circunflejo y peripatético 
«Belleza fugitiva que mira devolviendo la vida, ¿no he de verte otra
vez más que fuera del tiempo? oh, muy lejos de aquí, tarde ya, ¡tal vez
nunca! yo no sé adónde huyes, donde voy tú lo ignoras / tú a quien yo
hubiese amado, tú que bien lo sabías»,
canta Baudelaire
PERIPATÉTICO
Pensador
Se menciona como peripatético a aquel que sigue los pensamientos de Aristóteles.
El término peripatético deriva del latín peripatetĭcus, a su vez procedente del griego peripatētikós (que puede traducirse como “que pasea”). Se trata de un adjetivo que permite calificar a quien sigue los pensamientos del filósofo griego Aristóteles.
La etimología del concepto se vincula a que Aristóteles, mientras hablaba con sus discípulos, caminaba. Los primeros peripatéticos, por lo tanto, eran aquellos que conversaban, debatían y paseaban con él.

Flâneur
Este término, acuñado en el contexto de la incipiente sociedad moderna en plena industrialización, refiere al sujeto como vagabundo, paseante y observador anónimo y a la vez fuertemente activo que ubica a la metrópolis como objeto de estudio.
Charles Baudelaire, en tanto burgués parisino abocado a la poesía, hace de su aislamiento social una herramienta clave para recorrer y analizar a la ciudad moderna como hecho cultural. De ese modo, la observación analítica de la multitud como el paisaje edilicio se vuelve esencial para el reconocimiento de imaginarios, modelos de representación y todo tipo de producto cultural que surja de la relación entre ciudad y cultura. Baudelaire, a su vez, toma este concepto de Edgar Allan Poe. Su cuento “El hombre de la multitud” hace exacta referencia a la actitud aventurera y a la vez silenciosa del flâneur.
El flâneur como concepto, no es un término científico, sino que refiere a una actitud ante la vida, y una forma de ver el mundo. Este filtro estético-ideológico puede encontrarse en numerosas obras y artistas que tienen la calle, la ciudad y sus personajes tanto humanos como arquitectónicos como referente. Un ejemplo es la fotógrafa Vivian Maier, quien aprovechaba el tiempo laxo de su ocupación de niñera, para llevar a pasear a los niños a sitios de su preferencia para la captura fotográfica.

'Flâneur', la historia detrás de la figura del paseante francés
Al arte de callejear sin rumbo fijo por las calles de París se le atribuye a la figura conocida como 'flâneur'. ¿En qué consiste exactamente este término literario y por qué fue toda una revolución en la Francia del S.XIX?
La figura del flâneur es una tradición que a lo largo de los siglos ha traspasado la literatura para ocupar también obras de arte, proyectos cinematográficos, propuestas estilísticas e incluso ha servido para que algunas personas lo tomen como un estilo de vida propio a imitar y seguir. Pero antes de nada, ¿en qué consiste y cómo surge esta figura literaria que cobró identidad propia a lo largo de todo el siglo XIX?
Se podría decir que uno de los padres que hizo de este término toda una revolución fue Charles Baudelaire al incluirlo, definirlo y escenificarlo en sus trabajos literarios. En la obra publicada en 1863 titulada El pintor de la vida moderna, escrita por el poeta y artista Baudelaire hace una perfecta aproximación al personaje del flâneur: "La multitud es su elemento, como el aire para los pájaros y el agua para los peces. Su pasión y su profesión le llevan a hacerse una sola carne con la multitud. Para el perfecto flâneur, para el observador apasionado,(...) contemplar el mundo, estar en el centro del mundo, y sin embargo pasar inadvertido —tales son los pequeños placeres de estos espíritus independientes, apasionados, incorruptibles, que la lengua apenas alcanza a definir torpemente".
Posteriormente Walter Benjamin también reflexiona sobre esta figura francesa a partir de la obra de Baudelaire, al hablar del moderno espectador urbano pero más de una crítica al capitalismo y a la sociedad de consumo imperante en aquella época.
A partir de entonces han sido muchas las personalidades que han reflexionado en diferentes ámbitos de las artes sobre el concepto de flâneur que a pesar de que en la actualidad parezca olvidado con el ruido de las redes sociales y la frenética vida en la que estamos instalados todavía se puede apreciar en algunos sectores u obras, y que bien merece la pena ser recordado y, por qué no, rescatado.
La estética de la figura del paseante
Un flâneur es mucho más que una persona que se dedica al arte de pasear, es toda una filosofía y actitud ante la vida. Imagina a un persona, antiguamente escenificado por la figura de un hombre -aunque también se puede y se debe trasladar a las mujeres- que camina sin rumbo fijo por la ciudad como un espectador sin llamar la atención, sin interactuar con nadie. Es tal su (no) implicación en todo lo ocurre en sus calles que al final pasa a formar parte de la misma, como si fueran solo uno, pasando totalmente desapercibido ante los ojos del resto de viandantes.
Su alma no es de un turista al uso, sino de un explorador nato. Es justo entonces cuando la ciudad se convierte en la protagonista absoluta del relato. Aquí no importan los lugares más emblemáticos sino el perderse para volverse a encontrar y disfrutar del enclave desde un punto de vista hedonista.
La diferencia entre ser un 'flâneur' y ser un dandy
A priori podemos encontrar similitudes entre la figura del flâneur y la del dandy, pero si nos paramos a analizarlas al detalle encontraremos varias discrepancias. El dandy es aquel arquetipo de persona que originalmente proviene de la burguesía y que gusta ver y ser visto. Ahí radicaría una de las principales disimilitudes entre ambas figuras, mientras que el dandy se pasea de manera petulante ante el resto de personas, el flâneur pasa desapercibido con sus actos y movimientos, le gusta observar en vez de ser observado.
La elegancia es una cualidad que comparten ambas personalidades, pues cuidan hasta el mínimo detalle de su vestimenta y forma de comportarse. La intelectualidad, la búsqueda de los placeres más hedonistas y la curiosidad son valores que también se dan en ambas partes pero vividas desde un punto de vista diferente. Mientras que el dandy vive el momento y la ciudad desde la vanidad y soberbia más absoluta sin intención alguna de mezclarse con el resto de personas que no son como él, el flâneur se pasea por la ciudad y se empapa de toda ella, sin importar el cuándo, el cómo y el por qué.

El Flâneur como Hombre
Históricamente, el flaineur ha sido exclusivamente masculino. Esto se debe a que, como explica la autora Deborah Parsons, "las oportunidades y actividades de la flanería eran predominantemente las actividades del hombre de medios", mientras que sin rumbo, no tenían rumbo, el vagar en solitario y el voyeurismo se consideraron actividades inapropiadas para las mujeres acomodadas. Esto resultó, por ejemplo, en lo que el historiador de arte Paul Smith reconoce como "la implicación de que las pinturas impresionistas se hicieron para los hombres", es decir, para la mirada masculina específicamente. Sin embargo, muchas mujeres (incluidas artistas femeninas como la fotógrafa Polaco-Alemana Germaine Krull, la fotógrafa Alemán-Francesa Gisèle Freund y la fotógrafa Austriaco-Americana Lisette Modelo) se han involucrado en flanerie, encarnando el papel de la flaeneusa. Sin embargo, debido a las diferencias en las normas de género, como explica la escritora feminista Gabby Tuzzeo, la flaeneusa "no es una flaeneur femenina, sino un concepto completamente separado. El Flâneuse reconoce que las mujeres experimentan y exploran las ciudades de una manera completamente independiente y única". Por ejemplo, un flaeneuse, más a menudo que un flaeneur, será visto como rebelde, radical o incluso transgresor.
El Fláneur como Observador Urbano Anónimo
Como explica la escritora de artes Jennie Taylor, "El flaineur tiene la capacidad y el tiempo para vagar por la sociedad y al mismo tiempo ser eliminado de ella. Su propósito es observar la sociedad y solo eso: por lo tanto, parece sin rumbo...El flaineur, un poeta en las calles, ve el mundo a través de un caleidoscopio, encuentra soledad en una multitud y se deleita en el anonimato. Trata la vida cotidiana como su propio espacio creativo. Prospera en las demandas de inmediatez, observando lo fugaz en el momento en que ocurren". En los últimos dos siglos, los artistas han representado al flaineur en su arte y han asumido el papel de flaeneur, caminando por las calles de la ciudad, observando silenciosamente su entorno, y presentando sus observaciones en pinturas, fotografías y más.
El Fláneur como Moderno
Según el historiador cultural Gregory Shaya, el flaineur "era una figura del artista-poeta moderno, una figura muy consciente del bullicio de la vida moderna, detective aficionado e investigador de la ciudad, pero también signo de la alienación de la ciudad y del capitalismo." El papel del flaineur como observador de la vida urbana lo hace inherentemente moderno, ya que la urbanización y el aumento del consumo pueden entenderse como un aspecto integral de la modernidad. Como señala Shaya, el flaineur ofrece una visión de las características particulares de la modernidad, como la alienación causada por la vida urbana (el flaineur siempre mantiene una distancia psicológica de quienes lo rodean), los efectos del capitalismo en la experiencia individual (con el aumento del impulso social para la productividad, y,el flaneur pierde la capacidad de pasear por las calles lentamente y observar a otros haciendo lo mismo), y los efectos de la urbanización en las divisiones de clase (solo un hombre de medios tiene el lujo de participar en la flanerie).
La figura del 'flâneur' en la literatura, el arte, la moda o el cine
A lo largo de historia han sido numerosos los creativos dentro de diferentes ámbitos ya sea de la moda, la literatura, la pintura, la fotografía o las artes cinematográficas quienes han plasmado el arquetipo del flâneur en muchas de sus obras:
-Edgar Alan Poe lo ejemplifica en su cuento breve El hombre de la multitud publicado originalmente en 1840.
-Baudelaire no solo lo pone en El pintor de la vida moderna (1863) sino que también lo menciona en su libro colección de poemas Las flores del mal publicado en 1857.
-El artista francés Gustave Caillebotte lo plasma en su obra más conocida Rue de Paris, temps de pluie (calle de París, día de lluvia), en la que muestra la Place de Dublin, en una intersección al este de la Gare Saint-Lazare en el norte de París a un conjunto de viandantes que ejemplifican al flâneur, en especial al hombre que está acompañando a su mujer del brazo con el paraguas
-Incluso la maison francesa Hermès tiene una bicicleta de paseo llamada Le Flâneur que presenta todos los atributos de esta figura convertida en producto. Una bici no con la que hacer deporte de alta intensidad sino con la que descubrir de forma calmada la gran ciudad, disfrutando en todo momento al más puro estilo hedonista. Clasicismo, elegancia y vanguardia sin olvidarse del sello personal que tanto caracteriza a la firma.
-En el cine uno de los más claros ejemplos nos lo trajo Paolo Sorrentino con su magnífica y arrebatadoramente cautivadora La Gran Belleza (2013). Roma en su máximo esplendor y el personaje de Jep Gambardella (interpretado por Toni Servillo), un escritor de 65 años que vive -y exprime- la Ciudad Eterna desde el hastío, la vanalidad, el placer y cómo no la B-E-L-L-E-Z-A. Él es un auténtico flâneur.
Flâneurs, Walter Benjamin y los frutos del ocio
Reconocía Walter Benjamin que en pocas ciudades como en París podía experimentarse una poderosa sensación de embriaguez tras pasear largo tiempo y sin destinos definidos, renovando fuerzas a cada tienda, bistrot o parque irresistible. Por eso no tiene nada de casual que fuese allí y no en cualquier otro lugar donde se alumbrara la figura del flâneur, inspirada en los propios parisinos y no tanto en los turistas y en quienes saben contemplar la urbe como paisaje y a la vez son capaces de atraparla como si se tratara, decía el alemán, de una habitación.
La mirada del flâneur, opinaba, se nutría de lo efectivamente contemplado y de los datos probables; de la experiencia verificable y de la imaginada y en su misma esencia se alimentaba de la compañía, de esa muchedumbre abigarrada que hace que todos seamos extraños a todos y, por tanto, no tengamos de qué avergonzarnos ante ninguno (con lo que eso podía implicar de relajación de las buenas costumbres). Lo advirtió Poe en El hombre de la multitud, donde se refirió a esos paseantes que habían perdido cariz filosófico al tomar las trazas de hombres lobo vagando sin rumbo por la selva urbana, una selva en la que unos rostros se asemejan a otros hasta solaparse casi en bucle infinito.
En el llamado universo de la flânerie, apunta además Benjamin, ninguna época ni lugar son del todo ajenos: otros momentos y tierras irrumpen en París en forma de pastores tocando la flauta, de niños jugando, cazadores en sus más diversas formas y trenes cruzando por puentes de hierro. Los paseantes se sienten observados por todo y por todos, como individuos sospechosos y, a la vez, paradójicamente, pueden tener la sensación de ser seres sin identidad.

El antiguo sentimiento romántico ante el paisaje, ligado a lo sublime, declina ahora ante la vivencia de una naturaleza que, como decíamos, es urbana, porque la ciudad es el territorio sagrado del flâneur y también puede suscitar admiración e inquietud. Decía Proust, en Du côté de chez Swann, totalmente alejado de esas inquietudes literarias y obviándolas por completo, de repente un tejado, un reflejo de sol sobre una piedra, el olor de un camino, me detenían por el extraño placer que me proporcionaban y también porque parecían ocultar algo detrás de sus apariencias, algo que me invitaban a descubrir y que, a pesar de mis esfuerzos, no lograba vislumbrar.
Sabido es que los parisinos han hecho de la vida en la calle un arte, y en el siglo XIX no solo a base de terrazas: en las calles cortadas proliferaban, como apuntan muchos testimonios, puestos de venta ambulante de lápices o cuadernos, de persianas y tirantes, de antigüedades; el contratiempo hacía de la necesidad virtud y podía tenerse la sensación de que los boulevares (Raspail, Saint-Germain) eran interiores y sus viandantes, un ser colectivo en constante trasiego, viviendo, experimentando e inventando a pie de acera tanto como los individuos al abrigo de sus techos. Para el flâneur, cuenta el filósofo, las insignias esmaltadas de las tiendas alcanzaban igual valor que los óleos colgados en las paredes de las viviendas burguesas; los muros eran escritorio, aunque se prohibiera fijar carteles; los bancos, los muebles de sus dormitorios y la terraza del café equivalía a la ventana desde la que otear, no las afueras, sino el propio hogar.
Ante la vastedad del nuevo ambiente doméstico, el paseante es víctima de una inevitable indecisión: la duda forma parte del estado natural de su ser como la contemplación lo es de los religiosos de clausura. Y es, asimismo, observador del mercado, de los vaivenes de la coyuntura urbana; el informador enviado por el capitalismo, dice Benjamin, para espiar el mundo del consumidor, siendo su última encarnación la del hombre-anuncio. El carácter laberíntico de la ciudad tiene algo de realización de un antiguo sueño de la humanidad y sus arquitecturas más características (estaciones, grandes almacenes, pabellones de exposiciones) responden a necesidades colectivas; por despreciadas y cotidianas, suscitan la atención del nuevo individuo urbano, ya que anuncian la llegada de las masas al escenario de la historia.
En el panfleto El siglo maldito (1843), donde denunciaba la corrupción social de entonces, Alexis Dumesnil hacía suya una imagen de Juvenal: de repente, la multitud quedaba paralizada en la calle y se levantaba acta de los pensamientos y deseos de cada uno. Y más allá del boulevard, decía Musset y recordaba el autor de La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, empezaban las Indias Orientales o el Extremo Oriente.

La flânerie tiene igualmente que ver con la idea de que los frutos de la ociosidad son tan o más valiosos que los del trabajo y con la soledad que da auténtico sentido a la primera: solo el solitario se sumerge en la vivencia de todo acontecimiento por nimio que sea.
Atentos a la temprana definición de la Larousse decimonónica: El ojo avizor del flâneur, su oído alerta buscan algo muy distinto a lo que la muchedumbre viene a ver. Una palabra pronunciada al azar le descubrirá uno de esos rasgos del carácter que el ingenio no puede inventar y que solo se perciben en un instante: esas fisionomías tan ingenuas y atentas se revelarán como la expresión con la que el pintor viene soñando; un ruido insignificante para cualquier otro oído sorprenderá al músico y le dará pie para una nueva combinación de armonías; incluso al pensador, al filósofo inmerso en sus reflexiones, esa agitación exterior le podrá resultar beneficiosa, porque mezcla y sacude sus ideas, como hace la tempestad con las olas del mar… La mayoría de los hombres de genio han sido grandes flâneurs, pero flâneurs laboriosos y fecundos. Puede ocurrir que cuando el artista y el poeta parecen menos ocupados en su obra es cuando más profundamente están inmersos en ella. A principios de este siglo, se veía cada día pasear a un hombre alrededor de las murallas de Viena, ya nevara ya resplandeciera el sol: era Beethoven que, vagando de ese modo, repetía en su cabeza sus admirables sinfonías antes de plasmarlas en papel; para él la gente no existía, en vano quienes se cruzaban con él lo saludaban, pues no les veía: su espíritu estaba en otra parte.



BIBLIOGRAFÍA
Walter Benjamin. París. Casimiro, 2013
Howard Eiland, Michael Jennings. Walter Benjamin. Una vida crítica. Tres Puntos Ediciones, 2020
Emissaries
by Melechesh
Osmose (2006)
La Torre de Babel de Atanasio Kircher
{ de serie }
Un diario del artista y diseñador John Coulthart.
https://www.johncoulthart.com/feuilleton/2011/12/16/athanasius-kirchers-tower-of-babel/
He aquí una imagen cuyos innumerables detalles he querido examinar desde hace muchos años. Lieven Cruyl fue el dibujante y Coenraet Decker el grabador, mientras que la imagen en sí aparece como una ilustración en la obra de Athanasius Kircher (respiración profunda).)
Las copias aquí provienen de un volumen escaneado en la Universidad de Heidelberg, donde las páginas han sufrido ligeramente por los ratones de biblioteca. Pero la resolución es lo suficientemente alta como para explorar una imagen repleta de pequeños detalles, desde los erizados andamios en la parte superior de la estructura y las casas (¿para los trabajadores?) construidas en las rampas más abajo, hasta una procesión de camellos y otras bestias. siendo conducido hacia la entrada principal. Al fondo hay torres más pequeñas y algunas pirámides (Kircher exploró estas últimas en otra parte del libro), así como un puerto con veleros con cabeza de bestia. Se puede explorar la imagen en tamaño completo. aquí.
En otro lugar de { feuilleton }
• El archivo de arte del aguafuerte y el grabado
Anteriormente el { feuilleton }
• La Tour de Schuiten & Peeters
Obras I, 2, p. 145

En la figura del flâneur puede decirse que retorna el ocioso escogido por Sócrates en el mercado ateniense como interlocutor. Sólo que ahora no hay ya ningún Sócrates, nadie que le dirija la palabra.
Obras I, 2, p. 295


Tanto el lector como el pensador, el esperanzado y el flâneur, son todos tipos del iluminado, como lo son el que consume opio, y el soñador, y el embriagado. Y ellos son, además, los más profanos. Por no hablar de la más terrible de las drogas –la más terrible, a saber, nosotros mismos–, que consumimos en nuestra soledad.
Obras II, 1, p. 314

Hasta el año 1870, dominaron los coches en las calles. Uno se veía aprisionado en las estrechas aceras, de modo que el flâneur se limitaba preferentemente a los pasajes, que ofrecían su amparo ante el tiempo y el tráfico.
Edmond Beaurepaire. Paris d’hier et d’aujourd’hui. La chronique des rues, París, 1900, p. 67. Cit. en Obra de los pasajes, A 1 a, 1

Comercio y tráfico son el par de componentes de la calle. Pero, el segundo de ellos, ahora se entumece en el pasaje, en donde el tráfico es rudimentario. Éste ahora es esa calle cuya única libido es el comercio, sólo atento a incitar el apetito. Y, en tanto que ahí se estanca el flujo, la mercancía se multiplica en sus orillas siguiendo formaciones fantasiosas, como los tejidos en las úlceras. El flâneur sabotea el tráfico. Y es que no es comprador. Es mercancía.
Obra de los pasajes, A 3 a, 7

¿No puede hacerse un film apasionante a partir del plano de París, del desarrollo en orden temporal de sus distintas configuraciones, del condensar el movimiento de sus calles, sus bulevares, sus pasajes y sus plazas a lo largo de un siglo en el espacio de una media hora? Y ¿no es ese el trabajo del flâneur?
Obra de los pasajes, C 1, 9

No se debe dejar pasar el tiempo, sino que hay que invitarlo a que nos venga. Dejar pasar el tiempo –rechazarlo, expulsarlo–: el jugador. El tiempo le gotea por los poros. Cargar tiempo, como una batería se va cargando de electricidad: ése es el caso del flâneur. Y, por fin, el tercero: carga el tiempo y sólo lo libera cuando ya ha adoptado otra figura –la de la expectativa–: del que aguarda.
Obra de los pasajes, D 3, 4

[La ciudad de] París es para sus habitantes un enorme mercado de consumo, [...] hay multitud de nómadas auténticos en el seno de su sociedad.
De un discurso de Haussmann (28-11-1864), según se ha recogido en Georges Laronze. Le baron Haussmann, París, 1932, pp. 172-173. Cit. en Obra de los pasajes, E 3 a, 1

La centralización y la megalomanía han creado una ciudad artificial donde el parisino [...] no está ya en su casa. Por eso, en cuanto puede, la abandona; nueva necesidad sobrevenida, la manía de ir de veraneo. Mas también, a la inversa, en la ciudad desierta de habitantes, el extranjero llega a fecha fija; es lo que ahora llaman "temporada". Así el parisino, en su ciudad, encrucijada hoy cosmopolita, adopta el tipo del desarraigado.
Dubech-D'Espezel. Histoire de Paris, París, 1926, pp. 427-428. Cit. en Obra de los pasajes, E 3 a, 6

Obra de los pasajes, J 59, 2

La multitud, como aparece en Poe –con movimientos atropellados e intermitentes–, se describe con todo realismo. Su descripción contiene, a favor suyo, una verdad más alta. Estos particulares movimientos son menos movimientos de la gente que avanza así tras sus negocios, que los movimientos de las máquinas que de ellos se sirven. Con la mirada vuelta a lo lejano, Poe parece haber ido adaptando de ese modo su ritmo a sus gestos y a sus reacciones. Pero el flâneur no comparte esta actitud. Más bien parece que se desconecta; su ir sereno sería no otra cosa que protesta inconsciente contra el tempo del proceso productivo.
Obra de los pasajes, J 60 a, 6

El laberinto es el buen camino en el caso de aquel que siempre llega demasiado temprano hasta su meta. Ésta, para el flâneur, es el mercado.
Obra de los pasajes, J 61, 8

En la apariencia de una multitud agitada y animada por sí misma, sacia el flâneur su ansia por lo nuevo. Y es que, de hecho, este colectivo no es en realidad sino apariencia. La ‘multitud’ en que el flâneur va a deleitarse es ese molde en que, setenta años más tarde, eso que llaman ‘comunidad del pueblo’ se va a ver, como tal, configurada.
Obra de los pasajes, J 66, 1

Obra de los pasajes, J 66 a, 6

A la visión del flâneur, mientras camina, van penetrando en el paisaje y el instante tiempos y tierras lejanas.
Obra de los pasajes, M 2, 4

Dialéctica del flâneur: por una parte, el hombre que se siente observado por todo y por todos, lo que es como decir: el sospechoso; de otra, el inencontrable y escondido. Supuestamente es esa dialéctica la de El hombre de la multitud.
Obra de los pasajes, M 2, 8

El flâneur viene a ser el inspector del mercado. Su saber se aproxima en gran medida a la ciencia oculta de la coyuntura. Es el cliente de los capitalistas, enviado al reino de los consumidores.
Obra de los pasajes, M 5, 6

La ociosidad propia del flâneur es una activa manifestación que se enfrenta a la actual la división del trabajo.
Obra de los pasajes, M 5, 8

No confundamos al flâneur con el mirón: [...] el flâneur... está siempre en [...] posesión de su individualidad, mientras la del mirón desaparece, al contrario, al quedar absorbida por el mundo exterior [...] que lo hace exaltarse, embriagado, hasta el éxtasis. Bajo la presión del espectáculo el mirón se hace un ser impersonal; ya no es un hombre: es público, es decir, muchedumbre.
Victor Fournel. Ce qu’on voit dans les rues de Paris, París 1858, p. 263. Cit. en Obra de los pasajes, M 6, 5

La ciudad es realización de un viejo sueño humano: el laberinto. Realidad que persigue al flâneur sin saberlo.
Obra de los pasajes, M 6 a, 4

Salir cuando nada te obliga y seguir tu inspiración, como si el solo hecho de torcer a derecha o a izquierda fuera en sí mismo un acto esencialmente poético.
Edmond Jaloux. «Le dernier flâneur», Le Temps, 22 de mayo de 1936. Cit. en Obra de los pasajes, M 9 a, 4

Salir de casa como un llegar de lejos; descubrir ese mundo en que se vive.
Encyclopédie française, vol. XVI, p.64, 1. Cit. en Obra de los pasajes, M 10 a, 4

Para el flâneur perfecto [...] el mayor goce es domiciliarse con el número [...] Estar fuera de casa y sentirse en casa en todas partes; contemplar el mundo, estar estrictamente en el centro del mundo y mantenerse oculto para el mundo.
Baudelaire. L’art romantique, París, pp. 64-65. Cit en Obra de los pasajes, M 14 a, 1

La masa, en Baudelaire, aparece como velo ante el flâneur: es la droga más reciente de las que dispone el solitario. Borra, además, toda huella de lo individual: es el asilo más reciente de que puede disponer el marginado. Es también, finalmente, en el laberinto ciudadano, el más reciente e inescrutable laberinto. Y con ella se imprimen, en la imagen como tal de la ciudad, arquitectónicos caracteres que eran desconocidos hasta entonces.
Obra de los pasajes, M 16, 3

La empatía con la mercancía viene a ser, sobre todo, empatía con el valor de cambio. El flâneur es su virtuoso.
Obra de los pasajes, M 17 a, 2


Las construcciones más características a lo largo del siglo diecinueve –las estaciones del ferrocarril, los pabellones de las exposiciones, así como los grandes almacenes [...]– tienen como objeto, en su conjunto, diversas necesidades colectivas. Pero, justo por estas construcciones –«mal vistas, cotidianas», dice Giedion–, es por las que se siente especialmente atraído el flâneur. Y es que en ellas está ya prevista la nueva entrada de las grandes masas en el escenario de la historia.
Obra de los pasajes, M 21 a, 2
