martes, 30 de julio de 2024

DE YIDDISHLAN A ISRAEL Por las fronteras de Europa. Un viaje por la narrativa del siglo XX y XXI.

 Mundo Monmany





Su campo de estudio es europeo, una Europa que se desborda hacia Asia, América y África, y donde, como escribió un día la brasileña Nélida Piñón, la vida «nunca fue tranquila ni suave». La zona más atendida se localiza en Centroeuropa, el Este, el Oriente, ese territorio de imperios caídos (el austrohúngaro, el Reich hitleriano, el soviético) y nacionalidades movedizas: lo que ayer era húngaro será rumano; lo alemán, polaco; lo polaco, ruso; lo italiano, yugoslavo o croata. La inestabilidad geopolítica europea habría fomentado en sus escritores una sensación de imposible arraigo, de indefensión, «de extranjería permanente y apátrida». El exilio se convierte en forma de vida, en carácter, y, en la visión de Mercedes Monmany, el escritor aparece como extensión del temperamento de sus personajes, y los personajes son atributos de su creador. No hay disyunción entre el autor y la obra.

Este amplísimo viaje literario cubre un espacio inmenso y a la vez muy limitado, entre el cosmopolitismo y el provincianismo radical. Dos ciudades podrían servirnos de síntoma: la ciudad de Czes?aw Mi?osz, la polaca Vilnius, es decir, Vilna, capital de Lituania, donde se habla polaco, ruso, lituano y yiddish; y Klagenfurt, en el sur de Austria, cuna de Robert Musil e Ingeborg Bachmann, que la encontró pueblerina a pesar de su Babel internacional de italianos, eslovenos y austríacos germanófonos. Las ciudades pueden ser personajes literarios, como descubrieron Franz Hessel, Walter Benjamin, W. G. Sebald, Olivier Rodin, Orhan Pamuk o Claudio Magris, y destaca Mercedes Monmany: ciudades como «madres amorosas y posesivas» o como atolladeros insalvables. Una novela es, a ojos del israelí David Grossman, un viaje interior, de iniciación: los libros, según Cees Nooteboom, van del punto de partida a un punto final que sugiere un nuevo punto de partida. Por las fronteras de Europa lleva un subtítulo, Un viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI, y funciona también como una antología de citas que invitan al lector a nuevas lecturas imprevistas.

Novelas, cuentos, ensayos, obras de ficción y de historia, diarios y biografías, reportajes periodísticos y libros de viajes, merecen la atención de Mercedes Monmany, que tantea los límites entre ficción y no ficción, fluctuantes como las fronteras de los territorios literarios elegidos para su estudio. Movimientos, generaciones, analogías y afinidades se entrelazan más allá de las fechas, del uso de un mismo idioma, de la pertenencia a determinadas tradiciones o leyes religiosas. El fondo común de toda esta literatura es la crisis del pensamiento europeo y, por consiguiente, de la novela, asumida como epítome de la producción literaria. Europa sería una realidad y una idea en mutación, en fuga, rota entre dos guerras mundiales y locales a la vez, y marcada indeleblemente por la herida del Holocausto. Tal estado de cosas habría decidido los rasgos característicos de una literatura de nómadas y exiliados perpetuos, de individuos que incluso se sienten expatriados sin llegar a salir nunca de su cuarto.

Mercedes Monmany asume la consigna que Baudelaire imparte en el primer capítulo del Salón de 1846: «La crítica debe ser parcial, apasionada y política». Aquí la descripción de las obras equivale a su valoración. Excelentes serán, por ejemplo, los escritores que aciertan a «traducir, en un ambiente entre fantasmagórico y mortecino, el gris siniestro y vulgar de una dictadura», los heroicos testigos «impotentes y horrorizados» de épocas «de opresión, miedo y muerte». El objetivo de Anton Chéjov de «luchar contra la falsedad y el autoritarismo», formulado a finales del siglo XIX, se superpone a finales del XX con la definición de Milan Kundera: la novela sería antiautoritaria por naturaleza. Mercedes Monmany lo argumenta: la novela «se funda en la relatividad y ambigüedad de las cosas humanas; es, por tanto, radicalmente incompatible con el universo totalitario».

Se le asigna así una función a la literatura: «Sacar esqueletos de los armarios […] desnudar los cómplices silencios y mentiras de la ciudad». Deslenguada, deberá «satirizar […] absurdos ritos sociales fosilizados». Polémica, dará pie a «incómodos debates». Revelará «secretos e imposturas». Las novelas policíacas de John Banville, firmadas con el seudónimo de Benjamin Black, se leerán como «crítica social, retrato de una época, indagación moral y psicológica de personajes que viven atrapados tras la imagen exterior que han creado para ofrecer una pátina de prestigio y respetabilidad». El escritor destruirá «fetiches ideológicos» y «clichés nostálgicos y sentimentales», empezando por los suyos propios. Para Mercedes Monmany, la literatura tiene un «valor depurador», siempre a contracorriente del flujo de la lengua oficial, de Estado, mayoritaria, de la que hablaban en su ensayo sobre Kafka, hace mucho, Gilles Deleuze y Fálix Guattari, recordados aquí por Magris. Las convicciones éticas se convierten en ley estética, lingüística. La primera responsabilidad del escritor sería, como dice Mercedes Monmany antes de citar a Amos Oz, evitar «la confusión o evasión deliberada del lenguaje diario empleado por todos»: raíz de todo mal es no llamar a las cosas por su nombre.

A primera vista más interpretativo que judicial, el método de Mercedes Monmany para acercarse a la obra literaria es indirectamente normativo y se atiene en lo fundamental a la clásica afirmación de I. A. Richards, en 1926: el crítico es «juez de valores». Los valores que exaltan las reseñas de Por las fronteras de Europa reciben su peso moral de su entidad estética, del atrevimiento verbal de autores que, como proponía Antonia S. Byatt, registran la ocasión en la que «el manto de lo impensable se retira […] lo bastante para poder entreverlo». Svevo y Joyce, «dos meteoritos de la incertidumbre y el malestar europeos», señalan el principio de la renovación de la prosa en el siglo XX. Pero la vitalidad de estas literaturas impertinentes parece un síntoma de agotamiento histórico: los autores extraen sus fuerzas de un momento de extenuación siempre cumplido, dilatado, renovado, superado otra vez para anunciarse de nuevo.

En Por las fronteras de Europa se utiliza un campo de adjetivos que se refieren menos a la obra que a la impresión que causa en la lectora, Mercedes Monmany, y que se le augura al futuro público lector. De la observación de la obra se deducen los efectos que causará en quien la lea. La adjetivación remite a los sentidos: el tacto, la vista, el gusto. Una novela es punzante, agridulce, perspicaz, deliciosa. Los cuentos, por ejemplo, del boloñés Silvio D’Arzo son de una «mordiente dulzura», de una «rotunda claridad». Zadie Smith es espectacular, brillante, afilada, corrosiva. Cabría hablar de una estética del Shock and Awe, si tenemos en cuenta que el guionista y actor cinematográfico danés Knud Romer «nos habla de forma espeluznante de la estela de horror y violencia, de animalidad vergonzosa y primaria, que dejan las guerras mucho después de haber acabado». La conmoción es compatible con la contención y con el desbordamiento: las desmesuras del ruso Viktor Pelevin y «su fértil y febril fantasía satírica» no desmienten las aproximaciones de John Berger al reino de lo innombrado, ni los mundos insinuados de Kazuo Ishiguro. Erri de Luca escribe una literatura medida, espiritual y despojada, pero su «afilada y estremecedora belleza […] se hace casi insoportable, espeluznante».


El humor, «ese fetiche tan útil para respirar y seguir viviendo», sería un antídoto contra «la seriedad monstruosa del poder». En manos del finlandés Arto Paasilinna se vuelve «corrosivo, absurdo y antisistema». La alemana Birgit Vanderbeke lo emplea para dinamitar y demoler. Los soviéticos Ilf & Petrov lo usaron en los años veinte del siglo pasado como «desternillante artillería de sarcasmos masacrantes». El francés Boris Vian, «imaginación en estado puro», lo vuelve feroz «en despiadadas sátiras sociales y de costumbres». Si es «disparatado, excéntrico y portador de un germen mordaz, salvaje y cáustico», el humor será «sumamente irlandés». El del inglés Evelyn Waugh también es cáustico, con «zarpazos de ironía fulminante y arrasadora». El alemán judío Edgar Hilsenrath, «insolente, deslenguado y de dudoso gusto», someterá el tema más trágico –el Holocausto– al humor judío, «vitriólico», adjetivo aplicado también al israelí, mucho más joven, Etgar Keret (1967), otro maestro de «la trituradora del humor». Materia incandescente, el humor carcome esos «estados de perversión de valores a gran escala que son las dictaduras», como dice Mercedes Monmany a propósito del rumano Norman Manea.

Pero, hablando del ensayista Pietro Citati, a quien dedica un capítulo encabezado por la rotunda afirmación de que «el escritor es la literatura», Mercedes Monmany expone su idea de crítica. Se trataría de un procedimiento «sumamente atractivo para el lector», basado en la «construcción de tramas alrededor de tramas ajenas», la narración de lo ya narrado por otros. El intérprete o médium literario conciliaría la indagación psicológica (respecto a autores y personajes: el autor se transforma en personaje) y la interpretación textual, «privilegiando tras la máscara de los sucesos […] el efecto simbólico». Mercedes Monmany cumple sus objetivos: es atenta con sus lectores y con sus escritores.

Diré también lo que no encuentro en Por las fronteras de Europa. Siendo un volumen de reseñas de cientos de obras en más de veinte lenguas traducidas al español, ¿dónde están los traductores? Sólo nombra a dos traductoras al español, Isabel Hernández y Carmen Romero, y a la traductora de Miklós Bánffy al inglés, su nieta Katalin Bánffy-Jelen, así como celebra a dos italianos, Guido Ceronetti, traductor del hebreo y el latín, y Nadia Fusini, traductora del inglés. La ausencia se siente más si pensamos que la propia Mercedes Monmany ha traducido alguna vez y con fortuna.

Justo Navarro ha traducido a autores como Paul Auster, Jorge Luis Borges, T. S. Eliot, F. Scott Fitzgerald, Michael Ondatjee, Ben Rice, Virginia Woolf, Pere Gimferrer y Joan Perucho. Sus últimos libros son Finalmusik (Barcelona, Anagrama, 2007), El espía (Barcelona, Anagrama, 2011), El país perdido. La Alpujarra en la guerra morisca (Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2013) y Gran Granada (Barcelona, Anagrama, 2015).


DE YIDDISHLAND A ISRAEL

Aharon Appelfeld

"A veces he aprendido que hay personas que viven únicamente del poder de su imaginación. Mi tío Herbert era una de ellas. Había heredado una considerable riqueza, porque vivía en un mundo imaginario, todo lo desperdiciaba y estaba completamente empobrecido. Cuando llegué a conocerlo mejor, ya era pobre, viviendo de la gentileza de su familia, pero incluso en medio de esa pobreza no cesaba de soñar. Su mirada se perdía en la lejanía y siempre hablaba acerca del futuro, como si el presente o el pasado no existiesen.
Es fantástico con que claridad pueden presentarse mis más distantes y ocultos recuerdos de infancia, en particular aquellos relacionados con los Montes Cárpatos y las amplias llanuras que se extienden a sus pies. Durante aquellas vacaciones antes de la guerra, nuestros ojos devoraban las montañas y las llanuras con un anhelo temible, como si mis padres supieran que éstas eran nuestras últimas vacaciones y que a partir de ahora la vida sería un infierno. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, tenía siete años. La secuencia del tiempo llega a ser confusa -no más veranos e inviernos, no más largas visitas a mis abuelos en el país. Nuestra vida estaba ahora hacinada en una estrecha habitación. Durante algún tiempo estuvimos en el ghetto, hasta el final del otoño en el que fuimos expulsados. Durante algunas semanas estuvimos en la carretera, y luego, eventualmente, en el campo, del cual yo logré escapar. "

: Perdido en el bosque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 793


Isaac Bashevis Singer

Sombras sobre el Hudson (fragmento)


"Suavemente, abrió la ventana y respiró el aire de la madrugada. Recordó a su padre, quien solía levantarse al amanecer mientras su madre y él, todavía niño, seguían acostados. Su padre se lavaba las manos cumpliendo el ritual, se ponía la prenda interior de flecos, el gabán, las gruesas botas. A continuación, volvía a lavarse y enseguida comenzaba a rezar de frente. Después se sentaba a estudiar algún fragmento del Talmud o a examinar un libro de la Cábala. Más tarde reanudaba su trabajo copiando un rollo de la Torá. Cada vez que llegaba al nombre de Dios paraba, se ponía en pie, murmuraba unas palabras y levantaba los ojos al cielo. La vida de ese hombre se centraba en un solo propósito: servir a Dios. Las letras que escribía con tinta china sobre el pergamino eran tan antiguas como el pueblo judío, hundían sus raíces en los tiempos de Abraham, cuando el patriarca rompió los ídolos de su padre y descubrió que existía un solo Dios. Y ¿qué estaba haciendo el hijo de aquel escriba? Dilapidar y echar por tierra todo lo que generaciones enteras de judíos habían construido con absoluta dedicación. Sus propios nietos ya serían gentiles. En cuanto a su alma, estaba rota, mancillada, impregnada de suciedad.

Grein levantó del suelo un periódico y pasó las hojas despacio. En cada página había una fotografía que su padre habría considerado impúdica: mujeres medio desnudas, piernas seductoras, torsos en sujetador, caderas con fajas. Una pierna femenina ocupaba una página entera, rodeada de textos como si se tratara de comentarios en la página de algún Talmud perverso y obsceno. En otro anuncio se mostraban dos piernas femeninas levantadas. ¿Qué habría dicho su padre, en paz descansara, de un periódico así?, pensaba Grein. Habría escupido. Para él, todo eso habría sido una abominación, algo que no debería tocarse siquiera por su impureza. Pero las fotografías eran publicadas por periódicos importantes y prestigiosos, que leían los ciudadanos más eminentes. «Ésta es su cultura, su poesía, su estética. Empiezan su jornada, leyendo esto. Lo que hoy llamamos el mundo es, en realidad, el mundo de los bajos fondos».

Grein se había quedado petrificado. «¿Cómo he llegado a hundirme hasta tal punto en la inmundicia? ¿Y Ester? Su padre también era un estudioso de la Torá. Por tanto desciende de un linaje distinguido. ¿Qué les ha pasado a los judíos? Durante tres mil años se han resistido a la idolatría, y de pronto se han convertido en productores de Hollywood, en propietarios de periódicos, en líderes comunistas. En Rusia, escritorzuelos judíos estuvieron denunciándose mutuamente durante mucho tiempo en nombre de la Revolución, hasta que todos ellos fueron aniquilados. En Nueva York, en París, en Londres, en Moscú, en todas partes, los judíos se han convertido en predicadores del ateísmo, árbitros de la moda, divulgadores del cotilleo. Han actuado como agitadores políticos, fomentando los bajos instintos de las masas. Ahora se dedican a enseñar a los gentiles los placeres de este mundo». "



: Un recuerdo para el yiddish . . . . . . . . . . . . . . . 796

Amela Einat



https://www.nli.org.il/en/a-topic/987007307599605171


: Regresando de nuevo a Auschwitz . . . . . . . . . . . . . . . . . 813


Yehuda Elberg


E
L ALMA FRENTE AL INTELECTO

Una de las cosas que me encantan de la Kabbalah es que nunca trata de lo que es correcto o erróneo. Lejos de ocuparse de la moral, la ética o la religión, la Kabbalah trata sobre cómo recibir la plenitud infinita; esta es la única razón por la que decidimos hacer cambios en nuestras vidas. A primera vista puede parecer un motivo egocéntrico, pero en realidad no loes. ¿Por qué? Tal como descubrirás en las páginas quesiguen, la única forma de recibir la plenitud infinita es tratar a los demás con bondad y amor incondicional.

 

Según la Kabbalah, la conducta amorosa no es una práctica que se cultive por sí misma, sino que es el secreto para recibir todo lo que deseas en la vida. Verás, el problema con las normas morales y la ética es que no ofrecen ninguna recompensa personal, por una sencilla razón: Dios creó el mundo con una gran diversidad de personas para darnos la oportunidad de recibir y experimentar el mayor placer y felicidad posibles. Y es a través de nuestras relaciones con los demás como logramos este objetivo. Por lo tanto, buscarla felicidad y experimentar placer son las formas en que expresamos la voluntad del Creador.

 

Según la Kabbalah, vivir meramente al servicio de un ideal lleva inevitablemente al individuo a sentirse frustrado y carente. ¿Por qué? Porque la satisfacción que se deriva de servir a una idea es intelectual; y la satisfacción intelectual nunca satisface plenamente al ser humano. La Kabbalah nos dice que en el nivel más fundamental, los seres humanos buscamos la plenitud y el placer absoluto del alma. El alma busca constantemente ser llenada de Luz y energía. Por lo tanto, aprender cómo se logra esta clase de plenitud, la plenitud del alma, es el único propósito de llegar a dominar la sabiduría de los antiguos kabbalistas

: Un segundo renacer . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 816


Rina Frank





: La vida en los balcones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 818

Saul Friedländer


EL TERCER REICH Y LOS JUDIOS (1933-1939)(1939-1945): LOS AÑOS DE LA PERSECUCIÓN


Durante esos mismos días, [Alfred] Rosenberg entregó un informe general propio del botín judío, explícitamente para el cumpleaños de su líder: "Mi Führer -escribía el ministro el 16 de abril de 1943-, con el deseo de hacerle feliz para su cumpleaños, me permito remitirle un expediente con fotos de algunas de las pinturas de mayor valor sin propietario y en manos de los judíos, conseguidas por mi comando en los países ocupados occidentales. Este expediente sólo transmite una débil impresión del extraordinario valor y cantidad de los objetos de arte confiscados por mi agencia en Francia y puestos a buen recaudo en el Reich".


Ante mí -recuerda Müller- yacía el cadáver de una mujer. Con las manos temblorosas y todo el cuerpo agitado empecé a quitarle las medias. Era la primera vez que tocaba un cuerpo muerto. La mujer aún no estaba fría. Mientras le bajaba la media por la pierna, aquélla se rompió. Stark, que me había estado mirando, me golpeó otra vez y chilló: "¿Qué crees que estás haciendo? ¡Ten cuidado, y date prisa! ¡Estas cosas son para usarlas de nuevo!". Para enseñarnos cómo hacerlo empezó a quitar las medias de otro cadáver femenino. Pero él tampoco consiguió quitárselas sin hacer una pequeña carrera


: El antisemitismo extremo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 823


David Grossman


Escribir en la oscuridad (fragmento)


"Éstos son los peligros reales de los que Israel necesita deshacerse lo antes posible. Debe experimentar lo que es una vida de paz, no solo porque es vital para su seguridad y su economía, sino para que, en cierto sentido, pueda conocerse. Descubrir el potencial que todavía sigue latente en él, las facetas de su identidad y de su personalidad, y sus posibilidades —que están como en suspense, hasta que pase la cólera, hasta que termine la guerra, hasta que se pueda tener una vida plena— de materializar todas sus dimensiones, no solo la limitada de la supervivencia a cualquier precio.

Elias Canetti escribe en uno de sus ensayos que, de hecho, la supervivencia solo es la experimentación recurrente de la muerte. Una especie de práctica de la muerte y del miedo que esta da. A veces tengo la sensación de que un pueblo de supervivientes empedernidos como nosotros, los judíos, es un pueblo que, en cierta medida, afronta la muerte con la misma intensidad con la que afronta la vida. Un pueblo cuyo interlocutor íntimo, insondable y permanente, es la muerte tanto como la vida. No se trata de romanticismo, de idealización ni de enamoramiento de la muerte (en el sentido de las corrientes que hubo en Alemania a finales del siglo XIX, por ejemplo), sino de algo distinto y más profundo. Se trata de un conocimiento de primera mano, amargo y transmitido a través del cordón umbilical: el de la especificidad, la realidad, la cotidianidad y la disponibilidad de la muerte. El conocimiento de la «insoportable levedad de la muerte», cuya expresión más triste la oí por vez primera en boca de una pareja israelí el día anterior a su boda. Les preguntaron cuántos hijos les gustaría tener, y la joven y dulce novia respondió inmediatamente que querrían tener tres «porque, si les mataban a uno, todavía les quedarían dos».

Más de una vez, cuando escucho hablar a los israelíes, incluso a los muy jóvenes, de sí mismos, de sus inquietudes y de su falta de confianza en un futuro mejor, y constato —en la gente que me es cercana y en mí mismo— la intensidad de la angustia existencial y de la influencia de la trágica memoria histórica judía, me estremezco al notar la profundidad de la deficiencia que nos ha causado la historia, la terrible inclinación a considerar la vida como una muerte latente. "

: Memoria de los ausentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 826

 Battya Gur



Un asesinato literario (fragmento)


"Klein arqueó las cejas y contempló una fotografía de gran tamaño colgada entre ambas estanterías, el retrato de un hombre calvo y ancho de cara vestido con un traje de chaqueta. Era una cara que a Michael le resultaba familiar, pero no lograba ubicarla.

—Iddo se marchó a Washington, desde donde me llamó una vez, y luego se fue a Carolina del Norte, a una ciudad universitaria llamada Chapel Hill. ¿Ha estado usted alguna vez en Estados Unidos?

Michael negó con la cabeza y dijo:

—Sólo he estado en Europa.

A continuación preguntó si podía fumar.

—Desde luego, desde luego —respondió Klein, y, sin mirar, desenterró de debajo de un montón de papeles un cenicero de cristal. Era evidente que tenía todo bien localizado.

—Valga lo que le he contado hasta ahora a modo de introducción al verdadero problema, que es el estado en que regresó Iddo Dudai de su visita a Carolina del Norte. Había que conocerlo para apreciar el enorme cambio que se había operado en él. —Klein guardó silencio durante un instante, como si estuviera conjurando la imagen de Dudai, y luego continuó—: Quizá se esté usted preguntando cómo es que teníamos una relación tan estrecha si no era mi alumno…, mi doctorado, me refiero. Naturalmente, había asistido a mis clases e incluso había participado en mis seminarios, pero nuestra relación iba más allá de eso. Era inevitable admirar su seriedad como estudioso y su integridad intelectual. Era un chico honrado e inteligente, aunque careciera de la despreocupación propia de su edad; no tenía nada de travieso, pero tampoco tenía tendencias depresivas. Se podría decir que era una persona sin complicaciones, desde el punto de vista psicológico, aunque de ninguna manera le faltaba sensibilidad. Pero no era proclive a los cambios de humor. Ofra, mi mujer, lo apreciaba mucho y venía a vernos a menudo. Eso no le gustaba a Shaul. Solía hacer comentarios desdeñosos, delante de mí y a mis espaldas, sobre lo que él llamaba mi «mentalidad familiar». Que trajera a casa a personas como Iddo o Yael Eisenstein y les presentase a mi mujer y a mis hijas, que compartiera mi mesa con ellos, era en su opinión un «residuo evidente de la vida provinciana en la colonia de Rosh Pinna». Como es natural, cuando Iddo me escribió diciéndome que iba a ir a Estados Unidos y pidiéndome que le ayudara a encontrar alojamiento, le invité a quedarse con nosotros. Estábamos instalados en una casa espaciosa con un ala independiente para los invitados; recibimos muchas visitas a lo largo del año. Estaba en los terrenos de la Escuela Naval, donde mi tío daba clases de navegación. Los judíos son un pueblo peculiar —comentó Klein a modo de inciso, a la vez que entrelazaba los dedos y se reclinaba sobre el respaldo exhalando un suspiro, y luego se volvía para contemplar el jardín por la ventana. "

y otros escritores israelíes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 830

RAUL HILBERG



: “Ustedes no pueden mandarme a Dachau. Yo peleé en la Gran Guerra. Hasta me condecoraron por mi coraje”. El soldado llamó a un superior, que suspicaz, lo empezó a interrogar. “A ver judío ¿Dónde dice que estuvo?”. El hombre recitó cada uno de los batallones que integró y los destinos en los que actuó. El oficial nazi ordenó que lo liberaran: “Este hombre no miente. Estuvo en muchos lugares en los que estuve yo”.

La obra que culmina en los contenidos de estos volúmenes comenzó en 1948. Desde entonces han transcurrido treinta y seis años, pero el proyecto ha seguido conmigo, desde la primera juventud a la mediana edad, a veces interrumpido, pero nunca abandonado, debido a una pregunta que me planteé. Desde el comienzo he querido saber cómo destruyeron a los judíos de Europa. Q uería explorar el mecanismo de destrucción en su tota­ lidad, y a medida que ahondaba en el problema, veía que estaba estudiando un proce­ so administrativo llevado a cabo por burócratas en una red de organismos esparcidos por todo un continente. Conocer los componentes de este aparato, con todas las face­ tas de sus actividades, se convirtió en la principal tarea de mi vida. El «cómo» de los acontecimientos es una forma de aprender a conocer a los perpe­ tradores, a las víctimas, a los espectadores. En esta obra se describirá la participación de todos ellos. Se mostrará a los cargos públicos alemanes pasando memorandos de mesa en mesa, debatiendo sobre definiciones y clasificaciones, y redactando leyes públi­ cas o instrucciones secretas en su incansable impulso contra los judíos. La comunidad judía, atrapada entre la maleza de estas medidas, se contemplará en función de lo que hizo y lo que no hizo como respuesta al asalto alemán. El mundo exterior forma parte de esta historia, en virtud de su postura de espectador. Aun así, el acto de destrucción fue alemán, y este retrato enfoca principalmente a los que concibieron, los que iniciaron y los que pusieron en práctica la empresa. Ellos construyeron el marco en el que los colaboradores del Eje y los países ocupados contri­ buyeron a la operación, y ellos crearon las condiciones con las que se encontraron los judíos en un gueto cerrado, en la ruleta de una redada, o a la entrada de una cámara de gas. Para investigar la estructura del fenómeno es necesario plantear primero la cues­ tión sobre los alemanes.




: Investigando con «ojos alemanes» . . . . . . . . . . . . . . . . 834

ETGAR KERET


Romper el cerdito

Mi padre no se avino a comprarme un muñeco de Bart Simpson. Y eso que mi madre sí quería, pero mi padre no cedió y dijo que soy un caprichoso. —¿Por qué se lo vamos a tener que comprar, eh? —le dijo a mi madre—. No tiene más que abrir la boca y tú ya te pones firme a sus órdenes.Mi padre añadió que no tengo ningún respeto por el dinero, que si no aprendo a tenérselo ahora que soy pequeño, cuándo voy a aprenderlo. Los niños a los que les compran sin más muñecos de Bart Simpson se convierten de mayores en unos gamberros que ro-ban en los quioscos porque se han acostumbrado a que todo lo que se les antoja se les da sin más. Así es que en vez de un muñeco de Bart Simpson me compró un cerdito feísimo de cerámica con una ranura en el lomo, y ahora sí que me voy a criar siendo una persona de bien, ahora ya no me voy a convertir en un gamberro.Lo que tengo que hacer, a partir de hoy, todas las mañanas, es tomarme una taza de cacao, aunque lo odio. El cacao con telilla de nata es un shekel; sin telilla, medio shekel, pero si después de tomármelo voy directamente a vomitar, entonces no me dan nada. Las monedas se las voy echando al cerdito por el lomo, de mane-ra que si lo sacudo hace ruido. Cuando en el cerdito haya tantas monedas que al sacudirlo no se oiga nada, entonces me regalarán un muñeco de Bart Simpson en monopatín. Porque, como dice mi padre, eso sí que es educar.

 en la pizzería Kamikaze . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 839

Amos Oz


Contra el fanatismo (fragmento)


"Siempre este dilema sin fin: ¿qué hacer cuando da la casualidad de que se convive puerta con puerta con el dolor, la injusticia, la opresión, la violencia, la demagogia, el chovinismo, el fundamentalismo religioso y el fanatismo? ¿Cómo utilizar la propia voz, en el supuesto de ser un hombre con voz, alguien que tiene pluma y la puede utilizar? Me pregunto si sería justo decir: bueno, se está derramando sangre a la vuelta de la esquina de donde vivo, no es momento de contar historias de amor. No es momento de escribir historias experimentales, complejas, sutiles y eruditas. Es momento de combatir contra la injusticia. Sí, lo hago de vez en cuando y siempre me siento un poco traidor a mi arte, al refinamiento de la ambivalencia y el matiz. Al mismo tiempo, si me siento en casa y trabajo en varias alternativas sintácticas para cierta frase o en problemas idiomáticos de cierto contrapeso o incluso en la relación melódico-musical entre dos frases de la novela, todavía sigue esa vocecilla dentro de mí llamándome traidor: «¿Cómo eres capaz? Están matando gente a diez millas, veinte kilómetros, quince kilómetros de donde estás sentado escribiendo. ¿Cómo puedes?». ¿Qué hace uno en situación semejante? Eres un traidor en ambos casos. Hagas lo que hagas, traicionas a tu arte o a tu sentido de la responsabilidad cívica. Bueno, mi respuesta es la misma que doy a muchas cosas: acuerdo. Intento fervorosamente llegar a un acuerdo, a un compromiso. Sé que la expresión «llegar a un acuerdo, a un compromiso» tiene una reputación terrible en los circuitos idealistas europeos, especialmente entre la gente joven. Se concibe el acuerdo como falta de integridad, falta de directriz moral, falta de consistencia, falta de honestidad. El compromiso apesta, comprometerse a llegar a un acuerdo es deshonesto.

No en mi vocabulario. En mi mundo, la expresión «llegar a un acuerdo, a un compromiso» es sinónimo de vida. Y donde hay vida hay compromisos establecidos. Lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es integridad, lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es idealismo, lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo no es determinación. Lo contrario de comprometerme a llegar a un acuerdo es fanatismo y muerte. Llevo cuarenta y dos años casado con la misma mujer, así que algo sé de acuerdos. Y cuando digo acuerdo no quiero decir capitulación, no quiero decir poner la otra mejilla al rival o a un enemigo o a una esposa, quiero decir tratar de encontrarse con el otro en algún punto a mitad de camino. Y no hay acuerdos felices: un acuerdo feliz es una contradicción. Un oxímoron. Así que también me comprometo a llegar a acuerdos en mi escritura: cada vez que siento que estoy conforme conmigo mismo en un ciento por ciento o que no lo estoy en absoluto, no escribo una historia, escribo un artículo airado, diciendo a mi gobierno qué hacer, a veces diciendo a mi gobierno a dónde debemos ir todos juntos, concretamente al infierno. Por una razón o por otra, nunca me escuchan. Aunque les he dicho alto y claro muchísimas veces que se vayan al infierno, siguen en el mismo sitio. En aquellos casos -muy frecuentes- en que oigo más de una voz dentro de mí sobre algún tema, en que puedo ver más de una, en ocasiones más de dos perspectivas, en que puedo oír una pequeña discusión dentro de mí, entonces comprendo que estoy embarazado al menos de una historia. Y al decir embarazado de una historia o una novela tengo que añadir de inmediato que en ella se producen muchos más abortos provocados y espontáneos que alumbramientos. Así que me comprometo, escribo artículos, escribo historias y nunca mezclo una cosa y otra. Nunca he escrito una historia o una novela simplemente para transmitir un mensaje político como «dejad de construir asentamientos en los territorios ocupados» o «reconoced el derecho de los palestinos a Jerusalén oriental». Nunca escribo una novela -una novela alegórica- para decir a mi pueblo o a mi gobierno que hagan esto o aquello. Para eso utilizo mis artículos. Si hay un mensaje metapolítico en mis novelas, siempre es un mensaje, de una u otra manera, sobre cómo llegar a un compromiso doloroso y la necesidad de elegir la vida descartando la muerte, la imperfección de la vida descartando las perfecciones de la muerte gloriosa. Éste es mi compromiso, uno de mis compromisos. Y lo es de tal modo que hasta tengo dos plumas estilográficas en mi mesa, dos plumas muy simples, muy baratas, que tengo que rellenar cada dos semanas, pero siempre tengo dos, una negra y otra azul. Sólo para recordar que escribir un ensayo político es una cosa y escribir una historia, otra muy distinta. Y no mezclo. Los israelíes leen novelas, además de artículos y manifiestos. Leen como obsesos. Según datos estadísticos de la Unesco, los israelíes leen más que cualquier otra nación bajo el sol, excepto los islandeses -que, de todos modos, no están bajo el sol-. Pero, al contrario que los europeos, alemanes e islandeses, los israelíes no leen novelas para disfrutar. No leen literatura para relajarse ni ampliar horizontes. No: ¡leen para enfadarse! ¡Leen para estar en desacuerdo! Leen para emprender una polémica con el escritor, los personajes o ambos. Y hasta tal punto que un cínico editor de Israel me dijo una vez que si mis novelas y las de mis colegas se venden tanto en mi país se debe a que hay clientes que compran diez ejemplares del mismo libro para destruirlos. "

: Contra el fanatismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 844

 Elie Wiesel


El olvidado (fragmento)


"Todo se presenta bien. Nadie sospecha de ellos. Son casi las cinco. Delante de la tienda, algunos ya hacen cola. Elhanan y Lianka se suman a ellos. Llegan otros clientes, y los dos partisanos les ceden su sitio. Desde donde se encuentran, observan el hotel y el restaurante. Los oficiales alemanes entran en los dos. Gracias, Señor. Que se encierren allí, que se atraquen, que se emborrachen, que griten su felicidad por dominar a los débiles y a los puros. Que celebren su poder. Pronto se les quitarán las ganas. Pronto ya es ahora. Itzik llega; solo. Camina con paso indolente. Lleva la gorra calada hasta los ojos y parece un obrero con todo el tiempo por delante. Lisa y Dora, cogidas de la mano, salen de la callejuela de la izquierda. En menos de veinte minutos, el equipo se ha reunido. Cuatro partisanos están al acecho en una calle adyacente: protegerán la retirada.

Itzik está ahora detrás de Elhanan y de Lianka. Saluda a la muchacha, como para coquetear. Ella le sonríe enrojeciendo. Intercambian en voz baja algunas frases que Elhanan escucha. Todo está claro. Lisa y Dora lanzarán dos granadas por la puerta abierta. Cuatro botellas incendiarias por la ventana. Y escaparán. ¿Cuándo? Exactamente a las 6.55. Es el momento en que será fácil deslizarse hacia el restaurante, confundirse con la multitud. Las agujas giran, las sombras se alargan. Es la hora. Itzik se aleja lentamente y se escurre hacia el restaurante. Abre la puerta, como para echar una ojeada. En el siguiente instante, un estruendo ensordecedor repercute en la plaza mayor. «Esto por Vitka», grita Itzik en yiddish. Lisa y Dora están ya cerca de él. La ventana está abierta y todo estalla al mismo tiempo. Parece un bombardeo, un alud de obuses. Unas sillas vuelan por el aire, los trozos de cristal cubren la acera. Vaya, qué fácil es destruir, se dice Elhanan. Gritos en alemán, en polaco. Ciegas descargas de fusilería. La gente corre en todas las direcciones. Los policías se interpelan. Unos alemanes gritan órdenes que nadie comprende. El tiempo de reaccionar, y los partisanos están ya en una callejuela oscura, detrás de la plaza mayor. Salen de la ciudad a paso de carrera. "

: El deber del recuerdo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 860



Abraham Yehoshua


El cantar del fuego (fragmento)


"Aunque su marido no esté con ella para vigilar su sueño en ese lugar eventual, los párpados se le cierran solos, la funda de las fotos cae a sus pies y el ruido de los motores viene a unirse a la intimidad de su ser. Cuando un aroma a bollería calentita y recién horneada le hace abrir los ojos, se encuentra al joven del asiento de al lado dando buena cuenta del desayuno.

«Te deseo de verdad», le ha espetado a su marido, como quien no quiere la cosa, antes de despedirse de él, pero todavía no sabe muy bien qué ha querido decir con eso, qué es lo que la ha empujado a decirle eso en el último momento. ¿Lo habrá hecho para hacerle daño porque él no ha insistido lo suficiente en acompañarla? Aunque la verdad es que quería ir sola. ¿O habrá sido para que la añore más en su ausencia y así dejar abierta una puerta a la esperanza para cuando vuelva? Sí, la verdad es que él tiene razón. El sí ha mostrado deseo y lo ha intentado todo. A ella, en cambio, a pesar de querer proporcionarle el placer que buscaba, no le parecía justo que él se quedara tan satisfecho mientras su mujer, que veía su deseo frenado por la preocupación del viaje, debía renunciar a que la echara de menos en su ausencia. Aunque nunca le ha dado una especial importancia al sexo, ni de joven ni, por supuesto que tampoco en la actualidad, cuando se encamina ya en plena madurez hacia el último tercio de su vida, sabe muy bien que el amor de su marido merece una atención física más frecuente. Sólo que no siempre se siente con los ánimos suficientes como para anteponer el sexo al simple cariño.

Se vuelve hacia la ventanilla. Mientras dormía, las nubes se han desgarrado en unos ligeros tallos de plumón y la luz del día, ahora, pone al descubierto las amplias extensiones de desierto que besan el golfo. ¿Será eso África? De su visita anterior de hace tres años recuerda el cautivador color rojizo de esa tierra y a los africanos envueltos en paños multicolores y andando descalzos con toda tranquilidad. En contra de lo que mandan las ordenanzas, su cuñado los había alojado en las oficinas de la delegación, que estaba cerca de su piso, no sólo para ahorrarles los gastos del hotel, sino para que pudieran estar siempre juntos, y desde la ventana de la oficina una vez había tenido la ocasión de ver a su hermana, temprano por la mañana, comprándole leche y queso a una africana gorda que llevaba una especie de cofia de la que asomaba una pluma verde. El corazón de Daniela sale ahora al encuentro de la fina silueta de su hermana envuelta en un viejo chal de lana que andaba ya por casa de sus padres.

La funda con las fotos de los nietos ha rodado mientras dormía hasta los pies de su vecino de asiento, quien, sin darse cuenta, las está pisando en este momento. Daniela le pide educadamente que se las recoja y él se disculpa diciéndole que no se había dado cuenta. La azafata, que ya está retirando las bandejas vacías del desayuno le pregunta si todavía quiere desayunar. Por un momento duda, pero finalmente decide no renunciar a ello. Pero al retirar la tapa de aluminio del plato principal y probar el primer bocado se ve asaltada por unas náuseas como las que sintió hace ya tantos años, al principio de los embarazos. "

: Esperanza y desesperanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . 863


Idith Zertal


El fantasma del Holocausto está siempre presente en Israel, en las vidas y pesadillas de los supervivientes y en ausencia de las víctimas. En este convincente e inquietante análisis, Idith Zertal, miembro destacado de la nueva generación de historiadores revisionistas en Israel, considera las formas en que Israel ha utilizado la memoria del Holocausto para definir y legitimar su existencia y su política. Basándose en una amplia gama de fuentes, el autor expone el papel fundamental del Holocausto en la esfera pública de Israel, en su proyecto de construcción nacional, su política de poder y su percepción del conflicto con los palestinos. Sostiene que la centralidad del Holocausto ha llevado a una cultura de muerte y victimismo que impregna la sociedad y la autoimagen de Israel. Para la edición de bolsillo actualizada del libro, Tony Judt, el historiador y comentarista político de renombre mundial, ha contribuido con un prólogo en el que escribe sobre el coraje de Zertal, la originalidad de su trabajo y la "honestidad implacable con la que mira la situación". condición moral de su propio país".

: La Shoá en el discurso y la política de Israel . . . . . . . . . . 868


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