Seis lecciones de Doris Lessing
“Mantener una opinión disidente, siendo parte de un grupo, es la cosa más difícil del mundo”: este podría ser el tema central de Las cárceles que elegimos (Lumen), de Doris Lessing (Persia, actual Irán, 1919 - Londres, 2013). El volumen recoge cinco conferencias que la autora impartió para la Canadian Broadcasting Corporation en 1985, y una sexta charla, que dio siete años más tarde en la Universidad de Rutgers. En cierta manera es un libro sobre la independencia del pensamiento y sus complicaciones.
La autora, galardonada con el Premio Nobel de literatura en 2007, utiliza sus propias experiencias, tanto en Rhodesia (actual Zimbabue) como en su vida de comunista y excomunista. Pero no se recrea en esa disidencia ni en su biografía, lo que resulta refrescante, y desde luego no dice que ella fuera inmune a ese impulso gregario. (Por supuesto, si hubiera tantos disidentes en el momento de la verdad como los hay retrospectivamente, no habría gregarismo.)
El libro, humilde y a veces deslavazado, está lleno de intuiciones y observaciones interesantes. Muestra un interés por lo que llama las nuevas ciencias: las ciencias sociales y en especial la psicología y la sociología. A su juicio, el mundo avanzaba una mayor objetividad para juzgar los datos y aceptar la complejidad, pero se veía sometido a oleadas sentimentales.
Señalaba que en todo grupo es fácil que todos se vuelvan contra alguien, y que si la comunidad está muy unida es fácil que al disidente se le vea como un malhechor o un traidor. Hablaba de las “certezas sentimentales” de cada grupo y en concreto del que conocía más, la izquierda (por ejemplo: que todos los socialistas eran buenos y los capitalistas malos) y observaba que “el adversario nunca es odiado con tanto furor como el antiguo aliado”. En la naturaleza dogmática de algunas ideologías detectaba una herencia cristiana: el legado del cristianismo más evidente en el socialismo, decía, es el sectarismo.
En buena parte Las cárceles que elegimos es una defensa del individualismo: no un rechazo a las protecciones del Estado o de la sociedad, sino una reivindicación del criterio propio. A veces, explica, una idea marginal se acaba convirtiendo en mainstream, si se sostiene con firmeza e inteligencia. “Cuando hablo de hacer uso de nuestras libertades no me refiero únicamente a acudir a manifestaciones, formar parte de partidos políticos y todo eso, que no es más que un aspecto del proceso democrático, sino a analizar ideas, vengan de donde vengan”.
Dice que le sorprende un cierto desinterés por la historia entre los jóvenes. Pero le encuentra una explicación: “Uno no desea leer nada que pueda poner en entredicho la visión que tiene de sí mismo como fenómeno absolutamente nuevo y asombroso, cuyas ideas son novedosas, por no decir que están recién acuñadas, probablemente por uno mismo o, al menos, por gente del propio entorno o por el líder a quien uno venera, ese ser de todo punto nuevo e inmaculado cuyo destino es cambiar el mundo”.
Uno de los textos más interesantes es el último, que estudia las “Actitudes mentales que el comunismo dejó a su paso”: la herencia que el comunismo habría dejado en nuestra cultura. Para Lessing, tuvo una influencia decisiva y degradante en el lenguaje, al producir páginas y páginas dedicadas a no decir nada. Por otra, había potenciado una manera de leer el arte buscando el mensaje o una intencionalidad: esta idea -que Lessing también relaciona con la religión- había tenido consecuencias en la crítica literaria que habían sobrevivido al comunismo. Lo políticamente correcto, sostenía, no pertenecía al comunismo, pero suponía la integración de un hábito de pensamiento. “Sin duda hay algo muy atractivo en decir a los demás lo que tienen que hacer”. Se trata de “un comportamiento de parvulario, algo muy primitivo”. A su juicio, lo políticamente correcto tiene componentes positivos, ya que “obliga a reexaminar posturas”. Lo malo es que “el sector lunático enseguida deja de ser un mero sector; el rabo empieza a menear el perro. Por cada persona que recurre con sensatez a la idea de lo políticamente correcto para analizar las cosas que damos por supuestas, hay veinte agitadores a quienes lo que los mueve es el ansia de poder”. Ocurría, a su juicio en todo movimiento popular, y lo detectaba en el feminismo y el antirracismo. A veces, señalaba, se producen “grupos y conciliábulos de cazadores de brujas”, que “acusan a sus víctimas de racistas o de ser más o menos reaccionarias”.
Lo que subyace a estos fenómenos es una especie de “entusiasmo”, un “gusto por las sensaciones fuertes, la búsqueda de estímulos cada vez más intensos”. Nada hay más emocionante, dice, entre los veinte y treinta años que la sensación de estar en posesión de la verdad. Cita el caso de un joven “de la estirpe de Byron” que conoció en España y le dijo “que lo más lamentaba era ser demasiado joven y no haber vivido el mayo del 68 en París”. Ella le preguntó por qué, ya que la revolución había fracasado. “Aquello tuvo que ser muy excitante”, respondió. Una paradoja derivada era que los países de Europa occidental, “que para la gente que vivió bajo el comunismo eran inalcanzables de libertad y abundancia”, se vieran “como lugares insoportables por jóvenes occidentales que iban en busca del bien y de la verdad a otros puntos del planeta. Debido a una reconocida necesidad de experimentar sufrimientos, persecuciones, opresión, sucesivos movimientos políticos han inventado, o exagerado, la opresión en los países occidentales”. Para Lessing, es en parte un problema casi de bovarismo: gente que ha pasado mucho tiempo leyendo historias de interrogatorios y opresión, hasta convertirse en “Walter Mittys de la revolución”. Una consecuencia negativa es que los “esfuerzos políticos normales” atrajeran menos entusiasmo que el encanto de la revolución, que a menudo iba aparejado del “romanticismo de la revolución”, que admiten “el terrorismo por una buena causa”.
La cuestión final es que “la experiencia soviética contaminó el imaginario colectivo del progresismo”: se convirtió en una imaginación “esclava de la experiencia soviética”, que en realidad fue irrelevante para Europa. “No teníamos que identificarnos con la Unión Soviética, con sus sesenta y tantos años de supresión de la lógica, de retórica idiota, de brutalidad, campos de concentración y pogromos contra judíos. Un fracaso detrás de otro. Y lo más importante, desde nuestro punto de vista, con las mil y una retorcidas maneras de defender el fracaso”. Eso habría contribuido a desacreditar el socialismo.
Como ocurre a menudo con los excomunistas, o con quien salió mal de una ruptura amorosa, no siempre está claro que esta ideología o esa persona fuera la causa de todo lo que se le atribuye, pero el análisis de Lessing es sugerente, libre y perspicaz, y muchas de sus observaciones nos ayudan a entender nuestro tiempo.
El cuaderno dorado (fragmento)"Idealmente, lo que debería decirse y repetirse a todo niño a través de su vida estudiantil es algo así:
Estáis siendo indoctrinados. Todavía no hemos encontrado un sistema educativo que no sea de indoctrinación. Lo sentimos mucho, pero es lo mejor que podemos hacer. Lo que aquí se os está enseñando es una amalgama de los prejuicios en curso y las selecciones de esta cultura en particular.
La más ligera ojeada a la historia os hará ver lo transitorios que pueden ser. Os educan personas que han sido capaces de habituarse a un régimen de pensamiento ya formulado por sus predecesores. Se trata de un sistema de autoperpetuación.
A aquellos de vosotros que sean más fuertes e individualistas que los otros, los animaremos para que se vayan y encuentren medios de educación por sí mismos, educando su propio juicio. Los que se queden deben recordar, siempre y constantemente, que están siendo modelados y ajustados para encajar en las necesidades particulares y estrechas de esta sociedad concreta. "
Doris Lessing: La obra polifacética de una personalidad compleja
Seguramente Doris Lessing (1919-2013) preferiría aparecer citada en un blog a verse analizada en una tesis doctoral o en un manual de crítica literaria. Si me apuran, ni eso. Para ella, el arte de la escritura resultaba mucho más sencillo que todo lo que gira alrededor del academicismo o las grandes etiquetas, puesto que “Los escritores contamos historias. Eso es lo que hacemos”. Críticos, académicos y renombre no cabían en su intenso proceso creativo. Según ella, el sentido de su narrativa, y de la literatura en general, reside en el disfrute del lector, la transmisión del conocimiento y la reflexión sobre la vida y la condición humana. Asimismo, la necesidad de leer y la querencia por los libros centran su discurso de recepción del Premio Nobel (obtenido en 2007, tras décadas apareciendo en la lista de candidatos), paradójicamente titulado “Cómo no ganar el Premio Nobel”, y de lectura obligatoria para cualquier bibliófilo.
En tal ocasión, la Academia Sueca la definió como «la narradora épica de la experiencia femenina, quien con escepticismo, ardor y poder visionario ha sometido a escrutinio a una civilización dividida». El enfoque de esta “experiencia femenina” había sido objeto de debate durante toda su carrera. Desde la publicación en 1962 de su obra más conocida, El cuaderno dorado (The Golden Notebook), Doris Lessing se las tuvo que ver constantemente con su supuesto rol de icono del feminismo, sin haber siquiera proclamado dicha militancia ni haber pretendido desempeñar ningún papel doctrinario en este sentido. Su intención primera de retratar la multiplicidad de planos y esferas en la vida de una persona, o el ser fragmentario y en crisis, es mucho más universal y va más allá de la categorización por géneros.
A lo largo de los años, Lessing fue coleccionando múltiples identidades como personaje público, que se le fueron adjudicando a medida que su obra iba cultivando distintos géneros y ahondando en los temas más dispares que se le podían antojar a su personalidad inquieta: Lessing la comunista, la escritora socialmente comprometida, la rebelde, la mística, la novelista sobre África y los colonos, o sobre las clases sociales. Éstos son sólo los pequeños rótulos que etiquetan la diversidad temática del siglo XX. Escoger los que se podrían aplicar a la autora significaría un esfuerzo estéril de compendiar la visión panorámica y compleja del mundo contemporáneo que consiguió ofrecernos a través de su prolífica carrera. Nos hallamos ante una escritora de formación autodidacta, de discurso apasionado a través de la observación, básicamente escéptica, de la realidad. Su legado constituye una amalgama de temas, géneros y estilos que se entrecruzan a lo largo de etapas y obras, que incluso pueden cohabitar en un mismo volumen. Se trata de un conjunto caleidoscópico, diverso pero cerrado, polifacético y autorreferencial.
La “civilización dividida” que suele mencionarse como objeto de estudio por parte de Lessing comprende un sinfín de significados (quizás tantos como posibles interpretaciones de cada una de sus obras). Una clara correspondencia entre individuo y sociedad (macrocosmos y microcosmos) es aplicable a la identidad de los personajes, caracterizados por hallarse fragmentados psicológicamente y por una búsqueda de unidad y coherencia que se hace evidente en El cuaderno dorado, así como en otras novelas y cuentos cortos, tales como Canta la hierba (1950- The Grass is Singing), la pentalogía Hijos de la violencia (1952-1969- Children of Violence), The Summer Before the Dark (1973) To Room Nineteen (1978).
El dominio impecable de la descripción íntima de los personajes resulta en unos sujetos que no sólo observan la vida, sino que le dan forma, o incluso la construyen mediante su propia creatividad. Es un proceso que a menudo se gesta a partir de los sueños, el subconsciente y la imaginación. Estas personalidades ficticias pueden considerarse un reflejo de la misma autora, que solía contar en entrevistas y artículos la interacción entre consciente y subconsciente como instrumento para comprender la existencia, y también como materia prima en el proceso de escritura (A Small Personal Voice, 1974; Time Bites, 2004). Sería acertado, entonces, llegar a la conclusión de que la psicología de los personajes y sus vivencias tienen una evidente base autobiográfica; y no sólo esto, sino que es completamente plausible hacer una lectura psicoanalítica de las obras a la luz de Jung y Lacan como firmes aportaciones al contexto cultural en que se desarrolló la obra de Lessing, aunque dicha influencia no fuese abiertamente reconocida por la autora.
Si profundizamos en el análisis de la imaginación y el mundo onírico, veremos como Lessing introduce elementos propios del realismo mágico en obras tales como Memorias de una superviviente (1974- Memoirs of a Survivor) o El quinto hijo (1988- The Fifth Child), para dar luego el salto final a la ciencia ficción con la serie , Canopus in Argos, Archives (1979-1983) o La grieta (2007- The Cleft). Aunque este cambio de orientación pudiera ser el responsable de una falta de atención hacia su obra en los años posteriores, la autora lo justificó como la evolución natural de su narrativa, ya que, según ella, el espacio interior y el exterior son reflejo uno del otro. La constante experimentación con la imaginación, el subconsciente y la relación con el cosmos pudiera ser la plasmación del interés por el Sufismo de Idries Shah, filosofía que Lessing adoptó durante la segunda parte de su vida y que podría sugerirse de forma incipiente ya desde su primera novela, Canta la hierba, cuando la protagonista busca trágicamente identificarse con el universo.
Pionera y visionaria, Lessing ya se encontraba discutiendo la validez del comunismo como ideología allá por 1962 en El cuaderno dorado, después de haber abandonado el partido prematuramente desencantada en 1954. Del mismo modo se adelantó al tratamiento de la vejez como temática emergente en literatura, reproduciendo los cambios demográficos en Europa en las últimas décadas, y que ha resultado en la aparición de “Age Studies” como corriente crítica. Así pues, la problemática familiar y social que se deriva del envejecimiento ya se había introducido en su obra en Los diarios de Jane Somers (1984- The Diaries of Jane Somers) y fue explorado por la autora coincidiendo con su llegada a la tercera edad en De nuevo el amor (1996- Love, Again) y Las abuelas (2003- The grandmothers).
A pesar de los cambios de dirección en estilo y temas que Lessing emprendió, su obra constituye un círculo perfecto y cerrado. Con Alfred y Emily (2008- Alfred and Emily) –la que ella misma anunciara como su última novela- se retoman temas, situaciones y motivos que habían aparecido en la primera, Canta la hierba. La lectura de la última obra nos ofrece elementos autobiográficos clave con los que podemos dotar de significados nuevos todas sus publicaciones anteriores. Además, descubrimos aquello que motivó a la autora para caracterizar, de la primera novela a la última, identidades complejas, eclécticas, que se reinventan experimentan y evolucionan tal como hizo ella misma hasta el último de sus días.
"Los soles de los largos principios de verano del siglo pasado sólo presagiaban paz y abundancia, por no hablar de la prosperidad y la felicidad. Nadie recordaba nada de esos días de estío cuando el sol siempre brillaba. Un millar de memorias y novelas afirmó que esto era así, y por eso puedo asegurar que en esa tarde de sábado de 1902, en el pueblo de Longerfield, lucía una tarde espléndida. La ocasión fue la celebración anual de la Allied Essex Suffolk, y el lugar era un vasto campo prestado cada año para la ocasión por el granjero Redway.
Hay diferentes enfoques acerca de la actividad reinante. Al final del campo, los niños jugaban. Una larga mesa de caballetes cargada de todo tipo de viandas estaba bajo unos robles. El escenario principal era un partido de cricket, y alrededor de las figuras vestidas de blanco lustrado se sentaban la mayor parte de los espectadores. Toda la escena estaba a punto de ser absorbida por las sombras de los olmos grandes que dividían el campo desde el lado donde habían sido expulsadas las vacas. Los jugadores se arremolinaban con afán en medio del polvo, conscientes de que todas las miradas estaban depositadas sobre ellos. "
De nuevo el amor (fragmento)
"En algún momento de la edad adulta, la mayoría de la gente cae en la cuenta de que un siglo no es más que el doble de sus años. A partir de este pensamiento, toda la historia se precipita junta y a partir de este momento viven ya dentro de la historia del tiempo, en vez de mirarla desde fuera, como observadores. Sólo hace diez o doce veces su vida, Shakespeare estaba vivo. La Revolución francesa fue el otro día. Hace cien años, no mucho más, fue la Guerra Civil norteamericana. Antes parecía como algo de otra época, casi de otra dimensión del tiempo o del espacio. Pero una vez has dicho: Cien años es dos veces mi edad, te sientes como si hubieras estado en aquellos campos de batalla, o curando a aquellos soldados. Con Walt Whitman, quizás.
En primer lugar estaba el hecho de que ella estaba enamorada. Todo el mundo parece estar de acuerdo en que estar enamorada es una condición poco importante, o incluso cómica. No obstante, hay pocos estados más dolorosos para el cuerpo, el corazón y –peor aún– la mente, pues es la mente la que observa cómo la persona que se supone que la rige se comporta de una manera loca e incluso vergonzosa. La realidad es –pensó ella, mientras se negaba a permitir que sus ojos se vieran arrastrados hacia Bill y se quedaba sentada y hablando con Stephen, feliz por tener esta distracción– que hay un espacio de la vida demasiado terrible como para que lo reconozcamos. Porque las personas se enamoran con frecuencia y no se enamoran en condiciones de igualdad, ni tan siquiera al mismo tiempo. Se enamoran de gente que no está enamorada de ellas como si existiera una ley al respecto, y esto lleva a que… si el estado en que se encontraba ella no se viera seguido de cerca por un inocuo “enamorarse”, entonces sus síntomas habrían sido los de una auténtica enfermedad.
A partir de esta idea o espacio central salían distintos senderos y uno de ellos era el hecho de que el destino de todos nosotros, envejecer, o incluso hacernos mayores, es tan cruel, que mientras gastamos todas y cada una de nuestras energías en intentar despistarlo o posponerlo, en realidad raramente conseguimos que su constatación no nos hiera aguda y fríamente: de ser esto –y miró a su alrededor a la gente joven– uno pasa a ser aquello, una cáscara sin color, sobre todo sin lustre, sin brillo. Y yo, Sarah Durham, sentada aquí esta noche rodeada principalmente de jóvenes (o gente que me parece joven), me encuentro exactamente en la misma situación que la innumerable masa de gente que es fea, deforme o lisiada, o que padece terribles problemas de piel. O le falta aquello tan misterioso que se denomina "atractivo sexual".
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Doris Lessing tiene, irrefutablemente, el rostro que se merece. A la luz dorada y frágil de las tardes londinenses, sus facciones registran, en camadas casi geológicas, labradas por sus ocho décadas, una crónica de batallas perdidas y ganadas. Da la impresión de que hasta la felicidad debe de haberle labrado marcas, que el tiempo ha pulido junto con las de los sufrimientos, y la vivacidad penetrante de sus ojos no impide pensar en aquellos monumentos de la Antigüedad que consiguieron resistir a la rapiña humana y la intemperie. El rostro de Doris Lessing confirma a un visitante que ella es, antes de nada, una superviviente: de la familia, del colonialismo y del racismo, de la guerra, de la ilusión comunista, de la condición femenina, del amor, de los equívocos de la fama. Después de haber leído Walking in the Shade (1997), el segundo volumen de su autobiografía, en el que cada capítulo y cada etapa biográfica se apoya en una de sus direcciones en Londres desde 1949 –cuando llega a Inglaterra huyendo de la familia, de África y de lo que había sido hasta los treinta años–, es inevitable para el visitante observar con atención cada detalle doméstico. La impresión es la de un despojado desorden que, al paso de las horas y con la penumbra ceniza de la tarde que fenece, va formando un marco cada vez más apropiado para la escritora. El escaso mobiliario, estrictamente utilitario y que podría ser comprado de tercera mano, declara que su dueña tiene que ser juzgada por lo que es. En buena medida, esa es también la historia de su vida y de su literatura. En el primer volumen de su autobiografía, Under my Skin (1994), el lector encuentra como un refrán «¡No, yo no seré como ellos!». Ellos eran la familia –un padre enfermo y quebrantado, una madre frustrada y dominante, un hermano tibiamente satisfecho con su condición de hijo favorito–, pero también la sociedad colonial de Rodesia del Sur, hoy Zimbabue, y un apresurado casamiento convencional. Para los lectores de Lessing, la serie de seis novelas que narra la historia de Martha Quest (1952-1969; quest es «búsqueda» en inglés), y que abarcan aproximadamente el mismo período, poseen una fuerza que no se encuentra en el relato autobiográfico. La autora sabe que la vida no tiene la forma acabada de una novela. Al mismo tiempo, siempre ha advertido que sería una equivocación confundirla con las heroínas de sus novelas y cuentos, tentación a la que éstos invitan. Si hay algo que describe su trayectoria es el aprendizaje de que no hay que confundir los libros y las ideas con la vida. Lo que se aplica también a la autobiografía, como dice en su ensayo Writing Autobiography: «Antes leía una autobiografía como lo que el escritor pensaba sobre su vida. Hoy pienso, “eso es lo que pensaba en la época”». Estos juegos de espejos explican muchos aspectos de la obra de Lessing que sorprenden o desconciertan. Por ejemplo, su obra de ciencia ficción, que dejó perplejos y frustrados a muchos de sus lectores (y especialmente lectoras) cuando fue originalmente publicada. La más desgarradoramente realista de las novelistas contemporáneas se abandonaba en apariencia a las aéreas ficciones de futuros imaginarios. Pero incluso los que preferimos no releer su ciencia ficción comprendemos ahora que escribirla fue un derecho que Lessing se ganó escribiendo sus otros libros. Ya en 1962 Lessing había disecado la falacia literaria, que exige un «argumento» que puede o no tener que ver con el material que instigó el acto de narrar: «¿Para qué un argumento? ¿Por qué no decir simplemente la verdad?». Porque el argumento tiene su propia verdad. Sólo que al disociar «la verdad» de la técnica narrativa ésta cobra vida independiente. Los cinco volúmenes de Canopus in Argos (1979-1983) son un largo, frecuentemente feliz, experimento sobre el placer de narrar. Su último libro, Alfred and Emily, es más breve, más feliz y más audaz. Dividido en dos secciones, Alfred and Emily cuenta primero la historia de los padres de la autora en los términos del verso del poeta brasileño Manoel Bandeira: «la vida que pudo haber sido y no fue»; en la segunda parte cuenta lo que realmente ocurrió. Se trata, hasta cierto punto, de un juego literario en el que Lessing se permite inventar una versión «novelesca» –es decir, ordenada y acabada– de la vida de sus padres. Ésta, en la vida real, fue deformada y finalmente destrozada por la explosión inexplicable de fuerzas que no entendían: la Primera Guerra Mundial, que en sus secuelas históricas y personales ensombreció para siempre la vida de la familia Tayler, expandiéndose en cataclismos como la revolución bolchevique, el fascismo y la Segunda Guerra Mundial. En la segunda sección del libro, Lessing repasa episodios que ya conocemos de su vida familiar. En ella se permite un desorden vívido y evocativo, de sincopadas viñetas, que de alguna manera se complementa y completa con el imaginario cuadro formal de la primera parte. Es un ejercicio literario en el que, como es costumbre en Lessing, la vida se abre paso e irrumpe ardua y triunfalmente. Es por ello por lo que el comentario del comité Nobel suena tan inevitablemente inepto al afirmar que no se le concedió el premio en la modalidad de literatura en 2007 «por su jornada de autodescubrimiento», sino por «someter a análisis una civilización dividida». Eso equivale a decir, para quien conoce la obra de Lessing, que se la premia por sus obras de aprendizaje (los primeros cuatro volúmenes de la serie de Martha Quest, Children of Violence), que claudican y se desmoronan a medio camino para sólo recuperarse y retormar el hilo después de la catarsis –delirante, vertiginosamente íntima– de The Golden Notebook (1962). Hasta la publicación de este libro Doris Lessing era considerada la más representativa novelista de la extrema izquierda anglosajona, y la única que gozaba de popularidad entre un amplio público lector justamente por analizar «una civilización dividida» entre el infierno burgués y capitalista y el paraíso proletario y socialista. La obra maestra que es The Golden Notebook constituye el rompimiento, tan radical como doloroso, con esa visión del mundo como una trágica desproporción entre la gente común («the little people») y un mundo demasiado grande e ingobernable para ellos (el caso de sus padres), que sólo puede ser domeñado por la revolución. Los protagonistas de este enfrentamiento apocalíptico son los «hijos de la violencia». La trayectoria vital y literaria de Doris Lessing consiste en rechazar esa visión en nombre de una verdad interior que incluye la posibilidad de una felicidad íntima y personal. Con el tiempo, la musa revolucionaria llegaría a decir que el amor a la revolución es la proyección de resentimientos personales en el escenario del mundo, «equivalente a una pasión por la infelicidad». The Golden Notebook es una lacerada rendición de cuentas ante sí misma, mirándose en los diversos y engañosos espejos de sus yos que son los cuatro cuadernos, cada uno de un color, en los que Anna Wulf registra los múltiples ámbitos de su vida y personalidad. El cuaderno dorado es el último, cuando los demás quedan varados en sus perplejidades. Anna es Doris. Como ella, publicó su primera novela con gran éxito en 1950. Sus padres, su período africano, su casamiento con un alemán y su hija nacida en 1946, su inscripción formal en el Partido Comunista, cuando su fe en la causa ya desfallecía, y la ruptura con el partido, reflejan con pequeñas variantes lo que Lessing recapitula en su autobiografía. También retratan a la Doris Lessing premiada por el Nobel. Anna termina en la locura; Lessing se salva al desviarse de la trayectoria que el comité sueco le atribuye para comenzar su «jornada de autodescubrimiento». Ésta comienza en el primer párrafo de The Golden Notebook: «Hasta donde puedo ver, todo se está desmoronando». El síntoma crucial había sido el discurso de Nikita Jruschov sobre los crímenes de Stalin en el vigésimo congreso del partido en 1956, que confirma el horror que ella había sentido al visitar la Unión Soviética en 1952. Lessing tenía la autoridad moral para juzgar lo que estaba pasando porque su vida se había dedicado a las causas progresistas desde su primera juventud. En Under my Skin cuenta cómo la injusticia del racismo colonial en Rodesia del Sur la llevó a fundar un partido comunista local (tolerado, aunque no reconocido por los comunistas de la región). Pero, como irse de casa, abandonar al primer esposo con dos hijos, o escribir ficción mientras trabajaba como telefonista, hacerse comunista fue un acto de rebelión personal. Ingresar formalmente en el partido, ya en Londres, fue el equivalente de poner todas las fichas sobre el tapete, «el acto más neurótico de mi vida». Sólo uno de los comunistas que conoció en Rodesia del Sur llevó su fe hasta las últimas consecuencias, su ex marido y padre de su tercer hijo, Gottfried Lessing, cuyo apellido aún lleva. Refugiado político en África durante la Segunda Guerra Mundial (Doris se casa con él para evitar que fuera detenido como ciudadano de una potencia enemiga), Gottfried Lessing volvió a Berlín después de la guerra para reencarnarse como alto funcionario y después diplomático de la República Democrática Alemana en África. Agente del KGB, Lessing terminó como embajador en la Uganda de Amin Dadá, facilitando instrumentos de tortura al régimen. Su retrato en Walking in the Shade es algo fantasmático y atraviesa la narración como un viento trágico. Pero su hijo Peter fue la salvación emocional de la escritora. Sin blanca en Londres, criar al hijo era una tarea que la ocupaba desde las cinco de la mañana hasta las once de la noche. Lessing escribía cuando el niño estaba en el jardín de infancia o en la escuela. «Sin él –dice la novelista– habría caído en la bohemia, deslumbrada por todos esos personajes tan brillantes y divertidos del Soho. Habría terminado alcohólica y mendiga. Fue la disciplina del hijo lo que me permitió hacer obra». Esto no es nuevo, pero, como en todo, el acto de formularlo lúcida y memorablemente lo eleva a otra dimensión. The Golden Notebook fue recibido como una primera incursión en un nuevo frente revolucionario: la guerra de los sexos. Lessing, después de verse entronizada como la cronista de las barreras raciales (The Grass is Singing, 1950) y clasificada como novelista comunista (The Children of Violence), se vio nuevamente encorsetada, esta vez como profetisa del feminismo. Como antes, su rebelión fue frontal. Para ella, la novela se limitaba a registrar lo que ella y sus amigas hablaban y el tono con que lo hacían: «Y de todas las interpretaciones equivocadas, la más equivocada fue la de las feministas. Se equivocaron como los comunistas, haciendo de la vida una cuestión ideológica, pero la vida sigue su curso sin ellas y hasta contra ellas». Del mismo modo que en sus novelas políticas no había encarnado ideas en personajes, sino desarrollado personajes que se movían dentro de la política, lo que da a sus ficciones el temblor inconfundible de la vida, las novelas y cuentos considerados «feministas» de Lessing tratan simplemente de mujeres que afrontan la existencia como pueden, viviendo las experiencias tradicionales de la familia, el amor, los hijos y el trabajo. Para Lessing, la condición femenina ha experimentado un cambio fundamental con la píldora, pero el resto sigue su curso humano como siempre. Es esta identificacion de las constantes humanas en tiempos revueltos lo que sostiene las ficciones de Doris Lessing. Por ejemplo, hay un eco estético y emocional que vincula las visitas en carruaje, de casa de campo en casa de campo, a comienzos del siglo XIX, en las novelas de Jane Austen, con las regocijadas expediciones en decrépitas camionetas de la infancia de Lessing en Rodesia, de hacienda en hacienda (y con el viaje en trineo de Guerra y paz). Lessing se aferra al tumulto de la vida y la historia sólo en la medida en que le permite aferrarse a una experiencia personal densamente experimentada. Tal vez por eso su estilo es laboriosamente sólido, sin las irisaciones literarias de muchas de sus predecesoras y contemporáneas, más fruto de una empecinada probidad que de la felicidad de expresión, que se abre camino en la realidad al mismo tiempo que la abraza y absorbe. Lessing dice que sus libros son «una tentativa de orden», pero eso sólo es verdad en la medida en que superan un vivo desorden original. El largo anaquel que ocupan los numerosos volúmenes de su obra han conseguido ordenar para sus lectores los contornos de una época y una manera de ser. Doris Lessing no se limitó a vivirla para contarla; tuvo que contarla para sobrevivirla. |
"En septiembre del año en que cumplió once, Ben ya empezó a ir a la escuela secundaria. Era el año 1986.
Harriet se preparó para recibir la llamada telefónica del director. Pensaba que telefonearía hacia finales del primer trimestre. El nuevo centro había recibido un informe sobre Ben, de la directora que tan tenazmente se había negado a reconocer que hubiera en él algo fuera de lo común. «Ben Lovatt no tiene facilidad para el estudio, pero…» ¿Pero qué? «Se esfuerza.» ¿Eso lo explicaría? Pero hacía mucho que había dejado de entender lo que le enseñaban, apenas sabía leer y escribir más que su nombre. Seguía intentando adaptarse, imitar a los demás.
No hubo llamada telefónica, ni carta. Al parecer, Ben (al que examinaba todas las tardes cuando volvía de clase, en busca de señales de golpes) había ingresado en el mundo duro (y a veces brutal) de la escuela secundaría sin problema.
—¿Te gusta este colegio, Ben?
—Sí.
—¿Más que el otro?
—Sí.
Como es bien sabido, todos estos centros tienen una capa, como un sedimento, de alumnos ineducables, inasimilables, los casos perdidos, que van pasando de curso en curso, a la espera del día feliz en que puedan dejar el colegio. Y es muy frecuente que no vayan a clase, para alivio de sus profesores. Ben se convirtió en seguida en uno de éstos.
A las pocas semanas de empezar el curso, llevó a casa a un joven moreno, grande y tosco, todo bondad. Harriet pensó «John» Y después:
¡Tiene que ser hermano de John! No; era indudable que se había sentido atraído por aquel muchacho sobre todo por sus recuerdos de lo bien que lo había pasado con John. Pero se llamaba Derek, y tenía quince años, pronto dejaría el colegio. ¿Por qué aguantaba a Ben, que era varios años más pequeño que él? Harriet les observó mientras sacaban cosas de la nevera, se preparaban la merienda, se sentaban delante de la televisión, más hablando que viéndola. En realidad, Ben parecía mayor que Derek. Ambos la ignoraban. Igual que cuando Ben era la mascota, el cachorrillo de la pandilla de jóvenes, de la pandilla de John, parecía no tener ojos más que para John, ahora su atención se centraba exclusivamente en Derek. Y pronto lo haría en Billy, en Elvis y en Vic, que llegaban en grupo al salir del colegio y se sentaban por allí y se servían comida de la nevera.
¿Por qué les gustaba Ben a aquellos chicos mayores?
Harriet les observaba a veces desde las escaleras cuando bajaba al salón, un grupo de jóvenes grandes, o delgados, o rechonchos, morenos, rubios o pelirrojos (y Ben con ellos, regordete, fuerte, cargado de hombros, con aquel pelo amarillo de punta que le crecía de aquella forma peculiar y aquellos ojos vigilantes de criatura extraña) y pensaba: «¡Pero si en realidad no es más pequeño que ellos! Es más bajo, sí. Pero da la impresión de que les domina.» Cuando se sentaban en torno a la gran mesa familiar, hablando a su modo, a voces, chillando, haciendo bromas y chistes, todos miraban siempre a Ben. Aunque él hablaba poquísimo. Cuando decía algo, nunca era mucho más que «Sí» o «No». ¡Coge esto! ¡Agarra aquello! Dame (lo que fuera, un bocadillo, una botella de coca). Y siempre les miraba fijamente. Era el jefe de la pandilla; supiéranlo o no.
Ellos eran un grupo de adolescentes larguiruchos, pecosos, inseguros; él era un adulto joven. Tuvo que llegar al fin a esta conclusión, aunque durante un tiempo había creído que a aquellos pobres niños, que se mantenían unidos porque se les consideraba estúpidos, torpes, incapaces de alcanzar el nivel de sus coetáneos, les gustaba Ben porque era más torpe incluso y más incapaz de expresarse que ellos. ¡No! Descubrió que «la pandilla de Ben Lovatt» era la más envidiada del colegio y que había muchos chicos, no sólo los que hacían novillos y los que habían abandonado los estudios, que querían pertenecer a ella.
Harriet contemplaba a Ben y a sus seguidores y trataba de imaginarle entre un grupo de su propia especie, acuclillados a la entrada de una cueva en torno a la hoguera crepitante. ¿O en un poblado de chozas en la selva? No, la gente de Ben se hallaba en su medio bajo tierra, de eso estaba segura, en las profundidades de la tierra, en cavernas oscuras iluminadas con antorchas… era lo más probable. Seguramente aquellos ojos peculiares suyos estaban adaptados a condiciones de luz totalmente distintas.
Harriet se quedaba sentada a veces en la cocina, sola, mientras ellos estaban al otro lado del tabique divisorio, en el salón, viendo la tele. Podían pasarse horas allí repantigados, toda la tarde. Se hacían la merienda, atacaban la nevera, iban a comprar galletas o patatas fritas o pizzas. Parecía no importarles lo que veían; les gustaban los seriales de la tarde, no apagaban los programas infantiles; pero disfrutaban sobre todo con el menú sanguinario de la noche. Tiroteos y asesinatos y torturas y peleas: éste era su alimento. Ella les observaba mientras veían la televisión… aunque parecía más que participaran realmente en las historias de la pantalla. Se crispaban y se relajaban sin darse cuenta, su expresión pasaba de la mueca burlona a la triunfal o cruel; y soltaban gruñidos o suspiros o gritos de emoción: «¡Eso es, dale!» «¡Rájale!» «¡Mátale, liquídale!» Y los gritos de participación emocionada cuando las balas agujereaban un cuerpo, cuando saltaba la sangre, cuando la víctima torturada gritaba.
Por entonces, las noticias de robos, detenciones y asaltos llenaban los periódicos locales. A veces, la pandilla, y Ben con ellos, se pasaba un día entero, o dos o tres, sin ir por casa de los Lovatt. "
Doris Lessing, novelista de su propia vida
El pasado día diecisiete de noviembre murió en Londres la escritora Doris Lessing (Kermanshah, Irán, 1919-2013), ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2007 y del Príncipe de Asturias de las Letras en 2001, entre otros muchos galardones. Incluso en 1999 se le otorgó por la Reina Isabel II el título de Dama del Imperio Británico, que por cierto rechazó alegando que «ya no existía ningún imperio».
Nacida en el actual Irán, donde su padre trabajaba, La infancia de Lessing transcurrió, no obstante, en Rodesia del Sur -actual Zimbabue-, a la que se había trasladado la familia atraída por la promesa de hacer fortuna como colonos agrícolas. Allí conoció de primera mano la segregación racial, contra la que luchó toda su vida.
Su formación fue autodidacta. A los catorce años abandonó sus estudios y comenzó a trabajar. Siendo telefonista en Harare, se casó con su primer marido, del que se separaría poco tiempo después. Tras un segundo matrimonio fracasado, se trasladó a Inglaterra en 1949 donde comenzó a militar en el Partido Comunista y, un año, después, publicó su primer libro, ‘Canta la hierba’. Sin embargo, su oposición al estalinismo la llevó a apartarse de aquél y, tras la invasión soviética de Hungría, escribió ‘Retiro a la inocencia’, donde atacaba duramente al régimen de la antigua Rusia. Así mismo, sus críticas al apartheid la convirtieron en «persona non grata» para el estado sudafricano y la propia Rodesia, donde se le prohibió la entrada. En esta época publicó también la pentalogía ‘Hijos de la violencia’, historia de su alter ego literario Martha Quest que retrata la decadencia del sistema colonial.
Y es que casi toda la obra de Doris Lessing posee un carácter autobiográfico, pues se inspira tanto en su vida en África como en sus luchas y desengaños vitales y políticos. En este sentido, la obra que la encumbró fue ‘El cuaderno dorado’, una suerte de memorias de la escritora Anna Wulf -trasunto de la autora- que muestran inquietudes pacifistas y feministas y que, de nuevo, critican duramente al régimen soviético.
Se trata, así mismo, de una novela formalmente muy audaz, algo a lo que Lessing no concedía mucha importancia, ya que solía aconsejar a sus lectores que se centrasen en «los temas serios» de la obra. Por otra parte, en los años setenta, la autora británica realizó una concesión a la literatura más comercial con su serie de ciencia ficción ‘Canopus en Argos’. Y, poco después, escribió ‘Diario del buen vecino’, firmada con el pseudónimo Jane Somers con el fin de denunciar los problemas que encontraban los novelistas desconocidos para publicar sus obras.
En fin, ‘La buena terrorista’ o ‘El quinto hijo’ destacan así mismo en su producción, que abarca casi cincuenta novelas y gran número de relatos cortos. Como decíamos, todos ellos poseen un fuerte componente autobiográfico y le granjearon el Nobel de Literatura en 2007. Especialmente conocido entre sus libros es ‘El cuaderno dorado’, hoy tenido por un clásico de la literatura feminista. Descanse en paz.
La vida como mudanza
Doris Lessing siempre se encuentra a años luz de distancia de cualquier intento de encasillamiento crítico o de predicción sobre la dirección que tomará su próxima obra. Su propia actitud ante la crítica es famosa por estar cargada de ironía, y no iba a ser menos en su autobiografía, en la que nos advierte a los comentaristas que nuestra función debe ser la de «sopesar, equilibrar, pensar, considerar, y no dejarnos llevar por los sentimientos». Bien, intentaré obedecer a la señora Lessing. Dentro de mí (1994), primer volumen de su autobiografía, terminaba en 1949, cuando la incipiente escritora de treinta años daba un portazo a su pasado en Rodesia y, dejando atrás dos matrimonios rotos y dos hijos, se lanzaba a intentar alcanzar sus sueños en Inglaterra. Un paseo por la sombra, de estructura totalmente distinta a la anterior, se abre justamente cuando una joven madre llena de ilusiones muestra a su hijo de dos años, desde la cubierta del barco, el Londres de 1949, un Londres todavía dominado por los traumas de la posguerra.
La vida como viaje, probablemente la metáfora más utilizada en la literatura universal, se torna en estas memorias en la vida como mudanza: cuatro son las calles que dan nombre a los cuatro capítulos que constituyen el esqueleto de esta historia, cuya protagonista va de casa en casa, como también lo hiciera su admirada Jane Eyre en «su autobiografía»; y en cada mudanza va dejando atrás, junto a los viejos muebles, creencias superadas, convicciones modificadas, ideologías desgastadas, y esperanzas rotas, para ir abrazando otras nuevas. La memoria, pues, más que cronológica es espacial y, como tal, deambula libremente prescindiendo del decoro y haciendo burla a lo políticamente correcto. Y es que estamos ante la historia de un desencanto: desencanto con el Zeitgeist, o «lote ideológico» de toda una época, de toda una generación en la que «todo el mundo era comunista». Lanzando los más duros ataques contra un Partido Comunista que consintió y desmintió los crímenes de Stalin, y contra un comunismo, «el reino de la mentira» que, eventualmente, no tuvo nada que ver con el «comunismo utópico que propugnaba el amor mutuo de toda la humanidad», la ex militante reconoce cuarenta años después de abandonar el Partido, «qué fácil es ser inteligente ahora y qué difícil era entonces». Es la de Doris Lessing una narración salpicada de anécdotas, de recuerdos repentinos que interrumpen la narración cronológica, de digresiones sobre los temas más diversos (el mundo del teatro, de los editores, la locura o el sexo), de cartas que se sacan de los archivos polvorientos; una narración llena de sinceridad, de transparencia que no admite dobleces ni ambigüedades al expresar opiniones casi prohibidas en una década de los noventa anodina y apolítica, o al confesar sus propias contradicciones y dudas. Tampoco al desmitificar algunos de los grandes estandartes representativos de la Gran Bretaña rebelde de los años cincuenta, como los «Jóvenes Airados», el feminismo (cuando roza el fundamentalismo) o la desmedida obsesión por lo freudiano. Su tono fresco e informal, casi conversacional, nos hace imaginar el libro como una larguísima conversación delante de una taza de té de la Doris Lessing anciana, sabia, encumbrada y experta en la vida, con la mujer que pasea casi a tientas por la sombra de la treintena, ese puente entre la juventud y la madurez; esa década plena y definitiva en la vida de cualquier mujer, pero también tremendamente difícil en la vida de una madre soltera sin unos ingresos seguros, y tocada por la experiencia del desamor.
«Este asunto de descubrir quién soy siempre me ha despertado curiosidad», admite la escritora al principio de su autobiografía. Y sin embargo, el lector pasa páginas y páginas conociendo al personaje público; leyendo historia de una generación; aprendiendo pasados políticos, pero ávido de llegar a un atisbo del interior de la mujer que fue Doris Lessing. Y el Yo escribiente, consciente de ello, nos remite a El Cuaderno Dorado, a la Anna Wulf que era ella misma, porque es allí donde ya dejó plasmada toda su verdad emocional. No piense el lector, pues, encontrar una autobiografía como búsqueda, como autodescubrimiento de uno mismo; es, más bien, una reafirmación y defensa de sus ideas; una especie de «apologia pro vita sua» para los que la «tomaron por estúpida» cuando se convirtió al sufismo al final de los años cincuenta. En efecto, nos encontramos ante una autobiografía estructurada, al más puro estilo de las confesiones espirituales, en torno a un proceso de conversión: conversión del ateísmo y comunismo al más feroz independentismo y a la espiritualidad transcendentalista que descubrió en las religiones orientales primero y en el maestro Idries Shah después: el «camino» que le llevó hacia su «vida de verdad». Es, finalmente, Un paseo por la sombra, todo un curso monográfico sobre la literatura de Doris Lessing: como queriendo desdecir a críticos de pacotilla, la autora constantemente desentraña el origen de sus novelas e historias (las que escribió durante la década de los cincuenta, pero también las posteriores); las analiza y medita sobre ellas; expone ante el lector el proceso creativo de un sinfín de títulos, y va creando toda una maraña intertextual en que realidad y ficción acaban siendo tan interdependientes como la causa del efecto.
"Todo refugiado debe estar inscrito en un partido para recibir raciones de comida. Esto significa que quienes no son miembros de un partido no están inscritos y se mueren de hambre, o deben ser alimentados por familiares que ya tienen poca comida. Para ponerlo más claro: algunas personas con mente independiente, que no quieren ser definidas por un partido, pueden morir de hambre o tener muchas dificultades para alimentarse y alimentar a sus hijos.
No todos los refugiados están en los campamentos. Pasamos un par de días visitando gente que ha encontrado algún agujero en la misma Peshawar. Construyen colmenas de casitas de barro en un solar o se acomodan de cualquier forma en las calles.
Pronto comenzaron los enredos y problemas que algunos veteranos daban por sentado —y con los que incluso parecían disfrutar— como parte inevitable de la Experiencia Peshawar. Puesto que las mujeres guerreras de Afganistán seguían eludiéndonos, pues no llegamos a tener noticias de ellas, decidimos filmar y entrevistar a mujeres instruidas. Un partido nos había asignado un joven para que nos cuidase y enseñase todo. (Había sido muyahid, pero lo enviaron aquí para que atendiese a las familias en el campamento.) Aseguró que ninguno de nosotros tendría problemas, incluso León podría filmar a las mujeres. Salimos con él en busca de las calles indicadas. Cuando llegamos, todos nos quitamos los zapatos y nos sentamos intercambiando fórmulas de cortesía con varios hombres; luego a las tres mujeres nos llevaron a la zona de mujeres. Se trataba de dos habitaciones pequeñas con un pequeño patio; todo era pobre, limpio, frugal. Estaban amuebladas al estilo afgano, con cojines y colchones a lo largo de las paredes, y esteras en el suelo. Las paredes eran de ladrillo y encalado blanco. Había dos mujeres jóvenes y una mayor, y muchos niños, todos simpáticos, correteando alrededor, ansiosos por hablar. Uno se siente cohibido al conversar con los muyahidin, pues han convenido en presentarse siempre como intrépidos y heroicos, pero con las mujeres no sucede nada de eso. Enseguida te cuentan cómo ha ido todo, lo terrible, lo pavoroso, cuánto han sufrido, cuánto sufren ahora. Hablan entre sollozos, recuerdan todos los detalles que los periodistas ansían recabar y que son tan difíciles de oír de boca de los hombres.
Esta familia llegó hace cuatro años cruzando las montañas. Su pueblo, lleno de mujeres y de niños, fue bombardeado por los rusos; los hombres se habían ido a luchar. «En nuestro pueblo no quedó nada en pie —nos explican—; guardábamos nuestras provisiones en el sótano de la casa. Bajamos allí y nos salvamos, a pesar de que bombardearon nuestro hogar. Del pueblo salió un grupo de cien personas; siete eran de nuestra familia, incluyendo esta niña».
Doris Lessing centenaria: revisitando su literatura
Una feminista combativa
Doris Lessing centenaria: revisitando su literatura
Una feminista combativa
Pacifista, anticolonialista, feminista, comunista (y luego ex comunista), amante de los gatos, la escritora británica Doris Lessing (1919-2013) hubiera cumplido cien años el martes pasado. Nació en Persia, hoy República Islámica de Irán, adonde por motivos laborales habían viajado sus padres, Alfred y Emily Tayler, un ex oficial del Ejército que había vuelto de la Primera Guerra Mundial con una pierna amputada y una de las enfermeras que lo cuidaban. A los seis años, Doris y su familia se instalaron en una granja en la ex colonia británica Rodesia del Sur, hoy Zimbabue. Doris Lessing vivió en esa región sudafricana hasta 1949, cuando se embarcó rumbo al Reino Unido, dejando atrás a su segundo marido y a sus dos hijos mayores. Sólo viajó con ella el menor de los tres. En su opinión, era poco probable que la tarea de una escritora pudiera armonizar con los quehaceres domésticos. En Dentro de mí, el primer volumen de su autobiografía, de 1994, Lessing admitió que los enfrentamientos que desde niña había mantenido con su madre no habían sido un buen punto de partida para desarrollar el rol materno. En la vejez, Lessing sentía que había sido una hija rebelde y una madre desatenta. Fiel a su estilo, no se arrepentía.
Es casi un lugar común señalar que gran parte de la literatura de Lessing tiene fuentes autobiográficas. Su extraordinario ciclo de cinco novelas Hijos de la violencia (que dio a conocer entre 1952 y 1969), protagonizado por Martha Quest, parece seguir paso a paso la experiencia de la escritora: su vida en el ámbito racial y social de la Sudáfrica colonial, sus esfuerzos por alejarse del círculo familiar gobernado por la madre y hallar su propia identidad, la ruptura de su primer matrimonio con un hombre mucho mayor que ella, su compromiso como militante política (que determinó que por varios años fuera considerada persona no grata de los regímenes racistas de África) y, en la última novela de la serie, su papel en los acontecimientos sociales de Inglaterra a partir de la década de 1960 y el avance de un trastorno psicológico. Si bien Lessing narró en profundidad los esfuerzos y el entusiasmo de su protagonista por participar de los grandes sucesos de la historia, el tono de sus novelas se vuelve cada vez más sombrío y desilusionado. En La ciudad de las cuatro puertas, la última de la pentalogía, la perturbación del personaje altera el estilo realista de la autora e inaugura nuevos rumbos en su escritura.
Así como se había distanciado de su familia primero, de sus maridos e hijos mayores después, cuando le tocó el turno de separarse de los ideales comunistas que había abrazado durante la Segunda Guerra Mundial, lo hizo con malestar y un sentimiento de culpa cuyo origen se revelaría décadas después. Pese a que Lessing había visitado la Unión Soviética en 1952, junto con una delegación de intelectuales británicos, y aunque había escuchado en persona las denuncias de las atrocidades llevadas a cabo por el estalinismo en los países socialistas, no hizo ninguna declaración pública condenatoria a su regreso. Recién en 1992 publicó un alegato, Las cárceles que elegimos, que reúne un conjunto de conferencias que desnudan la concentración del poder en los comunismos realmente existentes y la pervivencia de un pensamiento de izquierda todavía apegado a los dogmas. Excusándose por esa equivocación y rindiendo cuenta de sus propios errores ideológicos, indicó que bajo ningún concepto quería convertirse en una “vieja sabia”. Tal vez sin haberlo deseado, las lecciones de Lessing se actualizan.
Un feminismo de dos caras
Su vasta obra literaria, a medio camino entre los grandes proyectos inspirados en la literatura del siglo XIX (en especial, de sus amados Fiodor Dostoievski, Anton Chéjov, Ivan Turguéniev, George Elliot, Charles Dickens y Joseph Conrad) y la narrativa posmoderna, fue valorada con mayor justicia a partir de los años noventa. Ella misma señaló eso en sus memorias, donde se ocupó además de ajustar cuentas con los críticos, en su mayoría varones, que la habían acusado de carecer de un estilo refinado y de practicar una “retórica de la exclusión” contra los hombres, como sostuvo el crítico estadounidense Harold Bloom. Para él y muchos otros, en las novelas de Lessing se representaban distintos avatares de la guerra de los sexos. Así fue leída su novela más célebre, El cuaderno dorado (1962), protagonizada por dos mujeres burguesas que de a poco se sienten solas y desorientadas en su lucha contra los prejuicios. “Lo que pueden hacer, y lo hacen muy bien, es decirle al escritor si el libro o la comedia concuerda con los modelos corrientes de pensar y sentir, con el clima de opinión –escribió sobre los críticos ingleses en 1971, en un nuevo prólogo a esa novela-. Son como el papel de tornasol. Son veletas valiosas. Son los barómetros más sensibles a la opinión pública”. Ni en las novelas ni en las polémicas era partidaria de usar eufemismos.
Aunque se le quiso atribuir un carácter épico, el feminismo de Lessing tenía dos caras: por un lado, fue combativo en sus reivindicaciones de igualdad y libertad; por otro, asumía el costo doloroso en la concreción de esas reivindicaciones. Consideraba, además, que los verdaderos problemas históricos eran otros. “No creo que la liberación de la mujer cambie mucho, y no precisamente porque haya algo equivocado en sus aspiraciones, sino porque ya está clarísimo que el mundo entero se ve sacudido por los cataclismos que estamos atravesando: probablemente, cuando salgamos de esta etapa, si lo logramos, las aspiraciones de la liberación femenina se nos aparezcan pequeñísimas y extrañas”, predijo.
Más allá de sus polémicas con el Partido Comunista, los intelectuales británicos y el movimiento feminista, con el paso de los años Lessing se volvió una defensora enérgica de los valores humanistas. La mujer que había abandonado la educación formal a los catorce años no desaprovechó ninguna oportunidad para resaltar la importancia de la educación por medio de la lectura de los clásicos y el estudio de la lengua y la literatura. “Estamos hastiados en nuestro mundo, en nuestro mundo amenazado. Tenemos talento para la ironía e incluso para el cinismo. Apenas si utilizamos ciertas palabras e ideas, debido al desgaste que experimentan. Pero tal vez queramos recuperar algunas palabras que han perdido su potencialidad. Tenemos un yacimiento, un tesoro, de literatura que se remonta a los egipcios, a los griegos, a los romanos. Todo está allí, esta abundancia de literatura por descubrir una y otra vez para quien tenga la suerte de encontrarla. Un tesoro”, declaró cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 2007. Si ese tesoro no existiera, agregó, “qué empobrecidos, qué vacíos estaríamos”. ¿No pensaríamos del mismo modo si no tuviéramos a mano el legado literario de Doris Lessing, abierto a nuevas lecturas, críticas y discusiones?
Tres novelas para conocer a Doris Lessing
El cuaderno dorado (1962). En esta novela se siguen las historias de Anna y Molly, dos amigas y “mujeres libres” en el contexto de la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XX. Al mismo tiempo que sus vidas progresan y decaen, se yuxtaponen fragmentos del pasado y de una exitosa novela de Anna, provenientes de cuadernos de notas.
La buena terrorista (1985). Aquí Lessing parece querer enmendar su pasado político con resabios homofóbicos, al reunir a Alice y Jasper, dos militantes izquierdistas que comparten cierta suspicacia a la hora de encarar la lucha armada junto con los jóvenes del IRA.
Las abuelas (2003). Lessing publicó este libro a los 85 años. Se trata de cuatro relatos largos que abordan las pérdidas y la insatisfacción desde la óptica de personajes de distintas clases sociales. El volumen incluye la osada historia de dos amigas que mantienen relaciones sexuales cada una con el hijo de la otra y que dio origen al film Adore, de de Anne Fontaine, con Robin Wright y Naomi Watts en los roles protagónicos.
Instrucciones para un descenso al infierno (fragmento)
"Los delegados se miraron entre sí, extrañados, pero se sentaron de nuevo. Aunque Minna a veces se pasaba de escrupulosa, no dejaba de ser cierto que la mayoría de ellos no había cobrado conciencia de la gravedad del problema antes de la conferencia.
Ya habían visto esa película en la que se mostraba a la Tierra como un punto más en el Sistema Solar. Mientras ésta y los demás planetas se movían en las órbitas calculadas, se notaba que se hallaba bajo una gran presión, lo que se traducía en un notable incremento de la actividad en su superficie. En un principio era prácticamente despreciable, pero poco a poco empezaron a multiplicarse los seísmos, los maremotos y toda clase de cataclismos. Las condiciones atmosféricas, siempre inhóspitas para la vida en el planeta, empeoraron. Los casquetes polares se derritieron provocando grandes inundaciones a lo largo de las costas. El Cometa, por su parte, causó una serie de desequilibrios y perturbaciones entre la Tierra y sus vecinos. Durante la Conferencia, los representantes de Marte y Venus pusieron una cara especialmente larga.
Cualquier cosa que sucedía dentro del Sistema (y también fuera, por supuesto) afectaba a todos; naturalmente que los más vecinos sufrían los efectos antes que nadie: la última vez que la Tierra padeció una crisis, la sufrieron por igual Marte y Venus, y el recuerdo de aquello estaba aún muy presente. Todos los delegados, incluso los de Plutón y Neptuno, para quienes los asuntos de la Tierra eran ajenos, presenciaron el filme sobrecogidos.
En él, la Tierra salía en primer plano, sin la Luna. El anterior, donde aparecían las dos, por así decirlo, como un átomo de la molécula, les había enseñado los cambios en las estaciones, el tiempo, la actividad en la corteza, la vegetación. Esta película mostraba un incremento drástico de la población paralelo a una disminución de la vida vegetal y animal y una desertización progresiva. Porque en la misma proporción en que pájaros y animales se extinguían, se multiplicaban los seres humanos, de modo que se conservaba el equilibrio. La vida orgánica, necesaria para la estabilidad cósmica, debía mantenerse en la Tierra; y pese a que los seres humanos destruían la vida orgánica de la que formaban parte, su proliferación servía para guardar el equilibrio. El problema estribaba en que su agresividad e irracionalidad también crecían constantemente. Era un proceso global, en el que un factor era indisociable del otro. En realidad, la agresividad y la irresponsabilidad humanas no aumentaban debido a la explosión de su población, sino al movimiento planetario; se trataba, pues, de distintas facetas de un mismo proceso.
Los delegados observaron espantados que las guerras, en un principio locales, se generalizaban. Al final la destrucción carecía de la menor pretensión de coherencia. En una década se aliaron naciones tradicionalmente enemigas y dejaron de invertir en recursos técnicos para destruirse. Sin embargo, la tecnología se había descontrolado ya.
Se llegó a una situación clasificada en todo el Sistema como estado de MÁXIMA EMERGENCIA: la atmósfera cada vez más envenenada de la Tierra y las emanaciones masivas de Muerte y Miedo perjudicaban en primer lugar a Marte y Venus, cuyo desequilibrio, a su vez, se propagaba hacia los demás planetas, como hizo notar la Presencia Solar al Sol mismo.
Una vez que los planetas ya no se encontraran en posición de peligro, se produciría una serie de cambios en el Sistema que, incluso ahora, y en este momento, intentaban predecir los ordenadores de un millón de laboratorios.
El penúltimo estadio pronosticado era más violento que el último. En él, la Tierra se estremecía, se hinchaba y siseaba, castigada por una lluvia de rocas, llamas, líquidos hirviendo y terremotos. Los hombres resistían y pugnaban por sobrevivir. Había movimientos de masas de animales pequeños como insectos, langostas, ratones y ratas. Se declaraban epidemias que diezmaban naciones enteras cuando el aire y el agua contaminados alcanzaban grandes áreas del planeta. Y tantas vidas humanas y animales perecían, que el silencio y la tranquilidad se apoderaban del globo.
Una vez finalizada la proyección, los delegados salieron. Cuando no quedaba nadie, excepto el Equipo de Descenso y Minna Erve, todos ellos, unos cien aproximadamente, aguardaron cortésmente a que el Sol se marchara, si ése era su deseo, pero el fulgor penetrante y dorado permaneció inmutable. A muchos les pareció que incluso lucía con más fuerza y se animaron, pensando que se trataba de un mensaje de esperanza y confianza en la capacidad de todos ellos para llevar a cabo la misión que se habían impuesto. "
Porque Doris Lessing habló ya de todos los temas que hoy son de candente actualidad (feminismo, democracia, capitalismo, comunismo, racismo), pero lo hizo, sin duda, mucho mejor. Nunca se dejó llevar por convencionalismos, odió toda clase de dogmatismo, aborrecía el sectarismo y era libre, libre, libre para pensar por sí misma. Lo cual sigue, a día de hoy, siendo un auténtico lujo.
Lo suyo, desde luego, no era el postureo de cara a la galería y no tengo ninguna duda que hubiese aborrecido la “era Instagram”. Ella se dedicaba a sus libros y no se inmutó demasiado ni siquiera cuando se enteró que le habían concedido el Nobel. Por cierto, lo supo saliendo de un taxi: había ido a comprar unas cosas y volvía a su casa de Londres. Al acercarse a su destino, vio a periodistas congregados en la acera. Bajó con dignidad del vehículo y, cuando le confirmaron el premio, simplemente dijo “Oh, Christ” con desagrado, dejó las bolsas en el suelo y espetó: “Ahora supongo que ustedes esperan algunos comentarios inspiradores”.
Ella era así: modesta, humilde, con un humor seco y los pies firmemente en el suelo. Sin ínfulas de ninguna clase. Además, nunca creyó que le darían tal preciado galardón: antes que a ella, el Nobel solo había recaído en diez mujeres. Su discurso de aceptación fue una crítica a Internet y a la pérdida del hábito de lectura (por cierto, no asistió a Estocolmo para recoger el galardón y pronunció el discurso por videoconferencia).
Lessing era, ante todo, una buena persona y un espíritu libre. Cuando murió, Margaret Atwood recordó que coincidió con ella varias veces cuando Atwood era una simple estudiante en París. Lessing siempre se mostró educada, atenta y con ganas de ayudar a escritoras nóveles. No se puede decir de todos los de su gremio.
Además, Lessing fue lúcida y visionaria. Leerla ahora es una bocana de aire fresco en medio de un mundo lleno de humos. Y no es una visión aislada. Cuando se cumplieron cincuenta años de la publicación de su gran obra de referencia, El cuaderno dorado (1962), la escritora Rachel Cusk reconoció que las obras de Lessing han ganado en relevancia con el paso del tiempo. “Ahora “El cuaderno dorado” es un texto más franco, más abierto, más intelectualmente, político y personalmente revolucionario que cuando apareció por primera vez”, dijo Cusk. Lo que significaba, entre otras cosas, que “lo que escribimos en nuestra era parece cursi y puritano en comparación”. Y no le falta razón.
Cuando Lessing murió, en el 2013 a los 94 años, el diario inglés “The Telegraph” apuntó que, a pesar de su impacto en toda una generación, “quizás su tiempo todavía no ha llegado”. Es posible: Lessing se avanzó décadas a debates que, aún a día de hoy, se exponen de manera superficial.
Su obra más famosa, la que más influencia ha ejercido, “El cuaderno dorado”, fue publicada en 1962, antes del feminismo de segunda ola, antes de la expansión de los métodos anticonceptivos, antes de la minifalda.
Considerada la “Biblia de la liberación de la mujer”, su poderoso mensaje resonó con fuerza, lo cual causó más de un escándalo. No fue el único tema candente del libro: Lessing también criticó al comunismo, la guerra fría y la amenaza de la guerra nuclear. Habló de ansiedad y de salud mental. Habló de la menstruación, del orgasmo y de la frigidez. Y no de manera tímida precisamente: enfrenta estos temas de manera directa, explícita y brutal.
Lessing habló claro de la satisfacción sexual de las mujeres, de orgasmos femeninos (concluyó que los vaginales eran los mejores) y también de la eyaculación precoz. En una ocasión, la protagonista reconoce sin tapujos: “todas las mujeres reconocen en el fondo de su corazón que si un hombre no la satisface ella tiene el derecho a buscarse a otro. Ése es su primer y más fuerte opinión, con independencia de cómo lo suavice más tarde por pena o conveniencia”. Cuando fue publicado, el libro fue criticado en círculos conservadores por “castrador”.
“El cuaderno dorado” es la historia de la escritora Anna Wulf. Está dividida en los cuatro cuadernos en los que documenta su vida. Lo de el cuaderno dorado viene por un quinto cuaderno, de ese color, que es donde Anna intenta unir todos los cuadernos anteriores, atarlos de algún modo.
Anna tiene una gran amiga, Molly. Ambas viven en el Londres de finales de los cincuenta y de principios de los sesenta. Viven solas, son independientes económicamente gracias a sus trabajos y se dedican a la política. Anna es una escritora de cierto éxito que publicó una novela, tiene amantes, luchó contra el racismo en África y tiene un hijo. En teoría debería ser feliz, pero no lo es. De hecho, entiende que su independencia tiene un precio en términos de felicidad. En el fondo, busca encontrar un nuevo amor y casarse. En una ocasión reconoce que si un hombre no la satisface se busca a otro. Pero en otro momento, se encuentra preparando con mimo un suculento menú para un hombre al que ama y al que sabe que va a perder. Es casi doloroso leer sobre la escalopa de ternera con champiñones en salsa agria que le cocina. Y más sabiendo que el tipo en cuestión no se va a molestar en aparecer.
El primero de los cuadernos del libro se titula “Mujeres libres”: Lessing reconoció que era claramente irónico.
La disyuntiva entre la independencia económica y la dependencia emocional. El sexo como vía de escape y mecanismo de control, de generar ataduras. Los hombres que se encuentra en su vida (los hombre poderosos, políticamente brillantes, famosos y profundamente egoístas y narcisistas). La inseguridad masculina (un tema al que Lessing volverá una y otra vez). La emancipación política como fuente de frustración, más que de realización personal. O, como dice la protagonista:
“Ambas nos centramos en que somos fuertes… Un matrimonio que se rompe, bueno, nos decimos, nuestro matrimonio fue un fracaso, no es tan malo. Un hombre nos abandona, no es tan malo, nos decimos, no es importante. Criamos a nuestros hijos sin hombres —no hay nada, nos decimos, con lo que no podamos. Nos pasamos años en el Partido Comunista y luego dijimos, bueno, bueno, cometimos un error, tampoco es tan grave”.
“El cuaderno dorado” fue publicado un año antes de “La mística de la feminidad”, el famoso libro de Betty Friedan que dio pie a la segunda ola del feminismo. A diferencia de éste, Lessing no fue tan optimista sobre el futuro de las mujeres. Ella no ofrecía recetas fáciles y le horrorizaba la idea de convertirse en una teórica o, incluso peor, en una gurú.
Además, le molestaba que la gente leyese “El cuaderno dorado” simplemente para buscar soluciones y se obviase la estructura del libro, su calidad literaria. Que la tiene: es una estructura fragmentaria y compleja, experimental en el sentido más inteligente y fascinante del término. Hay una búsqueda de la identidad, de análisis de la psique que entronca con Tolstoy y Stendhal, unido a un realismo político y personal. En los sesenta ninguna novela anglosajona, por muy experimental que fuese, había llegado tan lejos.
¿Era una escritora modernista? A Doris Lessing le fastidiaba el término, como le molestaban todas las etiquetas que quisieron imponerle. Entre ellas, la de feminista. “El cuaderno dorado”, insistió Lessing una y otra vez, no fue creado para convertirse en, cito textualmente, “un arma útil en la guerra entre sexos”.
Tan explícita quería ser en este punto que, en junio de 1971, aprovechando una nueva edición del libro, escribió un nuevo prólogo donde dejaba claro que no lo había escrito como libro feminista, ni mucho menos. Es una opinión que repitió en una entrevista al New York Times en 1982: “lo que querrían las feministas es que dijera: “Ei, hermanas, estoy aquí con vosotras, mano a mano en vuestra lucha hacia el amanecer dorado donde esos hombres horrorosos ya no existan”. ¿En serio quieren que haga comentarios tan simplificadores sobre hombres y mujeres? Creo que sí. Lamento mucho haber llegado a esta conclusión”.
"Durante dos horas estuvo sentada ante las tazas de té, haciendo gala de sus mejores modales, vestida con un traje masculino azul oscuro, un serio sombrero negro y con los pies, enormes, colocados firmes uno junto al otro. Y era como si aquella nariz afilada estuviera manteniendo con su hermana una conversación silenciosa, satírica, sobre George. Bobby se mostraba distante y cortés, como si estuviera deliberadamente cansada de la vida, igual que cuando había invitados; pero George estaba convencido de que era por él. Cuando la hermana se marchó, George no reprimió su crítica. Bobby dijo, riéndose, que ya sabía, por supuesto, que Rosa no le iba a gustar: era bastante insoportable; pero ¿Quién había insistido en invitarla? Así que Rosa no volvió más, y Bobby iba con ella al cine o de compras. George se quedaba solo, sentado, y pensaba en Bobby con inquietud o visitaba a viejos amigos. Unos cuantos meses después de que regresaran de Normandía, alguien insinuó a George si no estaría enfermo. Eso le dio que pensar, y se dio cuenta de que no le faltaba mucho para estarlo. Por culpa del insomnio. Noche tras noche se echaba junto a Bobby, que mostraba una alegre y afectuosa sumisión; y observaba la suave curva de su mejilla sobre la almohada, las largas y oscuras pestañas, lisas y tupidas. Nada en su vida lo había conmovido tan profundamente como esa mejilla infantil, la sombra de aquellas pestañas. Una pequeña arruga en la mejilla le parecía el signo de una emoción; un mechón de cabello negro y brillante que le cayera sobre la frente le llenaba los ojos de lágrimas. Sus noches eran largas vigilias de ternura reprimida. "
LOS VALIOSOS CUADERNOS Y APRENDIZAJES DE DORIS LESSING
LOS VALIOSOS CUADERNOS Y APRENDIZAJES DE DORIS LESSING
Por Emma Rodríguez © 2018 /
Las cárceles que elegimos es un libro contra las certezas, un compendio de ensayos que me ha impulsado a regresar al territorio Doris Lessing. La filosofía de vida, la manera de entender el mundo de esta mujer rebelde, combativa, que supo expresar a través de la literatura las contradicciones del tiempo que le tocó vivir, vaticinando las penumbras y peligros de un presente que nos enreda en su velocidad, están aquí, expresadas de manera directa, con ese talante crítico que tanto la caracteriza. Os voy a hablar de esta entrega que contiene muchas de las ideas de fondo que nutren la obra de la escritora (Irán, 1919 – Londres, 2013) y os voy a hablar de la que ha sido para mí una enriquecedora experiencia de lectura.
Hace años leí con devoción a Lessing, a quien descubrí tempranamente con los deliciosos relatos de Gatos muy distinguidos, una obra modesta en su trayectoria pero que, con su capacidad para observar lo cotidiano con mirada felina, con ácida y compasiva perspectiva, me condujo a abrir, años después, las puertas a, entre otros títulos: Un hombre y dos mujeres, Las abuelas y El diario de una buena vecina, esta última especialmente reveladora para mí y que atesoro en el cofre de mis lecturas transformadoras. En ella la autora aborda el tema de la fraternidad, la búsqueda de sentido a la vida a través de la ayuda a los demás, de la realización de actos nobles. Con un estilo sobrio, por medio de las vivencias, sentimientos y hallazgos, de su protagonista, Lessing nos hace tomar conciencia de que es ahí, y no por medio de la obtención de bienes materiales y ascensos profesionales, donde se puede alcanzar algo de la plenitud que tanto anhelamos.
Recuerdo que esa etapa en compañía de la escritora correspondió a un periodo de búsqueda, de preludio, no del todo consciente, de toma de decisiones importantes que iban a suponer un cambio de rumbo en mi trayecto. Recuerdo la complicidad y el refugio que me proporcionaban unos personajes capaces de avanzar aprendiendo por sí mismos, saltándose las convenciones. Recuerdo que por esos días, en ocasiones, tenía la sensación de vivir más intensamente dentro de las novelas que en el discurrir monótono de una realidad que no me acababa de convencer. Todo esto, que acude a mí con la simple rememoración del nombre, Doris Lessing, se ha fortalecido en este nuevo encuentro en el que los textos contenidos en Las cárceles que elegimos, escritos para ser pronunciados en conferencias en un trecho comprendido entre 1985 y 1992, intensificaron mi deseo de volver a su narrativa, de adentrarme en su novela más conocida, El cuaderno dorado, un título con el que se identifica y limita, aunque a ella no le hiciese mucha gracia, un trayecto fructífero y diverso que la hizo merecedora del Premio Nobel en 2007.
Fue la suya una existencia vivida sin complejos ni cortapisas, entregada a la escritura, volcada, elevada gracias a la ficción, que culminó en 2013, seis años después de la entrega del galardón. Busco imágenes y veo a la escritora ese día tan importante, sentada en las escaleras de su casa londinense, tan alejada de solemnidades, en ese Londres de claroscuros que tan bien retrata en sus libros; ella, tan reacia a conceder entrevistas, recibiendo a la prensa, con su pelo blanco y el gesto adusto. El Nobel sirvió para que su literatura volviese al primer plano de la actualidad, para que nuevos lectores descubrieran una obra que da cuenta de las enseñanzas que Lessing regala a sus personajes y que reflexiona profundamente sobre el ser humano y sus circunstancias, sobre el devenir de un tiempo, el siglo XX, agitado por las guerras, donde se alzaron ideales que fueron derrocados, dejando en la intemperie a hombres y mujeres cada vez más vulnerables.
EL NOBEL, QUE LE FUE CONCEDIDO EN 2007, SIRVIÓ PARA QUE LA LITERATURA DE DORIS LESSING VOLVIESE AL PRIMER PLANO DE LA ACTUALIDAD, PARA QUE NUEVOS LECTORES DESCUBRIERAN UNA OBRA QUE REFLEXIONA PROFUNDAMENTE SOBRE EL SER HUMANO Y SUS CIRCUNSTANCIAS, SOBRE EL DEVENIR DE UN TIEMPO, EL SIGLO XX, AGITADO POR LAS GUERRAS, DONDE SE ALZARON IDEALES QUE FUERON DERROCADOS.
El cuaderno dorado era para mí una asignatura pendiente a la que me he entregado este último verano, otra vez en un momento de incertidumbres y retos, mientras se va potenciando la sensación de fugacidad, de aceleración del tiempo, y llega la hora de asumir las pérdidas como parte esencial del viaje de la vida. De nuevo Lessing está aquí para recordarme que no hay certezas ni verdades que debamos dar por asumidas; que hemos de seguir adelante, trazando el camino, el lienzo en blanco de los días, buscando respiros, asideros, zonas de resistencia.
“LAS CÁRCELES QUE ELEGIMOS”, UNA LLAMADA A LA LUCIDEZ
Dicho todo esto, expuesto el resumen de una complicidad de largo trayecto –que seguramente tampoco culmine aquí, dada la vastedad de su trayecto– es hora de recorrer las páginas, ya subrayadas, de Las cárceles que elegimos, que acaba de poner en las librerías la editorial Lumen y que me ha llevado de vuelta, como os contaba, al territorio Lessing, a sus argumentaciones, a sus cuadernos. “Todas las experiencias que he vivido me han enseñado que hay que valorar al individuo, a la persona que desarrolla y preserva su propia manera de pensar, que planta cara a la mentalidad de grupo, a las presiones grupales. O que se aviene hasta donde juzga necesario a tales presiones, pero en su fuero interno conserva un pensamiento y un desarrollo individuales”, expone la autora en el ensayo titulado Mentalidades de grupo, donde continúa: “Mantener una opinión individual disidente, siendo miembro del grupo, es la cosa más difícil del mundo”.
En un presente globalizado, en el que la homogeneidad de ideas parece ocuparlo todo, en el que asistimos diariamente al espectáculo del adoctrinamiento, a través de una educación cada vez menos humanista y de la banal práctica periodística en medios de comunicación faltos de ética y de independencia, somos conscientes de lo relativamente sencillo que resulta mover el flujo de opinión hacia posiciones interesadas (xenofobia y peligrosas corrientes retrógradas campan a sus anchas en pleno siglo XXI) y percibimos lo mucho que cuesta expresar la disidencia: en nuestros entornos habituales, en el trabajo, en las redes sociales en las que nos movemos, sin temor al enfrentamiento enconado y a la calumnia. Por eso, ahora, leer este libro de Doris Lessing se convierte en una llamada a la lucidez y al sentido común.
Son muchos los méritos de este volumen de ensayos inteligentes, fuera de los discursos imperantes, que ahora llegan a nuestras manos, pero si tuviera que destacar uno sería, simplemente, su capacidad para mostrarnos todo lo señalado en el párrafo anterior, para situarnos en el momento histórico que estamos viviendo, un momento de confusión, de abotargamiento, en el que tenemos la impresión de que todo puede transformarse de un momento a otro sin que seamos capaces de visualizar la dirección. La escritora nos motiva a persistir en la lucha por apuntalar el criterio propio, sin acabar obedeciendo al ambiente porque es lo que toca ni cediendo a la opinión mayoritaria para no sentirnos aislados. He aquí uno de sus mensajes más firmes.
En la política, en los ámbitos profesionales, en cualquier área de la vida… la mente colectiva tiende a decir las mismas cosas al mismo tiempo, a repetir las mismas ideas. Cuántas veces hemos visto que se vilipendia a un grupo social, a un personaje de la vida pública, a un político, a un partido, a un movimiento, con argumentos ajenos a la verdad, pero aceptados mayoritariamente tras ser difundidos por medios y agentes de opinión diversos. “Es como jugar a lo que diga el rey”, señala Lessing, quien pone ejemplos del medio que mejor conoce, el literario, mostrándose muy crítica con el poco valor y borreguismo de los críticos.
Entre otros casos, cita uno muy ilustrativo, el suyo propio cuando firmó dos libros con otro nombre, el de Jane Somers, y los hizo circular con el fin de comprobar qué sucedía y analizar los mecanismos de la maquinaria editorial y de la crítica literaria. Uno de ellos fue Diario de una buena vecina, rechazado por dos de sus editoriales principales y recibido muy tibiamente por los supuestamente expertos en su obra, que no fueron capaces de reconocerla y se quedaron con la idea de una autora primeriza sin mayor importancia. El experimento, según la escritora, “fue entretenido”, pero la dejó “triste y avergonzada” de su profesión
“¿Es que todo tiene que ser siempre tan predecible? ¿Tan borregos somos los seres humanos? Hay mentes originales, claro que sí, personas que siguen su propio camino y que no se rinden ante la necesidad de decir, o hacer, lo que dicen o hacen los demás. Pero son pocas. Muy pocas. De ellas depende la salud, la vitalidad de todas las instituciones, y no solo de la literatura…”, argumenta. Y más adelante: “Se ha observado que un diez por ciento de la población –líderes innatos, podría llamárseles– sí toma decisiones siguiendo su propio criterio. Hasta tal punto parece demostrado, que este hecho consta ya en las instrucciones que recibe el personal de prisiones, campos de concentración y campos de prisioneros de guerra: quita de en medio a ese diez por ciento y los presos se volverán conformistas y débiles de carácter”.
Nos dice Doris Lessing que, en ocasiones, los cambios en la sociedad, se producen gracias a acciones determinadas. Pone como ejemplo el caso de una editorial que contribuye a fortalecer el movimiento feminista defendiendo valiente y activamente a escritoras “desconocidas o ninguneadas”, pero también indica que muchas veces cuentan los gestos individuales de personas capaces de oponerse “a la corriente principal de opinión”. Entonces, puede suceder que el resto se suba al carro y la nueva postura se generalice. ¿Es el suyo un llamamiento a que plantemos cara ante determinados hechos? Sin duda.
NOS DICE LESSING QUE, EN OCASIONES, LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD, SE PRODUCEN GRACIAS A ACCIONES DETERMINADAS, QUE MUCHAS VECES CUENTAN LOS GESTOS INDIVIDUALES DE PERSONAS CAPACES DE OPONERSE “A LA CORRIENTE PRINCIPAL DE OPINIÓN”, PORQUE PUEDE SUCEDER QUE EL RESTO SE SUBA AL CARRO Y LA NUEVA POSTURA SE GENERALICE.
Sigo en el mismo ensayo porque me parece un buen espejo en el que mirarnos y comprendernos. Ha sido siempre así, desde luego. Lo es en estos tiempos de poder tecnológico en los que vivimos. Señala nuestra autora que es importante detectar este mecanismo de asimilación, este seguir la corriente que tanto practicamos, para darnos cuenta de hasta qué punto “domina gran parte de nuestras vidas”. Su argumentación posterior es especialmente interesante: “Casi todas las presiones del exterior toman la forma de creencias de grupo, necesidades de grupo, necesidades nacionales, el patriotismo y la exigencia de lealtad a pequeña escala, como a nuestra ciudad o a grupos locales de toda índole. Pero más sutiles y exigentes –más peligrosas– son las presiones que vienen de dentro y nos fuerzan a conformarnos; estas son las más difíciles de descubrir y controlar”.
He ahí las cárceles que elegimos, la “censura interior” que lleva a los seres humanos a actuar por miedo, movidos por la reconocida obediencia a la autoridad. Doris Lessing ha analizado este tema en profundidad. Es un asunto que le obsesiona, que controla por su conocimiento de los patrones de acción del régimen comunista en la Unión Soviética y otros países. Sabemos de su pasado comunista, de su posterior decepción ante los crímenes de Stalin, de su apartamiento de la corriente, lo que la convirtió a ojos de muchos en una traidora… Doris Lessing ha sido protagonista de una parte esencial de la Historia del siglo XX. Ha asistido a la explosión de grandes ideales y a su derrumbe. Sabe de lo que habla y asume que en determinadas ocasiones obedecer, resignarse, callar, es lo que cabe esperar para sobrevivir. Pero hay que ser conscientes de ello. El camino que propone en todo momento es el del autoconocimiento. Tenemos que saber qué fuerzas nos mueven, por qué actuamos como actuamos, atender más a los avances de la psicología y de la antropología en el campo del comportamiento humano, analizar el ayer para no repetir los mismos hechos. La educación es fundamental en este sentido, “para liberar a la gente de lealtades ciegas, de la sumisión a eslóganes, a la retórica, a los líderes, a sentimientos grupales”, señala.
Y a continuación reflexiona: “¿Qué gobierno, de cualquier parte del mundo, vería con buenos ojos que sus súbditos aprendieran a liberarse de la retórica y las presiones gubernamentales o estatales? Si en algo confía cualquier Estado –unos más que otros, por supuesto– es en la lealtad apasionada y en el sometimiento a la presión del grupo”.
Son muchos los puntos de interés de esta entrega en la que la autora se refiere a lo que considera “laboratorios de cambio social”. Precisamente así se titula otro de los ensayos. “A veces resulta difícil ver algo bueno o esperanzador en un mundo que cada vez parece más horroroso. Basta con oír las noticias para que una piense que está viviendo en un manicomio”, comienza un texto en el que Lessing no se muestra pesimista, sino alentada por la esperanza de que, pese a tantas cosas malas, el ser humano se mueve hacia adelante en una evolución que aún somos incapaces de ver. “Quizá dentro de, pongamos, uno o dos siglos la gente dirá: “Era una época en que los extremos luchaban por la supremacía. La mente humana se desarrollaba a gran velocidad en la dirección del autoconocimiento y el autodominio, y como pasa siempre, como siempre tiene que pasar, este impulso hacia adelante suscitó su opuesto, es decir, el desatino, la brutalidad, el instinto gregario”…”, pone de manifiesto, recurriendo a ejemplos como el del surgimiento de cada vez más democracias en el mundo.
LA EDUCACIÓN ES FUNDAMENTAL “PARA LIBERAR A LA GENTE DE LEALTADES CIEGAS, DE LA SUMISIÓN A ESLÓGANES, A LA RETÓRICA, A LOS LÍDERES, A SENTIMIENTOS GRUPALES”, SEÑALA LA ESCRITORA EN UNO DE SUS ENSAYOS.
Puede que las democracias sean imperfectas, pero, por muchos fallos que tengan, siempre ofrecen “la posibilidad de reforma, de cambio, la libertad de elección”, nos dice más adelante. Y apunta también que el fracaso del comunismo, su terrible deriva tiránica, su identificación con la barbarie y la ineficacia, no debe hacer olvidar que “surgió del viejo sueño de la justicia para todos. Un sueño de grandes prestaciones, un potente motor para el cambio social”. Cree Lessing que la idea de una verdadera justicia puede volver a renacer y puede cumplirse. “Entretanto”, seguimos leyéndola, “no existe un solo país en el mundo cuya estructura no esté formada por una clase privilegiada y otra pobre. Siempre hay una élite de poder mientras que la masa del pueblo queda excluida de la riqueza y de cualquier tipo de poder político…”
Pero, en contrapartida, en ocasiones surgen élites, mejor llamémoslas minorías que se convierten en avanzadilla, capaces de propugnar ideas novedosas, regeneradoras, que al nacer son vapuleadas y consideradas irrealizables, pero que, poco a poco, van ganando apoyos y se convierten en opiniones aceptadas. Se trata de un proceso en marcha, que se repite una y otra vez, y que conviene observar y analizar. Doris Lessing nos anima a repasar y aprender del devenir de los acontecimientos, de los avances y retrocesos históricos, y lamenta el poco interés al respecto de las jóvenes generaciones.
“Pero las presiones”, continúa Lessing, “van todas en el sentido contrario, hacia aprender únicamente lo que sea funcional y de utilidad inmediata. Cada vez es mayor la exigencia de educar a la gente con vistas a funcionar en una fase tecnológica que a buen seguro será provisional: educar para el corto plazo”.
La defensa del humanismo impregna todo este libro en el que la escritura vislumbra un mundo cada vez más complejo, abierto y flexible, en el que habremos de manejarnos entre posibilidades a menudo contradictorias. “Creo que a largo plazo las batallas las ganarán las democracias, las sociedades flexibles”, expone, consciente de un optimismo no siempre bien comprendido. “A la gente joven, enfrentada a muros de obstáculos en apariencia impenetrables, le resulta especialmente difícil tener fe en su capacidad de cambiar las cosas, en mantener intactos sus puntos de vista personal e individual”, escribe, evocando sus sensaciones en la veintena, “ante lo que parecían inexpugnables sistemas de pensamiento, de creencias, ante unos gobiernos que se antojaban indestructibles”.
“Pero, ¿qué ha sido de aquellos gobiernos, como por ejemplo el de Rodesia del Sur? ¿de aquellos poderosos sistemas de fe como los nazis, o el fascismo italiano, o el estalinismo? ¿Qué ha sido del imperio británico… o de todos los imperios europeos, antaño tan poderosos? Todos ellos han desaparecido, y en poquísimo tiempo”, argumenta esta mujer que nos anima a valorar la actualidad en su justa medida; a mirar atrás; a aplicar perspectiva y contemplación; a no cerrarnos al cauce de nuevas ideas y analizar el transcurrir de los acontecimientos, abiertos a imaginar nuevos modelos de sociedad sin recurrir a las referencias de siempre. Se trata de adoptar esa visión serena y crítica de la que nos habla, esa visión que encontramos en Las cárceles que elegimos. Una entrega contra las certezas, os decía al principio, y contra el miedo a discrepar. Porque el futuro depende de esa minoría que discrepa, nos dice la escritora, en cuya opinión “deberíamos encontrar las maneras de educar a nuestros hijos en el sentido de fortalecer a la minoría y no, como hacemos por regla general, de venerar al grupo, a la manada”.
“EL CUADERNO DORADO”, UNA ASIGNATURA PENDIENTE
“Crecer es difícil y doloroso y aquí de lo que estamos hablando es de nuestro crecimiento en cuanto a animales sociales”, sigo leyendo. Apenas he apuntado algunas direcciones. Es mucho lo que ofrece este conjunto de ensayos, absolutamente vigentes, que me ha resultado tan enriquecedor y refrescante y que, como os decía, me ha llevado a sumergirme con placer en las más de 800 páginas de El cuaderno dorado, una novela que es un auténtico tiovivo, un torbellino de ideas, de emociones, de búsquedas, de confrontaciones. Una narración puzzle, de las que tanto me gustan, conformada por piezas diversas, los distintos cuadernos que va componiendo su protagonista, la escritora Anna Wulf, a quien Lessing cede muchas de sus vivencias.
He disfrutado llevada por las turbulentas corrientes de esta obra deslumbrante en la que nuestra autora vierte muchas de las reflexiones y preocupaciones expresadas en sus textos ensayísticos. Ser consciente de ello, comprobar de qué manera se van afrontando distintos enfoques de la realidad a través de los personajes, de sus contradicciones, de sus conversaciones; analizar de qué manera Lessing utiliza la ficción para dar cuenta de sus propias dudas y aprendizajes, para explorar a fondo los comportamientos y dar cuenta de lo doloroso que resulta vivir, crecer, conocerse, ha sido una experiencia altamente energizante; a ratos, como os decía, placentera; por momentos, también angustiosa, porque Anna Wulf toca fondo en su proceso de autoconocimiento y sentimos de cerca su vértigo.
Difícil resumir El cuaderno dorado, complicado reducirlo a definiciones, porque es una novela que escapa a las etiquetas, aunque una y otra vez se la haya adscrito a la corriente feminista. Por supuesto que es una historia que localiza las desigualdades de género y pone el acento en el gran abismo entre los sexos, fortaleciendo la causa femenina, pero sin dejar de retratar, de criticar, ciertas actitudes propias de las mujeres, como el exceso de dependencia de los hombres, la necesidad de agradarlos o la idea excesivamente romántica del amor, de la vida en pareja, del matrimonio. Pero estamos ante un libro que es mucho más que eso. Corresponde a cada cual identificar sus propios descubrimientos, esos horizontes de sentido que nutren la experiencia individual que es toda lectura que sobrepasa el terreno del mero entretenimiento.
«EL CUADERNO DORADO» ES UNA HISTORIA QUE LOCALIZA LAS DESIGUALDADES DE GÉNERO Y PONE EL ACENTO EN EL GRAN ABISMO ENTRE LOS SEXOS, FORTALECIENDO LA CAUSA FEMENINA, PERO SIN DEJAR DE RETRATAR, DE CRITICAR, CIERTAS ACTITUDES PROPIAS DE LAS MUJERES, COMO EL EXCESO DE DEPENDENCIA DE LOS HOMBRES, LA NECESIDAD DE AGRADARLOS O LA IDEA EXCESIVAMENTE ROMÁNTICA DEL AMOR, DE LA VIDA EN PAREJA, DEL MATRIMONIO.
La propia autora explica en el prefacio de la edición que tengo entre las manos (DeBolsillo, Penguin Random House); fechada en 1971, nueve años después de su publicación inicial, en 1962, que no escribió la obra con la intención de que fuese un “toque de clarín” en pro de la liberación de las mujeres, aunque en ella se describen “muchas emociones femeninas de agresión, de hostilidad, de resentimiento”. Pero reconoce con ironía que en cuanto acabó el proceso de creación supo que tenía mucho de “panfleto de la guerra de los sexos” y que ese era el diagnóstico que iba a prevalecer. Se refiere a la polémica que se levantó en su momento entre defensores y detractores de la entrega; la animadversión que causó en muchas lectoras a las que no les gustó la autocrítica, la contemplación de sus contradicciones en el espejo de la ficción. Lessing constata, en el momento en que escribe el prólogo del que hablamos, que en poco tiempo muchas de estas reacciones se habían suavizado.
Confiesa la autora que aprendió a medida que iba desarrollando su historia, avanzando a tientas en sus arenas movedizas. “Toda suerte de experiencias y de ideas que yo no reconocía como propias fueron apareciendo (…) El hecho mismo de escribir resultó más traumatizante que la evocación de mis experiencias, hasta el punto de que eso me transformó (…) Se juntaron pensamientos y temas que había guardado en mi mente durante años…”, asegura en un texto interesantísimo sobre el proceso de creación y sobre los mecanismos de la lectura; sobre lo que el autor intenta transmitir con su obra y sobre lo que finalmente acaban recibiendo los lectores, con un revelador análisis acerca de los dogmas de la crítica y el adoctrinamiento de los estudiantes de letras.
A estos se dirige y les dice: “Solamente hay una manera de leer, que es huronear en bibliotecas y librerías, tomar libros que llamen la atención y leer solamente esos, dejándolos a un lado cuando aburren, saltándose las partes pesadas y nunca, absolutamente nunca, leer algo por sentido del deber o porque forme parte de una moda o de un movimiento. Recuerde que el libro que le aburre cuando tiene veinte o treinta años le abrirá perspectivas cuando llegue a los cuarenta o a los cincuenta, o viceversa. No lea un libro si no es para usted el momento oportuno…”
No puedo dejar de sonreír al pensar que El cuaderno dorado ha llegado a mis manos en un buen momento. No puedo dejar de reflexionar sobre la importancia de llegar a determinadas obras en etapas concretas de la vida y sobre la manera en que las propias circunstancias moldean la interpretación que nos hacemos de las mismas y el poder transformador que pueden llegar a ejercer en nosotros. Para mí El cuaderno dorado es una novela abierta, una multiplicidad de ventanas-cuadernos (negro, rojo, amarillo, azul, hasta llegar al dorado) por las que observar la realidad y mirarnos sin prejuicios. Siendo muchas cosas, lo he recibido como un relato río que nos habla de los valores, de la manera en que elegimos vivir, de las consecuencias de las decisiones que tomamos y del precio que supone seguir adelante de acuerdo a las propias convicciones, sin dejarnos llevar por las corrientes imperantes, en lucha constante entre los principios y los deseos y el discurrir de una realidad a la que, en mayor o menor medida, tenemos que amoldarnos.
Anna Wulf y su gran amiga Molly son dos mujeres que se resisten a seguir las normas sociales, a vivir de acuerdo a los esquemas del capitalismo, mientras asisten, perplejas, desencantadas, a la tiránica puesta en marcha de los ideales comunistas en la Unión Soviética, al modo en que muchos adeptos, demasiados intelectuales, siguieron negando durante mucho tiempo esa deriva y mirando para otro lado. Como indica la autora estamos ante una novela de ideas, fragmentada, de tonalidades diversas, donde pensamientos y conductas se enfrentan y se influyen. Ella habla en el prefacio citado de fracaso, del fracaso americano, representado por Anna y Saul Green, ambos escritores, ambos unidos en una relación en la que la destrucción se acaba tornando creación.
Son muchas las bifurcaciones de este camino narrativo. La protagonista va escribiendo cuadernos, diarios, de cariz diverso. En uno se refiere a una novela ambientada en África con la que ha logrado el éxito y donde Lessing alude a sus vivencias en Rodesia y a su lucha contra la segregación racial. En otro despliega apuntes para futuras historias. Hay libretas dedicadas a su día a día, a sus sentimientos más íntimos. Habla de su amistad con Molly, de sus relaciones sexuales, de su papel como madre, de sus bloqueos creativos, de sus estados depresivos y del psicoanálisis que lleva a cabo, de su crisis ideológica y su decisión de abandonar el Partido Comunista…
Lessing aborda, a través de la ficción, como os comentaba, ideas que desarrolla en sus ensayos, así el sometimiento a las presiones de grupo; la experiencia de la guerra y la nostalgia soterrada que despierta en muchas personas que la recuerdan como el momento en que pudieron dar rienda suelta a sus impulsos más turbios y desenfrenados. Lessing afronta la dificultad para educar a los hijos lejos de los dogmas imperantes, algo en lo que Molly, una actriz divorciada con un hijo que acaba de salir de la adolescencia, acaba fracasando, al tiempo que Anna ve como su hija se aleja de todo lo que ella representa y decide ser una estudiante obediente, de uniforme; una futura ciudadana decidida a vivir de acuerdo al orden establecido, lejos de las dificultades de adaptación y complejidades de su madre.
“Exigimos demasiado. Hemos rechazado siempre comportarnos según las reglas. ¿Por qué, pues, nos alarmamos cuando el mundo no nos trata conforme a ellas? Eso es lo que ocurre”, escuchamos a Anna, quien en otro momento vuelve a dirigirse a Molly: “Todo se está desmoronando. Toda esa gentuza de las altas esferas no cree en nada…” Y más adelante declara: “Somos gente que, a causa de nuestra situación en la historia, nos entregamos con gran energía, aunque solo en nuestra imaginación (y de ahí viene todo) al gran sueño; y ahora tenemos que reconocer que se ha desvanecido y que la verdad es otra, que nosotros ya no servimos para nada…”
“EXIGIMOS DEMASIADO. HEMOS RECHAZADO SIEMPRE COMPORTARNOS SEGÚN LAS REGLAS. ¿POR QUÉ, PUES, NOS ALARMAMOS CUANDO EL MUNDO NO NOS TRATA CONFORME A ELLAS? ESO ES LO QUE OCURRE”, ESCUCHAMOS A ANNA WULF, PROTAGONISTA DE «EL CUADERNO DORADO».
“Sí, es muy extraño todo…” siente la protagonista, enfrentada a las incertidumbres de la vida, a una realidad en proceso de cambio, donde “cualquier cosa es posible”, a una etapa vital en la que cabe preguntarse en qué se ha equivocado, dónde están los errores que la han conducido hacia un presente entre brumas. ¿Por qué nos decepcionamos? ¿Por qué seguimos sintiendo la necesidad de encontrar a “grandes hombres” en los que descargar el deseo de mover el mundo en la buena, en la mejor dirección posible? ¿Por qué, pese a todo, seguimos creyendo en ocasiones que aún puede nadarse a contracorriente y por qué son tan pocas las personas capaces de hacerlo?, son interrogaciones que abrimos mientras pasamos las páginas de esta novela que nos invita a reflexionar en todo momento.
Las páginas de El cuaderno dorado son intensas, densas en ocasiones, cargadas de escepticismo, de tristeza, pero también de luz y de energía. Estamos ante una novela nada “light”, en la que entra la ideología, la política, como uno de los motores que nos mueven y marcan nuestros pasos, del mismo modo que el sexo y la necesidad de empatía y de amor. Imposible encorsetarla, os decía. Es una novela que nos abarca, que nos abraza, que nos pone en cuestión constantemente, con un estilo que cambia, que adquiere modulaciones múltiples, que juega con distintos géneros y maneras de contar.
Anna Wulf existe en la realidad y en sus ficciones, del mismo modo que Doris Lessing. Ambas se encuentran y se confunden regalándonos profundas búsquedas y revelaciones. “No conozco a nadie que no sea incompleto (…) Todos estamos atormentados y luchamos… Lo mejor que puede decirse de cualquiera es que lucha”, piensa Anna-Lessing. “Me ha enseñado usted a llorar; gracias por nada. me ha devuelto la capacidad de sentir y esto es demasiado doloroso”, se despide la protagonista de Madre Azúcar, nombre que da a su psicoanalista. Hay un momento en que se alude en la novela a los “prisioneros del miedo” y a la existencia de personas que han de desenmascarar esos miedos ante el común de los mortales. Se trata de ir empujando la piedra, promoviendo cambios. Se trata de romper los barrotes de las cárceles que elegimos. Se trata, pese a todo, de preservar los ideales, de no rendirse, de negar con firmeza que valores como la fraternidad están pasados de moda. Todo eso está, es, El cuaderno dorado. Y muchísimo más que, vosotros, cada lector, con su propio criterio, irá añadiendo a los Cuadernos.
«Las cárceles que elegimos», editado por Lumen, ha sido traducido por Ariel Font Prades
"Este lugar, antiguamente honrado por su vínculo con la muerte y presumiblemente con una deidad de algún tipo, hizo que Maira reflexionara sobre lo que sabía de él. No demasiado. La elevada colina o cima, tal vez volcánica en su origen, albergaba, del lado del mar, la Grieta, por donde las flores rojas se deslizaban cuando llegaba la estación. Ahora creemos que la Grieta era la deidad, que emulaba el rojo del flujo de las grietas, asociado a la luna. Cuando volvemos la vista atrás, al origen de nuestros dioses, no siempre resulta fácil definir con precisión qué era divino. ¡Nadie pretende escalar las laderas del monte Olimpo! ¡Ni ver a Venus abrirse paso entre las olas!
Pero aquella Grieta exhalaba un aire de espanto, de temor, a pesar de que no era difícil coronar su cima. Por el lado del mar se hallaban la Grieta y la cueva entre cuyas hendiduras y resquicios podían apreciarse los esqueletos, las calaveras, el polvo blanco de los huesos. Pero por el otro lado se abría un pequeño camino, a cuyo final había un borde, y no muy por debajo de éste había una plataforma sobre la que muchas muchachas habían permanecido temblando antes de ser arrojadas al osario. Algo más que un olor putrefacto emergía desde las profundidades: había vapores que al principio confundían y después anestesiaban a las muchachas, inconscientes en el momento de ser empujadas. La razón por la que nosotros, los varones, creíamos que esta práctica había cesado era precisamente porque Maira y Astrea y sus aliadas no pensaron en este lugar cuando intentaron desentrañar los planes de las féminas ancianas. Es probable que hiciera tanto tiempo que los sacrificios habían tenido lugar que todo el mundo los hubiera olvidado.
Cuando llegó la luz pudieron ver un largo camino desde las llanuras del mar hasta la montaña que conducía al valle de los muchachos. Ni un movimiento. Lejos, en su costa, manchas y puntos diminutos mostraban que no todas las muchachas habían partido a la recolección de almejas. Una pareja de águilas volaba alrededor de la montaña. Y entonces, pero no sucedió hasta el mediodía, un grupo de las muchachas enemigas llegó desde sus rocas, sin prisa, tomándose el tiempo que necesitaban, y se detuvieron en la Roca de la Muerte, como si no estuvieran dispuestas a seguir adelante. ¿Cuántas eran? El término empleado es «varias». Abandonaron la Roca despacio y se dirigieron a la base de la montaña. Comenzaron a escalar. Ninguna de aquellas muchachas había estado antes en el valle, aunque algunas acompañaron a la fémina anciana que había querido ver las cosas por sí misma. Estuvieron demasiado ocupadas sosteniendo a la fémina anciana, calmándola, para fijarse en el camino. Su ascenso fue muy lento, posiblemente porque las águilas les chillaban. Cuando llegaron a la cumbre se quedaron allí, mirando hacia el valle y su temible río. ¿Por qué se detuvieron? Desde el valle llegaban alaridos y gritos, y en un momento los muchachos emprendieron el camino hacia allí arriba. Las muchachas agitaban sus pechos y meneaban seductoramente las caderas, a las que tal vez daban uso por primera vez. Quedó claro, finalmente, que las féminas ancianas, o al menos una de ellas, habían entendido lo que Maira les había explicado. Habían dicho a las muchachas que sedujeran a los chorros, que los conquistaran. Pero ¿con qué fin? "
"Gerald se había transformado en padre o hermano mayor de los niños. Les conseguía alimentos. En parte lo solicitaba en los mercados. La gente era generosa. Esto era lo extraordinario, que la ayuda mutua y el espíritu de sacrificio estuviesen presentes al lado del cinismo. Por otra parte, hacía excursiones al campo para obtener provisiones que aún era posible adquirir o robar. Por último, lo mejor de todo, estaba el gran huerto en el fondo de la casa, que Gerald enseñó a cultivar a los niños. Este huerto era guardado día y noche por los niños mayores, armados de revólveres o garrotes, arcos y flechas u hondas.
Allí estaban, pues, el calor, el afecto, la familia.
Emily creía haber adquirido una familia ya formada.
Y en este punto comenzó una época nueva, extraña. Vivía conmigo, «bajo mi cuidado», lo cual era un chiste, pero a la vez, la razón por la cual seguíamos juntas. Sin duda seguía viviendo con su Hugo, a quien no se resignaba a dejar. Todas las noches, no obstante, después de comer temprano (y yo llegué a disponer la hora de esta comida de tal manera que le fuera más fácil seguir la nueva vida), me decía: «Me voy ahora, si a usted no le importa», y sin esperar respuesta y con una leve sonrisa culpable y a la vez maliciosa, partía, después de haber besado a Hugo en una pequeña ceremonia privada que era como un pacto o una promesa. En general, volvía a casa mediada la mañana siguiente.
Me preocupaba, desde luego, un posible embarazo, pero las convenciones impuestas por nuestra relación me impedían hacerle preguntas, y de todos modos sospechaba que lo que yo veía como una carga imposible, que la arrastraría consigo, la destruiría, sería acogido por ella con estas palabras: «¿Qué tiene de malo? Otras han tenido niños y se las arreglaron, ¿no?». Me preocupaba, asimismo, que su relación con su nueva familia se hiciera tan estrecha que simplemente se alejara de nosotros, de Hugo y de mí. Allí estábamos nosotros, los dos, esperando. Esperar era nuestra ocupación. Nos hacíamos compañía. El hecho era, no obstante, que el animal no era mío, saltaba a la vista que no lo era. Esperaba, escuchando, a Emily, con los ojos verdes fijos y vigilantes. Siempre estaba preparado para levantarse y recibirla en la puerta —yo sabía que estaba a punto de llegar minutos antes de que apareciera, porque Hugo husmeaba u oía o intuía su presencia cuando todavía estaba a varias manzanas de distancia—. Junto a la puerta los dos pares de ojos, los verdes y los castaños, se ligaban en un deslumbrante haz de emociones. Luego Emily lo abrazaba, lo alimentaba e iban a bañarse. Todavía no había baños ni duchas en la comuna de Gerald. Después se vestía e inmediatamente se dirigía a la acera.
También este período pareció prolongarse de forma interminable. Fue un verano largo con tiempo invariable, día tras día. Fue caluroso, sofocante, ruidoso, polvoriento. Emily, así como las demás muchachas, había vuelto, con el tiempo caluroso, a formas anteriores de vestirse y había abandonado las gruesas prendas que antes usara para abrigarse. Volvió a instalar la vieja máquina de coser y se confeccionó vestidos vistosos con ropa vieja de los puestos callejeros, o bien usaba directamente los vestidos viejos. "
Una merienda en el campo (fragmento)
"¿Cómo podemos saber si vieron lo que nosotros vemos? Quizá cuando miraron las colinas, valles, árboles, se hicieron con lo que vieron en una forma que nosotros no comprendemos, cómo los aborígenes en Australia pueden ser parte de un paisaje a través del canto. Quizá, avizorando, de espaldas a las pinturas que habían ejecutado, ellos eran el paisaje, eran lo que veían. En ocasiones la gente de hoy tiene destellos o momentos, que son como si formaran "parte de todo", emergen en "todo"; ondean en árboles, plantas, suelo, rocas y pasan a ser uno con ellos. ¿Cómo sabemos que esta condición, que se consigue sólo temporal y ocasionalmente, y por rara gente, no fue su estado permanente?"
Doris Lessing icono de las causas marxistas, anticolonialistas, antisegregacionistas y feministas
Basada en fotografía de Doris Lessing en 1962 |
https://www.domestika.org/es/projects/256942-portada-del-libro-el-cuaderno-dorado-de-la-escritora-doris-lessing
http://www.lecturalia.com/autor/1720/doris-lessing
https://es.wikipedia.org/wiki/Doris_Lessing
http://www.terriwindling.com/blog/2013/11/doris-lessing-1919-2013.html
En 1949 se trasladó a Londres, donde aún vive, pero su residencia europea está amenizada, entre otras cosas, por el compromiso civil con la Resistencia afgana, los muyahidines. En 1986 fue a Pakistán para comprobar personalmente las condiciones de los refugiados y hablar con los líderes de los muyahidines; el resultado es un libro a medio camino entre el reportaje y la novela: El viento dispersa nuestras palabras .
El resto de la producción literaria de Doris Lessing está vinculado a historias intensas, aunque a menudo melancólicas, de niñas y mujeres, casi todas con un trasfondo autobiográfico evidente, que reivindican el derecho a la afectividad, a una vida más consciente en conflicto y la vida cotidiana.
En 2007 recibió el Premio Nobel de Literatura.
Doris Lessing : bibliografía
Descent into Hell, Fanucci, 2009
Alfred y Emily, Feltrinelli, 2008
Una comunidad perdida, Fanucci, 2008
Gatos muy especiales, Feltrinelli, 2008
Un lugar atemporal, Fanucci, 2008
Diario de Jane Somers, Feltrinelli, 2007
Un matrimonio pacífico, Fanucci, 2007
El cuaderno dorado, Feltrinelli, 2007
Bajo la piel. Mi autobiografía. Vol. 1: 1919-1949 , Feltrinelli, 2007
Le nonne , Feltrinelli, 2006
El sentido de la memoria , Fanucci, 2006
Mara y Dann , Fanucci, 2005
La historia del general Dann, la hija de Mara, Griot y el perro de la nieve , Fanucci, 2005
Memorias de un superviviente , Fanucci, 2003
La vejez de El Magnífico , Archinto, 2001
Ben nel mondo , Feltrinelli 2000
El cuaderno dorado , Feltrinelli, 2000
La hierba canta , La Tartaruga, 2000
Caminando en la sombra. Mi autobiografía (1949-1962) , Feltrinelli, 1999
El hábito de amar , Feltrinelli, 1999
London stories , Feltrinelli, 1999
African smile. Cuatro visitas a Zimbabwe , Feltrinelli, 1999
Gatos muy especiales , La Tartaruga, 1999
Diario de Jane Somers , Feltrinelli, 1998
Cuentos africanos , Feltrinelli, 1998
El quinto hijo , Feltrinelli, 1998
La otra mujer , Feltrinelli, 1998
Amor, de nuevo , Feltrinelli, 1998
Bajo la piel. Mi autobiografía (1919-1949) , Feltrinelli, 1997
Si la juventud supiera , Feltrinelli, 1997
Un matrimonio para siempre , Feltrinelli, 1997
Martha Quest , Feltrinelli, 1997
Descent to hell , Tropea, 1996
Echoes of the storm , Feltrinelli, 1994
La niña buena terrorista , Feltrinelli, 1994
Historia de un hombre que no se casó , TEA, 1994
Martha Quest , Feltrinelli, 1991
La historia de un hombre que no se casó , Guanda, 1989
Mi madre , Bollati Boringhieri, 1988
Esta es la historia del mundo: revolucionarios que se convierten en tiranos, líderes que afirman estar junto a las masas, volviendo a los individuos que hay dentro de ellos unos contra otros, agitando certezas y fariseísmo para distraer la atención de las incómodas incógnitas, de la gran pregunta abierta de qué nos hace y nos mantiene humanos, y humanos juntos.
Esta es también la historia del mundo: los artistas -aquellos faros del espíritu — Decir la verdad al poder, poner la imaginación por delante de la ideología, el alma por encima del yo., desinteresado que nos veamos, que recordemos, como James Baldwin le dijo a Margaret Mead en su conversación de época, que “todavía somos la única esperanza de cada uno.”
Nacido en Irán meses después del final de la Primera Guerra Mundial y criado por padres agricultores en el actual Zimbabwe., Doris Lessing (22 de octubre de 1919 – 17 de noviembre de 2013) era todavía una niña cuando sintió que algo estaba profundamente mal en el incuestionable sistema colonial de su mundo, en la opresión que era el eje de ese mundo. Cuando ella era una mujer joven, una época en la que nuestro impulso de rebelarnos contra el sistema roto es ardiente pero todavía no tenemos las herramientas para rebelarnos inteligentemente, todavía no sabemos las preguntas correctas que debemos hacer para saber si la respuesta que presentamos como alternativa es mejor o peor: ella se rebeló y abrazó el comunismo como “una manifestación interesante de la voluntad popular”. Trabajando en ese momento como telefonista en Inglaterra, se unió al Partido Comunista. “Fue una conversión, aparentemente repentina y total (aunque de corta duración)”, recordaría más tarde. "El comunismo era, de hecho, un germen o virus que ya había estado trabajando en mí durante mucho tiempo... debido a mi rechazo a la sociedad represiva e injusta de la vieja África dominada por los blancos". No le llevó mucho tiempo ver las grietas del comunismo. Dejó el partido, descubrió el sufismo, quedó fascinada con el naciente campo de la psicología conductual y sus reveladores, a menudo inquietantes hallazgos, sobre el funcionamiento interno de la mente, sus formidables poderes para actuar y sus inmensas vulnerabilidades para que se actúe sobre ella. Pero no encontró ninguna respuesta preparada al problema de la armonía social..
Y así, de esa manera que tienen los artistas de quejarse creando, dedicó su vida –casi un siglo de vida, un siglo de guerras mundiales y levantamientos violentos, de cambios inimaginables para sus padres– a plantear las preguntas difíciles y esclarecedoras que nos ayudan comprender mejor qué nos hace humanos, cómo nos permitimos deshumanizar a los demás y qué se necesita para ser coherentes, como individuos y como sociedades. A los 87 años, se convirtió en la persona de mayor edad en recibir el Premio Nobel, otorgado por escribir que “con escepticismo, fuego y poder visionario ha sometido a un escrutinio a una civilización dividida”..”
En 1985, meses después de que yo naciera bajo la dictadura comunista de Bulgaria, Doris Lessing pronunció las apreciadas Conferencias Massey anuales en Canadá, adaptadas más tarde a una serie de ensayos breves bajo el inquietante título Prisiones en las que elegimos vivir (Biblioteca Pública) — una mirada inquisitiva a cómo es posible que “nosotros (la raza humana) ahora poseamos una gran cantidad de información concreta sobre nosotros mismos, pero no la utilizamos para mejorar nuestras instituciones y, por lo tanto, nuestras vidas”, vista a través de una fe lúcida. que tenemos todo el poder, la urgencia y la dignidad que necesitamos para elegir lo contrario, para usar lo que hemos aprendido sobre lo peor de nuestra naturaleza para nutrir y magnificar lo mejor de nuestra naturaleza, para descubrir “cómo nos comportamos para controlarlo”. la sociedad y la sociedad no nos controla.”
Un sentimiento del que Rebecca Solnit se haría eco tres décadas después en su clásico moderno. Esperanza en la oscuridad, lessing escribe:
Estamos en una época en la que da miedo estar vivo, en la que es difícil pensar en los seres humanos como criaturas racionales. Dondequiera que miremos vemos brutalidad, estupidez, hasta que parece que no hay nada más que ver excepto eso: un descenso a la barbarie, en todas partes, que no podemos controlar. Pero creo que si bien es cierto que hay un empeoramiento general, es precisamente porque las cosas son tan aterradoras que nos quedamos hipnotizados y no notamos (o si lo notamos, menospreciamos) fuerzas igualmente fuertes en el otro lado, las fuerzas, en En definitiva, de razón, cordura y civilización..
Para ser realista acerca de nuestra propia naturaleza, sostiene Lessing, es necesario prestar atención a ambos aspectos: el destructivo y el creativo. Este es el espejo cósmico que Maya Angelou le mostró a la humanidad en su impresionante poema espacial, instándonos a “aprender que no somos ni demonios ni teólogos”. Una época anterior a ella, Bertrand Russell, también premio Nobel de Literatura, aunque con formación científica — contado con nuestras capacidades gemelas para definirlos en términos elementales: "Construimos cuando aumentamos la energía potencial del sistema en el que estamos interesados, y destruimos cuando disminuimos la energía potencial". — y en términos existenciales: “Tanto la construcción como la destrucción satisfacen la voluntad de poder, pero la construcción es por regla general más difícil y, por lo tanto, da más satisfacción a la persona que puede lograrlo..”
Nuestra cordura, observa Lessing, radica en “nuestra capacidad de ser distantes y poco halagadores acerca de nosotros mismos” – y en la comprensión de que nosotros mismos no estamos aislados en el tiempo sino linajes de creencias y tendencias con raíces mucho más largas que nuestras vidas, no soberanas sino contiguas. con todos los demás yoes que ocupan la zona particular del espacio-tiempo en la que hemos nacido. Es vital, insiste, que nos examinemos a nosotros mismos (a nosotros mismos y la constelación de seres que es nuestra sociedad dada) desde varios lugares..
Por eso necesitamos escritores, esos observadores profesionales, en palabras de Susan Sontag. espléndida definición, cuyo trabajo es “prestar atención al mundo” y hacer brillar la luz de esa atención en todos los lados del caleidoscopio que es una cultura determinada en un momento determinado. Una década después de que Iris Murdoch escribiera en su Magnífico análisis del papel de la literatura en la democracia. que “los tiranos siempre temen al arte porque quieren desconcertar, mientras que el arte tiende a aclarar”, escribe Lessing.:
En las sociedades totalitarias se desconfía de los escritores precisamente por esta razón... Los escritores en todas partes son aspectos unos de otros, aspectos de una función que ha sido desarrollada por la sociedad... La literatura es una de las maneras más útiles que tenemos de lograr este “otro ojo”, este desapegado. manera de vernos a nosotros mismos; la historia es otra.
Debido a que somos el futuro de nuestro propio pasado, la posteridad de nuestros antepasados, mirar hacia atrás en la historia desde nuestro punto de vista actual ofrece un terreno de entrenamiento fértil para mirar hacia el futuro, para dar forma al mundo del mañana. lessing escribe:
Cualquiera que lea historia sabe que las convicciones apasionadas y poderosas de un siglo suelen parecer absurdas y extraordinarias al siguiente. No hay ninguna época en la historia que nos parezca como debe ser para las personas que la vivieron. Lo que vivimos, en cualquier época, es el efecto sobre nosotros de emociones masivas y de condiciones sociales de las que es casi imposible separarnos..
[…]
No existe tal cosa como que yo esté en lo cierto, que mi lado esté en lo cierto, porque dentro de una generación o dos, mi forma actual de pensar seguramente resultará tal vez ligeramente ridícula, tal vez bastante anticuada por los nuevos desarrollos... en el mejor de los casos. , algo que ha sido transformado, toda pasión gastada, en una pequeña parte de un gran proceso, un desarrollo.
En consonancia con la advertencia de Carl Sagan contra “la sensación de que tenemos el monopolio de la verdad” y con la advertencia de Joan Didion contra Confundir la justicia propia con la moralidad., Ofertas de arrendamiento:
Este asunto de vernos a nosotros mismos como en lo correcto y a los demás en lo incorrecto; nuestra causa es correcta, la de ellos es incorrecta; nuestras ideas son correctas, las de ellos como tonterías, si no absolutamente malvadas... Bueno, en nuestros momentos de sobriedad, nuestros momentos humanos, los momentos en que pensamos, reflexionamos y permitimos que nuestras mentes racionales nos dominen, todos sospechamos que esto “Yo tengo razón, tú estás equivocado” es, sencillamente, una tontería. Toda la historia y el desarrollo se desarrollan a través de la interacción y la influencia mutua, e incluso los extremos más violentos del pensamiento y del comportamiento se entretejen en la textura general de la vida humana, como una sola hebra de ella. Este proceso se puede ver una y otra vez en la historia. De hecho, es como si lo que es real en el desarrollo humano –la principal corriente de la evolución social– no pudiera tolerar los extremos, por lo que busca expulsar a los extremos y a los extremistas, o deshacerse de ellos absorbiéndolos en la corriente general..
Al recordar el Zimbabwe colonialista de su infancia, las actitudes “prejuiciadas, feas e ignorantes” de los gobernantes blancos, reflexiona:
Se suponía que estas actitudes eran indiscutibles e inalterables, aunque un simple vistazo a la historia les habría dicho (y muchos de ellos eran personas educadas) que era inevitable que su gobierno pasara, que sus certezas eran temporales..
En el centro de la investigación de Lessing está la paradoja de cómo personas aparentemente sensatas y de buen corazón se alistan en ideologías de opresión. Kierkegaard había escrito en la Edad de Oro de las revoluciones europeas –esos intentos idealistas pero imperfectos de unificar ducados feudales fracturados en naciones libres, intentos que modelaron la posibilidad de unos Estados Unidos de América– que “la evolución del mundo tiende a mostrar la importancia absoluta de la categoría del individuo aparte de la multitud”, que “la verdad siempre reside en la minoría, y la minoría siempre es más fuerte que la mayoría, porque… la fuerza de una mayoría es ilusoria, formada por pandillas que no tienen opinión”. Una época y un orden mundial después, Lessing analiza cómo se afianzan los regímenes de terror:
Casi todo el mundo en tales situaciones se comporta automáticamente. Pero siempre hay una minoría que no lo hace, y me parece que nuestro futuro, el futuro de todos, depende de esta minoría. Y que deberíamos pensar en maneras de educar a nuestros hijos para fortalecer a esta minoría y no, como lo hacemos principalmente ahora, para reverenciar a la manada..
El desastre que hemos creado, insinúa, puede ser la herramienta de enseñanza más eficaz que tenemos: una advertencia viviente contra hacer lo mismo, un llamado de atención a rebelarnos haciendo lo contrario.:
Quizás no sea exagerado decir que en estos tiempos violentos el deseo más bondadoso y sabio que tenemos para los jóvenes debe ser: “Esperamos que su período de inmersión en la locura grupal, en la superioridad grupal, no coincida con algún período de la historia de tu país cuando puedas poner en práctica tus estúpidas y asesinas ideas. “Si tienes suerte, saldrás mucho más ampliado por tu experiencia de lo que eres capaz de hacer en términos de intolerancia y fanatismo. Comprenderás absolutamente cómo personas cuerdas, en períodos de locura pública, pueden asesinar, destruir, mentir y jurar que negro es blanco..”
En cuanto a nosotros, aquí en este desorden turbulento, nuestra única salvación reside en aprender a “vivir nuestras vidas con mentes libres de compromisos violentos y apasionados, pero en una condición de duda inteligente sobre nosotros mismos y nuestras vidas, un estado de tranquilidad, vacilación, curiosidad desapasionada”. lessing escribe:
Mientras todas estas ebulliciones y convulsiones continúan, al mismo tiempo, en paralelo, continúa esta otra revolución: la revolución silenciosa, basada en la observación sobria y precisa de nosotros mismos, de nuestro comportamiento, de nuestras capacidades... Si decidiéramos utilizarla, ] transformar el mundo en el que vivimos. Pero significa dar ese paso deliberado hacia la objetividad y alejarnos del emocionalismo salvaje, eligiendo deliberadamente vernos a nosotros mismos como, tal vez, un visitante de otro planeta podría vernos..
Esta, de hecho, fue la cláusula condicional en las palabras de Baldwin a Mead: para ser "la única esperanza de cada uno".,” el dijo, deberíamos ser “lo más lúcidos posible acerca de los seres humanos”. Éste también era el optimismo condicional de Maya Angelou para la humanidad: “Ahí es cuando, y sólo cuando, llegaremos a ello”; “Verdad valiente y sorprendente,” en equilibrio sobre el punto de apoyo de nuestras capacidades en conflicto, “que somos lo posible, somos lo milagroso, la verdadera maravilla de este mundo”..”
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