Pacifista, anticolonialista, feminista, comunista (y luego ex comunista), amante de los gatos, la escritora británica Doris Lessing (1919-2013) hubiera cumplido cien años el martes pasado. Nació en Persia, hoy República Islámica de Irán, adonde por motivos laborales habían viajado sus padres, Alfred y Emily Tayler, un ex oficial del Ejército que había vuelto de la Primera Guerra Mundial con una pierna amputada y una de las enfermeras que lo cuidaban. A los seis años, Doris y su familia se instalaron en una granja en la ex colonia británica Rodesia del Sur, hoy Zimbabue. Doris Lessing vivió en esa región sudafricana hasta 1949, cuando se embarcó rumbo al Reino Unido, dejando atrás a su segundo marido y a sus dos hijos mayores. Sólo viajó con ella el menor de los tres. En su opinión, era poco probable que la tarea de una escritora pudiera armonizar con los quehaceres domésticos. En Dentro de mí, el primer volumen de su autobiografía, de 1994, Lessing admitió que los enfrentamientos que desde niña había mantenido con su madre no habían sido un buen punto de partida para desarrollar el rol materno. En la vejez, Lessing sentía que había sido una hija rebelde y una madre desatenta. Fiel a su estilo, no se arrepentía.

Es casi un lugar común señalar que gran parte de la literatura de Lessing tiene fuentes autobiográficas. Su extraordinario ciclo de cinco novelas Hijos de la violencia (que dio a conocer entre 1952 y 1969), protagonizado por Martha Quest, parece seguir paso a paso la experiencia de la escritora: su vida en el ámbito racial y social de la Sudáfrica colonial, sus esfuerzos por alejarse del círculo familiar gobernado por la madre y hallar su propia identidad, la ruptura de su primer matrimonio con un hombre mucho mayor que ella, su compromiso como militante política (que determinó que por varios años fuera considerada persona no grata de los regímenes racistas de África) y, en la última novela de la serie, su papel en los acontecimientos sociales de Inglaterra a partir de la década de 1960 y el avance de un trastorno psicológico. Si bien Lessing narró en profundidad los esfuerzos y el entusiasmo de su protagonista por participar de los grandes sucesos de la historia, el tono de sus novelas se vuelve cada vez más sombrío y desilusionado. En La ciudad de las cuatro puertas, la última de la pentalogía, la perturbación del personaje altera el estilo realista de la autora e inaugura nuevos rumbos en su escritura.

Así como se había distanciado de su familia primero, de sus maridos e hijos mayores después, cuando le tocó el turno de separarse de los ideales comunistas que había abrazado durante la Segunda Guerra Mundial, lo hizo con malestar y un sentimiento de culpa cuyo origen se revelaría décadas después. Pese a que Lessing había visitado la Unión Soviética en 1952, junto con una delegación de intelectuales británicos, y aunque había escuchado en persona las denuncias de las atrocidades llevadas a cabo por el estalinismo en los países socialistas, no hizo ninguna declaración pública condenatoria a su regreso. Recién en 1992 publicó un alegato, Las cárceles que elegimos, que reúne un conjunto de conferencias que desnudan la concentración del poder en los comunismos realmente existentes y la pervivencia de un pensamiento de izquierda todavía apegado a los dogmas. Excusándose por esa equivocación y rindiendo cuenta de sus propios errores ideológicos, indicó que bajo ningún concepto quería convertirse en una “vieja sabia”. Tal vez sin haberlo deseado, las lecciones de Lessing se actualizan.

Un feminismo de dos caras

Su vasta obra literaria, a medio camino entre los grandes proyectos inspirados en la literatura del siglo XIX (en especial, de sus amados Fiodor Dostoievski, Anton Chéjov, Ivan Turguéniev, George Elliot, Charles Dickens y Joseph Conrad) y la narrativa posmoderna, fue valorada con mayor justicia a partir de los años noventa. Ella misma señaló eso en sus memorias, donde se ocupó además de ajustar cuentas con los críticos, en su mayoría varones, que la habían acusado de carecer de un estilo refinado y de practicar una “retórica de la exclusión” contra los hombres, como sostuvo el crítico estadounidense Harold Bloom. Para él y muchos otros, en las novelas de Lessing se representaban distintos avatares de la guerra de los sexos. Así fue leída su novela más célebre, El cuaderno dorado (1962), protagonizada por dos mujeres burguesas que de a poco se sienten solas y desorientadas en su lucha contra los prejuicios. “Lo que pueden hacer, y lo hacen muy bien, es decirle al escritor si el libro o la comedia concuerda con los modelos corrientes de pensar y sentir, con el clima de opinión –escribió sobre los críticos ingleses en 1971, en un nuevo prólogo a esa novela-. Son como el papel de tornasol. Son veletas valiosas. Son los barómetros más sensibles a la opinión pública”. Ni en las novelas ni en las polémicas era partidaria de usar eufemismos.

Aunque se le quiso atribuir un carácter épico, el feminismo de Lessing tenía dos caras: por un lado, fue combativo en sus reivindicaciones de igualdad y libertad; por otro, asumía el costo doloroso en la concreción de esas reivindicaciones. Consideraba, además, que los verdaderos problemas históricos eran otros. “No creo que la liberación de la mujer cambie mucho, y no precisamente porque haya algo equivocado en sus aspiraciones, sino porque ya está clarísimo que el mundo entero se ve sacudido por los cataclismos que estamos atravesando: probablemente, cuando salgamos de esta etapa, si lo logramos, las aspiraciones de la liberación femenina se nos aparezcan pequeñísimas y extrañas”, predijo.

Más allá de sus polémicas con el Partido Comunista, los intelectuales británicos y el movimiento feminista, con el paso de los años Lessing se volvió una defensora enérgica de los valores humanistas. La mujer que había abandonado la educación formal a los catorce años no desaprovechó ninguna oportunidad para resaltar la importancia de la educación por medio de la lectura de los clásicos y el estudio de la lengua y la literatura. “Estamos hastiados en nuestro mundo, en nuestro mundo amenazado. Tenemos talento para la ironía e incluso para el cinismo. Apenas si utilizamos ciertas palabras e ideas, debido al desgaste que experimentan. Pero tal vez queramos recuperar algunas palabras que han perdido su potencialidad. Tenemos un yacimiento, un tesoro, de literatura que se remonta a los egipcios, a los griegos, a los romanos. Todo está allí, esta abundancia de literatura por descubrir una y otra vez para quien tenga la suerte de encontrarla. Un tesoro”, declaró cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 2007. Si ese tesoro no existiera, agregó, “qué empobrecidos, qué vacíos estaríamos”. ¿No pensaríamos del mismo modo si no tuviéramos a mano el legado literario de Doris Lessing, abierto a nuevas lecturas, críticas y discusiones?

Tres novelas para conocer a Doris Lessing

El cuaderno dorado (1962). En esta novela se siguen las historias de Anna y Molly, dos amigas y “mujeres libres” en el contexto de la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XX. Al mismo tiempo que sus vidas progresan y decaen, se yuxtaponen fragmentos del pasado y de una exitosa novela de Anna, provenientes de cuadernos de notas.

La buena terrorista (1985). Aquí Lessing parece querer enmendar su pasado político con resabios homofóbicos, al reunir a Alice y Jasper, dos militantes izquierdistas que comparten cierta suspicacia a la hora de encarar la lucha armada junto con los jóvenes del IRA.

 

Las abuelas (2003). Lessing publicó este libro a los 85 años. Se trata de cuatro relatos largos que abordan las pérdidas y la insatisfacción desde la óptica de personajes de distintas clases sociales. El volumen incluye la osada historia de dos amigas que mantienen relaciones sexuales cada una con el hijo de la otra y que dio origen al film Adore, de de Anne Fontaine, con Robin Wright y Naomi Watts en los roles protagónicos.