, que desembocaron en la destrucción del Muro de Berlín, diciéndome que el Partido había desaparecido llevándose con él un pasado poco glorioso, cuando la camarera pelirroja vino y me trajo un mensaje acompañado de un segundo Korn que no había pedido. Leí lo que estaba escrito en el papel: «No vaya a pensar que no he acudido a nuestra cita. Lo observaba, sentado en un taburete al otro lado de la barra. Ni siquiera se dio cuenta. Es lo habitual en este tipo de citas. Como dice en un poema Nâzim Hikmet, al que nosotros en el Partido llamamos Sair baba, “Papá Poeta”, quien dirige el juego “no aparece de inmediato”. Tengo los documentos. Y los informes. Nos vemos mañana a la misma hora, es decir, a las cinco de la tarde en el Dressler».


¡Vaya! Así que me había seguido, estaba detrás de mí en el café y, antes de irse, tuvo tiempo de escribir un largo mensaje e incluso de espiarme —apuesto a que con una sonrisa burlona—. Obviamente, quería picar mi curiosidad. Pues muy bien, me dije, si no tiene nada mejor que hacer... Vuelvo a pensar en el cuadro de Brueghel. Nâzim, una tarde, después de haber bebido como yo una copa tras otra, pese a que los médicos le habían prohibido beber y fumar, había escrito un poema en el que relataba su sufrimiento y sus paseos por Peredelkino en el bosque de abedules: había en su poema los mismos árboles desnudos que en el cuadro, las estrellas, e incluso una ventana donde brillaba una luz amarilla, pero no había cazadores. Al poeta no le gustaba la caza y recuerdo que repetía constantemente «A veces, de cazar pensamos, cazados quedamos».


Probablemente porque tenía el estómago vacío, me mareé y mi visión se nubló. Entre tanto, el café se había llenado. Pedí un caldo de lombarda. Tengo debilidad por la lombarda y debo admitir que durante mi estancia en Berlín pude satisfacer mi capricho. Pero no pedí cerveza. Quizá temiese, sentado en mi taburete, parecerme a uno de esos viejos alemanes ensimismados en la morosa contemplación de una jarra gigante; con esta nevada, me dije, después de todo el aguardiente que había bebido, sería mejor que acompañase mi caldo con un brebaje más refinado, y pedí una copa de vino. "


y la literatura turca contemporánea . . . . . . . . . . . . . . . 1435

Mario Levi


Inonu, dónde estabas cuando cayó la noche (fragmento)


"Había un sueño que me perseguía implacablemente a lo largo de los años. Necesité mucho tiempo para aceptar tácitamente lo que vi, o más bien lo que me vi forzado a revelarme a mí mismo. Es más, ni siquiera estoy verdaderamente seguro de haberlo logrado. Todo lo que queda dentro de mí no es más el eco de las voces y las estruendosas risas. En mi sueño, Lee van Cleef, el inolvidable villano de los westerns italianos, vestido con abrigo largo negro, me mira con sus ojos de águila y esa sonrisa burlona que predice cosas terribles y apuntando con su Colt de cañón largo, de repente dispara a mi padre, que está a una corta distancia de mí, en la frente. Todavía puedo ver el sufrimiento de mi padre y el agujero que se abrió en medio de su frente, por el que manó la sangre a fecundos borbotones. ¿Dónde estábamos? ¿Por qué estábamos allí? ¿Qué era lo que se esperaba de mí? El lugar donde estábamos se parecía mucho a una de las playas que visitábamos en mi infancia. Pero estaba tan tranquilo, que podía haber sido una película de terror. Tal vez era la primera hora de la mañana. No había duda de que era el momento preciso para una ejecución. En la extensa playa sólo había unas pocas personas y estaban lejos las unas de las otras. Recuerdo que había un hombre que me miraba con reproche, con desprecio, e incluso de manera ridícula; eso, y una anciana de piel en extremo rugosa debido a la excesiva exposición al inclemente sol, que se parecía mucho a una de esas mujeres con las que mi abuela se reunía ciertos días de la semana para jugar a las cartas, apresuradamente se levantó de su lugar y dijo: "En l´a tué le pauvre! ¡Han matado al pobre hombre!, refiriéndose a mi padre, que estaba tendido en el suelo. La mujer no estaba interesada en mí. No estaba claro quien había dichos estas palabras, en ese vacío sin fin. Un poco más lejos, tres hombres estaban sentados juntos y riéndose entre sí. Ellos no parecían haber visto o escuchado lo que había sucedido. Pero yo estaba allí, lleno de miedo. "

: El mundo de ayer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1438

Ohnar Pamuk


El novelista ingenuo y el sentimental (fragmento)


"He aquí una de mis opiniones más contundentes: las novelas son, en esencia, ficciones literarias visuales. Una novela ejerce su influencia en nosotros, en general, apelando a nuestra inteligencia visual, a nuestra capacidad para ver cosas en nuestra mente y convertir las palabras en imágenes mentales. Todos sabemos que, a diferencia de otros géneros literarios, las novelas recurren a nuestra memoria de experiencias vitales cotidianas y de impresiones sensoriales de un modo en que a veces ni tan siquiera somos conscientes. Además de describir el mundo, las novelas también describen —con una riqueza que no tiene parangón en ninguna otra forma literaria— los sentimientos que evocan nuestros sentidos del olfato, el oído, el sabor y el tacto. El paisaje general de la novela cobra vida —más allá de lo que ven los protagonistas— con los sonidos, los olores, los sabores y los momentos de contacto de ese mundo. Sin embargo, entre las experiencias vitales que cada uno de nosotros siente al momento y de un modo único, el hecho de ver es sin duda el más importante. Escribir una novela significa pintar con palabras, y leer una novela significa visualizar imágenes a través de las palabras de otra persona.

Cuando digo «pintar con palabras», me refiero a evocar una imagen muy clara y nítida en la mente del lector mediante el uso de las palabras. Cuando escribo una novela, frase a frase, palabra a palabra (dejando a un lado las escenas de diálogo), el primer paso siempre es la formación de una imagen en mi mente. Soy consciente de que mi tarea inmediata consiste en aclarar y enfocar esta imagen mental. Gracias a la lectura de biografías y memorias de escritores, y a las conversaciones con otros novelistas, me he dado cuenta de que, en comparación con otros escritores, le dedico más esfuerzo a la planificación antes de coger papel y bolígrafo. Pongo un poco más de cuidado en la división del libro en secciones y en su estructura. Cuando escribo un capítulo, una escena o un pequeño retablo (como habrán comprobado, ¡el vocabulario pictórico acude a mí de forma natural!), primero lo veo con todo lujo de detalle en la mente. Para mí, escribir es el proceso de visualizar esa escena concreta, esa imagen. Dedico tanto tiempo a mirar la hoja en la que estoy escribiendo con la pluma como a mirar por la ventana. Mientras me preparo para transformar mis pensamientos en palabras, procuro visualizar cada escena como la secuencia de una película, y cada frase como un cuadro. "


: Los colores de Estambul . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1440

 ELIF SHAFAK


Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo (fragmento)


"Zaynab nació a miles de kilómetros de Estambul, en una aldea remota de las montañas del norte del Líbano. Durante generaciones los miembros de las familias suníes de la zona se habían casado entre sí y el enanismo era tan común en la localidad que solía atraer a visitantes curiosos: periodistas, científicos y otros profesionales similares. Los hermanos y las hermanas de Zaynab eran de estatura normal y se casaron, uno tras otro, cuando llegó el momento. Ella era la única que había heredado el trastorno de sus padres, ambos personas pequeñas.

La vida de Zaynab cambió el día que un fotógrafo de Estambul llamó a la puerta de su casa y pidió permiso para fotografiarla. El joven estaba viajando por la región con el propósito de documentar la vida de seres desconocidos de Oriente Próximo. Buscaba con avidez a alguien como ella. «Nada supera a las enanas —dijo con una sonrisa tímida—, pero las enanas árabes representan un doble misterio para los occidentales. Y quiero que mi exposición se vea en toda Europa.»

Zaynab no esperaba que su padre accediera, pero lo hizo..., a condición de que no se mencionara el apellido de la familia ni dónde vivían. Zaynab posó para el fotógrafo día tras día. El hombre era un artista de gran talento, pese a su incapacidad para comprender el corazón humano. No reparó en el rubor que encendía las mejillas de la modelo cada vez que él entraba en la sala. Después de tomar unas cien fotografías se marchó satisfecho proclamando que el rostro de la muchacha sería el plato fuerte de la exposición.

Ese mismo año Zaynab, debido al deterioro de su salud, viajó con una hermana mayor a Beirut, donde se quedó una temporada. En la capital, a la sombra del monte Sanin, entre visitas al hospital en días consecutivos, una maestra adivina que se encariñó con ella le enseñó el antiguo arte de la taseomancia, la adivinación basada en la lectura de las hojas de té, de las heces del vino o de los posos de café. Por primera vez en su vida Zaynab se dio cuenta de que podía sacar provecho de su físico poco común. Al parecer a la gente le fascinaba la idea de que una enana les predijera el futuro, como si tuviera un conocimiento especial de lo sobrenatural por obra de su estatura. En las calles se mofaban y compadecían de ella, pero en la intimidad del gabinete de adivinación la admiraban y reverenciaban, lo que le gustaba y le hizo mejorar en el oficio.

Empezó a ganar dinero gracias a su nueva profesión. No mucho, pero sí el suficiente para abrigar esperanzas. Sin embargo, la esperanza es una peligrosa sustancia química capaz de desencadenar una reacción en cadena en el alma humana. Cansada de las miradas indiscretas, y sin perspectivas de contraer matrimonio o encontrar un empleo, hacía mucho tiempo que cargaba con su cuerpo como si fuera una maldición. En cuanto ahorró lo suficiente, se permitió fantasear con dejarlo todo atrás. Se trasladaría a un lugar donde reinventarse. ¿Acaso no encerraban el mismo mensaje todos los relatos que le habían contado desde la infancia? Una persona podía atravesar desiertos, escalar montañas, surcar océanos y derrotar a gigantes si tenía una pizca de esperanza. Los héroes de esos cuentos eran, sin excepción, varones, y ninguno tenía su baja estatura, pero daba igual. Si ellos se habían atrevido, ella también se atrevería.

Después de regresar a casa, pasó semanas hablando con sus ancianos padres con la esperanza de convencerlos para que le permitieran marcharse del país, buscar su propio camino. Habiendo sido una hija obediente toda su vida, por nada del mundo hubiera viajado al extranjero, ni a ningún otro sitio, sin la bendición de ambos, y si se la hubieran negado se habría quedado. Sus hermanos y hermanas se opusieron con todas sus fuerzas a su sueño, que consideraron un verdadero disparate. Pero Zaynab se mantuvo firme. "

: Un puente con el pasado armenio . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1456



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