LEER.
(Del lat. <<légere>> —partic. <<lectus>>—, coger, escoger, repasar, pasar lista, del gr. <<lego>>; v.: <<leyenda, leyente, listo; 1 LOG–, –logia, –logo, aleccionar, analectas, análogo, apólogo, catálogo, coger, colección, colega, colegiata, colegio, colegir, diligencia, diligente, ecléctico, écloga, eclógico, égloga, elección, electivo, electo, elector, electuario, elegante, elegir, encoger, epílogo, escoger, ilegible, inteligente, paralogismo, predilección, prolegómenos, prólogo, recoger, releer, selección, selectivo, selecto, sobrecoger; antología, eucologio, logaritmo, logogrifo, logomaquia, negligencia, negligente, psicología, reloj, silogismo)
¿Qué es leer? ¿Qué es la lectura?
por José Luis de Diego
La aparición del libro
De Lucien Febvre,
Historia social del libro
José Antonio Marina.
https://www.anabad.org/wp-content/uploads/2020/05/Historia-Social-del-Libro-Grecia-I.pdf
José Antonio Marina.
La Magia de Leer
Este libro es un tratado de magia. Mezcla, pues, recetas y consejos para lograr encantamientos prodigiosos. La escritura, y la lectura, también tienen su magia. De ella emergen hadas y dragones, mundos nuevos y mundos antiguos, personajes, historias, sentimientos, poemas y ecuaciones. A través de sus siete capítulos, José Antonio Marina y María de la Válgoma, nos dan las recetas para crear una confabulación de convencidos de la magia de la lectura y consigamos que ésta manifieste su gran poder. Este libro nos introduce en la poesía, la novela o las obras de no ficción, que nos proporcionan placeres distintos. Habla de la fuerte competencia que la lectura tiene hoy en día debido al celular... y el ritmo de vida y finalmente nos da razones para leer. Nos enseña también, como empezar, qué leer, cuanto tiempo, como iniciar a los más pequeños en la escuela, como hacer que sea un hábito agradable y hasta como conseguir despertar el interés de los adolescentes y llegar a conseguir que sean lectores por placer.
"El Libro de la Literatura" es una obra que ofrece una visión panorámica de la evolución literaria a lo largo de la historia. A través de sus páginas, el lector puede explorar las principales corrientes, autores y obras que han marcado el desarrollo de la literatura mundial.
Leer es respirar, es devenir es la primera publicación que recoge los textos de Olafur Eliasson escritos hasta la fecha. A través de veinticuatro ensayos breves y de las evocativas imágenes de algunas de sus obras, el artista danés de origen islandés presenta los temas más recurrentes de su trayectoria artística y nos invita a reflexionar sobre su complejo universo estético y perceptivo: desde el papel que desempeñamos como observadores en un museo o nuestras reacciones frente al color y la luz, hasta los diferentes tipos de movimiento o la percepción del paisaje en el tiempo. Al igual que en su obra artística, en este libro —con prefacio del propio Eliasson— el artista nos anima a formar parte de sus reflexiones abiertas, a recorrer los diversos temas planteados y, sobre todo, a que tomemos partido como lectores y vayamos más allá de la propia obra.

La estructura del libro está organizada de manera cronológica, lo que permite apreciar cómo las distintas épocas y contextos históricos han influido en la producción literaria. Cada sección proporciona análisis detallados de movimientos literarios, desde la antigüedad clásica hasta la literatura contemporánea, destacando las características esenciales y los aportes significativos de cada período.
Además de los análisis históricos, la obra incluye reseñas de obras emblemáticas y perfiles de autores influyentes, ofreciendo al lector una comprensión más profunda de las contribuciones individuales al panorama literario. Las ilustraciones y gráficos complementan la información, facilitando la visualización de las conexiones entre diferentes obras y autores.
"El Libro de la Literatura" se presenta como una herramienta valiosa tanto para estudiantes como para aficionados a la literatura, brindando una síntesis accesible y bien documentada de la riqueza literaria global. Su enfoque didáctico y su presentación visual atractiva lo convierten en una referencia útil para quienes deseen profundizar en el estudio de la literatura.
Manual de historia del libro
Autor: Hipólito Escolar Sobrino
https://ww3.lectulandia.com/book/manual-de-historia-del-libro/
¿Qué es la historia del libro?*
Robert Darnton
Princeton University
https://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1852-04992008000200001
Leer es respirar, es devenir
Escritos de Olafur Eliasson
Moisés Puente (ed.)

Estética De La Lectura
Una teoría general.
El arte de la lectura
La gran cuestión de la lectura exige ser afrontada como verdadera teoría general, esto es, como amplia construcción crítica y retórica y al fin en tanto actividad global estética en el marco del pensamiento teórico y los avatares culturales que únicamente pueden ser asumidos a través de una concepción de la continuidad que aquí eminentemente atañe a la escritura y a la ciencia humanística.Durante las últimas décadas del siglo xx tuvo lugar una extensa producción historiográfica acerca de la lectura, sin duda consecuencia de la especial evolución de algunas escuelas o tendencias de estudios históricos que trasladaron su foco de interés de la historia política y económica a los ámbitos de lo que en general podríamos denominar microhistoria. No se ofrece aquí un proyecto estético de la lectura desgajando su entidad, si es que esto fuera posible, de la realidad histórica, pero desde luego, en ningún caso, ni una teoría estructural-formalista, ni un estudio historiográfico más o menos valioso al modo de los frecuentemente difundidos. https://www.file-upload.net/download-15395702/169646.zip.htmlLas Culturas Del LibroManuel García-Pelayo
es uno de esos importantes intelectuales del siglo XX que experimentaron desencuentros con la tortuosa evolución social y política española y han quedado en penumbra en un país que por desgracia retrocede en el nivel de conocimiento público de sus pensadores e investigadores. En esa situación le encontramos junto a los Altamira, Cordón, Castro, Terrón y tantos otros. Su figura me interesaba instintivamente, y un compañero bibliotecario muy perspicaz me puso en la pista de Las culturas del Libro, texto breve pero digno exponente de su creación ensayística. García-Pelayo era fundamentalmente un gran experto en Derecho político y constitucional, y ello se deja notar claramente en sus análisis y reflexiones sobre la Historia y la cultura. El autor parte de la distinción efectuada desde su origen por el islam entre gentes del libro (judíos, cristianos y musulmanes) y resto de seres humanos considerados como plenamente paganos, para explorar el papel y significado del soporte/contenido `libro` desde las antiguas culturas de Oriente Medio hasta la europea occidental moderna, resaltando el giro de perspectiva social y cultural operado a finales de la Edad Media con la irrupción de la imprenta, el Renacimiento, y las reformas religiosas. El lector va contemplando y comprendiendo los cambios en el significado profundo, casi fundacional e ineludible de este objeto hoy día casi trivial en su realidad física: el libro. Cambios en nuestra vida, en nuestra manera de ver y experimentar el mundo.
Los nuevos lectores Amelia Fernández(Universidad Autónoma de Madrid)
Según la afirmación ya clásica de Walter J. Ong[1] el concepto occidental de literatura está ligado profundamente a una forma muy concreta de actualización de la obra literaria, la del lector, y la del lector que surge a partir de la invención de la imprenta. Es una realidad ni mucho menos común ya que la lectura está relacionada con los índices de alfabetización, de ahí que el acceso a la literatura durante siglos haya sido ante todo oral y colectivo, dos condiciones que no se dan, ni mucho menos, en la lectura tal y como la hemos entendido durante siglos, en su dimensión mental, en silencio e individual.
De hecho podemos encontrar varias etapas históricas en las que la forma de acceder a la literatura ha sido radicalmente distinta. Debemos centrarnos en los tipos de lectura, o en la materialización concreta del mensaje cifrado por la palabra. Desde la antigüedad clásica nos llega el lector como oyente e incluso espectador o actor, y sobre todo como realizador de lo escrito, como aquel que descifra e interpreta. La “scriptio continua” es una consecuencia de esta manera de entender la realización de lo escrito. Imita el discurso oral, entendido como un “continuum” y es preciso saber interpretar lo que aparece ante los ojos de tal manera que el aprendizaje de la lectura estaba unido al de la oratoria. El lector interpreta el texto para los oyentes, y en esa medida es autor también. La oralidad anima, de nuevo, el difícil equilibrio del que crea leyendo. Es un acto único, irrepetible, como en la comunicación oral, con la diferencia de que la partitura, lo escrito, no cambia, o al menos es la referencia necesaria.
Una segunda etapa, que convive con la primera, es la que nos presenta al lector como copista o como filólogo en la tradición bizantina. Es aquel que reconstruye no sólo el mensaje escrito sino también el mundo que sustenta la creación de esa obra. Las cuatro etapas en las que se divide el comentario clásico, y a las que atiende el copista, son cifra del arduo esfuerzo por mantener un legado en un mundo que ya no se realiza con la inmediatez de la oralidad, sino que ocupa parcelas estrechas y lugares recónditos. Lectio, emendatio, enarratio y iudicium [2] son los pasos previos y finales de esa reconstrucción que deja al texto desgajado del mundo en el que ha nacido, hasta el extremo final, el de crear un mundo nuevo, reconstruido, para la posteridad. El lector, por lo tanto, debe tener una competencia añadida, la de ser capaz de descifrar, distinguir y recrear lo que aparece ante sus ojos. La lectura, de nuevo, es en voz alta. A diferencia de la lectura mental, es necesario oír lo que esta escrito para entenderlo, lo mismo ocurre ahora con los llamados analfabetos secundarios, aquellos que han aprendido a leer y a escribir pero que raras veces leen o escriben, necesitan “oír” lo que tienen delante. Sólo razones prácticas impusieron en los conventos la lectura en voz baja o en silencio para facilitar el trabajo de los copistas[3].
Una empresa dificultosa y muy pronto superada por la invención de la imprenta. A mediados del siglo XVI un lector podía elegir – según cálculos de A. Manguel – entre ocho millones de libros, “más quizá de los que todos los copistas de Europa habían trascrito desde que Constantino fundó su ciudad en el año 330”[4]. La imprenta trajo no sólo cambios en los hábitos de lectura, llegamos a la tercera etapa, a la del lector como lector. Es el que descifra en silencio, mentalmente, lo que aparece ante sus ojos, en un proceso en el que el sentido de la vista desplaza al del oído[5]. El siglo XX ha modificado profundamente los hábitos de lectura. Es difícil encontrar un nombre para el nuevo lector; lector-autor, lector-espectador, lector-interactor y, desde luego, lector-consumidor. La dificultad no radica tanto en caracterizar cada una de estas facetas, e incluso explicar su génesis, como en valorar las repercusiones en la definición de la propia literatura. Los fenómenos actuales están marcados profundamente por las nuevas tecnologías así como por la integración del libro en la sociedad de mercado. En 1935 Allen Lane después de pasar la tarde con Agatha Christie y su marido al coger el tren descubre que no tiene nada que leer. Surge Penguin Books, libros pequeños, manejables de tapas brillantes que editan tanto clásicos como contemporáneos, la propia Agatha Christie, amiga de Lane, o Hemingway[6]. La peculiaridad de esta colección se halla en poner a disposición de los lectores libros de calidad, a bajo precio y en cualquier lugar. Una iniciativa que siguió, por ejemplo, en nuestro país Espasa Calpe con su colección Austral y que cuenta con el prestigioso antecedente de los “libros de faltriquera”, libros también de bolsillo para llevar a América.
Más adelante, a principios de los noventa, el libro instantáneo, o “instant-book”, es un ingrediente más de una economía volcada en el consumo. El libro deja de ser el tesoro preciado, el principal medio para acercarse a la cultura y al conocimiento para convertirse en un objeto más. Las librerías ya no son el lugar – el santuario - donde encontrar libros. El quiosco de prensa, los grandes almacenes y los supermercados los ofrecen al lado de revistas, perfumes, discos o productos de limpieza. En el metro de Barcelona, por ejemplo, y durante el año 2003, podrán adquirirse incluso en máquinas expendedoras, de la misma manera que compramos bebidas o cajetillas de tabaco. La pregunta latente es si la forma de adquirir un libro puede influir en la valoración final que hacemos de ese libro porque el libro instantáneo es también el libro de “usar y tirar”. Una de las conclusiones a las que podemos llegar es que no ha variado el libro en sí y la calidad a él aparejada, lo que poco a poco se modifica son los hábitos culturales ligados al libro.
Otro factor coincidente anima este panorama vertiginoso, la invasión en el mundo reducido del libro de los medios audiovisuales. No sólo hablamos ya de campañas publicitarias que venden el libro por el sencillo hecho de que su autor pertenece a los medios de comunicación. Hablamos también de la influencia profunda del lenguaje fílmico - cinematográfico y sobre todo publicitario - en la literatura, algo que se revela no sólo en la escritura de textos con vistas a su adaptación cinematográfica. Hablamos también de nuevas formas de narración rápidas, profundamente visuales, dependientes de la perspectiva no ya del autor porque la voz narrativa se convierte en una verdadera cámara que enfoca cada secuencia, cada página. Pocas descripciones, abundancia de diálogos, argumentos lineales y sencillos, acción trepidante son algunos de los recursos que aparecen en la nueva narrativa a la medida de los cambios en la percepción de los lectores.
La literatura se consume, no se lee, no cabe tiempo para la recreación pasada de un mundo en los oídos del que se dejaba invadir por la lectura colectiva. Pero hay otras razones. La posibilidad de enriquecerse en el pujante mercado editorial trae aparejada la necesidad de crear productos comerciales, de escribir verdaderos best-sellers cuyas reglas explica, por ejemplo, Albert Zuckerman[7], representante de autores como Ken Follet. La regla básica, entre otras, es la de que el lector no lea, sino que se imagine una película. El lector se convierte, así, en una “voz en off” que recrea el espectáculo descrito ante sus ojos.
Pero sin duda el fenómeno reciente que más ha influido en los cambios de hábitos de lectura ha sido la irrupción de las nuevas tecnologías, en especial las informáticas. Ha pasado demasiado poco tiempo para valorar adecuadamente el impacto que tendrán en la literatura y en la forma de acercarse a ella, sin embargo ya contamos con datos que pueden dejarnos vislumbrar el futuro. Se trata de un fenómeno complejo y de complejas consecuencias, también, de ahí que sea necesario considerarlo desde diferentes aspectos aunque sea de forma breve. En primer lugar observaremos la influencia de los nuevos medios en la industria del libro, en segundo lugar las modernas formas de lectura aparejadas al medio en sí y en tercer lugar la influencia concreta en el trabajo creativo de los escritores.
Es preciso, hablar ya, del libro electrónico frente al libro tradicional, es decir, de los diferentes soportes utilizados para la publicación de un libro[8]. Tengamos en cuenta que no debería tratarse de un debate entre posturas tecnófilas frente a posturas tecnófobas. No se trata de dirimir cuál es mejor o peor, o incluso si al final el libro tradicional se extinguirá. Lo importante es el texto transmitido, no tanto el canal a través del que se transmite. Ahora bien comparar ventajas e inconvenientes puede alumbrar el influjo que un canal u otro, un soporte u otro, pueden ejercer sobre el mensaje, en términos comunicacionales.
El libro electrónico, a diferencia del hipertexto, del que hablaremos más adelante, es la edición digital de lo que hemos entendido, hasta ahora, como libro tradicional. La irrupción del libro electrónico ha modificado ya la tarea de las editoriales. No se trata solamente de una forma más de hacer llegar el producto al consumidor, especialmente favorable por la publicidad aparejada a medios tan poderosos como Internet. Incluso podemos hablar ya de “editoriales a la carta” – print on demand -, es decir, de fondos editoriales digitalizados y a la medida del comprador.[9]
También el libro electrónico ha traído formas nuevas de edición de textos con nuevos nombres, como la “edición interactiva”. Por poner sólo un ejemplo, de los muchos, la pionera edición de la Celestina a cargo de Miguel Garci Gómez incluye glosario, refranes y concordancias, además de una “tertulia”, un foro para hablar de la obra con otros internautas interesados[10]. Las páginas de calidad indudable se suceden lentamente e invaden el campo de Internet convertido en un foro ya real para la investigación y la comunicación en tiempo real de datos[11]. La nueva edición puede compararse con la tradicional, la diferencia radica en que la interactividad, la posibilidad de comunicación y la inmediatez son tan intensas con los nuevos medios que superan ampliamente la comunicación postal. Es más, la condición íntima de la lectura a solas se convierte en una lectura colectiva, social, volviendo al pasado, a la lectura puramente de grupo, de los que escuchaban al que sabía leer, y en último término – y éste es un punto más de debate futuro – de ejercer un control sobre lo que debe ser leído o sobre lo que se está leyendo.
Por otra parte, comparar las cualidades del libro tradicional con las del libro electrónico nos permitirá considerar las posibles repercusiones de lo que significa su lectura. El soporte del libro tradicional tiene ventajas y desventajas; movilidad, autonomía, clausura de la información y una estructura cerrada. El soporte del libro electrónico posee apertura de la información, estructura abierta e Interactividad. Una primera diferencia salta a la vista. El libro tradicional posee una autonomía de la que no dispone, hasta ahora, el libro electrónico, o al menos no tan satisfactoriamente. O, en otras palabras, un libro tradicional puede leerse sin necesidad de un aparato, sólo basta nuestra propia vista. Un libro electrónico no es autónomo, necesita de una máquina para actualizar su lectura, en la medida en la que avance la tecnología se remediará esta carencia, que sin embargo no tiene el libro tradicional. Cierto es que el libro digital puede imprimirse, pero estamos de nuevo ante un intermediario. La autonomía del libro tradicional es una ventaja indudable precisamente desde criterios tecnológicos, es decir, el verdadero avance se mide en la supresión de barreras. Del teclado pasamos al ratón, y del ratón, por ahora, a las órdenes verbales en el campo de las llamadas “interfaces modales”, o el estudio de las formas de comunicación con la máquina que tenemos delante hasta hacer desaparecer cualquier obstáculo. La ambición final es convertir al ordenador en una extensión natural de nosotros mismos. Y esto puede resultar, lo es en el fondo, una paradoja. La primera competencia tecnológica, históricamente, fue la lectura o saber descifrar un código de signos frente a la inmediatez del discurso oral. Los obstáculos a los que nos enfrentamos cuando utilizamos esta máquina, llamada ordenador, nos hacen olvidar, a veces, que se trata de una invención humana. La lenta acomodación a sus exigencias, el aprendizaje de su código nos hacen pensar que se trata de algo distinto cuando en el fondo no deja de ser una herramienta.
La dificultad no radica en la competencia tecnológica del usuario o del receptor sino en la transmisión y en la aprehensión de los datos, en su recepción. Si analizamos con más detenimiento los rasgos que caracterizan al libro electrónico frente al libro tradicional observaremos rápidamente un conjunto de aparentes ventajas. Un libro electrónico – en red – es abierto, el orden de la información es variable y la apertura de la información, también, frente a la clausura del libro tradicional. La sensación al observar esta diferencia pudiera ser semejante a la que sintieron los humanistas comparando los libros salidos de la imprenta, cerrados y uniformes, frente a la variedad caótica del manuscrito medieval. Es una de las características más evidentes de lo digital, su intangibilidad, que es tanto como decir su casi invisibilidad, su inexistencia, la transformación inmediata y permanente.Todo esto nos lleva a considerar el segundo aspecto que hemos propuesto y que toca de lleno a la nueva naturaleza - y a las nuevas expectativas - del lector. La escuela de la recepción aportó un principio que ahora ya nadie discute, la importancia del lector en la valoración y, sobre todo en la creación – recreación -, del texto literario. Una cultura volcada en la autoría, es decir, en la autoridad, en la paternidad de lo que se hereda generación tras generación, debe dejar un hueco para el realizador final del texto, para el lector. La casi aporía de Iser así lo revela, “un libro sólo existe si es leído por alguien”[12]. Lo interesante de esta afirmación y, en realidad, de los principios receptivos, se basa en que se reconoció finalmente la colaboración del lector en el propio significado de la obra literaria y se reconoció, además, que esta colaboración es un principio de acercamiento metodológico imprescindible. Las etapas en la historia de la lectura, brevemente tratadas al principio de este trabajo, influyen necesariamente en la concepción que de la literatura, y por extensión de todo lo pensado y escrito, ha tenido cada momento histórico y nuestra época, siendo singular por los avances científicos y tecnológicos, no es una excepción.
La labor creativa del lector, su colaboración en la realización del texto, se convirtió en la piedra angular de las llamadas escuelas postestructuralistas. Las posibilidades que trae el libro electrónico, y sobre todo el hipertexto, parecían, en un principio, confirmar ya en la práctica la semblanza de un lector que no sólo lee, recibe, sino que crea con su lectura. El lector es también explorador, no contempla, explora, busca y crea a la vez. Es la etapa del hipertexto.El hipertexto es una palabra creada por Theodor Holme Nelson en 1965[13]. Fue el creador de un sistema de documentación llamado Xanadú en el que se localiza cada ítem, cada texto, por su interconexión con otros y no por un sistema de índices. Eligió este nombre pensando en el desordenado desván del palacio del Ciudadano Kane, cada recuerdo lleva a otro, con un final casi premonitorio, nadie es capaz de saber el sentido final de “Rosebud” porque todo es circular. Es el mismo sin sentido, la misma apariencia irreal del reino creado y nombrado así por S. T. Coleridge, Xanadú. El cambio más significativo en la definición del hipertexto se ha dado entre el texto que remite a otros textos y el texto que remite a textos, en el sentido literal de tejidos, en otros lenguajes, no sólo el verbal:
El hipertexto se compone de texto y de unos nexos (links) que conectan directamente con otros textos al ser activados, formando una red contextual sin principio ni fin, pues se puede saltar constantemente de unos textos a otros, según se van escogiendo nuevas opciones de búsqueda[14].
Esta es una primera definición de hace cinco años. El rápido avance tecnológico lleva a Susana Pajares a ampliar, en enero de 2001, su propia definición donde entra un aspecto fundamental, el carácter multimedia, no sólo escrito, del hipertexto:
El hipertexto podría definirse como una forma de organizar información utilizando programas que admiten diferentes tipos de estructura (se puede ir más allá de la linealidad del libro) y pueden integrar lenguajes diferentes (palabra escrita, imágenes, audio, vídeo)[15].
El interés por el hipertexto y su contribución a la literatura ha venido ante todo desde la teoría literaria como queda recogido en el ya clásico trabajo de G. P. Landow, publicado en español en 1995 bajo el título Hipertexto. La convergencia de la teoría crítica contemporánea y la tecnología[16]. La tesis fundamental de Landow es que el hipertexto es la prueba palpable de la validez de las teorías postestructuralistas y en concreto de la vertiente deconstructiva, en especial, la necesidad de construir el significado, las redes formadas por textos, la responsabilidad del lector en la construcción de ese significado y en resumen la ruptura con la autoría tradicional.
En este sentido se invoca la autoridad de Roland Barthes quien en S/Z y en 1970 ya imaginaba una textualidad abierta, eternamente inacabada, una posibilidad teórica que Barthes llevó a la práctica en sus Discursos de un fragmento amoroso. Es una verdadera tópica de los lugares que componen el discurso amatorio, un auténtico calidoscopio en el que cada texto remite a otro reproduciendo así la obsesiva repetición del pensamiento enamorado porque “es pues un enamorado el que habla y dice.” [17]La tecnología facilita, de nuevo, lo que la mente humana es capaz de crear e imaginar, siendo esa tecnología, como hemos apreciado más arriba, profundamente humana. Así queda también demostrado en obras como Rayuela de Julio Cortázar – un verdadero precedente de lo que ahora denominan los expertos “hiperficción explorativa” - o el propio Ulises de Joyce, reconstruyendo las asociaciones libres y caóticas del monólogo interior como una suerte de hipertexto intangible e infinito.
Desde el hipertexto hablamos de hiperficción, ya sea explorativa, el lector explora los posibles caminos y enlaces, o bien constructiva, el lector junto a otros construye una historia. Como muy bien ha observado Susana Pajares las posibilidades teóricas pronto han sido defraudadas por la práctica creativa y, sobre todo, receptora. Parecía que un principio los hipertextos ofrecían al lector una serie de ventajas, por ejemplo, propiciar la creatividad, superar la tiranía de la página escrita, en términos casi derridianos “la tiranía del rectángulo” o estimular la responsabilidad personal y la propia inquietud de experiencia y de búsqueda. La realidad, sin embargo, es muy distinta. La experiencia lectora pronto se ve desbordada por la desorientación, por la sensación de la “ingravidez” del texto, por la impresión permanente de pérdida en un laberinto que no conduce a ninguna parte[18].
Son éstas razones de peso, entre las muchas, para que el panorama siga siendo desesperanzador. Al menos así lo afirma uno de los grandes teóricos del hipertexto, Mark Bernstein. Tiene lugar esta pregunta en el número especial que sobre Crítica Hipertextual publica el prestigioso Journal of Digital Information (JoDi). En 2001 Bernstein se pregunta ¿dónde están los hipertextos?[19]. Las expectativas creadas hace diez años se han topado con los impedimentos y obstáculos del propio hipertexto que no acaba de convertirse en un medio paralelo al literario, entre otras razones porque el lector actual aprende a leer leyendo libros, y, sobre todo, porque la recepción de los hipertextos no parece asimilable a la emoción, imaginación y conocimiento ligados a la lectura de los libros tradicionales.
Quizá la condición indispensable para que los hipertextos se conviertan en una realidad, ante todo satisfactoria para sus receptores, sea la de modificar no sólo al lector, sino las expectativas de lo que entendemos por lectura literaria, profundamente influidas por el receptor que es, ante todo, lector de libros. En este sentido, y de nuevo, las reflexiones de Walter J. Ong son reveladoras y premonitorias, una civilización formada por lo escrito, está deformada de raíz, hasta el punto de ser incapaz de imaginarse de otra forma[20].
Como queda también señalado en el número monográfico del Journal of Digital Information, la atención de los expertos se dirige ahora no tanto al hipertexto como a la hiperficción, o mejor dicho, a la narratividad que puede desplegarse, al tipo de narración sugerida por el hipertexto. Frente a la narración, que ya podemos llamar tradicional, ramificada o interrumpida, sin duda la más interesante es la “narración orientada a objetos” o MOO (MUD Objects Oriented) donde MUD significa a su vez Multi-User Dungeon, Multi-User Domain, o Multi-User Dimension[af1])[21]. En realidad se trata de una recreación, a través del ordenador, de un verdadero juego de rol donde el autor se convierte en un “coreógrafo de las historias” y el lector en un “interactor”, alguien que participa como personaje en la propia historia e “interactúa” con otros.
De nuevo la tecnología materializa lo que la mente humana ha sido capaz de imaginar, o al menos considerar. Aristóteles en su Poética, del siglo IV antes de Cristo, ya habló de la necesaria identificación del espectador con lo que ocurría en el escenario para asegurar el éxito de la tragedia, no otro que la aceptación que lo que es irreal sea capaz de influir en su estado de ánimo. Lo que es premisa básica para la catarsis, o en definitiva, para la entrada consentida en un mundo ficticio, es ahora el objetivo singular de este tipo de narración. La identificación del lector con el personaje, y en definitiva, la creación interior de su conducta, puesta en escena, es el requisito principal para ser capturado por la “fábula”. Y un apunte más que no deja ser la cualidad interna de este tipo de narraciones. Se trata de una creación colectiva que necesita establecer unas reglas fijas para dar cabida, unidad y sentido a las variaciones individuales. Resumiendo los puntos principales de la definición de Xavier Berenguer la “narración MUD” necesita “una trama genérica”, el “perfil de los personajes” y, sobre todo, una “memoria de las acciones para poder mantener cierto control sobre el discurso narrativo.”[22]”
No otros son los requisitos de la creación colectiva tal y como por ejemplo se observa en el género épico; la necesidad de una historia que enmarque los sucesivos episodios, la atribución de determinadas cualidades – casi hieráticas – a cada personaje, cifradas en fórmulas como el “epíteto homérico” no sólo útiles para completar el verso sino para perfilar las acciones, y desde luego, la “memoria” colectiva e individual de los principales hilos de la trama y de las propias reglas. El cambio a lo que entendemos por “novela moderna” queda aparejado a la invención de la imprenta. Ya no es necesario el esfuerzo de la memoria para mantener la tensión de la historia mil veces contada, ni esta historia debe repetirse para recordar los orígenes de una colectividad. El lector a solas se enfrenta al personaje individual, también a solas, que cuenta una historia singular en la que el cambio se justifica por la acción contada. La memoria necesaria es la memoria fijada por el propio texto.
Y nos queda por abordar un tercer aspecto no menos interesante, la influencia final del ordenador como instrumento creativo, algo que ya se ha cumplido en el tratamiento de la imagen frente al de la palabra, campo en el que los avances no han sido tan considerables. Como en cualquier adelanto tecnológico hasta ahora se han producido una serie de cambios completamente naturales. Los primeros programas de texto convertían al ordenador en una máquina de escribir con prestaciones mayores que van desde la corrección ortográfica hasta el tratamiento de concordancias. La pregunta es sí el ordenador acabará por adaptarse tan íntimamente a nosotros hasta convertirse en un instrumento que influya, a su vez, en la creación. Para Umberto Eco hay una diferencia básica entre la escritura sin intermediarios y las posibilidades de flexibilidad y cambio, en virtud de la rapidez y la comodidad, que traen los nuevos procesadores, o en sus palabras:Cuando escribí El nombre de la rosa apenas se usaban ordenadores. Ahora sí utilizo el ordenador para escribir, y, sobre todo, me ayuda a la hora de rescribir. Sin embargo, este afán por corregir puede convertirse en una desmesura paranoica, porque incita a la obsesión estilística. En El nombre de la rosa hice dos o tres correcciones sobre una misma página; pero en el caso de La isla del día de antes he llegado a rescribir quince veces una misma página.[23]
Pero la pregunta va aún más allá, porque de lo que habla Umberto Eco es de la facilidad, en el fondo falsa comodidad, que nos proporciona una herramienta. Los nuevos procesadores de texto incorporan no sólo el tratamiento de las palabras, sino que conciben lo escrito como un texto. Incorporan plantillas, esquemas de documentos posibles y se han beneficiado, sin duda, de los trabajos en lingüística textual de los años setenta. En definitiva han revivido las principales pautas creativas, y “productoras”, de discursos, tal y como lo entendió la retórica clásica, proporcionando lugares e ideas para cada género discursivo (inventio), estructuras persuasivas (dispositio) y consejos sobre la realización lingüística final (elocutio).
La indagación sobre las verdaderas capacidades creativas del ordenador se centra en las posibilidades de combinar texto, imagen y música hasta llegar al hipertexto multimedia. Las creaciones son muchas y han desbordado el antiguo sentido de la literatura como cuestión de palabras. Desde este punto de vista las exigencias planteadas por el hipertexto multimedia son muy semejantes, salvando las distancias, al teatro como género literario, porque de nuevo hablamos del lector como espectador. Y si hablamos de lectura en estos casos es porque en el fondo revivimos lo que aparece ante nuestros ojos de forma individual y siendo la palabra, la guía principal que ordena lo narrado y en último término el pensamiento.
Una segunda aportación, una segunda fase en la que confluyen de nuevo autor y lector es la creación automática de textos a partir del “poetry generator” creado por Jeff Lewis y Erik Sincoff[24] y dedicado, especialmente, a la creación de “poemas narrativos”. Por ahora es sólo un juego y, por supuesto, un reclamo publicitario para anunciar otros lugares, pero lo cierto es que la creación se basa en estructuras fijas, en esquemas que vuelven a la narratología más pura, la que distingue entre personajes y acciones, de hecho funciones, a la manera de Propp, para generar todo tipo de textos. Se trata del cambio anunciado, de la lectura individual a la creación colectiva, tal y como acabamos de ver más arriba, con la diferencia de que en este caso estamos hablando de otro género, no el narrativo ni el dramático, sino el lírico. En este sentido la creación de “haikús” es el campo más explotado por la generación automática de textos. Y de nuevo volvemos a la inspiración puramente humana de la tecnología. No se trata de un avance creativo, sino de proporcionar instrumentos tecnológicos que traduzcan, con rapidez, impulsos e ideas puramente humanos.
Así la creación de haikús se basa en un mecanismo relativamente sencillo. En términos lingüísticos se proporciona al lector la posibilidad de elegir entre redes paradigmáticas para proyectar la elección en una cadena sintagmática. O en otras palabras, el lector-creador, puede elegir entre un adjetivo, un sustantivo, un verbo y un complemento, para generar una frase final como la que sigue:
White LakeGrowing over the WindWinter is beginning[25]
¿Por qué creaciones breves? Seguramente porque la libre asociación de palabras crea, a su vez, una libre interpretación del receptor y también porque los propios rasgos enigmáticos y exóticos de estas pequeñas composiciones permiten crear delicados paisajes a los que sólo queda la imaginación del lector para darles vida. Sin embargo la conciencia de que “eso no es literatura” se traduce en el nombre concedido a estas piezas, en términos traídos del inglés son “pseudo-haikús” o “new cyberpseudopoetic masterpiece”[26], es decir, son “ciberpseudopoéticas” y no auténticas creaciones literarias por más que ilusoriamente sean capaces de crear emociones semejantes a las que un texto inspira en un lector. La única creatividad posible radica en las combinaciones, en la imaginación de unir unos géneros con otros. En una página que lleva, no por casualidad, el lema “everypoet for everyman, every resource for everypoet”, se propone, por ejemplo, la creación de breves discursos tomando palabras propias del lenguaje político para combinarlas hasta componer un haikú.[27]
Lo que todo esto revela es la voluntad de convertir al lector en un creador, sabiendo siempre, que no es un “autor original”, en todo caso construye “pseudo obras”. Se trasplanta a la labor literaria lo que parece propio de las creaciones virtuales en el caso de las imágenes. Pero también lo que opera detrás de esta desconfianza es la influencia profunda de lo que hasta ahora hemos entendido por literatura, la creación personal, original y única, desde parámetros románticos, ni mucho menos permanentes en la cultura occidental desde su origen.
Por otra parte lo que ofrece en especial la red es la posibilidad de convertir al lector en un verdadero creador, o en otras palabras, en un usuario capaz de crear textos literarios a través de foros y páginas interactivas volcadas en la literatura, por ejemplo el pionero “The Albany Poetry Workshop” californiano. Desde 1995 no sólo propone “cursos interactivos de escritura” o foros dedicados a discutir sobre una obra, también permite la creación de poesías en línea con otros internautas[28]. Y todo esto nos va llevando a una renovada concepción de la literatura, en su sentido más puramente colectivo y propio, históricamente, de una sociedad oral. No olvidemos las pantallas opacas que proyectan las palabras. Términos como “audiovisual” remiten de forma directa, en la mente del hablante, a nuevas épocas, a nuevos artilugios y a avances tecnológicos frente a una sociedad oral a la que catalogamos automáticamente como una sociedad primitiva frente a aquella dominada por lo escrito. Sin embargo en el componente “audio” de esa palabra compuesta se halla la oralidad en sí. No es sólo el que oye, es también el que habla, el que realiza oralmente ante otros y con otros.
Es difícil buscar conclusiones cuando el mundo del que hablamos está en un cambio constante, es el cambio impuesto no sólo por los avances tecnológicos sino por una rápida transformación económica y social. Una primera conclusión posible es que el avance espectacular del medio audiovisual ha favorecido, entre otras cosas, que el libro y el aprendizaje a él ligado, hayan dejado de ser las fuentes primarias para acceder al conocimiento. La forma de construir el mundo y de pensar sobre él deja de ser una cuestión de palabras para serlo también de imágenes. Por lo que a la literatura se refiere, es una tentación pensar que las nuevas tecnologías nos han hecho avanzar orgullosamente hacia atrás, hacia modos de recepción propios de la Edad Media. Esto no es así o no es totalmente cierto, la recepción colectiva, en términos actuales “interactiva”, es la que explica este viaje en el tiempo. Lo que puede haber cambiado, sin remedio, es la noción privativa de la literatura como legado individual que apreciamos en el afianzamiento de nuestras raíces sentimentales, culturales e históricas.Aun así, lo cierto es que los cambios sobre todo para el lector nos han mostrado, por contraste, algunos de los rasgos distintivos de la literatura entendida a la manera tradicional. La “desesperanza”, la “desorientación” del lector que se enfrenta al hipertexto abierto siempre se explican, sobre todo, por la oportunidad brindada por la literatura de descubrir la experiencia de otro, y, sobre todo, la condición irreal y fantástica, paralela e imaginada, del mundo inventado a través de la palabra. El lector que explora el hipertexto se topa una y otra vez con sus propios límites sin encontrar un sentido, ajeno a él mismo, de lo que está buscando.Las nuevas creaciones, los hipertextos multimedia, que reproducen la música oída por el personaje, la red de textos semejante al desorden del pensamiento, los paisajes que tiene delante de sus ojos, no sustituyen, ni mucho menos, a la capacidad imaginativa del lector solitario. Se imponen como una realidad virtual, muy semejante a la ofrecida por el cine, que nada tiene que ver con la realidad construida a solas. Lo que condiciona este defecto es que aplicamos a la lectura de hipertextos lo que ya sabemos de la lectura de libros o al menos lo que esperamos de ella. Al fin y al cabo la interactividad del libro tradicional se basa en el formato de monólogo del autor con el lector, “la escritura es el medio para hablar con los ausentes”, según Aristóteles inmerso en una comunidad oral, y también de construirlos a nuestra propia medida creciendo a partir de ellos. Cambiar esta expectativa será el primer paso para valorar acertadamente lo que ahora llamamos ciberliteratura.Este cambio pasa, sin duda, por evitar una comparación demasiado fácil, la de que el texto es igual al hipertexto, la de que la pantalla es igual a la página de un libro y la de que el lector sigue siendo el mismo. El obstáculo final es esperar que nos ofrezca lo mismo que la lectura tradicional, de ahí el desencanto y de ahí la necesidad de hablar en términos de recepción y no de lectura. No se trata sólo de una precisión terminológica sino de cambiar nuestros hábitos en este punto. O, en otras palabras, debemos cambiar lo que esperamos cuando nos encontramos ante este tipo de textos, que pasa, así lo hemos aprendido, por el conocimiento y el aprendizaje de un pensamiento y de una realidad distinta a la nuestra. El término “nuevos lectores”, que aparece en el título de este trabajo, es en realidad un tecnicismo lingüístico con el que se nombra a las personas que han aprendido a leer tardíamente.Tenemos un prestigioso antecedente, la invención de la imprenta trajo consigo un cambio radical en la forma de acercarse a un libro. Modificó no sólo a los receptores sino que construyó una nueva forma de articular el pensamiento superando la instantaneidad del discurso oral. Nos hallamos en el umbral de un cambio semejante, de nuevo provisto por la tecnología, es posible que a medio plazo establezcamos que la recepción del libro, su lectura, es una más, entre las muchas, y es posible, también, que sea nuestra favorita.[1] Walter J. Ong, Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, trad. A. Scherp. Méjico D. F., Fondo de Cultura Económica, 1996, 1ª reimpr., p. 21, ed. or. esp. 1986, ed. or. ing. 1982.[2] Véase el interesante trabajo, por lo innovador, de A. J. Minnis y A. B. Scott, eds., Medieval Literary Theory and Criticism c. 1100 ‑ c. 1375. The Commentary Tradition, Oxford, Clarendon Press, 1988.[3] Véanse las interesantes páginas dedicadas a “Los lectores silenciosos” por Alberto Manguel, Una historia de la lectura, Madrid, Alianza Editorial-Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1998, pp. 59-73, ed. or. ing., 1996.[4] A. Manguel, op. cit., p. 167.
[5] W. J. Ong, op. cit., p. 117 y siguientes.
[6] A. Manguel, op. cit., p. 172.
[7] Albert Zuckerman, Cómo escribir un bestseller. Las técnicas del éxito literario, trad. J. M. Pomares, Barcelona, Grijalbo, 1996, ed. or. ingl. 1994.
«Cómo ser culto. La educación clásica que nunca recibiste».Wise Bauer dixit:«Pero la advertencia de Watts todavía es cierta: no importa cuán incompleta haya sido tu educación, todavía puedes aprender a leer de un modo inteligente, a reflexionar sobre tus lecturas y a hablar con un amigo sobre lo que has descubierto.Si se produce de manera sostenida y seria, la lectura se encuentra en el centro del proyecto de autoaprendizaje. La observación, la lectura, la conversación, y la asistencia a clases son todas actividades educativas, como Isaac Watts continúa diciéndonos. Pero la lectura, concluye, es el más importante método de autosuperación. La observación limita nuestro aprendizaje a aquello que nos rodea de un modo más inmediato; la conversación y la asistencia a clases son valiosas, pero nos exponen solo a las opiniones de unas pocas personas cercanas. Únicamente el leer nos permite llegar más allá de las restricciones de tiempo y espacio, tomar parte en lo que Mortimer Adler llamó la «Gran Conversación» de ideas que comenzó en la antigüedad y ha continuado ininterrumpidamente hasta el presente. La lectura nos hace formar parte de esa Gran Conversación, sin que importe dónde y cuándo la entablemos.
Pero la lectura seria y sostenida siempre ha sido un proyecto difícil — incluso antes de la llegada de la televisión—. Mucho se ha escrito sobre nuestro actual alejamiento de los textos hacia una cultura visual basada en la imagen: las escuelas ya no enseñan a leer y escribir adecuadamente. La televisión, las películas y ahora la Red han disminuido la importancia de la palabra escrita. Nos estamos adentrando en una era «posliteraria». La cultura impresa está condenada. Ay.Me desagradan este tipo de reflexiones apocalípticas. La televisión puede ser perjudicial, pero leer no es más difícil (o más fácil) de lo que lo ha sido siempre. «Nuestros jóvenes posrevolucionarios — se quejaba Thomas Jefferson en una carta de 1814 a John Adams— han nacido bajo estrellas más afortunadas que nosotros. Adquieren todo su aprendizaje en el vientre de su madre, y lo traen al mundo listo para usar. La información de los libros no es ya necesaria; y todo el conocimiento que no es innato se ve despreciado, o al menos desatendido.» La queja de Jefferson sobre el estado de la moderna cultura intelectual lamenta el ascenso de una filosofía que exalta la expresión del yo por encima de la lectura. Antes incluso de la llegada de la televisión, la lectura que requería concentración era ya una actividad difícil y desatendida».
[8] Félix Sagredo Fernández, “Del libro al libro electrónico digital”, Cuadernos de Documentación Multimedia, 9, 2000, http://www.ucm.es/info/multidoc/multidoc/revista/num9/cine/sagredo.htm[9] Un ejemplo es http://virtualibro.com, una de las editoriales digitales pioneras en nuestro país.[10] http://aaswebsv.aas.duke.edu/celestina/index.html[11] Véase la importante iniciativa emprendida por el Instituto Cervantes para la creación de un completo fondo digital, en http://cervantesvirtual.com así como el Proyecto Ensayo Hispánico dirigido por José Luis Gómez Martínez, http://ensayo.rom.uga.edu También es importante el número creciente de revistas electrónicas, como ésta, en la que los investigadores pueden difundir sus trabajos con mayor celeridad que en las ediciones impresas.[12] Wolfgang Iser, El acto de leer., Madrid, Taurus, 1987, ed. or. al., 1976.[13] Carles Tomás i Puig, “L'hipertext i les obres obertes. Una aproximació des de la teoria cultural” [1997] http://www.iua.upf.es/~ctomas/ctp47.htm, 2002Para un análisis de las características particulares que distinguen al texto del hipertexto y para una delimitación lingüística de lo que esta palabra, hipertexto, significa veáse J. Clément, “Del texto al hipertexto: hacia una epistemología del discurso hipertextual”, http://www.ucm.es/info/especulo/hipertul/clement.htm[14] S. Pajares Tosca, “Las posibilidades de la narrativa hipertextual”, Espéculo, 6, julio-octubre, 1997, http://www.ucm.es/info/especulo/numero6/s_pajare.htm[15] S. Pajares Tosca, “Editorial” para el número especial sobre Crítica Hipertextual, Journal of Digital Information, enero 2001, http://jodi.ecs.soton.ac.uk/Articles/v01/i07/editorial/, trad. esp., http://www.ucm.es/info/especulo/hipertul/jodi.htm. Una interesante colección de las últimas creaciones multimedia puede encontrarse en:http://mccd.udc.es/unmardehistorias/contenidos.html[16] La referencia completa es G. P. Landow, Hipertexto: la convergencia de la teoría crítica contemporánea y la tecnología, trad. P. Ducher, Barcelona, Paidós Ibérica, 1995, ed. or. ing. 1992.[17] Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, trad. E. Molina, Méjico D. F., Siglo XXI, 1989, 7ª ed., p. 19, 1ª ed. esp. 1982, ed. or. fr. 1977.[18] Susana Pajares Tosca, “Las posibilidades de la narrativa hipertextual”, Espéculo, 6, julio-octubre, 1997, http://www.ucm.es/info/especulo/numero6/s_pajare.htm[19] Susana Pajares Tosca, “Editorial” para el número especial sobre Crítica Hipertextual, Journal of Digital Information, enero 2001, http://jodi.ecs.soton.ac.uk/Articles/v01/i07/editorial/, trad. esp., https://www.ucm.es/info/especulo/hipertul/jodi.htm[20] W. J. Ong, op. cit., p. 85.[21] Puede encontrarse una completa información así como enlaces actualizados en la siguiente dirección: http://www.zuggsoft.com/zmud/aboutmud.htm[22] La definición completa es “En esta narrativa, inspirada en los juegos de rol y en cierta manera en los juegos tipo SIM, se parte de una trama genérica que enmarca la historia, del perfil de las características y la “personalidad” de los protagonistas que intervienen, y de reglas para resolver los encuentros entre ellos [... ] Una característica de este método [...] es la existencia de una memoria de las acciones de los interactores, indispensable para poder mantener cierto control sobre el discurso narrativo”. Xavier Berenguer, “Historias por ordenador” [1998]http://www.iua.upf.es/~berenguer/articles/histor/narrc.htm, 2002[23] Apud. Xavier Berenguer, art. cit.[24] http://www-cs-students.stanford.edu/~esincoff/poetry/jpoetry.html[25] Creado en la página http://www.lsi.usp.br/usp/rod/poet/haicreate.html[26] http://www.everypoet.com/haiku/default.htm[27] http://www.everypoet.com[28 http://www.sonic.net/poetry/albany/
LA CULTURA COMO PRAXISZYGMUNT BAUMANhttps://l.facebook.com/l.php?u=https%3A%2F%2Fwww.pensamientopenal.com.ar%2Fsystem%2Ffiles%2F2015%2F06%2Fdoctrina41228.pdf%3Ffbclid%3DIwZXh0bgNhZW0CMTAAAR0Z-yK2LkHQxxyrAyY-4uKceHWQ3AaqxGQ7L7TdoGzq4_R3G3UQ16WqBaA_aem_FsqsSLobKlDu1-6YPAI51Q&h=AT29E5J_kLx-w1r1PcltrD_oXizYVkq1kop-XtZh5VOetoIWKnXpt_0KknFUgBw2XIgczMnFtc-B27ytgY5KFNiHxLKhXXqQQwVzC3XRW98zohg7z_9BGcE3xr98ivdHhbF3&__tn__=-UK*F&c[0]=AT3hj7bMFDaVvo0y1ZbVmqvjMIY4BaZhbTMs0bJsnvMsi9j9TMcrVw2TNIyW63TmWwyTN4Cf5DGmUXDduQHG_Ae_MbipDPvcBiOZfFc-iaYdUWC8z7J_FNWBFANmORwfNPkfS0qQGVs_hncj4qBdJKwmQTAYNHsXEM8QvnPR1UwP79qb9aMPP5u9blYPyuN5UsA_ACxzAgnC7H4-JugG8AfEqKY
En este libro, uno de los principales teóricos sociales de la actualidad aborda el tema que más ha fascinado a los científicos sociales durante los últimos años: la cultura. Bauman pretende clasificar los significados de la cultura distinguiendo entre la cultura como concepto, la cultura como estructura y la cultura como praxis. Analiza, por consiguiente, las diferentes formas en que se utiliza en cada uno de dichos ámbitos. Enfrentado al enfoque relativista, Bauman recela de aquellos tratamientos que abordan la cultura en forma de reportajes. Para Bauman, se trata de un aspecto vivo y cambiante de las interacciones humanas, por lo que se debe entender y estudiar como parte integral de la vida. En el fondo de esta aproximación subyace una propuesta según la cual la cultura es intrínsecamente ambivalente. En consecuencia, para Bauman, la cultura es tanto un agente de desorden con una herramienta de orden, tanto un factor que envejece como una condición atemporal. Es a la vez un espacio de creatividad y un marco de regulación normativa. Bauman ilustra cómo aquellos enfoques que priorizan una faceta de la cultura en detrimento de las otras corren el peligro de producir una comprensión sesgada de la cuestión. Esta nueva edición del libro de Bauman incluye una acertada introducción que demuestra la relevancia de La cultura como praxis en la obra más reciente del autor en torno a la modernidad, la posmodernidad y la ética. El libro se convierte así en un eslabón crucial en el desarrollo del pensamiento de Bauman. Tal como él mismo admite, se trata de la primera de sus obras que intenta tantear un nuevo tipo de teoría social, en contraste con las falsas certezas y los burdos teoremas que dominaron buena parte del período de posguerra. En él hallamos al mejor Bauman: el más insolente pero también el más sutil. La cultura como praxis constituye una lectura fundamental para todos aquellos que se interesen por la teoría social y los estudios culturales.
El lector es el único lugar que importa: en el espacio metafísico dentro de la literaturaEl ex bibliotecario de la prisión Blair Austin se pregunta a dónde vamos cuando leemos. https://lithub.com/the-reader-is-the-only-place-that-matters-on-the-metaphysical-space-within-literature/
Una obra de literatura imaginativa a menudo sirve para borrar la habitación que debía abrir y abrir otra habitación por completo. Este es un lugar fructífero por su propio bien; Nada en el lector en ese momento es logrado en absoluto. Entonces no hay función de uso para la literatura; Hay comportamiento, la extracción de un tiempo paralelo, un espacio metafísico, de una pieza dada del día. Gran parte de nuestra lectura ocurre en este espacio.En este ensayo, tengo la intención de decir algo completamente obvio a través de un recordatorio: el lector es el único "lugar" que importa, y cada uno de nosotros es un lector diferente en diferentes momentos de la vida e incluso en diferentes momentos del día o semana . Por extensión somos diferentes lectores de la generación y por la época. Hay, dada la calidad temporal de la lectura y el uso de las formas en que realmente leemos como evidencia, no hay forma correcta de leer. Solo hay tipos de lectura.
*
Soy un ex bibliotecario de la prisión, y he sido privado de mi libertad durante períodos prolongados de tiempo en otras circunstancias. La lectura de la literatura imaginativa adquiere un elenco diferente cuando no puedes abandonar el lugar en el que estás. Es por eso que las preguntas sobre la forma correcta de leer la literatura imaginativa y el deber moral del lector en una sociedad civil me parecen extrañas. . Toda la lectura ocurre primero en el espacio metafísico, y hay tantos tipos de lectura como personas que pueden leer.
Por lo tanto, es el caos de la lectura del que me gustaría hablar aquí, y por extensión su liminalidad, y su extrañeza inherente, para todos y cada uno de nosotros, tanto dentro como fuera de la comunidad..
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Leer literatura imaginativa en el trabajo mientras el trabajo se cuelga sobre tu cabeza, leyendo mientras la violencia ocurre por todas partes, leyendo solo en la oscuridad.Por "tipos de lectura", estoy hablando de lo que sucede en la mente, el estado mental, el estado del ser, mientras lee, presentado aquí sin juicio ni comentarios. Hay lectura de "fuga de vuelo", lectura desatendida, lectura con una mente dividida, lectura nostálgica, lectura turística, lectura profesional, lectura profesora, lectura sin ningún recuerdo de lo que ha leído, leyendo para entrenar la mente ser capaz Para leer nuevamente, lectura compulsiva, lectura analítica, crítica, interrogativa, que crea el cambio, hermenéutica, lectura de sueños, lectura cercana, lectura para información, lectura exasperada, enfurecida e indignada y cientos más. Un tipo de lectura no impide un interruptor en el siguiente instante a otro tipo de lectura. Muchos suceden al mismo tiempo.
Las condiciones bajo las cuales leemos a menudo conducen a un tipo específico de lectura. Hay lectura cuando está borracho o alto. Leyendo en el metro o en el autobús. Leer en una habitación llena de personas que hablan, leyendo mientras YouTube juega en el fondo. Leer literatura imaginativa en el trabajo mientras el trabajo se cuelga sobre tu cabeza, leyendo mientras la violencia ocurre por todas partes, leyendo solo en la oscuridad. No estoy hablando de nuestras razones para leer ni nuestras opciones de lectura, sino de lo que sucede en lo que solíamos llamar "la mente" y ahora llamar, "el cerebro". El lugar, si existe, más allá del CT, MRI y PET Scan. Nuestra lectura, como nuestras vidas, es desordenada.
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Un día, al final de la mañana estaba tirando de un carrito entre las unidades vivas en una de las prisiones más notorias, una instalación de nivel IV en las llanuras, en las que trabajé. El movimiento abierto había terminado, y el patio estaba vacío: un vasto espacio de triángulos de hierba verde cortados por caminatas de concreto en gris paleolítico. La radio Paksat crepitó: "Control, casa de calderas". "Control, ve". "Un personal de la casa de caldera hasta el cobertizo de mantenimiento". "10-4. Controlar claro, quince-treinta y cinco.”
Estaba caminando frente a dos macizos de flores de fuego seguro, rezagado de caléndulas. Acababa de pasar el control en mi camino a Echo Unit para recolectar libros cuando una voz alegre dijo: “¡Hola! Disculpe!”
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Quitar anunciosMe di la vuelta y el patio estaba completamente vacío. La unidad Delta estaba una pequeña puerta a doscientos metros de distancia, a través de ese vasto patio, todos encerrados por paredes hechas de los edificios en sí, todos los cuales se abrieron hacia adentro. "¡Aquí arriba!" dijo la voz. De pie en el techo directamente por encima de la cabeza había un oficial con un AR-15 de alcance: el sargento publicado en la Torre Two, una cabaña de guardia en el techo con vistas al patio. "¿Puedo devolver mi libro de biblioteca?" dijo. Tenía una voz brillante, la voz de un joven con el mundo por el culo. Sostuvo un libro de bolsillo de mercado masivo. Le dije: "Claro", y él lanzó suavemente el libro. La cosa cayó como una piedra al principio, luego extendió sus páginas, aterrizando con un golpe en la hierba. "¡Gracias!" dijo, y lo puse en mi carrito y continué a la unidad de eco.
Pero me sorprendieron. Nunca habría imaginado al oficial en la Torre Two Reading, pero tiene sentido. No tenía nada que hacer todo el turno, excepto esperar el movimiento y responder a los controles por hora en la radio, informar aviones, etc. en un estado de aburrimiento que, dado su trabajo con el rifle, debe haber ascendido a una especie de lujo. En caso de violencia durante el movimiento controlado, hombres marchando en líneas verdes, se le encargó disparar una sola advertencia disparada a las caléntulas de fuego seguras y luego disparando, masa central, cualquier persona que no se había caído a su vientre.
Todo el día, sin nada que hacer, luego revisa la radio y el movimiento cuando tendría que estar atento, entonces nada. Y él leería allí a través de sus tonos de espejo, rastreando las palabras con una mente cosida por el tráfico de radio, una mente en tres lugares o más a la vez, la torre dos cabaña, el espacio metafísico de las llamadas de radio y el espacio de la novela sí mismo. Tal vez estaba arriesgando su trabajo, pero más probable, tenía permiso para leer Dan Simmons’s Endimión Mientras espera dispararle a alguien.
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Henry James, que nunca carecía de metáforas del arte y cuya lucidez plantea una cita completa, presenta a un escritor en una ventana en el prefacio a El retrato de una dama:
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Quitar anunciosLa Casa de la Ficción no tiene en resumen, no una ventana, sino un millón, un número de ventanas posibles que no deben tener en cuenta, sino más bien; Cada uno de los cuales ha sido perforado, o todavía es perforable, en su vasto frente, por la necesidad de la visión individual y por la presencia de la voluntad individual. Estas aberturas, de forma y tamaño diferentes, cuelgan para que, todos juntos, sobre la escena humana que podríamos haber esperado de ellas una mayor igualdad de informe de lo que encontramos. No son más que ventanas en el mejor de los casos, simples agujeros en una pared muerta, desconectadas, encaramadas en alto; No son puertas con bisagras que se abren directamente sobre la vida. Pero tienen esta marca propia de que en cada uno de ellos se encuentra una figura con un par de ojos, o al menos con un vidrio de campo, que se forma, una y otra vez, para la observación, un instrumento único, asegurándose de la persona que hace uso de esto es una impresión distinta de todos los demás. Él y sus vecinos están viendo el mismo programa, pero uno ve más donde el otro ve menos, uno viendo negro donde el otro ve blanco, uno que ve en grande donde el otro ve pequeño, uno que ve grueso donde el otro ve bien ... , individual o juntos, como nada sin la presencia publicada del observador, sin en otras palabras la conciencia del artista.
La declaración es cierta en el otro lado del vidrio. Solo tenemos que reemplazar el "artista" con "lector" para ver las similitudes. Lo que se puede decir sobre un escritor es cierto también de un lector. El vidrio se gira como en un vasto dial como una puerta giratoria y los lectores y escritores se encuentran parados del mismo lado. No hay necesidad de separación. Esto se debe a que leer es una forma de traducción; Y la traducción es escribir, lo que Walter Benjamin llama "un modo" de literatura, un acto creativo en sí mismo y una instancia de lenguaje puro, que existe en sí mismo. La obra de arte cambia, y cambia una vez más, tantas veces como hay lectores que lo encuentran.
El lector es el verdadero escritor, de su traducción individual de una obra, y el escritor simplemente el primer lector del libro que han escrito. De acuerdo, el escritor es un Experto El lector, uno demostrablemente familiar, en una náusea, con su trabajo particular, un lector sesgado. Como todos somos. Sin embargo, la experiencia del escritor tiene sus límites en el silencio impuesto al escritor, y a todos sus lectores, por el paso del tiempo.
Nunca salía de la prisión, por lo que iba a tener que construir la cabaña por completo en su mente.Cuando trabajé en uno de los centros mínimos para hombres, recuerdo a un hombre que quería construir una cabaña. A través del préstamo interbibliotecario (ILL) ordené cada libro de cabina que estaba disponible. Enmarcado de madera, enmarcado de madera para el resto de nosotros, la cabaña de troncos, la galleta clásica Y muchos más. Hablando de las cabañas, el hombre se puso rojo de ira, sosteniendo un dedo en el aire. No quería construir "basura rústica". Quería crear una estructura real y duradera, un marco de madera en la forma cuidadosa del pasado.
La cuestión es que estaba en homicidio involuntario, el asesinato de una familia de cuatro mientras conducía el apagón borracho. No tenía memoria de esa noche en absoluto. Hubo una apertura en el olvido, una brecha. Era como si la noche nunca hubiera sucedido. El accidente fue un evento que hizo y no experimentó. Ahora tenía los sesenta años, el pelo gris en una cola de caballo, su nariz con cicatrices con los bolsillos y fisuras profundas de un ex bebedor, que eran rosados con salud. Nunca salía de la prisión, por lo que iba a tener que construir la cabaña por completo en su mente.
Había una mujer cuando trabajaba en un centro de mujeres que solicitaría fotocopias de los libros disponibles en la biblioteca para tarjetas que estaba haciendo para su pequeño hijo. Encontraría libros ilustrados en los estantes y marcaría las páginas y completaría el formulario de solicitud de copia que generalmente pide una explosión de algunos detalles. De las copias, ella cortaría los aviones, los guardabosques y el color de ellos mientras dejaban a otras sin color para que él lo hiciera cuando recibiera la tarjeta para que pudieran colorear juntos.
Cuando habló sobre su hijo, su rostro brillaría y sus manos se apretaron frente a ella, sus ojos mirando por encima de tu cabeza de la manera en que los actores en los musicales de Broadway se detienen y miran hacia las luces antes de una canción, como si el niño vivía en el cielo. No pude evitar pensar dos cosas: su emoción era real pero también performativa. Algo estaba mal sobre la situación, y no pude entender qué.
Las copias tenían quince centavos cada uno y el costo salió de sus "libros" o "cuenta de reclusos". No tenía apoyo financiero en prisión, por lo que tuvo que ganar dinero en su trabajo como áreas de personal de limpieza de ama de llaves. Ella hizo cuarenta dos centavos al día. Una carrera de fotocopia le costaría un día de parto. Para arrancar, tendría que cubrir el costo del sobre y los sellos y la pluma para escribir la carta.
Después de aproximadamente la tercera copia, supe que la mujer había victimizado a su hijo. No se le permitió ningún contacto con él, ninguno. Las fotocopias y las tarjetas fueron una esperanza y una ilusión. Ella los pondría por correo, la sala de correo los marcaría. Nunca dejarían la prisión. El niño nunca los vería. Ella sabía esto y no sabía, al mismo tiempo.
Tanto el hombre como la mujer estaban leyendo la no ficción como literatura imaginativa. Para sobrevivir una situación intolerable.
Jung lo tiene de manera diferente. Describe la obra de arte como un virus con la agencia, un "ser vivo que usa al hombre solo como un medio nutriente" con el propósito de su realización oculta. Estoy diciendo que el lector tiene la agencia y la lectura sí mismo es el virus dentro de todos y cada uno de nosotros. Para cerrar la brecha entre estas dos nociones, la obra de arte en la traducción de su lectura es impotente y poderosa dentro de la realidad del lector: ambos al mismo tiempo.
Esto se debe a que, a pesar del hecho de que las palabras tartamudean en cierto orden, un libro no es una realidad fija en nuestro tiempo o en cualquier otro. Un libro, incluso un volumen polvoriento en el dominio público, es un proceso continuo ya que, según el gran bibliotecario y teórico indio, SR Ranganathan, en su quinta ley de la biblioteca, una "biblioteca es un organismo creciente". Deformamos el contenido de maneras interesantes. Sabemos esto; Lo olvidamos todos los días.Una vez en un día libre de un trabajo trabajando en una prisión para niños juzgados como adultos, estaba viajando en el autobús regional entre ciudades para visitar amigos cuando vi a un hombre debajo de leer mientras conducía. Era un invierno profundo y su pequeño auto estaba cubierto en Frost, una pequeña y naranja Chevette dentro del cual se llenaba de un hombre muy grande. Vi un hombre enorme, mientras se dirigía en el carril derecho, lentamente tirando hacia adelante para poder ver en el auto. Estaba completamente agrupado en un abrigo de lana, guantes negros, Fedora triturado contra el techo y la bufanda envuelta con fuerza.
Las ventanas estaban empañadas: no tenía calentador allí. Había despejado un pequeño agujero en el hielo, lo suficiente para espiar, bordeado por la espuma blanca y cabalgó en un acuario oscuro, leyendo un libro. Sus gafas sostenían una oscuridad similar, como la de Robert Hayden, aparentemente hechas de capas escaladas de vidrio verde en el fondo del cual era un ojo encogido pequeño. Su mano del tablero mantuvo una novela abierta entre Thumb y Pinky. Y se pasó.
No puedo imaginar la complejidad de la atención que debe haber tenido que lograrlo sin morir, pero entonces lo estaba manejando entonces, ni podría imaginar el hambre, o la compulsión, debe haber sentido saber qué pasaría después en el Puente del carguero interplanetario, mientras se precipita a sesenta y cinco millas por hora en su automóvil, reteniendo hasta el último segundo la llegada de trabajo.En mi novela, Dioramas, en el que los dioramas son un sustituto de las formas de espacio metafísico discutido aquí, leer las escenas detrás del vidrio es para Wiggins, el viejo profesor, un acto existencial y metafísico al que cualquier grupo de ideas, probable o poco probable, vinculado a los mundo o sin ataduras de él, puede adjuntar. Está buscando respuestas dentro de un medio, el diorama y sus sustentos, donde no hay respuestas claras.
Mi dogma es que todo lo demás se deriva de la experiencia de la lectura, que, cuando comenzamos nuestra charla colectiva sobre literatura, nos vemos obligados a ignorar y que no es traducible para empezar. Después de todo, ¿qué vamos a decir después de haber montado una montaña rusa, besar a alguien, haber sido dejado, encallar, huir? Es precisamente la experiencia que elude el lenguaje. En su centro hay un vacío, no tenemos más remedio que dar por sentado.
Experimentamos una ansiedad progresiva cuando entramos en "el espacio de la literatura". Imaginamos que será mejor que nos damos la vuelta y vuelvamos a cruzar el velo y vuelvamos a ingresar al mundo. Y sin duda eso es sabio: hay mucho por hacer, mucho que debe hacer que debamos sobrevivir juntos. En respuesta a esta ansiedad, pasamos el tiempo que pasamos allí, en el espacio metafísico, cuentan por el momento no estamos mejorando el mundo. Exigimos al mundo de vapor lo que creemos que debemos hacer después de que hayamos terminado y revisado el velo. Pero gran parte de la vida humana se gasta en los intersticios entre mundos, en el espacio metafísico del pensamiento (espacio pensativo, espacio mental) y entre los tipos de ambigüedad que no tienen nada que ver con el contenido de un libro leído tan de cerca, leído en pureza , intención y culpa, olvidando las formas reales de que la falta de atención, la mezcla, el aburrimiento, el deslizamiento, en resumen, un día normal) en nuestra experiencia de lectura.Mientras escribe Dioramas, Durante los largos años previos a la finalización de un primer borrador, tuve algunos tratamientos médicos que me hicieron perder mi memoria a corto plazo y parte de mi memoria a largo plazo. Recuerdo haber regresado del hospital y haber visto una pila de papel y correr el pulgar y detenerme para leer un párrafo y no tener idea de lo que significaba ni a lo que estaba conectado. Sabía que era escritor, pero no tenía acceso a la hora anterior. Sentí que había alguna otra persona, algunas traductor que nunca había conocido, trabajando como una sombra en el fondo. Estaba manteniendo el tipo de secreto que se propone pero que nunca se revela a sí mismo, pero siempre está en el acto de alcanzarte.
Es la tormenta de la mente en respuesta a la tormenta del lenguaje girando en una llanura oscura.Lo único que podía imaginar era copiar el libro a mano. Lo copié en Foolscap, no cambiando nada. Luego, todavía no tenía noción de lo que había dentro, así que escribí el libro en un IBM Selectric II, después de lo cual comenzaron a venir algunos brillos débiles, pero no lo suficiente como para continuar trabajando. Así que copié todo el libro por tercera vez, en palabra. Y aunque el contenido del libro todavía no se mantendría, al menos podría comenzar a avanzar hacia un segundo borrador, centrándome en escenas cortas: se abren viernes en dioramas imaginarios. Pero incluso hasta el día de hoy, aunque el libro está cuidadosamente construido, todavía no puedo recordar lo que hay dentro.Como bibliotecario, fui educado en la Declaración de Derechos de la Biblioteca y el derecho del prisionero a leer, documentos que impulsan las decisiones de recolección y la práctica de la biblioteca tanto dentro como fuera de la prisión en el país y que reflejan entre los bibliotecarios una cierta fe en los seres humanos. Les sostengo muy bien. Si es importante para usted un cierto tipo de lectura, es importante para mí. Incluso si no puedo ver la forma que toma su lectura desde adentro, incluso si malinterpreto, incluso si me falta la experiencia, la inteligencia o la capacidad de imaginar lo que realmente significa para usted como un experto, o si la realidad a través de la realidad a través de la realidad Página A medida que las palabras entran en el ojo es notablemente diferente de su aspiración, reconozco la imposibilidad de fijarlo. Reconozco su existencia en cada ser humano.
El cineasta experimental Stan Brakhage solía presionar sus párpados con sus dedos para provocar destellos hipnogógicos que animaría en una película de 16 mm, marco por cuadro, 24 cuadros por segundo. Veinticuatro composiciones pequeñas, hechas con pintura, marcadores y rasguños en una superficie del tamaño de una miniatura, para obtener un segundo de película. Los patrones que encontró en la oscuridad eran únicos en ese momento para él. Eran una expresión de sí mismo y su visión en ese lugar y tiempo, y para él esta era la representación más honesta y aguda que podía reunir: una persona y su observación en un lugar en el tiempo tanto con y en contra de la cultura dominante de "Ver" por ahí en el mundo.
Del mismo modo, el teatro de lectores móviles es una mente impredecible y completamente única que cambia, sale y entra en el caos en el acto de leer sí mismo, se cae, deambre, regresa, hace conexiones impactantes que pueden tener algo que hacer Con el texto en la mano, puede conducir a una belleza en la vida, entre otras personas, o, de hecho, a una idea horrible de destrucción, solo, o puede llevar a ningún lado. Esta no es una pregunta moral, lo que puede hacer la lectura para mejorar a alguien, por ejemplo, esa es una razón para la lectura y un tipo de lectura, ambos. Esto es cierto por la simple razón de que somos humanos.
No, es la tormenta de la mente en respuesta a la tormenta del lenguaje girando en una llanura oscura, su imprevisibilidad, a la que llamaría no porque sea bueno o incluso mejor que cualquier otra cosa, sino porque, como la repentina de Stan La traducción de la visión de Brakhage en un solo lugar y tiempo, está más cerca de la realidad, a una forma de ver, al lugar dentro del cual leemos, me parece, que es una sugerencia o una demanda de leer de cierta manera para que no lo hagamos. perder, Pierde nuestra democracia, pierda nuestra capacidad de concentrarnos, deriva como una cultura en asesinato, desesperación, falta de atención, ceguera, en el caos de una sola habitación..
La forma en que una persona lee, en el nivel más humano más profundo, es diferente a la de otra persona. Y eso es algo a asombro más que para celebrar como algo de himno a la individualidad: solo es, Como leer simplemente es, Para este corto momento de cultura impresa.
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Dioramas
Blair Austin es el autor de Dioramas,
El Más Misterioso de las Artes: Sobre la Ciencia de la Lectura
Adrian Johns Considera Nuestros Intentos de Codificar y Optimizar el AprendizajePor Adrián Johns7 De abril de 2023Leer es algo bueno. Nos gusta creer que es un elemento fundamental de cualquier sociedad moderna, iluminada y libre. Incluso podemos pensar en ello como el elemento fundamental. Durante mucho tiempo ha sido estándar identificar el surgimiento de virtudes contemporáneas como la democracia, el secularismo, la ciencia y la tolerancia con la difusión de la alfabetización que se produjo a raíz de la invención de la impresión de Johannes Gutenberg en el siglo quince.
Y, por supuesto, mantenemos que la capacidad de leer con éxito es funcionalmente esencial para cualquier persona que desee convertirse en un ciudadano participante plenamente actualizado en el mundo moderno. Casi nadie hoy en día argumentaría que la lectura es otra cosa que una práctica beneficiosa e intrínsecamente meritoria para todos. Si hay una práctica que une las reflexiones morales más elevadas sobre la modernidad con la más cotidiana de las experiencias cotidianas, la lectura lo es.
Todos los que estamos alfabetizados, y vale la pena recordar por un momento que muchos incluso en el mundo desarrollado no somos, por supuesto, hemos aprendido a serlo. La lectura, como señaló uno de sus primeros investigadores científicos, no es natural. Ninguna criatura no humana lo ha hecho nunca, hasta donde sabemos. Y, sin embargo, “este hábito,” como Edmund Burke Huey se maravilló en 1908, “se ha convertido en la actividad artificial más llamativa e importante a la que la raza humana ha sido moldeada.” Huey seguramente tenía razón en esa realización abrumadora.
Y las preguntas que se forzaron a sí mismas en su mente como consecuencia de ello fueron seguramente las apropiadas también. Dado que la lectura no es natural, preguntó: “¿Cuáles son las condiciones y funciones inusuales que se aplican al organismo en la lectura? Justo lo que, de hecho, hacemos, con los ojos y la mente y el cerebro y los nervios, cuando leemos?”
Aparentemente simples, estas preguntas son de hecho profundas y complejas; y son extremadamente difíciles de responder. Requieren no solo conceptos psicológicos y fisiológicos sofisticados, sino posturas sobre asuntos como la relación mente-cuerpo y la naturaleza del conocimiento mismo. Toda la ciencia y la filosofía, casi podríamos decir, están implícitas en ellas.Esa es seguramente la razón, observó Huey, en la antigüedad la lectura se contabilizaba “una de las artes más misteriosas,” y por qué su funcionamiento todavía se contabilizaba “casi tan bueno como un miracle” incluso en su propio día. Y, sin embargo, a partir de aproximadamente 1870, generaciones de científicos asumieron las preguntas de Hueyys. La Ciencia de la Lectura se trata de la subida y caída—y posterior subida de nuevo—de la empresa que estos científicos crearon para responderlos.
Huey planteó esas preguntas al comienzo de lo que fue el primer libro importante en esta nueva ciencia que se publicó en Estados Unidos. La Psicología y Pedagogía de la Lectura apareció por primera vez en 1908 y demostró tener una longevidad extraordinaria. Fue reeditado varias veces en las siguientes dos décadas, fue reimpreso nuevamente por MIT Press en 1968 como un clásico de la ciencia cognitiva, y disfrutó de una nueva edición tan recientemente como en 2009.
El volumen es valioso como puerta de entrada al tema de mi nuevo libro La Ciencia de la Lectura, no sólo por su prominencia en el campo, que no tiene rival, sino también porque Huey fue notable y explícitamente reflexivo sobre las preocupaciones culturales que apuntalaron su nueva ciencia y le dieron su propósito. Aunque las preguntas que planteó en su investigación eran en cierto sentido naturalista—es decir, eran preguntas sobre las propiedades de los lectores considerados como seres humanos en general, independientemente del tiempo y el lugar—Huey era muy consciente de que lo que hacía que esas preguntas fueran significativas eran contextos contemporáneos, tanto grandes como pequeños.
Estaba escribiendo en la era de la primera educación de masas y la primera democracia de masas. La industrialización y la Edad Dorada habían dado lugar a instituciones capitalistas gigantes que transformaron las percepciones de la sociedad y los lugares populares en ella. La telegrafía y la telefonía estaban transformando las comunicaciones, y la radio pronto lo haría aún más. El periódico de circulación masiva estaba cambiando la forma en que las personas pensaban en sí mismas, su privacidad y esa entidad extrañamente numinosa “el público.”
El optimismo sobre el progreso social y tecnológico se atenuó con ansiedades sobre la decadencia, la degeneración, la adicción, el atavismo y otros peligros. Y Darwinism—social así como natural—sugerieron formas poderosas de entender y dominar la dinámica de todos estos procesos, para bien y para mal. Como veremos, Huey tenía en mente todas estas esperanzas y temores cuando hizo sus comentarios sobre el maravilloso y misterioso poder de la lectura. Jugaron un papel señal en motivar su búsqueda de un enfoque científico de la práctica.
Ninguna criatura no humana lo ha hecho nunca, hasta donde sabemos.Uno de los objetivos de mi libro es explicar el origen, el desarrollo y las consecuencias de la ciencia de la lectura que Huey y sus compañeros inauguraron. En ese sentido, su enfoque es a fondo y, espero, convincentemente, histórico. Sin embargo, también vale la pena considerar que las preguntas que entusiasmaron a los investigadores en la época de Hueyys tienen sus ecos en nuestra propia época, poco más de un siglo después. Nosotros también tenemos nuestras esperanzas optimistas y nuestras ansiedades existenciales, muchas de las cuales tienen que ver con los nuevos sistemas de comunicación y los problemas de las instituciones capitalistas a gran escala.
Las desigualdades económicas y sociales de la sociedad de la década de 2020, notoriamente, son mayores de lo que han sido en cualquier momento desde Hueyys, y es posible que la inestabilidad moral y política derivada de la conjunción de las tecnologías de las comunicaciones y las tensiones sociales pueda resultar tan grande. Es cierto que ahora hablamos de nuestra situación en términos bastante diferentes a los que Huey solía abordar. Invocamos tecnología de la información, capitalismo de vigilancia, y atencióny nos preocupamos por lo que sucede en y para nuestros cerebros, ya que están expuestos a la explosión de mangueras de información multicanal y polisensorial que caracteriza la vida del siglo veintiuno.
Esos son conceptos y tecnologías bastante diferentes de Hueyyss. Pero cuando preguntamos cómo podemos educar a la próxima generación para que puedan vivir una vida plena en este entorno, y nadie parece tener una respuesta definitiva, nuestras preocupaciones no están tan alejadas de sus generaciones. Y en muchos sentidos, nuestra capacidad para plantear y abordar tales preguntas está en deuda con el trabajo de los generaciones. Además, la ciencia de la lectura que evolucionó a partir de ese momento es de hecho responsable de los aspectos centrales de la experiencia misma que inspira nuestro propio cuestionamiento ansioso.
Por lo tanto, la historia no termina con el ascenso de la ciencia de la lectura en las décadas de 1930, 1940 y 1950, ni siquiera con su eclipse—temporal, como resultó ser— en las décadas de 1960 y 1970. Se extiende hasta el presente. Un punto es arrojar luz sobre las formas en que pensamos acerca de los problemas equivalentes en la actualidad. Aunque la ciencia de la lectura que Huey y sus compañeros crearon no nos proporciona respuestas de ninguna manera simple, considerando que históricamente nos ayuda a apreciar nuestras propias preguntas y sus significados de una mejor manera. Y una historia de la ciencia de la lectura no necesita ser tan rigurosamente abnegada como para rehuir preguntas profundas sobre cómo y por qué ahora pensamos, nos preguntamos y tememos como lo hacemos.La Ciencia de la Lectura traza la aparición, consolidación e implicaciones de una tradición de investigación desde aproximadamente 1870 hasta el presente. Esta tradición surgió de lo que se conocía como psicofísica, un entonces nuevo enfoque experimental a los fenómenos psicológicos que fue pionero en Alemania a mediados del siglo diecinueve. Fue introducido en los Estados Unidos por un puñado de jóvenes investigadores entusiastas que habían ido a Leipzig y Halle y regresaron para ocupar puestos en instituciones estadounidenses, donde construyeron instrumentos, desarrollaron laboratorios y enseñaron a generaciones de estudiantes.
La primera parte de la historia traza así la creación de una disciplina científica. Luego observamos lo que los científicos de la lectura realmente hicieron—sus técnicas y prácticas de laboratorio—y mostramos cómo sus conceptos y herramientas centrales circularon más allá de las instituciones académicas para llegar a casi todas las áreas de la vida estadounidense.
Tanto las preguntas que motivaron a estos investigadores como las respuestas que generaron fueron de amplia y fundamental importancia. Las escuelas y los lugares de trabajo en todo Estados Unidos se dieron cuenta, creyendo que las soluciones a sus problemas estaban en los instrumentos que los científicos de la lectura inventaron y manipularon. La ciencia de la lectura comenzó en la primera era cuando las corporaciones se estaban convirtiendo en entidades distribuidas geográficamente unidas por sistemas de archivo y otras máquinas informativas; la industria y el comercio requerían una fuerza laboral calificada y alfabetizada y exigían que la nación la proporcionara; y la publicidad y otras formas de información de mercado gobernaban su capacidad para obtener ganancias cada vez mayores.
El papel de periódico masivo era un poderoso agente político, y más aún en un país que desde el principio se había sentido orgulloso de su ciudadanía informada y bien leída. Las vidas de Americans’ ahora estaban estructuradas en torno a libros, periódicos, revistas, carteles, índices de tarjetas, carpetas, archivos y toda su parafernalia asociada—el complejo, variado, abrumador y cambiante mundo de lo que el pacifista y bibliógrafo universal belga Paul Otlet bautizó documentación. El denominador común era que todas esas cosas tenían que ser leídas. Y cada vez más los estadounidenses y sus gobernadores estaban ansiosos por las consecuencias, lo que significaba que qué podría leerse, cómo, y por quien eran todos los asuntos a manejar. De ahí la educación masiva; pero por lo tanto, también, la Ley Comstock y otras iniciativas diseñadas para defender la moral pública en medio de una gran cantidad de información sin restricciones.
La buena lectura podría identificarse científicamente; lo malo podría diagnosticarse, tratarse y remediarse.Las máquinas, teorías y prácticas de la ciencia de la lectura, por lo tanto, afectaron la vida de prácticamente todos los estadounidenses de manera profunda e ineludible. Los ciudadanos los encontraron dondequiera que iban, en entornos que iban desde la guardería hasta el portaaviones, y desde la cabina del bombardero hasta la cocina doméstica. Aprendieron a leer desde una edad temprana en virtud de técnicas que la ciencia de la lectura apuntalaba y validaba, y buscaron mejorar sus prácticas de lectura en la edad adulta empleando esa ciencia nuevamente.
La buena lectura podría identificarse científicamente; lo malo podría diagnosticarse, tratarse y remediarse. En general, esto significaba que la ciencia de la lectura también era de importancia crítica para aquellos, como Dewey y Lippmann, que se preocupaban por la cultura de la política para la nación en su conjunto, porque innumerables actos de lectura definían colectivamente esa cultura. La ciencia de la lectura, por lo tanto, ayudó a definir los parámetros en términos de los cuales podría tener lugar el gran debate de mediados de siglo sobre la democracia y la publicidad.
En la década de 1940, la ciencia de la lectura había tomado varias formas, que se extendían desde una disciplina de laboratorio altamente técnica hasta una ciencia sofisticada y, a veces, arriesgada. Fue un importante contribuyente a las discusiones contemporáneas sobre asuntos que van desde la segregación de las escuelas y bibliotecas del sur hasta la gestión de la corporación moderna y la política de los nuevos medios. A partir de finales de la década de 1950, sin embargo, la ciencia de la lectura experimentó un cambio radical. Después de haber disfrutado de un amplio respeto durante medio siglo, se encontró sometido a dos ataques agudos pero distintos.
Por un lado, sus tradiciones experimentales e instrumentales llegaron para aumentar severamente las críticas a la luz de la reputación decreciente de las opiniones conductistas de la naturaleza humana. Una nueva disciplina de la ciencia cognitiva estaba a la vista, y se oponía al carácter supuestamente autoritario de los enfoques más antiguos, insistiendo en que los procesos de aprendizaje humano eran mucho más proteicos, exploratorios y constructivos de lo que cualquier enfoque meramente conductual podría comprender. En cambio, uno tenía que apreciar la complejidad, la autonomía y la libertad de la mente misma, y trabajar para nutrir esas cualidades en los entornos escolares.
Pero al mismo tiempo, Rudolf Fleschists impactante Por qué Johnny Canatt Leer (1955), aunque también acusaba a la ciencia de la lectura de ser autoritaria y conductista, también la atacaba por ser insuficientemente rigurosa. Flesch afirmó que había engendrado un sistema educativo nacional que de hecho no enseñaba a los niños a leer en absoluto. Su libro sensacional afirmó que la ciencia de la lectura era mal concebida, fuera de contacto, egoísta y corrupta, y que solo un enfoque que reviviera la práctica anterior de “phonics” en realidad enseñaría la lectura como tal.
Al poner a los padres en contra de los maestros y los políticos en contra de los científicos, la diatriba de Fleschis lanzó una serie de amargas “leyendo wars” que continuarían durante décadas. Todavía estallan de vez en cuando hasta el día de hoy. Surgiendo al mismo tiempo, estos dos desafíos crearon una grave crisis para la ciencia de la lectura y sus aplicaciones pedagógicas.
El resultado no solo fue permanentemente perjudicial para la ciencia de la lectura. También fomentó una profunda y ansiosa incertidumbre sobre la verdadera naturaleza, no solo de la lectura, sino de aprendizaje en general. Para empeorar las cosas, en los años alrededor de 1960, los campeones del llamado aprendizaje programado se aliaron con los inventores de un welter de máquinas de enseñanza automatizadas para proclamar una revolución neobehaviorista en la formación de lectores estadounidenses. La mayoría de estas máquinas resistieron el énfasis en la creatividad, la imaginación y la exploración instados por los defensores de un enfoque cognitivo.
Pero al mismo tiempo, se disponía de una gama más pequeña de artilugios automáticos que intentaban encapsular eso más flexible y, en un término de la época autotelico enfoque. De tales esfuerzos vendría no solo una ciencia revivida de la lectura, sino también los primeros esfuerzos para hacer máquinas que pudieran leer. Las concepciones fundamentales que estructuraron un mundo emergente de aprendizaje mecanizado—o, como pronto se supo, inteligencia artificial—resultó de esos esfuerzos.
La historia de la ciencia de la lectura no termina ahí. En tres áreas principales ha continuado hasta el presente. Primero, las técnicas tradicionales de la ciencia de la lectura encontraron un nuevo hogar, convirtiéndose en el centro de la “ciencia,” no de lectura per se, sino de marketing. En segundo lugar, en el nuevo milenio, los investigadores se alinearon con la neurociencia y la tecnología de imágenes cerebrales. Y, tercero, a medida que la información se digitalizó y se conectó en red, las técnicas de la ciencia de la lectura se utilizaron para definir elementos clave de “interacción humano-computadora.”
Cada vez que usamos un ratón para mover un cursor entre iconos en una interfaz gráfica de usuario, estamos operando con herramientas que se originaron en esta transición de la ciencia de la lectura al nuevo dominio de la información digital. Y las formas en que lo hacemos son rastreadas rutinariamente— e incluso predichas de antemano—por otras herramientas derivadas de la misma empresa. De esta manera y más, la ciencia de la lectura sigue afectando la vida cotidiana de todos nosotros.
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La Ciencia de la Lectura
Reimpreso con permiso de La Ciencia de la Lectura: Información, Medios y Mente en la América Moderna por Adrian Johns, publicado por The University of Chicago Press. © 2023 por The University of Chicago. Todos los derechos reservados
La Historia o la Lectura del Tiempo Roger Chartier
Marco Teórico y Contexto: Historiografía, historia cultural, teoría de la historia, historia del libro, historia de la lectura, sociología de la cultura, estudios culturales, epistemología de la historia.
La Historia o la Lectura del Tiempo, publicado originalmente en francés en 1996 y traducido al español, es una colección de ensayos del historiador francés Roger Chartier, una de las figuras más destacadas de la historia cultural y la historia del libro. En esta obra, Chartier reflexiona sobre la naturaleza de la historia como disciplina, sus métodos, sus desafíos y su relación con otras formas de conocimiento, especialmente la literatura y la sociología.
Análisis de Contenidos y Características: Los temas clave del libro incluyen:
La Historia entre la Ciencia y la Narración: Chartier explora la tensión fundamental en la historia entre su aspiración a ser una ciencia objetiva del pasado y su inevitable carácter narrativo. Argumenta que la historia no puede escapar a la forma narrativa, pero que esta forma no la invalida como conocimiento, sino que la define. La escritura de la historia implica construir una verdad, y no solamente reflejarla.
La Crítica de la "Historia Total": Chartier critica la idea de una "historia total" que pretenda abarcar todos los aspectos del pasado. En cambio, defiende una historia problematizada, que se centra en preguntas específicas y que reconoce la parcialidad y la fragmentación del conocimiento histórico.
La Importancia de las Prácticas Culturales: Chartier destaca la importancia de estudiar las prácticas culturales, como la lectura, la escritura, la representación teatral y la producción de libros, para comprender el pasado. Estas prácticas no son meros reflejos de estructuras sociales o económicas, sino que tienen su propia lógica y su propia capacidad de transformar la realidad.
La Historia del Libro y la Lectura: Una parte importante del libro está dedicada a la historia del libro y la lectura, campos en los que Chartier es un pionero. Analiza cómo las formas materiales de los textos (desde los rollos de papiro hasta los libros impresos y los textos electrónicos) influyen en las formas de leer y en la construcción del significado.
La Relación entre Historia y Literatura: Chartier explora la compleja relación entre la historia y la literatura. Argumenta que la literatura puede ser una fuente valiosa para el historiador, no solo como documento de una época, sino también como una forma de explorar la experiencia humana y la construcción de identidades.
La Historia y las Ciencias Sociales: Chartier discute la relación entre la historia y otras ciencias sociales, especialmente la sociología. Critica la tendencia a reducir la historia a una mera aplicación de modelos sociológicos, y defiende la especificidad del conocimiento histórico, que se basa en la interpretación de las huellas del pasado.
La "Nueva Historia Cultural": Una revisión a las nuevas formas en que se ha entendido la historia cultural, sus metodologías y objetos de estudio. Se contrasta con la historia social.
El estilo de Chartier es erudito, preciso y riguroso. Sus ensayos son densos y exigen una lectura atenta, pero están llenos de ideas estimulantes y de referencias a una amplia gama de autores y obras. No se trata de un libro divulgativo, sino más bien de una reflexión teórica sobre la disciplina histórica.
💬 Relevancia y Uso: La Historia o la Lectura del Tiempo es una obra fundamental para cualquier persona interesada en la teoría de la historia, la historia cultural y la historia del libro. Es una lectura obligada para estudiantes de historia, sociología, literatura y estudios culturales, así como para cualquier historiador profesional que desee reflexionar sobre su propia práctica.
💡 Propuesta de Abordaje: Se recomienda leer el libro con atención, ya que los ensayos son densos y teóricos. Es útil tener conocimientos básicos sobre historiografía y teoría de la historia. Se puede complementar la lectura con otras obras de Chartier y de otros historiadores culturales, como Robert Darnton y Carlo Ginzburg. Se recomienda leer los capítulos y ensayos siguiendo un orden temático de interés.
❓ Cuestiones Abiertas:
¿Cómo se construye el conocimiento histórico?
¿Cuál es la relación entre la historia y la memoria?
¿Cómo influyen las formas materiales de los textos en las formas de leer?
¿Qué puede aprender la historia de la literatura y de otras ciencias sociales?
¿Cuál es el papel del historiador en la sociedad contemporánea?
¿De qué manera incide la subjetividad en la construcción del conocimiento histórico?
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LEER Y OÍR LEER: ENSAYOS SOBRE LA LECTURA EN LOS SIGLOS DE ORO
PorAntonio Castillo Gómez
https://drive.google.com/file/d/1oXrznJgNZCipqyrSRKO2Xk3ZmRs35cvK/view¿Qué, cómo y dónde leyeron las gentes en la España del Siglo de Oro? ¿Qué significados tuvieron los libros y la lectura? A fin de responder estas preguntas, este libro se ocupa de los discursos morales sobre las buenas y malas lecturas, de las prácticas lectoras de hombres y mujeres de distinta condición social, religiosa y cultural, y de la función atribuida a los libros y a la lectura erudita, las prácticas lectoras en las cárceles inquisitoriales, las lecturas espirituales en comunidad y la actividad lectora en calles y plazas. La lectura, en suma, como un proceso complejo, determinado por el desigual alfabetismo, el distinto valor de los textos, las modalidades lectoras y los espacios donde acontecía.
La gran cuestión de la lectura exige ser afrontada como verdadera teoría general, esto es, como amplia construcción crítica y retórica y al fin en tanto actividad global estética en el marco del pensamiento teórico y los avatares culturales que únicamente pueden ser asumidos a través de una concepción de la continuidad que aquí eminentemente atañe a la escritura y a la ciencia humanística.Durante las últimas décadas del siglo xx tuvo lugar una extensa producción historiográfica acerca de la lectura, sin duda consecuencia de la especial evolución de algunas escuelas o tendencias de estudios históricos que trasladaron su foco de interés de la historia política y económica a los ámbitos de lo que en general podríamos denominar microhistoria. No se ofrece aquí un proyecto estético de la lectura desgajando su entidad, si es que esto fuera posible, de la realidad histórica, pero desde luego, en ningún caso, ni una teoría estructural-formalista, ni un estudio historiográfico más o menos valioso al modo de los frecuentemente difundidos. https://www.file-upload.net/download-15395702/169646.zip.htmlLas Culturas Del LibroManuel García-Pelayo
es uno de esos importantes intelectuales del siglo XX que experimentaron desencuentros con la tortuosa evolución social y política española y han quedado en penumbra en un país que por desgracia retrocede en el nivel de conocimiento público de sus pensadores e investigadores. En esa situación le encontramos junto a los Altamira, Cordón, Castro, Terrón y tantos otros. Su figura me interesaba instintivamente, y un compañero bibliotecario muy perspicaz me puso en la pista de Las culturas del Libro, texto breve pero digno exponente de su creación ensayística. García-Pelayo era fundamentalmente un gran experto en Derecho político y constitucional, y ello se deja notar claramente en sus análisis y reflexiones sobre la Historia y la cultura. El autor parte de la distinción efectuada desde su origen por el islam entre gentes del libro (judíos, cristianos y musulmanes) y resto de seres humanos considerados como plenamente paganos, para explorar el papel y significado del soporte/contenido `libro` desde las antiguas culturas de Oriente Medio hasta la europea occidental moderna, resaltando el giro de perspectiva social y cultural operado a finales de la Edad Media con la irrupción de la imprenta, el Renacimiento, y las reformas religiosas. El lector va contemplando y comprendiendo los cambios en el significado profundo, casi fundacional e ineludible de este objeto hoy día casi trivial en su realidad física: el libro. Cambios en nuestra vida, en nuestra manera de ver y experimentar el mundo.
Los nuevos lectores Amelia Fernández(Universidad Autónoma de Madrid)
Según la afirmación ya clásica de Walter J. Ong[1] el concepto occidental de literatura está ligado profundamente a una forma muy concreta de actualización de la obra literaria, la del lector, y la del lector que surge a partir de la invención de la imprenta. Es una realidad ni mucho menos común ya que la lectura está relacionada con los índices de alfabetización, de ahí que el acceso a la literatura durante siglos haya sido ante todo oral y colectivo, dos condiciones que no se dan, ni mucho menos, en la lectura tal y como la hemos entendido durante siglos, en su dimensión mental, en silencio e individual.
De hecho podemos encontrar varias etapas históricas en las que la forma de acceder a la literatura ha sido radicalmente distinta. Debemos centrarnos en los tipos de lectura, o en la materialización concreta del mensaje cifrado por la palabra. Desde la antigüedad clásica nos llega el lector como oyente e incluso espectador o actor, y sobre todo como realizador de lo escrito, como aquel que descifra e interpreta. La “scriptio continua” es una consecuencia de esta manera de entender la realización de lo escrito. Imita el discurso oral, entendido como un “continuum” y es preciso saber interpretar lo que aparece ante los ojos de tal manera que el aprendizaje de la lectura estaba unido al de la oratoria. El lector interpreta el texto para los oyentes, y en esa medida es autor también. La oralidad anima, de nuevo, el difícil equilibrio del que crea leyendo. Es un acto único, irrepetible, como en la comunicación oral, con la diferencia de que la partitura, lo escrito, no cambia, o al menos es la referencia necesaria.
Una segunda etapa, que convive con la primera, es la que nos presenta al lector como copista o como filólogo en la tradición bizantina. Es aquel que reconstruye no sólo el mensaje escrito sino también el mundo que sustenta la creación de esa obra. Las cuatro etapas en las que se divide el comentario clásico, y a las que atiende el copista, son cifra del arduo esfuerzo por mantener un legado en un mundo que ya no se realiza con la inmediatez de la oralidad, sino que ocupa parcelas estrechas y lugares recónditos. Lectio, emendatio, enarratio y iudicium [2] son los pasos previos y finales de esa reconstrucción que deja al texto desgajado del mundo en el que ha nacido, hasta el extremo final, el de crear un mundo nuevo, reconstruido, para la posteridad. El lector, por lo tanto, debe tener una competencia añadida, la de ser capaz de descifrar, distinguir y recrear lo que aparece ante sus ojos. La lectura, de nuevo, es en voz alta. A diferencia de la lectura mental, es necesario oír lo que esta escrito para entenderlo, lo mismo ocurre ahora con los llamados analfabetos secundarios, aquellos que han aprendido a leer y a escribir pero que raras veces leen o escriben, necesitan “oír” lo que tienen delante. Sólo razones prácticas impusieron en los conventos la lectura en voz baja o en silencio para facilitar el trabajo de los copistas[3].
Más adelante, a principios de los noventa, el libro instantáneo, o “instant-book”, es un ingrediente más de una economía volcada en el consumo. El libro deja de ser el tesoro preciado, el principal medio para acercarse a la cultura y al conocimiento para convertirse en un objeto más. Las librerías ya no son el lugar – el santuario - donde encontrar libros. El quiosco de prensa, los grandes almacenes y los supermercados los ofrecen al lado de revistas, perfumes, discos o productos de limpieza. En el metro de Barcelona, por ejemplo, y durante el año 2003, podrán adquirirse incluso en máquinas expendedoras, de la misma manera que compramos bebidas o cajetillas de tabaco. La pregunta latente es si la forma de adquirir un libro puede influir en la valoración final que hacemos de ese libro porque el libro instantáneo es también el libro de “usar y tirar”. Una de las conclusiones a las que podemos llegar es que no ha variado el libro en sí y la calidad a él aparejada, lo que poco a poco se modifica son los hábitos culturales ligados al libro.
Otro factor coincidente anima este panorama vertiginoso, la invasión en el mundo reducido del libro de los medios audiovisuales. No sólo hablamos ya de campañas publicitarias que venden el libro por el sencillo hecho de que su autor pertenece a los medios de comunicación. Hablamos también de la influencia profunda del lenguaje fílmico - cinematográfico y sobre todo publicitario - en la literatura, algo que se revela no sólo en la escritura de textos con vistas a su adaptación cinematográfica. Hablamos también de nuevas formas de narración rápidas, profundamente visuales, dependientes de la perspectiva no ya del autor porque la voz narrativa se convierte en una verdadera cámara que enfoca cada secuencia, cada página. Pocas descripciones, abundancia de diálogos, argumentos lineales y sencillos, acción trepidante son algunos de los recursos que aparecen en la nueva narrativa a la medida de los cambios en la percepción de los lectores.
La literatura se consume, no se lee, no cabe tiempo para la recreación pasada de un mundo en los oídos del que se dejaba invadir por la lectura colectiva. Pero hay otras razones. La posibilidad de enriquecerse en el pujante mercado editorial trae aparejada la necesidad de crear productos comerciales, de escribir verdaderos best-sellers cuyas reglas explica, por ejemplo, Albert Zuckerman[7], representante de autores como Ken Follet. La regla básica, entre otras, es la de que el lector no lea, sino que se imagine una película. El lector se convierte, así, en una “voz en off” que recrea el espectáculo descrito ante sus ojos.
Pero sin duda el fenómeno reciente que más ha influido en los cambios de hábitos de lectura ha sido la irrupción de las nuevas tecnologías, en especial las informáticas. Ha pasado demasiado poco tiempo para valorar adecuadamente el impacto que tendrán en la literatura y en la forma de acercarse a ella, sin embargo ya contamos con datos que pueden dejarnos vislumbrar el futuro. Se trata de un fenómeno complejo y de complejas consecuencias, también, de ahí que sea necesario considerarlo desde diferentes aspectos aunque sea de forma breve. En primer lugar observaremos la influencia de los nuevos medios en la industria del libro, en segundo lugar las modernas formas de lectura aparejadas al medio en sí y en tercer lugar la influencia concreta en el trabajo creativo de los escritores.
Es preciso, hablar ya, del libro electrónico frente al libro tradicional, es decir, de los diferentes soportes utilizados para la publicación de un libro[8]. Tengamos en cuenta que no debería tratarse de un debate entre posturas tecnófilas frente a posturas tecnófobas. No se trata de dirimir cuál es mejor o peor, o incluso si al final el libro tradicional se extinguirá. Lo importante es el texto transmitido, no tanto el canal a través del que se transmite. Ahora bien comparar ventajas e inconvenientes puede alumbrar el influjo que un canal u otro, un soporte u otro, pueden ejercer sobre el mensaje, en términos comunicacionales.
El libro electrónico, a diferencia del hipertexto, del que hablaremos más adelante, es la edición digital de lo que hemos entendido, hasta ahora, como libro tradicional. La irrupción del libro electrónico ha modificado ya la tarea de las editoriales. No se trata solamente de una forma más de hacer llegar el producto al consumidor, especialmente favorable por la publicidad aparejada a medios tan poderosos como Internet. Incluso podemos hablar ya de “editoriales a la carta” – print on demand -, es decir, de fondos editoriales digitalizados y a la medida del comprador.[9]
También el libro electrónico ha traído formas nuevas de edición de textos con nuevos nombres, como la “edición interactiva”. Por poner sólo un ejemplo, de los muchos, la pionera edición de la Celestina a cargo de Miguel Garci Gómez incluye glosario, refranes y concordancias, además de una “tertulia”, un foro para hablar de la obra con otros internautas interesados[10]. Las páginas de calidad indudable se suceden lentamente e invaden el campo de Internet convertido en un foro ya real para la investigación y la comunicación en tiempo real de datos[11]. La nueva edición puede compararse con la tradicional, la diferencia radica en que la interactividad, la posibilidad de comunicación y la inmediatez son tan intensas con los nuevos medios que superan ampliamente la comunicación postal. Es más, la condición íntima de la lectura a solas se convierte en una lectura colectiva, social, volviendo al pasado, a la lectura puramente de grupo, de los que escuchaban al que sabía leer, y en último término – y éste es un punto más de debate futuro – de ejercer un control sobre lo que debe ser leído o sobre lo que se está leyendo.
Por otra parte, comparar las cualidades del libro tradicional con las del libro electrónico nos permitirá considerar las posibles repercusiones de lo que significa su lectura. El soporte del libro tradicional tiene ventajas y desventajas; movilidad, autonomía, clausura de la información y una estructura cerrada. El soporte del libro electrónico posee apertura de la información, estructura abierta e Interactividad. Una primera diferencia salta a la vista. El libro tradicional posee una autonomía de la que no dispone, hasta ahora, el libro electrónico, o al menos no tan satisfactoriamente. O, en otras palabras, un libro tradicional puede leerse sin necesidad de un aparato, sólo basta nuestra propia vista. Un libro electrónico no es autónomo, necesita de una máquina para actualizar su lectura, en la medida en la que avance la tecnología se remediará esta carencia, que sin embargo no tiene el libro tradicional. Cierto es que el libro digital puede imprimirse, pero estamos de nuevo ante un intermediario. La autonomía del libro tradicional es una ventaja indudable precisamente desde criterios tecnológicos, es decir, el verdadero avance se mide en la supresión de barreras. Del teclado pasamos al ratón, y del ratón, por ahora, a las órdenes verbales en el campo de las llamadas “interfaces modales”, o el estudio de las formas de comunicación con la máquina que tenemos delante hasta hacer desaparecer cualquier obstáculo. La ambición final es convertir al ordenador en una extensión natural de nosotros mismos. Y esto puede resultar, lo es en el fondo, una paradoja. La primera competencia tecnológica, históricamente, fue la lectura o saber descifrar un código de signos frente a la inmediatez del discurso oral. Los obstáculos a los que nos enfrentamos cuando utilizamos esta máquina, llamada ordenador, nos hacen olvidar, a veces, que se trata de una invención humana. La lenta acomodación a sus exigencias, el aprendizaje de su código nos hacen pensar que se trata de algo distinto cuando en el fondo no deja de ser una herramienta.
La dificultad no radica en la competencia tecnológica del usuario o del receptor sino en la transmisión y en la aprehensión de los datos, en su recepción. Si analizamos con más detenimiento los rasgos que caracterizan al libro electrónico frente al libro tradicional observaremos rápidamente un conjunto de aparentes ventajas. Un libro electrónico – en red – es abierto, el orden de la información es variable y la apertura de la información, también, frente a la clausura del libro tradicional. La sensación al observar esta diferencia pudiera ser semejante a la que sintieron los humanistas comparando los libros salidos de la imprenta, cerrados y uniformes, frente a la variedad caótica del manuscrito medieval. Es una de las características más evidentes de lo digital, su intangibilidad, que es tanto como decir su casi invisibilidad, su inexistencia, la transformación inmediata y permanente.Todo esto nos lleva a considerar el segundo aspecto que hemos propuesto y que toca de lleno a la nueva naturaleza - y a las nuevas expectativas - del lector. La escuela de la recepción aportó un principio que ahora ya nadie discute, la importancia del lector en la valoración y, sobre todo en la creación – recreación -, del texto literario. Una cultura volcada en la autoría, es decir, en la autoridad, en la paternidad de lo que se hereda generación tras generación, debe dejar un hueco para el realizador final del texto, para el lector. La casi aporía de Iser así lo revela, “un libro sólo existe si es leído por alguien”[12]. Lo interesante de esta afirmación y, en realidad, de los principios receptivos, se basa en que se reconoció finalmente la colaboración del lector en el propio significado de la obra literaria y se reconoció, además, que esta colaboración es un principio de acercamiento metodológico imprescindible. Las etapas en la historia de la lectura, brevemente tratadas al principio de este trabajo, influyen necesariamente en la concepción que de la literatura, y por extensión de todo lo pensado y escrito, ha tenido cada momento histórico y nuestra época, siendo singular por los avances científicos y tecnológicos, no es una excepción.
La labor creativa del lector, su colaboración en la realización del texto, se convirtió en la piedra angular de las llamadas escuelas postestructuralistas. Las posibilidades que trae el libro electrónico, y sobre todo el hipertexto, parecían, en un principio, confirmar ya en la práctica la semblanza de un lector que no sólo lee, recibe, sino que crea con su lectura. El lector es también explorador, no contempla, explora, busca y crea a la vez. Es la etapa del hipertexto.El hipertexto es una palabra creada por Theodor Holme Nelson en 1965[13]. Fue el creador de un sistema de documentación llamado Xanadú en el que se localiza cada ítem, cada texto, por su interconexión con otros y no por un sistema de índices. Eligió este nombre pensando en el desordenado desván del palacio del Ciudadano Kane, cada recuerdo lleva a otro, con un final casi premonitorio, nadie es capaz de saber el sentido final de “Rosebud” porque todo es circular. Es el mismo sin sentido, la misma apariencia irreal del reino creado y nombrado así por S. T. Coleridge, Xanadú. El cambio más significativo en la definición del hipertexto se ha dado entre el texto que remite a otros textos y el texto que remite a textos, en el sentido literal de tejidos, en otros lenguajes, no sólo el verbal:
El hipertexto se compone de texto y de unos nexos (links) que conectan directamente con otros textos al ser activados, formando una red contextual sin principio ni fin, pues se puede saltar constantemente de unos textos a otros, según se van escogiendo nuevas opciones de búsqueda[14].
Esta es una primera definición de hace cinco años. El rápido avance tecnológico lleva a Susana Pajares a ampliar, en enero de 2001, su propia definición donde entra un aspecto fundamental, el carácter multimedia, no sólo escrito, del hipertexto:
El hipertexto podría definirse como una forma de organizar información utilizando programas que admiten diferentes tipos de estructura (se puede ir más allá de la linealidad del libro) y pueden integrar lenguajes diferentes (palabra escrita, imágenes, audio, vídeo)[15].
El interés por el hipertexto y su contribución a la literatura ha venido ante todo desde la teoría literaria como queda recogido en el ya clásico trabajo de G. P. Landow, publicado en español en 1995 bajo el título Hipertexto. La convergencia de la teoría crítica contemporánea y la tecnología[16]. La tesis fundamental de Landow es que el hipertexto es la prueba palpable de la validez de las teorías postestructuralistas y en concreto de la vertiente deconstructiva, en especial, la necesidad de construir el significado, las redes formadas por textos, la responsabilidad del lector en la construcción de ese significado y en resumen la ruptura con la autoría tradicional.
En este sentido se invoca la autoridad de Roland Barthes quien en S/Z y en 1970 ya imaginaba una textualidad abierta, eternamente inacabada, una posibilidad teórica que Barthes llevó a la práctica en sus Discursos de un fragmento amoroso. Es una verdadera tópica de los lugares que componen el discurso amatorio, un auténtico calidoscopio en el que cada texto remite a otro reproduciendo así la obsesiva repetición del pensamiento enamorado porque “es pues un enamorado el que habla y dice.” [17]La tecnología facilita, de nuevo, lo que la mente humana es capaz de crear e imaginar, siendo esa tecnología, como hemos apreciado más arriba, profundamente humana. Así queda también demostrado en obras como Rayuela de Julio Cortázar – un verdadero precedente de lo que ahora denominan los expertos “hiperficción explorativa” - o el propio Ulises de Joyce, reconstruyendo las asociaciones libres y caóticas del monólogo interior como una suerte de hipertexto intangible e infinito.
Desde el hipertexto hablamos de hiperficción, ya sea explorativa, el lector explora los posibles caminos y enlaces, o bien constructiva, el lector junto a otros construye una historia. Como muy bien ha observado Susana Pajares las posibilidades teóricas pronto han sido defraudadas por la práctica creativa y, sobre todo, receptora. Parecía que un principio los hipertextos ofrecían al lector una serie de ventajas, por ejemplo, propiciar la creatividad, superar la tiranía de la página escrita, en términos casi derridianos “la tiranía del rectángulo” o estimular la responsabilidad personal y la propia inquietud de experiencia y de búsqueda. La realidad, sin embargo, es muy distinta. La experiencia lectora pronto se ve desbordada por la desorientación, por la sensación de la “ingravidez” del texto, por la impresión permanente de pérdida en un laberinto que no conduce a ninguna parte[18].
Son éstas razones de peso, entre las muchas, para que el panorama siga siendo desesperanzador. Al menos así lo afirma uno de los grandes teóricos del hipertexto, Mark Bernstein. Tiene lugar esta pregunta en el número especial que sobre Crítica Hipertextual publica el prestigioso Journal of Digital Information (JoDi). En 2001 Bernstein se pregunta ¿dónde están los hipertextos?[19]. Las expectativas creadas hace diez años se han topado con los impedimentos y obstáculos del propio hipertexto que no acaba de convertirse en un medio paralelo al literario, entre otras razones porque el lector actual aprende a leer leyendo libros, y, sobre todo, porque la recepción de los hipertextos no parece asimilable a la emoción, imaginación y conocimiento ligados a la lectura de los libros tradicionales.
Quizá la condición indispensable para que los hipertextos se conviertan en una realidad, ante todo satisfactoria para sus receptores, sea la de modificar no sólo al lector, sino las expectativas de lo que entendemos por lectura literaria, profundamente influidas por el receptor que es, ante todo, lector de libros. En este sentido, y de nuevo, las reflexiones de Walter J. Ong son reveladoras y premonitorias, una civilización formada por lo escrito, está deformada de raíz, hasta el punto de ser incapaz de imaginarse de otra forma[20].
Como queda también señalado en el número monográfico del Journal of Digital Information, la atención de los expertos se dirige ahora no tanto al hipertexto como a la hiperficción, o mejor dicho, a la narratividad que puede desplegarse, al tipo de narración sugerida por el hipertexto. Frente a la narración, que ya podemos llamar tradicional, ramificada o interrumpida, sin duda la más interesante es la “narración orientada a objetos” o MOO (MUD Objects Oriented) donde MUD significa a su vez Multi-User Dungeon, Multi-User Domain, o Multi-User Dimension[af1])[21]. En realidad se trata de una recreación, a través del ordenador, de un verdadero juego de rol donde el autor se convierte en un “coreógrafo de las historias” y el lector en un “interactor”, alguien que participa como personaje en la propia historia e “interactúa” con otros.
De nuevo la tecnología materializa lo que la mente humana ha sido capaz de imaginar, o al menos considerar. Aristóteles en su Poética, del siglo IV antes de Cristo, ya habló de la necesaria identificación del espectador con lo que ocurría en el escenario para asegurar el éxito de la tragedia, no otro que la aceptación que lo que es irreal sea capaz de influir en su estado de ánimo. Lo que es premisa básica para la catarsis, o en definitiva, para la entrada consentida en un mundo ficticio, es ahora el objetivo singular de este tipo de narración. La identificación del lector con el personaje, y en definitiva, la creación interior de su conducta, puesta en escena, es el requisito principal para ser capturado por la “fábula”. Y un apunte más que no deja ser la cualidad interna de este tipo de narraciones. Se trata de una creación colectiva que necesita establecer unas reglas fijas para dar cabida, unidad y sentido a las variaciones individuales. Resumiendo los puntos principales de la definición de Xavier Berenguer la “narración MUD” necesita “una trama genérica”, el “perfil de los personajes” y, sobre todo, una “memoria de las acciones para poder mantener cierto control sobre el discurso narrativo.”[22]”
No otros son los requisitos de la creación colectiva tal y como por ejemplo se observa en el género épico; la necesidad de una historia que enmarque los sucesivos episodios, la atribución de determinadas cualidades – casi hieráticas – a cada personaje, cifradas en fórmulas como el “epíteto homérico” no sólo útiles para completar el verso sino para perfilar las acciones, y desde luego, la “memoria” colectiva e individual de los principales hilos de la trama y de las propias reglas. El cambio a lo que entendemos por “novela moderna” queda aparejado a la invención de la imprenta. Ya no es necesario el esfuerzo de la memoria para mantener la tensión de la historia mil veces contada, ni esta historia debe repetirse para recordar los orígenes de una colectividad. El lector a solas se enfrenta al personaje individual, también a solas, que cuenta una historia singular en la que el cambio se justifica por la acción contada. La memoria necesaria es la memoria fijada por el propio texto.
Y nos queda por abordar un tercer aspecto no menos interesante, la influencia final del ordenador como instrumento creativo, algo que ya se ha cumplido en el tratamiento de la imagen frente al de la palabra, campo en el que los avances no han sido tan considerables. Como en cualquier adelanto tecnológico hasta ahora se han producido una serie de cambios completamente naturales. Los primeros programas de texto convertían al ordenador en una máquina de escribir con prestaciones mayores que van desde la corrección ortográfica hasta el tratamiento de concordancias. La pregunta es sí el ordenador acabará por adaptarse tan íntimamente a nosotros hasta convertirse en un instrumento que influya, a su vez, en la creación. Para Umberto Eco hay una diferencia básica entre la escritura sin intermediarios y las posibilidades de flexibilidad y cambio, en virtud de la rapidez y la comodidad, que traen los nuevos procesadores, o en sus palabras:Cuando escribí El nombre de la rosa apenas se usaban ordenadores. Ahora sí utilizo el ordenador para escribir, y, sobre todo, me ayuda a la hora de rescribir. Sin embargo, este afán por corregir puede convertirse en una desmesura paranoica, porque incita a la obsesión estilística. En El nombre de la rosa hice dos o tres correcciones sobre una misma página; pero en el caso de La isla del día de antes he llegado a rescribir quince veces una misma página.[23]
Pero la pregunta va aún más allá, porque de lo que habla Umberto Eco es de la facilidad, en el fondo falsa comodidad, que nos proporciona una herramienta. Los nuevos procesadores de texto incorporan no sólo el tratamiento de las palabras, sino que conciben lo escrito como un texto. Incorporan plantillas, esquemas de documentos posibles y se han beneficiado, sin duda, de los trabajos en lingüística textual de los años setenta. En definitiva han revivido las principales pautas creativas, y “productoras”, de discursos, tal y como lo entendió la retórica clásica, proporcionando lugares e ideas para cada género discursivo (inventio), estructuras persuasivas (dispositio) y consejos sobre la realización lingüística final (elocutio).
La indagación sobre las verdaderas capacidades creativas del ordenador se centra en las posibilidades de combinar texto, imagen y música hasta llegar al hipertexto multimedia. Las creaciones son muchas y han desbordado el antiguo sentido de la literatura como cuestión de palabras. Desde este punto de vista las exigencias planteadas por el hipertexto multimedia son muy semejantes, salvando las distancias, al teatro como género literario, porque de nuevo hablamos del lector como espectador. Y si hablamos de lectura en estos casos es porque en el fondo revivimos lo que aparece ante nuestros ojos de forma individual y siendo la palabra, la guía principal que ordena lo narrado y en último término el pensamiento.
Una segunda aportación, una segunda fase en la que confluyen de nuevo autor y lector es la creación automática de textos a partir del “poetry generator” creado por Jeff Lewis y Erik Sincoff[24] y dedicado, especialmente, a la creación de “poemas narrativos”. Por ahora es sólo un juego y, por supuesto, un reclamo publicitario para anunciar otros lugares, pero lo cierto es que la creación se basa en estructuras fijas, en esquemas que vuelven a la narratología más pura, la que distingue entre personajes y acciones, de hecho funciones, a la manera de Propp, para generar todo tipo de textos. Se trata del cambio anunciado, de la lectura individual a la creación colectiva, tal y como acabamos de ver más arriba, con la diferencia de que en este caso estamos hablando de otro género, no el narrativo ni el dramático, sino el lírico. En este sentido la creación de “haikús” es el campo más explotado por la generación automática de textos. Y de nuevo volvemos a la inspiración puramente humana de la tecnología. No se trata de un avance creativo, sino de proporcionar instrumentos tecnológicos que traduzcan, con rapidez, impulsos e ideas puramente humanos.
Así la creación de haikús se basa en un mecanismo relativamente sencillo. En términos lingüísticos se proporciona al lector la posibilidad de elegir entre redes paradigmáticas para proyectar la elección en una cadena sintagmática. O en otras palabras, el lector-creador, puede elegir entre un adjetivo, un sustantivo, un verbo y un complemento, para generar una frase final como la que sigue:
White LakeGrowing over the WindWinter is beginning[25]
¿Por qué creaciones breves? Seguramente porque la libre asociación de palabras crea, a su vez, una libre interpretación del receptor y también porque los propios rasgos enigmáticos y exóticos de estas pequeñas composiciones permiten crear delicados paisajes a los que sólo queda la imaginación del lector para darles vida. Sin embargo la conciencia de que “eso no es literatura” se traduce en el nombre concedido a estas piezas, en términos traídos del inglés son “pseudo-haikús” o “new cyberpseudopoetic masterpiece”[26], es decir, son “ciberpseudopoéticas” y no auténticas creaciones literarias por más que ilusoriamente sean capaces de crear emociones semejantes a las que un texto inspira en un lector. La única creatividad posible radica en las combinaciones, en la imaginación de unir unos géneros con otros. En una página que lleva, no por casualidad, el lema “everypoet for everyman, every resource for everypoet”, se propone, por ejemplo, la creación de breves discursos tomando palabras propias del lenguaje político para combinarlas hasta componer un haikú.[27]
Lo que todo esto revela es la voluntad de convertir al lector en un creador, sabiendo siempre, que no es un “autor original”, en todo caso construye “pseudo obras”. Se trasplanta a la labor literaria lo que parece propio de las creaciones virtuales en el caso de las imágenes. Pero también lo que opera detrás de esta desconfianza es la influencia profunda de lo que hasta ahora hemos entendido por literatura, la creación personal, original y única, desde parámetros románticos, ni mucho menos permanentes en la cultura occidental desde su origen.
Por otra parte lo que ofrece en especial la red es la posibilidad de convertir al lector en un verdadero creador, o en otras palabras, en un usuario capaz de crear textos literarios a través de foros y páginas interactivas volcadas en la literatura, por ejemplo el pionero “The Albany Poetry Workshop” californiano. Desde 1995 no sólo propone “cursos interactivos de escritura” o foros dedicados a discutir sobre una obra, también permite la creación de poesías en línea con otros internautas[28]. Y todo esto nos va llevando a una renovada concepción de la literatura, en su sentido más puramente colectivo y propio, históricamente, de una sociedad oral. No olvidemos las pantallas opacas que proyectan las palabras. Términos como “audiovisual” remiten de forma directa, en la mente del hablante, a nuevas épocas, a nuevos artilugios y a avances tecnológicos frente a una sociedad oral a la que catalogamos automáticamente como una sociedad primitiva frente a aquella dominada por lo escrito. Sin embargo en el componente “audio” de esa palabra compuesta se halla la oralidad en sí. No es sólo el que oye, es también el que habla, el que realiza oralmente ante otros y con otros.
Es difícil buscar conclusiones cuando el mundo del que hablamos está en un cambio constante, es el cambio impuesto no sólo por los avances tecnológicos sino por una rápida transformación económica y social. Una primera conclusión posible es que el avance espectacular del medio audiovisual ha favorecido, entre otras cosas, que el libro y el aprendizaje a él ligado, hayan dejado de ser las fuentes primarias para acceder al conocimiento. La forma de construir el mundo y de pensar sobre él deja de ser una cuestión de palabras para serlo también de imágenes. Por lo que a la literatura se refiere, es una tentación pensar que las nuevas tecnologías nos han hecho avanzar orgullosamente hacia atrás, hacia modos de recepción propios de la Edad Media. Esto no es así o no es totalmente cierto, la recepción colectiva, en términos actuales “interactiva”, es la que explica este viaje en el tiempo. Lo que puede haber cambiado, sin remedio, es la noción privativa de la literatura como legado individual que apreciamos en el afianzamiento de nuestras raíces sentimentales, culturales e históricas.Aun así, lo cierto es que los cambios sobre todo para el lector nos han mostrado, por contraste, algunos de los rasgos distintivos de la literatura entendida a la manera tradicional. La “desesperanza”, la “desorientación” del lector que se enfrenta al hipertexto abierto siempre se explican, sobre todo, por la oportunidad brindada por la literatura de descubrir la experiencia de otro, y, sobre todo, la condición irreal y fantástica, paralela e imaginada, del mundo inventado a través de la palabra. El lector que explora el hipertexto se topa una y otra vez con sus propios límites sin encontrar un sentido, ajeno a él mismo, de lo que está buscando.Las nuevas creaciones, los hipertextos multimedia, que reproducen la música oída por el personaje, la red de textos semejante al desorden del pensamiento, los paisajes que tiene delante de sus ojos, no sustituyen, ni mucho menos, a la capacidad imaginativa del lector solitario. Se imponen como una realidad virtual, muy semejante a la ofrecida por el cine, que nada tiene que ver con la realidad construida a solas. Lo que condiciona este defecto es que aplicamos a la lectura de hipertextos lo que ya sabemos de la lectura de libros o al menos lo que esperamos de ella. Al fin y al cabo la interactividad del libro tradicional se basa en el formato de monólogo del autor con el lector, “la escritura es el medio para hablar con los ausentes”, según Aristóteles inmerso en una comunidad oral, y también de construirlos a nuestra propia medida creciendo a partir de ellos. Cambiar esta expectativa será el primer paso para valorar acertadamente lo que ahora llamamos ciberliteratura.Este cambio pasa, sin duda, por evitar una comparación demasiado fácil, la de que el texto es igual al hipertexto, la de que la pantalla es igual a la página de un libro y la de que el lector sigue siendo el mismo. El obstáculo final es esperar que nos ofrezca lo mismo que la lectura tradicional, de ahí el desencanto y de ahí la necesidad de hablar en términos de recepción y no de lectura. No se trata sólo de una precisión terminológica sino de cambiar nuestros hábitos en este punto. O, en otras palabras, debemos cambiar lo que esperamos cuando nos encontramos ante este tipo de textos, que pasa, así lo hemos aprendido, por el conocimiento y el aprendizaje de un pensamiento y de una realidad distinta a la nuestra. El término “nuevos lectores”, que aparece en el título de este trabajo, es en realidad un tecnicismo lingüístico con el que se nombra a las personas que han aprendido a leer tardíamente.Tenemos un prestigioso antecedente, la invención de la imprenta trajo consigo un cambio radical en la forma de acercarse a un libro. Modificó no sólo a los receptores sino que construyó una nueva forma de articular el pensamiento superando la instantaneidad del discurso oral. Nos hallamos en el umbral de un cambio semejante, de nuevo provisto por la tecnología, es posible que a medio plazo establezcamos que la recepción del libro, su lectura, es una más, entre las muchas, y es posible, también, que sea nuestra favorita.[1] Walter J. Ong, Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, trad. A. Scherp. Méjico D. F., Fondo de Cultura Económica, 1996, 1ª reimpr., p. 21, ed. or. esp. 1986, ed. or. ing. 1982.[2] Véase el interesante trabajo, por lo innovador, de A. J. Minnis y A. B. Scott, eds., Medieval Literary Theory and Criticism c. 1100 ‑ c. 1375. The Commentary Tradition, Oxford, Clarendon Press, 1988.[3] Véanse las interesantes páginas dedicadas a “Los lectores silenciosos” por Alberto Manguel, Una historia de la lectura, Madrid, Alianza Editorial-Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1998, pp. 59-73, ed. or. ing., 1996.[4] A. Manguel, op. cit., p. 167.
[5] W. J. Ong, op. cit., p. 117 y siguientes.
[6] A. Manguel, op. cit., p. 172.
[7] Albert Zuckerman, Cómo escribir un bestseller. Las técnicas del éxito literario, trad. J. M. Pomares, Barcelona, Grijalbo, 1996, ed. or. ingl. 1994.


[8] Félix Sagredo Fernández, “Del libro al libro electrónico digital”, Cuadernos de Documentación Multimedia, 9, 2000, http://www.ucm.es/info/multidoc/multidoc/revista/num9/cine/sagredo.htm[9] Un ejemplo es http://virtualibro.com, una de las editoriales digitales pioneras en nuestro país.[10] http://aaswebsv.aas.duke.edu/celestina/index.html[11] Véase la importante iniciativa emprendida por el Instituto Cervantes para la creación de un completo fondo digital, en http://cervantesvirtual.com así como el Proyecto Ensayo Hispánico dirigido por José Luis Gómez Martínez, http://ensayo.rom.uga.edu También es importante el número creciente de revistas electrónicas, como ésta, en la que los investigadores pueden difundir sus trabajos con mayor celeridad que en las ediciones impresas.[12] Wolfgang Iser, El acto de leer., Madrid, Taurus, 1987, ed. or. al., 1976.[13] Carles Tomás i Puig, “L'hipertext i les obres obertes. Una aproximació des de la teoria cultural” [1997] http://www.iua.upf.es/~ctomas/ctp47.htm, 2002Para un análisis de las características particulares que distinguen al texto del hipertexto y para una delimitación lingüística de lo que esta palabra, hipertexto, significa veáse J. Clément, “Del texto al hipertexto: hacia una epistemología del discurso hipertextual”, http://www.ucm.es/info/especulo/hipertul/clement.htm[14] S. Pajares Tosca, “Las posibilidades de la narrativa hipertextual”, Espéculo, 6, julio-octubre, 1997, http://www.ucm.es/info/especulo/numero6/s_pajare.htm[15] S. Pajares Tosca, “Editorial” para el número especial sobre Crítica Hipertextual, Journal of Digital Information, enero 2001, http://jodi.ecs.soton.ac.uk/Articles/v01/i07/editorial/, trad. esp., http://www.ucm.es/info/especulo/hipertul/jodi.htm. Una interesante colección de las últimas creaciones multimedia puede encontrarse en:http://mccd.udc.es/unmardehistorias/contenidos.html[16] La referencia completa es G. P. Landow, Hipertexto: la convergencia de la teoría crítica contemporánea y la tecnología, trad. P. Ducher, Barcelona, Paidós Ibérica, 1995, ed. or. ing. 1992.[17] Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso, trad. E. Molina, Méjico D. F., Siglo XXI, 1989, 7ª ed., p. 19, 1ª ed. esp. 1982, ed. or. fr. 1977.[18] Susana Pajares Tosca, “Las posibilidades de la narrativa hipertextual”, Espéculo, 6, julio-octubre, 1997, http://www.ucm.es/info/especulo/numero6/s_pajare.htm[19] Susana Pajares Tosca, “Editorial” para el número especial sobre Crítica Hipertextual, Journal of Digital Information, enero 2001, http://jodi.ecs.soton.ac.uk/Articles/v01/i07/editorial/, trad. esp., https://www.ucm.es/info/especulo/hipertul/jodi.htm[20] W. J. Ong, op. cit., p. 85.[21] Puede encontrarse una completa información así como enlaces actualizados en la siguiente dirección: http://www.zuggsoft.com/zmud/aboutmud.htm[22] La definición completa es “En esta narrativa, inspirada en los juegos de rol y en cierta manera en los juegos tipo SIM, se parte de una trama genérica que enmarca la historia, del perfil de las características y la “personalidad” de los protagonistas que intervienen, y de reglas para resolver los encuentros entre ellos [... ] Una característica de este método [...] es la existencia de una memoria de las acciones de los interactores, indispensable para poder mantener cierto control sobre el discurso narrativo”. Xavier Berenguer, “Historias por ordenador” [1998]http://www.iua.upf.es/~berenguer/articles/histor/narrc.htm, 2002[23] Apud. Xavier Berenguer, art. cit.[24] http://www-cs-students.stanford.edu/~esincoff/poetry/jpoetry.html[25] Creado en la página http://www.lsi.usp.br/usp/rod/poet/haicreate.html[26] http://www.everypoet.com/haiku/default.htm[27] http://www.everypoet.com[28 http://www.sonic.net/poetry/albany/
LA CULTURA COMO PRAXISZYGMUNT BAUMANhttps://l.facebook.com/l.php?u=https%3A%2F%2Fwww.pensamientopenal.com.ar%2Fsystem%2Ffiles%2F2015%2F06%2Fdoctrina41228.pdf%3Ffbclid%3DIwZXh0bgNhZW0CMTAAAR0Z-yK2LkHQxxyrAyY-4uKceHWQ3AaqxGQ7L7TdoGzq4_R3G3UQ16WqBaA_aem_FsqsSLobKlDu1-6YPAI51Q&h=AT29E5J_kLx-w1r1PcltrD_oXizYVkq1kop-XtZh5VOetoIWKnXpt_0KknFUgBw2XIgczMnFtc-B27ytgY5KFNiHxLKhXXqQQwVzC3XRW98zohg7z_9BGcE3xr98ivdHhbF3&__tn__=-UK*F&c[0]=AT3hj7bMFDaVvo0y1ZbVmqvjMIY4BaZhbTMs0bJsnvMsi9j9TMcrVw2TNIyW63TmWwyTN4Cf5DGmUXDduQHG_Ae_MbipDPvcBiOZfFc-iaYdUWC8z7J_FNWBFANmORwfNPkfS0qQGVs_hncj4qBdJKwmQTAYNHsXEM8QvnPR1UwP79qb9aMPP5u9blYPyuN5UsA_ACxzAgnC7H4-JugG8AfEqKY

El lector es el único lugar que importa: en el espacio metafísico dentro de la literaturaEl ex bibliotecario de la prisión Blair Austin se pregunta a dónde vamos cuando leemos. https://lithub.com/the-reader-is-the-only-place-that-matters-on-the-metaphysical-space-within-literature/
Una obra de literatura imaginativa a menudo sirve para borrar la habitación que debía abrir y abrir otra habitación por completo. Este es un lugar fructífero por su propio bien; Nada en el lector en ese momento es logrado en absoluto. Entonces no hay función de uso para la literatura; Hay comportamiento, la extracción de un tiempo paralelo, un espacio metafísico, de una pieza dada del día. Gran parte de nuestra lectura ocurre en este espacio.En este ensayo, tengo la intención de decir algo completamente obvio a través de un recordatorio: el lector es el único "lugar" que importa, y cada uno de nosotros es un lector diferente en diferentes momentos de la vida e incluso en diferentes momentos del día o semana . Por extensión somos diferentes lectores de la generación y por la época. Hay, dada la calidad temporal de la lectura y el uso de las formas en que realmente leemos como evidencia, no hay forma correcta de leer. Solo hay tipos de lectura.
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Soy un ex bibliotecario de la prisión, y he sido privado de mi libertad durante períodos prolongados de tiempo en otras circunstancias. La lectura de la literatura imaginativa adquiere un elenco diferente cuando no puedes abandonar el lugar en el que estás. Es por eso que las preguntas sobre la forma correcta de leer la literatura imaginativa y el deber moral del lector en una sociedad civil me parecen extrañas. . Toda la lectura ocurre primero en el espacio metafísico, y hay tantos tipos de lectura como personas que pueden leer.
Por lo tanto, es el caos de la lectura del que me gustaría hablar aquí, y por extensión su liminalidad, y su extrañeza inherente, para todos y cada uno de nosotros, tanto dentro como fuera de la comunidad..
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Leer literatura imaginativa en el trabajo mientras el trabajo se cuelga sobre tu cabeza, leyendo mientras la violencia ocurre por todas partes, leyendo solo en la oscuridad.Por "tipos de lectura", estoy hablando de lo que sucede en la mente, el estado mental, el estado del ser, mientras lee, presentado aquí sin juicio ni comentarios. Hay lectura de "fuga de vuelo", lectura desatendida, lectura con una mente dividida, lectura nostálgica, lectura turística, lectura profesional, lectura profesora, lectura sin ningún recuerdo de lo que ha leído, leyendo para entrenar la mente ser capaz Para leer nuevamente, lectura compulsiva, lectura analítica, crítica, interrogativa, que crea el cambio, hermenéutica, lectura de sueños, lectura cercana, lectura para información, lectura exasperada, enfurecida e indignada y cientos más. Un tipo de lectura no impide un interruptor en el siguiente instante a otro tipo de lectura. Muchos suceden al mismo tiempo.
Las condiciones bajo las cuales leemos a menudo conducen a un tipo específico de lectura. Hay lectura cuando está borracho o alto. Leyendo en el metro o en el autobús. Leer en una habitación llena de personas que hablan, leyendo mientras YouTube juega en el fondo. Leer literatura imaginativa en el trabajo mientras el trabajo se cuelga sobre tu cabeza, leyendo mientras la violencia ocurre por todas partes, leyendo solo en la oscuridad. No estoy hablando de nuestras razones para leer ni nuestras opciones de lectura, sino de lo que sucede en lo que solíamos llamar "la mente" y ahora llamar, "el cerebro". El lugar, si existe, más allá del CT, MRI y PET Scan. Nuestra lectura, como nuestras vidas, es desordenada.
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Un día, al final de la mañana estaba tirando de un carrito entre las unidades vivas en una de las prisiones más notorias, una instalación de nivel IV en las llanuras, en las que trabajé. El movimiento abierto había terminado, y el patio estaba vacío: un vasto espacio de triángulos de hierba verde cortados por caminatas de concreto en gris paleolítico. La radio Paksat crepitó: "Control, casa de calderas". "Control, ve". "Un personal de la casa de caldera hasta el cobertizo de mantenimiento". "10-4. Controlar claro, quince-treinta y cinco.”
Estaba caminando frente a dos macizos de flores de fuego seguro, rezagado de caléndulas. Acababa de pasar el control en mi camino a Echo Unit para recolectar libros cuando una voz alegre dijo: “¡Hola! Disculpe!”
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Quitar anunciosMe di la vuelta y el patio estaba completamente vacío. La unidad Delta estaba una pequeña puerta a doscientos metros de distancia, a través de ese vasto patio, todos encerrados por paredes hechas de los edificios en sí, todos los cuales se abrieron hacia adentro. "¡Aquí arriba!" dijo la voz. De pie en el techo directamente por encima de la cabeza había un oficial con un AR-15 de alcance: el sargento publicado en la Torre Two, una cabaña de guardia en el techo con vistas al patio. "¿Puedo devolver mi libro de biblioteca?" dijo. Tenía una voz brillante, la voz de un joven con el mundo por el culo. Sostuvo un libro de bolsillo de mercado masivo. Le dije: "Claro", y él lanzó suavemente el libro. La cosa cayó como una piedra al principio, luego extendió sus páginas, aterrizando con un golpe en la hierba. "¡Gracias!" dijo, y lo puse en mi carrito y continué a la unidad de eco.
Pero me sorprendieron. Nunca habría imaginado al oficial en la Torre Two Reading, pero tiene sentido. No tenía nada que hacer todo el turno, excepto esperar el movimiento y responder a los controles por hora en la radio, informar aviones, etc. en un estado de aburrimiento que, dado su trabajo con el rifle, debe haber ascendido a una especie de lujo. En caso de violencia durante el movimiento controlado, hombres marchando en líneas verdes, se le encargó disparar una sola advertencia disparada a las caléntulas de fuego seguras y luego disparando, masa central, cualquier persona que no se había caído a su vientre.
Todo el día, sin nada que hacer, luego revisa la radio y el movimiento cuando tendría que estar atento, entonces nada. Y él leería allí a través de sus tonos de espejo, rastreando las palabras con una mente cosida por el tráfico de radio, una mente en tres lugares o más a la vez, la torre dos cabaña, el espacio metafísico de las llamadas de radio y el espacio de la novela sí mismo. Tal vez estaba arriesgando su trabajo, pero más probable, tenía permiso para leer Dan Simmons’s Endimión Mientras espera dispararle a alguien.
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Henry James, que nunca carecía de metáforas del arte y cuya lucidez plantea una cita completa, presenta a un escritor en una ventana en el prefacio a El retrato de una dama:
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Quitar anunciosLa Casa de la Ficción no tiene en resumen, no una ventana, sino un millón, un número de ventanas posibles que no deben tener en cuenta, sino más bien; Cada uno de los cuales ha sido perforado, o todavía es perforable, en su vasto frente, por la necesidad de la visión individual y por la presencia de la voluntad individual. Estas aberturas, de forma y tamaño diferentes, cuelgan para que, todos juntos, sobre la escena humana que podríamos haber esperado de ellas una mayor igualdad de informe de lo que encontramos. No son más que ventanas en el mejor de los casos, simples agujeros en una pared muerta, desconectadas, encaramadas en alto; No son puertas con bisagras que se abren directamente sobre la vida. Pero tienen esta marca propia de que en cada uno de ellos se encuentra una figura con un par de ojos, o al menos con un vidrio de campo, que se forma, una y otra vez, para la observación, un instrumento único, asegurándose de la persona que hace uso de esto es una impresión distinta de todos los demás. Él y sus vecinos están viendo el mismo programa, pero uno ve más donde el otro ve menos, uno viendo negro donde el otro ve blanco, uno que ve en grande donde el otro ve pequeño, uno que ve grueso donde el otro ve bien ... , individual o juntos, como nada sin la presencia publicada del observador, sin en otras palabras la conciencia del artista.
La declaración es cierta en el otro lado del vidrio. Solo tenemos que reemplazar el "artista" con "lector" para ver las similitudes. Lo que se puede decir sobre un escritor es cierto también de un lector. El vidrio se gira como en un vasto dial como una puerta giratoria y los lectores y escritores se encuentran parados del mismo lado. No hay necesidad de separación. Esto se debe a que leer es una forma de traducción; Y la traducción es escribir, lo que Walter Benjamin llama "un modo" de literatura, un acto creativo en sí mismo y una instancia de lenguaje puro, que existe en sí mismo. La obra de arte cambia, y cambia una vez más, tantas veces como hay lectores que lo encuentran.
El lector es el verdadero escritor, de su traducción individual de una obra, y el escritor simplemente el primer lector del libro que han escrito. De acuerdo, el escritor es un Experto El lector, uno demostrablemente familiar, en una náusea, con su trabajo particular, un lector sesgado. Como todos somos. Sin embargo, la experiencia del escritor tiene sus límites en el silencio impuesto al escritor, y a todos sus lectores, por el paso del tiempo.
Nunca salía de la prisión, por lo que iba a tener que construir la cabaña por completo en su mente.Cuando trabajé en uno de los centros mínimos para hombres, recuerdo a un hombre que quería construir una cabaña. A través del préstamo interbibliotecario (ILL) ordené cada libro de cabina que estaba disponible. Enmarcado de madera, enmarcado de madera para el resto de nosotros, la cabaña de troncos, la galleta clásica Y muchos más. Hablando de las cabañas, el hombre se puso rojo de ira, sosteniendo un dedo en el aire. No quería construir "basura rústica". Quería crear una estructura real y duradera, un marco de madera en la forma cuidadosa del pasado.
La cuestión es que estaba en homicidio involuntario, el asesinato de una familia de cuatro mientras conducía el apagón borracho. No tenía memoria de esa noche en absoluto. Hubo una apertura en el olvido, una brecha. Era como si la noche nunca hubiera sucedido. El accidente fue un evento que hizo y no experimentó. Ahora tenía los sesenta años, el pelo gris en una cola de caballo, su nariz con cicatrices con los bolsillos y fisuras profundas de un ex bebedor, que eran rosados con salud. Nunca salía de la prisión, por lo que iba a tener que construir la cabaña por completo en su mente.
Había una mujer cuando trabajaba en un centro de mujeres que solicitaría fotocopias de los libros disponibles en la biblioteca para tarjetas que estaba haciendo para su pequeño hijo. Encontraría libros ilustrados en los estantes y marcaría las páginas y completaría el formulario de solicitud de copia que generalmente pide una explosión de algunos detalles. De las copias, ella cortaría los aviones, los guardabosques y el color de ellos mientras dejaban a otras sin color para que él lo hiciera cuando recibiera la tarjeta para que pudieran colorear juntos.
Cuando habló sobre su hijo, su rostro brillaría y sus manos se apretaron frente a ella, sus ojos mirando por encima de tu cabeza de la manera en que los actores en los musicales de Broadway se detienen y miran hacia las luces antes de una canción, como si el niño vivía en el cielo. No pude evitar pensar dos cosas: su emoción era real pero también performativa. Algo estaba mal sobre la situación, y no pude entender qué.
Las copias tenían quince centavos cada uno y el costo salió de sus "libros" o "cuenta de reclusos". No tenía apoyo financiero en prisión, por lo que tuvo que ganar dinero en su trabajo como áreas de personal de limpieza de ama de llaves. Ella hizo cuarenta dos centavos al día. Una carrera de fotocopia le costaría un día de parto. Para arrancar, tendría que cubrir el costo del sobre y los sellos y la pluma para escribir la carta.
Después de aproximadamente la tercera copia, supe que la mujer había victimizado a su hijo. No se le permitió ningún contacto con él, ninguno. Las fotocopias y las tarjetas fueron una esperanza y una ilusión. Ella los pondría por correo, la sala de correo los marcaría. Nunca dejarían la prisión. El niño nunca los vería. Ella sabía esto y no sabía, al mismo tiempo.
Tanto el hombre como la mujer estaban leyendo la no ficción como literatura imaginativa. Para sobrevivir una situación intolerable.
Jung lo tiene de manera diferente. Describe la obra de arte como un virus con la agencia, un "ser vivo que usa al hombre solo como un medio nutriente" con el propósito de su realización oculta. Estoy diciendo que el lector tiene la agencia y la lectura sí mismo es el virus dentro de todos y cada uno de nosotros. Para cerrar la brecha entre estas dos nociones, la obra de arte en la traducción de su lectura es impotente y poderosa dentro de la realidad del lector: ambos al mismo tiempo.
Esto se debe a que, a pesar del hecho de que las palabras tartamudean en cierto orden, un libro no es una realidad fija en nuestro tiempo o en cualquier otro. Un libro, incluso un volumen polvoriento en el dominio público, es un proceso continuo ya que, según el gran bibliotecario y teórico indio, SR Ranganathan, en su quinta ley de la biblioteca, una "biblioteca es un organismo creciente". Deformamos el contenido de maneras interesantes. Sabemos esto; Lo olvidamos todos los días.Una vez en un día libre de un trabajo trabajando en una prisión para niños juzgados como adultos, estaba viajando en el autobús regional entre ciudades para visitar amigos cuando vi a un hombre debajo de leer mientras conducía. Era un invierno profundo y su pequeño auto estaba cubierto en Frost, una pequeña y naranja Chevette dentro del cual se llenaba de un hombre muy grande. Vi un hombre enorme, mientras se dirigía en el carril derecho, lentamente tirando hacia adelante para poder ver en el auto. Estaba completamente agrupado en un abrigo de lana, guantes negros, Fedora triturado contra el techo y la bufanda envuelta con fuerza.
Las ventanas estaban empañadas: no tenía calentador allí. Había despejado un pequeño agujero en el hielo, lo suficiente para espiar, bordeado por la espuma blanca y cabalgó en un acuario oscuro, leyendo un libro. Sus gafas sostenían una oscuridad similar, como la de Robert Hayden, aparentemente hechas de capas escaladas de vidrio verde en el fondo del cual era un ojo encogido pequeño. Su mano del tablero mantuvo una novela abierta entre Thumb y Pinky. Y se pasó.
No puedo imaginar la complejidad de la atención que debe haber tenido que lograrlo sin morir, pero entonces lo estaba manejando entonces, ni podría imaginar el hambre, o la compulsión, debe haber sentido saber qué pasaría después en el Puente del carguero interplanetario, mientras se precipita a sesenta y cinco millas por hora en su automóvil, reteniendo hasta el último segundo la llegada de trabajo.En mi novela, Dioramas, en el que los dioramas son un sustituto de las formas de espacio metafísico discutido aquí, leer las escenas detrás del vidrio es para Wiggins, el viejo profesor, un acto existencial y metafísico al que cualquier grupo de ideas, probable o poco probable, vinculado a los mundo o sin ataduras de él, puede adjuntar. Está buscando respuestas dentro de un medio, el diorama y sus sustentos, donde no hay respuestas claras.
Mi dogma es que todo lo demás se deriva de la experiencia de la lectura, que, cuando comenzamos nuestra charla colectiva sobre literatura, nos vemos obligados a ignorar y que no es traducible para empezar. Después de todo, ¿qué vamos a decir después de haber montado una montaña rusa, besar a alguien, haber sido dejado, encallar, huir? Es precisamente la experiencia que elude el lenguaje. En su centro hay un vacío, no tenemos más remedio que dar por sentado.
Experimentamos una ansiedad progresiva cuando entramos en "el espacio de la literatura". Imaginamos que será mejor que nos damos la vuelta y vuelvamos a cruzar el velo y vuelvamos a ingresar al mundo. Y sin duda eso es sabio: hay mucho por hacer, mucho que debe hacer que debamos sobrevivir juntos. En respuesta a esta ansiedad, pasamos el tiempo que pasamos allí, en el espacio metafísico, cuentan por el momento no estamos mejorando el mundo. Exigimos al mundo de vapor lo que creemos que debemos hacer después de que hayamos terminado y revisado el velo. Pero gran parte de la vida humana se gasta en los intersticios entre mundos, en el espacio metafísico del pensamiento (espacio pensativo, espacio mental) y entre los tipos de ambigüedad que no tienen nada que ver con el contenido de un libro leído tan de cerca, leído en pureza , intención y culpa, olvidando las formas reales de que la falta de atención, la mezcla, el aburrimiento, el deslizamiento, en resumen, un día normal) en nuestra experiencia de lectura.Mientras escribe Dioramas, Durante los largos años previos a la finalización de un primer borrador, tuve algunos tratamientos médicos que me hicieron perder mi memoria a corto plazo y parte de mi memoria a largo plazo. Recuerdo haber regresado del hospital y haber visto una pila de papel y correr el pulgar y detenerme para leer un párrafo y no tener idea de lo que significaba ni a lo que estaba conectado. Sabía que era escritor, pero no tenía acceso a la hora anterior. Sentí que había alguna otra persona, algunas traductor que nunca había conocido, trabajando como una sombra en el fondo. Estaba manteniendo el tipo de secreto que se propone pero que nunca se revela a sí mismo, pero siempre está en el acto de alcanzarte.
Es la tormenta de la mente en respuesta a la tormenta del lenguaje girando en una llanura oscura.Lo único que podía imaginar era copiar el libro a mano. Lo copié en Foolscap, no cambiando nada. Luego, todavía no tenía noción de lo que había dentro, así que escribí el libro en un IBM Selectric II, después de lo cual comenzaron a venir algunos brillos débiles, pero no lo suficiente como para continuar trabajando. Así que copié todo el libro por tercera vez, en palabra. Y aunque el contenido del libro todavía no se mantendría, al menos podría comenzar a avanzar hacia un segundo borrador, centrándome en escenas cortas: se abren viernes en dioramas imaginarios. Pero incluso hasta el día de hoy, aunque el libro está cuidadosamente construido, todavía no puedo recordar lo que hay dentro.Como bibliotecario, fui educado en la Declaración de Derechos de la Biblioteca y el derecho del prisionero a leer, documentos que impulsan las decisiones de recolección y la práctica de la biblioteca tanto dentro como fuera de la prisión en el país y que reflejan entre los bibliotecarios una cierta fe en los seres humanos. Les sostengo muy bien. Si es importante para usted un cierto tipo de lectura, es importante para mí. Incluso si no puedo ver la forma que toma su lectura desde adentro, incluso si malinterpreto, incluso si me falta la experiencia, la inteligencia o la capacidad de imaginar lo que realmente significa para usted como un experto, o si la realidad a través de la realidad a través de la realidad Página A medida que las palabras entran en el ojo es notablemente diferente de su aspiración, reconozco la imposibilidad de fijarlo. Reconozco su existencia en cada ser humano.
El cineasta experimental Stan Brakhage solía presionar sus párpados con sus dedos para provocar destellos hipnogógicos que animaría en una película de 16 mm, marco por cuadro, 24 cuadros por segundo. Veinticuatro composiciones pequeñas, hechas con pintura, marcadores y rasguños en una superficie del tamaño de una miniatura, para obtener un segundo de película. Los patrones que encontró en la oscuridad eran únicos en ese momento para él. Eran una expresión de sí mismo y su visión en ese lugar y tiempo, y para él esta era la representación más honesta y aguda que podía reunir: una persona y su observación en un lugar en el tiempo tanto con y en contra de la cultura dominante de "Ver" por ahí en el mundo.
Del mismo modo, el teatro de lectores móviles es una mente impredecible y completamente única que cambia, sale y entra en el caos en el acto de leer sí mismo, se cae, deambre, regresa, hace conexiones impactantes que pueden tener algo que hacer Con el texto en la mano, puede conducir a una belleza en la vida, entre otras personas, o, de hecho, a una idea horrible de destrucción, solo, o puede llevar a ningún lado. Esta no es una pregunta moral, lo que puede hacer la lectura para mejorar a alguien, por ejemplo, esa es una razón para la lectura y un tipo de lectura, ambos. Esto es cierto por la simple razón de que somos humanos.
No, es la tormenta de la mente en respuesta a la tormenta del lenguaje girando en una llanura oscura, su imprevisibilidad, a la que llamaría no porque sea bueno o incluso mejor que cualquier otra cosa, sino porque, como la repentina de Stan La traducción de la visión de Brakhage en un solo lugar y tiempo, está más cerca de la realidad, a una forma de ver, al lugar dentro del cual leemos, me parece, que es una sugerencia o una demanda de leer de cierta manera para que no lo hagamos. perder, Pierde nuestra democracia, pierda nuestra capacidad de concentrarnos, deriva como una cultura en asesinato, desesperación, falta de atención, ceguera, en el caos de una sola habitación..
La forma en que una persona lee, en el nivel más humano más profundo, es diferente a la de otra persona. Y eso es algo a asombro más que para celebrar como algo de himno a la individualidad: solo es, Como leer simplemente es, Para este corto momento de cultura impresa.
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Dioramas
Blair Austin es el autor de Dioramas,
El Más Misterioso de las Artes: Sobre la Ciencia de la Lectura
Adrian Johns Considera Nuestros Intentos de Codificar y Optimizar el AprendizajePor Adrián Johns7 De abril de 2023Leer es algo bueno. Nos gusta creer que es un elemento fundamental de cualquier sociedad moderna, iluminada y libre. Incluso podemos pensar en ello como el elemento fundamental. Durante mucho tiempo ha sido estándar identificar el surgimiento de virtudes contemporáneas como la democracia, el secularismo, la ciencia y la tolerancia con la difusión de la alfabetización que se produjo a raíz de la invención de la impresión de Johannes Gutenberg en el siglo quince.
Y, por supuesto, mantenemos que la capacidad de leer con éxito es funcionalmente esencial para cualquier persona que desee convertirse en un ciudadano participante plenamente actualizado en el mundo moderno. Casi nadie hoy en día argumentaría que la lectura es otra cosa que una práctica beneficiosa e intrínsecamente meritoria para todos. Si hay una práctica que une las reflexiones morales más elevadas sobre la modernidad con la más cotidiana de las experiencias cotidianas, la lectura lo es.
Todos los que estamos alfabetizados, y vale la pena recordar por un momento que muchos incluso en el mundo desarrollado no somos, por supuesto, hemos aprendido a serlo. La lectura, como señaló uno de sus primeros investigadores científicos, no es natural. Ninguna criatura no humana lo ha hecho nunca, hasta donde sabemos. Y, sin embargo, “este hábito,” como Edmund Burke Huey se maravilló en 1908, “se ha convertido en la actividad artificial más llamativa e importante a la que la raza humana ha sido moldeada.” Huey seguramente tenía razón en esa realización abrumadora.
Y las preguntas que se forzaron a sí mismas en su mente como consecuencia de ello fueron seguramente las apropiadas también. Dado que la lectura no es natural, preguntó: “¿Cuáles son las condiciones y funciones inusuales que se aplican al organismo en la lectura? Justo lo que, de hecho, hacemos, con los ojos y la mente y el cerebro y los nervios, cuando leemos?”
Aparentemente simples, estas preguntas son de hecho profundas y complejas; y son extremadamente difíciles de responder. Requieren no solo conceptos psicológicos y fisiológicos sofisticados, sino posturas sobre asuntos como la relación mente-cuerpo y la naturaleza del conocimiento mismo. Toda la ciencia y la filosofía, casi podríamos decir, están implícitas en ellas.Esa es seguramente la razón, observó Huey, en la antigüedad la lectura se contabilizaba “una de las artes más misteriosas,” y por qué su funcionamiento todavía se contabilizaba “casi tan bueno como un miracle” incluso en su propio día. Y, sin embargo, a partir de aproximadamente 1870, generaciones de científicos asumieron las preguntas de Hueyys. La Ciencia de la Lectura se trata de la subida y caída—y posterior subida de nuevo—de la empresa que estos científicos crearon para responderlos.
Huey planteó esas preguntas al comienzo de lo que fue el primer libro importante en esta nueva ciencia que se publicó en Estados Unidos. La Psicología y Pedagogía de la Lectura apareció por primera vez en 1908 y demostró tener una longevidad extraordinaria. Fue reeditado varias veces en las siguientes dos décadas, fue reimpreso nuevamente por MIT Press en 1968 como un clásico de la ciencia cognitiva, y disfrutó de una nueva edición tan recientemente como en 2009.
El volumen es valioso como puerta de entrada al tema de mi nuevo libro La Ciencia de la Lectura, no sólo por su prominencia en el campo, que no tiene rival, sino también porque Huey fue notable y explícitamente reflexivo sobre las preocupaciones culturales que apuntalaron su nueva ciencia y le dieron su propósito. Aunque las preguntas que planteó en su investigación eran en cierto sentido naturalista—es decir, eran preguntas sobre las propiedades de los lectores considerados como seres humanos en general, independientemente del tiempo y el lugar—Huey era muy consciente de que lo que hacía que esas preguntas fueran significativas eran contextos contemporáneos, tanto grandes como pequeños.
Estaba escribiendo en la era de la primera educación de masas y la primera democracia de masas. La industrialización y la Edad Dorada habían dado lugar a instituciones capitalistas gigantes que transformaron las percepciones de la sociedad y los lugares populares en ella. La telegrafía y la telefonía estaban transformando las comunicaciones, y la radio pronto lo haría aún más. El periódico de circulación masiva estaba cambiando la forma en que las personas pensaban en sí mismas, su privacidad y esa entidad extrañamente numinosa “el público.”
El optimismo sobre el progreso social y tecnológico se atenuó con ansiedades sobre la decadencia, la degeneración, la adicción, el atavismo y otros peligros. Y Darwinism—social así como natural—sugerieron formas poderosas de entender y dominar la dinámica de todos estos procesos, para bien y para mal. Como veremos, Huey tenía en mente todas estas esperanzas y temores cuando hizo sus comentarios sobre el maravilloso y misterioso poder de la lectura. Jugaron un papel señal en motivar su búsqueda de un enfoque científico de la práctica.
Ninguna criatura no humana lo ha hecho nunca, hasta donde sabemos.Uno de los objetivos de mi libro es explicar el origen, el desarrollo y las consecuencias de la ciencia de la lectura que Huey y sus compañeros inauguraron. En ese sentido, su enfoque es a fondo y, espero, convincentemente, histórico. Sin embargo, también vale la pena considerar que las preguntas que entusiasmaron a los investigadores en la época de Hueyys tienen sus ecos en nuestra propia época, poco más de un siglo después. Nosotros también tenemos nuestras esperanzas optimistas y nuestras ansiedades existenciales, muchas de las cuales tienen que ver con los nuevos sistemas de comunicación y los problemas de las instituciones capitalistas a gran escala.
Las desigualdades económicas y sociales de la sociedad de la década de 2020, notoriamente, son mayores de lo que han sido en cualquier momento desde Hueyys, y es posible que la inestabilidad moral y política derivada de la conjunción de las tecnologías de las comunicaciones y las tensiones sociales pueda resultar tan grande. Es cierto que ahora hablamos de nuestra situación en términos bastante diferentes a los que Huey solía abordar. Invocamos tecnología de la información, capitalismo de vigilancia, y atencióny nos preocupamos por lo que sucede en y para nuestros cerebros, ya que están expuestos a la explosión de mangueras de información multicanal y polisensorial que caracteriza la vida del siglo veintiuno.
Esos son conceptos y tecnologías bastante diferentes de Hueyyss. Pero cuando preguntamos cómo podemos educar a la próxima generación para que puedan vivir una vida plena en este entorno, y nadie parece tener una respuesta definitiva, nuestras preocupaciones no están tan alejadas de sus generaciones. Y en muchos sentidos, nuestra capacidad para plantear y abordar tales preguntas está en deuda con el trabajo de los generaciones. Además, la ciencia de la lectura que evolucionó a partir de ese momento es de hecho responsable de los aspectos centrales de la experiencia misma que inspira nuestro propio cuestionamiento ansioso.
Por lo tanto, la historia no termina con el ascenso de la ciencia de la lectura en las décadas de 1930, 1940 y 1950, ni siquiera con su eclipse—temporal, como resultó ser— en las décadas de 1960 y 1970. Se extiende hasta el presente. Un punto es arrojar luz sobre las formas en que pensamos acerca de los problemas equivalentes en la actualidad. Aunque la ciencia de la lectura que Huey y sus compañeros crearon no nos proporciona respuestas de ninguna manera simple, considerando que históricamente nos ayuda a apreciar nuestras propias preguntas y sus significados de una mejor manera. Y una historia de la ciencia de la lectura no necesita ser tan rigurosamente abnegada como para rehuir preguntas profundas sobre cómo y por qué ahora pensamos, nos preguntamos y tememos como lo hacemos.La Ciencia de la Lectura traza la aparición, consolidación e implicaciones de una tradición de investigación desde aproximadamente 1870 hasta el presente. Esta tradición surgió de lo que se conocía como psicofísica, un entonces nuevo enfoque experimental a los fenómenos psicológicos que fue pionero en Alemania a mediados del siglo diecinueve. Fue introducido en los Estados Unidos por un puñado de jóvenes investigadores entusiastas que habían ido a Leipzig y Halle y regresaron para ocupar puestos en instituciones estadounidenses, donde construyeron instrumentos, desarrollaron laboratorios y enseñaron a generaciones de estudiantes.
La primera parte de la historia traza así la creación de una disciplina científica. Luego observamos lo que los científicos de la lectura realmente hicieron—sus técnicas y prácticas de laboratorio—y mostramos cómo sus conceptos y herramientas centrales circularon más allá de las instituciones académicas para llegar a casi todas las áreas de la vida estadounidense.
Tanto las preguntas que motivaron a estos investigadores como las respuestas que generaron fueron de amplia y fundamental importancia. Las escuelas y los lugares de trabajo en todo Estados Unidos se dieron cuenta, creyendo que las soluciones a sus problemas estaban en los instrumentos que los científicos de la lectura inventaron y manipularon. La ciencia de la lectura comenzó en la primera era cuando las corporaciones se estaban convirtiendo en entidades distribuidas geográficamente unidas por sistemas de archivo y otras máquinas informativas; la industria y el comercio requerían una fuerza laboral calificada y alfabetizada y exigían que la nación la proporcionara; y la publicidad y otras formas de información de mercado gobernaban su capacidad para obtener ganancias cada vez mayores.
El papel de periódico masivo era un poderoso agente político, y más aún en un país que desde el principio se había sentido orgulloso de su ciudadanía informada y bien leída. Las vidas de Americans’ ahora estaban estructuradas en torno a libros, periódicos, revistas, carteles, índices de tarjetas, carpetas, archivos y toda su parafernalia asociada—el complejo, variado, abrumador y cambiante mundo de lo que el pacifista y bibliógrafo universal belga Paul Otlet bautizó documentación. El denominador común era que todas esas cosas tenían que ser leídas. Y cada vez más los estadounidenses y sus gobernadores estaban ansiosos por las consecuencias, lo que significaba que qué podría leerse, cómo, y por quien eran todos los asuntos a manejar. De ahí la educación masiva; pero por lo tanto, también, la Ley Comstock y otras iniciativas diseñadas para defender la moral pública en medio de una gran cantidad de información sin restricciones.
La buena lectura podría identificarse científicamente; lo malo podría diagnosticarse, tratarse y remediarse.Las máquinas, teorías y prácticas de la ciencia de la lectura, por lo tanto, afectaron la vida de prácticamente todos los estadounidenses de manera profunda e ineludible. Los ciudadanos los encontraron dondequiera que iban, en entornos que iban desde la guardería hasta el portaaviones, y desde la cabina del bombardero hasta la cocina doméstica. Aprendieron a leer desde una edad temprana en virtud de técnicas que la ciencia de la lectura apuntalaba y validaba, y buscaron mejorar sus prácticas de lectura en la edad adulta empleando esa ciencia nuevamente.
La buena lectura podría identificarse científicamente; lo malo podría diagnosticarse, tratarse y remediarse. En general, esto significaba que la ciencia de la lectura también era de importancia crítica para aquellos, como Dewey y Lippmann, que se preocupaban por la cultura de la política para la nación en su conjunto, porque innumerables actos de lectura definían colectivamente esa cultura. La ciencia de la lectura, por lo tanto, ayudó a definir los parámetros en términos de los cuales podría tener lugar el gran debate de mediados de siglo sobre la democracia y la publicidad.
En la década de 1940, la ciencia de la lectura había tomado varias formas, que se extendían desde una disciplina de laboratorio altamente técnica hasta una ciencia sofisticada y, a veces, arriesgada. Fue un importante contribuyente a las discusiones contemporáneas sobre asuntos que van desde la segregación de las escuelas y bibliotecas del sur hasta la gestión de la corporación moderna y la política de los nuevos medios. A partir de finales de la década de 1950, sin embargo, la ciencia de la lectura experimentó un cambio radical. Después de haber disfrutado de un amplio respeto durante medio siglo, se encontró sometido a dos ataques agudos pero distintos.
Por un lado, sus tradiciones experimentales e instrumentales llegaron para aumentar severamente las críticas a la luz de la reputación decreciente de las opiniones conductistas de la naturaleza humana. Una nueva disciplina de la ciencia cognitiva estaba a la vista, y se oponía al carácter supuestamente autoritario de los enfoques más antiguos, insistiendo en que los procesos de aprendizaje humano eran mucho más proteicos, exploratorios y constructivos de lo que cualquier enfoque meramente conductual podría comprender. En cambio, uno tenía que apreciar la complejidad, la autonomía y la libertad de la mente misma, y trabajar para nutrir esas cualidades en los entornos escolares.
Pero al mismo tiempo, Rudolf Fleschists impactante Por qué Johnny Canatt Leer (1955), aunque también acusaba a la ciencia de la lectura de ser autoritaria y conductista, también la atacaba por ser insuficientemente rigurosa. Flesch afirmó que había engendrado un sistema educativo nacional que de hecho no enseñaba a los niños a leer en absoluto. Su libro sensacional afirmó que la ciencia de la lectura era mal concebida, fuera de contacto, egoísta y corrupta, y que solo un enfoque que reviviera la práctica anterior de “phonics” en realidad enseñaría la lectura como tal.
Al poner a los padres en contra de los maestros y los políticos en contra de los científicos, la diatriba de Fleschis lanzó una serie de amargas “leyendo wars” que continuarían durante décadas. Todavía estallan de vez en cuando hasta el día de hoy. Surgiendo al mismo tiempo, estos dos desafíos crearon una grave crisis para la ciencia de la lectura y sus aplicaciones pedagógicas.
El resultado no solo fue permanentemente perjudicial para la ciencia de la lectura. También fomentó una profunda y ansiosa incertidumbre sobre la verdadera naturaleza, no solo de la lectura, sino de aprendizaje en general. Para empeorar las cosas, en los años alrededor de 1960, los campeones del llamado aprendizaje programado se aliaron con los inventores de un welter de máquinas de enseñanza automatizadas para proclamar una revolución neobehaviorista en la formación de lectores estadounidenses. La mayoría de estas máquinas resistieron el énfasis en la creatividad, la imaginación y la exploración instados por los defensores de un enfoque cognitivo.
Pero al mismo tiempo, se disponía de una gama más pequeña de artilugios automáticos que intentaban encapsular eso más flexible y, en un término de la época autotelico enfoque. De tales esfuerzos vendría no solo una ciencia revivida de la lectura, sino también los primeros esfuerzos para hacer máquinas que pudieran leer. Las concepciones fundamentales que estructuraron un mundo emergente de aprendizaje mecanizado—o, como pronto se supo, inteligencia artificial—resultó de esos esfuerzos.
La historia de la ciencia de la lectura no termina ahí. En tres áreas principales ha continuado hasta el presente. Primero, las técnicas tradicionales de la ciencia de la lectura encontraron un nuevo hogar, convirtiéndose en el centro de la “ciencia,” no de lectura per se, sino de marketing. En segundo lugar, en el nuevo milenio, los investigadores se alinearon con la neurociencia y la tecnología de imágenes cerebrales. Y, tercero, a medida que la información se digitalizó y se conectó en red, las técnicas de la ciencia de la lectura se utilizaron para definir elementos clave de “interacción humano-computadora.”
Cada vez que usamos un ratón para mover un cursor entre iconos en una interfaz gráfica de usuario, estamos operando con herramientas que se originaron en esta transición de la ciencia de la lectura al nuevo dominio de la información digital. Y las formas en que lo hacemos son rastreadas rutinariamente— e incluso predichas de antemano—por otras herramientas derivadas de la misma empresa. De esta manera y más, la ciencia de la lectura sigue afectando la vida cotidiana de todos nosotros.
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La Ciencia de la Lectura
Reimpreso con permiso de La Ciencia de la Lectura: Información, Medios y Mente en la América Moderna por Adrian Johns, publicado por The University of Chicago Press. © 2023 por The University of Chicago. Todos los derechos reservados
La Historia o la Lectura del Tiempo Roger Chartier
Marco Teórico y Contexto: Historiografía, historia cultural, teoría de la historia, historia del libro, historia de la lectura, sociología de la cultura, estudios culturales, epistemología de la historia.
La Historia o la Lectura del Tiempo, publicado originalmente en francés en 1996 y traducido al español, es una colección de ensayos del historiador francés Roger Chartier, una de las figuras más destacadas de la historia cultural y la historia del libro. En esta obra, Chartier reflexiona sobre la naturaleza de la historia como disciplina, sus métodos, sus desafíos y su relación con otras formas de conocimiento, especialmente la literatura y la sociología.
Análisis de Contenidos y Características: Los temas clave del libro incluyen:
La Historia entre la Ciencia y la Narración: Chartier explora la tensión fundamental en la historia entre su aspiración a ser una ciencia objetiva del pasado y su inevitable carácter narrativo. Argumenta que la historia no puede escapar a la forma narrativa, pero que esta forma no la invalida como conocimiento, sino que la define. La escritura de la historia implica construir una verdad, y no solamente reflejarla.
La Crítica de la "Historia Total": Chartier critica la idea de una "historia total" que pretenda abarcar todos los aspectos del pasado. En cambio, defiende una historia problematizada, que se centra en preguntas específicas y que reconoce la parcialidad y la fragmentación del conocimiento histórico.
La Importancia de las Prácticas Culturales: Chartier destaca la importancia de estudiar las prácticas culturales, como la lectura, la escritura, la representación teatral y la producción de libros, para comprender el pasado. Estas prácticas no son meros reflejos de estructuras sociales o económicas, sino que tienen su propia lógica y su propia capacidad de transformar la realidad.
La Historia del Libro y la Lectura: Una parte importante del libro está dedicada a la historia del libro y la lectura, campos en los que Chartier es un pionero. Analiza cómo las formas materiales de los textos (desde los rollos de papiro hasta los libros impresos y los textos electrónicos) influyen en las formas de leer y en la construcción del significado.
La Relación entre Historia y Literatura: Chartier explora la compleja relación entre la historia y la literatura. Argumenta que la literatura puede ser una fuente valiosa para el historiador, no solo como documento de una época, sino también como una forma de explorar la experiencia humana y la construcción de identidades.
La Historia y las Ciencias Sociales: Chartier discute la relación entre la historia y otras ciencias sociales, especialmente la sociología. Critica la tendencia a reducir la historia a una mera aplicación de modelos sociológicos, y defiende la especificidad del conocimiento histórico, que se basa en la interpretación de las huellas del pasado.
La "Nueva Historia Cultural": Una revisión a las nuevas formas en que se ha entendido la historia cultural, sus metodologías y objetos de estudio. Se contrasta con la historia social.
El estilo de Chartier es erudito, preciso y riguroso. Sus ensayos son densos y exigen una lectura atenta, pero están llenos de ideas estimulantes y de referencias a una amplia gama de autores y obras. No se trata de un libro divulgativo, sino más bien de una reflexión teórica sobre la disciplina histórica.
💬 Relevancia y Uso: La Historia o la Lectura del Tiempo es una obra fundamental para cualquier persona interesada en la teoría de la historia, la historia cultural y la historia del libro. Es una lectura obligada para estudiantes de historia, sociología, literatura y estudios culturales, así como para cualquier historiador profesional que desee reflexionar sobre su propia práctica.
💡 Propuesta de Abordaje: Se recomienda leer el libro con atención, ya que los ensayos son densos y teóricos. Es útil tener conocimientos básicos sobre historiografía y teoría de la historia. Se puede complementar la lectura con otras obras de Chartier y de otros historiadores culturales, como Robert Darnton y Carlo Ginzburg. Se recomienda leer los capítulos y ensayos siguiendo un orden temático de interés.
❓ Cuestiones Abiertas:
¿Cómo se construye el conocimiento histórico?
¿Cuál es la relación entre la historia y la memoria?
¿Cómo influyen las formas materiales de los textos en las formas de leer?
¿Qué puede aprender la historia de la literatura y de otras ciencias sociales?
¿Cuál es el papel del historiador en la sociedad contemporánea?
¿De qué manera incide la subjetividad en la construcción del conocimiento histórico?
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PorAntonio Castillo Gómez
https://drive.google.com/file/d/1oXrznJgNZCipqyrSRKO2Xk3ZmRs35cvK/view¿Qué, cómo y dónde leyeron las gentes en la España del Siglo de Oro? ¿Qué significados tuvieron los libros y la lectura? A fin de responder estas preguntas, este libro se ocupa de los discursos morales sobre las buenas y malas lecturas, de las prácticas lectoras de hombres y mujeres de distinta condición social, religiosa y cultural, y de la función atribuida a los libros y a la lectura erudita, las prácticas lectoras en las cárceles inquisitoriales, las lecturas espirituales en comunidad y la actividad lectora en calles y plazas. La lectura, en suma, como un proceso complejo, determinado por el desigual alfabetismo, el distinto valor de los textos, las modalidades lectoras y los espacios donde acontecía.
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