" Cuando Gregorio Samsa despertó aquella mañana, luego de un sueño agitado, se encontró en su cama convertido en un insecto monstruoso. Estaba echado sobre el quitinoso caparazón de su espalda, y al levantar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas durezas, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia. "
Franz Kafka (Rep. Checa, 1883-1924) | |
Escritor judío checo, cuya desasosegadora y simbólica narrativa, escrita en alemán, anticipó la opresión y la angustia del siglo XX. Está considerado como una de las figuras más significativas de la literatura moderna; de hecho, el término 'kafkiano' se aplica a situaciones sociales angustiosas o grotescas, o a su tratamiento en la literatura. Kafka nació en Praga (que entonces pertenecía al Imperio Austro-húngaro) el 3 de julio de 1883, en una familia de clase media. Su padre, un comerciante, fue una figura dominante cuya influencia impregnó la obra de su hijo y (según Kafka) agobió su existencia. En Carta al padre, escrita en 1919, pero publicada, como casi toda su obra, póstumamente, Kafka expresa sus sentimientos de inferioridad y de rechazo paterno. A pesar de lo cual, Kafka vivió con su familia la mayor parte de su vida y no llegó a casarse, aunque estuvo prometido en dos ocasiones. Su difícil relación con Felice Bauer, una joven alemana a la que pretendió entre 1912 y 1917, puede ser analizada en Cartas a Felice (1967).Los temas de la obra de Kafka son la soledad, la frustración y la angustiosa sensación de culpabilidad que experimenta el individuo al verse amenazado por unas fuerzas desconocidas que no alcanza a comprender y se hallan fuera de su control. En filosofía, Kafka es afín al danés Sören Kierkegaard y a los existencialistas del siglo XX. En cuanto a técnica literaria, su obra participa de las características del expresionismo y del surrealismo. El estilo lúcido e irónico de Kafka, en el que se mezclan con naturalidad fantasía y realidad, da a su obra un aire claustrofóbico y fantasmal, como sucede por ejemplo en su relato La metamorfosis (1915). Gregorio Samsa, el protagonista, un voluntarioso viajante de comercio, descubre al despertar una mañana que se ha convertido en un enorme insecto; su familia lo rechaza y deja que muera solo. Otro de sus relatos, En la colonia penitenciaria (1919), es una escalofriante fantasía sobre las cárceles y la tortura. Contraviniendo el deseo de Kafka de que sus manuscritos inéditos fuesen destruidos a su muerte, el escritor austriaco Max Brod, su gran amigo y biógrafo, los publicó póstumamente. Entre esas obras se encuentran las tres novelas por las que Kafka es más conocido: El proceso (1925), El castillo (1926), y América (1927). Pese a haber estudiado Derecho en la Universidad de Praga, Kafka encontró un trabajo en una compañía de seguros hasta que la tuberculosis le obligó a abandonarlo. Intento reponerse primero junto al lago de Garda y después en Merano, hasta que el 19 de abril de 1924 tuvo que internarse en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, donde murió el 11 de junio de 1924. © M.E. |
Terminando en el Principio
Kafka: los primeros años
" El camino verdadero pasa por una cuerda, que no está extendida en alto, sino sobre el suelo. Parece preparada más para hacer tropezar, que para que se siga su rumbo.
Todos los errores humanos son fruto de la impaciencia. Interrupción prematura de un proceso ordenado, obstáculo artificial levantado al derredor de una realidad artificial.
A partir de cierto punto no hay retorno. Este es el punto que hay que alcanzar.
El poseer no existe, existe solamente el ser: ese ser que aspira hasta el último aliento, hasta la asfixia.
En un tiempo no podía comprender porqué no recibía respuesta a mi pregunta, hoy no puedo comprender como pude estar engañado hasta el extremo de preguntar. Pero no es que me engañase, preguntaba solamente.
Sólo temblor y palpitación fue su respuesta a la afirmación de que tal vez poseía pero no era. "
" Si pudiera uno ser un piel roja, inmediatamente dispuesto y, sobre el caballo al galope, escorado en el viento, sintiera una y otra vez el breve trepidar sobre el trepidante suelo, hasta perder las espuelas, porque no habría espuelas, hasta arrojar de sí las riendas, porque no habría riendas, apenas la tierra por delante, un brezal liso y rasurado, ya sin el cuello del caballo y sin la cabeza del caballo.
" Aquí nunca falta amor. No hay un amor funcionarial desgraciado. A este respecto no supone ninguna alabanza cuando se dice de una muchacha —aquí no hablo, ni mucho menos, sólo de Frieda— que ella se entregó al funcionario porque le amaba. Ella le amaba y se ha entregado a él, así ha sido, pero en ello no hay nada que alabar. Amalia, sin embargo, no ha amado a Sortini, objetas. Bueno, no le ha amado, pero a lo mejor sí que le ha amado, ¿quién puede decidir? Ni siquiera ella misma. ¿Cómo puede creer haberle amado cuando le ha rechazado con tanta fuerza, como probablemente no ha sido rechazado ningún funcionario? Barnabás dice que aún tiembla por el movimiento con que hace tres años cerró la ventana. Eso también es verdad y por eso no se le puede preguntar acerca de ello; ha terminado con Sortini, y sólo sabe eso; si le ama o no, eso no lo sabe.
Luego se presentó al camarero mayor, a cuyas órdenes quedaría: un hombre esbelto, hermoso, narigudo, que seguramente ya tenía unos cuarenta años. Ni siquiera tuvo tiempo de entablar la menor conversación y lo único que hizo fue llamar, mediante un timbre, a un muchacho ascensorista; era, por casualidad, precisamente el que Karl había visto la víspera. El camarero mayor sólo lo llamaba por su nombre de pila, Giácomo, pero de esa particularidad se enteró Karl sólo más tarde, puesto que a través de la pronunciación inglesa, el nombre quedaba tan desfigurado que era imposible reconocerlo.
¡Entonces no la he perdido! Y yo que, de veras, estaba ya convencido de que sí. La carta en la que calificaba usted de extraña a una de las mías me llenó de horror. En ello vi la confirmación involuntaria -y por esto mismo tanto mas decisiva- de una maldición a la que justamente en los últimos tiempos había creído, al menos en gran parte, escapar, y en la que iba a caer de nuevo y definitivamente. No fui capaz de contenerme,no fui capaz de escribirle nada, las dos cartas del sábado eran artificiosas de principio a fin, verdad era sólo mi convicción de que todo se había acabado. ¿Tiene una significación el hecho de que justo en el momento en que escribo esta palabra mi madre entra en mi habitación y se me acerca llorando, deshecha en llanto (está a punto de marcharse a la tienda, se pasa el día entero en la tienda, desde hace ya 30 años, todos los días), quiere saber qué me pasa, por qué permanezco callado cuando estamos sentados a la mesa (pero eso hace mucho tiempo que lo hago, precisamente para no derrumbarme) y muchas otras cosas?
De nuevo me ocurre que, de pura abundancia de cosas que decirla, no sé por dónde empezar. Pese a esto, considero estos últimos tres días como mensajeros de posibilidades de desdichas, siempre a la espera de realizarse, y no pienso volverle a escribir nunca más una carta de mayor envergadura en la inquietud de un día laborable. Tiene usted que estar de acuerdo, y no enfadarse y no hacerme ningún reproche. Pues en este momento, verá usted, siento el impulso de, le guste o no le guste, postrarme ante usted y darme a usted de modo tan total que no quede de mí para nadie ni huella ni recuerdo, pero, inocente o culpable, lo que no quiero es volver a leer una observación como la de aquella carta. Y no sólo es por esto que a partir de ahora únicamente le escribiré cartas breves (si bien es verdad que, en compensación, los domingos le escribiré una caria enorme, con voluptuosidad) sino también porque quiero emplear hasta la última gota de mis energías en mi novela, la cual le pertenece también a usted, o más exactamente, ha de poder darle una más clara idea de lo que de bueno hay en mí que las palabras meramente demostrativas de las más largas cartas de la más larga de las vidas. "
Este orden de publicación, que puede parecer contrario a la intuición, incluso apropiadamente “kafkiana” -era dictada por años de alto perfil disputas legales para el control de la herencia literaria Max Brod en Israel, durante la cual el acceso a los materiales que contenía, muchos de los cuales orificio directamente en los años de formación de Kafka, se le prohibió a los estudiosos.
Hoy fue un martes, lo que significaba que había un buen número de conciertos “militares” en la tienda. En el amplio jardín de la cerveza en el Sophieninsel, el alboroto comenzó a las cuatro de la tarde para los turistas, estudiantes y jubilados. La mayoría de la gente todavía tenía unas cuantas más horas de trabajo por delante de ellos, y esas almas desafortunadas que se ganaban la vida en una tienda tuvo que esperar hasta después del ocaso para unirse a las festividades.
Estas fluctuaciones constantes resultaron no sólo en una atmósfera de tumulto y los nervios de punta, sino también en una serie de separaciones que inculcó en poco Franz una profunda desconfianza respecto a la compatibilidad de las relaciones humanas y la cautela de un mundo en el que cada cara se había acostumbrado a o incluso llegado a querer podría desaparecer al instante y para siempre.
El más importante o el deseo más atractiva era la de lograr una visión de la vida (y esto fue ligado ineludiblemente con ella a convencer a los demás de la misma por escrito) en el que la vida conservó su complemento completo natural de ascenso y descenso, pero al mismo tiempo sería reconocido no menos claramente como nada, como un sueño, como flotando.
Tengo tanto que hacer! ... La gente se caen de los andamios como si estuvieran borrachos, en las máquinas, todas las vigas se derrumban, todos los diques ceden, todas las escaleras se deslizan, cualquiera que sea la gente lleva hasta cae, lo que la mano hacia abajo, la gente tropezarse. Y tengo un dolor de cabeza de todas estas chicas en fábricas de porcelana que seguir tirando a sí mismos por las escaleras con montículos de vajilla.
Kafka se sentía más cercano a las personas cuya vitalidad superior, que podía compartir sin pandeo bajo, participando en la vida de otros, cuyos flujos de energía que podía aferrarse a sin ceder el control de la dosificación de la energía.
“Vamos a ser rápida ahora”, dijo Kafka cuando llegaron al hotel. “Vamos a estar en París por sólo cinco días. Sólo dar la cara un poco de lavado.”Brod se fue corriendo a su habitación, dejó su equipaje, se hizo cargo de las necesidades básicas, y estaba de nuevo en cuestión de minutos. Su amigo, por el contrario, “había llevado hasta la última cosa fuera de su maleta y no se iría hasta que él había puesto todo en orden.” Kafka le preguntó por qué se Brod Carping en él.
- *No me resisto a señalar que cuando estaba escribiendo este párrafo, un grajo voló por la ventana abierta de mi estudio, y se bajó de nuevo sólo con la mayor dificultad. ↩
Kafka: los años decisivos
Kafka: Los años de visión
Franz Kafka: el poeta de la vergüenza y la culpa
un judío neurótico, un judío religioso, un místico, un judío que se odia a sí mismo, un criptocristiano, un gnóstico, el mensajero de un tipo de freudianismo antipatriarcal, un marxista, el existencialista por excelencia, el profeta del totalitarismo o del Holocausto, la voz icónica del alto modernismo, y mucho más...
No hay trampas metodológicas que sirvan; las jaulas del conocimiento siguen vacías. ¿Qué logramos entonces con todos nuestros esfuerzos? ¿La vida real de Franz Kafka? Claramente no. Pero quizá sea posible un vistazo fugaz, o una mirada sostenida.
Nadie más aparte de los que estaban a cargo pueden decir con certeza qué tanto ha progresado la construcción; ni siquiera está claro si las brechas entre la muralla estarán cubiertas cuando se haya terminado el trabajo. Nunca se ha completado, y siempre será un fragmento hecho de fragmentos.
Una de las razones principales por las que se considera que Kafka se mantenía distante de la realidad y de la política es que se enfocaba menos en las grandes pérdidas en sí –incluso cuando estas eran catastróficas– y más en el significado amplio de estas pérdidas, y en la manera en la que dejaban al descubierto la esencia del momento en su totalidad. La caída de un gran símbolo, el final de una tradición, el recorte de la punta de una pirámide [v. gr. el asesinato del archiduque Fernando y la destrucción subsecuente del Imperio austrohúngaro]; como muchos de sus contemporáneos, para él estos acontecimientos eran los signos de una disolución irreversible.
estableció un sistema de obsesiones que mejoraría su vida a un nivel narcisista, pero que a su vez consumiría toda su vitalidad. Su historia “La madriguera” presenta un símbolo claro de esto: una criatura que se amuralla para mantenerse autosuficiente, en un estado de sitio constante, condenada por lo mismo a una estado de alerta permanente. Todo es una amenaza; todo punto es vulnerable. Uno no puede bajar la guardia en ningún momento, cada acto descuidado es castigado, y la única fuga hundirá al barco. Si nada puede entrar, y todas las grietas están selladas, nada puede salir tampoco. Apuntó, escueto, en su diario: “Mi celda, mi fortaleza.” Es difícil imaginar una analogía más precisa.
Los Diarios y las Cartas indican con claridad que –excepto por ponderar constantemente su escritura, la última esencia de su ser– los asuntos que torturaron a Kafka durante la mayor parte de su vida eran de naturaleza sexual.
no me habrían convencido de escribir sobre un tema tan lejano de mi campo, la historia, si no fuera por temas muy específicos y poco mencionados que considero lo suficientemente importantes como para tratarlos en un pequeño ensayo biográfico.
Por la mañana, lucha en el camino hacia el Tannenstein, una lucha mientras contemplaba a los esquiadores en una competición de salto. El pequeño y alegre B., ensombrecido un poco, en toda su inocencia, por mis fantasmas; al menos a mis ojos; especialmente [, la pierna avanzada, con la media gris enrollada,] la mirada vaga, sin objetivo, las palabras inútiles. Se me ocurre –pero esto suena ya a artificioso– que la noche pasada quiso acompañarme a casa.6
Kafka sin duda habría socavado la estructura misteriosa, parabólica o alegórica de El castillo si hubiera hecho que su protagonista apareciera explícitamente como judío o como escritor, aunque esta doble experiencia de exclusión claramente estaba al fondo de la obstinada batalla por la aldea y el castillo.
Sin duda hay justicia en esta enfermedad; es solo un golpe que, incidentalmente, no siento como un golpe para nada, sino como algo dulce en comparación con el curso promedio de las cosas de los años pasados, así que es justo, pero es burdo, tan terrenal, tan simple, tan bien dirigido al lugar más conveniente.
Algo hay allí de nuestra pobre y breve infancia, algo de una dicha perdida que no puede encontrarse más; pero también algo de nuestra vida activa cotidiana, de sus pequeñas alegrías, incomprensibles y, sin embargo, incontenibles e imposibles de obliterar.11 ~Traducción de Pablo Duarte.
24 de octubre de 2013.
- 1Brod, aunque equivocado en algunas cosas, su representación de Kafka como un escritor religioso, por ejemplo, fue siempre de sentido común. Tenía gran medida la medida de su amigo, e incluso después de Kafka había sido diagnosticado con tuberculosis no dudó en escribir en él con un reproche plana: “Usted es feliz en su infelicidad” ↩
- 2En la cuestión de la originalidad del enfoque cabe mencionar de Pietro Citati Kafka (Traducción Inglés 1990) y de Robert Calasso K. (Traducción Inglés 2005). Estos no son biografías, pero meditaciones profundamente perceptivos y poéticas sobre el fenómeno único que Kafka representaba. ↩
- 3Es una vergüenza para relegar elogio de traducción de Shelley Frisch a una nota al pie, pero por el contrario se quiere destacar la claridad y la belleza de su lenguaje unemphatic. Stach no podría haber esperado un mejor versión en Inglés que esto, y es apto para citar aquí su comentario sobre el propio enfoque de Kafka con el lenguaje: “El alemán estándar sigue siendo el único medio Kafka respetado, y él nunca fue deliberadamente más allá de sus límites, y ciertamente no por mero efecto aún el viaje dentro de este medio lo tomó en territorios desconocidos.” ↩
- 4Stach escribe: “Un biógrafo no puede dar consejos, y los diagnósticos de larga distancia superficiales de las relaciones humanas que se remontan generaciones o incluso épocas se encuentran entre los efectos secundarios más viles de la nivelación histórico que ha llegado a ser frecuente, junto con el predominio discursivo de la psicología.” ↩
- 5“Cualquiera que sea unidades homoerótica pueden haber informado a la sexualidad de Kafka, que no era más probablemente un homosexual practicante que simplemente 'traducido' experiencia biográfica en forma literaria codificado”. Véase Mark M. Anderson, “Kafka, la homosexualidad y la estética de 'masculino Cultura,' ”en Género y Políticas de ficción austríaca , editado por Ritchie Robertson y Edward Timms (Edinburgh University Press, 1996), p. 80. ↩
- 6“Encuentro que cada pareja de recién casados pasando su luna de miel un espectáculo repugnante, si me relaciono yo con ellos o no, y si quiero despertar repugnancia en mí mismo, yo sólo debo imaginar poniendo mi brazo alrededor de la cintura de una mujer.” Citado en Anderson, Género y Política , p. 96. Por otra parte, Reiner Stach está convencido de que “los personajes femeninos de Kafka ... son representantes de potencia y de un conocimiento que no se adquiere por el estatus social, sino que confieren en cada persona de sexo femenino; estos son prototipos de un mito de la feminidad “. ↩
- 7Consulte “Todo Hacer 'un poco extraño': Las supresiones de Kafka en el manuscrito de un sistema Harman Das Schloss y lo que pueden Cuéntenos acerca de su proceso de escritura,” en un complemento de la obra de Franz Kafka , editado por James Rolleston (Camden House, 2002 ). Este ensayo fue traducido al alemán por Reiner Stach y publicado en Neue Rundschau , que, bajo la dirección de Robert Musil, muy bien podría haber publicado de Kafka “La metamorfosis”, por primera vez, que apareció en su lugar en Die Weissen Blätter en 1915. Centroamérica Europa era, y es, un mundo pequeño. ↩
- 8En enero de 1922, como Kafka se había embarcado en la composición de El Castillo , llegó una noche de nieve en el centro de bienestar de Spindelmühle en el Riesengebirge, cerca de la frontera con Polonia. En el Hotel Krone, donde se esperaba, se encontró con que fue incluido en el directorio como “Dr. Josef Kafka “. ↩
- La condena (fragmento)
" Y, en efecto, la larga carta que acababa de escribir esa mañana de domingo informaba a su amigo del éxito de su compromiso con las siguientes palabras: «Me reservé para el final la mejor noticia. Estoy comprometido con la señorita Frieda Brandenfeld, una joven de familia acomodada, que vino a vivir a esta ciudad mucho después de tu partida y a quien por lo tanto no puedes conocer. Ya tendré ocasión de darte más detalles sobre mi novia; hoy me limito a decirte que soy muy feliz y que el único cambio que esto provocará en nuestra relación de siempre es que, si hasta ahora has tenido un amigo como todos, ahora tienes un amigo feliz. Además, encontrarás en mi novia, que te saluda afectuosamente y que pronto te escribirá personalmente, una verdadera amiga, lo que siempre es algo para un muchacho soltero. Sé que muchos motivos te impiden venir a visitarnos, pero ¿no te parece que mi casamiento es la ocasión más apropiada para hacer a un lado todos esos obstáculos? De todos modos, sea como sea, haz como mejor te parezca, de acuerdo únicamente a tus intereses.»
Con esta carta en la mano, Georg permaneció largo rato sentado ante su escritorio, mirando hacia la ventana. Apenas había contestado con una sonrisa distraída el saludo de un conocido que pasaba por la calle.
Finalmente se metió la carta en el bolsillo y salió de la habitación; atravesó un breve corredor hasta llegar a la habitación de su padre, donde no había entrado durante meses. En realidad esto no era necesario, porque veía a su padre todos los días en el negocio y, además, a mediodía comían juntos en un restaurante; de noche cada uno hacía lo que quería, pero generalmente se quedaban un rato en la sala común, con sus respectivos diarios, a menos que Georg, como a menudo ocurría, saliera con sus amigos o, sobre todo en los últimos tiempos, fuera a visitar a su novia.
Georg se asombró de que el cuarto de su padre fuera tan oscuro, aun en una mañana de sol: tanta sombra daba la alta pared que limitaba el patiecito. El padre estaba sentado junto a la ventana, en un rincón adornado con diversos recuerdos de la difunta madre, y leía el diario sosteniéndolo un poco de costado ante los ojos, para compensar cierto defecto visual. Sobre la mesa estaban los restos del desayuno, del que parecía no haber aprovechado mucho.
—¡Ah, Georg! —dijo el padre, y se acercó para recibirlo.
Al andar, su pesada bata se abrió, y el amplio vuelo onduló susurrante en torno del anciano. «Mi padre es todavía un gigante», pensó Georg.
—Aquí está insoportablemente oscuro —dijo luego.
—Sí, está bastante oscuro —contestó el padre.
—¿Y tienes la ventana cerrada, además?
—Lo prefiero así.
—Afuera hace bastante calor —dijo Georg, como si continuara su observación anterior, y se sentó.
El padre recogió los platos del desayuno y los colocó sobre una cómoda.
—Sólo quería decirte —prosiguió Georg, que seguía con la mirada los movimientos de su padre, como si estuviera ausente— que he decidido enviar a San Petersburgo la noticia de mi compromiso.
Sacó del bolsillo un extremo de la carta y luego volvió a guardarla.
—¿A San Petersburgo? —preguntó el padre.
—Sí, a mi amigo —dijo Georg, buscando la mirada de su padre.
«En el negocio es otro hombre —pensó—; con qué solidez está aquí sentado, con los brazos cruzados sobre el pecho.»
—Sí. A tu amigo —dijo el padre con énfasis.
—Recordarás, padre, que al principio quise ocultarle mi compromiso. Por consideración hacia él; ése era el único motivo. Tú bien sabes que es una persona un poco quisquillosa. Pensé que podía enterarse por otras fuentes de mi compromiso, aunque, teniendo en cuenta su vida solitaria, eso no es muy probable; yo no podía evitarlo, pero de mí directamente no lo habría sabido nunca.
—Y, sin embargo, ¿ahora has cambiado otra vez de idea? —preguntó el padre, depositando su enorme periódico sobre el alféizar de la ventana y sobre el periódico las gafas, que cubrió con la mano.
—Sí, ahora he cambiado de idea. Si es realmente amigo mío, pensé, entonces, la felicidad de mi compromiso ha de ser también una felicidad para él. Y por lo tanto no me demoré en comunicárselo. Pero antes de enviar la carta quise decírtelo a ti.
—Georg —dijo el padre, abriendo su desdentada boca—, escúchame. Acudes a mí para hablarme de este asunto. Eso indudablemente te honra. Pero no sirve de nada, desgraciadamente no sirve de nada, si no me dices, además, toda la verdad. No quiero sacar a relucir cuestiones que no vienen al caso. Pero, desde la muerte de nuestra querida madre, han ocurrido ciertas cosas realmente desagradables. Quizá llegue alguna vez el momento de mencionarlas, y tal vez mucho más pronto de lo que pensamos. En el negocio hay muchas cosas que escapan a mi conocimiento, aunque esto no quiere decir que me las oculten (no pretendo insinuar ahora que me las ocultan), ya no soy tan capaz como antes, me falla la memoria, no puedo estar al corriente de todo. En primer lugar, esto se debe al ineludible proceso natural, y en segundo lugar, la muerte de nuestra querida madrecita ha sido para mí un golpe mucho más fuerte que para ti. Pero prefiero no alejarme de este asunto, de esta carta; por lo tanto, Georg, te ruego que no me engañes. Es una trivialidad, no vale la pena ni mencionarla; por eso mismo no me engañes. ¿Existe realmente ese amigo tuyo en San Petersburgo?
Georg se puso de pie, desconcertado.
—Dejemos en paz a mi amigo. Mil amigos no reemplazarían a mi padre. ¿Sabes qué pienso? Que no te cuidas bastante. La ancianidad exige ciertas consideraciones. Eres para mí indispensable en el negocio, lo sabes perfectamente; pero si el negocio es perjudicial para tu salud, mañana mismo lo cierro para siempre. Y eso no nos conviene. No puedes seguir viviendo como vives. Debemos introducir un cambio radical en tus hábitos. Te quedas aquí sentado, en la oscuridad, cuando en la sala hay tanta luz. Apenas pruebas el desayuno, en vez de alimentarte como corresponde. Te quedas junto a la ventana cerrada cuando el aire te haría tanto bien. ¡No, padre! Llamaré al médico, y seguiremos sus indicaciones. Cambiaremos de habitación: pasarás al cuarto de delante, y yo a éste. No advertirás el cambio, porque mudaremos también todas tus cosas. Pero hay tiempo para todo eso; por ahora, descansa un poco en la cama, seguramente necesitas reposo. Ven, te ayudaré a desvestirte, ya verás cómo puedo. O si prefieres ir ya a la pieza de delante, puedes acostarte por ahora en mi cama. Sería lo más sensato. "
Análisis The Franz Kafka Videogame
La Muralla China (fragmento)
" El Imperio es eterno, pero el emperador vacila y se tambalea; dinastías enteras se derrumban y mueren en un solo estertor. De esas batallas y esas luchas no sabrá nada el pueblo; es como el retrasado forastero que no pasa del fondo de una atestada calle lateral, mientras en la plaza central están ejecutando al rey. Hay una parábola que describe muy bien esta relación. El emperador -así dicen- te ha enviado a ti, el solitario, el mas miserable de sus súbditos, la sombra que ha huido a la más distante lejanía, microscópica ante el sol imperial; justamente a ti, el Emperador te ha enviado un mensaje desde su lecho de muerte. Hizo arrodillar al mensajero junto a su cama y le susurró el mensaje al oído; tan importante le parecía, que se lo hizo repetir. Asintiendo con la cabeza, corroboró la exactitud de la repetición. Y ante la muchedumbre reunida para contemplar su muerte -todas las paredes que interceptaban la vista habían sido derribadas, y sobre la amplia y alta curva de la gran escalinata formaban un círculo los grandes del Imperio-, ante todos ordenó al mensajero que partiera. el mensajero partió en el acto; un hombre robusto e incansable; extendiendo primero un brazo, luego el otro, se abre paso a través de la multitud; cuando encuentra un obstáculo, se señala sobre el pecho el signo del sol: adelanta mucho más fácilmente que ningún otro. Pero la multitud es muy grande: sus alojamientos son infinitos. Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría, que pronto oirías el glorioso sonido de sus puños contra tu puerta. Pero en cambio, que vanos son sus esfuerzos: todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio central; no acabará de atravesarlas nunca; y si terminara, no habría adelantado mucho; todavía tendría que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio circundante; y nuevamente las escaleras y los patios; y nuevamente un palacio, y así durante miles de años; y cuando finalmente atravesara la última puerta -pero esto nunca, nunca podría suceder- todavía le faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se amontona prodigiosamente. Nadie podría abrirse paso a través de ella, y menos aún con el mensaje de un muerto. Pero tu te sientas junto a tu ventana, y te lo imaginas cuando cae la noche. "
" Quien vive solo, y sin embargo desea de vez en cuando vincularse a algo; quien, considerando los medios del día, del tiempo, del estado de sus negocios y demás, anhela de pronto ver un brazo al cual pudiese aferrarse, no está en condiciones de vivir mucho tiempo sin una ventana a la calle. Y si le place no desear nada, y sólo se acerca a la ventana como un nombre cansado cuya mirada oscila entre el público y el cielo, y no quiere mirar hacia afuera, y ha echado la cabeza un poco hacia atrás, sin embargo, a pesar de todo esto, los caballos de abajo terminarán por arrastrarlo en su caravana de coches y su tumulto, conduciéndolo finalmente a la armonía humana. "
" Si bien se piensa, no es tan envidiable ser vencedor en una carrera de caballos. La gloria de ser reconocido como el mejor jinete de un país marea demasiado, junto al estrépito de la orquesta, para no sentir a la mañana siguiente cierto arrepentimiento. La envidia de los contrincantes, hombres astutos y bastante influyentes, nos entristece al atravesar el estrecho pasaje que recorremos después de cada carrera y que pronto aparece desierto ante nuestra mirada, exceptuando algunos jinetes retrasados, que se destacan diminutos sobre el borde del horizonte. La mayoría de nuestros amigos se apresuran a cobrar sus ganancias y sólo nos gritan un lejano y distraído "¡hurra!", volviéndose a medias, desde las alejadas ventanillas; pero los mejores amigos no apostaron nada a nuestro caballo porque temían enojarse con nosotros si perdíamos; pero ahora que nuestro caballo venció y ellos no ganaron nada, se vuelven cuando pasamos a su lado y prefieren contemplar las tribunas. Detrás de nosotros, los contrincantes, afirmados en sus cabalgaduras, tratan de olvidar su mala suerte y la injusticia que en cierto modo se ha cometido con ellos; tratan de contemplar las cosas desde un nuevo punto de vista, como si después de este juego de niños debiera comenzar otra carrera, la verdadera. Muchas damas consideran burlonamente al vencedor, porque parece hinchado de vanidad y, sin embargo, no sabe cómo encarar los interminables apretones de manos, congratulaciones, reverencias y saludos desde lejos, mientras los vencidos se callan y acarician ligeramente las crines de sus caballos, muchos de los cuales relinchan. Finalmente, bajo un cielo entristecido, empieza a llover. "
Por la noche (fragmento)
" ¡Hundirse en la noche! Así como a veces se sumerge la cabeza en el pecho para reflexionar, sumergirse por completo en la noche. Alrededor duermen, los hombres.
Un pequeño espectáculo, un autoengaño inocente, es el de dormir en casas, en camas sólidas, bajo techo seguro, estirados o encogidos, sobre colchones, entre sábanas, bajo mantas; en realidad se han encontrado reunidos como antes una vez y como después en una comarca desierta: Un campamento al raso, una inabarcable cantidad de personas, un ejército, un pueblo bajo un cielo frío, sobre una tierra fría, arrojados al suelo allí donde antes se estuvo de pie, con la frente contra el brazo, y la cara contra el suelo, respirando pausadamente. Y tú velas, eres uno de los vigías, hallas al prójimo agitando el leño encendido que cogiste del montón de astillas, junto a ti. ¿Por qué velas? Alguien tiene que velar, se ha dicho. Alguien tiene que estar ahí. "
" Pero estar arriba también era sano, y cuando en la época más calurosa del año se abrían todas las ventanas alrededor de la bóveda, y junto con el aire fresco entraba majestuosamente el sol en el recinto en el que iba cayendo el crepúsculo, era incluso bello. Ciertamente, su trato humano se había reducido; sólo a veces trepaba por la escalera de cuerda algún colega de gimnasia; entonces se sentaban ambos sobre el trapecio, se apoyaban a izquierda y derecha sobre las cuerdas de sujeción y charlaban; o algunos obreros mejoraban el tejado y cambiaban algunas palabras con él a través de una ventana abierta; o el mecánico revisaba el alumbrado de urgencia en la galería más alta y le gritaba algo respetuoso, aunque poco comprensible. Si no, todo a su alrededor permanecía tranquilo; sólo de vez en cuando miraba pensativamente un empleado, que aproximadamente hacia el mediodía se extraviaba en el teatro vacío, hacia la altura que casi desaparecía de la vista, donde el artista del trapecio, sin poder saber que alguien le observaba, ejecutaba sus artes o descansaba.
Así podría haber vivido el artista del trapecio sin ser molestado, si no hubiera habido los inevitables viajes a los distintos lugares, que le resultaban extraordinariamente molestos. Si bien, el empresario se preocupaba de que el trapecista quedará protegido de cualquier innecesaria prolongación de sus males: para los viajes a las ciudades se utilizaban coches de carreras, con los que, a ser posible durante la noche o en las primeras horas de la mañana, se atravesaban las calles desiertas a toda velocidad, pero ciertamente demasiado despacio para el afán del trapecista; en el tren se reservaba un vagón entero, en el cual, el trapecista, si bien en una lastimosa sustitución, pero sustitución al fin y al cabo, hacía el viaje arriba, en las redes del equipaje, según su habitual forma de vida; en la siguiente localidad donde iba a haber representaciones, mucho antes de la llegada del trapecista, ya estaba en el teatro el trapecio, en su lugar, también estaban bien abiertas todas las puertas que conducían al escenario del teatro, todos los pasillos se mantenían libres; pero eran los momentos más bonitos de la vida del empresario, cuando el trapecista ponía el pie en la escalera de cuerda y en un instante, por fin, colgaba de nuevo de su trapecio, arriba.
A pesar de todos los viajes que ya le habían salido bien al empresario, cada nuevo viaje le era penoso, puesto que los viajes eran en todo caso, prescindiendo de todo lo demás, fatales para los nervios del trapecista.
Así viajaron de nuevo juntos, el trapecista tumbado en la red del equipaje, soñando; el empresario se recostaba en la esquina de la ventana que había enfrente y leía un libro; entonces el trapecista le habló suavemente. El empresario estuvo inmediatamente a su disposición. El trapecista dijo, mordiéndose los labios, que ahora tenía que tener para su gimnasia, en vez del trapecio que tenía hasta ahora, siempre dos trapecios; dos trapecios, uno frente al otro. El empresario estuvo inmediatamente de acuerdo. Pero el trapecista, como si quisiera demostrar que aquí la opinión del empresario carecía de importancia, como ocurriría con una negativa, dijo que nunca más y bajo ninguna circunstancia actuaría en un solo trapecio.
Ante la idea de que en verdad pudiera ocurrir alguna vez, parecía estremecerse. El empresario expresó, dudando y observando, otra vez su total acuerdo; dos trapecios son mejor que uno, además este nuevo arreglo es beneficioso, hace la producción más variada. Entonces y de repente empezó a llorar el trapecista. Profundamente asustado se levantó el empresario y preguntó lo sucedido, y al no recibir respuesta, subió al banco, le acarició y juntó su cara con la del trapecista, de tal manera que también él fue bañado por las lágrimas de éste. Pero no fue sino tras muchas preguntas y adulaciones que dijo el trapecista; «¡Sólo con esa única barra en las manos, ¿cómo puedo vivir?!» Entonces le fue ya más fácil al empresario consolar al trapecista; prometió telegrafiar inmediatamente desde la próxima estación al próximo lugar de actuación para solucionar lo del segundo trapecio; se hacía reproches por haber dejado trabajar tanto tiempo al trapecista en un solo trapecio, y le daba las gracias y le elogiaba mucho por haberle hecho ver al fin su falta. Así consiguió el empresario tranquilizar lentamente al trapecista y pudo regresar de nuevo a su esquina. Pero él mismo no se había tranquilizado; con gran preocupación observaba furtivamente por encima del libro al trapecista. "
" Hoy han bajado hasta aquí los ingenieros jefes. La Dirección ha dado seguramente alguna orden de cavar nuevas galerías, y por eso han venido los ingenieros, para hacer un replanteamiento provisional. ¡Qué jóvenes son, y sin embargo, qué diferentes ya entre sí! Se han formado en plena libertad, y ya desde jóvenes muestran con toda naturalidad caracteres claramente definidos.
Uno, de pelo negro, vivaz, lo recorre todo con la mirada.
Otro, con un cuaderno, hace croquis al pasar, mira en torno, compara, toma notas.
Un tercero, con las manos en los bolsillos de la chaqueta, lo que hace que todo en él sea tenso, avanza erguido; conserva su dignidad; sólo la costumbre de morderse continuamente los labios demuestra su impaciente e irreprimible juventud.
El cuarto ofrece al tercero explicaciones que éste no le solicita; más bajo que el otro, le persigue como un demonio familiar, y con el índice siempre levantado, parece entonar una letanía sobre todo lo que ven.
El quinto, tal vez el más importante, no admite que le acompañen; a veces va delante, a veces detrás; el grupo acomoda su paso al suyo; es pálido y débil; la responsabilidad ha socavado sus ojos; a menudo, meditativo, se oprime la frente con la mano.
El sexto y el séptimo marchan un poco agobiados, con las cabezas juntas, cogidos del brazo y conversando confidencialmente; si esto no fuera evidentemente nuestra mina de carbón, y nuestro puesto de trabajo en la galería más profunda, alguien podría creer que estos señores huesudos, afeitados y narigudos son dos jóvenes clérigos. Uno se ríe casi siempre con un ronroneo de gato; el otro, riendo igualmente, dirige la conversación, y con su mano libre marca una especie de compás. ¡Qué seguros han de estar estos señores de su posición; sí, a pesar de su juventud, cuántos servicios habrán prestado ya a nuestra mina, para atreverse así, en una inspección tan importante, bajo la mirada de su jefe, a ocuparse tan abstraídamente de asuntos personales, o por lo menos de asuntos que nada tienen que ver con la tarea del momento! ¿O será tal vez posible que, a pesar de sus risas y su distracción, se den perfecta cuenta de todo? Uno no se atrevería casi a emitir un juicio definitivo sobre esta clase de señores.
Por otra parte, es en cambio indudable que el octavo está entregado a su labor con más atención que todos los demás. Todo tiene que tocarlo, que golpearlo con un martillito que saca constantemente del bolsillo, para volver a guardarlo enseguida. A menudo se arrodilla en la suciedad, a pesar de sus ropas elegantes, y golpea el piso, y luego al reanudar la marcha sigue golpeando las paredes y el techo de la galería. Una vez se ha tendido en el suelo, y ha permanecido inmóvil largo rato, hasta que pensamos que le había ocurrido alguna desgracia; pero de pronto se ha puesto de pie de un salto, con un breve encogimiento de su magro cuerpo. Simplemente, estaba haciendo una investigación. Nosotros creemos conocer nuestra mina y sus rocas, pero lo que este ingeniero investiga sin cesar de la manera descrita, nos resulta incomprensible.
El noveno empuja una especie de cochecito de bebé, donde se encuentran los aparatos de medición. Aparatos extraordinariamente costosos, envueltos en finísimo algodón. En realidad, el ordenanza debería conducir el cochecito, pero no le tienen bastante confianza, prefieren que lo lleve un ingeniero, y se ve que lo hace de buena gana. Es el más joven, probablemente, tal vez todavía no entiende bien todos los aparatos, pero su mirada no se aparta de ellos, lo que a menudo lo pone en peligro de chocar con el cochecito contra las paredes. Uno, de pelo negro, vivaz, lo recorre todo con la mirada.Otro, con un cuaderno, hace croquis al pasar, mira en torno, compara, toma notas.Un tercero, con las manos en los bolsillos de la chaqueta, lo que hace que todo en él sea tenso, avanza erguido; conserva su dignidad; sólo la costumbre de morderse continuamente los labios demuestra su impaciente e irreprimible juventud.El cuarto ofrece al tercero explicaciones que éste no le solicita; más bajo que el otro, le persigue como un demonio familiar, y con el índice siempre levantado, parece entonar una letanía sobre todo lo que ven.El quinto, tal vez el más importante, no admite que le acompañen; a veces va delante, a veces detrás; el grupo acomoda su paso al suyo; es pálido y débil; la responsabilidad ha socavado sus ojos; a menudo, meditativo, se oprime la frente con la mano.El sexto y el séptimo marchan un poco agobiados, con las cabezas juntas, cogidos del brazo y conversando confidencialmente; si esto no fuera evidentemente nuestra mina de carbón, y nuestro puesto de trabajo en la galería más profunda, alguien podría creer que estos señores huesudos, afeitados y narigudos son dos jóvenes clérigos. Uno se ríe casi siempre con un ronroneo de gato; el otro, riendo igualmente, dirige la conversación, y con su mano libre marca una especie de compás. ¡Qué seguros han de estar estos señores de su posición; sí, a pesar de su juventud, cuántos servicios habrán prestado ya a nuestra mina, para atreverse así, en una inspección tan importante, bajo la mirada de su jefe, a ocuparse tan abstraídamente de asuntos personales, o por lo menos de asuntos que nada tienen que ver con la tarea del momento! ¿O será tal vez posible que, a pesar de sus risas y su distracción, se den perfecta cuenta de todo? Uno no se atrevería casi a emitir un juicio definitivo sobre esta clase de señores.Por otra parte, es en cambio indudable que el octavo está entregado a su labor con más atención que todos los demás. Todo tiene que tocarlo, que golpearlo con un martillito que saca constantemente del bolsillo, para volver a guardarlo enseguida. A menudo se arrodilla en la suciedad, a pesar de sus ropas elegantes, y golpea el piso, y luego al reanudar la marcha sigue golpeando las paredes y el techo de la galería. Una vez se ha tendido en el suelo, y ha permanecido inmóvil largo rato, hasta que pensamos que le había ocurrido alguna desgracia; pero de pronto se ha puesto de pie de un salto, con un breve encogimiento de su magro cuerpo. Simplemente, estaba haciendo una investigación. Nosotros creemos conocer nuestra mina y sus rocas, pero lo que este ingeniero investiga sin cesar de la manera descrita, nos resulta incomprensible.El noveno empuja una especie de cochecito de bebé, donde se encuentran los aparatos de medición. Aparatos extraordinariamente costosos, envueltos en finísimo algodón. En realidad, el ordenanza debería conducir el cochecito, pero no le tienen bastante confianza, prefieren que lo lleve un ingeniero, y se ve que lo hace de buena gana. Es el más joven, probablemente, tal vez todavía no entiende bien todos los aparatos, pero su mirada no se aparta de ellos, lo que a menudo lo pone en peligro de chocar con el cochecito contra las paredes.
Pero hay otro ingeniero que va junto al coche y que impide esos accidentes. Éste, evidentemente, conoce a fondo los aparatos, y parece ser en realidad el encargado de ellos. De vez en cuando, sin detener el cochecito, coge una parte de algún aparato, la examina, la atornilla o la desatornilla, la agita y la golpea, la acerca a su oído y escucha; y por fin, mientras el conductor del coche se detiene, coloca nuevamente el pequeño objeto casi invisible desde lejos, con gran cuidado en el vehículo. Este ingeniero es un poco imperioso, pero sólo por consideración hacia los aparatos. Cuando el coche está a diez pasos de distancia de nosotros, el ingeniero nos hace un signo con el dedo, sin decir palabra, para que nos hagamos a un lado, aun donde no hay ningún lugar para hacerse a un lado. "
El clan de los Kafka (Anthony Northey)
La Praga de Kafka (Klaus Wagenbach)
Cuando Kafka vino hacia mí... (Hans-Gerd Koch)
Conversaciones con Kafka (Gustav Janouch)
el sitio web en español sobre Kafka
A PARTIR DE AQUÍ ES OTRA RESPONSABILIDAD
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Kafka en el teatro[editar]
- La Metamorfosis (1959), adaptación teatral de la obra de Franz Kafka, Ediciones Teleta por Tufic Marón Rage, Jalisco.
- Milan Richter Del Ereboparaíso de Kafka (2006), drama en dos actos, traducción de Renata Bojnicanova y Salustio Alvarado (ADE-Teatro, Madrid, 2009)
- Milan Richter La segunda vida de Kafka (2007), drama en dos actos, traducción de Renata Bojnicanova y Salustio Alvarado (ADE-Teatro, Madrid, 2009)
- "H & K", obra teatral en un acto sobre el hipotético encuentro entre Kafka y Hitler. Original de Silvia Peláez. México.
- Le gorille (El gorila) (2009), obra teatral inspirada en el relato Informe para una academia (Ein Bericht für eine Akademie, 1917). Estreno mundial: Maelstöm ReEvolution festival, Bruselas, 2009. Estreno en París: Le Gorille, Le Lucernaire (théâtre Rouge) (2010) y The gorilla The Leicester Square Theatre, Londres (2010). En diciembre de 2011 se presentó en Ciudad de México El gorila y el 29 de enero de 2012 en Madrid.
"Gorila", Alejandro Jodorowsky después de Franz Kafka, el Lucernaire en París
https://lestroiscoups.fr/le-gorille-dalejandro-jodorowsky-dapres-franz-kafka-le-lucernaire-a-paris/
Kafka va al cine: Kafka en el Cine (1)
Los espectadores se quedan petrificados cuando pasa el tren.
Justo la noche que nos habíamos propuesto descansar, después de tantas fatigas nocturnas […] dimos en el bulevar con un portal lleno de bombillitas incandescentes y un pregonero no muy apasionado que digamos. Pero la inscripción que llevaba en la gorra nos atrajo con una magia superior a la que habrían podido suscitar todas sus palabras: Omnia Pathé…
Una chica con uniforme militar de opereta, que lleva en la gorra la inscripción ‘Omnia’, que ahora apenas se lee bien, nos acompaña a nuestros asientos y nos vende un programa (inexacto, como es costumbre en París). Y ya estamos hechizados ante aquella pantalla temblorosa deslumbradoramente blanca. Nos golpeamos con el codo el uno al otro. ‘Oye, aquí los cines son mejores que los de casa.
Es cierto que es un juguete extraordinario, pero yo no lo resisto, tal vez porque tengo una predisposición demasiado óptica. Soy un hombre visual. En cambio, el cine impide la mirada. La fugacidad de los movimientos y el rápido cambio de imágenes nos fuerzan constantemente a echar un simple vistazo. No es la mirada la que se apodera de las imágenes, sino que son éstas las que se apoderan de la mirada. Inundan la conciencia. El cine supone ponerle un uniforme a un ojo que hasta entonces había ido desnudo.
Kafka en el Cine (2): Y el Cine va a Kafka (El Proceso)
Un campesino se presenta ante la ley pero debe atravesar una puerta, abierta de par en par, vigilada por un guardian con aspecto de bárbaro pero paciente en sus palabras. El campesino, al creer que la ley es igual para todos desea entrar, mira hacia dentro, el guardian le dice que puede entrar pero no se lo recomienda. Una vez que pase esa puerta habrá otras con otros guardias de mayor poder que él y más temibles. El campesino teme y espera por años que se le dé el permiso para entrar. Su conducta en un principio es de gritar y protestar, pero luego y a medida que envejece sólo se limita a gruñir entre dientes. Entre inútiles súplicas, interrogatorios y sobornos se da una relación entre guardian y campesino, y así pasa la vida de éste último. Finalmente el campesino pregunta al guardian, sintiendo el peso de los años, el arribo de su muerte: Si todos aspiran a entrar a la ley, ¿cómo se explica que en tantos años, nadie, fuera de mí, haya pretendido hacerlo?
Kafka en el Cine (3): El castillo
Kafka en el Cine
La imagen de cabecera pertenece al catálogo de la exposición, “Franz Kafka, 1883 -…. fotografías. 1.924 manuscritos y documentos incunables”, Academia de Bellas Artes de Berlín. De izquierda a derecha, Kafka, con Otto Brod -Riva, Italia- y el castillo de Wossek, sospechoso de tener que ver con la novela. Fuente.
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Bueno, lo odiaba. Era aburrido, los turnos eran demasiado largos y, peor aún, le dejaba poco tiempo o energía para escribir. También esperaba, cuando solicitó el trabajo, una asignación en el extranjero en Trieste (incluso había comenzado a estudiar italiano), pero aunque la empresa planeaba enviarlo allí eventualmente, la transferencia no se produjo de inmediato, lo que resultó ser una decepción. .
“Ahora mi vida está en completo desorden”, le escribió a Hedwig Weiler el 8 de octubre, después de apenas una semana de trabajo. “Es cierto, tengo un trabajo con un salario minúsculo de 80 coronas y 8 o 9 horas de trabajo interminables, pero devoro las horas fuera de la oficina como una fiera. . . . Alimento la esperanza de sentarme algún día en sillas en países lejanos, mirar por las ventanas de las oficinas los campos de caña de azúcar o los cementerios musulmanes, y el ramo de seguros me interesa mucho, aunque por el momento mi trabajo sea triste”.
Renunció menos de un año después, el 31 de julio de 1908, alegando motivos de salud. (“Expresamos nuestro asombro que el estado de salud del susodicho, quien luego del cuidadoso examen médico realizado en octubre del año pasado fue recomendado como absolutamente apto, sea al cabo de tan poco tiempo tan malo que deba seguir su inmediata renuncia. " , se lee en una carta de la empresa en el expediente de Kafka.)
Pero Kafka no abandonó definitivamente sus trabajos de tiempo completo ni el negocio de los seguros: pronto encontró trabajo en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajadores del Reino de Bohemia, donde permaneció durante catorce años. Según el Museo Kafka, no era “un funcionario sufrido, deprimido por su trabajo en la oficina, que no disfrutaba del trabajo o incluso lo encontraba detestable”.
Al contrario, fue un funcionario modelo, preciso y eficiente, que ascendió con éxito en su carrera profesional. Sus objeciones a su trabajo en la oficina eran bastante diferentes y más profundas. En la "doble vida" entre la oficina y la escritura que se vio obligado a llevar, el empleo representó un obstáculo difícil de superar para el trabajo de su vida como escritor. Esta contradicción era tanto más conmovedora cuanto que el estilo austriaco de burocracia representaba estabilidad en su vida, mientras que la escritura nunca dejó de ser para él una fuente constante de inseguridad.
Lo mismo, Franz. Mismo.
Ensayo de Andreas Kilcher, traducido por Kurt Beals. Adaptado de Franz Kafka: Los dibujos, editado por Andreas Kilcher con Pavel Schmidt; con ensayos de Judith Butler y Andreas Kilcher; traducido por Kurt Beals. Publicado por Yale University Press en mayo de 2022. Reproducido con permiso.
El Museo Franz Kafka