https://web.archive.org/web/20101122090256/http://www.bernard-henri-levy.com/en/category/actu
Filósofo, ensayista y escritor francés, uno de los máximos exponentes de los nuevos filósofos franceses. Nacido en Argelia, pasó su juventud en París. Se formó en la Escuela Normal Superior, donde fue alumno de Jacques Derrida y Louis Althusser. Además de liderar una corriente filosófica que gozó de una gran popularidad entre los medios de comunicación de Francia, ha trabajado como editor y obtenido un gran éxito como autor de obras filosóficas y literarias (ejemplo de esto último es la novela El diablo en la cabeza, por la que obtuvo el Premio Medici en 1984). Además, en 1990 fundó y dirigió la revista La Règle du Jeu, ha realizado varias películas, reportajes y programas de televisión y se ha involucrado en los grandes debates de su tiempo. Se dio a conocer con La barbarie con rostro humano (1977), donde hace una dura crítica al marxismo y al socialismo como promesas de felicidad que sólo conducen a la peor de las desgracias, la “muerte absoluta”. Según él, la revolución y el progreso son señuelos; y la filosofía debe “mirar al horror de frente”. El papel del intelectual es ir contra corriente y romper la unanimidad si ello es necesario. Con El testamento de Dios (1979) divulgó algunas tesis próximas a Emmanuel Levinas según las cuales hay que escuchar lo que Dios dice en la Biblia, y resistirse al orden del mundo y a la violencia. Entre sus ensayos cabe destacar también L'idéologie française (1981), una obra que suscitó una viva polémica en su país por cuanto afirmaba que el fascismo había tenido también un origen francés, Los últimos días de Charles Baudelaire (1988), Las aventuras de la libertad (1991), Mondrian (1992), Éloge des intellectuels (1992), La pureza peligrosa (1994), Hombres y mujeres (1994) y El siglo de Sartre (2000). © M.E.
¿Dónde está Bernard-
Henri Lévy?
Bernard-Henri Lévy tiene muy buena prensa en España, apareciendo con gran frecuencia en las páginas de El País predicando la moralidad de sus causas, que requieren con gran frecuencia intervenciones militares, lo cual explica que algunos intelectuales de la izquierda estadounidense lo califiquen como el moralizador de las guerras, en general, contra el Islam (ver Ramzy Baroud “France’s Sham Philosopher” en CounterPunch, 20.11.13). Presentado frecuentemente en los medios españoles como “el filósofo de Francia”, articula siempre posturas promovidas por el establishment político francés, rodeado siempre de grandes cajas de resonancia que explican su gran visibilidad mediática.
La última gran hazaña de este señor fue su liderazgo (que El País definió como moral) para que la OTAN interviniera en Libia para deponer al coronel Gadafi (basándose en una interpretación tergiversada y manipulada de la famosa Resolución 1973 de Naciones Unidas del 17 de marzo de 2011, que no permitía dicha intervención). Esta intervención se justificó por el supuesto apoyo de los Estados intervencionistas por vía militar (que incluyó desde bombardeos que afectaron a poblaciones civiles, hasta la transferencia de armas) para deponer a un dictador y sustituirlo por fuerzas democráticas que deseaban instaurar una democracia. Considerando la enorme evidencia que existe mostrando el apoyo de tales Estados (EEUU y Francia incluidos) a dictaduras casi medievales en la misma región, esta justificación carecía de credibilidad. Pero ello no inhibió ni frenó al filósofo de Francia en la utilización de dicha justificación. Y lo que es notorio es que repitió constantemente tal justificación con toda seriedad y contundencia, apelando a la moralidad democrática que según él debe caracterizar el comportamiento de las naciones civilizadas. Bernard-Henri Lévy (BHL) utiliza una narrativa llena de imágenes altisonantes, preñadas de gran pomposidad, como corresponde a uno de los intelectuales franceses más galardonados en Francia. El poder es siempre muy cariñoso y agradecido con sus sirvientes. Al servicio de su causa, BHL se trasladó a Libia con todo el aparato mediático y parafernalia teatral “en defensa de las fuerzas democráticas”. Y la intervención militar derrotó al dictador Gadafi.
¿Y qué ha pasado en Libia desde entonces? Gadafi fue un dictador como muchos de los dictadores que hoy existen en aquella parte del mundo, donde la democracia no existe ni siquiera a nivel de ensayo. Pero comparado con Arabia Saudí, Qatar y otros regímenes feudales, Gadafi no era, definitivamente, peor que los gangster que dominan aquellos otros países. La diferencia era que los últimos son fieles sirvientes de EEUU y de la UE, y Gadafi no lo era. Ni que decir tiene que el gran filósofo moralista BHL no prestaba atención a tales detalles, considerados insignificantes en la lucha entre el bien (que él representaba) y el mal (que eran todos los demás).
Pero analizaremos ahora lo que ocurre en Libia. Cualquier observador mínimamente objetivo debe concluir que Libia no es, en absoluto, una democracia, y que la situación actual es un desastre, con unos conflictos entre distintas facciones, entre las cuales están fuerzas de Al Qaeda, que se ha convertido en una de las fuerzas determinantes de los quehaceres de aquel país. Bandas armadas, sin ningún tipo de control democrático, gobiernan los distintos territorios, con asesinatos políticos y con una represión brutal hacia las voces y manifestaciones en contra de la dictadura de esas milicias armadas. Solo en un día (15 de noviembre) 31 personas fueron asesinadas y 235 heridas en una represión contra una manifestación en la ciudad de Trípoli que protestaba contra este régimen de taifas controlado por bandas armadas que atemorizan a la población a fin de defender sus propios intereses.
Y mientras todo esto está ocurriendo, el gran filósofo de Francia (y de El País) permanece callado. En realidad, y tal como señala Ramzy Baroud, lo más parecido a este filósofo son los intelectuales neocons de EEUU, que siempre alientan y exigen intervenciones militares “para defender la democracia”, detrás de cuyo noble objetivo hay intereses financieros y energéticos muy concretos que pronto aparecen, mostrándose como lo que son. Lo cual no inhibe a estos intelectuales a continuar moralizando sobre el deber de los países democráticos de ayudar a las fuerzas democráticas alrededor del mundo, cuando la realidad es precisamente lo contrario de lo que predican. Los mal llamados “gobiernos democráticos” han sido históricamente, y continúan siéndolo, los mayores soportes de los regímenes más dictatoriales existentes en el mundo.
La incoherencia de tales intelectuales, incluyendo “el filósofo de Francia” aparece con toda su crudeza no solo en el caso de Libia, sino también en el caso de Israel. BHL es un gran admirador de las fuerzas armadas de Israel, a las que clasifica como las más morales y democráticas existentes hoy en el mundo, apoyando siempre sus intervenciones militares. Es extraordinario que estas declaraciones se hicieran después de una de las intervenciones militares mas sangrientas e inmorales (de las muchas que han hecho tales fuerzas armadas) en la zona de Gaza en los años 2008-2009 y 2012. La ceguera moral e incoherencia intelectual de Bernard-Henri Lévy no tiene límites, lo cual no es obstáculo para que BHL aparezca, una vez más en El País, moralizando sobre la necesidad de intervenir militarmente en algún lugar del mundo árabe para “defender la democracia”.
El siglo de Sartre (fragmento)
"A Sartre nunca le gustaron las casas. A pesar de lo que se ha dicho, fue propietario de una: el piso que compró a la muerte de su mujer y donde vivió diecisiete años, de 1945 a 1962, con su madre. Pero no le gustaba. Lo que no le gustaba, lo que nunca le gustó en el hecho mismo de tener una casa, es que se trata de un depósito de ser, una sedimentación de identidad y existencia. Se cree que las casas están hechas con piedras. Error: están hechas con recuerdos. Retazos del pasado, Están hechas con alma muerta y, se quiera o no, con resentimiento. Sartre sin lugar donde caerse muerto. Sartre sin domicilio fijo. El rechazo, también en esto, a todo lo que podría fijar, solidificar el ser en fusión que quiere seguir siendo. No ser, y por lo tanto no tener. Ser poco, y por lo tanto poseer lo menos posible. "
El filósofo famoso 'BHL' habla sobre las películas de la zona de guerra y el aumento del antisemitismo
Desde los Balcanes hasta el Estado Islámico en Kurdistán, las películas del pensador y cineasta francés Bernard-Henri Levy documentan la dura realidad del frente de combate. Ahora en Nueva York y Los Ángeles hasta el 18 de enero
NUEVA YORK - Durante cuatro décadas, Bernard-Henri Lévy, autor y filósofo franco-judío nacido en Argelia, ha sido uno de los intelectuales públicos más notables de Europa. Sus escritos y apariciones abarcan todos los temas, desde la historia hasta la acción política y las teorías abstractas. Un hermoso zorro plateado con camisas a medio abotonar, es el tipo de figura que verías en una película y dirías "eso es demasiado perfecto para la vida real".
Por supuesto, BHL, como lo llaman cariñosamente, ha aparecido en películas, películas de su propia creación, pero su carrera como director de cine ha pasado a un segundo plano frente a su defensa política y sus compromisos como orador. Sin embargo, sus raíces son como corresponsal de guerra, y sus cuatro documentales son despachos desde el frente de varios conflictos mundiales. Se exhibirán como una retrospectiva en Nueva York (del 10 al 16 de enero en Quad Cinema) y Los Ángeles (del 17 al 18 de enero en el Nuart).
Su primer trabajo, "Bosna!" (1994), codirigida con Alain Ferrari, se adentra de lleno en las guerras de los Balcanes algo olvidadas de los primeros días postsoviéticos. Arraigado en Sarajevo, BHL vive las batallas y las reuniones políticas con ojos de cronista. “El juramento de Tobruk” (2012), codirigida con Marc Roussel, es una película más activa que muestra a BHL en el scrum de cabildeo en Europa, Estados Unidos y las Naciones Unidas mientras las fuerzas disidentes trabajaban para derrocar al dictador libio Muammar Gaddafi.
Sus dos películas más recientes, que aún no se han visto en los Estados Unidos, son “Peshmerga” (2016) y “The Battle of Mosul” (2017) en las que BHL está incrustado con las fuerzas kurdas que luchan contra el Estado Islámico. Estas dos películas, además de ser increíblemente oportunas, son brutales en su descripción de la crueldad de ISIS y la resistencia de los kurdos. No es una vérité de cine en la pared, es promoción.
Con el trabajo de BHL cruzando el Atlántico, tuvimos la oportunidad de mantener correspondencia con él sobre su producción cinematográfica y la actualidad en general. A continuación se muestra una versión editada de esa conversación.
Bernard-Henri Lévy: Los tres, espero. Pero lo que más me enorgullece es quizás, sí, lo que ustedes llaman "despachos informativos de noticias". Porque, después de todo, nadie había filmado esta línea de frente de 1.000 kilómetros [621 millas] entre Kurdistán y el Estado Islámico. Nadie había reunido, durante la Batalla de Mosul, tal grupo de imágenes y durante un período tan largo.Times of Israel: ¿Considera que estas películas son noticias informativas, promoción política o declaraciones artísticas?
Y, en cuanto a mi diario de guerra de la guerra en Libia, me pertenece, por definición, solo a mí: es mi experiencia. [Como la película sobre Bosnia, es] la grabación de lo que vi e hice, y por lo tanto, ¿cómo lo digo? - algo que agregué al conocimiento que ya teníamos. Cuando uno hace esto, tiene la sensación de haber hecho algo bueno, de haber dirigido una película que no es del todo inútil.
Cuando empezaste a hacer películas, ¿hubo otros documentales o películas a las que acudiste en busca de inspiración?
Empecé con “Bosna!”, Mi película sobre el asedio de Sarajevo. Y sí, tenía modelos en mi cabeza. En cualquier caso, uno, el de la Guerra Civil española y, en España, el de “L'espoir” de André Malraux. ¡Hay escenas enteras de "Bosna!" que estaban directamente, por no decir ingenuamente, inspirados en el suyo.
Mi gran oportunidad es que tengo un equipo que comparte mi visión. Mi viejo amigo Gilles Hertzog, siempre en el suelo conmigo. Mi productor, Francois Margolin, que tampoco pierde la oportunidad de estar a mi lado. Y Camille Lotteau, Olivier Jacquin y Ala Tayyeb, que son mucho más jóvenes pero que leen los mismos libros, alimentan los mismos sueños y tienen los mismos reflejos.
Muestra imágenes muy horripilantes a veces. Hay imágenes de masacres en "¡Bosna!" junto con ejecuciones en "El juramento de Toburk" y niños en hospitales en "La batalla de Mosul". En "Peshmerga", muestra imágenes de iPhone de las actividades de IS y dice: "No vemos esto en Occidente". ¿Dónde trazas la línea en lo que mostrar?
La imagen "libre". La [imagen que es horrible] pero que no sirve para nada, eso de lo que no aprendemos. Eso es todo, la línea roja.
Eso es lo que debería estar absolutamente prohibido.
En “Peshmerga” por ejemplo, la muerte del joven general de cabellos blancos. Sentimos que va a morir. Lo sabemos. Lo vemos enviar, detrás de su pequeño muro, su última batalla contra IS. Vimos, varias escenas y semanas antes, el momento donde lo dejo y donde siento que se va a morir. Pero el rodaje se detiene una fracción de segundo antes de que la bala lo golpee en el frente, porque esta imagen no habría agregado emoción, ni al escándalo de su muerte, ni a la demostración de su valentía.
Esta imagen habría sido una imagen fácil, [y] por lo tanto, una imagen obscena. Habría sido como en “Kapo”, la película de Gillo Pontecorvo, de Emmanuelle Riva filmada a cámara lenta en el momento en que llega al alambre de púas y muere. Toda la Nueva Ola francesa se construyó sobre el [rechazo] de esta escena. Soy leal a esta negativo.
Hubo muchos cambios en las tecnologías de producción y edición de películas desde "Bosna!" en 1994 a “El juramento de Tobruk” en 2012. ¿Cuál fue el cambio más notable para usted? ¿Y hay algo que eches de menos de "la vieja manera"?
El cambio más notable es la edición. El montaje. Y es un hecho que la tecnología moderna permite editar mientras escribe. Borradores ... bosquejos ... tachados ... nuevo remordimiento. El tratamiento de las imágenes como… el tratamiento del texto. Sí, de verdad, es lo mismo. Las imágenes se han convertido en palabras. Y las palabras como imágenes. Para un escritor, qué alegría.
Leí una entrevista con usted de hace unos 10 años cuando dijo: "Nunca he tenido un trabajo". ¿Aun te sientes de esta manera? Y si no, ¿qué porcentaje de su “trabajo” o “falta de trabajo” considera hacer cine?
¡Oh, no! ¡No es un trabajo! ¡Es un deber! ¡Y esa es otra historia! Cuando comienzo una película, lo considero un deber absoluto, imperativo, categórico. Siento que no tengo otra opción y que cualquier otra actividad tiene que venir después de esta. En cierto sentido, es incluso más que un trabajo. Es una limitación mucho mayor.
¿Terminaste de filmar en los frentes de batalla? ¿Seguro que tus hijos y seres queridos intentan disuadirte de ir? ¿Alguna vez te han pedido que dejes de poner tu vida en peligro?
Que mis seres queridos se preocupan, es evidente. Pero están acostumbrados ahora
El único interés en este tipo de cine es llegar a donde es realmente difícil llegar. Por tanto, sí, el frente. Sí, los campos de batalla. Eso plantea problemas, tienes razón. Y que mis seres queridos se preocupan, no hace falta decirlo. Pero ahora están acostumbrados. Y he tomado el hábito - yo, en todo caso con mis hijos - de desaparecer sin decirles siempre a dónde voy. Les digo después, cuando todo haya terminado. Cuando las imágenes están en la caja y ya no hay peligro. Son cada vez menos engañados. Pero lo intento.
“Peshmerga” y “Battle of Mosul” son de gran actualidad en este momento. ¿Qué comentario tiene sobre la reciente acción turca contra los kurdos y, más específicamente, la bendición tácita de esta acción por parte del presidente de Estados Unidos, Donald Trump?
Los dos están vinculados. Erdogan no se habría arriesgado a hacer lo que hizo si no hubiera sabido de antemano que tenía el consentimiento de Trump. La luz verde vino de Estados Unidos. Esta es la parte más triste, más escandalosa e incomprensible de esta historia. Siempre, en una guerra, uno tiene las manos manchadas de sangre. Pero, normalmente, es la sangre de su enemigo. Pero aquí, es la sangre de su aliado.
Mientras estamos en el tema de Trump, ¿qué tan sorprendido está por su reciente ataque contra Soleimani en Irán?
Detesto la idea de que uno pueda decidir, fríamente, desde su oficina, apuntar a un hombre, enviar un dron y matarlo. Y creo que la primera regla del arte de la guerra es la proporcionalidad. Uno no puede, como dijeron Sun Tzu y Clausewitz, ir así, de un golpe, a los extremos. Dicho esto, no seamos ingenuos. Soleimani tenía mucha sangre en sus manos. Fue uno de los arquitectos del imperialismo y el terrorismo iraníes. Y es Irán, y no al contrario, quien declaró la guerra a Estados Unidos.
Siempre, en una guerra, uno tiene las manos manchadas de sangre. Pero, normalmente, es la sangre de su enemigo.
¿Qué tan preocupado está por el veredicto en el caso Sarah Halimi ? ¿Considera esto un punto de inflexión?
Es un paso más en la banalización del antisemitismo en Francia. La cultura de la excusa empujada al grado supremo. El crimen antisemita considerado como un asunto menor. Es terrible.
Hace unos días hubo una gran marcha contra el antisemitismo en Nueva York. Las marchas son comunes en Europa, pero se necesita mucho para sacarnos del culo aquí en los EE. ¿Crees que el antisemitismo en Estados Unidos va a empeorar mucho o se puede detener?
Empeorará, sí. Todos los ingredientes del nuevo antisemitismo son como un virus malo que hierve, también en Estados Unidos. Conoces los ingredientes. Es la negación del Holocausto. La competencia de los recuerdos y la rivalidad del victimismo. Y, por supuesto, el antisionismo.
Todo esto está muy presente en Estados Unidos. Incluso es uno de los lugares del mundo donde esto fermenta con mayor virulencia. Y suma a eso los malos fantasmas que despertaron con la campaña de Trump y con sus erráticas prácticas de poder. Agregue a eso esta “equivalencia moral” que él practica - hablo de Trump - con tanto cinismo. Ahí tienes todos los ingredientes de una llama de antisemitismo estadounidense.
Todos los ingredientes del nuevo antisemitismo son como un virus malo que hierve
¿Hasta qué punto cree que la pérdida de Jeremy Corbyn - y la difusión del antisemitismo en el Partido Laborista británico - puede tener en última instancia un efecto positivo, en el sentido de que su existencia ahora es imposible de ignorar?
El Gran Rabino de Londres lo dijo todo. Y creo que muchos políticos laboristas entendieron que la demagogia antisemita no solo era abyecta, sino suicida. Eso es bueno.
Artículos escritos por Bernard-Henri Levy en EL PAÍS
https://elpais.com/autor/bernard-henri-levy/5/
Es hora de tomar a Bernard-Henri Lévy en serio
Una lectura atenta de la carrera filosófica y la influencia del intelectual público más ridiculizado de Francia.
La primera aparición de Bernard-Henri Lévy en el programa de televisión francés Apostrophes en mayo de 1977 marcó la pauta de su carrera. Respondiendo a los críticos de izquierda de sus compañeros "Nuevos Filósofos", un grupo de jóvenes pensadores que denunciaron el comunismo y el socialismo, Lévy, de 29 años, galvanizó a los espectadores con su distintivo escote , el pecho desnudo que se muestra a través de su camisa desabotonada, su elegante mane, y su desprecio sonriente de las devociones izquierdistas de sus interlocutores. Fue la primera vez, pero no la última, que fijó en la conciencia nacional de Francia los rasgos de su imagen personal y su talento para cambiar los debates de su tema ostensible a su propia personalidad centelleante.
Durante casi medio siglo, Lévy ha sido uno de los intelectuales públicos más visibles de Francia y un maestro en la manipulación de controversias filosóficas y políticas. Con su buena apariencia y su ego descomunal, Lévy es un intérprete convincente. También es un objetivo irresistible para los críticos de izquierda, derecha y centro. Las inexactitudes e incoherencias de su voluminoso trabajo han sido expuestas en una serie de biografías poco halagüeñas, de las cuales la mejor es el libro BHL de 2005 de Philippe Cohen .La tendencia de los medios a referirse a Lévy por sus iniciales, BHL, sugiere que él es, como LVMH (Moët Hennessy Louis Vuitton), una marca nacional icónica, y quizás nada más que una etiqueta. Desde los primeros días de la carrera de Lévy, los rivales lo han denunciado como un pseudofilósofo cínico y vacío que pone la cultura intelectual al servicio del espectáculo que se engrandece a sí mismo.
Los medios franceses, sin embargo, tratan cada vez más a Lévy menos como una estrella que como un chivo expiatorio. En estos días, aparece con mayor frecuencia en televisión, radio o podcasts para defender su destacada defensa de la intervención de Occidente en 2011 en la guerra civil libia. Lévy fue una influencia clave en la decisión del entonces presidente Nicolas Sarkozy de participar en huelgas contra el régimen libio. A medida que el país ha caído en un mayor conflicto y desestabilización en la década siguiente, Lévy se ha asignado a sí mismo como primer apologista del derrocamiento de Muammar al-Qaddafi. De hecho, ha seguido pidiendo una mayor participación occidental para apoyar lo que él ve como fuerzas moderadas en la región, y para que Occidente derroque a Bashar al-Assad, haciendo con su régimen en Siria lo que le hizo a la Libia de Gadafi.
La prensa de habla inglesa no ha sido más amable, generalmente tratando a Lévy como un bufón arrogante o un villano siniestro. En un perfil de 2003 para The Guardian , Gaby Wood lo describió extensamente como una celebridad obsesionada con la imagen, antes de admitir con arrogancia que "sería grosero solo reírse de él". Sus obras de filosofía más vendidas no recibieron más que una breve mención en el perfil. Hace dos años, en el New YorkerIsaac Chotiner convirtió una entrevista con Lévy en un ejercicio de postura moral. Chotiner terminó la conversación insinuando que Lévy, que había apoyado el derecho de las mujeres musulmanas francesas a cubrirse con un velo en las escuelas y otros espacios públicos en las décadas de 1980 y 1990 antes de cambiar de posición, no tenía ninguna posición para discutir el tema, dado su apoyo a Roman Polanski. y Dominique Strauss-Kahn, el primero condenado por violación y el segundo acusado de agresión sexual.
Sin embargo, tal burla y moralización no dan cuenta de la prominencia de Lévy en la vida intelectual y política francesa durante el último medio siglo. Aunque no es un filósofo erudito u original como Michel Foucault, Jacques Derrida o Emmanuel Levinas (nombres que Lévy cita a lo largo de su obra), Lévy, como ellos, desempeñó un papel fundamental en la transformación del pensamiento francés contemporáneo. Popularizó y le dio importancia práctica a algunos de los conceptos más críticos de este conjunto de pensadores generalmente identificados en el mundo anglófono como parte de la "teoría francesa posmoderna".
Si bien la teoría francesa suele asociarse en Estados Unidos con el radicalismo político, Lévy la adaptó a la defensa de la democracia liberal capitalista. Esta forma de régimen, desde su perspectiva posmoderna, se asegura mejor sin grandes narrativas sobre el progreso histórico o identidades colectivas ligadas a la clase y la nación. Lévy intenta fundamentar su apoyo a la forma de gobierno característica del Occidente moderno, no a través de una referencia a una comunidad o programa en particular para el cambio social, sino a través de la resistencia a los abusos de los derechos humanos.
Sospechoso de la política de partidos, las identidades comunes y los esquemas utópicos, Lévy sostiene que la resistencia debe surgir de la indignación motivada éticamente a la opresión. Al principio de su carrera, en sus escritos de los años setenta y ochenta, compartió con muchas figuras de la izquierda francesa posmarxista y cada vez más liberal, como Foucault, la sensación de que esa resistencia se encontraba entre los grupos marginados y oprimidos de todo el mundo. el mundo. Los disidentes de los gulags soviéticos, los trabajadores en huelga en Polonia y los inmigrantes en Europa occidental aparecieron ante los Nuevos Filósofos como reemplazos del proletariado guiado por una vanguardia política que, en la imaginación de la vieja izquierda, había sido protagonista de la historia política moderna. A finales de los 80, sin embargo, Lévy comenzó a enfatizar su propia indignación tanto como la de los grupos oprimidos. En su panfletoEn Elogio de los intelectuales , argumentó que pensadores como él, alineados con los medios de comunicación (y por lo tanto, insistió, independientes de los partidos políticos y las instituciones académicas), eran los defensores de los derechos humanos de primera línea. Así, justificó sus extravagantes actuaciones televisivas y su hambre de estrellato como elementos necesarios de su lucha por los derechos humanos.
La trayectoria intelectual y política de Lévy revela las intuiciones y las insuficiencias de este estilo de política. Su carrera muestra que un liberalismo posmoderno y antitotalitario motivado por el deseo de evitar la repetición de los peores episodios de violencia masiva del siglo XX corre el riesgo de llevar a la política exterior a conflictos imprudentes incluso cuando priva a la política nacional de los instrumentos económicos y las identificaciones culturales mediante las cuales los conflictos pueden superarse. Esta forma de liberalismo contraproducente está ligada a la figura del intelectual célebre, cuyas campañas mediáticas, impulsadas por llamamientos éticos a favor de las víctimas, parecen reemplazar los instrumentos políticos del Estado y los lazos afectivos de la nación. Tomar en serio la imagen pública y la filosofía de Lévy permite una crítica más perspicaz no solo de sus errores personales,
Lévy se hizo un nombre por primera vez en la escena intelectual francesa como editor en la editorial Grasset, responsable de la publicación de libros de un grupo de jóvenes pensadores a quienes promovió como los Nuevos Filósofos. A la cabeza estaba André Glucksmann, un ex radical de izquierda convertido al antimarxismo. Glucksmann y Lévy se inspiraron en Aleksandr Solzhenitsyn, cuyo Archipiélago Gulaghabía sido publicado en Francia en 1973. Solzhenitsyn, argumentaron, revelaba que la Unión Soviética se había convertido en un estado totalitario porque la ideología marxista, con sus ambiciones utópicas y pretensiones de prever la próxima etapa de la historia, es incompatible con el respeto por la libertad humana. Sus ataques no estaban dirigidos tanto a la propia Unión Soviética sino a la izquierda francesa y sus intelectuales, que durante mucho tiempo se habían negado a enfrentar la verdad sobre los horrores del gobierno comunista y su conexión con la teoría marxista.
Lévy amplió esta crítica en 1977 con su primer gran texto filosófico, Barbarismo con rostro humano . Sostuvo que cualquier teoría política que apunte a explicar el mundo y mejorar la sociedad corre el riesgo de cometer violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Las pretensiones políticas de autoridad epistémica — saber qué son y necesitan los seres humanos esencialmente, y cómo se puede lograr el mejor tipo de sociedad — son en sí mismas una especie de violencia. Contienen tentaciones insuperables de silenciar, oprimir y eliminar a quienes se resisten a su supuesta verdad. El peligro del totalitarismo, en este análisis, surge del potencial totalizador e intolerante inherente a la conexión entre conocimiento y política.
Este argumento le debe mucho a Foucault, a quien Lévy elogió como su "maestro" en La barbarie con rostro humano . En obras como Madness and Civilization (1961), The Birth of the Clinic (1963) y Discipline and Punish (1975), Foucault había afirmado que en las democracias liberales occidentales, proyectos aparentemente benignos y progresistas de reforma psiquiátrica, médica y penal opresión legitimada sobre la base de conocimientos supuestamente científicos. Las afirmaciones de las democracias liberales de respetar los derechos humanos universales, advirtió, fueron desmentidas por sus instituciones características, como los asilos y las cárceles.
Llevando la lógica de Foucault un paso más allá, Lévy insistió en que los expertos que despreciaban los derechos individuales eran la consecuencia lógica del progresismo, así como los gulags y los comisarios eran la consecuencia lógica del marxismo. Advirtió que cualquier tipo de organización política que aspire a emancipar a la humanidad y racionalizar la sociedad es de hecho un mecanismo de "Poder", una fuerza vaga pero ubicua que Lévy considera que fluye a través de todos los regímenes políticos. Lo mejor que se puede hacer para resistir a este Poder, concluyó, es permanecer alerta contra los abusos de los derechos humanos, que no deben ser reconocidos por comparación con un ideal definido de una buena vida o una lista específica de normas universales, sino por una especie de instinto primordial de rebelión.
En su libro posterior, El testamento de Dios(1979), Lévy intentó apoyar su defensa de la libertad individual con apelaciones a la religión, ofreciendo una alternativa a las ideologías seculares del marxismo y el progresismo. En una serie de siete "mandamientos" que supuestamente actualizaron la ley judía para la lucha contemporánea contra el totalitarismo, Lévy sostuvo que la resistencia no debe tomar la forma de "prospectiva, estrategia y eventualmente acomodación, sino inmediatez, inmanencia e indignación inagotable". Los intelectuales y activistas deberían centrarse en las micropolíticas de los conflictos del momento dado, en lugar de tratar de trazar y predecir tendencias más amplias que operan en su sociedad. De hecho, insistió Lévy, “el futuro no es asunto tuyo.
Robando una página a los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari (a quienes había criticado con vehemencia como defensores del uso de drogas, la perversión sexual y el racismo en Barbarism With a Human Face ), Lévy pidió el abandono no solo de la ideología política y las pretensiones de prever el curso de la historia, pero también de los partidos y movimientos de arriba hacia abajo. En su libro Anti-Edipo(1972), Deleuze y Guattari habían valorizado la resistencia “rizomática”, fluida y contingente, condenando la estructura tradicional supuestamente opresiva de las organizaciones políticas dominantes. De manera similar, Lévy insistió en que este último “solo podría convertirse en el arma” del totalitarismo. Así como la teoría política, o la filosofía de una historia, conduce a la violencia y la opresión, también lo hace la organización jerárquica. En cambio, instó, la resistencia a la autoridad debe perseguirse a través de grupos “apolíticos” y relativamente desestructurados como Amnistía Internacional, entonces en el apogeo de su influencia global. Durante los años siguientes, Lévy impulsaría aún más esta lógica de resistencia no estructurada, enfatizando la importancia de los medios de comunicación y escritores aparentemente independientes como él.
Desde su posición ventajosa de preocupación ostensiblemente apolítica y posideológica por la libertad individual, Lévy observó con terror las dos principales tendencias de principios de la década de 1980 en la política francesa. Primero, después de décadas en la oposición, el Partido Socialista liderado por François Mitterrand llegó al poder en 1981, aliado con el Partido Comunista en declive pero todavía relativamente poderoso. Mientras el estadounidense Ronald Reagan y la británica Margaret Thatcher conducían al mundo de habla inglesa a una nueva era de liberalismo económico, la izquierda francesa prometió buscar una alternativa radical, transformando la economía a través de nacionalizaciones de gran alcance de la industria y la banca. Al mismo tiempo, el Frente Nacional de extrema derecha, dirigido por el alegremente xenófobo y antisemita Jean-Marie Le Pen, parecía estar captando un segmento cada vez mayor de la opinión pública francesa. El centro de la política francesa,
Un observador que no hubiera descartado las preocupaciones marxistas por las condiciones materiales podría haber señalado el aumento del desempleo y la inflación que afligen a la economía francesa desde las crisis del petróleo de la década de 1970. El auge de los “Treinta años gloriosos” que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial, que parecía garantizar el pleno empleo junto con un PIB en aumento, había terminado, dejando a las élites y al electorado desconcertados por las nuevas realidades económicas. Sin embargo, en lugar de identificar las posibilidades de la precariedad financiera permanente, la estratificación de clases y la atomización social como las principales amenazas a la democracia liberal en una Francia posterior a la austeridad, Lévy estaba convencido, y trabajó para convencer al público francés, de que el verdadero problema era retorno del totalitarismo.
Los planes de los socialistas de apoderarse de las alturas dominantes de la economía nacional para resistir el desempleo, la inflación y la desindustrialización le parecieron a Lévy no como una posible solución a la creciente tensión social, sino como un primer paso hacia los gulags. El análisis de Lévy no fue esencialmente diferente de lo que Friedrich Hayek describió en 1944 como el "camino a la servidumbre" que condujo de la socialdemocracia al totalitarismo al estilo soviético, pero pudo hacer que pareciera tanto filosóficamente novedoso como éticamente convincente para gran parte de la población. el centro francés y la izquierda posmarxista emergente. Combinó la sofisticada crítica de la ideología de la teoría posmoderna con un énfasis cargado de emociones en las víctimas del totalitarismo, tomando como piedra de toque los escritos de Solzhenitsyn y la cultura emergente de la memoria del Holocausto.
Uno de los principales objetivos de Lévy era Jean-Pierre Chevènement, un ministro del gobierno de Mitterrand conocido por su apoyo a la nacionalización, a quien Lévy atacó en una serie de artículos para Le Matin en 1982. Las opiniones de Chevènement, argumentó, eran casi indistinguibles del “nacionalsocialismo . " Comparó varias declaraciones que Chevènement había hecho en elogio del patriotismo y el ejército, y en oposición al sector financiero, con comentarios similares hechos generaciones antes por pensadores de extrema derecha.
Al año siguiente, en la introducción a su colección de ensayos Question of Principle , Lévy insistió en que el programa de nacionalizaciones de Mitterrand era "ininteligible ... sin referencia a Édouard Drumont", un antisemita del siglo XIX. Lévy invocó el “odio casi irracional de los monopolios cosmopolitas” que supuestamente motivó tanto a Drumont como a los defensores socialistas contemporáneos de la nacionalización. Este análisis, apoyado en las intuiciones psicológicas de Lévy sobre las motivaciones de sus enemigos políticos, sugirió que cualquier política que apuntara a poner la industria y las finanzas bajo un mayor control estatal expresaba una “obsesión” patológica vinculada al odio a los judíos.
Justo cuando Lévy publicó Preguntas de principio , Chevènement renunció a su cargo, protestando contra la revocación por parte de Mitterrand de muchas de las nacionalizaciones llevadas a cabo durante los dos años anteriores. Los comunistas también abandonaron el gobierno de Mitterrand. Al presentar a los defensores de la nacionalización como fascistas y antisemitas, Lévy ayudó a allanar el camino no solo para este cambio de cara en la política económica de Mitterrand, sino también para una transformación más amplia y duradera en la filosofía económica de los líderes y políticos franceses, el influencia de la cual persiste hasta el día de hoy. Había contribuido a que la izquierda francesa tuviera un nuevo sentido de que el nacionalismo económico, una vez un elemento ideológico básico, ahora era políticamente peligroso y moralmente inaceptable.
Después de dar cobertura intelectual al golpe liberal dentro del Partido Socialista, Lévy dirigió su atención al Frente Nacional. Fue una de las principales figuras asociadas con el surgimiento de SOS Racisme, una organización antirracista fundada en 1984. Con SOS Racisme, Lévy lideró una serie de campañas de alto perfil para denunciar al Frente Nacional como una expresión de odio xenófobo. Estas campañas, basadas en gran medida en los recuerdos del Holocausto, se centraron en el temor de que los peores desastres de la historia moderna de Europa pudieran regresar en cualquier momento. También se basaban en la suposición de que la mejor manera de prevenir tales catástrofes era mediante la indignación moral de los intelectuales posideológicos aliados con organizaciones no gubernamentales favorables a los medios de comunicación que mediante partidos con agendas de reforma económica y social.
En retrospectiva, estas campañas parecen ingenuas y contraproducentes. El Frente Nacional ha continuado su ascenso en la política francesa y ahora representa más de un tercio del electorado. Las desigualdades y tensiones raciales en Francia no mejoraron con el tipo de espectáculo moralizador de los medios de Lévy que veía en cada incidente de racismo la amenaza del genocidio. En respuesta, muchos en la izquierda francesa han roto en los últimos años con el estilo antirracista de Lévy. Han adoptado una forma de activismo poscolonial o decolonial centrada en las políticas de identidad e inspirada por los movimientos de justicia social en los Estados Unidos. Sus defensores rastrean los orígenes de su enfoque más confrontativo del fracaso de SOS Racisme y la visión de la política que expresó.
Houria Bouteldja, una de las más polémicas de estas activistas poscoloniales, conocida por sus ataques a la "blancura" y el "filo-semitismo estatal", describe SOS Racisme como "un antirracismo moral" sin capacidad para comprender la desigualdad y el conflicto como productos de relaciones de poder históricas. Obsesionado con la supuesta amenaza fascista que acechaba en los corazones del “Sr. y la Sra. Dupont ”(es decir, los franceses promedio), aquellos asociados con SOS Racisme no podían ver que el“ racismo real ”que se debía abordar fue perpetrado por las élites políticas y económicas que controlaban la policía, los bancos y otros motores de desigualdad. La crítica de Bouteldja a SOS Racisme ciertamente podría llevarse un poco más lejos. Lévy y sus aliados distraen la atención de las causas materiales y los efectos del racismo al dirigir la atención de los medios a los sentimientos supuestamente odiosos de los electores que habían votado por el Frente Nacional. Además, su paranoia antitotalitaria contribuyó a esas condiciones materiales.
Las críticas de Lévy al estado de bienestar progresista y la oposición a la política económica de izquierda deslegitimaron el tipo de medidas que podrían haber mejorado el desempleo masivo que ha devastado Francia desde la década de 1980. Particularmente afectados son los inmigrantes africanos y árabes en los suburbios franceses y la clase trabajadora blanca en las antiguas ciudades industriales, precisamente las comunidades enfrentadas entre sí por la xenofobia de Le Pen y la política de identidad descolonial de Bouteldja. En lugar de ver las condiciones económicas como catalizadores de estas vertientes opuestas de la política de protesta antiliberal, Lévy denuncia miopemente a ambas como formas inexplicables de fascismo, que parecen obsesionarse con los síntomas en lugar de la enfermedad.
Un diagnóstico erróneo tan burdo puede prestarse a prescribir tratamientos contraproducentes que pueden empeorar la enfermedad. Lévy ha pedido en los últimos años que se niegue el derecho al voto a quienes apoyan el populismo de derecha, y ha ofrecido un apoyo cauteloso.por las recientes medidas del gobierno de Macron para impulsar los movimientos de justicia social, descritos por sus ministros como "islamo-izquierdismo" y "tesis intersectoriales", fuera de las universidades francesas. Lévy, sin embargo, no considera que si tanto el antirracismo como el nacionalismo toman formas cada vez más inquietantes en la Francia contemporánea, es en gran parte como resultado de sus propias intervenciones en la política. Ha desacreditado su propia marca de antirracismo y antinacionalismo universalista utilizándola como coartada para una forma de liberalismo económico que, durante cuatro décadas, ha hecho del desempleo la condición ineludible de una gran minoría de la clase trabajadora francesa.
En el ámbito de la política interior, Lévy ofrece la economía del laissez-faire expresada en el lenguaje del antitotalitarismo. Sin embargo, como señaló Eyal Weizman en su libro de 2011 The Least of All Possible Evils, a pesar de sus fundamentos teóricos aparentemente humildes y su agenda doméstica limitada, la política de Lévy lleva a una defensa inmoderada de intervenciones militares en todo el mundo. Escribiendo justo cuando Lévy comenzaba a pedir el derrocamiento de Gadafi, Weizman advirtió que el pensamiento político anti-totalitario y post-ideológico corre el riesgo de ver a todos los regímenes autoritarios como intolerable e igualmente malvados, y ver que deshacerlos es irresistiblemente urgente, pase lo que pase. las consecuencias prácticas. Sin un proyecto sustantivo o una identidad colectiva alrededor del cual organizar la vida política, y sin otra misión que detener las violaciones de los derechos humanos, toda violación de estos últimos parece un llamado a la acción inmediata.
Incluso antes de ganar notoriedad como crítico de la izquierda a finales de los 70, Lévy ya había experimentado con aventuras impulsadas por los medios como defensor de la intervención occidental. Durante la Guerra de Liberación de Bangladesh de 1971, el país entonces conocido como Pakistán Oriental luchó por su independencia contra el gobierno de Islamabad, el joven Lévy y el autor de 69 años André Malraux trazaron planes para una "Brigada Internacional" para apoyar a la revolución. Malraux, que había participado en las Brigadas Internacionales en defensa de la España republicana a finales de la década de 1930, intentó así presentar el movimiento por la independencia de Bangladesh como una continuación de la lucha antifascista. Al final, el esfuerzo fracasó, pero Lévy desarrolló un interés de por vida en presentar los conflictos en el mundo islámico a través de marcos interpretativos derivados de la historia europea. En la década de 1980, viajó a Pakistán en apoyo de los muyahidines que luchaban contra la invasión soviética de Afganistán. En la década de 1990, realizó presentaciones en los medios de comunicación en Sarajevo para llamar la atención sobre la causa bosnia y criticar la renuencia del gobierno de Mitterrand a intervenir contra Serbia.
Los dramáticos gestos en nombre de las comunidades musulmanas victimizadas en Afganistán y los Balcanes se alinearon con la política exterior de Estados Unidos. (Su intervención en nombre de Bangladesh fue una tajante excepción a esa tendencia). Aunque critica la invasión estadounidense de Irak en 2003, y en particular a la presidencia de Donald Trump, Lévy ve el poder militar y la autoridad moral de Estados Unidos como fundamental para la defensa de los derechos humanos. En su libro de 2019, El imperio y los cinco reyes , defiende el "imperio" de Estados Unidos, argumentando que es la única alternativa al poder de estados autoritarios como China y Rusia.
La defensa de Lévy de la intervención extranjera para proteger los derechos humanos, en cooperación con Estados Unidos, tuvo poca resonancia en Francia durante las presidencias de Mitterrand y Jacques Chirac, quienes mantuvieron un escepticismo gaullista sobre el poder estadounidense. En Sarkozy, sin embargo, Lévy encontró un presidente pro estadounidense ansioso por darle a Francia un papel más visible en el escenario mundial. Después de su fallido intento de posicionar a Francia como mediador en la guerra ruso-georgiana, Sarkozy se mostró receptivo a los argumentos de Lévy de que la crisis de 2011 en Libia brindaba una oportunidad para lograr su objetivo. La revuelta contra Gadafi también fue, por supuesto, una oportunidad para que Lévy lograra lo que le había sido negado desde su aventura juvenil en Bangladesh. Ya no tendría que animar a los muyahidines desde el margen; podría inspirar una intervención internacional contra un régimen autoritario. Jugando con el desempeño de Lévy como una especie de asesor general en nombre de los derechos humanos, la prensa le atribuyó el papel principal en la decisión de Sarkozy de trabajar con otros estados de la OTAN en nombre de los rebeldes libios, que culminó con el derrocamiento de Gadafi. En un resplandeciente respaldo a su supuesta influencia, el El neoyorquino señaló en ese momento que Lévy por fin tenía su “Brigada Internacional”, sin cuestionar si el marco intelectual y político del antifascismo de la década de 1930 tenía mucho valor para dar sentido al Oriente Medio actual.
El antifascismo y antitotalitarismo de Lévy, de hecho, son tan desorientadores en la política exterior como en la política interior. Si uno ve a todos, desde Gadafi hasta sus enemigos políticos franceses, como avatares del mismo mal radical una vez encarnado en Adolf Hitler y Joseph Stalin, no se puede escuchar la voz de la prudencia o la precaución. Además, la visión política de Lévy, que defiende la democracia liberal sobre bases estrictamente negativas, como defensa contra los abusos de los derechos humanos, no ofrece ningún sentido de las condiciones necesarias para asegurar esta forma de régimen. El liberalismo parece no tener un contenido positivo ni prerrequisitos históricos. Su noción de derechos humanos tampoco ofrece una guía práctica. Estos también se definen negativamente, a través de denuncias de sus abusos en nombre de las víctimas. En ausencia de criterios positivos,
Irónicamente, el propio Lévy hizo estos mismos puntos media década antes del conflicto libio. En su libro American Vertigo de 2006 , criticó a los neoconservadores de la administración de George W. Bush que habían planeado la invasión de Irak. Aunque elogió su perspicacia intelectual, y especialmente su lealtad al filósofo Leo Strauss, lamentó que neoconservadores como Paul Wolfowitz hubieran perdido la virtud de la moderación que era clave para la filosofía política de Strauss. Habían caído en la fantasía mesiánica de "exportar la democracia a punta de bayoneta".
Invadir Irak en nombre de la creación de un Medio Oriente democrático, argumentó Lévy, era solo una "forma invertida de la revolución permanente" defendida por los radicales de izquierda, y del "historicismo" que Strauss había criticado. Al igual que los partidos comunistas del pasado, la camarilla neoconservadora que dirigía la política exterior estadounidense afirmaba comprender las leyes de la historia y acelerar la llegada de una nueva era en la que todo el mundo estaría gobernado por la mejor forma de gobierno. Donde Strauss había advertido contra la ambición ilimitada de la política moderna, sus discípulos ahora estaban tratando de rehacer su mundo a imagen de sus ideales, sin respeto por el derecho internacional, la soberanía de los estados o incluso la simple precaución.
Lévy vio la invasión de Irak como más que un error político fortuito. Representó el fracaso de los intelectuales liberales conservadores de Estados Unidos para mantener una postura escéptica tanto hacia las teorías totalizadoras que habían inspirado a los regímenes totalitarios como hacia el uso práctico del poder militar. Sin embargo, no dio cuenta de los fallos de pensamiento que permitieron este fracaso político. Si bien buscó una explicación para los gulags de la Unión Soviética o los crueles sistemas penales de las democracias progresistas en los fundamentos epistemológicos de la política moderna, no ofreció tal análisis del papel de las ideas antitotalitarias en los fracasos de la política exterior de la administración Bush.
Esto quizás contribuyó a su incapacidad —y de hecho, a la incapacidad de muchos líderes políticos occidentales— para extraer de su sensación de que la invasión de Irak había sido un desastre alguna lección de cómo podrían evitar errores similares en el futuro. Durante la Primavera Árabe, Lévy defendió enérgicamente la intervención occidental en Libia. En los años posteriores a la caída del régimen de Gadafi, mientras Libia ha sido víctima de guerras civiles, una crisis de refugiados, el terrorismo y la trata de esclavos, Lévy sigue sin castigar. Lanzó una película, El juramento de Tobruk., en 2012 para dramatizar su influencia en la intervención de Occidente, y ha viajado con frecuencia a Libia, ante la creciente indignación de los libios, promoviendo un mayor apoyo militar para sus facciones preferidas. Continúa argumentando que el problema no es que Occidente derribó a Gadafi, sino que no ha invertido suficientes recursos en la reconstrucción de Libia, e insiste en que Assad en Siria debería compartir el destino de Gadafi.
Lévy también estaba preocupado por el surgimiento de lo que ahora a menudo se llama "políticas de identidad" en Estados Unidos, y tampoco pudo aprender de él. En América del vértigo que describe el horror de lo que vio como un emergente “lógica de una competencia por el victimismo” en los Estados Unidos, con diferentes grupos que hacen demandas políticas basadas en el sufrimiento histórico. Temía que esa "guerra de recuerdos y sufrimientos" se convirtiera en una parte cada vez más importante de la política estadounidense. Estas condenas, sin embargo, ignoran el papel que tanto los neoconservadores estadounidenses como sus homólogos franceses como Lévy han desempeñado para hacer de las violaciones de los derechos humanos y las narrativas de victimización la fuente más importante de capital moral y político.
Gracias a las intervenciones intelectuales y polémicas de Lévy, las apelaciones al interés de la clase trabajadora contra las finanzas o de la propia nación contra el capital transnacional se han vuelto ilegítimas en la esfera pública francesa. Los actores políticos, en consecuencia, han tomado el registro a través del cual pueden hacer lo que parecen ser afirmaciones convincentes: la indignación moral por la victimización. Si los defensores de la justicia social de hoy en Francia, como en los Estados Unidos, a menudo parecen hacer afirmaciones auto-engrandecidas en las que problemas aparentemente menores o desaires verbales se interpretan como expresiones de odios peligrosos comparables a los peores males de la historia moderna, es porque aprendieron esta retórica política, al menos en parte, de Lévy y sus aliados. Su defensa del liberalismo centrista, expresada como una lucha en nombre de las víctimas,
Molesto por la arrogancia intervencionista de los neoconservadores, el nacionalismo xenófobo de la extrema derecha y la rabia centrada en la identidad de los activistas por la justicia social, Lévy no puede reconocer que estas tendencias políticas aparentemente antagónicas surgen de una matriz intelectual común. Sin embargo, si aplicara a su propia cosmovisión el método de crítica filosófica que había aplicado al marxismo y al progresismo hace 40 años, podría ver la invasión de Irak, y la intervención en Libia, así como el surgimiento de la política de identidad en un contexto económico. Francia ahuecada como consecuencia de su propio antitotalitarismo posideológico.
La cosmovisión de Lévy concibe los derechos humanos en un sentido monista, no solo como un bien universal, sino como el único bien universal. Por lo tanto, crea una tentación siempre presente de cruzadas morales y militares para la promoción de ese bien y, en su extremismo intolerante y poco realista, se asemeja a los credos totalitarios igualmente monistas que Lévy detesta. Carece de la motivación interna para el autocontrol que podría provenir de tener que considerar los pesos relativos de varios valores en competencia, como la preservación cultural o la justicia económica. Evitando deliberadamente el análisis de las tendencias históricas y las condiciones materiales, no puede considerar ni los orígenes sociales del antiliberalismo político interno ni las consideraciones de la realpolitik que deberían dar forma a la política exterior.
Consciente de que su proyecto filosófico posmoderno no ha conducido a los resultados políticos previstos, Lévy ha llegado a argumentar que su tipo de "teoría francesa" es mal entendida. Foucault, dice , “no fue 'despertado'”, y su crítica de la ideología, la experiencia y el progresismo debería ser un arma contra los movimientos de justicia social basados en la identidad, más que un instrumento de los mismos. Lévy quizás tenga razón (y yo mismo he hecho afirmaciones similares en otros lugares). Pero para enfrentar los desafíos que enfrentan —antirracismo centrado en la identidad, nacionalismo populista y aventurerismo en política exterior— los liberales centristas posmodernos como Lévy tendrán que emprender una crítica radical de su propia herencia intelectual. Tendrán que enfrentarse, en primer lugar, a su propia autopresentación heroica como intelectuales de mentalidad independiente que evitan la afiliación a un partido, una nación o una ideología.
Esta pose de radicalismo cosmopolita, que rechaza las identidades e instituciones que estructuran la política cotidiana y el sentido común de la gente corriente, está muy alejada del papel del intelectual definido por pensadores como Émile Durkheim durante el caso Dreyfus de la década de 1890. En su ensayo de época "El individualismo y los intelectuales", Durkheim argumentó que el liberalismo debe ser defendido por pensadores que puedan defender a sus conciudadanos que los derechos individuales son compatibles con las tradiciones nacionales y el interés propio colectivo. Lévy, por el contrario, trata al último par como preocupaciones parroquiales. En este sentido, su política posmoderna no es tanto un liberalismo escéptico como una especie de proyecto nietzscheano de autocreación.
Descartando las creencias colectivas que restringen la autoridad individual de pensadores singulares —y en particular del propio Lévy— ha hecho que su propia indignación parezca un medio infalible de comprensión e instrumento de producción de hechos históricos. Pero el ascenso de Lévy al estrellato intelectual ha acompañado tendencias desastrosas para el liberalismo: el debilitamiento del poder económico estatal, la desorientación del pensamiento geopolítico y la transformación de la política en una arena de reclamos rivales de victimización. Para que el liberalismo posmoderno tenga futuro, sus intelectuales deben renovar sus cimientos y reinventar su papel.
El filósofo y cineasta francés Bernard-Henri Lévy habla sobre Peshmerga, el documental en el que registró la batalla del pueblo kurdo en contra del Estado Islámico y en el que valora las corrientes laicas dentro del mundo musulmán. Aborda también cómo el concepto de verdad se ha convertido en una moneda de cambio en los extremos ideológicos entre capitalismo y populismo
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HUGO ALFREDO HINOJOSA
Voltaire, el buen maestro de la naturaleza humana, escribió hace más de dos siglos Cándido o el optimismo, una sátira divertida por su ingenio filosófico y el irónico destino del héroe que acciona bajo la premisa idealista, en demasía religiosa, del alemán Leibniz que reza: “[éste] es el mejor de todos los mundos posibles”. Esa obra literaria, por demás sardónica, narra cómo el sufrimiento humano forma parte de la cotidianidad, de la violencia ejercida en este mundo por los demás, y en ocasiones por nosotros mismos, jueces y verdugos, navegantes entre ideologías, religiones, conflictos bélicos, económicos, además del beligerante y latente mundo digital. Hoy las sociedades son el Cándido solitario que vaga en búsqueda del mejor mundo posible, sin destino, entre ideologías que moldean el surgimiento de modelos aparentemente recientes, enemistados con su pasado y que deberán errar de nuevo, hacia un futuro de reproches por el presente.
Bernard-Henri Lévy, fue parte de la generación de los llamados Nouveaux philosophes français de mediados de los años 70, donde participaron André Glucksman, Christian Jambet y Guy Lardreau, opositores al totalitarismo europeo del momento, que tuvieron en Michel Foucault, Gilles Deleuze y Félix Guattari, interlocutores y puntos de partida para renovar la filosofía crítica arraigada en el canon francés de los años sesenta.
Aquél núcleo no fue una corriente del pensamiento en sí. Bernard-Henri Lévy lo definió como un grupo filosófico independiente que no compartiría doctrinas sino libertades del intelecto, para explorar horizontes novedosos en ruta hacia el fin de siglo, para hacer de las ideas campos fértiles que sedujeran a toda una generación nacida bajo la sombra de la tecnología ya en proceso de revolución y la resurrección del populismo.
Tres semanas previas a nuestro encuentro en la Ciudad de México, en el Foro de la Democracia de Atenas 2019, Bernard-Henri Lévy debatía con el estratega político estadounidense Stephen Bannon, responsable de llevar a la presidencia a Donald Trump, sobre las problemáticas del surgimiento del populismo y el nacionalismo en diferentes partes del mundo, sin contemplar, por supuesto a Latinoamérica ni a otros países en vías de desarrollo. En ese encuentro Lévy cuestionó a Bannon sobre el abandono y rompimiento de los lazos de amistad de los Estados Unidos y Donald Trump con el pueblo kurdo, cuyos Peshmerga (el ejército kurdo) lucharon para liberar a medio oriente de la presencia del Estado Islámico en la región, y para instaurar de nuevo la democracia perdida por el fanatismo religioso y radical del islamismo.
Bannon se limitó a decir que no estaba de acuerdo con Donald Trump, pero que sí veía en el surgimiento del populismo nacionalista el punto de partida para la creación de estados individuales fortalecidos contra la unión de regiones oligarcas (el partido del Foro de Davos, lo llama), haciendo alusión al momento histórico de occidente. Ante estas declaraciones, podríamos entender cómo el pueblo kurdo es la primera víctima política de la resignificación de la democracia populista y polarizante en Medio Oriente donde aparece Rusia, como padre protector sin serlo, ante la retirada de Estados Unidos del panorama geopolítico. La lógica de Bannon es curiosa en su obviedad, pretende ayudar a la generación de estados independientes que, tarde o temprano, cometerán los mismos errores autócratas, económicos, racistas y bélicos que ahora repudia, pero abanderados bajo el concepto de democracia del bienestar mundial. No obstante, el bien común para un pueblo cimentado sobre la idea del nacionalismo, conlleva a la intriga, a los malos pensamientos en su adorada soledad, a la guerra tarde o temprano.
El cine como expresión política
Peshmerga, dirigido por Bernard-Henri Lévy, es un documental que narra el viaje de mil kilómetros del filósofo y del ejército kurdo, a través de las fronteras de la región conocida como el Kurdistán iraquí, en batalla constante en contra del Estado Islámico. La película explora la cotidianidad militar y su estrategia para combatir el oscurantismo religioso, una guerra silente e ignorada por el resto del mundo, que se vuelve relevante en este momento histórico en el que los países aliados como Estados Unidos han dejado en el olvido y a merced de los turcos al ejército kurdo encargado de luchar en su momento contra el terrorismo. Esta charla con el cineasta francés, se dio a partir de ese proyecto cinematográfico.
Me parece interesante esta parte renacentista del conocimiento que maneja, la inquietud por crear. ¿Partiendo desde la escritura crítica de la filosofía, de esa formación ilustrada y robusta, en qué momento se convirtió en reportero de guerra, para después dar paso a su carrera como cineasta?
Me involucré hace bastantes años en la cinematografía. De alguna forma fue por necesidad. La primera película que dirigí, es decir, aquel primer documental, se tituló Bosna! y la filmé en 1994, durante el asedio a Sarajevo. En ese tiempo de guerra, al viajar a esa región, uno se encontraba con una ciudad vuelta un mártir en medio de los Balcanes. Al conocer lo que ocurría ahí y descubrir la realidad, me sentí verdaderamente indignado por dicha situación bélica, la indiferencia de mi país, y por la resignación del mundo entero. Así que, debido a esto, a esa indiferencia de los demás, decidí hacer mi primera película. Tomé la decisión y pronto me enclaustré en la ciudad en diferentes momentos y me puse a filmar. Lo hice sin tener o conocer una técnica definida como director; jamás lo había hecho antes, pero aquello que yo estaba viviendo, el sufrimiento total de Sarajevo y el espíritu de resistencia de la ciudad y sus habitantes, era una lección para el mundo entero y tenía que mostrarse.
Con esto descubrí que el verdadero problema de hacer cine radicaba en desear hacerlo. A esto habría que sumarle: estar en el lugar correcto y tener acceso, por supuesto, a las personas correctas. Uno aprende que hay quienes son mejores fotógrafos o que toman mejor la cámara, pero el secreto está en tener el tiempo necesario para esperar a que ocurran las cosas en el lugar adecuado. Con esto me refiero a tener la paciencia para ver cómo ocurre la guerra, por ejemplo.
Cuando hice Peshmerga hubo momentos en los cuales me aburrí, porque no ocurría nada, pero tienes que aprender de esos momentos, aceptar que hay tiempos muertos, bastantes. Pero de pronto llega la acción, la guerra, el momento crucial y es cuando tienes que tener tiempo necesario para capturarlo todo. Y tiempo es algo que tengo. Puedo decir que soy una persona arrojada, y tengo la visión suficiente como para saber qué situaciones de los conflictos son las mejores. Así fue como me convertí en cineasta.
La guerra es uno de los grandes temas del pensamiento filosófico moderno y clásico, su conceptualización cambia conforme a las épocas. En este sentido, ¿hacer películas como ésta también es una forma de hacer o escribir filosofía?
Puedo decir que para mí no hay ninguna diferencia. El cine es una parte del todo, de todo lo que hago. Hacer películas, pensar como filósofo, escribir crónica, narrar, todo es parte de una misma aventura que voy trazando. Me atrevería a decir que todo esto se compone del mismo aliento. Filmo cada una de mis películas de la misma manera como escribo mis libros de filosofía, el ritmo es el mismo, la respiración también; y la forma en la cual uno trata de convencer a los otros sobre los temas medulares es exactamente la misma. En efecto, es una tinta diferente la que se utiliza y se transforma. Utilizas una sobre el papel y la otra tinta se compone de imágenes. Cuando estoy al final de todo el proceso cinematográfico, en la sala de edición, es igual a cuando estoy por finalizar un libro en mi biblioteca. Las palabras son como las imágenes. Para un escritor, un filósofo y un cineasta existe una gran cantidad de material en bruto que son palabras o fotografías, y uno hace uso de su capacidad como filósofo para encontrar el sentido de todo.
Al ver este documental recuerdo que la Guerra de Vietnam fue la más documentada en la historia. No obstante, de Medio Oriente sabemos poco sobre lo que en verdad ocurre entre desiertos. ¿Por qué llegar a esa decisión de filmar ahí después de haber documentado el horror en Sarajevo y los Balcanes? ¿Por qué hablar sobre los kurdos en esta película?
Lo hice por tres motivos fundamentales. En oposición a la Guerra de Vietnam ésta [la kurda contra el Estado Islámico] no estaba documentada en ningún sentido. En gran medida esas batallas siguen sin documentarse. Es una guerra sin memoria. Y puedo decir que todo el proceso que llevé a cabo, esto es, la ruta de los mil kilómetros entre las fronteras kurdas tomadas por el Estado Islámico era algo que nadie había hecho. Así que por todo esto creo que fue la mejor decisión que pude tomar: hacerlo sin que nada más importara. Por otra parte, cuando tienes la intuición y el conocimiento de que nadie más lo llevará a cabo, entonces es una buena idea hacerlo antes que nadie. Eso significa que tu trabajo es verdaderamente útil en ese momento.
En segundo lugar, puedo decir que fui criado con una idea muy sólida sobre el significado del heroísmo. Me gustan los héroes. Celebro la grandeza reflejada en hombres, mujeres y jóvenes, en niños. Me agrada la idea de que la gente sea excelsa. Disfruto esos momentos increíbles en la vida cuando un hombre o una mujer se eleva por encima de las expectativas de la norma, de lo más común sobre nuestra existencia. Estas situaciones que viví, me refiero a la guerra, me revelan cosas y me ofrecen otras que puedo llegar a reconocer y admirar tanto en la historia de la humanidad como en el presente. Eso era lo que yo quería filmar, sabía que en esa parte del Medio Oriente había jóvenes, niñas y niños peleando por nosotros con una valentía increíble. Admiro a quienes poseen un valor natural, un coraje puro, me encanta leer acerca de la bravura y escribir sobre éste tema.
El tercer motivo, y fundamental, por el cual me interesó contar la historia de los kurdos, es debido a que en Europa existe un gran debate en torno al Islam y sus “consecuencias”. Existe la gente para quien el Islam es por sí mismo un gravísimo problema inexplicable. Otros más dicen que el islamismo y el terrorismo no tienen nada que ver con el Islam. Puedo decir que no estoy de acuerdo con ninguna de estas dos teorías, ambas son igualmente falsas. La única verdad es que hacia el interior del mundo islámico existe un debate salvaje con respecto a un Islam que defiende y cree en los derechos de las mujeres, en la ilustración, en los valores como la democracia y en los derechos humanos. Por otra parte existe el Islam que busca sembrar la muerte por doquier, la violencia extrema, llevar a cabo la Yihad.
Creo y pienso que la segunda visión del Islam debe ser erradicada sin misericordia. La primera visión del Islam debe ser potenciada, sin duda: esa que cree en la democracia y que la justicia debe ser fortalecida para eliminar a la segunda. Esta visión justa del Islam, aunque desconocida, debe ser apoyada y tiene que darse más a conocer. Yo sabía que en esa región de Kurdistán encontraría esa concepción del Islam: abierta a otras religiones, a la pluralidad del pensamiento, protegiendo a las minorías, salvando a cristianos. Una religión que lamenta la desgraciada partida de los judíos ocurrida durante la época de Saddam Hussein. Ese es el Islam que apoyo y admiro, lo respeto bastante y para mí era muy importante mostrarle a la gente la verdadera naturaleza de esa religión. El Islam no es la radicalización de las cosas, del pensamiento en sí, sino que también es compatible con la democracia al contener en sí misma el espíritu de un gran pueblo.
Estos fueron los tres motivos por los que me enrolé en esa aventura de filmar Peshmerga, en eso utilicé mi tiempo, mi salud y arriesgué la vida en esa zona de conflicto.
Tomando en cuenta el momento político y social contemporáneo en Francia con sus múltiples problemáticas religiosas, ¿podríamos pensar en la existencia de un gobierno islámico en el país?
Todo depende de cómo lo veamos, hay que pensarlo bien para no caer en trampas. Para mí el Islam es solamente una fe del individuo. Es una experiencia que se problematiza en la conciencia. Es algo a lo que se le reza en secreto sin intentar imponerlo en ningún grupo de personas. Por otra parte, el islamismo tiene una voluntad definida para adelgazar las leyes, según sus reglas, y por este motivo el islamismo tiene que ser combatido por completo. En este momento hay cuatro millones de personas que profesan el Islam en Francia, pero ése no es un problema siempre y cuando no intenten instaurar su fe, siempre y cuando sea algo íntimo.
Después de tu experiencia como reportero de guerra, de conocer lo que significa la muerte y las masacres, además de ser un opositor de la violencia, ¿cuál sería su definición de la guerra?
¿Acaso es necesario definir lo que es la guerra? La guerra es lo que vivimos en Peshmerga, es algo que he visto a lo largo de todas mis coberturas en campo. Los conflictos bélicos destruyen todo vínculo social; pero en algunas ocasiones es una oportunidad para que se conozca la grandeza de un pueblo. Aunque, en la mayoría de las ocasiones, es una excelente herramienta para destruir el sentido de la humanidad. En pocas palabras odio la guerra, para ser honesto.
No obstante, hay momentos en la historia en los que desgraciadamente no hay otra opción sino la guerra. Sencillamente no la hay. Creo que muchos de nosotros podríamos estar de acuerdo en esto. Por ejemplo, sabemos que quiénes hicieron sus guerras en todo el mundo durante los años 20 y 30 del siglo pasado, querían lograr la paz a cualquier precio y estaban mal porque todos esos conflictos innecesarios culminaron en guerras que los llevaron a la humillación y a la deshonra. Pero hay circunstancias donde la guerra debe aparecer. En España, por ejemplo, durante la Guerra Civil contra los fascistas en 1936, o durante la invasión a Checoslovaquia por Adolf Hitler; así como ahora en contra del Estado Islámico. Hace 25 años, cuando hice mi primera película, el gobierno de Serbia bombardeó Sarajevo, a la gente de Yugoslavia, y cuatro años más tarde se dio la guerra, aunque debió haber ocurrido mucho antes. Era un paso que debía darse.
Hace unos días, el presidente Donald Trump, declaró que el pueblo kurdo no se merecía su apoyo porque éstos no participaron en la ayuda al desembarque de las tropas estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué se puede deducir de esta declaración, después de la ayuda de los kurdos en la lucha contra el Estado Islámico?
Esa es la declaración más obscena y absurda que ha hecho Donald Trump desde que tomó posesión como presidente de Estados Unidos. Además eso es completamente falso. Existió un ejercito donde participaron los kurdos en la lucha contra el nazismo y eso lo sé de primera mano. Tengo aún en mi memoria las historias de mi padre, él formó parte del ejército de la Francia Libre comandada por el general Charles de Gaulle, formó parte del ejército que desembarcó al sur de Francia, luchó en la batalla de Túnez y en la liberación de Italia. Y participó en la batalla de Montecassino en la Segunda Guerra Mundial donde fue condecorado por su valentía. En su batallón había soldados marroquíes y kurdos, quienes tomaron junto con él la cima de Montecassino y ayudaron en la expulsión de los nazis. Por todo esto, la declaración de Trump es falsa y obscena.
Después de un par de años al frente de los Estados Unidos de América, ¿cuál es el objetivo de Trump como presidente?
Donald Trump tiene un solo objetivo y bastante claro que no radica en Make America Great Again sino en Make Russia Great Again. Tan solo debemos prestar especial atención en lo que está ocurriendo en Ucrania y en el Medio Oriente. Rusia es el único país que sale victorioso de todo el caos de las democracias. Rusia ahora se aparece en Siria, pacta con Recep Erdogan en Turquía, y se posiciona como el mediador y facilitador de la paz en esa región del planeta. Trump le cedió el lugar a Putin, es increíble siquiera decirlo, pero es un hecho. Esta victoria geopolítica sin precedentes se la cedió el presidente estadounidense a Rusia y, aunque pienso que Trump no es un completo idiota, creo que sí está en su estrategia defender a Rusia.
¿En qué posición está la democracia en este momento en el panorama mundial? ¿Hacia dónde se dirige?
La democracia está siendo derrotada por aquellos políticos, líderes sociales o personajes que argumentan que luchan por la democracia misma. Hoy la democracia discursiva divide en lugar de unir. Entre más separación exista en aras de la democracia, más crecerá el populismo nacionalista y tomará fuerza. Pareciera que estamos llegando de nuevo a una época de totalitarismos gracias a un discurso que apela veladamente a la separación. Está pasando en Francia con Marine Le Pen o con Matteo Salvini en Italia, sin hablar de Turquía y otros países, Estados Unidos, también. Pienso que es el momento donde debemos buscar la unidad, en eso radica la fuerza, para contrarrestar las problemáticas a futuro y no dividir.
En Peshmerga las mujeres juegan un rol fundamental en la guerra. ¿Cómo funciona esto al interior del país, porque muchos de nosotros pensamos que las mujeres en esa región del mundo no juegan un rol relevante?
Creo que esa región de Kurdistán es el único lugar en el mundo donde he visto una participación tan activa por parte de las mujeres a esa escala estratégica. Vi batallones conformados por puras mujeres, por hombres y mujeres. Éstas juegan un gran papel en la guerra contra el Estado Islámico. Los soldados enemigos les tenían miedo por una razón fundamental: al considerarlas impuras, como lo marca su doctrina religiosa, temían que los asesinara una mujer porque entonces no podrían ascender al cielo y disfrutar de sus 72 vírgenes; eso atemorizaba a los soldados del islamismo. Por esto creo que es el único lugar en el mundo donde el feminismo está ganando terreno; si es que existe una verdadera revolución feminista, está en Kurdistán. Estas mujeres son además, madres, amigas, esposas, soldados, que están ahí para generar el cambio y la libertad.
En este momento se habla bastante de la muerte de la verdad. Al parecer estamos en un terreno minado y sin respuestas viviendo en la llamada posverdad, por lo menos así la conocemos. ¿Hacia qué rumbo marchamos en este sentido conceptual?
La verdad siempre ha estado bajo ataque gracias a los regímenes totalitarios. Siempre ha sido así, sería una mentira negarlo. Ahora, uno de los rasgos más visibles del totalitarismo tiene que ver con derribar la verdad y con esto las soluciones democráticas. En este momento histórico podemos notar un par de cosas nuevas. Hay algunos defensores de la democracia como Donald Trump que no les interesa la verdad en sí; como ejemplo podemos hablar del presidente estadounidense manipulando una fotografía donde condecoraba a un militar, para hacerla pasar como que condecoraba a un perro en lugar de un veterano que nos merece respeto. Con esto y con su discurso él manipula lo que el pueblo puede pensar de la política y sus adversarios, entrega su propia verdad sobre los hechos a la masa, y así varios líderes mundiales. Ahora también tenemos la redes sociales que podríamos dividir en cosas buenas y malas. Lo bueno es que hoy todos tienen la posibilidad de hablar y ser escuchados, pero esto deriva en que todas las verdades y los hechos son igual de valiosos, y por consiguiente se ataca al especialista de una disciplina porque su verdad basada en evidencia no empata.
Esto es peligroso porque estamos regresando hacia atrás, al tiempo de los griegos hasta llegar con los sofistas, los enemigos de Sócrates y Platón, personas que decían que todas las opiniones valían lo mismo. En este sentido, la edad del sofismo restaurado gracias a las redes sociales es un ataque perverso a la verdad.
La meditación de Bernard-Henri Lévy es precisa entenderla en este momento de caos conceptuales, sobre todo en Latinoamérica, donde el surgimiento del populismo avanza y divide, bajo las promesas de un bienestar total y el fin de los privilegios, aunque falsea la práctica. Ante la división habrá que esperar cómo el caos se corona y gobierna.
¿Dónde está Bernard-Henri Lévy?
Por Vicenç Navarro
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University.
Bernard-Henri Lévy tiene muy buena prensa en España, apareciendo con gran frecuencia en las páginas de El País predicando la moralidad de sus causas, que requieren con gran frecuencia intervenciones militares, lo cual explica que algunos intelectuales de la izquierda estadounidense lo califiquen como el moralizador de las guerras, en general, contra el Islam (ver Ramzy Baroud "France’s Sham Philosopher" en CounterPunch, 20.11.13). Presentado frecuentemente en los medios españoles como "el filósofo de Francia", articula siempre posturas promovidas por el establishment político francés, rodeado siempre de grandes cajas de resonancia que explican su gran visibilidad mediática.
La última gran hazaña de este señor fue su liderazgo (que El País definió como moral) para que la OTAN interviniera en Libia para deponer al coronel Gadafi (basándose en una interpretación tergiversada y manipulada de la famosa Resolución 1973 de Naciones Unidas del 17 de marzo de 2011, que no permitía dicha intervención). Esta intervención se justificó por el supuesto apoyo de los Estados intervencionistas por vía militar (que incluyó desde bombardeos que afectaron a poblaciones civiles, hasta la transferencia de armas) para deponer a un dictador y sustituirlo por fuerzas democráticas que deseaban instaurar una democracia. Considerando la enorme evidencia que existe mostrando el apoyo de tales Estados (EEUU y Francia incluidos) a dictaduras casi medievales en la misma región, esta justificación carecía de credibilidad. Pero ello no inhibió ni frenó al filósofo de Francia en la utilización de dicha justificación. Y lo que es notorio es que repitió constantemente tal justificación con toda seriedad y contundencia, apelando a la moralidad democrática que según él debe caracterizar el comportamiento de las naciones civilizadas. Bernard-Henri Lévy (BHL) utiliza una narrativa llena de imágenes altisonantes, preñadas de gran pomposidad, como corresponde a uno de los intelectuales franceses más galardonados en Francia. El poder es siempre muy cariñoso y agradecido con sus sirvientes. Al servicio de su causa, BHL se trasladó a Libia con todo el aparato mediático y parafernalia teatral "en defensa de las fuerzas democráticas". Y la intervención militar derrotó al dictador Gadafi.
¿Y qué ha pasado en Libia desde entonces? Gadafi fue un dictador como muchos de los dictadores que hoy existen en aquella parte del mundo, donde la democracia no existe ni siquiera a nivel de ensayo. Pero comparado con Arabia Saudí, Qatar y otros regímenes feudales, Gadafi no era, definitivamente, peor que los gangster que dominan aquellos otros países. La diferencia era que los últimos son fieles sirvientes de EEUU y de la UE, y Gadafi no lo era. Ni que decir tiene que el gran filósofo moralista BHL no prestaba atención a tales detalles, considerados insignificantes en la lucha entre el bien (que él representaba) y el mal (que eran todos los demás).
Pero analizaremos ahora lo que ocurre en Libia. Cualquier observador mínimamente objetivo debe concluir que Libia no es, en absoluto, una democracia, y que la situación actual es un desastre, con unos conflictos entre distintas facciones, entre las cuales están fuerzas de Al Qaeda, que se ha convertido en una de las fuerzas determinantes de los quehaceres de aquel país. Bandas armadas, sin ningún tipo de control democrático, gobiernan los distintos territorios, con asesinatos políticos y con una represión brutal hacia las voces y manifestaciones en contra de la dictadura de esas milicias armadas. Solo en un día (15 de noviembre) 31 personas fueron asesinadas y 235 heridas en una represión contra una manifestación en la ciudad de Trípoli que protestaba contra este régimen de taifas controlado por bandas armadas que atemorizan a la población a fin de defender sus propios intereses.
Y mientras todo esto está ocurriendo, el gran filósofo de Francia (y de El País) permanece callado. En realidad, y tal como señala Ramzy Baroud, lo más parecido a este filósofo son los intelectuales neocons de EEUU, que siempre alientan y exigen intervenciones militares "para defender la democracia", detrás de cuyo noble objetivo hay intereses financieros y energéticos muy concretos que pronto aparecen, mostrándose como lo que son. Lo cual no inhibe a estos intelectuales a continuar moralizando sobre el deber de los países democráticos de ayudar a las fuerzas democráticas alrededor del mundo, cuando la realidad es precisamente lo contrario de lo que predican. Los mal llamados "gobiernos democráticos" han sido históricamente, y continúan siéndolo, los mayores soportes de los regímenes más dictatoriales existentes en el mundo.
La incoherencia de tales intelectuales, incluyendo "el filósofo de Francia" aparece con toda su crudeza no solo en el caso de Libia, sino también en el caso de Israel. BHL es un gran admirador de las fuerzas armadas de Israel, a las que clasifica como las más morales y democráticas existentes hoy en el mundo, apoyando siempre sus intervenciones militares. Es extraordinario que estas declaraciones se hicieran después de una de las intervenciones militares mas sangrientas e inmorales (de las muchas que han hecho tales fuerzas armadas) en la zona de Gaza en los años 2008-2009 y 2012. La ceguera moral e incoherencia intelectual de Bernard-Henri Lévy no tiene límites, lo cual no es obstáculo para que BHL aparezca, una vez más en El País, moralizando sobre la necesidad de intervenir militarmente en algún lugar del mundo árabe para "defender la democracia".
Filosofía, política, actualidad, literatura, artes
Bernard Henri-levy en El País.
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