Medida, tiempo y dimensión de los espacios literarios e ilustrados
jueves, 30 de octubre de 2025
KLAUS MANN o Mefistófeles en la República de Weimar. ¿ Hay algo de Thomas Mann en esta tragedia? Una familia condicionada: Heinrich, Katia, Klaus , Erika...Golo, Monika, Elisabeth...
Klaus Mann (1906-1949)
Klaus Heinrich Thomas Mann (nacido en 1906 en Múnich, fallecido en 1949 en Cannes), hijo del escritor ganador del premio Nobel Thomas Mann y sobrino del famoso novelista Heinrich Mann , fue un novelista, ensayista y dramaturgo. Fue considerado un enfant terrible literario de la. A la edad de 19 años, ya era el foco de considerable atención pública crítica. Los críticos encontraron fallas en la limitación de sus temas, que giraban principalmente en torno a la juventud, la (homo)sexualidad, los problemas de una jeunesse dorée intelectual y los conflictos generacionales de la generación joven alemana de posguerra con sus padres. De hecho, fue visto como la voz pública de su generación y fue considerado el centro de un movimiento literario controvertido a veces llamado 'Das Jüngste Deutschland' (La Alemania más joven) junto con su hermana Erika y su amiga Annemarie Schwarzenbach. En el ambiente políticamente muy cargado de mediados de la década de 1920, Mann también fue acusado de ser políticamente ingenuo y de ser un escritor apolítico.
Durante el período de exilio de 1933 a 1945, Mann se convirtió en una de las voces más abiertas y comprometidas de los intelectuales alemanes contra Hitler. Publicó dos revistas de exilio ( Die Sammlung (publicada en Ámsterdam entre 1934 y 1935) y Decision. A Review of Free Culture (publicada en Nueva York entre 1941 y 1942), y debido a esta posición, así como a sus múltiples y amplios contactos personales, estuvo en el centro del movimiento de exilio alemán. En 1943, deprimido y abatido por la persistencia del régimen nazi, se unió al ejército estadounidense y trabajó como periodista y creador de propaganda hasta el final de la guerra. Después, no volvió a establecerse en ningún lugar. La mayoría de sus proyectos literarios y cinematográficos fracasaron, y se indignó y deprimió profundamente al ver el exitoso regreso a la escena pública en la Alemania de posguerra de varios antiguos amigos suyos que se habían adaptado con éxito al régimen nazi, el más destacado de los cuales fue Gustaf Gründgens (véase Mephisto. Roman einer Karriere; Mephisto. Novel of a Career ). En 1949, Mann se suicidó en Cannes. Durante la mayor parte de su vida, Mann se casó con un hombre que había sido un político y un político alemán. A lo largo de su vida, había vivido abiertamente su homosexualidad y luchaba contra la adicción a las drogas desde que era un adulto joven.
La mayoría de los escritos de Mann están fuertemente arraigados en un contexto autobiográfico y estrechamente vinculados a su propia vida y a la de las personas que lo rodeaban. Su obra también refleja que el legado que se puede ver en sus dos segundos nombres fue a la vez un regalo y una carga para él.
Estilísticamente, sus escritos anteriores al exilio reflejan "la gran impotencia y el desamparo, la vergüenza y el miedo a la vida en un tono tierno, tembloroso, confuso y onírico"; 'la gran desorientación y el desamparo, la incomodidad y el miedo a la vida con una entonación delicada y temblorosa, confusa como en un sueño' [Fuente: Fredric Kroll y Klaus Täubert (eds.), 1906-1927 Disorder and Early Fame , Klaus-Mann -Serie de publicaciones, Volumen 2 (Wiesbaden: Blahak, 1977), páginas 141-42].
Su lenguaje "se vuelve aún más indefinido, aún más tímido, aún más soñador por un número infinito de partículas insertadas, que una y otra vez desdibujan y disuelven tímidamente el contorno rígido de la palabra individual, la estructura rígida de la cláusula y oración individuales". ; 'hecho aún más indefinido, más trémulo, más onírico, por medio de innumerables partículas insertadas, que siguen desdibujando y disolviendo trémulamente las estructuras rígidas de las oraciones y sus componentes' [Fuente: Walter Heinsius, 'La generación más joven', en Der Kreis . Revista de cultura artística , volumen 3, número 8 (1926), p. 322].
En el exilio, Mann creó la parte más famosa de su obra. Publicó tres novelas políticas: Flucht in den Norden (traducida como Viaje a la libertad , 1934), Mephisto. Roman einer Karriere ( Mephisto. Novela de una carrera , 1936) y Der Vulkan. Roman unter Emigranten (El volcán. Novela entre emigrantes , 1939), que tratan diferentes aspectos de la vida en el exilio y que hasta la fecha están en el centro de la atención de la crítica. Pero también amplió sus escritos sobre temas de arte y su interés por los personajes marginales con la novela biográfica de Chaikovski Symphonie Pathétique (Sinfonía patética, 1935) y la brillante novela corta Vergittertes Fenster (Ventana enrejada, 1937), sobre la muerte del rey Luis II de Baviera en 1886.
Los escritos de Klaus Mann incluyen:
La danza piadosa. La danza piadosa: la historia de aventuras de un joven (novela, 1925)
Anja y Esther (obra, 1925)
Antes de la vida (cuentos, 1925)
Novela infantil. Historia (1926)
Revue zu Vieren (obra de teatro, 1926)
Frente a China (obra, 1929)
Alejandro. Novela de utopía (1929) [Alexander. Una novela de utopía]
Por todos lados. Un alegre libro de viajes. (con su hermana Erika Mann, 1929)
Aventura. Novelas (1929)
Geschwister (obra, una versión alemana de Les enfants terribles de Jean Cocteau, 1930)
El punto de inflexión: treinta y cinco años en este siglo (autobiografía, 1942, en una versión alemana ampliada: Der Wendepunkt, 1952)
André Gide y la crisis del pensamiento moderno (1943)
La visita de la mente europea, ensayo (1948)
El séptimo ángel (obra, 1946)
También se han publicado sus diarios y cartas:
Martin Gregor-Dellin (ed.), Klaus Mann. Cartas y respuestas en dos volúmenes (Múnich: Ellermann, 1975).
Joachim Heimannsberg, Peter Laemmle y Wilfried F. Schoeller (eds.), Klaus Mann. Diarios en seis volúmenes (Hamburgo: Rowohlt, 1990)
Traducciones y ediciones en inglés
Sinfonía patética. Una novela de Chaikovski, trad. de Hermon Ould (Londres: Victor Gollancz, 1938)
Viaje a la libertad, trad. de Rita Reil (Londres: Victor Gollancz, 1936)
La danza piadosa: La historia de aventuras de un joven, trad. de Laurence Senelick (Londres: GMP, 1988)
El punto de inflexión: Treinta y cinco años en este siglo: La autobiografía de Klaus Mann (Londres: Wolff, 1984; Londres: Serpent's Tail, 1987)
Los hermanos y la historia de los niños, trad. de Tania Alexander y Peter Eyre (Londres: Marion Boyars, 1992)
Mefisto, trad. de Robin Smyth (Londres: Penguin, 1995)
Alejandro, trad. por David Carter (Londres: Hesperus, 2007)
Lectura adicional en inglés
En inglés, existe una selección relativamente pequeña de literatura crítica sobre Klaus Mann. Un estudio biográfico útil, aunque algo anticuado, es:
Peter T. Hoffer y Klaus Mann (Boston: Twayne, 1978)
Se analizan aspectos individuales de sus escritos en:
Osman Durrani, 'Humanistas y camisas pardas: Faustos para el siglo XX' en Osman Durrani, Fausto: icono de la cultura moderna (Mountfield: Helm Information, 2004), pp. 161-91
James Robert Keller, El papel de la identidad política y sexual en las obras de Klaus Mann (Nueva York: Peter Lang, 2001)
Karina von Lindeiner, ' La colección de Klaus Mann : un intento de crear una revista internacional', German Life and Letters 60:2 (2007), 211-23
Karina von Lindeiner-Stráský, '“Ahora estoy atrapada en dos lenguas”: lenguaje y estilo literario en los escritos en el exilio de miembros de Das Jüngste Deutschland', en Johannes F. Evelein (ed.), Exile Traveling. Explorando el desplazamiento, cruzando fronteras en las artes y escritos del exilio alemán 1933-1945 (Rodopi: Amsterdam, 2009), págs. 347-67
Karina von Lindeiner-Stráský, '“Adoctrinados, pero no incurables”? El regreso de Klaus Mann a Europa y sus interrogatorios a prisioneros de guerra alemanes', Vida y letras alemanas 64:2 (2011), 217-34
Andrea Weiss, A la sombra de la montaña mágica: la historia de Erika y Klaus Mann (Chicago: University of Chicago Press, 2008)
Hay una novela sobre los últimos días de la vida de Klaus Mann escrita por el escritor escocés Allan Massie:
Allan Massie, Klaus (Glasgow: Voces vagabundas, 2014)
Lectura adicional en alemán
Existen varias monografías que tratan en profundidad y de forma individual las obras de Mann. Los siguientes estudios, la mayoría de los cuales abordan al autor desde un punto de vista más biográfico, pero que también hacen referencia a sus escritos con frecuencia, proporcionan un buen punto de partida para la investigación sobre Mann:
Thomas Medicus, Klaus Mann. Una vida (Hamburgo: Rowohlt, 2024)
Uwe Naumann, "No habrá paz hasta el final". Klaus Mann (1906-1949). Imágenes y documentos (Reinbek cerca de Hamburgo: Rowohlt, 1999)
Valentina Savietto, arte y artista en la obra narrativa de Klaus Mann. Perspectivas de investigación intermedia sobre música, danza, teatro y artes visuales (Würzburg: Königshausen & Neumann, 2018)
Nicole Schänzler, Klaus Mann. Una biografía (Frankfurt am Main/Nueva York: Campus, 1999)
Y estos volúmenes editados:
Heinz Ludwig Arnold (ed.), 'Klaus Mann', texto + crítica . Revista de literatura, volumen 93/94 (Múnich: texto de edición + kritik, 1987)
Fredric Kroll (ed.), Serie de publicaciones Klaus Mann , 6 vols. (Hamburgo: MannesschwarmSkript Verlag, 2006)
Rudolf Wolff (ed.), Klaus Mann. Obra y efecto (Bonn: Bouvier, 1984)
Mann, Heinrich.
El pensamiento vivo de Nietzsche [1942]
La edición de 1942 de El pensamiento vivo de Nietzsche presenta una interpretación literaria y filosófica del escritor alemán Heinrich Mann sobre la obra y la figura de Friedrich Nietzsche. Publicado en plena crisis europea del siglo XX, el libro busca rescatar el núcleo vital y creador del pensamiento nietzscheano, separándolo de las tergiversaciones ideológicas que lo habían reducido a un símbolo del irracionalismo o del poder totalitario.
Mann aborda a Nietzsche no como profeta del nihilismo, sino como un pensador de la afirmación, del arte y de la libertad. A través de una prosa clara y apasionada, revisa los grandes ejes de su filosofía —la muerte de Dios, la voluntad de poder, el eterno retorno y el Übermensch— interpretándolos como expresiones de una búsqueda espiritual por la autenticidad y la superación del conformismo moderno.
El autor subraya la dimensión estética y moral de Nietzsche: su crítica a la moral de rebaño, su exaltación de la creatividad y su fe en la capacidad humana para rehacerse a sí misma. Más que un tratado académico, el texto es una meditación personal sobre el destino del pensamiento europeo y la necesidad de un nuevo humanismo fundado en la fuerza del espíritu individual.
La fascinante vida de la familia Mann: homosexualidad, drogas, exilio y genio literario.
Los Mann. Historia de una familia, el periodista Tilmann Lahme narra el exilio de la familia del escritor Thomas Mann en Estados Unidos: “Los Mann son un ejemplo para los alemanes de cómo abrirse al mundo.
A la sombra de la montaña mágica
Los dos hijos mayores de Thomas Mann, Erika y Klaus, eran poco convencionales, rebeldes y muy unidos el uno al otro. Fortalecidos por su estrecho vínculo, defendieron con vehemencia sus puntos de vista antinazis en una Europa sumida en el fascismo y fueron abiertamente, incluso desafiantes, homosexuales en una época de secretismo y represión. Aunque la fama de su padre ha eclipsado injustamente su legado, Erika y Klaus fueron autores serios, artistas de performance antes de que existiera el medio y visionarios políticos cuyos mordaces ensayos y conferencias siguen siendo relevantes hoy en día. Y, como revela Andrea Weiss en esta biografía dual, su historia ofrece una visión fascinante de la vida literaria e intelectual, la agitación política y las cambiantes costumbres sexuales de su época.
A la sombra de la montaña mágica comienza con un relato del mundo imaginario que los Mann crearon juntos cuando eran niños, una señal temprana de su talento, así como de la intensidad de su relación. Weiss documenta la colaboración artística que duró toda la vida y muestra cómo, cuando los nazis tomaron el poder, Erika y Klaus infundieron su trabajo con un sentido compartido de compromiso político. Sus opiniones les valieron el exilio y, después de escapar de Alemania, finalmente se mudaron a los Estados Unidos, donde ambos sirvieron como miembros de las fuerzas armadas estadounidenses. En el extranjero, disfrutaron de un amplio círculo de amigos famosos, entre ellos Andre Gide, Christopher Isherwood, Jean Cocteau y WH Auden, con quien Erika se casó en 1935. Pero las exigencias de la vida en el exilio, la adicción a la heroína de Klaus y la nueva lealtad de Erika hacia su padre pusieron a prueba su devoción mutua y, en 1949, Klaus se suicidó.
A la sombra de la montaña mágica: la historia de Erika y Klaus Mann
University of Chicago Press, 2008. 272 páginas.
Raves :
“Andrea Weiss demuestra aquí que las formas de vida complejas pueden prosperar en la oscuridad. A la sombra de la montaña mágica no solo ilumina a sus protagonistas principales, Erika y Klaus Mann, sino también al padre que los eclipsó. Una obra brillante e importante de retrato histórico y literario”.
David Hajdu, autor de Positively 4th Street: The Lives and Times of Joan Baez, Bob Dylan, Mimi Baez Farina and Richard Farina
“Weiss ha logrado captar una historia intrínsecamente dramática y la cuenta bien. La doble vida de los hijos mayores de Thomas Mann combina la homosexualidad, el conflicto político y la insondable carga de ser los hijos del más grande escritor vivo de Alemania. El principal mérito de la vivaz interpretación que Weiss hace de esta historia es la forma en que vincula los destinos de la progenie de Mann no sólo entre sí, sino con muchas de las figuras más importantes de la cultura europea. Por lo tanto, su libro también nos dice mucho sobre las vidas de los intelectuales y artistas antifascistas en la era nazi”.
Paul Robinson, autor de Gay Lives: Homosexual Autobiography from John Addington Symonds to Paul Monette
“A la sombra de la montaña mágica [es] una extravagancia de chismes cultos, con personajes destacados como André Gide, Bertolt Brecht, Sybille Bedford, Jean Cocteau, Stefan Zweig, Muriel Rukeyser, Christopher Isherwood, Janet Flanner, James Baldwin y Carson McCullers”.
Reseña de Harpers (haga clic en la publicación para leer la reseña completa)
“Andrea Weiss cuenta su historia con entusiasmo, simpatía y perspicacia”.
“En su útil y simpático libro sobre la familia Mann, In the Shadow of the Magic Mountain, Andrea Weiss… describe la naturaleza cambiante de su relación con mucho cuidado”.
“La suya es una historia fascinante. Fuera de las páginas de las memorias y ensayos de los propios Mann o de la ficción profundamente personal de Klaus, es difícil imaginarla contada de forma más comprensiva”.
“Autora de Vampires and Violets: Lesbians in the Cinema (1992) y Paris Was a Woman: Portraits from the Left Bank (1995), Andrea Weiss se encontraba en una trayectoria inevitable cuando finalmente se sentó a escribir la historia de Erika y Klaus Mann. El escenario estaba preparado, el drama, una tragedia. El intento de toda la vida de Klaus de ganarse la aprobación de su padre (o morir en el intento, lo que hizo) fue una campaña complicada y acosada por acontecimientos mundiales cataclísmicos que Weiss puso en práctica magistralmente”.
“El relato de Weiss sobre todos estos episodios es discreto, sobrio y conmovedor. Es de esperar que sirva para recordar a los estadounidenses un episodio importante de su historia y a dos visitantes muy especiales de sus costas”.
Legado maldito: La trágica vida de Klaus Mann de Frederic Spotts – reseña
Este artículo tiene más de 8 años.
Un nuevo estudio sobre el hijo de Thomas Mann revisa viejas suposiciones sobre el deseo de vida y muerte del atribulado escritor
Klaus Mann, más conocido por ser el autor de Mefisto , fue uno de los grandes idealistas de su época. Más que su padre Thomas Mann, fue clarividente al estar siempre del lado correcto (contra Hitler desde los años 1920, crítico del anticomunismo estadounidense desde los años 1940) y valiente al luchar por sus creencias, como escritor e incluso como soldado. Fue un escritor sorprendentemente enérgico y prolífico cuyo impulso optimista para hacer que las cosas sucedieran siempre se vio obstaculizado por un anhelo de muerte. Jugó “una y otra vez con la terrible y dulce idea del suicidio”.
En esta nueva biografía, Frederic Spotts es astuto en cuanto a la importancia histórica de Klaus y sensible a su extraña mezcla de confianza y timidez. Es menos perceptivo cuando se trata del “padre mago” de Klaus. En el relato de Spotts, Thomas “despreció, atormentó y humilló” a su hijo durante toda su vida y permaneció impasible ante su muerte.
En esta narración no hay mucho espacio para la ambivalencia, lo que parece absurdo si tenemos en cuenta que Thomas Mann convirtió la ambivalencia en su gran tema trágico. Sabía perfectamente que se había apartado de las emociones ordinarias de su vida para experimentarlas a través de su arte y conocía el coste que ello suponía. Le dolía la relación con su hijo mayor y se sentía conmovedoramente orgulloso de sus logros como soldado, aunque rara vez podía admirar con facilidad sus escritos.
Spotts describe a Thomas y Katia Mann asistiendo a una representación de El caballero de la rosa días después de la muerte de Klaus y saludando calurosamente a un viejo amigo. Sugiere que esto es evidencia de que Thomas era un "padre implacable, incomprensivo y lleno de odio". ¿No es posible, sin embargo, que su dolor fuera demasiado profundo para expresarlo en público? ¿Que después de una vida de proteger sus sentimientos del escrutinio público, fuera capaz de hacerlo incluso ahora? Y cuando uno está afligido, no es inmoral pasar la noche escuchando música triste y hermosa, mientras se recuerda al triste y hermoso hijo que se ha perdido.
Se han escrito varios libros sobre Klaus Mann, entre los que destaca el esclarecedor retrato conjunto de Klaus y su hermana Erika, realizado por Andrea Weiss, In the Shadow of the Magic Mountain . Spotts aporta material nuevo a su volumen, pero la mayor parte son detalles que sólo los obsesivos de Mann pueden apreciar. Su mayor reivindicación de originalidad se encuentra en su interpretación de la muerte de Klaus.
Klaus Mann fue encontrado inconsciente en su habitación de hotel en Cannes en mayo de 1949 y murió en el hospital unas horas más tarde. Según Spotts: “La ortodoxia biográfica sostiene que se suicidó deliberadamente. La ortodoxia biográfica se equivoca”. Aunque Spotts admite que Klaus anhelaba la muerte a diario (“No deseo sobrevivir este año”, había escrito en su diario en enero), señala correctamente que esto no significa que podamos ver la sobredosis final que lo mató como un suicidio intencionado. Había tomado tantas drogas durante tanto tiempo que es posible que todas ellas lo hubieran matado, sin que esto fuera un intento de suicidio real.
Esta es una intervención biográfica importante. Basándome en el testimonio de Spotts, estoy convencido no de que Klaus no lo hizo, sino de que no podemos saberlo con certeza en ningún caso. No estoy seguro de que esto tenga una importancia enorme, dado que Klaus sabía con certeza que se estaba matando lentamente con drogas y que deseaba abiertamente la muerte. Las personas que más lo amaban sin duda experimentaron esto como un suicidio. De hecho, en un pasaje que Spotts no cita, Thomas se culpó a sí mismo por el acto de su hijo: “Mi relación con él fue difícil, y no exenta de sentimientos de culpa, porque mi propia existencia arrojó una sombra sobre él desde el principio”.
El amargo sabor de la victoria de Lara Feigel: retrato de los alemanes en la derrota
Este artículo tiene más de 8 años.
Un estudio de la Alemania de posguerra vista por escritores y artistas muestra la naturaleza compleja de las actitudes hacia la nación derrotada.
A veces, las secuelas de una guerra pueden ser más terribles que el conflicto en sí. Con la caída de Hitler y la rendición incondicional del Estado nazi el 7 de mayo de 1945, Alemania quedó sumida en un abismo de horror: ciudades reducidas a escombros, sin electricidad ni agua; cadáveres sin enterrar en calles llenas de cráteres de bombas; y civiles en peligro de sufrir enfermedades, violaciones y hambruna.
Visitar esta Alemania derrotada, escribe Lara Feigel, era “enfrentarse a un apocalipsis”. Casi las únicas señales de vida eran las Trümmerfrauen o “mujeres de escombros”, figuras fantasmales empleadas por los aliados para limpiar montañas de escombros a mano.
Feigel siente una gran afinidad por los escombros. Su primer libro, The Love-charm of Bombs (El encanto amoroso de las bombas) , fue un estudio impresionante de la experiencia de algunos escritores ingleses con los bombardeos. En este libro, se traslada a Europa en busca de un éxito mayor y posiblemente más resonante. Una vez más, viaja en compañía de artistas: el fotógrafo Lee Miller , George Orwell (corresponsal del Observer ), Ernest Hemingway y su entonces esposa, la periodista Martha Gellhorn, WH Auden, el director de cine Billy Wilder, Evelyn Waugh y la seductora pero divisiva figura de Marlene Dietrich.
El amargo sabor de la victoria cuenta la historia de Alemania entre 1944 y 1949 a través de los ojos de personas ajenas a la época, junto con el testimonio de algunos exiliados alemanes emblemáticos, entre ellos el novelista Thomas Mann y sus hijos Klaus y Erika, que también estaba casada con Auden.
Había muchas razones para viajar a Alemania después de la guerra: curiosidad, filantropía o incluso espíritu de venganza. El motivo que parece más relevante para el lector contemporáneo, pero también el más extraño e idealista, era la creencia de que la “renovación” debía venir a través de la cultura
“Los escritores y los artistas”, escribe Feigel, “eran considerados fundamentales para lograr una solución pacífica de posguerra, no sólo en Alemania, sino en toda Europa”. De hecho, la fundación de la Unesco en noviembre de 1945 se inspiró en la idea de que “dado que las guerras comienzan en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz”.
Pero antes de nada, se planteó la cuestión de cuál era la mejor manera de salvar a Alemania. ¿Era nazi todo miembro del Reich derrotado? El servicio civil británico tenía una respuesta a esta pregunta. “Los alemanes no se dividen en buenos y malos”, instruía un folleto del gobierno británico distribuido a los soldados que se unían a la ocupación aliada, “sólo hay elementos buenos y malos en el carácter alemán, de los cuales estos últimos predominan generalmente”.
El pensamiento oficial era que si se trataba de los “malos” alemanes se “impediría que Alemania iniciara la Tercera Guerra Mundial”. Estados Unidos tenía un plan de desmilitarización y desindustrialización que, en esencia, habría transformado a Alemania en una granja gigante.
Para algunos aliados, especialmente los británicos, eso no era suficiente. La “desnazificación” se convirtió en su lema. Para Orwell, eso se utilizó para justificar el voyeurismo pornográfico sobre los campos de exterminio. “Si se anunciara que los principales criminales de guerra iban a ser devorados por leones… en el estadio de Wembley”, escribió, “imagino que el espectáculo sería bastante concurrido”.
La liberación de Buchenwald, Dachau y los demás campos de exterminio en abril y mayo de 1945 se convirtió en la primera prueba para quienes esperaban renovar Alemania a través de la cultura. ¿No estaba el país sin posibilidad de redención? Incluso si los alemanes pudieran ser “desnazificados”, ¿merecían la ayuda de los aliados?
Orwell, en un encargo del Observer , planteó la pregunta esencial: “¿Hasta qué punto los simples campesinos que acuden a la iglesia los domingos por la mañana pueden ser responsables de los horrores del nazismo?”. La furiosa respuesta de Gellhorn fue la afirmación de la culpa y la responsabilidad colectivas. Ahora, el folleto del gobierno británico sobre “el carácter alemán” aconsejaba: “No intentes ser amable”.
Durante los dos años siguientes, hasta que la Guerra Fría introdujo un nuevo tipo de peligro, los alemanes fueron tratados como prisioneros convictos. Esta fase culminó con los juicios de Núremberg y el ahorcamiento del alto mando nazi superviviente en octubre de 1946.
Entre los escritores que visitaron los escombros de Berlín y Dresde en esos meses encontramos el comienzo de una nueva simpatía. Mientras que Hemingway y Gellhorn habían sido voyeurs de un mal insondable, Auden y algunos poetas colegas, por ejemplo, eran artistas liberadores que querían promover la cultura alemana desde la creencia en el “buen alemán”.
Para algunos escritores británicos, ir a Berlín fue como regresar al Londres de los bombardeos. Allí, Auden y Stephen Spender encontraron extraños y amargos los frutos de la victoria. Entre los estadounidenses, hubo menos introspección. Sus generales tuvieron aventuras con periodistas visitantes, en particular con Martha Gellhorn, que, según el relato de Feigel, aparece como una femme fatale de talla mundial.
Pero algo había cambiado. Era difícil mantener el vagabundeo de la guerra entre los cadáveres insepultos y los supervivientes esqueléticos. ¿Qué lugar había para la alegría y el romance en ese páramo de sueños rotos?
Todos estos conflictos se conjugaron en Núremberg. El tribunal de crímenes de guerra constituye el eje central de la historia de Feigel, vista a través de los ojos de Rebecca West, y simboliza la irreductible complejidad de la respuesta de los aliados al nazismo. La empequeñecida normalidad de los acusados no pudo salvarlos de la justicia de los vencedores, pero pocos se sintieron satisfechos con el resultado. ¿Se estaba juzgando a la nación? ¿Realmente el ahorcamiento de Von Ribbentrop, Frank y Frick resolvió la cuestión de la culpabilidad de Alemania?
En 1946, el fracaso de las potencias ocupantes a la hora de resolver el problema de Alemania no sólo fue una inquietante recapitulación de Versalles de 1919; también inspiró la nueva idea de que los aliados estaban “perdiendo la victoria”.
En realidad, si Alemania estaba a punto de empezar a ganar la paz, Gran Bretaña y Estados Unidos se estaban deslizando hacia un nuevo y más letal conflicto. Los capítulos finales del erudito y apasionante libro de Feigel están dominados por la naciente guerra fría. Esta se convirtió en una crisis tanto cultural como militar, y pronto se convirtió en una cuestión de relaciones internacionales habitual. Los escritores soviéticos empezaron a denunciar a sus homólogos estadounidenses. Spender lanzaría una revista financiada por la CIA y Berlín se convertiría en una nueva zona de guerra.
La respuesta británica fue confiada, segura y maravillosamente fuera de lugar. Después de haber hecho el sacrificio de la guerra, era hora de volver a los frutos de la paz y la abundancia: celebrar los gloriosos recuerdos de Raleigh, Shakespeare y la Reina de las Hadas. La Sociedad Marlowe de la Universidad de Cambridge presentó Medida por medida en Berlín, y su Sociedad Madrigal realizó un concierto de Purcell donde fueron aclamados por un espectador por estos "apasionados recordatorios de la era isabelina".
Finalmente, después de ver El amargo sabor de la victoria, uno se aleja con la sospecha de que todo fue un poco más loco y extraño de lo que el Dr. Feigel está dispuesto a admitir. Puede que se haga una película extraordinaria, ambientada en las ruinas alemanas de este amargo período posterior, pero probablemente no se encuentre aquí la fuente de la que se trata.
De tal palo tal astilla: el escritor alemán Thomas Mann interpreta al villano de la víctima de su hijo Klaus en Cursed Legacy
Frederic Spotts relata todas las formas en que Klaus intentó superar a su padre, pero nunca lo logró, en Cursed Legacy.
Las biografías nos enseñan que los padres de artistas de gran talento no pueden esperar un trato generoso de la posteridad. Si son padres devotos y hacen las cosas bien, nadie se enterará de ello. Si se equivocan, nadie se enterará de nada más.
Según todos los informes, Thomas Mann, el escritor más admirado de Alemania durante muchos años, se equivocó. Su recompensa este año, seis décadas después de su muerte, es el papel de villano en Cursed Legacy: The Tragic Life of Klaus Mann (Yale University Press), de Frederic Spotts.
Klaus Mann, el segundo de los seis hijos de Thomas Mann, es la víctima del libro. Tuvo la mala suerte de ser un buen escritor y tener un gran escritor por padre. Thomas consideraba que Klaus carecía de seriedad, que era un diletante que prefería viajar a trabajar, que perseguir a sus numerosos amantes homosexuales a estudiar. Mostraba poco interés por la obra de Klaus. Klaus consideraba que Thomas era frío, distante y egoísta.
Los demás niños sentían lo mismo. Pensaban que su padre era vanidoso y que se enojaba con facilidad. Spotts cita a alguien que dijo que cuando llegó fue como si un iceberg hubiera entrado en la habitación. Al parecer, quería más a sus perros que a sus hijos. Una vez le dio un poco de fruta a su primogénita, Erika, pero no les dio ninguna a los otros niños. Explicó: "Es mejor que os acostumbréis a la injusticia de la vida". Durante la escasez de alimentos de la Primera Guerra Mundial, Thomas comía bien, pero los niños no.
Como muestran sus diarios publicados, Thomas tenía una fuerte tendencia a la homosexualidad. Los sentimientos de Klaus eran similares. Pero donde Thomas ocultaba su deseo, Klaus describía sus sentimientos eróticos con detalle y por escrito. Esa fue una de las razones por las que Thomas y Klaus nunca se llevaron bien. Thomas pensaba que era escandaloso hacer públicas esas cosas.
La ética laboral también los distinguía. Thomas trabajaba duro todos los días y se tomaba sus libros tan en serio como los críticos. Probablemente pensó que el Premio Nobel que ganó en 1929 era una recompensa adecuada por décadas de trabajo. Klaus escribió un montón de novelas y cientos de artículos, pero nunca sugirió que fueran importantes. Había otras cosas más importantes, como el desmoronamiento de la civilización europea.
Thomas no veía ningún valor en el trabajo de Klaus. Cuando se estaba escribiendo un libro sobre él, hace décadas, uno de sus amigos dijo que debería titularse Subordinate Klaus.
Tuvo la mala suerte de ser un buen escritor con un gran escritor por padre.
Como biógrafo, Frederic Spotts claramente toma partido. Está a favor de Klaus y en contra de Thomas. Su libro adolece de prejuicios y de una psicología demasiado confiada. “Klaus ansiaba la aprobación de Thomas”, escribe Spotts, y continúa diciendo que Klaus volcó su frustración y su ira hacia el interior. Allí creó depresión, adicción a las drogas y pensamientos de suicidio. Es un relato ingenioso pero demasiado fácil, un relato demasiado simplificado de una vida compleja.
Spotts afirma que Klaus no se suicidó, como muchos siempre han creído. Murió en 1949, a los 42 años, por una sobredosis de somníferos. Thomas escribió tristes palabras en su diario: “Mi relación con él fue difícil y no estuvo exenta de sentimientos de culpa, pues mi propia existencia lo ensombreció desde el principio”.
En otras partes del texto, Spotts se muestra más seguro. Nos convence de que Klaus se adelantó a la mayoría de los alemanes cuando predijo (alrededor de 1930) que Hitler era una catástrofe para Europa y especialmente para Alemania. Entiende por qué Klaus se puso del lado de su amigo André Gide en su actitud hacia la Unión Soviética. “Es inadmisible”, escribió Gide, “que la moral caiga tan bajo como lo ha hecho el comunismo”. Los comunistas de Occidente lo calificaron de traición, pero Klaus simpatizó con él. Renunció a todos sus amigos comunistas.
En 1936, mientras vivía como antinazi en Ámsterdam, Klaus escribió Mefisto: novela de una carrera, sobre un gran actor alemán que colabora con el régimen de Hitler por el bien de su vida profesional y su lugar en la sociedad.
El actor Hendrik Höfgen está claramente inspirado en el famoso Gustaf Gründgens, cuñado de Klaus y conocido por su interpretación de Mefistófeles en el Fausto de Goethe. Klaus reelaboró el tema de Fausto haciendo que su personaje, parecido a Gründgens, vendiera su alma.
La novela fue la obra más admirada de Klaus y la más controvertida. Se convirtió en el centro de un famoso juicio en 1966, cuando el hijo adoptivo de Gründgens demandó a la editorial y exigió que se prohibiera el libro. Después de argumentos sobre difamación y libertad literaria, el tribunal dictaminó que prevalecían los derechos de personalidad post mortem de Gründgens.
Tras años de debates, el Tribunal Supremo de Alemania Occidental dejó en pie la sentencia. Fue un veredicto popular. Muchos alemanes no estaban dispuestos a escuchar las opiniones de alguien que había pasado los años de Hitler como expatriado. Después de la guerra, Gründgens continuó su carrera.
La novela se publicó finalmente en Alemania en 1981, el mismo año en que apareció con gran éxito la versión cinematográfica dirigida por István Szabó y protagonizada por Klaus Maria Brandauer, que ganó el Óscar a la mejor película extranjera.
Mostró poco interés por el trabajo de Klaus. Klaus consideraba a Thomas frío, distante y egoísta.
La hermana de Klaus, Erika, también actriz, era una exiliada como él. La mayor parte de la familia y muchos de sus amigos huyeron de Alemania después de que Hitler se convirtiera en canciller y cualquier libro sobre ellos trata de estrategias de escape y de la búsqueda de nuevos hogares, temas tan típicos de los siglos XX y XXI. La esposa de Thomas, Katia, era judía laica y sus hijos eran judíos bajo las reglas de Hitler.
Como ciudadana alemana, Erika temía que el gobierno la obligara a volver a enfrentarse a acusaciones falsas de subversión del gobierno. En 1935, en Ámsterdam, Klaus le sugirió que obtuviera la ciudadanía extranjera mediante el matrimonio. Su amigo Christopher Isherwood, que era homosexual, parecía un buen candidato para un matrimonio de conveniencia.
Isherwood se negó, pero pensó que su amigo Wystan Auden, que entonces era maestro de escuela en Inglaterra, podría estar de acuerdo. Auden respondió por telegrama: “Con mucho gusto”. Erika nunca lo conoció, pero pronto se encontraba en Inglaterra casándose con el poeta WH Auden. Nunca vivieron juntos, pero siguieron siendo amigos y, técnicamente, se casaron hasta la muerte de Erika en 1969.
Los tiempos de terror dan lugar a sorprendentes hazañas de ingenio.
Una de las figuras más interesantes de la familia de Thomas Mann fue su hijo Klaus, que aparece en dos libros publicados recientemente, uno la biografía sobre Los Mann (Navona) escrita por el periodista cultural Tilmann Lahme, y en La novela de la Costa azul de Giuseppe Scaraffia (Periférica), costa que frecuentó con asiduidad y donde se suicidó en Cannes, en 1949, de una sobredosis de somníferos.
Klaus Mann nació en Münich, en 1906, y dejó constancia de la primera parte de su vida en Hijo de este tiempo (Minúscula, 2001). En estas memorias de infancia se levanta lo que serán las líneas de una vida marcada por la presencia cariñosa de la madre, un padre distante y nombre clave de letras alemanas del siglo XX, y la figura de su hermana y compañera ideal en todo tipo de aventuras, Erika.
Como él mismo señaló, la historia de su infancia también tiene interés por el contexto histórico, ya que vivió los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial y luego la revolución espartaquista en Alemania para acabar con la galopante inflación y el derrumbe económico de la República de Weimar cuando tenía dieciséis años.
Sumergido de lleno en la crisis de la burguesía de los años veinte y treinta, con el comunismo primero y el nazismo después llamando a la puerta de casa, el resultado fue que, como bien recuerda Klaus, “durante unos cuantos años, no tuvimos nada que comer y nada que ponernos: esto es importante porque en este terreno ya no podía ocurrir nada que nos resultase nuevo e insufrible. Más importante es que nos faltó aquel suelo firme bajo los pies que nuestros padres aún habían tenido. Tanto desde el punto de vista moral como desde el económico no tuvimos nada con lo que contar”.
Esenada que se repite varias veces refleja la crisis del pensamiento moderno de la Europa de entreguerras que algún parecido, aunque con otros mimbres, tiene con la nuestra. En lo literario, el hijo de Mann fue como en todo lo demás bastante precoz y su talento evidente. Escribió una obra teatralAnja und Esther que representó con éxito junto a su hermana Erika a los diecinueve años y otros jóvenes ilustres de la época, como Pamela Wedekind y Gustaf Gründgens, que llegaría a ser uno de los actores alemanes más famosos de la época.
Gründgens estuvo casado dos años con Erika y mantuvo una relación con Klaus. Su retrato se puede leer en una de sus mejores novelas de Klaus Mann, Mephisto y en la que el protagonista es un buen actor, débil de carácter y oportunista, que hace carrera en la Alemani nazi a costa de sus convicciones íntimas. De esta novela, el realizador húngaro Istvan Szabo hizo una película en 1980 con el actor Klaus Maria Brandauer en el papel del actor, lo que significó el renacimiento de Klaus Mann, un escritor hasta entonces olvidado. También forzó la reimpresión de esta novela que debido a un pleito con el hijo adoptivo del actor no se publicaba desde 1936.
La relación con su padre, el mago como le apodaban los hijos, marcó bastante su vida. Si en un principio el apellido Mann le ayudó en los ambientes literarios, y él se aprovechó de ello, pronto se convirtió en una losa en su camino. Al padre la obra del hijo le parecía superficial y demasiado prolífica, lo que se notaba en sus elogios que eran más de compromiso que un sentimiento sincero. Por parte de éste, el gran inconveniente era que no había lector que se acercase a su obra sin prejuicios o sin compararle con la obra paterna.
Esta relación con el padre lo abocó a un complejo de inferioridad literario y del que no podía escapar, pues el uso de un seudónimo, según él, tampoco le hubiese garantizado el anonimato toda su vida.
Thomas Mann con sus hijos Klaus y Erika
Pero los demonios particulares de Klaus Mann trascendían la figura del padre. Él procuró eludirlos con una hiperactividad social, literaria y vital, además de viajes continuos que le hicieron preocuparse por el momento espiritual de Europa y su decadencia si continuaba agotándose en luchas fratricidas frente a continentes come el asiático o americano.
Como publicista de sí mismo le gustaba escandalizar declarando públicamente su homosexualidad, o haciendo uso de drogas. Como dijo Rilke, la fama es la suma de todos los conceptos equivocados que circulan sobre una persona y el personaje Klaus Mann resultó ser matriz de muchos equívocos.
En lo literario, Klaus Mann fue un buen escritor. Sobre todo con sus novelas escritas durante el exilio y entre las que destaca la antes mencionada, Mephisto (1936), a las que hay que añadir Huída al norte (1934), Sinfonía patética (1935), inspirada en la vida de Tchaikovski, y El volcán (1939) sobre la emigración alemana antes de la guerra. Su obra es un microcosmos que abarca las experiencias y obsesiones del hombre moderno al no eludir los conflictos fundamentales de su tiempo e integrarlos con su drama personal.
La llegada del nazismo al poder le proporcionó una causa más por la que vivir. Exiliado en 1933 fundó la revista Die Sammlung para combatir culturalmente la propaganda del Tercer Reich, y en la que colaboraron autores alemanes y extranjeros, pero que no tuvo una vida larga debido a las presiones de los nazis sobre los colaboradores alemanes. Durante su gira como conferenciante por Estados Unidos, mantuvo una controversia con el poeta Gottfried Benn, al que Klaus consideraba el principal poeta de habla alemana y que simpatizó en un primer momento con el nazismo. La respuesta del poeta a la invitación de Klaus Mann para disociarse del nazismo fue la de calificarlo como emigrante de lujo, y acusarle de cambiar de villa pero no de estilo de vida. Evidentemente para alguien tan poco sedentario como Klaus y que estaba acostumbrado desde la mas temprana juventud a vivir en los hoteles de todo el continente, el exilio fue bastante soportable.
Klaus Mann se nacionalizó estadounidense con la entrada de Norteamérica en la Segunda Guerra Mundial. Fue uno de los pocos escritores alemanes que también escribió en inglés. En 1942 se alistó en el ejército norteamericano y participó en la campaña de Italia en una unidad de propaganda. Con la guerra los demonios que lo asediaban se disiparon.
La llegada de la paz y de la Guerra Fría cambiaron de nuevo la dirección de su vida. Ya no podía regresar a Alemania, un país devastado en el que se sentía extranjero y cuyos compatriotas a su juicio seguían teniendo con los mismos defectos de antes de la guerra. Pero la realidad era que habían ocurrido demasidas cosas para volver al punto de partida.
Obsesionado con el envejecimiento y la muerte, se mató por una concatenación de causas, entre las que estaban las preocupaciones politicas y sociales, la escasez de dinero, la falta de eco de su obra, proyectos fallidos, abuso de las drogas, amoríos sin futuro… Su hermano Golo, en su libro de memorias, negó la tesis fácil del fracaso por culpa del padre. Si se busca un motivo, tal vez debemos adjudicarlo a que vivió un tiempo intenso, infeliz y creativo con una personalidad voluble y contradictoria, pero también con la valentía suficiente para defender los valores humanos.
Los hermanos Erika y Klaus Mann viajaron a España en verano de 1938, en plena guerra civil. Durante su estancia escribieron y enviaron una serie de crónicas a distintos medios internacionales, que ahora aparecen, por primera vez y de manera conjunta, en español. Su primer objetivo era que el mundo siguiera apoyando la causa republicana en uno de los momentos más decisivos de la contienda: la preparación de la batalla del Ebro. Desde su aparición en las primeras listas de expatriados del régimen nazi, en agosto de 1933, los hijos mayores del premio Nobel de literatura Thomas Mann se habían convertido en estandarte intelectual del antifascismo europeo. Como la mayor parte del exilio alemán, se sentían directamente interpelados por nuestra guerra civil. Tenían la necesidad de mostrar que Hitler era una amenaza para la democracia y un verdadero peligro para la paz mundial, como también que no todos los alemanes apoyaban la barbarie nazi. La embajada española en París acogió con entusiasmo la iniciativa y facilitó su protección durante un viaje que duró tres semanas, del 23 de junio al 15 de julio.
"Siguen la línea de costa y tras una breve estancia en Valencia se dirigen a Madrid, ciudad sitiada que recorren al completo. Respiran el hambre, los años de guerra"
Desde la frontera llegan a Barcelona, muy lejos ya de su etapa revolucionaria. La vida, a pesar de la lucha, sigue su curso. Ese es el milagro español. Pero, muy pronto van a entrar en contacto con una experiencia radicalmente distinta a todas las que han vivido hasta el momento. Se trasladan al frente, motivo principal de su viaje. Ambos hermanos descienden al horror de la guerra, siguen las huellas que deja un interminable reguero de casas destrozadas y caminos calcinados. Entran a toda prisa en Tortosa, donde sufren un duro e interminable bombardeo hasta que cae la noche. Visitan, poco después, a los prisioneros de guerra. Se interesan por los pilotos alemanes, pero comprueban, con dolor, que ya no hablan el mismo idioma. Siguen la línea de costa y tras una breve estancia en Valencia se dirigen a Madrid, ciudad sitiada que recorren al completo. Respiran el hambre, los años de guerra. Aquí solo visitan el frente autorizado: la Ciudad Universitaria y el monumento homenaje a los brigadistas internacionales del Jarama. Anotan la situación del Tesoro Artístico que comparan con la de Barcelona, donde regresan para terminar el viaje.
"La confianza que el gobierno tiene en la opinión pública de las democracias choca con el escepticismo del ejército profesional sobre la viabilidad de una acción internacional que pudiera provocar un cambio en la guerra"
Todo lo que han visto y sentido durante esos días, provoca en ellos una doble reacción, de condena y de admiración. Es el precio a pagar por la inmersión directa en una guerra interminable. Una experiencia compartida con otros corresponsales, escritores y diplomáticos, que vivieron la guerra civil, como Ernest Hemingway, Ernst Toller, Maria Osten, Erwin Kisch o Morla Lynch. Aunque vivieron periodos distintos, todos ellos coincidieron en qué lo que se estaba dirimiendo realmente en aquel conflicto iba mucho más allá de las fronteras ibéricas. Los Mann lograron expresar además un cambio personal. Tras visitar el frente del Ebro, tras experimentar la crueldad de la guerra y el tipo de lucha que se estaba librando, reflexionaron abiertamente sobre la necesidad de abandonar el pacifismo, experiencia vital en toda la generación posterior a la Primera Guerra Mundial, para combatir el fascismo. Este es un aspecto decisivo del libro. Porque, a diferencia de los otros observadores, las crónicas de los hermanos Mann no se someten a la fría y controlada propaganda del momento. Evolucionan a lo largo del viaje, a través de lo que ven, de lo que sienten; a medida que se adentran en la guerra están más alerta, son más rigurosos en la descripción. Su mirada, abierta y clara, es toda una defensa literaria de la democracia y del derecho a vivir en paz.
El libro tiene, por último, un interés excepcional para la historiografía de la guerra civil española. Además del frente, los Mann visitan los despachos; entrevistan a dos de los actores fundamentales de la última etapa del conflicto como fueron Julio Alvárez del Vayo, Ministro de Estado y mano derecha del presidente Negrín, y el coronel Casado, el jefe del Ejército del Centro. Sus testimonios, desconocidos hasta el momento, muestran el corazón de la disputa republicana. La confianza que el gobierno tiene en la opinión pública de las democracias choca con el escepticismo del ejército profesional sobre la viabilidad de una acción internacional que pudiera provocar un cambio en la guerra. Una contradicción que, a pesar de la inmensa fe con la que se levantan estas crónicas, impregna todas sus páginas. La lucha ha levantado un abismo entre asumir y cambiar la realidad que separa toda Europa. Con el párrafo siguiente termina la última de sus crónicas sobre España, escrita ya de regreso a Francia, donde viven con total indiferencia, cuando no hostilidad, las noticias de una lejana guerra al otro lado de los Pirineos.
“Nada es tan terrible, nada provoca tan directamente la indignación y la compasión como el destino de los niños españoles. Y nada puede resultar más hermoso, conmovedor y esperanzador, que el amor dispuesto al sacrificio que se ofrece a los niños y que tiene que salvar sus vidas para un futuro liberado”.
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Autores: Erika y Klaus Mann. Título: El milagro de España: Crónicas de un viaje en 1938. Traducción: Carlos Fortea e Isabel García Adánez. Editorial: Edhasa.
Las aventuras de los Mann-Twins
Los hijos de Thomas Mann, Erika y Klaus, se dieron a conocer a finales de los años 20 como los "Mann-Twins" con historias sobre drogas y travesuras eróticas. El semidocumental "Escape to Life" de Andrea Weiss y Wieland Speck muestra la vida turbulenta de los famosos y talentosos hermanos.
Por Kerstin Schneider
“No hay paz hasta el final”, esta frase de la biografía de Klaus Mann “The Turning Point” podría ser el lema de la historia de Erika y Klaus Mann. La película comienza con una entrevista mutua ficticia entre Erika y Klaus, presentada por los hermanos Vanessa y Corin Redgrave. En él, hermano y hermana repasan la historia de sus vidas. Nacidos en 1905 y 1906 como hijos mayores de Thomas y Katia Mann, Erika y Klaus pasaron una infancia llena de acontecimientos en Munich, ilustrada en la película con hermosas fotografías del álbum familiar. Escritores como Hugo von Hofmannsthal y Gerhart Hauptmann iban y venían con el mundialmente famoso autor de los "Buddenbrooks", a quien los niños llamaban "El Mago".
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No pude vivir: Klaus Mann
No pude vivir: Klaus Mann Foto de : Piffl
En este clima creativo, Erika y Klaus comenzaron temprano sus propias actuaciones artísticas, escribieron textos y poemas y actuaron en teatro. Los hermanos, que se hacían llamar gemelos, eran considerados muy talentosos y difíciles de educar. Klaus tenía diecisiete años y Erika dieciocho cuando partieron hacia Berlín. Se hicieron un nombre con carreras de autos, travesuras eróticas e historias sobre drogas. Ambos vivieron abiertamente su homosexualidad. Como escribió más tarde Klaus Mann, compartían la “inquietud de toda una generación”. En 1929 los dos realizaron una gira mundial por América, Asia y la Unión Soviética, que financiaron con actuaciones improvisadas y giras de conferencias.
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Andrea Weiss y Wieland Speck sacan la historia de los hermanos del contexto familiar. La pregunta principal no es: ¿Cómo es la vida como hijo de un padre famoso? Más bien, la atención se centra en los propios logros artísticos de Erika y Klaus Mann.
Escenas de juegos de madera: Cora Frost como Erika
Escenas de juegos de madera: Cora Frost como Erika Foto: Piffl Media
La vida despreocupada de los dos gemelos terminó cuando Hitler llegó al poder. En 1933 abandonaron su existencia como bohemios por su activismo político. Erika Mann fundó el cabaret político "Die Pfeffermühle", con el que actuó contra Hitler, primero en Munich y luego en Zurich y Estados Unidos. Su hermano era editor de la revista política “Diesammlung” de Ámsterdam, en la que publicaban artículos opositores nazis como Heinrich Mann y André Gide. Sólo con grandes dificultades ambos lograron persuadir a su padre, Thomas Mann, de que se alejara de Alemania.
La emigración provocó la separación espacial de Erika y Klaus, quienes veían en su alegre y fuerte hermana una especie de apoyo. Se vio cada vez más arrastrado a un vórtice de drogas y dificultades existenciales. Ni siquiera después de la guerra pudo recuperar su posición en Alemania. El 21 de mayo de 1949 se suicidó en Cannes.
Material de archivo, fotografías privadas, entrevistas y escenas de juegos.
Actuó contra Hitler desde EE.UU.: Erika Mann
Actuó contra Hitler desde EE.UU.: Erika Mann Foto: Piffl Media
Con un montaje de material de archivo, fotografías privadas, entrevistas con Erika Mann y conversaciones con amigos de los hermanos, los directores ofrecen una visión entretenida y completa de las turbulentas vidas de los dos hermanos. Los realizadores se abstienen por completo de utilizar sus propios comentarios; sólo los textos originales de Erika y Klaus Mann dan estructura a la película. La parte documental en blanco y negro se complementa con escenas interpretadas en las que se implementan textos de Klaus Mann. Algunas escenas del juego parecen un poco rígidas y el objetivo de que quieras leer las novelas de Klaus Mann no se cumple del todo.
Lo que es revelador, sin embargo, es la entrevista con la hija menor de Thomas Mann, Elisabeth Mann-Borghese, que habla de su hermosa infancia pero también describe la difícil relación de Klaus con su padre: "Klaus fue un poeta desde el principio. Klaus escribía mientras respiraba". ". La película documenta lo que esto significó para esta figura paterna, sin que se formulen acusaciones contra Thomas Mann.
El título de la película "Escape to Life" proviene del título de un libro de Erika y Klaus, en el que resumieron sus experiencias en el exilio en Estados Unidos. Desafortunadamente, Klaus Mann nunca logró volver a la vida.
Escape to Life: la historia de Erika y Klaus Mann. Director: Wieland Speck y Andrea Weiss; con las voces de Vanessa Redgrave/Barbara Nüsse (Erika Mann), Corin Redgrave/Ulrich Matthes (Klaus Mann). Actores: Maren Kroymann, Cora Frost; Duración 84 minutos; Distribuidor: Piffel / Hamburg Film Fund; Estreno en cines en Berlín, Hamburgo y Frankfurt: 5 de abril de 2001
“Un escritor es alguien para quien escribir es más difícil que para otros.”
Thomas Mann
Thomas Mann visita el Lido y se inspira para escribir su novela Muerte en Venecia .
En mayo de 1911, Thomas Mann se alojó en el Grand Hotel des Bains del Lido de Venecia con su hermano Heinrich y su esposa Katia. Allí, se inspiró para escribir la que sería quizás su obra más leída, la novela corta « Muerteen Venecia », en la que un escritor severo de unos cincuenta años, Gustav von Aschenbach (basado en cierto modo en Gustav Mahler), viaja al mismo hotel y se obsesiona con un niño, volviéndose irreconocible para sí mismo, mientras la amenaza del cólera se cierne sobre la ciudad.
En sus memorias Unwritten Memories , Katia Mann recordó su propia llegada al Grand Hotel des Bains:
Había muchísima gente, y en el comedor, el primer día, vimos a la familia polaca, que era exactamente como mi marido la describió [en la novela]: las chicas vestían de forma bastante rígida y austera, y el encantador y guapo niño de unos trece años llevaba un traje de marinero con cuello abierto y preciosos cordones. Captó la atención de mi marido de inmediato. Este chico era tremendamente atractivo, y mi marido siempre lo observaba con sus compañeros en la playa. No lo persiguió por toda Venecia —eso no lo hizo—, pero el niño sí lo fascinó, y pensaba en él a menudo.
Pero el viaje le dio a Mann más que solo a Tadzio con quien trabajar. «En Muerte en Venecia nada es inventado», escribió el propio Mann en Un bosquejo de mi vida . «El viajero junto al Cementerio del Norte de Múnich, el lúgubre barco de Pola, el anciano petimetre, el gondolero dudoso, Tadzio y su familia, la partida impedida por una confusión con el equipaje, el cólera, el honesto empleado de la agencia de viajes, el malévolo cantante callejero, o cualquier otra cosa que se le ocurra mencionar: todo estaba dado».
«Todo se basaba en la realidad, hasta en los detalles», añadió Katia, «pero nadie más que Thomas Mann habría podido plasmarlos en Muerte en Venecia . Mi marido transmitió a Aschenbach el placer que realmente sentía por este chico encantador, transformándolo en una pasión extrema».
Muerte en Venecia se publicó al año siguiente, en 1912, y se tradujo por primera vez al inglés en 1924.
Lo siguiente es de un discurso para el Premio Thomas Mann de la Ciudad Hanseática de Lübeck y la Academia Bávara de Bellas Artes. Traducido por Kurt Beals.
Silencio, severidad, nerviosismo, ira; eso es lo que los hijos e hijas de Thomas Mann dicen haber recibido de su padre, aunque habría que agregar en esa enumeración el genio creativo y una tendencia al suicidio que signó a una familia atravesada tanto por la literatura como por las grandes guerras del siglo XX. Ahora que se editaron por primera vez en español los cuentos completos del Premio Nobel alemán, una mirada curiosa sobre una familia tan disfuncional como cualquier otra.
Por Facundo Saxe
¿Grandilocuencia? ¿Locura? ¿Una familia como todas? La familia del Premio Nobel alemán Thomas Mann es una gran estirpe en la que todo se mezcla y se confunde. De la genialidad al tabú, de la perfección al incesto. ¿Un hermano que tiene relaciones incestuosas con su hermana, que luego se suicida? ¿Un hijo que sabe que su desnudez turba al padre reprimido y disfruta con incomodarlo? ¿Incesto del padre hacia los hijos? No hay respuestas, estos y otros fantasmas sobrevuelan a los Mann. No en vano se los presenta como una familia que ilustra la historia alemana del siglo XX, con sus atrocidades y sus renacimientos.
Thomas Mann nace en 1875, hijo de una brasileña obligada a vivir en tierras germanas y un acaudalado padre comerciante. Tuvo cinco hermanos: Heinrich, el mayor. Las dos hermanas, Carla y Julia, suicidas (una siniestra simetría indica que los suicidios de los Mann siempre se dieron de a pares). Viktor, el quinto hermano, el gran olvidado.
Heinrich y Thomas fueron grandes escritores. Totalmente opuestos en la vida creativa y la vida real. Thomas fue frío y medido. Heinrich, pasional y descontrolado. Heinrich fue un gran amante de la vida y de las mujeres. El gran amor de la vida de Heinrich fue Nelly Kröger, su segunda esposa, una actriz de baja categoría que jamás fue aceptada por Thomas y Katia, su mujer.
Katia Pringsheim fue la primera y única esposa de Thomas Mann. Porque el joven Thomas se enamoró y se casó con ella con mucha rapidez. Thomas y Katia fueron el espejo de Heinrich y Nelly. La mesura versus el descontrol. La frialdad versus la pasión. Nelly fue aborrecida por Katia, quien se encargó de dejar a la historia la imagen de Nelly como una mujer poco inteligente y con serios problemas de personalidad. Una imagen que ha comenzado a ser revisada en los últimos tiempos.
Thomas y Katia formaron una familia perfecta en torno de su matrimonio. Concibieron seis hijos. Katia se encargó de fomentar y sustentar la imagen y la carrera de su marido. Y Thomas se preocupó. Vivió siempre preocupado. Preocupado, por ejemplo, por hechos como el ocurrido a principios de los años treinta, cuando el matrimonio Mann se encontraba refugiado en Suiza. La creciente situación de tensión en Alemania había hecho que Thomas y Katia no regresaran de sus vacaciones y abandonaran su hogar en Munich por la tranquilidad de Suiza. Pero en Munich, Thomas había dejado algo que lo preocupaba. Sus diarios íntimos habían quedado en la casa abandonada. La creciente persecución de los nazis a los intelectuales judíos y contrarios al régimen inquietaba a Thomas. Pero lo que más lo preocupaba era que pudieran encontrar sus diarios íntimos (el hecho está perfectamente retratado en la miniserie televisiva La Familia Mann de Heinrich Breloer).
¿Qué preocupaba tanto a Thomas? ¿Qué había en esos diarios? La respuesta fue dada veinte años después de la muerte del escritor. Thomas era homosexual (me gustaría poder decir gay pero los tiempos de los Mann son anteriores a Stonewall). Y guardó su homosexualidad como un secreto. Un misterio represivo que ató a toda su familia. De los seis hijos de Thomas y Katia, todos, en alguna medida, fueron escritores. De los tres varones, dos, Klaus y Golo, fueron homosexuales. De las tres hijas, una, Erika, fue lesbiana. Thomas nunca reveló abiertamente a sus hijos el secreto de alcoba que mantenían con su madre.
Pero todos supieron o intuyeron acerca de la homosexualidad reprimida del padre. Todos sus hijos odiaron o temieron a Thomas. Como manifiesta Golo Mann en sus memorias: “El podía proyectar un aura de bondad, pero en su mayor parte, nosotros sólo hemos experimentado el silencio, la severidad, el nerviosismo, o la ira”. El silencio y la frialdad se habían colado en sus corazones desde la infancia. Katia, la madre, los obligaba a mantener silencio absoluto mientras su padre, el genio, trabajaba.
Los hijos fueron concebidos en parejas (más simetrías) de hombres y mujeres. Erika y Klaus, Golo y Monika, Michael y Elizabeth. Los hijos mayores, Erika y Klaus fueron escritores. Erika se convirtió en una gran actriz. Y ambos recorrieron el mundo viviendo de su padre y luchando contra el nazismo. Ambos le reprocharon a Thomas su tardanza en oponerse al régimen hitleriano. Los hijos eran combativos, como el tío Heinrich.
Erika tuvo varias relaciones sentimentales con diferentes mujeres: Pamela Wedekind (conocida por ser hija del famoso dramaturgo alemán Frank Wedekind), la periodista Betty Cox y la escritora suiza Annmarie Schwarzenbach. Pero la gran compañera de vida de Erika fue la directora Therese
Giehse, con quien estuvo hasta el final de sus días.
René Crevel y Thomas Quinn Curtiss fueron los grandes amores de Klaus, ambos ficcionalizados en una de sus mayores obras: El Volcán. Klaus no reprimió ni ocultó su sexualidad y luchó políticamente contra el nazismo y la marginación (escribió un artículo, famoso en su época, en el que definió a la homosexualidad como “un amor como cualquier otro, ni mejor ni peor. Con tantas posibilidades de lo sublime, enternecedor, melancólico, grotesco, bello o trivial, como el amor entre un hombre y una mujer”).
En 1938, Erika y Klaus viajaron a informar sobre la Guerra Civil española. En esa misma época estuvieron bajo investigación del FBI. En plena época de persecución a los comunistas, los Mann fueron de las primeras víctimas. Klaus decide volver a Europa y, luego de varios intentos frustrados, se suicida en Cannes en 1949.
Thomas Mann no dejó ver sufrimiento alguno por la muerte de su hijo, en su diario íntimo mencionó el suicidio de Klaus simplemente como “un acto irresponsable”. Es que Thomas Mann vivió para su obra literaria. No para sus hijos. Como dice el escritor español Luis de Villena: “A Thomas Mann no podía asustarle nada, porque su literatura es siempre una escritura de conflictos. Y al autor de Muerte en Venecia la homosexualidad le era muy familiar. Pero nunca supo ayudar a su hijo, bastante tenía con él mismo. En realidad los genios no debieran tener hijos, no los necesitan, su herencia es su obra y para ella viven”.
Por supuesto, la simetría de los Mann exige otro suicidio: Michael, el hermano varón menor, también se suicidó, pero algunas décadas después, en 1977. Antes había editado parte de los diarios íntimos del padre. Thomas Mann había instruido que fueran abiertos y publicados veinte años después de su muerte.
Thomas había temido las revelaciones de esos diarios íntimos, pero luego de su muerte ordenó que fueran dados a conocer. ¿Qué buscaba con una revelación póstuma de su homosexualidad reprimida? Más fantasmas sin respuesta.
El deseo homosexual es un elemento innegable en el tejido de la escritura de Thomas Mann. Ese deseo que él reprimió siempre está ahí en sus obras. Latente o en la superficie (basta con mencionar Muerte en Venecia o Mario y el mago), siempre se encuentra en la matriz de su creación. Claro, este deseo, este amor homosexual, nunca se consuma. El amor homosexual trae consigo la perdición, la muerte. Y el matrimonio es el principio creador de familias y Estados. La represión (sublimar, Mann era seguidor de Freud) de las energías sexuales fue el principio creativo que hizo nacer las obras perfectas de Thomas Mann. La creación de una familia y una gran obra literaria fueron las únicas herramientas que tuvo Thomas Mann para lidiar con una homosexualidad que lo hacía diferente al resto. Thomas Mann no pudo hablar de sus sentimientos homosexuales, pero defendió los principios de la democracia y, finalmente, fue uno de los mayores intelectuales antifascistas. Luchó con lo que tenía. Eran tiempos difíciles. Para todos. También para sus hijos, que le temieron. Sólo Erika logró reconciliarse con su padre.
El resto de los hermanos vivió su vida bajo la sombra de la tragedia. Golo, el historiador, también homosexual, vivió odiando a su padre. Monika y Elizabeth lucharon con Erika por el legado literario del padre.
En la actualidad, el heredero de la familia Mann es Frido Mann, nieto de Thomas e hijo de Michael. El suicidio siempre los persiguió y el mismo Frido reconoce las tendencias suicidas de la familia. Frido y Toni (su hermano, el otro nieto, que vive como jardinero en Zurich y reniega del pasado familiar) son los herederos de un legado familiar complejo y trágico.
Thomas Mann fue uno de los más grandes escritores de la humanidad. Dejó una obra enorme y perfecta. Y una vida llena de simetrías, la mayor, la simetría de sus creaciones: primero, los hijos de la ficción, sus libros. Y luego, los hijos reales, Erika, Klaus, Golo, Monika, Michael y Elizabeth, los hijos que sólo conocieron como padre a un ser distante al que llamaban “el mago”.
La guerra de los hermanos Heinrich y Thomas Mann
La relación entre los dos hermanos fue siempre problemática y ambigua incluso antes de que, tras la muerte del padre en 1891, la familia se trasladase a Múnich. En sus Memorias, la viuda de Thomas, Katia Mann, reconoció que ya en Lübeck estuvieron un año sin hablarse y que sentían una profunda aversión mutua.
Pi
Por Jaime Fernández
Pocos hermanos fueron tan distintos, pese a que eran los dos mayores de cinco -dos mujeres y tres varones-, y sólo se llevaban cuatro años. Sin embargo, desde muy jóvenes los unió el amor a la literatura, de la que pronto habrían de arrancar las discrepancias que durante mucho tiempo los mantuvieron alejados. Heinrich (1871-1950) y Thomas Mann (1875-1955) eran “bastante parecidos el uno al otro, pero en el fondo muy diferentes, sus caracteres y sueños parecían ser variaciones opuestas del mismo tema”. Así los definió el hijo mayor de Thomas y sobrino de Heinrich, el también escritor Klaus Mann.
Los temas que compartían y variaban eran la mezcla de razas, la tensión entre la herencia nórdico-germana y la herencia meridional-latina de su sangre. Había una explicación para que eligieran asuntos tan singulares: los dos eran hijos de un alemán del norte, el senador de la ciudad hanseática de Lübeck y acaudalado comerciante de cereales, Heinrich Mann, y de Julia da Silva-Bruhns, una brasileña de origen germano y aspecto latino, dotada de talento artístico, especialmente para la música.
Los hermanos Heinrich y Thomas Mann
Ellos mismos fueron el fruto de la fusión de orígenes tan dispares en una Alemania cohesionada en torno a un ambicioso proyecto, que pronto habría de revelarse irreal y desproporcionado, de expansión “cultural” –en el complejo sentido que se daba a este término en el Segundo Reich- y en su última fase, también territorial.
Pero la propensión a indagar en las contradicciones de la propia identidad y el oficio de escritor-artista se manifestó de forma más acusada en Thomas que en Heinrich, quien poco a poco se fue despegando del ensimismamiento en la identidad germánica para dejarse influir por autores foráneos y experiencias variadas, al tiempo que observaba con creciente inquietud la deriva chovinista de la sociedad alemana de principios del siglo XX.
En cambio, Thomas orientó sus obsesiones hacia el secreto descontento consigo mismo causado en buena medida por la imposibilidad de canalizar la atracción erótica que sentía hacia jóvenes guapos de su mismo estatus social, como los que amó en su adolescencia y primera juventud. Quizá esto explique sus tendencias autodestructivas, de las que se evadía por la compuerta de la imaginación literaria y de la escritura, distanciándose del dolor de lo real a través de la ironía y observándose como si fuese otro u otros: la pléyade de personajes ficticios en los que se escindió.
Heinrich Mann
Siguiendo con el relato de su hijo Klaus, Thomas Mann cultivaba una inclinación por la “ternura nostálgica hacia los seres rubios y risueños”. “Era un bohemio con mucha conciencia, lleno de añoranza por las delicias de la normalidad”, al igual que Tonio Kröger, el joven protagonista de la bildungsroman(novela de formación) homónima que publicó en 1903 y en la que Thomas se autorretrató con la máxima fidelidad. Por entonces se sentía cómodo en el paraíso bien protegido del hogar burgués. El artista necesita la normalidad para trabajar, pero, claro, la realidad y la vida tienden a salirse de la norma y amenazan con hundirle en un caos permanente.
La relación entre los dos hermanos fue siempre problemática y ambigua incluso antes de que, tras la muerte del padre en 1891, la familia se trasladase a Múnich. En sus Memorias, la viuda de Thomas, Katia Mann, reconoció que ya en Lübeck estuvieron un año sin hablarse y que sentían una profunda aversión mutua.
Edición antigua de “Tonio Kröger”, en la editorial Samuel Fischer
En Heinrich predominaban el orgullo artístico y un menosprecio al prototipo de burgués filisteo y acomodaticio, que se mezclaba con la crítica social al imperio guillermino y su autoritarismo, como desmenuzó en su novela satírica El súbdito (Der Untertan). También las influencias literarias que recibieron fueron distintas, acordes con sus expectativas. Lector asiduo de Fontane, Storm y Turguéniev, Thomas prefería la literatura germánica, rusa y escandinava y cautivaba al burgués con medios discretos y delicados. Según Klaus, sus primeras obras están marcadas por “el tono melancólico- humorístico y la sonrisa irónica nacida de la renuncia y el deseo”. Heinrich se inclinó pronto por la literatura francesa y sentía predilección por Stendhal, Balzac, Maupassant y D´Anunnzio, “sorprendiendo y ofendiendo incluso el gusto burgués alemán con el empuje nervioso de su prosa temprana”
Los dos hermanos vivían y viajaban juntos, formando una pareja desigual, aunque fraternal. Fueron unos años de buena convivencia. De vuelta a Múnich, después de una larga estancia en Italia, cada uno eligió un alojamiento distinto, dispuestos a continuar sus carreras de escritores independientes. El talento valiente y provocador de Heinrich atrajo pronto a un reducido grupo de entendidos, mientras que los trabajos de Thomas despertaron el interés de un público más amplio.
También sus vidas personales tomaron rumbos muy distintos. Si hacemos caso del testimonio de Katia, en la personalidad de Heinrich la discreción se alternaba con la impetuosidad y el desenfreno. Le gustaba frecuentar los cabarets. Todo lo contrario de la contención de su hermano menor, quien se casó con la primera chica de buena familia de la que se enamoró –Katia Pringsheim, hija de un prestigioso matemático y apasionado wagneriano de origen judío-, tuvo con ella seis hijos y refrenó sus tendencias homoeróticas al tiempo que se dedicaba a la escritura con disciplina espartana.
Pero fue a raíz del estallido de la Primera Guerra Mundial cuando las diferencias entre los hermanos estallaron también por los aires. Heinrich, que hasta entonces había destacado como miembro activo de los círculos de la vanguardia literaria, tomó partido por los pocos intelectuales que se alzaron contra las demenciales pretensiones de la Alemania guillermina, manteniéndose “sereno y clarividente”, como reconoció su sobrino Klaus, quien al comienzo de la guerra tenía ocho años.
Katia Mann
En aquel momento la intelectualidad alemana, pero también de otros países que participaron en la contienda, se unió casi sin excepción al coro de los entusiastas de la guerra. En 1916 las admoniciones de Heinrich contra ésta traspasaron los límites del círculo intelectual. La oposición pacifista, al principio descabezada, empezó a tomar cuerpo y a manifestarse con decisión y claridad.
Poco antes de 1914 había terminado la novela El súbdito, que se publicaría completa en 1916. En sus páginas ofrecía un retrato despiadado del prototipo de “súbdito” de la época guillermina: una especie de pre-Hitler cobarde, chantajista y miserable –“denunciando a otros purgaba sus propios pecados”– y contaminado por el virus de la sumisión, la irresponsabilidad y el apego ciego al poder.
“El súbdito alemán corriente –escribió Klaus Mann– apenas sabía algo de estas tendencias intelectuales que para él pertenecían simplemente al terreno de lo criminal. Seguía creyendo en la victoria y en la justicia de la causa alemana”.
Klaus Mann, hijo primogénito de Thomas
El escritor Klaus Mann, hijo primogénito de Thomas
Para Thomas, su hermano Heinrich se sumaba al bando equivocado, defensor intransigente de la idea occidental de civilización. Según contó su hijo, la disensión político-filosófica entre ellos “alcanzó pronto tal grado de empecinamiento emocional que cualquier contacto personal fue imposible”. Durante los cuatro años de guerra sólo se vieron en una ocasión, en la boda de su hermano menor Viktor, antes de que éste se marchase al frente. No restablecieron sus relaciones hasta 1922, a raíz de una grave enfermedad de Heinrich.
Impulsado por una febril urgencia, que le llevó a interrumpir la escritura de La montaña mágica, Thomas empezó a redactar en octubre de 1915 el imponente panfleto Consideraciones de un apolítico (Betrachtungen eines Unpolitischen), que publicaría en otoño 1918, en el momento de la derrota alemana y la revolución. En el ensayo arremete contra una figura extraña: el “literato de la civilización”, heredero de los filósofos radicales de la Ilustración francesa, y al que identifica, ridiculizándolo, con “un joven literato y colaborador periodístico de lentes de carey y picado de viruela” y con el escritor de novelas sociales.
Cartel anunciador de la versión para el cine de la Cartel de la versión para el cine de “El súbdito” que se estrenó en 1951 bajo la dirección de Wolfgang Staudte
En sus obras de ficción el “literato de la civilización” está representado por el progresista y masón Ludovico Settembrini, de La montaña mágica, frente a Gustav von Aschenbach, el escritor ensimismado en sus obsesiones estéticas y homoeróticas, de La muerte en Venecia.
Sin embargo, aunque no se lo llama por su nombre, el anonimato del menospreciado “literato de la civilización” es sólo aparente. Los extensos pasajes que se citan en Consideraciones de un apolíticoestán extraídos de un ensayo biográfico que Heinrich Mann publicó sobre Émile Zola en 1915, en la revista pacifista Weisses Blätter, que se editaba en Suiza, en el que ensalzaba el compromiso político del escritor francés, al que definía como “genio inconsciente de la democracia”, sobre todo ante el caso Dreyfus que dividió a la sociedad francesa en el tránsito del siglo XIX al XX. Además, atacaba al nacionalismo, al militarismo y a la estructura autoritaria de la sociedad alemana.
Gustav von Aschenbach, interpretado por Dirk Bogarde, en “Muerte en Venecia”, la película de Visconti inspirada en la novela de Thoman Mann
Zola tuvo la valentía de levantar la voz de la verdad y la justicia frente al poderoso bando de reaccionarios antisemitas que pedían la condena para el capitán Alfred Dreyfus, un alsaciano de origen judío al que se acusó injustamente de haber entregado documentación secreta a los alemanes. Juzgado por un tribunal militar, el capitán fue condenado a cadena perpetua y confinado en una colonia penitenciaria de la isla del Diablo, en la Guayana francesa. Hasta 1906 no se reconoció la inocencia de Dreyfus, quien finalmente fue rehabilitado y reintegrado en el ejército francés.
La herida causada en la sociedad francesa por el caso Dreyfus tuvo su réplica a escala europea en la Primera Guerra Mundial, dividiendo a los ciudadanos de los países continentales en germanófilos –antiliberales, partidarios de un sistema autoritario y de viejas tradiciones- y aliadófilos –demócratas confesos, liberales y partidarios de la modernidad. Bajo la Ocupación nazi, en Francia se reabrió la herida, esta vez también con el antisemitismo de telón de fondo.
Retrato del capitán Alfred Dreyfus
Thomas Mann interpretó el libro de su hermano como un ataque contra algunos intelectuales alemanes, entre ellos él mismo. Katia Mann tildó de claramente ofensivo hacia su marido el tono que destilaba el comienzo mismo del ensayo:
“Aquellos que están destinados a marchitarse temprano suelen comportarse con suficiencia y arrogancia cuando apenas cuentan veinte años”.
En abril de 1920 confesó en una carta a un amigo haberse sentido enfermo durante semanas tras la lectura del libro de Heinrich y que rechazó la posterior tentativa de éste de restablecer las relaciones:
“Una querella como la que hay entre nosotros ha de mantenerse con honor, sin pretender despojarla de su carácter ferozmente serio. Quizá, así, separados, seamos mucho más hermanos el uno del otro de lo que seríamos sentados juntos en la mesa de un festín”.
Primera edición de “Consideraciones de un apolítico”, en 1918
El enfado con el hermano franqueó los límites de la consciencia, adentrándose incluso en el sueño. En la entrada de los Diarios del 30 de septiembre de 1918, un mes antes de la publicación de Consideracionesde un apolítico, Thomas anotó que la noche anterior había soñado con que él y Heinrich eran muy amigos y que, por cariño, le dejaba comer solo una gran cantidad de pasteles y de los pequeños à la crême, y dos trozos de tarta, renunciando él a su parte.
Ante la perplejidad que le causaba pensar cómo se compaginaba esa amistad con la publicación de Consideraciones, se dijo que “esto era un absurdo, una situación insostenible”. Al despertar de aquel sueño sintió una sensación de alivio. El infantil deseo de reconciliación del soñador fue sofocado por su voluntad racional. Así de disciplinado era Thomas Mann hasta cuando soñaba.
Fotografía de Thomas Mann en su infancia
Para evocar la disputa ideológica entre los hermanos Mann, la Buddenbrookhaus de Lübeck, la ciudad natal de ambos, ha organizado una muestra bajo el título Guerra de hermanos. Heinrich y Thomas Mann durante la Primera Guerra Mundial, que permanecerá abierta hasta el 30 de agosto. En la exposición pueden verse las primeras ediciones, cartas y documentos sonoros de las actitudes encontradas de los dos escritores ante la contienda, de cuyo inicio se conmemora este año el centenario.
En un escrito fechado en 1914, Pensamientos en la guerra, Thomas Mann estableció una clara distinción entre la “Kultur” germánica, que identificaba con el sentimiento del deber y la elevación del espíritu, y la “Zivilisation” de la vecina Francia, superficial y prosaica. En Consideraciones de un apolítico incide en las diferencias que separan ambos conceptos, denunciando la confusión existente, según él, entre moral y humanitarismo.
Thomas apostaba por la victoria de Alemania que, a su juicio, supondría la derrota no sólo de la alianza coyuntural en torno a Francia, sino también de las ideas heredadas del Siglo de las Luces y de la Revolución francesa, que tachaba de decadentes e inoperantes, asociándolas a los países Aliados.
También defendía la cultura germánica, que había dado nombres como los de Lutero, Goethe, Eichendorff o Kleist, hasta llegar a Schopenhauer, Nietzsche y Wagner, frente a la supuesta debilidad de la civilización occidental, con su democracia y su política. Otorgaba superioridad al arte y la estética sobre la literatura y a la moralidad sobre el intelectualismo de la civilización. Thomas Mann se define burgués, es decir, un individualista romántico, “producto espiritual de una época suprapolítica o por lo menos prepolítica”, impregnado de aristocratismo “en cuanto clima y sentimiento de vida”, nacionalista y formado en la ética protestante, con su idea ascética del deber profesional.
En cuanto a la confesión explícita de “apolítico” que insertó en el título de su ensayo, también tiene un precedente en Alemania, donde el término politish era sinónimo de epítetos como “taimado” o “hipócrita” y se contraponía a la honradez y franqueza que se atribuía la apolítica burguesía nacional.
En su esclarecedor estudio El proceso de la civilización (1936), el sociólogo Norbert Elias analiza la sociogénesis de la oposición entre “cultura” y “civilización” en Alemania, que se remonta al siglo XVIII, y cuyo renacimiento en los años anteriores a 1919 se explica porque la guerra contra este país se hizo precisamente en nombre de la “civilización”.
Norbert Elias (1897-1990)
Elias matiza que en el ámbito germano-hablante, “civilización” significa algo muy útil, pero con un valor de segundo grado, que sólo afecta a la superficie de la vida humana. Por el contrario, en el concepto “cultura” se refleja la conciencia de sí misma que tiene una nación que ha de preguntarse siempre: “¿En qué consiste en realidad nuestra peculiaridad?”. Había que buscar un hecho diferencial -como se dice en España- que confirmase la superioridad de Alemania como nación sobre Francia e Inglaterra.
Fue Kant el primero que estableció una línea divisoria entre ambos conceptos al señalar que “la idea de la moralidad pertenece a la cultura” y que el uso de la idea en la civilización “se reduce exclusivamente al cultivo del pundonor y de las buena maneras, que sólo tienen un parecido externo con la moral”.
En suma, la burguesía alemana halló en la “Kultur” un instrumento eficaz para distinguirse de los franceses e ingleses, no digamos ya de los pueblos mediterráneos, y forjar una elevada percepción de sí misma que sería de gran utilidad en el largo camino hacia la recuperación de un estatus de potencia hegemónica en Europa.
Posteriormente, Thomas Mann comentó que Consideraciones de un apolítico había constituido “un arduo trabajo de conciencia, una movilización del pensamiento”. Fueron dos años abriéndose camino “entre la maleza” y en los que se debatió solitario “en su tormento”, bajo la presión de la guerra misma. “El problema del ser alemán era mi propio problema. En esto consistía el nacionalismo del libro”.
Thomas Mann
Consideraciones es una obra compleja y de una exhaustividad agotadora para el lector, en la que Thomas Mann muestra la faceta que probablemente más le caracterizaba, su genio para la mistificación. Como dejó patente en sus novelas y relatos, no necesitaba vivir grandes experiencias para alimentar su imaginación literaria. Cuando se disponía a escribir con la lentitud habitual, le bastaba con recordar las experiencias vitales más nimias -esas que pasarían desapercibidas para quien careciese de su genio mistificador- transformándolas en algo distinto de lo que fueron. De esta manera cobraban trascendencia no sólo para los personajes de sus ficciones sino también para el propio lector.
Aunque en sus escritos autobiográficos reconociera que las anécdotas que atribuye a los protagonistas principales de sus novelas él mismo había tenido la ocasión de vivirlas, los lectores sabemos que entre unas y otras mediaba una distancia que sólo el propio Thomas Mann podía conocer.
Para el autor de ficciones literarias la exageración constituye un recurso primordial. Como intuyen los novelistas, la mayoría de las verdades se ocultan en la exageración, cuya lupa de aumento permite percibir nítidamente detalles cruciales que sin ella se difuminarían. De hecho, los personajes ficticios de los relatos más influyentes son el resultado de la exageración imaginativa de sus creadores, desde Ulises hasta Gregor Samsa, pasando por Don Quijote o Emma Bovary. Es la exageración verosímil la que hace de ellos criaturas únicas, capaces de sobrevivir a quienes les dieron vida, con plena autonomía.
En 2008 se estrenó la versión cinematográfica más reciente de “Los Buddenbrook”, dirigida por Heinrich Breloer.
Tonio Kröger, Thomas Buddenbrook, Gustav Aschenbach y Hans Castorp, por citar a algunos de los héroes de las novelas de Thomas Mann, son personajes absolutamente ficticios y autónomos, por más que se inspiren en determinados recuerdos y experiencias vividas por su autor. Y lo son porque no responden a una imitación de modelos reales sino que, como cualquier ser humano, son únicos e irrepetibles.
Si hay un personaje de su universo literario que guarda una mayor semejanza con Thomas Mann es el también escritor Gustav Aschenbach de La muerte en Venecia, quien, impulsado por su imaginación y los dilemas de orden estético que le atormentan, hace todo un mundo de las peripecias aparentemente triviales que le suceden desde la tarde soleada de primavera en que cruzó la mirada con el misterioso desconocido en la puerta del cementerio de Múnich y que le empujaría a viajar a Venecia.
Objetivamente, al solitario Aschenbach no le ocurre nada de particular interés, pero por el relato del narrador sabemos que le ocurre de todo, incluida la muerte a la que, herido por el virus del cólera, se abandona plácidamente en la playa del Lido, en una especie de suicidio, y de cuyas verdaderas motivaciones el mundo exterior no sabrá nada.
Fotograma de “Muerte en Venecia, con Aschenbach agonizando bajo los efectos del cólera en la playa del Lido de Venecia
Lo desconcertante, aunque no inverosímil, es que Thomas Mann alimentara una fantasía de esta índole. Si al menos hubiese concedido a Aschenbach la oportunidad de imaginar su autodestrucción, sin que llegara a consumarla, quizá lo sintiéramos más próximo a nosotros. Pero en 1911, cuando escribió La muerte en Venecia, se encontraba atrapado en el torbellino ideológico que plasmó cuatro años más tarde en Consideraciones de un apolítico y que era de una naturaleza similar a aquel en el que se hallaba sumida buena parte de la sociedad alemana, con cuyos valores se identificaba.
Tras la fachada de la autodefensa encendida de esos valores nacionales y morales –de acuerdo con la peculiar idea de moralidad que se barajaba en la Alemania Guillermina- se ocultaba el callejón sin salida del peligroso narcisismo que en la guerra de 1914 condujo al país al borde del suicidio y que los enloquecidos descendientes de quienes lideraron esa tendencia culminarían tres décadas después. Pero, al contrario que muchos de sus compatriotas, por entonces Thomas Mann ya había escapado de aquel callejón.
Su proverbial facultad para sublimar sus inquietudes estéticas o intelectuales en una ficción creíble lo convierte en un novelista comparable a cualquiera de los maestros de la narrativa moderna a los que leyó con fruición y que dejaron en su trayectoria literaria una huella profunda.
Thomas Mann en la época en que publicó “Los Buddenbrook” (1901), novela por la que le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1929
Pero no es lo mismo trabajar sobre el mapa de la ficción, donde el novelista mueve las piezas y esparcesus obsesiones entre sus personajes, en una afortunada multiplicidad, siguiendo los designios de su imaginación literaria, que sobre el mapa de la realidad, donde lo más probable es que esos movimientos tengan repercusiones que escapan a su control. Y eso fue lo que le ocurrió a Thomas Mann enConsideraciones de un apolítico. Pese a la riqueza argumental del ensayo, la unilateralidad ideológica del ensayista asfixió al novelista. De ahí que años después admitiera que en su prosa había sido más europeo que en sus ideas políticas. En aquel contexto, más europeo significaba más literario.
Al contrario que su hermano, Heinrich se desenvolvía mejor sobre el suelo de la realidad, aunque quizá careciese del genio para la mistificación de aquél. Por ello, en una circunstancia tan peligrosa para su país y para Europa como lo fue la Primera Guerra Mundial, se orientó también mejor que Thomas, eligiendo el sendero acertado. El estilo directo, el trazo rápido y los temas realistas de sus novelas, en las que, a menudo en un registro que oscila entre la sátira y el sarcasmo, muestra el lado oscuro de la burguesía alemana de la época, contrastan con el tono pausado y prolijo y las preocupaciones estético-filosóficas y el simbolismo de las obras de Thomas.
El dispar rumbo literario de cada uno de ellos demostró la fragilidad de Heinrich para manejarse en el terreno de la ficción, en las antípodas de la energía de Thomas, creador de un universo literario con una fuerte personalidad. Después de la Primera Guerra Mundial éste fue tomando conciencia del cambio radical que había experimentado la realidad sociopolítica, en un proceso de adaptación que habría de cristalizar en 1922, cuando pronunció un discurso a favor de la democracia y de los valores de la civilización que unos años antes había denostado.
Los hermanos Heinrich y Thomas Mann
A partir de entonces no sólo se convirtió en un sincero defensor de la República de Weimar sino que admitió su error ante su hermano, al que en 1928 calificó de “representante clásico del genio artístico germano-mediterráneo”. Pese a reconocer por aquellas fechas el antagonismo entre la atracción por lo estético y la responsabilidad ética, su confianza en el poder transformador de la cultura permaneció intacta. Así, en otra conferencia dictada en 1929 se refirió al papel que ésta debía desempeñar en la solución de los grandes problemas de la época.
Sólo cuatro años después esa confianza ingenua voló por los aires cuando, ante la fachada de la universidad de Berlín y en numerosas ciudades alemanas, miles de libros prohibidos por el régimen nazi ardieron en las hogueras. El adalid de semejante demostración de barbarie no era un tipo inculto sino un doctor en Filología alemana por la Universidad de Heidelberg (y novelista frustrado), Joseph Goebbels, a la sazón ministro de Propaganda del gobierno de Hitler.
Años más tarde, Heinrich y Thomas Mann se unieron en su repudio al nacionalsocialismo. Otra vez fue Heinrich el primero en expresarlo abiertamente, en un artículo publicado en 1933 en la portada de la revista Die Sammlung, órgano de expresión de los intelectuales alemanes en el exilio que dirigía Klaus Mann.
Exiliado en Suiza desde 1933, al principio Thomas se mostró reacio a manifestar en público su rechazo al régimen nazi, temiendo que sus libros desapareciesen de las librerías de Alemania. No llegó a hacerlo hasta febrero de 1936, en parte animado por su mujer Katia y sus hijos Klaus, Erika y Golo. Ya instalado en Estados Unidos, junto a Heinrich –los dos residían en California, a pocos kilómetros de distancia-, aprovechó su fama internacional para denunciar durante la guerra las atrocidades del régimen nazi.
Thomas y y Heinrich Mann en Nueva York, en 1940
La relación entre los hermanos mejoró. El afecto de Heinrich hacia su hermano menor aumentó con los años, reconociendo su superioridad como escritor. En sus Memorias Katia Mann desveló que fue muy desgraciado en América, donde no conocía a nadie. La publicación de la primera parte de novela histórica La juventud del rey Enrique IV le deparó cierto éxito, pero no se repitió en la segunda parte, La madurez de Enrique IV. Para colmo de males, su esposa, la actriz Nelly Kröger, una mujer depresiva treinta años más joven que él, terminó suicidándose. Thomas y Katia trataron de paliar la pobreza en la que vivió, ayudándole cuanto podían.
Círculos: Erika y Klaus Mann
Esta última entrega de mi obstinado ejercicio de hacer diagramas semilegibles de figuras semimarginales en la historia cultural se inspiró en la foto de arriba, publicada en paris/berlin . Muestra a Erika y Klaus Mann, el mayor de los seis hijos del novelista alemán Thomas Mann, con los actores Gustaf Gründgens y Pamela Wedekind. Como indica el pie de foto, "En el momento de esta foto, Erika estaba comprometida con Gustaf, pero tenía una aventura con Pamela, quien estaba comprometida para casarse con Klaus, quien tenía una relación romántica con Gustaf". También estaban apareciendo en una obra de teatro, Anja und Esther , escrita por Klaus y basada en la aventura entre Erika y Pamela.
Klaus, Annemarie Schwarzenbach, Erika y Ricki Hallgarten, poco antes del suicidio de este último.
El libro altamente recomendado de Andrea Weiss de 2008, In the Shadow of the Magic Mountain, cuenta la historia de los dos inseparables hermanos Mann, su comprometido antifascismo y años de exilio de la Alemania nazi, junto con la densa red de conexiones que compartían. Estas incluyen las numerosas amantes de Klaus, la asombrosa colección de personas que vivían en 7 Middagh Street en Brooklyn Heights en la década de 1940, así como los matrimonios lavanda de Erika y su cambio a una heterosexualidad no fingida en la vejez. Tanto Pamela como Erika, hijas de escritores famosos, terminaron con hombres de aproximadamente la edad de sus padres. Y junto con todas estas relaciones del mundo real, hubo variaciones ficticias sobre los mismos temas, incluyendo la ya mencionada Anja und Esther y la obra más famosa de Klaus Mann, Mefisto . Cuando se trata de los Mann (es difícil resistirse a escribir "los Menn"), un diagrama solo puede ser una gran simplificación, pero aquí está mi intento.
El ascenso de Hitler al poder, narrado por un testimonio de excepción, de la mano de Erika Mann, una excelente periodista y narradora. Una obra testimonial y literatura de la más alta calidad, con una historia curiosa, porque se perdió el original alemán y sólo existe una traducción en inglés , ofrecida ahora, por primera vez, para el público español.
El presente libro reúne los relatos (ba- sados todos en hechos reales) escritos entre 1934 y 1937 por Erika Mann, hija del insigne novelista y Premio Nobel Thomas Mann, y periodista y narradora ella misma. Son narraciones testimoniales, elaboradas después de su desesperada huida de Alemania, ante el ascenso del poder nazi, en las que se cuentan historias verdaderas sobre exiliados como ella. Un documento estremecedor, de bellísima prosa literaria, sobre el exilio, el mundo que se deja atrás, la esperanza perdida y la noche oscura que empezaba a cubrir a Alemania
El ángel azul de Heinrich Mann.
La familia Mann, Marianne Krüll
Los Mann. Historia de una familia de Tilmann Lahme
El mago de Colm Tóibín.
Thomas Mann: su vida, su obra, su tiempo
La imbricación de vida y obra literaria en la figura de Thomas Mann es abordada por la ensayista y traductora literaria Rosa Sala Rose, quien ha traducido algunas de las obras del autor alemán, entre ellas La voluntad de ser feliz y otros relatos y Hermano Hitler y otros escritos sobre la cuestión judía, además de la biografía Thomas Mann. La vida como obra de arte. Una biografía de Hermann Kurzke.
Thomas Mann fue un genio. Y supo aprovecharlo. Gracias a su talento y férrea disciplina de trabajo, se consagró prontamente como una referencia intelectual, ganó el Nobel de Literatura con 34 años y se convirtió en uno de los mayores críticos del nazismo en defensa de la libertad.
«La civilización occidental está obligada a hacer frente a cualquier enemigo de la libertad». Una afirmación que encaja en los tiempos que corren, como también lo hizo hace más de setenta años. Porque estas palabras las pronunció Thomas Mann (Lübeck, Alemania, 1875 – Zúrich, Suiza, 1955) en una conferencia contra el nazismo en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos en 1943.
En esa época, el escritor era ya una celebridad intelectual, contaba con el Nobel de Literatura y tenía innumerables intervenciones a sus espaldas. Nacido en el seno de una familia aristócrata acomodada, pronto desarrolló una fuerte conciencia sobre el mundo que le rodeaba. Durante sus primeros años, defendió el nacionalismo que caracterizó la política alemana de la primera década del siglo XX; pero tras lo acaecido en la Primera Guerra Mundial, cambió su forma de entender la realidad, su pensamiento se volvió más humanista y en 1922 dio una conferencia en Berlín, Sobre la República alemana, en la que instaba a las juventudes académicas —que consideraba el futuro de la nación— a defender la república de Weimar. Se declaraba así a favor de unas ideas democráticas en un acto que le sirvió para despuntar como referente intelectual, además de para ponerse en el punto de mira de un nacionalsocialismo en auge.
Cabe destacar que a estas alturas ya había escrito Los Buddenbrock (1901) —que publicó con 25 años y le valió el premio Nobel en 1929—, además de otras obras como Tonio Kröger (1903), Alteza real (1909) o La muerte en Venecia (1912)
Ironía y libertad
«El artista es un ser que absorbe todos los movimientos y tendencias intelectuales, […] les da forma y de este modo pinta la imagen cultural de su época», continuaba en su discurso estadounidense. «No predica ni hace propaganda; da a las cosas una realidad plástica, que no es indiferente a nada ni se compromete con ninguna causa salvo la de la libertad, la de la objetividad irónica».
Mann era «tremendamente irónico», afirma Isabel García Adánez, profesora de Filología Alemana en la Universidad Complutense de Madrid y traductora al español de incontables obras en alemán, entre ellas las de Thomas Mann. «No en la tradición histórica de caricatura, sino en detalles pequeños, en algo más sutil». Esta destreza literaria le permitía hacer «malabarismos semánticos y lingüísticos» y desplegar una «ironía romántica» que hace que todo fluya en sus novelas con ritmo. «Como gran melómano y buen conocedor de la teoría y la técnica musical [también tocaba el violín], los motivos de sus obras están interrelacionados, todo tiene un ritmo especial y produce un efecto imponente cuando se lee», apunta la traductora. De hecho, decía el propio autor, «para mí, la novela es como una sinfonía, un trabajo de contrapunto, un tejido temático; la idea del motivo musical desempeña un papel muy importante».
Mann decía que el artista no se compromete con ninguna causa «salvo la de la objetividad irónica»
Junto a la música, la ironía es un recurso retórico que va más allá de su literatura: es un talante vital que utiliza como técnica para analizar las complejas contradicciones humanas que plasma en sus personajes, así como la convulsa realidad que le tocó vivir. Algo que se aprecia con especial claridad en La montaña mágica (1924), su novela por excelencia, consagrada como una de las obras maestras de la literatura universal. Aunque empezó a escribirla en 1912, la aparcó al estallar la Primera Guerra Mundial y la retomó al acabar el conflicto. El Mann que la empezó no era el mismo que la terminó.
Es precisamente a lo largo de sus más de mil páginas donde se detecta esta transformación. De hecho, son épicas las conversaciones entre dos de sus personajes más intelectuales, que exponen visiones antagónicas del mundo: la corriente humanista europea, el progreso, la democracia liberal (Settembrini) frente a la más conservadora, intolerante y defensora del totalitarismo (Naphta). Para Mann, «el artista debe ser apolítico, su problema es el arte», según explica García Adánez; pero la guerra le hizo ver que no podía obviar los acontecimientos. «El objetivo del principio crítico no puede ni debe ser más que una sola cosa: la idea del deber y el deber de vivir», se lee en la novela. Afrontar la vida sin apartar la vista de la realidad se volvió una obligación moral.
Con su publicación, emergió un Mann demócrata y liberal acérrimo, defensor a ultranza de la socialdemocracia y gran opositor del nazismo, que consideraba una amenaza contra la libertad individual y la democracia. La preocupación por el devenir de su país le llevó a dar en 1930 otra conferencia, Un llamamiento a la razón, también en Berlín, en la que urgía al pueblo alemán a unirse contra el nacionalsocialismo, animando a la burguesía y a la clase obrera a aunar fuerzas para derrocarlo. Mann se convirtió así en blanco de las amenazas nazis y el mismo año que Hitler alcanzó el poder, su hija Erika —secretaria y albacea— le instó a abandonar Alemania e instalarse en Suiza.
Al filo del abismo
Mann luchó siempre por encontrar cosas «a las que agarrarse para no caer en el abismo», afirma García Adánez. La disciplina en la escritura era su antídoto para no «caer en el peligro», que era «entregarse al disfrute del arte y dejarse llevar». La escritura fue una disciplina no solo vital, sino intelectual. De hecho, «el juego intelectual es su anclaje» en el mundo, añade la experta.
«La democracia social y el humanismo tienen el valor de distinguir entre el bien y el mal», afirmaba el escritor
En 1938 se trasladó a Estados Unidos; primero a Princeton, donde coincidió con Albert Einstein, y después a California. A esas alturas, Mann era ya el mayor representante de la cultura alemana fuera de su país. De hecho, dicen que de esta época es su frase «la cultura alemana está donde estoy yo». En cierta manera, pudiera serlo, pues encarnaba «la otra Alemania», la de los germanos exiliados a los que se dirigía semanalmente a través del programa de radio de la BBC Deutsche, horer! (¡Oíd, alemanes!), expresión con la que arrancaba cada emisión, instándolos con discursos humanistas y antibelicistas a mantener su cultura viva por encima de los nazis.
La decadencia moral y cultural de su país le llevó a escribir la que sin duda es su novela más intelectual, Doctor Faustus (1947), una compleja crítica sin piedad a los horrores del nazismo. Supone, además, un cambio en su manera de tratar los temas capitales de su tiempo, más en la forma que en el fondo: el mal y la enfermedad ya no se representan en sus personajes, sino en todo un pueblo y las consecuencias pueden acarrear la destrucción.
«Es un espectáculo terrible contemplar la aceptación popular de la irracionalidad», señalaba Mann en su discurso en Estados Unidos. «Uno siente que el desastre es inminente […] La mente más privilegiada distingue que […] lo que el espíritu vivo está llamado a servir es […] a la democracia social y el humanismo, que lejos de dejarse atrapar por un relativismo cobarde, tienen una vez más el valor de distinguir entre el bien y el mal».
Si algo no le faltó nunca a Thomas Mann fue valor: para defender la libertad y la democracia, para denunciar los peligros acuciantes que las ponían en jaque y para mantener una férrea disciplina de trabajo que le permitió publicar incontables novelas, relatos y ensayos hasta el último de sus días.
Thomas Mann, literatura y democracia
El escritor alemán Thomas Mann, uno de los más ilustres de la historia de la literatura, fue también uno de los mayores valedores del espíritu democrático durante el convulso período de entreguerras.
Hans Castorp tal vez buscaba una cura y, sin apenas darse cuenta, se internó en la enfermedad y pudo mirar de frente su rostro agrietado. Cuando el joven llegó al lujoso Sanatorio Internacional Berghof, en los Alpes suizos, para hacer una breve visita a un primo que se curaba allí de una tuberculosis, no era consciente de que no abandonaría el lugar hasta pasados siete años. Durante ese largo período, conoció a muchos de los pacientes del centro y se enredó con ellos en disquisiciones políticas, sociales, culturales y filosóficas de gran calado que configuraron en él un nuevo modo de pensar.
Seguramente, el alemán Thomas Mann tampoco imaginaba, cuando en 1913 inició la escritura de La montaña mágica con la intención de hacer un relato breve, que acabaría entregando a la imprenta, once años después, un volumen que rondaría el millar de páginas y que quedaría como una de las obras más importantes de la literatura universal. Una novela que disecciona la decadencia de la burguesía europea, que caminaba sin querer saberlo hacia la Primera Guerra Mundial y sus terribles consecuencias. Durante el tiempo de escritura, su autor, como el joven protagonista, también cambió su modo de pensar.
Thomas Mann, nacido en 1875, creció en el seno de una adinerada familia alemana que, a pesar de proporcionarle estudios en reputados centros educativos, no logró que el futuro Premio Nobel de Literatura obtuviese importantes calificaciones académicas. No obstante, él sintió desde joven un desmesurado interés por el arte y la literatura, y de forma absolutamente autodidacta comenzó a escribir breves relatos que le facilitarían numerosas colaboraciones en la prensa de la época. A principios del siglo pasado ya gozaba de un enorme prestigio literario que quedó firmemente apuntalado con la publicación de La muerte en Venecia en 1912.
Mann adoptó una postura política ferozmente nacionalista y apoyó con firmeza la necesidad de la guerra
Antes de que estallase la Primera Guerra Mundial, el literato se adhería a movimientos nacionalistas moderados. Pero iniciada la conflagración, y durante los años que duró, Mann adoptó una postura política ferozmente nacionalista y apoyó con firmeza la necesidad de la guerra y el despotismo de la monarquía prusiana. Una postura que sufrió un viraje radical finalizado el conflicto, cuando Thomas Mann comenzó a hacer pública su adhesión a la República de Weimar. Tal adhesión culminaría el 13 de octubre de 1922, cuando pronunció su conferencia «Sobre la República alemana» en Berlín. Esta conferencia, dirigida a los jóvenes universitarios, supuso una firme invitación a estos para que apoyasen la República, abrazasen los ideales del humanismo y defendiesen los postulados democráticos.
¿Cómo se había producido tal cambio de posicionamiento político? Los motivos más íntimos pueden extraerse del largo período de tiempo que invirtió en escribir La montaña mágica, y también encontrarse entre sus páginas. Thomas Mann inició el proyecto antes de que estallase la guerra, que provocó que el autor no lo recuperase hasta 1919. El proceso de escritura, por tanto, fue paralelo al de la metamorfosis política del autor, y justamente en el plano político la novela supone un profundo análisis de los orígenes ideológicos del conflicto y de los desafíos que su finalización suponía, no solo para la naciente República de Weimar sino para toda Europa. En la novela, dicho análisis queda en manos de dos de sus personajes, que enfrentan sus puntos de vista en cada una de las numerosas discusiones que mantienen: Settembrini, defensor de la democracia liberal, y Naphta, portavoz de la intolerancia y el totalitarismo. En la novela ninguno de los dos logra vencer con sus argumentos. En el caso de Thomas Mann, los postulados democráticos resultaron victoriosos.
Thomas Mann continuaría evolucionando hasta erigirse como uno de los principales opositores al nazismo
Pero la defensa de la libertad y la democracia emprendida por Thomas Mann continuaría evolucionando hasta erigirse como uno de los principales opositores al nazismo. Una oposición clara y firme desde el primer momento y que defendió la socialdemocracia frente al fascismo alemán. El 18 de octubre de 1930, esta oposición cristalizó en su conferencia «Un llamamiento a la razón», en la que reclamaba la constitución de un frente común de la clase trabajadora y la burguesía culta para enfrentarse al fanatismo inhumano del nacionalsocialismo.
Cuando en 1993 Hitler fue nombrado canciller, Mann emprendió un periplo por Europa en el que dio varias conferencias y no dejó de denunciar el régimen nazi, que ya había incluido su obra literaria entre aquella considerada «antialemana». En 1936, se le retiró de manera oficial la ciudadanía alemana, y Mann permaneció exiliado en Suiza y, posteriormente, en los Estados Unidos, donde siguió difundiendo sus ideas democráticas y combatiendo, por escrito y de viva voz, la sinrazón del totalitarismo.
En 1952, finalizada ya la Segunda Guerra Mundial, Thomas Mann regresó a Europa y se afincó en Suiza, donde permanecería hasta su muerte, tres años después. Su defensa de la libertad y la democracia siguió conformando su corpus ideológico y el de una obra literaria memorable que no dejó de crecer.
En esta conferencia, organizada junto a la Biblioteca Popular Circulante Menéndez Pelayo de Castropol, en conmemoración de su primer centenario, la periodista Begoña Quesada nos hablará de los estrechos vínculos de la familia del Premio Nobel de Literatura Thomas Mann con España. Aunque Thomas Mann visitó por placer y trabajo España brevemente en la década de los años veinte en un único viaje, sus hijos mayores, Erika y Klaus, cruzaron varias veces la península por interés cultural y cubrieron voluntariamente como periodistas la Guerra Civil. Aunque ya antes habían manifestado en sus cartas y diarios una simpatía hacia España (artística, intelectual, geográfica...), es a raíz del conflicto y lo que se encuentran como reporteros cuando su relación con España se hace más sólida.
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